El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Comercio Espiritual Malsano

NO. 849

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 10 DE ENERO DE 1869

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; pero Jehová pesa los espíritus”. Proverbios 16: 2.

 

Durante los últimos dos años algunas de las más notables reputaciones comerciales han sido destruidas irremisiblemente. En el gran mundo del comercio, algunos hombres a quienes les fueron confiadas cientos de miles de libras esterlinas, en torno a cuyo carácter no se cernía ninguna nube de sospecha y ni siquiera una sombra de duda, demostraron carecer de principios y ser de precaria honestidad. La prueba de fuego ha sido demasiado para la madera, el heno y la hojarasca de muchas firmas gigantescas. Casas de negocios que parecían fundadas sobre una roca y que simulaban ser tan firmes como la mancomunidad británica misma, han sido sacudidas hasta sus cimientos y se han desplomado con un tremendo estruendo. Por todos lados vemos el hundimiento de grandes reputaciones y de colosales fortunas. Hay lamentación en los palacios de la farsa y desolación en los salones de la pretensión. Las burbujas se están reventando, los fuelles sufren colapsos, la pintura se está agrietando y el brillo superficial está desprendiéndose. Probablemente veremos más de esto; habrán de hacerse más revelaciones de una riqueza aparente que cubría la insolvencia así como un lucido papel puede cubrir una pared de lodo; astutos esquemas embaucaban la público con ganancias nunca realizadas y lo tentaban a realizar más atrevidas especulaciones así como el espejismo del desierto se burla del viajero. Hemos visto en los impresos públicos, mes tras mes, frescos descubrimientos de los modos de financiamiento adoptados por la villanía de esta presente edad, para realizar robos respetablemente y cometer fechorías exitosamente. Nos hemos quedado asombrados y atónitos ante los viles trucos y desvergonzados artificios a los que hombres de eminencia han condescendido. Y, sin embargo, nos hemos visto forzados a oír justificaciones de gigantescos fraudes y obligados incluso a creer que sus perpetradores no consideraron que estaban actuando deshonrosamente, porque sus propios éxitos previos aunados al bajo estado de moralidad, los han arrullado para caer en un estado en el que la conciencia, si no muerta, estaba profundamente dormida. Digo que probablemente veremos algo más de esta escuela de deshonestidad; pero es una lástima que tengamos que verlo, y es completamente innecesario, pues todo el negocio de la financiación puede ser examinado ahora por el estudiante diligente con modelos y ejemplos vivos, más que suficientes para ilustrar cada porción individual del arte.

 

Algunas épocas pudieron haber sido grandes en la ciencia, otras en el arte y otras en la guerra, pero nuestra época descuella entre todas las demás en la pericia de sus bribones; éste es el período clásico del artificio engañoso y la época de oro del fraude. Si un hombre tiene un corazón ruin, una conciencia cauterizada y un plausible modo de hablar, y si resuelve embaucar al público con millones de libras esterlinas, no necesita viajar para aprender el método más sofisticado pues puede encontrar ejemplos muy cerca, en casa, entre los encumbrados profesores y los grandes de la tierra.

 

