El Púlpito
de la Capilla de New Park Street
Dios en el
Pacto
NO. 93
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 3 DE
AGOSTO, 1856
POR CHARLES HADDON
SPURGEON
EN LA CAPILLA NEW PARK STREET, SOUTHWARK, LONDRES.
“Yo seré a ellos por Dios.” Jeremías 31: 33.
¡Cuán glorioso es el
segundo pacto! Muy apropiadamente es llamado “un mejor pacto, establecido sobre
mejores promesas” (Hebreos 8: 6). Es tan glorioso, que basta su simple
pensamiento para anonadar al alma cuando discierne la asombrosa condescendencia
y el infinito amor de Dios, al establecer un pacto para criaturas tan indignas,
para propósitos tan gloriosos, con tan desinteresados motivos. Es mejor que el
otro pacto, el pacto de obras, que fue realizado con Adán, o que aquel pacto
que fue establecido con Israel el día en que salieron de Egipto. Es mejor, pues
está establecido sobre un principio
superior. El antiguo pacto fue establecido sobre el principio del mérito;
era: “Sirve a Dios y serás recompensado por ello; si caminas perfectamente en
el temor de Dios, Dios caminará bien para contigo, y todas las bendiciones del
Monte Gerizim vendrán sobre ti, y serás sumamente bendecido en este mundo, y en
el mundo venidero.” Pero ese pacto se vino al suelo, porque, aunque sólo
establecía que el hombre sería recompensado por sus buenas obras, o castigado
por sus malas obras, sin embargo, teniendo el hombre la certeza de pecar, y tendiendo
infaliblemente hacia la iniquidad desde la caída, el pacto no era apropiado
para su felicidad, ni podía promover su bienestar eterno.
Pero el nuevo pacto
no está cimentado, en absoluto, sobre las obras. Es un pacto de una gracia pura
y sin mezcla; pueden leerlo desde su primera palabra hasta la última, y no hay
ni una sola sílaba solitaria en cuanto a cosa alguna que debamos hacer nosotros.
Todo el pacto es una alianza, no tanto entre el hombre y su Hacedor, como entre
Jehová y el representante del hombre, el Señor Jesucristo. El lado humano del
pacto ha sido cumplido ya por Jesús, y no queda pendiente nada ahora excepto el
compromiso de dar; no está pendiente el compromiso de los requerimientos. Todo
el pacto, en lo referente a nosotros, el pueblo de Dios, está establecido así:
“Te daré esto, te otorgaré aquello; cumpliré esta promesa; concederé aquel
favor.” Pero no hay nada que nosotros debamos hacer; Él obrará todas nuestras obras
en nosotros; y las mismísimas gracias que están representadas algunas veces como
estipulaciones del pacto, son promesas para nosotros. Él nos da la fe; Él
promete colocar la ley en nuestro interior y escribirla en nuestros corazones.
Es un glorioso pacto, afirmo, porque está cimentado sobre la simple
misericordia y la gracia sin mezcla; es independiente de los actos de las
criaturas, y de cualquier cosa que deba ser realizada por el hombre; y por esta
razón, este pacto sobrepasa al otro en estabilidad.
Allí donde hay cualquier cosa del hombre, siempre hay un grado de
mutabilidad; cuando tienes que ver algo con las criaturas, allí tienes algo que
ver con el cambio, pues las criaturas, y el cambio y la incertidumbre, siempre
van juntos. Pero como este nuevo pacto no tiene ahora nada que ver con la
criatura, puesto que la criatura no tiene que hacer nada y únicamente ha de
recibir: la idea de cambio desaparece entera y totalmente. Es el pacto de Dios,
y por tanto, es un pacto inmutable. Si hubiera algo que yo tuviera que hacer en
el pacto, el pacto sería inseguro; y aunque fuera yo feliz como Adán, todavía
podría volverme un desgraciado como Satanás. Pero si todo el pacto está del
lado de Dios, entonces, si mi nombre está en ese pacto, mi alma está tan segura
como si yo estuviese caminando ahora por las calles de oro; y si hay alguna
bendición en el pacto, estoy tan seguro de recibirla como si ya la hubiese
sujetado con mis manos; pues la promesa de Dios tiene la seguridad de ser
seguida por su cumplimiento; la promesa no falla nunca; siempre trae consigo la
totalidad de aquello que tiene el propósito de transmitir, y en el instante en
que la recibo por fe, estoy seguro de la bendición misma. ¡Oh, cuán
infinitamente superior es este pacto en relación al otro, en su manifiesta
seguridad! Está más allá del riesgo o del peligro de la más mínima
incertidumbre.
Pero he estado
pensando en los dos o tres últimos días que el pacto de gracia supera al otro
pacto, de manera sumamente maravillosa, en las poderosas bendiciones que confiere. ¿Qué otorga el pacto de gracia?
Esta mañana pensaba predicar un sermón sobre “¿cuáles son la bendiciones que
otorga el pacto de gracia a los hijos de Dios”? Pero cuando comencé a
reflexionar al respecto, vi que había tanto en el pacto que, si sólo hubiera
leído una lista de las grandes y gloriosas bendiciones contenidas en sus pliegos,
habría necesitado ocupar casi todo el día en hacer unas cuantas observaciones
sencillas sobre cada una de ellas.
