El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Garantizada
Seguridad en Cristo
NO.
908
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Yo sé a
quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para
aquel día”. 2 Timoteo 1: 12.
En el estilo de estas
palabras apostólicas hay una certeza sobremanera reanimante en esta época
entregada a la duda. En ciertos círculos de la sociedad es raro encontrarse hoy
en día con alguien que crea en algo. Lo filosófico, lo correcto, lo que está de
moda en nuestros días es dudar de todo lo que sea generalmente aceptado;
ciertamente quienes sostienen algún credo, del tipo que sea, son catalogados
por la escuela liberal como dogmáticos anticuados, como personas superficiales
de un intelecto deficiente y muy rezagadas con
respecto a su época. Los grandes hombres, los hombres de pensamiento, los
hombres de elevada cultura y de refinado gusto consideran que es sabio sospechar
de la revelación, y escarnecen cualquier solidez de creencia. Los condicionales
“si” y “pero”, los “tal vez” y los “por ventura” son el deleite supremo de esta
época. ¿Había de sorprendernos que los hombres encuentren que todo es incierto
cuando rehúsan someter sus intelectos a las declaraciones del Dios de la
verdad? Adviertan asombrados, entonces, la reanimante e incluso sorprendente
seguridad del apóstol: “Yo sé”, afirma él. Y eso no basta: Estoy seguro”, añade.
Habla como alguien que no puede tolerar ninguna duda. No hay ninguna duda
acerca de si ha creído o no. “Yo sé a quién he creído”. No hay ninguna
vacilación acerca de si tenía una razón para creerlo. “Estoy seguro que es
poderoso para guardar mi depósito”. No hay ningún titubeo respecto al futuro;
está tan seguro en relación a los años venideros como lo está en cuanto al momento
presente. “Es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. Ahora bien, la
certeza que es sólo un producto de la ignorancia y que no va acompañada de nada
parecido a la reflexión, resulta ser muy desagradable. Pero en el caso del
apóstol, su confianza no está cimentada en la ignorancia sino en el
conocimiento: “yo sé”, afirma él. Hay ciertas cosas de las que Pablo se ha
cerciorado y que sabe que son un hecho, y su confianza está basada en esas
verdades que han sido indagadas. Además, su confianza no era el fruto de la
irreflexión, pues agrega: “estoy seguro”, como si hubiese razonado el asunto y
hubiese sido persuadido a aceptarlo; como si hubiese meditado largamente al
respecto, y lo hubiese sopesado, y la fuerza de la verdad le hubiese convencido
plenamente de manera de quedar persuadido.
Cuando la certeza es el
resultado del conocimiento y de la meditación, se torna sublime, como sucedió
con el apóstol, y siendo sublime, se torna influyente; en este caso, debe de
haber influido ciertamente en el corazón de Timoteo y en las mentes de decenas
de miles de personas que han examinado esta epístola a lo largo de estos
diecinueve siglos. Alienta a los tímidos cuando ven que otros son preservados y
confirma a los indecisos cuando ven que otros permanecen firmes. Las palabras
del gran apóstol, que resuenan con sonido de trompeta esta mañana: “yo sé… y
estoy seguro”, no pueden sino ayudar a darnos ánimo a muchos de nosotros en nuestras
dificultades y ansiedades. Que el Espíritu Santo haga no sólo que admiremos la
fe de Pablo, sino que la imitemos y que alcancemos el mismo grado de confianza.
Algunos hablan confiadamente
porque no están seguros. ¡Cuán a menudo hemos observado que el alarde y las
bravatas son sólo las manifestaciones externas de una trepidación interior, son
sólo disimulos adoptados para tapar la cobardía! Tal como silba el colegial
para darse ánimo cuando atraviesa el camposanto ubicado junto a una iglesia,
así algunas personas hablan con mucha seguridad porque no están seguras, y
hacen una pomposa ostentación de fe porque desean corroborar la presunción de
que -como es su único consuelo- es sobremanera apreciada por ellas. Ahora bien,
en el caso del apóstol, cada sílaba que pronuncia tiene como base un peso
sumamente real de confianza que las más categóricas expresiones no podrían
exagerar. Sentado allí dentro del calabozo como prisionero por Cristo,
aborrecido por sus paisanos, despreciado por los doctos y ridiculizado por los
rudos, Pablo confrontó al mundo entero con una santa valentía que no conocía
ningún amilanamiento, con un valor que era producto de la profunda convicción
de su espíritu. Ustedes pueden tomar estas palabras y dar a cada una de ellas
todo el énfasis posible, pues son la expresión veraz de un espíritu enteramente
sincero y denodado. Que gozáramos nosotros también de una confianza así y que
la declaráramos con plena convicción, pues nuestro testimonio daría gloria a
Dios y llevaría consuelo a los demás.
