El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Garantizada Seguridad en Cristo

NO. 908

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 2 DE ENERO DE 1870

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. 2 Timoteo 1: 12.

 

En el estilo de estas palabras apostólicas hay una certeza sobremanera reanimante en esta época entregada a la duda. En ciertos círculos de la sociedad es raro encontrarse hoy en día con alguien que crea en algo. Lo filosófico, lo correcto, lo que está de moda en nuestros días es dudar de todo lo que sea generalmente aceptado; ciertamente quienes sostienen algún credo, del tipo que sea, son catalogados por la escuela liberal como dogmáticos anticuados, como personas superficiales de un intelecto deficiente y muy rezagadas con respecto a su época. Los grandes hombres, los hombres de pensamiento, los hombres de elevada cultura y de refinado gusto consideran que es sabio sospechar de la revelación, y escarnecen cualquier solidez de creencia. Los condicionales “si” y “pero”, los “tal vez” y los “por ventura” son el deleite supremo de esta época. ¿Había de sorprendernos que los hombres encuentren que todo es incierto cuando rehúsan someter sus intelectos a las declaraciones del Dios de la verdad? Adviertan asombrados, entonces, la reanimante e incluso sorprendente seguridad del apóstol: “Yo sé”, afirma él. Y eso no basta: Estoy seguro”, añade. Habla como alguien que no puede tolerar ninguna duda. No hay ninguna duda acerca de si ha creído o no. “Yo sé a quién he creído”. No hay ninguna vacilación acerca de si tenía una razón para creerlo. “Estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito”. No hay ningún titubeo respecto al futuro; está tan seguro en relación a los años venideros como lo está en cuanto al momento presente. “Es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. Ahora bien, la certeza que es sólo un producto de la ignorancia y que no va acompañada de nada parecido a la reflexión, resulta ser muy desagradable. Pero en el caso del apóstol, su confianza no está cimentada en la ignorancia sino en el conocimiento: “yo sé”, afirma él. Hay ciertas cosas de las que Pablo se ha cerciorado y que sabe que son un hecho, y su confianza está basada en esas verdades que han sido indagadas. Además, su confianza no era el fruto de la irreflexión, pues agrega: “estoy seguro”, como si hubiese razonado el asunto y hubiese sido persuadido a aceptarlo; como si hubiese meditado largamente al respecto, y lo hubiese sopesado, y la fuerza de la verdad le hubiese convencido plenamente de manera de quedar persuadido.

 

Cuando la certeza es el resultado del conocimiento y de la meditación, se torna sublime, como sucedió con el apóstol, y siendo sublime, se torna influyente; en este caso, debe de haber influido ciertamente en el corazón de Timoteo y en las mentes de decenas de miles de personas que han examinado esta epístola a lo largo de estos diecinueve siglos. Alienta a los tímidos cuando ven que otros son preservados y confirma a los indecisos cuando ven que otros permanecen firmes. Las palabras del gran apóstol, que resuenan con sonido de trompeta esta mañana: “yo sé… y estoy seguro”, no pueden sino ayudar a darnos ánimo a muchos de nosotros en nuestras dificultades y ansiedades. Que el Espíritu Santo haga no sólo que admiremos la fe de Pablo, sino que la imitemos y que alcancemos el mismo grado de confianza.

 

Algunos hablan confiadamente porque no están seguros. ¡Cuán a menudo hemos observado que el alarde y las bravatas son sólo las manifestaciones externas de una trepidación interior, son sólo disimulos adoptados para tapar la cobardía! Tal como silba el colegial para darse ánimo cuando atraviesa el camposanto ubicado junto a una iglesia, así algunas personas hablan con mucha seguridad porque no están seguras, y hacen una pomposa ostentación de fe porque desean corroborar la presunción de que -como es su único consuelo- es sobremanera apreciada por ellas. Ahora bien, en el caso del apóstol, cada sílaba que pronuncia tiene como base un peso sumamente real de confianza que las más categóricas expresiones no podrían exagerar. Sentado allí dentro del calabozo como prisionero por Cristo, aborrecido por sus paisanos, despreciado por los doctos y ridiculizado por los rudos, Pablo confrontó al mundo entero con una santa valentía que no conocía ningún amilanamiento, con un valor que era producto de la profunda convicción de su espíritu. Ustedes pueden tomar estas palabras y dar a cada una de ellas todo el énfasis posible, pues son la expresión veraz de un espíritu enteramente sincero y denodado. Que gozáramos nosotros también de una confianza así y que la declaráramos con plena convicción, pues nuestro testimonio daría gloria a Dios y llevaría consuelo a los demás.

 

Esta mañana, para instrucción nuestra y conforme el Espíritu Santo nos ayude, vamos a considerar, primero, el encargo en cuestión: lo que Pablo confió a Cristo; en segundo lugar, el hecho que está más allá de toda duda, es decir, que Cristo fue poderoso para guardarlo; en tercer lugar, la seguridad de ese hecho, o cómo el apóstol fue capaz de decir: “yo sé… y estoy persuadido”; y en cuarto lugar, la influencia de esa seguridad cuando gobierna en el corazón.