Consideren las cosas
grandiosas que Dios ha otorgado en el pacto. Él las resume diciendo que ha dado
“todas las cosas.” Él les ha dado vida eterna en Cristo Jesús; sí, Él les ha
dado a Cristo Jesús para que sea suyo; ha hecho a Cristo heredero de todas las
cosas, y a ustedes los ha hecho coherederos con Él, y en consecuencia, les ha
dado todas las cosas. Si fuera yo a resumir esa poderosa reserva de inefable
tesoro que Dios ha transferido a cada alma elegida mediante ese glorioso pacto,
no me alcanzaría el tiempo. Por tanto, comienzo con una grandiosa bendición que
es transferida a nosotros por el pacto, y luego, en otros domingos, con el
permiso de Dios, consideraré separadamente, una a una, diversas cosas que el
pacto transmite.
Entonces comenzamos
por lo primero, que basta para sobrecogernos por su inmenso valor; de hecho, si
no hubiese sido registrada en la Palabra de Dios, no habríamos podido soñar
jamás que una bendición así pudiera ser nuestra. Dios mismo, por el pacto, se
convierte en la propia porción y herencia del creyente. “Yo seré a ellos por
Dios.”
Y ahora daremos
comienzo a este tema de esta manera. Les mostraremos primero que ésta es una bendición especial. Dios es la posesión
especial de los elegidos cuyos nombres están en el pacto. En segundo lugar, por
unos instantes comentaremos que esto constituye una bendición sumamente preciosa, “Yo seré a ellos por Dios.” En tercer
lugar, consideraremos la seguridad de
esta bendición, “Yo seré a ellos
por Dios”. Y en cuarto lugar, procuraremos alentarlos para que hagan un buen uso de esta bendición, tan
gratuita y tan liberalmente transferida a ustedes por el eterno pacto de
gracia: “Yo seré a ellos por Dios.”
Deténganse solamente
un momento y considérenlo antes de que comencemos. En el pacto de gracia, Dios
mismo se entrega a ustedes y se vuelve suyo. Entiendan esto: Dios, todo lo que significa esta
palabra: eternidad, infinitud, omnipotencia, omnisciencia, perfecta justicia, rectitud
infalible, inmutable amor; todo lo que quiere decir Dios: Creador, Guardián,
Preservador, Gobernante, Juez; todo lo que esa palabra: “Dios” significa, toda
la bondad y el amor, toda la munificencia y la gracia, todo eso, este pacto se
los otorga para que sea de su propiedad absoluta al igual que cualquier otra cosa
que pudieran llamar propia: “Yo seré a ellos por Dios.” Les pido que reflexionen
sobre ese pensamiento. Aunque no predicara del todo, si esto fuese abierto y
aplicado por el todo glorioso Espíritu, hay suficiente contenido en ello para
provocar su gozo durante todo el día domingo. “Yo seré a ellos por Dios.”
“¡Mi Dios; cuán alegre es ese sonido!
¡Cuán placentero es repetirlo!
Bien dice eso, por el placer motivado, el corazón
En el que Dios ha establecido Su asiento.”
I. ¿Cómo es Dios, especialmente, el Dios de Sus propios hijos? Pues Dios es el
Dios de todos los hombres, de todas las criaturas; Él es el Dios del gusano,
del águila voladora, de la estrella y de la nube; Él es Dios en todas partes.
¿Cómo, entonces, es Él más mi Dios y su Dios, que el Dios de todas las cosas
creadas? Respondemos que en algunas cosas Dios es el Dios de todas Sus
criaturas; pero incluso allí, hay una relación especial existente entre Él y
Sus criaturas elegidas, a quienes ha amado con un amor eterno. Y a
continuación, hay ciertas relaciones en las que Dios no existe con respecto al
resto de Sus criaturas, sino sólo con respecto a Sus propios hijos.
1. Primero, entonces, Dios es el Dios de todas Sus criaturas, puesto que Él tiene el derecho de decretar hacer
con ellos lo que le plazca. Él es el Creador de todos nosotros: Él es el
alfarero, y tiene potestad sobre el barro para hacer de la misma masa un vaso
para honra y otro para deshonra. Por mucho que pequen los hombres contra Dios,
Él sigue siendo su Dios en este sentido: que su destino está inalterablemente
en Su mano; que Él puede hacer con ellos exactamente como quiera; por mucho que
resientan Su voluntad, o menosprecien Su beneplácito, Él puede hacer que la ira
del hombre le alabe, y puede reprimir el resto de las iras. Él es el Dios de
todas las criaturas, y lo es absolutamente en el asunto de la predestinación,
puesto que Él es su Creador y tiene el derecho absoluto de hacer con ellas lo
que le plazca. Pero de nuevo aquí Él tiene una consideración especial para con Sus
hijos, y Él es su Dios incluso en ese
sentido; pues para ellos, mientras ejerce la misma soberanía, la ejerce de la
manera de la gracia y solamente de la gracia. Los convierte en vasos de
misericordia, que serán para Su honra para siempre; Él los elige de entre las
ruinas de la caída y los vuelve herederos de la vida eterna, a la vez que
permite que el resto del mundo continúe en el pecado y consuma su culpa por un
castigo bien merecido, y así, aunque Su relación es la misma en lo concerniente
a Su soberanía y a Su derecho a decretar, hay algo especial en Su aspecto
amoroso para con Su pueblo; y en ese sentido Él es su Dios.