Esta mañana, para instrucción
nuestra y conforme el Espíritu Santo nos ayude, vamos a considerar, primero, el encargo en cuestión: lo que Pablo
confió a Cristo; en segundo lugar, el
hecho que está más allá de toda duda, es decir, que Cristo fue poderoso
para guardarlo; en tercer lugar, la
seguridad de ese hecho, o cómo el apóstol fue capaz de decir: “yo sé… y
estoy persuadido”; y en cuarto lugar, la
influencia de esa seguridad cuando gobierna en el corazón.
I. Primero,
entonces, queridos amigos, hablemos unos cuantos minutos sobre EL ENCARGO EN
CUESTIÓN.
1. El
encargo fue, primero que nada, el depósito que hizo el apóstol de todos sus
intereses y preocupaciones en la mano de Dios en Cristo. Algunos han dicho
que Pablo hablaba aquí de su ministerio, pero hay muchas razones para concluir
que eso es un error. Una gran gama de expositores, a la cabeza de los cuales
mencionaremos a Calvino, piensan que el único tesoro que Pablo depositó en la
mano de Dios era su salvación eterna. Nosotros no dudamos de que eso
constituyera la más grande porción del invaluable depósito, pero pensamos
también que como el contexto no limita el sentido, no puede quedar restringido
o confinado a una sola cosa. Nos parece que todos los intereses temporales y
eternos del apóstol fueron depositados, mediante un acto de fe, en la mano de
Dios en Cristo Jesús.
El apóstol entregó su cuerpo al cuidado benevolente del
Señor. Pablo había sufrido mucho en
ese frágil tabernáculo. Naufragios, peligros, hambre, frío, desnudez, prisiones,
azotes con varas y lapidación habían empleado su furia contra él. Pablo
esperaba que no pasara mucho tiempo antes que su cuerpo mortal se volviera
presa de la crueldad de Nerón. Nadie hubiera podido decir qué le sucedería
entonces, si sería quemado vivo para iluminar los jardines de Nerón, o si sería
despedazado por las fieras para hacer una fiesta romana, o si se convertiría en
víctima de la espada del verdugo; pero independientemente de la forma en que
pudiese ser llamado a ofrecerse en sacrificio a Dios, Pablo entregó su cuerpo a
la custodia de Aquel que es la resurrección y la vida, estando completamente
persuadido de que resucitaría de nuevo en el día del advenimiento del Señor,
sin que su cuerpo sufriese ninguna pérdida debido a la tortura o al desmembramiento.
Pablo esperaba una dichosa resurrección, y no pedía ningún embalsamamiento
mejor para su cuerpo que el que el poder de Cristo le garantizaba.
El apóstol entregó a
Cristo en aquella hora su carácter y
reputación. Un ministro cristiano debe esperar perder su reputación entre los
hombres. Tiene que estar dispuesto a sufrir todo tipo de vituperios por causa
de Cristo. Pero, por otra parte, puede estar seguro de que no perderá nunca su
honor real si es arriesgado por la causa de la verdad y es colocado en la mano
del Redentor. El día declarará la excelencia de los rectos, pues revelará todo
lo que estaba oculto y sacará a la luz lo que estaba encubierto. Habrá una
resurrección de caracteres así como de personas. Cada reputación que haya sido
ensombrecida por las nubes del vituperio por causa de Cristo, se tornará gloriosa
cuando los justos resplandezcan como el sol en el reino de su Padre. “Que los
impíos digan lo que quieran de mí” -dijo el apóstol- “yo confío mi carácter al
Juez de vivos y muertos”.
De igual manera puso en
manos de Dios la obra de toda su vida.
Los hombres decían, sin duda, que Pablo había cometido un grave error. A los
sabios según el mundo Pablo debe de haberles parecido que estaba completamente
loco. ¡De haberse convertido en rabino cuánta eminencia le esperaba! Como
fariseo podría haber llevado una vida respetada y honrada entre sus paisanos. O
si hubiese preferido seguir las filosofías griegas, siendo un varón de tal
vigor mental, podría haber rivalizado con Sócrates o con Platón. Pero en lugar
de eso, prefirió unirse a un grupo de hombres comúnmente considerados como
fanáticos ignorantes que trastornaban el mundo. “¡Ah, bien!”, -dice Pablo- dejo
la recompensa y el fruto de mi vida enteramente a mi Señor, pues Él justificará
al final mi elección de servir bajo el estandarte de Su Hijo, y el universo
congregado sabrá que no fui un fanático equivocado que trabajó para una causa
sin sentido.