 

I.   Primero, entonces, queridos amigos, hablemos unos cuantos minutos sobre EL ENCARGO EN CUESTIÓN.

 

1.   El encargo fue, primero que nada, el depósito que hizo el apóstol de todos sus intereses y preocupaciones en la mano de Dios en Cristo. Algunos han dicho que Pablo hablaba aquí de su ministerio, pero hay muchas razones para concluir que eso es un error. Una gran gama de expositores, a la cabeza de los cuales mencionaremos a Calvino, piensan que el único tesoro que Pablo depositó en la mano de Dios era su salvación eterna. Nosotros no dudamos de que eso constituyera la más grande porción del invaluable depósito, pero pensamos también que como el contexto no limita el sentido, no puede quedar restringido o confinado a una sola cosa. Nos parece que todos los intereses temporales y eternos del apóstol fueron depositados, mediante un acto de fe, en la mano de Dios en Cristo Jesús.

 

El apóstol entregó su cuerpo al cuidado benevolente del Señor. Pablo había sufrido mucho en ese frágil tabernáculo. Naufragios, peligros, hambre, frío, desnudez, prisiones, azotes con varas y lapidación habían empleado su furia contra él. Pablo esperaba que no pasara mucho tiempo antes que su cuerpo mortal se volviera presa de la crueldad de Nerón. Nadie hubiera podido decir qué le sucedería entonces, si sería quemado vivo para iluminar los jardines de Nerón, o si sería despedazado por las fieras para hacer una fiesta romana, o si se convertiría en víctima de la espada del verdugo; pero independientemente de la forma en que pudiese ser llamado a ofrecerse en sacrificio a Dios, Pablo entregó su cuerpo a la custodia de Aquel que es la resurrección y la vida, estando completamente persuadido de que resucitaría de nuevo en el día del advenimiento del Señor, sin que su cuerpo sufriese ninguna pérdida debido a la tortura o al desmembramiento. Pablo esperaba una dichosa resurrección, y no pedía ningún embalsamamiento mejor para su cuerpo que el que el poder de Cristo le garantizaba.

 

El apóstol entregó a Cristo en aquella hora su carácter y reputación. Un ministro cristiano debe esperar perder su reputación entre los hombres. Tiene que estar dispuesto a sufrir todo tipo de vituperios por causa de Cristo. Pero, por otra parte, puede estar seguro de que no perderá nunca su honor real si es arriesgado por la causa de la verdad y es colocado en la mano del Redentor. El día declarará la excelencia de los rectos, pues revelará todo lo que estaba oculto y sacará a la luz lo que estaba encubierto. Habrá una resurrección de caracteres así como de personas. Cada reputación que haya sido ensombrecida por las nubes del vituperio por causa de Cristo, se tornará gloriosa cuando los justos resplandezcan como el sol en el reino de su Padre. “Que los impíos digan lo que quieran de mí” -dijo el apóstol- “yo confío mi carácter al Juez de vivos y muertos”.

 

De igual manera puso en manos de Dios la obra de toda su vida. Los hombres decían, sin duda, que Pablo había cometido un grave error. A los sabios según el mundo Pablo debe de haberles parecido que estaba completamente loco. ¡De haberse convertido en rabino cuánta eminencia le esperaba! Como fariseo podría haber llevado una vida respetada y honrada entre sus paisanos. O si hubiese preferido seguir las filosofías griegas, siendo un varón de tal vigor mental, podría haber rivalizado con Sócrates o con Platón. Pero en lugar de eso, prefirió unirse a un grupo de hombres comúnmente considerados como fanáticos ignorantes que trastornaban el mundo. “¡Ah, bien!”, -dice Pablo- dejo la recompensa y el fruto de mi vida enteramente a mi Señor, pues Él justificará al final mi elección de servir bajo el estandarte de Su Hijo, y el universo congregado sabrá que no fui un fanático equivocado que trabajó para una causa sin sentido.

 

De igual manera el apóstol consignó en las manos de Dios en Cristo su alma, sin importar cuál fuera el peligro que corriera por las tentaciones que le rodeaban. Pablo sentíase seguro en las manos de la grandiosa Fianza, prescindiendo de cuán grandes fueran las corrupciones que se alojaban en su interior y los peligros que acechaban fuera. El apóstol transfirió al Depositario divino todos sus poderes mentales, sus facultades, sus pasiones, instintos, deseos y ambiciones. Él entregó su naturaleza entera al Cristo de Dios para que la preservara en santidad a lo largo de toda su vida, y el transcurso de su vida justificó con creces su fe.

 

Pablo entregó su alma para ser guardada a la hora de la muerte, para que entonces fuera fortalecida, sustentada, consolada, sostenida y guiada a través de las rutas ignotas, en su ascenso a través de lo misterioso y lo inexplorado hasta el trono de Dios el Padre. Cedió su espíritu a Cristo para ser presentado sin mancha ni arruga ni nada parecido en el último gran día. Hizo, de hecho, un íntegro depósito de todo lo que era, de todo lo que tenía y de todo lo que le concernía, para la custodia de Dios en Cristo, para encontrar en su Dios un fiel guardián, un seguro defensor y un confiable depositario.

 

Entonces este era el encargo al que se refería el apóstol.