Además: Él es el
Dios de todas Sus criaturas, en el sentido que tiene el derecho de exigir la obediencia de todos. Él es el Dios de
todo hombre nacido en esta tierra, en el sentido de que están obligados a
obedecerle. Dios puede exigir la reverencia de todas Sus criaturas, porque Él
es su Creador, Gobernador y Preservador; y, por el hecho de su creación, todos
los hombres están colocados en tal sujeción a Él, que no pueden escapar de la
obligación de sumisión a Sus leyes. Pero incluso aquí hay algo especial en
relación al hijo de Dios. Aunque Dios es el gobernante de todos los hombres, Su
gobierno es especial para con Sus hijos, pues hace a un lado la espada de Su
gobierno y toma en Su mano la vara para Su hijo, mas no la espada de Su
venganza punitiva. A la vez que le da al mundo una ley grabada en piedra, le da
a Su hijo una ley en su corazón. Dios es mi gobernante y el suyo, pero si no
son regenerados, Él es su gobernante en un sentido diferente de lo que lo es
para mí. Él tiene diez veces más derecho a reclamar mi obediencia del que tiene
a reclamar la obediencia de ustedes. Puesto que ha hecho más por mí, yo estoy
obligado a hacer más por Él; puesto que me ha amado más, estoy obligado a
amarle más. Pero si llegara a desobedecerle, la venganza no caería tan
pesadamente sobre mi cabeza como caería
sobre la de ustedes, si están fuera de Cristo; pues esa venganza incurrida por
mí ha caído ya sobre Cristo, mi sustituto, y sólo me correspondería la
disciplina, de tal manera que ven de nuevo allí que aunque la relación hacia
todos los hombres es universal, hay algo especial en referencia a los hijos de
Dios.
Además: Dios ostenta
un poder universal sobre todas Sus criaturas en el carácter de un Juez. Él “juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud”. Es verdad
que juzgará a todos los hombres; pero como si Su pueblo no fuera del mundo, se
agrega posteriormente “a su pueblo con rectitud”. Dios es el Dios de todas las
criaturas, repetimos, en el sentido de que Él es su juez; Él los convocará a
todos ellos delante de Su tribunal, y los condenará o los absolverá a todos
según sea el caso, pero incluso allí, hay algo peculiar con relación a Sus
hijos, pues para ellos nunca vendrá la sentencia condenatoria, sino sólo la
absolutoria. Si bien es Juez de todos, es especialmente su juez, porque Él es el juez al que aman reverenciar, el juez al
que anhelan acercarse, porque saben que Sus labios confirmarán aquello que sus
corazones ya han sentido: la sentencia de su plena absolución por medio de los
méritos de su glorioso Salvador. Nuestro Dios amoroso es el Juez que absolverá
nuestras almas, y, en ese sentido, podemos decir que es nuestro Dios. Entonces, ya sea como Soberano, o como Gobernante que
aplica la ley, o como Juez que castiga el pecado, si bien Dios es en algún
sentido el Dios de todos los hombres, en este asunto hay algo especial hacia Su
pueblo, de tal manera que pueden decir: “Él es nuestro Dios, incluso en esas
relaciones.”
2. Pero ahora, amados, hay puntos con los cuales el resto de las criaturas de
Dios no puede identificarse; y aquí radica la gran médula del asunto; aquí mora
la propia alma de esta gloriosa promesa. Dios es nuestro Dios en un sentido en
el cual el no regenerado, el inconverso, el impío, no pueden tener ninguna
familiaridad, en el cual no tiene ninguna participación de ningún tipo. Acabamos
de considerar otros puntos en relación a lo que Dios es para el hombre de
manera general; consideremos ahora lo que es para nosotros, de una manera que
no lo es para nadie más.
Primero, entonces,
Dios es mi Dios, puesto que Él es el Dios
de mi elección. Si yo soy Su hijo, entonces Él me ha amado desde antes de
la existencia de todos los mundos, y Su mente infinita se ha ejercitado con
planes para mi salvación. Si es mi Dios, Él me ha visto cuando me he
descarriado lejos de Él, y cuando me he rebelado; su mente ha determinado
cuando seré detenido, cuando seré conducido al arrepentimiento del error de mis
caminos. Él ha estado proveyéndome de los medios de la gracia, Él ha aplicado
esos medios de gracia en el tiempo señalado, pero Su propósito eterno ha sido
la base y el cimiento de todo ello; y así, Él es mi Dios, como no es el Dios de
nadie más fuera de Sus propios hijos. Mi Dios glorioso y clemente por eterna
elección, pues pensó en mí y me eligió desde antes de la fundación del mundo,
para que yo fuera sin mancha delante de Él en amor. Mirando en retrospectiva,
entonces, veo al Dios de la elección, y el Dios de la elección es mi Dios si
estoy en la elección. Pero si no temo a Dios ni le tengo consideración,
entonces Él es el Dios de otro hombre y no el mío. Si no tengo ningún derecho
ni participación en la elección, entonces me veo forzado a considerarlo como
siendo, en ese sentido, el Dios de un gran cuerpo de hombres a quienes ha
elegido, pero no es mi Dios. Si puedo mirar hacia atrás y veo mi nombre
registrado en el hermoso libro de la vida, entonces, en verdad, Él es mi Dios
en elección.