De igual manera el
apóstol consignó en las manos de Dios en Cristo su alma, sin importar cuál fuera el peligro que corriera por las
tentaciones que le rodeaban. Pablo sentíase seguro en las manos de la
grandiosa Fianza, prescindiendo de cuán grandes fueran las corrupciones que se
alojaban en su interior y los peligros que acechaban fuera. El apóstol
transfirió al Depositario divino todos sus poderes mentales, sus facultades, sus
pasiones, instintos, deseos y ambiciones. Él entregó su naturaleza entera al
Cristo de Dios para que la preservara en santidad a lo largo de toda su vida, y
el transcurso de su vida justificó con creces su fe.
Pablo entregó su alma para ser guardada a la hora de la
muerte, para que entonces fuera fortalecida, sustentada, consolada, sostenida
y guiada a través de las rutas ignotas, en su ascenso a través de lo misterioso
y lo inexplorado hasta el trono de Dios el Padre. Cedió su espíritu a Cristo
para ser presentado sin mancha ni arruga ni nada parecido en el último gran
día. Hizo, de hecho, un íntegro depósito de todo lo que era, de todo lo que
tenía y de todo lo que le concernía, para la custodia de Dios en Cristo, para
encontrar en su Dios un fiel guardián, un seguro defensor y un confiable
depositario.
Entonces este era el
encargo al que se refería el apóstol.
2. Pero
aunado a eso, el encargo en cuestión incluía
la habilidad del Señor para cumplir con esa custodia. El apóstol no dudaba
de que Cristo hubiese aceptado el oficio de depositario de aquello que le había
entregado. La duda no fue nunca respecto a la fidelidad de Cristo para lo que
le había confiado. El apóstol ni siquiera dice que confiaba que Jesús sería
fiel; consideraba que esa aseveración era superflua. No había ninguna duda
respecto a la disposición de Cristo para guardar el alma confiada a Él;
consideraba que era innecesario hacer una declaración en ese sentido. Pero la
pregunta que se hacían muchos era relativa al poder del Redentor que fue
crucificado de guardar lo que le había sido confiado. Oh, dijo el apóstol: ‘yo
sé y estoy seguro que es poderoso para hacer eso’. Observen, queridos amigos
míos, que la pregunta no es respecto al poder del apóstol para guardarse a sí
mismo; él no hace esa pregunta. Muchos de ustedes se han preocupado por saber
si son capaces de resistir la tentación; no necesitan debatir el tema; es claro
que aparte de Cristo ustedes son sumamente incapaces de perseverar hasta el
fin. Respondan a esa pregunta con una categórica negación de inmediato y no
vuelvan a hacerla nunca. La pregunta no era si el apóstol sería encontrado con
mérito en su propia justicia en el día del juicio, pues él había desechado
desde hacía tiempo esa justicia propia. Pablo no toca ese punto. La gran
pregunta es esta: “¿Es Jesús capaz de guardarme?” Apéguense a esto, hermanos
míos, y sus dudas y temores pronto desaparecerán. En relación a su propio poder
o mérito, escriban “desesperanza” de inmediato sobre su frente. Consideren a la
criatura como completamente muerta y corrupta, y por tanto apóyense sobre ese
brazo cuyos músculos nunca ceden, y descansen todo su peso sobre esa
omnipotencia que sostiene las columnas del universo. Allí está el punto;
aférrense a él y no perderán su gozo. Ustedes se han confiado a Cristo. La gran
pregunta ahora no es acerca de lo que ustedes
pueden hacer, sino acerca de lo que Jesús
es capaz de hacer, y pueden tener la seguridad de que Él es poderoso para
guardar lo que se le ha confiado.
3. El
apóstol hace avanzar nuestros pensamientos hasta un cierto período definido: la custodia del alma hasta lo que él llama
“aquel día”. Yo supongo que lo llama
“aquel día” porque era el día más ardientemente esperado por los cristianos y
el día del que más se hablaba. Hablar de la venida de Cristo y de sus
resultados era un tópico tan usual de conversación que el apóstol no dice: “el
advenimiento”, sino que dice simplemente “aquel día”. Aquel día con el que los
creyentes están más familiarizados que con cualquier otro día. Aquel día, el
día de la muerte si así lo quieren, cuando el alma se presente delante de su
Dios. El día del juicio, si les parece, aquel día cuando se abran los libros y
sea leído su contenido. Aquel día, la terminación de todo, el sellado del
destino, la manifestación de la suerte eterna de cada uno de nosotros. Aquel
día por el que todos los demás días fueron hechos. Cristo Jesús es poderoso
para guardarnos contra aquel día. Es decir, Él es capaz de ubicarnos entonces a
la diestra de Dios, de colocar nuestros pies sobre la roca cuando otros se hundan
en el abismo sin fondo; de coronarnos cuando otros sean maldecidos; de
embelesarnos en el paraíso cuando los pecadores sean arrojados en el infierno.