 

2.   Pero aunado a eso, el encargo en cuestión incluía la habilidad del Señor para cumplir con esa custodia. El apóstol no dudaba de que Cristo hubiese aceptado el oficio de depositario de aquello que le había entregado. La duda no fue nunca respecto a la fidelidad de Cristo para lo que le había confiado. El apóstol ni siquiera dice que confiaba que Jesús sería fiel; consideraba que esa aseveración era superflua. No había ninguna duda respecto a la disposición de Cristo para guardar el alma confiada a Él; consideraba que era innecesario hacer una declaración en ese sentido. Pero la pregunta que se hacían muchos era relativa al poder del Redentor que fue crucificado de guardar lo que le había sido confiado. Oh, dijo el apóstol: ‘yo sé y estoy seguro que es poderoso para hacer eso’. Observen, queridos amigos míos, que la pregunta no es respecto al poder del apóstol para guardarse a sí mismo; él no hace esa pregunta. Muchos de ustedes se han preocupado por saber si son capaces de resistir la tentación; no necesitan debatir el tema; es claro que aparte de Cristo ustedes son sumamente incapaces de perseverar hasta el fin. Respondan a esa pregunta con una categórica negación de inmediato y no vuelvan a hacerla nunca. La pregunta no era si el apóstol sería encontrado con mérito en su propia justicia en el día del juicio, pues él había desechado desde hacía tiempo esa justicia propia. Pablo no toca ese punto. La gran pregunta es esta: “¿Es Jesús capaz de guardarme?” Apéguense a esto, hermanos míos, y sus dudas y temores pronto desaparecerán. En relación a su propio poder o mérito, escriban “desesperanza” de inmediato sobre su frente. Consideren a la criatura como completamente muerta y corrupta, y por tanto apóyense sobre ese brazo cuyos músculos nunca ceden, y descansen todo su peso sobre esa omnipotencia que sostiene las columnas del universo. Allí está el punto; aférrense a él y no perderán su gozo. Ustedes se han confiado a Cristo. La gran pregunta ahora no es acerca de lo que ustedes pueden hacer, sino acerca de lo que Jesús es capaz de hacer, y pueden tener la seguridad de que Él es poderoso para guardar lo que se le ha confiado.

 

3.   El apóstol hace avanzar nuestros pensamientos hasta un cierto período definido: la custodia del alma hasta lo que él llama “aquel día”. Yo supongo que lo llama “aquel día” porque era el día más ardientemente esperado por los cristianos y el día del que más se hablaba. Hablar de la venida de Cristo y de sus resultados era un tópico tan usual de conversación que el apóstol no dice: “el advenimiento”, sino que dice simplemente “aquel día”. Aquel día con el que los creyentes están más familiarizados que con cualquier otro día. Aquel día, el día de la muerte si así lo quieren, cuando el alma se presente delante de su Dios. El día del juicio, si les parece, aquel día cuando se abran los libros y sea leído su contenido. Aquel día, la terminación de todo, el sellado del destino, la manifestación de la suerte eterna de cada uno de nosotros. Aquel día por el que todos los demás días fueron hechos. Cristo Jesús es poderoso para guardarnos contra aquel día. Es decir, Él es capaz de ubicarnos entonces a la diestra de Dios, de colocar nuestros pies sobre la roca cuando otros se hundan en el abismo sin fondo; de coronarnos cuando otros sean maldecidos; de embelesarnos en el paraíso cuando los pecadores sean arrojados en el infierno.

 

Este es el tema a considerar: ¿puede el Grandioso Pastor de las almas preservar a su rebaño? ¡Ah, hermanos!, si no han explorado nunca esa pregunta, no me sorprendería que tuvieran que hacerlo. Cuando están muy abatidos y están débiles, y el corazón y la carne están flaqueando, cuando la enfermedad los lleva al borde de la tumba y vislumbran la eternidad, esta pregunta puede ocurrírsele a cualquier persona reflexiva: ¿es válida mi confianza en el Cristo de Dios? ¿Será Él capaz, en el artículo de muerte, cuando mi espíritu se estremezca al ser desvestido, será Él capaz entonces de ayudarme? Y en la hora más terrible cuando el sonido de la trompeta despierte a los muertos, ¿encontraré yo, en verdad, que la Grandiosa Víctima por el pecado es capaz de defenderme? ¿Será suficiente Su mérito, no teniendo yo ningún mérito propio? ¿Su sola sangre me limpiará de diez mil pecados? Nada puede igualar jamás en importancia a este asunto; es un asunto que ha de ser considerado con la más inaplazable urgencia.

 

II.   Es una feliz circunstancia que podamos pasar a nuestro segundo punto, para reflexionar por un momento en EL HECHO QUE ESTÁ MÁS ALLÁ DE TODA DUDA, es decir, que Dios en Cristo es poderoso para guardar lo que hemos depositado en Él.