Además, el cristiano
puede llamar a Dios: su Dios, a partir del hecho de su justificación. Un pecador puede llamar a Dios: Dios, pero siempre
ha de insertar un adjetivo, y hablar de Dios como un Dios airado, un Dios
irritado, o un Dios ofendido. Pero el cristiano puede decir: “Dios mío”, sin
poner ningún adjetivo excepto si es algún dulce adjetivo para enaltecerlo; pues
ahora, nosotros, que una vez estuvimos muy apartados, somos llevados cerca por
la sangre de Cristo; nosotros, que éramos enemigos de Dios por nuestras obras
impías, somos Sus amigos; y mirándolo a Él, podemos decir: “mi Dios”, pues Él
es mi amigo, y yo soy Su amigo. Enoc pudo decir: “mi Dios” pues caminó con Él.
Adán no podía decir: “mi Dios”, cuando se escondió entre los árboles del
huerto. Entonces, mientras yo, un pecador, huyo de Dios, no puedo llamarlo mío;
pero cuando tengo paz con Dios, y soy llevado cerca de Él, entonces, en verdad,
Él es mi Dios y mi amigo.
Además: Él es el
Dios del creyente por adopción, y en
eso el pecador no tiene parte. He oído que algunas personas representan a Dios
como el Padre del universo entero. Me sorprende que algún lector de la Biblia
hable así. Pablo citó una vez a un poeta pagano, quien dijo que linaje Suyo
somos; y es verdad que lo somos en algún sentido, al haber sido creados por Él.
Pero en el excelso sentido en el que el término “hijo” es usado en la Escritura
para expresar la santa relación de un hijo regenerado con su Padre, en ese
sentido nadie puede decir: “Nuestro Padre”, excepto aquellos que tienen el
“Abba Padre” impreso en sus corazones por el espíritu de adopción.
Bien, por el
espíritu de adopción, Dios se vuelve mi Dios, de una manera en la que no es el
Dios de otros. El cristiano tiene un derecho especial en cuanto a Dios, porque
Dios es su Padre, como no es el Padre de nadie salvo de sus hermanos. Sí,
amados, estas tres cosas bastan para mostrarles que Dios es, en un sentido
especial, el Dios de Su propio pueblo; pero debo dejar eso a sus propios
pensamientos, que les sugerirán veinte maneras diferentes en las que Dios es
especialmente el Dios de Sus propios hijos, más de lo que es del resto de Sus
criaturas. “Dios”, dicen los malvados; pero “mi Dios”, dicen los hijos de Dios. Si entonces, Dios es tan
especialmente su Dios, que sus vestidos sean acordes con su alimentación.
Vístanse con el sol; vístanse del Señor Jesús. La hija del rey es (y así han de
ser todos los hijos del rey) toda gloriosa internamente; sus vestidos han de
ser de oro labrado. Vístanse de humildad, cúbranse de amor, entrañas de
compasión, amabilidad, mansedumbre; pónganse el vestido de la salvación. Su
compañía y conversación han de ser acordes con sus vestidos. Vivan en medio de
los íntegros, en medio de la generación de los justos; únanse a la congregación
de los primogénitos, a esa innumerable compañía de ángeles, y a los espíritus
de los justos hechos perfectos. Vivan en los atrios del grandioso Rey;
contemplen Su rostro, sirvan a Su trono, ostenten Su nombre, hagan manifiestas
Sus virtudes, publiquen Sus alabanzas, hagan avanzar Su honra, sostengan Su
interés; las personas viles y los caminos malvados han de ser menospreciados
delante de sus ojos: sean de un espíritu más noble en vez de ser compañeros de
ellos. No tengan consideración por sus sociedades, ni por sus escarnios, sus
halagos o sus enfados; no se regocijen con sus gozos, no tengan miedo de sus
temores, no se preocupen con sus preocupaciones, no se alimenten con sus
suculentos alimentos; salgan de en medio de ellos, y vayan a su lugar, a su
ciudad, donde ninguna cosa inmunda pueda entrar o fastidiar. Vivan por fe, en
el poder del Espíritu, en la hermosura de la santidad, en la esperanza del
Evangelio, en el gozo de su Dios, en la magnificencia y, sin embargo, en la
humildad de los hijos del grandioso Rey.