Este es el tema a
considerar: ¿puede el Grandioso Pastor de las almas preservar a su rebaño? ¡Ah,
hermanos!, si no han explorado nunca esa pregunta, no me sorprendería que
tuvieran que hacerlo. Cuando están muy abatidos y están débiles, y el corazón y
la carne están flaqueando, cuando la enfermedad los lleva al borde de la tumba
y vislumbran la eternidad, esta pregunta puede ocurrírsele a cualquier persona
reflexiva: ¿es válida mi confianza en el Cristo de Dios? ¿Será Él capaz, en el
artículo de muerte, cuando mi espíritu se estremezca al ser desvestido, será Él
capaz entonces de ayudarme? Y en la hora más terrible cuando el sonido de la
trompeta despierte a los muertos, ¿encontraré yo, en verdad, que
II. Es
una feliz circunstancia que podamos pasar a nuestro segundo punto, para
reflexionar por un momento en EL HECHO QUE ESTÁ MÁS ALLÁ DE TODA DUDA, es decir,
que Dios en Cristo es poderoso para guardar lo que hemos depositado en Él.
La confianza del apóstol
era que Cristo es un depositario capaz. Entonces Pablo quiso decir, primero,
que Jesús es capaz de guardar el alma de
caer en el pecado condenatorio. Yo supongo que este es uno de los mayores
temores que pudiera turbar jamás al verdadero creyente. ¿Acaso no han orado
nunca pidiendo morir antes que apartarse de Cristo? Yo lo he hecho, y en mi
alma he cantado amargamente aquel verso:
“¡Ah, Señor! Con un corazón como el mío,
A menos que Tú me sostengas firmemente,
Siento que voy a declinar y que lo haré,
Y que me voy a apartar de Ti al final”.
Ahora, cristiano turbado,
recuerda que tu Señor es poderoso para guardarte bajo toda posible forma de
tentación. Ah, dices tú, el apóstol Pablo no tenía las tribulaciones que yo
tengo. Yo creo que las tenía; pero aun si no las hubiese tenido, Jesús las
experimentó; y Cristo tiene la habilidad de guardarte frente a ellas. ¿Escucho
que alguien dice: “yo soy el único en mi casa que ha sido llamado por la
gracia, y todos los demás se oponen a mí; soy un ser solitario en la casa de mi
padre”? Pues bien, Pablo se encontraba precisamente en tu condición. Él era un
hebreo de hebreos, y era visto por su gente con el odio más extremo porque
había salido de entre ellos para seguir al Crucificado. Con todo, Pablo sentía
que Dios era poderoso para guardarlo, y tú puedes estar seguro de que aunque tu
padre y tu madre te abandonaran, y tus hermanos y tus hermanas se burlaran,
Aquel en quien tú confías te guardará firme en la fe. “Ah” –dice otro- “pero tú
no sabes en qué consiste esforzarse contra los prejuicios de una educación
hostil a la fe en Jesús; cuando busco crecer en la gracia, las cosas que
aprendí en mi niñez se interponen con violencia y me sirven de obstáculo”. ¿Y
acaso no se encontraba el apóstol en el mismo caso? En lo tocante a la ley, él
había sido un fariseo, educado en la más rigurosa secta, instruido en las
tradiciones que eran opuestas a la fe de Cristo, y, sin embargo, el Señor lo
guardó fiel hasta el final. Ninguno de sus viejos prejuicios fue capaz siquiera
de ensombrecer la simplicidad del Evangelio de Cristo. Dios es poderoso para
guardarte a ti también, a pesar de tus prejuicios preexistentes. “Ah” –dice
uno- “pero yo soy víctima de muchos pensamientos escépticos. Con frecuencia sufro
de dudas del orden más sutil”. ¿Piensas tú que el apóstol nunca conoció esa
tribulación? Él no desconocía la filosofía griega, que consistía en un manojo
de preguntas y de escepticismos. Él debe de haber experimentado esas
tentaciones que son comunes a las mentes reflexivas; y con todo, dijo: “estoy
seguro que es poderoso para guardar mi depósito”; créeme, entonces, que el
Señor Jesús es igualmente poderoso para guardarte. “Sí” –dice otro- “pero yo
tengo muchas tentaciones en el mundo. Si no fuera cristiano, prosperaría mucho
más. Tengo oportunidades ahora ante mí por medio de las cuales yo podría
obtener pronto alguna holgura económica, y tal vez hasta riqueza, si no fuera entorpecido
por mi conciencia”. No te olvides que el apóstol se encontraba en un caso
semejante. ¿Qué no habría podido tener él? Un hombre de su condición en la vida
–siendo su nacimiento y su abolengo absolutamente ventajosos- un hombre de sus
poderes mentales y de su gran energía habría podido ocupar cualquier posición
atractiva; pero cuantas cosas eran para él ganancia, las estimaba como pérdidas
por amor de Cristo; y estaba dispuesto a ser menos que nada porque el poder de
la gracia divina lo mantenía fiel a su profesión. Pero tú me dices que eres muy
pobre y que la pobreza es una prueba muy severa. Hermano, tú no eres tan pobre
como Pablo. Yo supongo que unas cuantas agujas para la fabricación de sus
tiendas, un viejo capote y unos cuantos pergaminos constituían toda su riqueza.