Hermanos míos, estos estruendos de torres derrumbadas a la diestra, estos sonidos de murallas almenadas que se desploman a la siniestra, estos gritos de los náufragos por todos lados a lo largo de las costas del comercio, no sólo han despertado dentro de mí muchos pensamientos relativos a ellos mismos y a la podredumbre de la sociedad moderna, sino que me han conducido a meditar en catástrofes similares que siempre están ocurriendo en el mundo espiritual. Sin ningún registro en las publicaciones, y sin ser lamentados por los hombres no regenerados, hay fallas, y fraudes y quiebras del alma que son horribles de considerar. Hay un comercio espiritual igual de pretencioso y, aparentemente, igual de exitoso como el alardeado malabarismo de responsabilidad limitada en los negocios, pero es realmente igual de podrido y va a terminar con la misma seguridad en un derrumbamiento irremediable. La especulación es un vicio espiritual así como un vicio comercial: el comercio sin capital es común en el mundo religioso, y el anuncio de una cosa con un elogio exagerado y con engaño, son prácticas de cada día. El mundo exterior es siempre representativo del mundo interior; la vida que rodea al comercio ilustra la vida que prolifera dentro de la iglesia; y si nuestros ojos fueran abiertos y nuestros oídos fueran capaces de oír, las visiones y los sonidos del mundo del espíritu nos interesarían mucho más y nos entristecerían mucho más, que las acciones que comienzan en la sala de consejo de los directores y que no sabemos dónde terminan. Hemos de ver, en este tiempo, fortunas religiosas colosales disueltas en una abyecta pobreza espiritual. Hemos de ver a excelsos profesantes, muy reverenciados y tenidos en alta estima, sumidos en la vergüenza y el desprecio eternos. Hemos de ver a los ricos en asuntos divinos, en quienes los hombres han confiado incautamente como sus guías y consejeros en la materia de los mejores intereses de sus almas, desenmascarados e identificados como engañadores de principio a fin. Me parece que atisbo en el mundo de las cosas espirituales y veo a muchas torres de Babel tambaleantes y a punto de caer; muchos árboles hermosos están pudriéndose en el corazón; muchas sonrosadas mejillas están siendo menoscabas por la enfermedad. Sí, un sonido llega a mi oído proveniente de hombres de la iglesia, aparentemente ricos y con abundancia de bienes, que están desnudos, y son pobres y miserables, y son grandes hombres cuyas excelsas glorias no son sino flores mortecinas. Siempre ha habido hombres así, y también hay muchos ahora, y los habrá hasta el final.

 

Es seguro que la provisión de engañadores se mantendrá, puesto que el texto nos dice que todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; hay una propensión en la naturaleza humana que conduce a los hombres, incluso cuando están más equivocados, a juzgarse más rectos. El texto sugiere a la vez la terrible conclusión a la que llegará todo autoengaño, pues el juicio del hombre concerniente a sí mismo no es final, y viene un día cuando el Señor que pesa los espíritus revertirá el veredicto de una conciencia perjura, y hará que el hombre ya no esté más bajo la falsa luz que su altivez ha proyectado en torno suyo, sino bajo la verdadera luz en la que toda la gloria imaginada se desvanecerá como en un sueño.

 

Viajaba hace algún tiempo en un buque de vapor hacia el Continente y el capitán me dijo que la brújula distaba mucho de ser digna de confianza cuando estaba rodeada de mucho hierro, y que algunas veces, hasta donde sabía, cuando había maniobrado el timón correctamente, se había encontrado fuera de su curso muy considerablemente. Aunque la brújula estaba colocada en alto, para que estuviera lo más lejos posible de la región de la atracción metálica, la desviación y las aberraciones en el caso de su propia brújula habían sido sumamente notables en ocasiones.

 

De igual manera, nuestra conciencia, como originalmente procedió de Dios era, sin duda, una norma sumamente correcta del bien y del mal, y si hubiésemos navegado conforme a ella, habríamos alcanzado muy seguramente el puerto; pero la conciencia está vinculada ahora con una naturaleza depravada, que impide su preciso funcionamiento. Ahora, si cuando la brújula errara las leyes de la naturaleza variaran para compensar sus defectos, las aberraciones no importarían; pero si el hombre es desorientado por una aguja desviada, podría chocar inesperadamente contra una roca, y se iría a pique tan ciertamente como si el timonel hubiera descuidado por completo revisar la brújula.

 

Así, si la ley de Dios pudiera ser moldeada para que se adecuara a los errores de nuestro juicio, podría no importar; pero las leyes permanecen siendo las mismas terca e inflexiblemente, y si nos desviamos del camino recto por causa de este falso juicio nuestro, no seremos menos culpables y descubriremos que nuestro destino no será menos terrible.

 

Por esto, en verdad, con una mayor vehemencia y sinceridad debido a ustedes, y con un mayor quebrantamiento y humildad de espíritu por cuenta mía, esta mañana trato este asunto, deseando hablar con diversas clases de personas entre ustedes, exhortándolos a no dejarse halagar por sus propias concepciones de su posición para no salirse del curso en el que deberían maniobrar y suplicándoles que recuerden que, sin importar cuán bien puedan adularse ustedes mismos con la idea de que su camino es recto y claro, el inevitable día del juicio vendrá a acabar con todos los engaños por placenteros que sean.

 

Comerciantes espirituales, les hablo a ustedes en este día para recordarles la gran auditoría que se aproxima y para advertirles que no hagan un hermoso espectáculo por un tiempo, terminando al final en una colisión. Estoy seguro que hay mucho comercio espiritual por todas partes, y para salvarlos de eso, le pido al Espíritu Santo que me ayude a hablar de manera clara y escudriñadora en esta mañana.