II. Ahora, por un momento, consideremos LA SUMA PRECIOSIDAD DE ESTA GRAN
MISERICORDIA, “Yo seré a ellos por Dios”. Yo concibo que el propio Dios no
pudiera decir más que eso. No creo que si el Infinito fuera a ampliar Sus
poderes y a engrandecer Su gracia, pudiera exceder en gloria esta promesa, “Yo
seré a ellos por Dios.” ¡Oh, cristiano!, sólo considera lo que significa que
Dios sea tuyo; considera lo que es, comparado con cualquier otra cosa.
“La porción de Jacob es el Señor;
¿Qué más podría requerir Jacob?
¿Qué más podría
proporcionar el cielo,
O qué más podría desear una criatura?”
¡Comparen esta porción con la fortuna de sus semejantes! Algunos tienen su porción en el campo, son ricos y poseen abundantes
bienes, y sus doradas cosechas están incluso madurando ahora bajo el sol; pero
¿qué son las cosechas comparadas con tu Dios, el Dios de las cosechas? O, ¿qué
son los graneros comparados con Aquel que es tu labrador, y que te alimenta con
el pan del cielo? Otros tienen su porción en la ciudad; su riqueza es
superabundante y fluye hacia ellos en corrientes permanentes hasta llegar a
convertirse en un verdadero depósito de oro; pero ¿qué es el oro comparado con
tu Dios? Tú no podrías alimentarte de oro; tu vida espiritual no podría ser
sustentada por el oro. Aplica el oro a tu cabeza adolorida, y ¿acaso te
proporcionaría algún alivio? Ponlo sobre una conciencia atormentada, y ¿podría
tu oro apaciguar sus dolores? Ponlo sobre tu desfallecido corazón y comprueba
si puede detener un solitario gemido o quitarte una sola aflicción. Pero tú
tienes a Dios, y en Él tienes más que el oro o las riquezas que pudieras adquirir
jamás, más que las reservas que el brillante mineral te pudiera comprar jamás.
Algunos tienen su porción en este mundo, en aquello que más aman los hombres: el
aplauso y la fama; pero hazte la pregunta: ¿no es tu Dios mucho más que eso
para ti? Qué, si mil trompetas sonaran tu alabanza, y si una miríada de
clarines resonaran con tu aplauso, ¿qué sería todo eso para ti si hubieres
perdido a tu Dios? ¿Aquietaría esto las turbulencias de un alma a disgusto
consigo misma? ¿Te prepararía para atravesar el Jordán y enfrentar esas olas
tormentosas que en breve han de ser vadeadas por todos los hombres, cuando sean
llamados de este mundo hacia tierras desconocidas? ¿Te serviría entonces un
soplo de viento, o el aplauso de las manos de tus semejantes te bendeciría
sobre tu lecho de agonía? No, hay dolores aquí con los que el hombre no puede
lidiar, y hay dolores venideros con los cuales los hombres no pueden interferir
para aliviar los dolores, y las angustias, y las agonías y la lucha moribunda.
Pero cuando tú tienes esto: “yo seré a ellos por Dios”, tienes tanto como todo
lo que los demás hombres pudieran tener juntándolo todo, pues esto es lo que
tienen, y más. ¡Cuán poco debemos estimar los tesoros de este mundo comparados
con Dios, cuando consideramos que Dios frecuentemente da las mayores riquezas a
las peores de Sus criaturas! Como decía Lutero, Dios da alimento a Sus hijos, y
bagazo a los cerdos; ¿y quiénes son los cerdos que reciben el bagazo? No es
frecuente que el pueblo de Dios reciba las riquezas de este mundo, y eso no
hace sino demostrar que las riquezas son de poco valor ya que, de lo contrario,
Dios nos las daría.
Abraham dio a los
hijos de Cetura una porción y los despidió; yo he de ser Isaac y he de tener a
mi Padre, y el mundo puede quedarse con todo lo demás. ¡Oh, cristiano!, no
pidas nada en este mundo, sino sólo pide que puedas vivir con esto y morir con
esto: “Yo seré a ellos por Dios”. Esto sobrepasa a todo lo demás del mundo.
Pero compara esto con lo que tú requieres,
cristiano. ¿Qué es lo que requieres? ¿No hay aquí todo lo que tú requieres?
Para hacerte feliz tú necesitas algo que te satisfaga; y vamos, te pregunto,
¿no es esto suficiente? ¿No llenará esto tu cántaro hasta el propio borde, sí,
hasta rebosar? Si puedes poner esta promesa dentro de tu vaso, ¿no te verías
forzado a decir, con David: “Mi copa está rebosando; tengo más de lo que el
corazón pudiera desear”? Cuando esto sea cumplido: “Yo soy tu Dios”, has de
vigilar que tu copa esté siempre muy vacía de cosas terrenales; supón que no
tengas ni una solitaria gota de gozo de las criaturas, sin embargo, ¿no es esto
suficiente para llenarla hasta que tu mano insegura no pueda sostener la copa
en razón de su llenura? Yo te pregunto si no estás completo cuando Dios es
tuyo. ¿Necesitas alguna otra cosa que Dios? Si piensas que necesitas algo más, sería
bueno que carecieras de ello, pues todo lo que necesites, salvo Dios, no es
sino para gratificar tu concupiscencia. ¡Oh, cristiano!, ¿no es esto suficiente
para satisfacerte aunque todo lo demás fallara?