Este apóstol era un varón sin un hogar, un hombre sin un solo palmo de tierra
que pudiera considerar suyo; pero la pobreza y la carencia no podían someterlo.
Cristo era poderoso para guardarlo incluso entonces. “Ah” –dices tú- “pero él
no tenía mis violentas pasiones y corrupciones”. Muy ciertamente las tenía
todas, pues lo oímos exclamar: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta
ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la
ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de
mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Pablo fue tentado
tal como lo eres tú, sin embargo, él sabía que Cristo era poderoso para
guardarlo. Oh trémulo cristiano, nunca dudes de este hecho que reanima el alma:
que tu amoroso Salvador es poderoso para guardarte.
Pero el apóstol no
confiaba meramente en que Cristo lo guardaría de esta manera del pecado, sino
que confiaba en que el mismo brazo lo preservaría de caer en la desesperación. Pablo estaba luchando siempre contra el mundo.
Hubo épocas cuando no contó con ningún ayudador. Los hermanos a menudo
resultaron ser falsos, y los que fueron fieles eran frecuentemente tímidos. Se
encontró en el mundo como una solitaria oveja rodeada de lobos. Pero Pablo no
era pusilánime. Él tenía sus temores, pues era mortal, pero se sobreponía a
ellos, pues era sostenido divinamente. ¡Qué postura mantenía siempre! Nerón
podía erguirse delante de él -un horrible monstruo para que un hombre ni
siquiera soñara con él- pero el valor de Pablo no cede. Una turba judía puede
rodearlo y pueden arrastrarlo fuera de la ciudad, pero la mente de Pablo
permanece tranquila y serena. Pueden ponerlo en el cepo después de azotarlo,
pero su corazón encuentra un desahogo apropiado en un himno en vez de un
gemido; él es siempre valiente, siempre invencible, confiado en la victoria. Él
creía que Dios lo guardaría, y fue guardado. Y tú, hermano mío, hermana mía,
aunque tu vida pudiera ser un conflicto muy severo y pienses algunas veces que
vas a renunciar a él en desesperación, no vas a retirarte nunca del sagrado
conflicto. Él que te ha sacado adelante hasta este día te llevará hasta el fin,
y te hará más que vencedor, pues Él es poderoso para protegerte del desfallecimiento
y de la desesperación.
El apóstol quería decir
también, indudablemente, que Cristo era poderoso para guardarlo del poder de la muerte. Amados, este es
un gran consuelo para los que vamos a morir pronto. Para el apóstol la muerte
era algo muy presente. “Cada día muero”, dijo él. Sin embargo, estaba muy
convencido de que la muerte sería ganancia más bien que pérdida para él, pues
estaba seguro de que Cristo ordenaría de tal manera todas las cosas que la muerte
sólo sería como un ángel que lo admitiría a la vida eterna. Estén seguros de
esto también, pues Aquel que es la resurrección y la vida no los abandonará.
Hermanos y hermanas míos, no se hundan en la servidumbre por culpa del miedo a
la muerte, pues el Salvador viviente es poderoso para guardarlos, y lo hará.
Les ruego que no pongan tanto su mirada en los dolores y en los gemidos y en la
lucha de la agonía; miren más bien a ese benigno Amigo, quien, habiendo
soportado las agonías de la muerte antes que ustedes, puede identificarse con
sus sufrimientos, y quien, puesto que vive para siempre, puede proporcionarles
la ayuda disponible. Echen sus cuidados sobre Él, y no le tengan más miedo a
morir que ir a la cama cuando llega la noche.