 

La confianza del apóstol era que Cristo es un depositario capaz. Entonces Pablo quiso decir, primero, que Jesús es capaz de guardar el alma de caer en el pecado condenatorio. Yo supongo que este es uno de los mayores temores que pudiera turbar jamás al verdadero creyente. ¿Acaso no han orado nunca pidiendo morir antes que apartarse de Cristo? Yo lo he hecho, y en mi alma he cantado amargamente aquel verso:

 

“¡Ah, Señor! Con un corazón como el mío,

A menos que Tú me sostengas firmemente,

Siento que voy a declinar y que lo haré,

Y que me voy a apartar de Ti al final”.

 

Ahora, cristiano turbado, recuerda que tu Señor es poderoso para guardarte bajo toda posible forma de tentación. Ah, dices tú, el apóstol Pablo no tenía las tribulaciones que yo tengo. Yo creo que las tenía; pero aun si no las hubiese tenido, Jesús las experimentó; y Cristo tiene la habilidad de guardarte frente a ellas. ¿Escucho que alguien dice: “yo soy el único en mi casa que ha sido llamado por la gracia, y todos los demás se oponen a mí; soy un ser solitario en la casa de mi padre”? Pues bien, Pablo se encontraba precisamente en tu condición. Él era un hebreo de hebreos, y era visto por su gente con el odio más extremo porque había salido de entre ellos para seguir al Crucificado. Con todo, Pablo sentía que Dios era poderoso para guardarlo, y tú puedes estar seguro de que aunque tu padre y tu madre te abandonaran, y tus hermanos y tus hermanas se burlaran, Aquel en quien tú confías te guardará firme en la fe. “Ah” –dice otro- “pero tú no sabes en qué consiste esforzarse contra los prejuicios de una educación hostil a la fe en Jesús; cuando busco crecer en la gracia, las cosas que aprendí en mi niñez se interponen con violencia y me sirven de obstáculo”. ¿Y acaso no se encontraba el apóstol en el mismo caso? En lo tocante a la ley, él había sido un fariseo, educado en la más rigurosa secta, instruido en las tradiciones que eran opuestas a la fe de Cristo, y, sin embargo, el Señor lo guardó fiel hasta el final. Ninguno de sus viejos prejuicios fue capaz siquiera de ensombrecer la simplicidad del Evangelio de Cristo. Dios es poderoso para guardarte a ti también, a pesar de tus prejuicios preexistentes. “Ah” –dice uno- “pero yo soy víctima de muchos pensamientos escépticos. Con frecuencia sufro de dudas del orden más sutil”. ¿Piensas tú que el apóstol nunca conoció esa tribulación? Él no desconocía la filosofía griega, que consistía en un manojo de preguntas y de escepticismos. Él debe de haber experimentado esas tentaciones que son comunes a las mentes reflexivas; y con todo, dijo: “estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito”; créeme, entonces, que el Señor Jesús es igualmente poderoso para guardarte. “Sí” –dice otro- “pero yo tengo muchas tentaciones en el mundo. Si no fuera cristiano, prosperaría mucho más. Tengo oportunidades ahora ante mí por medio de las cuales yo podría obtener pronto alguna holgura económica, y tal vez hasta riqueza, si no fuera entorpecido por mi conciencia”. No te olvides que el apóstol se encontraba en un caso semejante. ¿Qué no habría podido tener él? Un hombre de su condición en la vida –siendo su nacimiento y su abolengo absolutamente ventajosos- un hombre de sus poderes mentales y de su gran energía habría podido ocupar cualquier posición atractiva; pero cuantas cosas eran para él ganancia, las estimaba como pérdidas por amor de Cristo; y estaba dispuesto a ser menos que nada porque el poder de la gracia divina lo mantenía fiel a su profesión. Pero tú me dices que eres muy pobre y que la pobreza es una prueba muy severa. Hermano, tú no eres tan pobre como Pablo. Yo supongo que unas cuantas agujas para la fabricación de sus tiendas, un viejo capote y unos cuantos pergaminos constituían toda su riqueza. Este apóstol era un varón sin un hogar, un hombre sin un solo palmo de tierra que pudiera considerar suyo; pero la pobreza y la carencia no podían someterlo. Cristo era poderoso para guardarlo incluso entonces. “Ah” –dices tú- “pero él no tenía mis violentas pasiones y corrupciones”. Muy ciertamente las tenía todas, pues lo oímos exclamar: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Pablo fue tentado tal como lo eres tú, sin embargo, él sabía que Cristo era poderoso para guardarlo. Oh trémulo cristiano, nunca dudes de este hecho que reanima el alma: que tu amoroso Salvador es poderoso para guardarte.

 

Pero el apóstol no confiaba meramente en que Cristo lo guardaría de esta manera del pecado, sino que confiaba en que el mismo brazo lo preservaría de caer en la desesperación. Pablo estaba luchando siempre contra el mundo. Hubo épocas cuando no contó con ningún ayudador. Los hermanos a menudo resultaron ser falsos, y los que fueron fieles eran frecuentemente tímidos. Se encontró en el mundo como una solitaria oveja rodeada de lobos. Pero Pablo no era pusilánime. Él tenía sus temores, pues era mortal, pero se sobreponía a ellos, pues era sostenido divinamente. ¡Qué postura mantenía siempre! Nerón podía erguirse delante de él -un horrible monstruo para que un hombre ni siquiera soñara con él- pero el valor de Pablo no cede. Una turba judía puede rodearlo y pueden arrastrarlo fuera de la ciudad, pero la mente de Pablo permanece tranquila y serena. Pueden ponerlo en el cepo después de azotarlo, pero su corazón encuentra un desahogo apropiado en un himno en vez de un gemido; él es siempre valiente, siempre invencible, confiado en la victoria. Él creía que Dios lo guardaría, y fue guardado. Y tú, hermano mío, hermana mía, aunque tu vida pudiera ser un conflicto muy severo y pienses algunas veces que vas a renunciar a él en desesperación, no vas a retirarte nunca del sagrado conflicto. Él que te ha sacado adelante hasta este día te llevará hasta el fin, y te hará más que vencedor, pues Él es poderoso para protegerte del desfallecimiento y de la desesperación.