Pero tú necesitas
algo más que una tranquila satisfacción; tú deseas, algunas veces, un
embelesado deleite. Vamos, alma, ¿no hay suficiente aquí para deleitarte? Lleva
esta promesa a tus labios; ¿bebiste alguna vez un vino la mitad de dulce que éste:
“Yo seré a ellos por Dios”? ¿Alguna vez algún arpa o violón resonaron con la
mitad de una dulzura como esta: “Yo seré a ellos por Dios”? Ninguna música
tocada por dulces instrumentos, o extraída de cuerdas vivas podría producir
jamás una melodía comparable a esta dulce promesa: “Yo seré a ellos por Dios”.
¡Oh!, aquí hay un verdadero mar de bienaventuranza, un verdadero océano de
deleite; vamos, baña tu espíritu en él; puedes nadar, sí, hasta la eternidad,
sin encontrar nunca una orilla; puedes bucear hasta el propio infinito sin
encontrar jamás el fondo, “Yo seré a
ellos por Dios.” ¡Oh!, si esto no hace que tus ojos resplandezcan, si esto
no hace que tu pie baile de gozo y que tu corazón palpite aceleradamente con
bienaventuranza, entonces, seguramente, tu alma no goza de un estado saludable.
Pero tú necesitas
algo más que deleites presentes, algo concerniente a lo cual puedas ejercitar
la esperanza; y ¿qué más esperas conseguir jamás que el cumplimiento de esta
grandiosa promesa: “Yo seré a ellos por Dios”? ¡Oh, esperanza!, tú eres una
cosa de grandes manos; tú sujetas cosas poderosas, que ni siquiera la fe tiene
el poder de sujetar; pero aunque tu mano sea muy grande, esto la llena, de tal
manera que no puedes sujetar ninguna otra cosa. Yo protesto, delante de Dios,
que no tengo ninguna esperanza fuera de esa promesa. “Oh”, -dices tú- “tú
tienes una esperanza del cielo”. Sí, yo tengo una esperanza del cielo, pero
esto es el cielo: “Yo seré a ellos por Dios”. ¿Qué es el cielo, sino estar con
Dios, morar con Él, comprobar que Dios es mío y que yo soy Suyo? Yo afirmo que
no tengo ninguna esperanza más allá de esa; no hay una promesa fuera de esa,
pues todas las promesas están albergadas en esa, todas las esperanzas están
incluidas en esto: “Yo seré a ellos por Dios”. Esta es la obra maestra de todas
las promesas; es la piedra más preciosa de todas las grandes y preciosas cosas
que Dios ha provisto para Sus hijos: “Yo seré a ellos por Dios”. Si realmente
pudiéramos comprenderlo, si pudiera ser aplicado a nuestras almas y pudiéramos
entenderlo, podríamos aplaudir y decir: “¡Oh, la gloria, oh, la gloria, oh, la
gloria de esa promesa!” Constituye un cielo aquí abajo, y ha de constituir un
cielo allá arriba, pues nada más se requiere sino esto: “Yo seré a ellos por
Dios”.
III. Ahora, por un momento, reflexionen sobre la CERTEZA DE ESTA PROMESA; no
dice: “Yo podría ser su Dios”; sino
dice: “Yo seré a ellos por Dios.” El
texto tampoco dice: “Tal vez yo sea su Dios”; no; dice: “Yo seré a ellos por Dios”. Hay un pecador
que dice que no quiere que Dios sea su Dios. Quiere que Dios sea su
preservador, que le cuide, y le guarde de los accidentes. No objeta que Dios le
alimente, que le suministre pan, y agua y vestido; tampoco le importa convertir
a Dios en algo así como algo que pueda ostentar, que pueda sacar los domingos,
e inclinarse ante ello, pero no quiere que Dios sea su Dios; no quiere que Dios sea su todo. Él hace de su estómago su
dios, del oro su dios, del mundo su dios. ¿Cómo entonces ha de cumplirse esta
promesa? Allá está uno de los elegidos de Dios; él no sabe todavía que es un
elegido, y dice que no quiere tener a Dios; ¿cómo, entonces, ha de cumplirse
esta promesa? “¡Oh!”, -dice alguien- “si el hombre no quiere tener a Dios,
entonces, por supuesto, Dios no puede alcanzarlo”; y hemos oído que se predica,
y leemos con frecuencia que la salvación depende enteramente de la voluntad del
hombre, que si el hombre se opone y resiste al Espíritu Santo de Dios, la
criatura puede ser vencedora del Creador y el poder finito puede vencer al
infinito. Frecuentemente tomo un libro y leo: “¡Oh, pecador!, has de estar
dispuesto, pues a menos que lo estés, Dios no puede salvarte”; y algunas veces
nos preguntan: “¿cómo es que ese individuo no es salvo?” Y la respuesta es: “No
está dispuesto a serlo; Dios hizo lo posible con él, pero no quiso ser
salvado.” Ay, pero supongan que hubiere hecho lo posible con él, como lo hizo
con aquellos que son salvados,
¿habría sido salvado entonces? “No, habría resistido”. Es más, respondemos que
no está en la voluntad del hombre, no es por la voluntad de la carne, ni de
sangre, sino del poder de Dios; y no podemos nunca acariciar una idea tan absurda
como esa, que el hombre pueda vencer a la Omnipotencia, que el poder del hombre
sea mayor que el poder de Dios. Nosotros creemos, en verdad, que ciertas
influencias usuales del Espíritu Santo pueden ser vencidas; creemos que hay
operaciones generales del Espíritu en los corazones de muchos hombres, que son
resistidas y rechazadas, pero la obra eficaz del Espíritu Santo, con la
determinación de salvar, no podría ser resistida a menos que supongan que Dios
es vencido por Sus criaturas, y que el propósito de la Deidad es frustrado por
la voluntad del hombre, lo que sería suponer algo análogo a la blasfemia.