El apóstol está seguro
también de que Cristo es poderoso para preservar su alma en el otro mundo. Poco es revelado en
Finalmente, Pablo creía que
Cristo era poderoso para preservar su
cuerpo. Recuerden mi declaración que Pablo confió a Dios, en Cristo, todo
lo que era y todo lo que tenía. Nosotros no debemos menospreciar este cuerpo;
es el embrión del cuerpo en el que hemos de morar sempiternamente; será resucitado
de la corrupción a la incorrupción, pero será el mismo cuerpo. Desarrollado
desde la debilidad hasta el poder, desde la deshonra hasta la gloria, no pierde
nunca su identidad. El portento de la resurrección no dejará de cumplirse.
Pudiera parecer que es algo imposible que el cuerpo que se ha podrido en la
tumba, y, que tal vez ha sido esparcido en el polvo sobre la faz de la tierra, o
que ha sido absorbido por la vegetación, o que ha sido digerido por animales, o
que ha pasado a través de incontables ciclos de transformaciones, sea
resucitado de nuevo; con todo, por imposible que parezca, el Señor Jesucristo
lo realizará. Tiene que ser tan fácil reconstruir una segunda vez como crear a
partir de la nada la primera vez. Miren a la creación, y vean que nada es
imposible para Dios. Piensen en
III. En
tercer lugar, proseguiremos a considerar
“No puedo hablar así”,
-dice alguien- “yo no puedo decir: ‘yo sé… y estoy seguro’; estoy muy
agradecido porque puedo decir: ‘espero, confío, pienso’”. Queridos amigos, con
el objeto de ayudarles a avanzar, notaremos cómo el apóstol Pablo alcanzó tal
seguridad. Tal como se advierte en este texto, una importante ayuda para él era
su hábito de hacer siempre de la fe el
punto más prominente de consideración. La fe es mencionada dos veces en las
pocas líneas que estamos analizando. “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. Pablo sabía
lo que era la fe, es decir, una entrega de sus cosas valiosas a la custodia de
Cristo. Él no dice: “he servido a Cristo”. No; no dice: “estoy creciendo a
semejanza de Cristo, por tanto, estoy seguro que seré guardado”. No; él resalta
de manera muy prominente en su pensamiento el hecho de que había creído, y,
entonces, que había depositado su propia persona en Cristo. Dios quiera,
queridos amigos, que ustedes que están sujetos a dudas y temores, en vez de
escarbar en sus corazones para encontrar evidencias y señales de crecimiento en
la gracia y en la semejanza de Cristo, y así sucesivamente, quieran hacer
primero una investigación concerniente a un punto que es mucho más vital, es
decir: ¿han creído ustedes? Querido corazón ansioso, comienza tu búsqueda en
este punto. ¿Te confías a Cristo? Si te confías a Él, aunque las señales sean
escasas y las evidencias sean oscuras por un tiempo, el que cree en Él tiene
vida eterna; el que cree y es bautizado será salvo. Las evidencias vendrán, las
señales serán aclaradas a su debido tiempo, pero todas las señales y las
evidencias entre aquí y el cielo no valen ni un solo centavo para un alma
cuando llega al conflicto real con la muerte y el infierno. Entonces, ha de ser
la fe simple la que salga plenamente triunfante. Esas otras cosas son lo
suficientemente buenas en tiempos mejores; pero si se trata de saber si estás
seguro o no, tienes que llegar a esto: “He confiado con todo mi corazón en
Aquel que vino a este mundo para salvar a los pecadores, y aunque yo fuera el
primero de los pecadores, yo creo que Él es poderoso para salvarme”. Ustedes
alcanzarán la seguridad si tienen claridad con respecto a su fe.
La siguiente ayuda para
alcanzar la seguridad, según lo deduzco del texto, es esta: el apóstol sostenía
de manera sobremanera clara su visión de
un Cristo personal. Observen cómo mencionó tres veces a su Señor. “Yo sé a
quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel
día”. No dice: “conozco las doctrinas que creo”. Seguramente lo hacía, pero eso
no era lo más importante. No dice: “Estoy seguro respecto a la forma de las
sanas palabras que sostengo”. Estaba lo suficientemente seguro respecto a eso,
pero eso no constituía su fundamento. Ninguna simple doctrina puede ser jamás
el sostén del alma. ¿Qué puede hacer un dogma? ¿Qué puede hacer un credo?
Hermanos, esas cosas son como las medicinas, que necesitan de una mano que las
suministre; necesitan de un médico que las recete; de otra manera podrían morir
con todas esas valiosas medicinas a la mano. Necesitan una persona en quien
confiar. No hay ningún cristianismo tan vital -según lo entiendo- tan
influyente, tan verdadero, tan real, como el cristianismo que trata con la
persona del Redentor viviente. Yo lo conozco, yo sé que Él es Dios, yo sé que
Él es mío; yo no confío meramente en Su enseñanza sino en Él mismo; no dependo
tanto de Sus leyes, reglas, o enseñanzas como de Él mismo como persona.