 

El apóstol quería decir también, indudablemente, que Cristo era poderoso para guardarlo del poder de la muerte. Amados, este es un gran consuelo para los que vamos a morir pronto. Para el apóstol la muerte era algo muy presente. “Cada día muero”, dijo él. Sin embargo, estaba muy convencido de que la muerte sería ganancia más bien que pérdida para él, pues estaba seguro de que Cristo ordenaría de tal manera todas las cosas que la muerte sólo sería como un ángel que lo admitiría a la vida eterna. Estén seguros de esto también, pues Aquel que es la resurrección y la vida no los abandonará. Hermanos y hermanas míos, no se hundan en la servidumbre por culpa del miedo a la muerte, pues el Salvador viviente es poderoso para guardarlos, y lo hará. Les ruego que no pongan tanto su mirada en los dolores y en los gemidos y en la lucha de la agonía; miren más bien a ese benigno Amigo, quien, habiendo soportado las agonías de la muerte antes que ustedes, puede identificarse con sus sufrimientos, y quien, puesto que vive para siempre, puede proporcionarles la ayuda disponible. Echen sus cuidados sobre Él, y no le tengan más miedo a morir que ir a la cama cuando llega la noche.

 

El apóstol está seguro también de que Cristo es poderoso para preservar su alma en el otro mundo. Poco es revelado en la Escritura por vía de una descripción detallada de ese otro mundo. Se podría dar paso a la imaginación, pero poco se podría comprobar. Esto es lo que sabemos: que el espíritu regresa al Dios que lo dio; y en el instante siguiente a la muerte el alma del justo está en el paraíso con Cristo; esto también está claro. Con todo, ya sea que conozcamos los detalles o no, tenemos la certeza de que el alma está segura con Cristo. Sea cual fuere el peligro que nos espere en nuestra jornada desde este planeta hasta la morada de Dios, proveniente de los espíritus malignos, sea cual fuere el conflicto en el último momento, Jesús es poderoso para guardar el depósito que le hemos confiado. Si yo tuviera que guardarme a mí mismo, ciertamente podría temblar alarmado ante la expectativa de la región desconocida, pero Aquel que es el Señor de la muerte y del infierno, y tiene las llaves del cielo, puede seguramente guardar mi alma en ese terrible viaje a través del mar sin senderos. Todo está bien; todo saldrá bien para los justos, incluso en la tierra de la sombra de muerte, pues el dominio de nuestro Señor se extiende hasta allá, y tratándose de Sus dominios, estamos seguros.

 

Finalmente, Pablo creía que Cristo era poderoso para preservar su cuerpo. Recuerden mi declaración que Pablo confió a Dios, en Cristo, todo lo que era y todo lo que tenía. Nosotros no debemos menospreciar este cuerpo; es el embrión del cuerpo en el que hemos de morar sempiternamente; será resucitado de la corrupción a la incorrupción, pero será el mismo cuerpo. Desarrollado desde la debilidad hasta el poder, desde la deshonra hasta la gloria, no pierde nunca su identidad. El portento de la resurrección no dejará de cumplirse. Pudiera parecer que es algo imposible que el cuerpo que se ha podrido en la tumba, y, que tal vez ha sido esparcido en el polvo sobre la faz de la tierra, o que ha sido absorbido por la vegetación, o que ha sido digerido por animales, o que ha pasado a través de incontables ciclos de transformaciones, sea resucitado de nuevo; con todo, por imposible que parezca, el Señor Jesucristo lo realizará. Tiene que ser tan fácil reconstruir una segunda vez como crear a partir de la nada la primera vez. Miren a la creación, y vean que nada es imposible para Dios. Piensen en la Palabra, sin quien no se hizo nada de lo que fue hecho, y de inmediato ya no hablarán más de dificultades. Para el hombre pudiera ser imposible, pero para Dios todas las cosas son posibles. En su plenitud, hermanos míos, en la integridad de su humanidad, espíritu, alma y cuerpo; en todo lo que es esencial a su naturaleza para su felicidad, para su perfección, en cada parte y poder suyos, si lo han puesto todo en las manos de Cristo, serán guardados para aquel día, cuando sean hechos a Su imagen, y experimenten en sus propias personas el poder en el que confían en este día devotamente por su fe.