Amados, Dios tiene
poder para cumplir la promesa: “Yo seré a ellos por Dios”. “¡Oh!”, -clama el
pecador- “no te tendré a Ti por Dios”. “¿No quieres?”, responde Él, y lo
entrega en la mano de Moisés; Moisés lo toma por un rato y le aplica el garrote
de la ley, lo arrastra al Sinaí, donde el monte se cimbra sobre su cabeza, los
rayos destellan, y los truenos braman, y entonces el pecador clama: “¡Oh, Dios,
sálvame!” “¡Ah!, pensé que no querías tenerme por tu Dios”. “Oh, Señor, Tú
serás a mí por Dios”, dice el pobre pecador trémulo, “He desechado mis
ornamentos; oh, Señor, ¿qué harás conmigo? ¡Sálvame! Yo me entregaré a Ti. ¡Oh,
tómame!” “Sí”, -dice el Señor- “lo sabía; Yo dije que sería a ellos por Dios; y
tú te ofrecerás voluntariamente en el día de mi poder”. “Yo seré a ellos por
Dios, y ellos me serán por pueblo”.
IV. Ahora, por último, dije que concluiríamos EXHORTÁNDOLOS A HACER USO DE
DIOS, si Él es de ustedes. Es extraño que las bendiciones espirituales sean
nuestras únicas posesiones que no empleamos. Recibimos una gran bendición
espiritual, y dejamos que la herrumbre se le adhiera por muchos días. Está el
propiciatorio, por ejemplo. Ah, amigos míos, si tuvieran la caja del dinero en
efectivo tan llena de riquezas como lo está ese propiciatorio, acudirían con
frecuencia a ella; tan frecuentemente como sus necesidades lo requirieran. Pero
ustedes no acuden al propiciatorio ni la mitad de las veces que necesitan
acudir. Dios nos ha dado cosas sumamente preciosas, pero nosotros nos las
usamos nunca. La verdad es que no pueden ser expuestas a un uso excesivo; no
podemos usar una promesa hasta dejarla raída; nunca podremos extinguir el
incienso de la gracia; nunca podríamos consumir los infinitos tesoros de la
misericordia de Dios.
Pero si las bendiciones que Dios nos da no son
usadas, tal vez Dios sea el menos
usado por todos. Aunque Él es nuestro Dios, recurrimos menos a Él que a
cualquiera de Sus criaturas, o a cualquiera de Sus misericordias que derrama
sobre nosotros. Miren a los pobres paganos; ellos usan a sus dioses, aunque no
sean dioses. Ellos erigen un trozo de madera o de piedra, y lo llaman Dios; ¡y
cómo lo usan! Necesitan lluvia: el pueblo se reúne y pide la lluvia, en la
firme pero insensata esperanza de que su dios puede proporcionarla. Hay una
batalla, y su dios es izado; es sacado de la casa, donde habita usualmente,
para que vaya delante de ellos, y los conduzca a la victoria. ¡Pero cuán raramente
pedimos consejo de la mano del Señor! ¡Cuán a menudo nos involucramos en
nuestro negocio sin pedir Su guía! ¡Cuán constantemente nos esforzamos por
llevar nuestras cargas en nuestras tribulaciones, en vez de arrojarlas sobre el
Señor, para que nos sostenga! Y esto no se debe a que no podamos, pues el Señor
pareciera decir: “Yo soy tuyo, alma, ven y úsame como quieras; tú puedes venir
libremente a mi provisión, y entre más frecuentemente vengas serás más
bienvenido.” Tú no tienes a un Dios que permanece junto a ti para ningún
propósito; no dejes que tu Dios sea como otros dioses, sirviendo sólo como un
espectáculo: que no tenga un nombre sólo para que tú tengas un Dios. Puesto que
Él te lo permite, teniendo un amigo así, úsalo diariamente. Mi Dios suplirá
todas tus necesidades: nunca carezcas de algo mientras tengas un Dios, nunca
temas ni desmayes mientras tengas un Dios; acude a tu tesoro, y toma cualquier
cosa que necesites; hay alimento, y vestido y salud y vida y todo lo que
necesites.