Amado hermano, ¿es eso
lo que estás haciendo ahora? ¿Has entregado tu alma en depósito a ese bendito
varón que es Dios también, y que está sentado a la diestra del Padre? ¿Puedes
venir en fe a Sus pies, y besar las huellas de los clavos, y luego puedes mirar
Su amado rostro y decir: “Ah, Hijo de Dios, yo confío en el poder de Tu brazo,
en la preciosidad de Tu sangre, en el amor de Tu corazón, en la prevalencia de
Tu intercesión, en la certidumbre de Tu promesa, en la inmutabilidad de Tu
carácter, yo confío en Ti y sólo en Ti”? Tú obtendrás esa seguridad sin
problemas ahora. Pero si comienzas a desaprovechar tu comprensión real de la
persona de Cristo y vives meramente de dogmas y doctrinas, estarás muy alejado
de la seguridad real.
Además, hermanos, el
apóstol alcanzó esta plena seguridad a través de un creciente conocimiento. No dijo: “estoy seguro de que Cristo
me salvará independientemente de lo que sepa respecto a Él”, sino que comienza
diciendo: “yo sé”. Que ningún cristiano entre nosotros descuide los medios
provistos para obtener un conocimiento más pleno del Evangelio de Cristo. Yo
quisiera que esta época produjera cristianos más reflexivos y estudiosos. Me
temo que fuera de lo que muchos de ustedes pudieran recordar del sermón, o de
la lectura de las Escrituras en público, no aprenden mucho de la palabra de
Dios ni de esos innumerables libros instructivos que hombres piadosos nos han
legado. Los hombres se dedican al estudio en diversas escuelas y universidades
con el objeto de obtener un conocimiento de los clásicos y de las matemáticas,
pero ¿no deberíamos ser aun más diligentes para poder conocer a Cristo, poder
estudiarlo a Él y todo lo concerniente a Él, y no seguir siendo niños, sino que
podamos ser hombres maduros en el conocimiento? Muchos de los temores de los cristianos
serían ahuyentados si supieran más. La ignorancia no es ninguna bienaventuranza
en el cristianismo, sino una desdicha; y el conocimiento santificado y
acompañado de la presencia del Espíritu Santo, es como unas alas gracias a las
cuales podemos remontarnos por encima de las brumas y las tinieblas y
adentrarnos en la luz de la plena seguridad. El conocimiento de Cristo es la
más excelente de las ciencias; procura ser maestro en eso, y estarás en camino
a la plena seguridad.
Además, según se desprende
del texto, el apóstol adquirió su seguridad por un examen atento así como por el conocimiento. “Yo sé… y estoy
seguro”. Como ya he dicho, la persuasión es el resultado de un argumento. El
apóstol había meditado sobre este asunto; había meditado sobre los pros y los contras; había sopesado cuidadosamente cada dificultad, y sentía la
fuerza preponderante de la verdad que limpiaba el camino de toda dificultad. Oh,
cristiano, si bajo la guía del Espíritu Santo familiarizaras más tu mente con
la verdad divina, tendrías una mayor seguridad. Yo creo que la doctrina que
presenta mayores dificultades para nuestra mente es aquella que hemos estudiado
menos en
IV. Ahora,
para concluir, ¿cuál es
Puesto que mi tiempo se
agota, sólo diré que, como en el caso del apóstol, nos capacita para resistir
todo el oprobio que pudiéramos encontrar por servir al Señor. Decían que Pablo
era un necio. “Bien” –replicaba el apóstol- “no me avergüenzo, porque yo sé a
quién he creído; y estoy dispuesto a ser considerado un necio”. Los impíos
pueden reírse de nosotros ahora, pero su risa acabará pronto, y el que gana por
siempre es quien reirá al final. Siéntanse perfectamente confiados de que todo
está seguro, y pueden permitir que el mundo se ría de ustedes hasta que su faz
le duela. ¿Qué importa lo que piensen los mortales? ¿Qué significa lo que el
universo entero piense si Dios ama a nuestras almas? Queridos amigos míos,
cuando vivan en la plena seguridad del amor de Dios se volverán muy
indiferentes a las opiniones de los seres carnales. Andarán por ahí cumpliendo
con su servicio celestial con la mira puesta únicamente en la voluntad de su
Señor, y el juicio de los que se oponen y censuran les parecerá indigno de la
menor consideración. Si dudan y tienen miedo, será muy difícil que lo logren;
pero si están serenamente confiados en que Él es poderoso para guardarlos, se
atreverán a arrostrar lo más reñido de la refriega sin temor, ya que su
armadura es lo suficientemente sólida para resistir. La seguridad les proporcionará
una serenidad interior que los habilitará para prestar más servicio. Una
persona que siempre está preocupándose por la salvación de su propia alma,
tiene pocas energías para servir a su Señor. Pero cuando el alma conoce el
significado de las palabras de Cristo: “Consumado es”, vuelca toda su fuerza en
los canales de servicio por amor a ese Salvador tan bendito. Oh, ustedes que
dudan, y que por tanto, se inquietan y se preocupan y hacen la pregunta: “¿Amo
al Señor o no? ¿Soy Suyo o no lo soy?”, cómo desearía que este suspenso
concluyera para ustedes. Oh, ustedes, que temen diariamente que después de todo
pudieran ser desechados, ustedes pierden su fuerza para servir a su Dios.