 

III.   En tercer lugar, proseguiremos a considerar LA SEGURIDAD DE ESE HECHO, o cómo el apóstol Pablo la alcanzó.

 

“No puedo hablar así”, -dice alguien- “yo no puedo decir: ‘yo sé… y estoy seguro’; estoy muy agradecido porque puedo decir: ‘espero, confío, pienso’”. Queridos amigos, con el objeto de ayudarles a avanzar, notaremos cómo el apóstol Pablo alcanzó tal seguridad. Tal como se advierte en este texto, una importante ayuda para él era su hábito de hacer siempre de la fe el punto más prominente de consideración. La fe es mencionada dos veces en las pocas líneas que estamos analizando. “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. Pablo sabía lo que era la fe, es decir, una entrega de sus cosas valiosas a la custodia de Cristo. Él no dice: “he servido a Cristo”. No; no dice: “estoy creciendo a semejanza de Cristo, por tanto, estoy seguro que seré guardado”. No; él resalta de manera muy prominente en su pensamiento el hecho de que había creído, y, entonces, que había depositado su propia persona en Cristo. Dios quiera, queridos amigos, que ustedes que están sujetos a dudas y temores, en vez de escarbar en sus corazones para encontrar evidencias y señales de crecimiento en la gracia y en la semejanza de Cristo, y así sucesivamente, quieran hacer primero una investigación concerniente a un punto que es mucho más vital, es decir: ¿han creído ustedes? Querido corazón ansioso, comienza tu búsqueda en este punto. ¿Te confías a Cristo? Si te confías a Él, aunque las señales sean escasas y las evidencias sean oscuras por un tiempo, el que cree en Él tiene vida eterna; el que cree y es bautizado será salvo. Las evidencias vendrán, las señales serán aclaradas a su debido tiempo, pero todas las señales y las evidencias entre aquí y el cielo no valen ni un solo centavo para un alma cuando llega al conflicto real con la muerte y el infierno. Entonces, ha de ser la fe simple la que salga plenamente triunfante. Esas otras cosas son lo suficientemente buenas en tiempos mejores; pero si se trata de saber si estás seguro o no, tienes que llegar a esto: “He confiado con todo mi corazón en Aquel que vino a este mundo para salvar a los pecadores, y aunque yo fuera el primero de los pecadores, yo creo que Él es poderoso para salvarme”. Ustedes alcanzarán la seguridad si tienen claridad con respecto a su fe.

 

La siguiente ayuda para alcanzar la seguridad, según lo deduzco del texto, es esta: el apóstol sostenía de manera sobremanera clara su visión de un Cristo personal. Observen cómo mencionó tres veces a su Señor. “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. No dice: “conozco las doctrinas que creo”. Seguramente lo hacía, pero eso no era lo más importante. No dice: “Estoy seguro respecto a la forma de las sanas palabras que sostengo”. Estaba lo suficientemente seguro respecto a eso, pero eso no constituía su fundamento. Ninguna simple doctrina puede ser jamás el sostén del alma. ¿Qué puede hacer un dogma? ¿Qué puede hacer un credo? Hermanos, esas cosas son como las medicinas, que necesitan de una mano que las suministre; necesitan de un médico que las recete; de otra manera podrían morir con todas esas valiosas medicinas a la mano. Necesitan una persona en quien confiar. No hay ningún cristianismo tan vital -según lo entiendo- tan influyente, tan verdadero, tan real, como el cristianismo que trata con la persona del Redentor viviente. Yo lo conozco, yo sé que Él es Dios, yo sé que Él es mío; yo no confío meramente en Su enseñanza sino en Él mismo; no dependo tanto de Sus leyes, reglas, o enseñanzas como de Él mismo como persona.

 

Amado hermano, ¿es eso lo que estás haciendo ahora? ¿Has entregado tu alma en depósito a ese bendito varón que es Dios también, y que está sentado a la diestra del Padre? ¿Puedes venir en fe a Sus pies, y besar las huellas de los clavos, y luego puedes mirar Su amado rostro y decir: “Ah, Hijo de Dios, yo confío en el poder de Tu brazo, en la preciosidad de Tu sangre, en el amor de Tu corazón, en la prevalencia de Tu intercesión, en la certidumbre de Tu promesa, en la inmutabilidad de Tu carácter, yo confío en Ti y sólo en Ti”? Tú obtendrás esa seguridad sin problemas ahora. Pero si comienzas a desaprovechar tu comprensión real de la persona de Cristo y vives meramente de dogmas y doctrinas, estarás muy alejado de la seguridad real.

 

Además, hermanos, el apóstol alcanzó esta plena seguridad a través de un creciente conocimiento. No dijo: “estoy seguro de que Cristo me salvará independientemente de lo que sepa respecto a Él”, sino que comienza diciendo: “yo sé”. Que ningún cristiano entre nosotros descuide los medios provistos para obtener un conocimiento más pleno del Evangelio de Cristo. Yo quisiera que esta época produjera cristianos más reflexivos y estudiosos. Me temo que fuera de lo que muchos de ustedes pudieran recordar del sermón, o de la lectura de las Escrituras en público, no aprenden mucho de la palabra de Dios ni de esos innumerables libros instructivos que hombres piadosos nos han legado. Los hombres se dedican al estudio en diversas escuelas y universidades con el objeto de obtener un conocimiento de los clásicos y de las matemáticas, pero ¿no deberíamos ser aun más diligentes para poder conocer a Cristo, poder estudiarlo a Él y todo lo concerniente a Él, y no seguir siendo niños, sino que podamos ser hombres maduros en el conocimiento? Muchos de los temores de los cristianos serían ahuyentados si supieran más. La ignorancia no es ninguna bienaventuranza en el cristianismo, sino una desdicha; y el conocimiento santificado y acompañado de la presencia del Espíritu Santo, es como unas alas gracias a las cuales podemos remontarnos por encima de las brumas y las tinieblas y adentrarnos en la luz de la plena seguridad. El conocimiento de Cristo es la más excelente de las ciencias; procura ser maestro en eso, y estarás en camino a la plena seguridad.