Oh, cristiano,
aprende la pericia divina de hacer que Dios sea todo, hacer un alimento de tu
Dios, y agua, y salud, y amigos, y reposo; Él puede suplirte todo eso; o lo que
es mejor, Él puede estar en lugar de todas estas cosas, tu alimento, tu
vestido, tu amigo, la vida tuya. Todo esto te lo ha dicho en esta sola
expresión: Yo soy tu Dios; y sobre esto tú puedes decir, como una santa nacida
del cielo dijo una vez: “No tengo esposo, y sin embargo, no soy viuda, mi Hacedor
es mi esposo. No tengo ni padre ni amigos, y sin embargo, no soy ni huérfana ni
un ser sin amigos; mi Dios es a la vez mi padre y mi amigo. No tengo ningún
hijo, pero ¿acaso no es Él mejor para mí que diez hijos? No tengo casa, pero,
sin embargo, tengo un hogar, pues he puesto al Altísimo por mi habitación. Me
he quedado sola, pero sin embargo, no estoy sola, pues mi Dios es buena
compañía para mí; con Él puedo caminar, de Él puedo recibir dulce consejo,
puedo encontrar un dulce reposo; cuando me acuesto, cuando me levanto, mientras
estoy en la casa, o cuando me encuentro en el camino, mi Dios está siempre
conmigo; con Él viajo, con Él moro, con Él me albergo, vivo, y viviré para
siempre.”
¡Oh, hijo de Dios!,
permíteme exhortarte que hagas uso de tu Dios. Haz uso de Él en la oración; te
lo suplico, acude a Él a menudo, porque Él es tu Dios. Si Él fuera el Dios de otro hombre, tú podrías cansarlo;
pero Él es tu Dios. Si fuese mi Dios
y no el tuyo, tú no tendrías ningún derecho de acercarte a Él, pero Él es tu Dios; Él se ha cedido a ti, si
pudiéramos usar una expresión así (y pensamos que podemos) Él se ha convertido
en la propiedad positiva de todos Sus hijos, de tal manera que todo lo que Él
tiene, y todo lo que es, es de ellos. Oh hijo, ¿acaso vas a dejar que tu tesoro
permanezca ocioso, estando necesitado de él? No; anda y toma de él por medio de
la oración.
“Huye a Él en cada aflicción,
Tu mejor, tu único amigo”.
Vuela a Él, cuéntale
todas tus carencias. Recurre a Él por fe, constantemente, en todo tiempo. ¡Oh!,
te lo suplico, si te ha sobrevenido alguna oscura providencia, recurre a tu
Dios como un sol, pues Él es un sol. Si algún poderoso enemigo ha salido contra
ti, usa a tu Dios como un escudo, pues Él es un escudo que te protege. Si has
perdido tu camino en los laberintos de la vida, recurre a Él como un guía, pues
el grandioso Jehová te dirigirá. Si atraviesas en medio de tormentas, recurre a
Él, pues es el Dios que calma la furia del mar y dice a las olas: “Enmudezcan”.
Si tú eres un pobre individuo que no sabe a dónde dirigirse, úsalo como un
pastor, pues el Señor es tu Pastor, y nada te faltará. Cualquier cosa que seas,
dondequiera que estés, recuerda que Dios es justo lo que necesitas, y que está
precisamente donde lo necesitas. Te suplico, entonces, que recurras a tu Dios;
no lo olvides en tu aflicción, sino huye a Él en medio de tus angustias, y
clama:
“Cuando todos los torrentes creados están secos,
Tu plenitud es la misma;
Que yo esté satisfecho con esto,
¡Y me gloríe en Tu nombre!
Ningún bien puede hallarse en las criaturas
Pero puede ser hallado en Ti;
He de tener todas las cosas, y abundantemente,
Mientras Dios sea Dios para mí”.
Por último,
cristiano, permíteme exhortarte de nuevo que recurras a Dios para que sea tu
deleite en este día. Si tú tienes una aflicción, o si estás libre de ella, te
suplico que hagas de Dios tu deleite; sal de esta casa de oración y sé feliz en
este día en el Señor. Recuerda que es un mandamiento: “Regocijaos en el Señor
siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” No se contenten con ser moderadamente
felices; busquen remontarse a las alturas de la bienaventuranza y gozar un
cielo aquí abajo; acérquense a Dios, y se habrán acercado al cielo. No sucede
lo mismo que sucede con el sol aquí, que entre más alto se eleven más frío lo
encuentran, porque en la montaña no hay nada que refleje los rayos del sol;
pero con Dios, entre más se acerquen a Él, más refulgentemente brillará sobre
ustedes, y cuando no haya más criaturas que reflejen Su bondad, Su luz será
todavía más brillante. Acudan a Dios continuamente, importunamente,
confidentemente; “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las
peticiones de tu corazón”; “Encomienda a Jehová tu camino”, y que Él “te guíe
por Su consejo, y después te reciba en la gloria”.
Aquí está el primer
elemento del pacto; el segundo es semejante a este. Lo consideraremos en otro domingo.
Y ahora, que el Señor los despida con Su bendición. Amén.
Traductor: Allan Román
13/Agosto/2009