Cuando están seguros de que Él es poderoso para guardar lo que han depositado
en Él, entonces su humanidad entera, motivada por la gratitud, se gasta y es
gastada en la causa de su Señor. Que Dios los haga hombres con plenitud de
vigor, dándoles plenitud de seguridad.
Aquellos que no son
salvos en este lugar muy bien pudieran envidiar a quienes lo son. Lo que me
atrajo a Cristo –no me he enterado de otros que hubieran sido traídos de esa
manera, pero a mí esto me trajo a Cristo principalmente- fue la doctrina de la
seguridad de los santos. Me enamoré del Evangelio a través de esa verdad.
¡Cómo!, pensé, ¿están seguros aquellos que confían en Jesús? ¿No perecerán
jamás y nadie los arrebatará de la mano de Cristo? Todo el mundo valora la
seguridad. Uno no aseguraría su vida si pensara que hay duda respecto a la
seguridad de la compañía aseguradora. Sintiendo que había perfecta seguridad si
yo me entregaba al Redentor, así lo hice, y no lamento hasta este día haber
entregado mi alma a Él. Jóvenes, no pueden hacer nada mejor en las etapas
iniciales de su vida que confiar su futuro al Señor Jesús. Muchos niños en casa
aparentan ser muy excelentes, muchos adolescentes antes de abandonar la casa de
su padre son amigables y de carácter encomiable; pero este es un mundo rudo, y
pronto arruina las gracias que han sido nutridas al abrigo de la vida hogareña.
Unos muchachos buenos a menudo se convierten en hombres malos; y muchachas que
eran muy amables y puras en el hogar se ha sabido que se volvieron mujeres muy
perversas. Oh hijos, sus caracteres estarán seguros si los confían a Jesús. Yo
no digo que serán ricos si confían en Cristo, ni digo que prosperarán a la
manera de los hombres, pero lo que digo es que serán felices en verdad, en el
mejor sentido de esa palabra, y que su santidad será preservada por haberse
confiado a Jesús. Yo oro pidiendo que sean conducidos a desear entregarse a
Dios, especialmente cualquiera de ustedes que esté a punto de abandonar la casa
paterna, o que esté estableciendo algún negocio por cuenta propia. ¡Este primer
domingo del año nuevo es un tiempo muy apropiado para comenzar rectamente! Oh,
que el Espíritu Santo susurre suavemente a sus oídos algunas razones que los
persuadan a entregarse a Cristo. Yo les digo de nuevo: mi testimonio es que no
pueden hacer una cosa más sabia o mejor. ¡Oh, yo desearía que ustedes
conocieran la felicidad que ha conocido mi alma al descansar en mi Señor! Yo no
dejaría de ser un cristiano aun si a cambio de ello pudiera ser convertido en
un rey o en un ángel. Ningún carácter puede ser para mí tan apropiado o tan
feliz como el de alguien que depende humildemente del amor fiel de mi Señor
redentor. ¡Oh, vengan y confíen en Él, amados y jóvenes amigos! Ustedes que son
mayores, ¿necesitan que les hable cuando ya se están acercando tanto a la
tumba? Ustedes están sin Cristo ahora, ¿cuán pronto podrían estar en el
infierno? Ustedes que son más jóvenes, yo les digo que atrapen esta hora
pasajera, y que este sea el día del cual canten en años posteriores:
“¡Está hecha! La gran transacción ha sido hecha;
Yo soy de mi Señor, y Él es mío;
Él me atrajo, y yo le seguí,
Encantado de confesar la voz divina.
El alto cielo, que oyó el solemne voto,
Ese voto renovado habrá de oír cada día,
Hasta que me postre en la última hora de la vida,
Y bendiga en la muerte un lazo tan querido”.
Porción de
Traductor: Allan Román
9/Enero/2013
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