 

Además, según se desprende del texto, el apóstol adquirió su seguridad por un examen atento así como por el conocimiento. “Yo sé… y estoy seguro”. Como ya he dicho, la persuasión es el resultado de un argumento. El apóstol había meditado sobre este asunto; había meditado sobre los pros y los contras; había sopesado cuidadosamente cada dificultad, y sentía la fuerza preponderante de la verdad que limpiaba el camino de toda dificultad. Oh, cristiano, si bajo la guía del Espíritu Santo familiarizaras más tu mente con la verdad divina, tendrías una mayor seguridad. Yo creo que la doctrina que presenta mayores dificultades para nuestra mente es aquella que hemos estudiado menos en la Palabra. Indáguenla y miren. Las divisiones entre los cristianos en nuestros días no son tanto el resultado de una diferencia real de opinión, como la carencia de un pensamiento preciso. Creo que nos estamos acercando más y más en nuestra teología y que, en general, al menos en las iglesias disidentes de Inglaterra, todos los ministros evangélicos predican una teología muy similar; pero algunos no son cuidadosos de sus términos y palabras y los usan incorrectamente, y así parecen predicar doctrinas equivocadas cuando en sus corazones tienen una intención que es lo suficientemente correcta. Que llegáramos a ser más reflexivos, cada uno de nosotros, pues de ello provendrían mil beneficios. Pensando en la deidad de Cristo, considerando la veracidad de la promesa divina, meditando sobre los cimientos del pacto eterno, reflexionando en lo que Cristo ha hecho por nosotros, deberíamos llegar al final, por la enseñanza del Espíritu, a estar plenamente persuadidos del poder de Cristo para guardar el encargo sagrado que le hemos confiado. Dudas y temores se disiparían como nubes barridas por el viento. ¡Cuántos cristianos hay como el avaro que nunca se siente tranquilo respecto a la seguridad de su dinero aun cuando ha echado llave a la caja fuerte, y ha asegurado la habitación en la que lo guarda, y ha echado llave a la casa, y echó el cerrojo y aseguró los pasadores de cada puerta! En la mitad de la noche piensa que oye unos pasos y baja temblando para inspeccionar su cuarto de seguridad. Habiendo inspeccionado el cuarto y probado todas las barras de hierro que están en la ventana, y no habiendo descubierto a ningún ladrón, teme que el ladrón pudo haber llegado y haberse ido y haberse robado el precioso cargamento. Entonces abre la puerta de su caja fuerte, y mira y espía, encuentra que su bolsa del oro está segura, y que esas escrituras y esos bonos están seguros también. Los pone aparte, cierra la puerta, le echa llave, corre el cerrojo y los pasadores del cuarto en que está la caja fuerte con todos sus contenidos; pero mientras se retira a su lecho, se imagina que un ladrón acaba de entrar. Así, difícilmente disfruta de un sueño profundo y reparador. La seguridad del tesoro del cristiano es de un tipo  completamente diferente. Su alma no está bajo cerrojos ni pasadores, ni bajo cerradura ni llave que él mismo se hubiera proporcionado, sino que ha transferido todo lo que tiene al Rey eterno, inmortal, invisible, el único sabio Dios, nuestro Salvador, y tal es su seguridad que disfruta el sueño del amado, descansando tranquilamente, pues todo está bien. Si Jesús pudiera fallarnos, podríamos usar cilicio perennemente, pero como Él es inmutable en Su amor y omnipotente en Su fuerza, podemos ponernos las vestiduras de la alabanza. Creyendo como creemos que el eterno amor no puede abandonar ni abandonará a un alma que se apoya en su poderío, triunfamos en el corazón y encontramos que la gloria ha comenzado aquí abajo.

 

IV.   Ahora, para concluir, ¿cuál es LA INFLUENCIA DE ESTA SEGURIDAD cuando penetra en la mente?

 

Puesto que mi tiempo se agota, sólo diré que, como en el caso del apóstol, nos capacita para resistir todo el oprobio que pudiéramos encontrar por servir al Señor. Decían que Pablo era un necio. “Bien” –replicaba el apóstol- “no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído; y estoy dispuesto a ser considerado un necio”. Los impíos pueden reírse de nosotros ahora, pero su risa acabará pronto, y el que gana por siempre es quien reirá al final. Siéntanse perfectamente confiados de que todo está seguro, y pueden permitir que el mundo se ría de ustedes hasta que su faz le duela. ¿Qué importa lo que piensen los mortales? ¿Qué significa lo que el universo entero piense si Dios ama a nuestras almas? Queridos amigos míos, cuando vivan en la plena seguridad del amor de Dios se volverán muy indiferentes a las opiniones de los seres carnales. Andarán por ahí cumpliendo con su servicio celestial con la mira puesta únicamente en la voluntad de su Señor, y el juicio de los que se oponen y censuran les parecerá indigno de la menor consideración. Si dudan y tienen miedo, será muy difícil que lo logren; pero si están serenamente confiados en que Él es poderoso para guardarlos, se atreverán a arrostrar lo más reñido de la refriega sin temor, ya que su armadura es lo suficientemente sólida para resistir. La seguridad les proporcionará una serenidad interior que los habilitará para prestar más servicio. Una persona que siempre está preocupándose por la salvación de su propia alma, tiene pocas energías para servir a su Señor. Pero cuando el alma conoce el significado de las palabras de Cristo: “Consumado es”, vuelca toda su fuerza en los canales de servicio por amor a ese Salvador tan bendito. Oh, ustedes que dudan, y que por tanto, se inquietan y se preocupan y hacen la pregunta: “¿Amo al Señor o no? ¿Soy Suyo o no lo soy?”, cómo desearía que este suspenso concluyera para ustedes. Oh, ustedes, que temen diariamente que después de todo pudieran ser desechados, ustedes pierden su fuerza para servir a su Dios. Cuando están seguros de que Él es poderoso para guardar lo que han depositado en Él, entonces su humanidad entera, motivada por la gratitud, se gasta y es gastada en la causa de su Señor. Que Dios los haga hombres con plenitud de vigor, dándoles plenitud de seguridad.

 

Aquellos que no son salvos en este lugar muy bien pudieran envidiar a quienes lo son. Lo que me atrajo a Cristo –no me he enterado de otros que hubieran sido traídos de esa manera, pero a mí esto me trajo a Cristo principalmente- fue la doctrina de la seguridad de los santos. Me enamoré del Evangelio a través de esa verdad. ¡Cómo!, pensé, ¿están seguros aquellos que confían en Jesús? ¿No perecerán jamás y nadie los arrebatará de la mano de Cristo? Todo el mundo valora la seguridad. Uno no aseguraría su vida si pensara que hay duda respecto a la seguridad de la compañía aseguradora. Sintiendo que había perfecta seguridad si yo me entregaba al Redentor, así lo hice, y no lamento hasta este día haber entregado mi alma a Él. Jóvenes, no pueden hacer nada mejor en las etapas iniciales de su vida que confiar su futuro al Señor Jesús. Muchos niños en casa aparentan ser muy excelentes, muchos adolescentes antes de abandonar la casa de su padre son amigables y de carácter encomiable; pero este es un mundo rudo, y pronto arruina las gracias que han sido nutridas al abrigo de la vida hogareña. Unos muchachos buenos a menudo se convierten en hombres malos; y muchachas que eran muy amables y puras en el hogar se ha sabido que se volvieron mujeres muy perversas. Oh hijos, sus caracteres estarán seguros si los confían a Jesús. Yo no digo que serán ricos si confían en Cristo, ni digo que prosperarán a la manera de los hombres, pero lo que digo es que serán felices en verdad, en el mejor sentido de esa palabra, y que su santidad será preservada por haberse confiado a Jesús. Yo oro pidiendo que sean conducidos a desear entregarse a Dios, especialmente cualquiera de ustedes que esté a punto de abandonar la casa paterna, o que esté estableciendo algún negocio por cuenta propia. ¡Este primer domingo del año nuevo es un tiempo muy apropiado para comenzar rectamente! Oh, que el Espíritu Santo susurre suavemente a sus oídos algunas razones que los persuadan a entregarse a Cristo. Yo les digo de nuevo: mi testimonio es que no pueden hacer una cosa más sabia o mejor. ¡Oh, yo desearía que ustedes conocieran la felicidad que ha conocido mi alma al descansar en mi Señor! Yo no dejaría de ser un cristiano aun si a cambio de ello pudiera ser convertido en un rey o en un ángel. Ningún carácter puede ser para mí tan apropiado o tan feliz como el de alguien que depende humildemente del amor fiel de mi Señor redentor. ¡Oh, vengan y confíen en Él, amados y jóvenes amigos! Ustedes que son mayores, ¿necesitan que les hable cuando ya se están acercando tanto a la tumba? Ustedes están sin Cristo ahora, ¿cuán pronto podrían estar en el infierno? Ustedes que son más jóvenes, yo les digo que atrapen esta hora pasajera, y que este sea el día del cual canten en años posteriores:

 

“¡Está hecha! La gran transacción ha sido hecha;

Yo soy de mi Señor, y Él es mío;

Él me atrajo, y yo le seguí,

Encantado de confesar la voz divina.

 

El alto cielo, que oyó el solemne voto,

Ese voto renovado habrá de oír cada día,

Hasta que me postre en la última hora de la vida,

Y bendiga en la muerte un lazo tan querido”.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: 2 Timoteo 1.

 

 

Traductor: Allan Román

9/Enero/2013

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