 

Pretendo, con la ayuda de Dios, aplicar el texto a diferentes tipos de personas. Nos esforzaremos por ser prácticos a lo largo del sermón, enfatizando para cada uno de ustedes la verdad vital con gran denuedo.

 

I.   LOS CAMINOS DE LOS HOMBRES ABIERTAMENTE MALVADOS son limpios en su propia opinión, pero Jehová pesa sus espíritus.

 

A primera vista, esta declaración pareciera ser precipitada. ¿Pudiera ser que el borracho, el blasfemo, el quebrantador del día de guardar, sean limpios en su propia opinión? Salomón era un profundo estudioso de la naturaleza humana, y pueden estar seguros de que cuando escribió esta frase sabía lo que escribía. Los mayores conocedores de la humanidad les dirán que la justicia propia no es un pecado peculiar del virtuoso, sino que, muy sorprendentemente, florece donde parecería que hay un suelo menos propicio para él. Esos hombres que, evidente y claramente no tienen ninguna justicia de la que se pudieran gloriar según el juicio de sus semejantes, son precisamente las personas que, cuando te pones a escudriñar en la profundidad de su naturaleza, confían en una imaginaria bondad con la que sueñan y en la que se apoyan.

 

Tomen por un momento a las personas visiblemente inmorales y comiencen a hablarles de sus pecados y descubrirán que están acostumbradas a hablar de sus faltas bajo nombres muy diferentes de los que usarían la Escritura y la recta razón. Esas personas no llaman a la borrachera: “borrachera”, por ejemplo, sino que es: “tomar una copa”. No abogarían ni por momento por una clara blasfemia, mas la redefinen como: “un lenguaje fuerte que un individuo tiene que usar si ha de seguir adelante”, o es simplemente: “dejar escapar una palabra más o menos fea porque fuiste muy mortificado”. Ellos disfrazan al vicio de placer; etiquetan la inmundicia como alborozo, su suciedad como atolondramiento. Hablan de sus pecados como si no hubiera una gravedad en ellos, siendo sólo bagatelas ligeras como el aire, y si estuvieran mal del todo, son temas para el látigo hecho de plumas del ridículo más que para el azote de la condenación. Además, la mayoría de ellos argumentará que no son tan malos como los demás. Hay un punto especial en su carácter en el cual no se adentran tan lejos como algunos de sus semejantes, y este es un punto grandioso y un vasto consuelo para ellos. Confiesan que son pecadores, sin querer decirlo ni por un instante; y si llegaras a puntos específicos y a detalles, si tienen una disposición honesta, ellos retrocederán paso a paso, admitiendo falta tras falta, hasta llegar a un punto particular donde se plantan con virtuosa indignación. “Aquí estoy exactamente más allá de toda censura, e incluso aquí merezco una alabanza. Hasta aquí ha llegado mi pecado, pero ¡cuán completamente sano de corazón he de ser, que no he permitido nunca que avance más allá!” Esta frase jactanciosa es frecuentemente tan singular y misteriosa en su sentido, que nadie sino el hombre mismo puede ver alguna razón o consistencia en ella; y el satírico que dispara en contra de la necedad cuando ésta vuela, encuentra abundantes blancos para sus flechas. Sin embargo, para ese hombre, detenerse allí es la cláusula salvadora de su vida; mira a eso como la tabla de salvación de su carácter. La mujer cuyo carácter ha desaparecido desde hace mucho tiempo, pero que se jacta de que hay un límite para su libertinaje, lo cual es un mérito en su estima, amerita lo suficiente para hacer que todos sus caminos sean limpios en su propia opinión.

 

Además, los peores hombres conciben tener algunas excelencias y virtudes que si bien no expían lo suficiente por sus faltas, por lo menos disminuyen grandemente la medida de culpa que les debería ser asignada. El hombre es un derrochador, “pero, amigo, él siempre fue franco y no ha sido enemigo de nadie excepto de sí mismo”. El hombre, es verdad, maldeciría a Dios, pero entonces, bien, se trata de un simple hábito, siempre fue un joven impertinente, pero no tenía intención de hacer daño; y además, nunca fue tan mentiroso como Fulano de Tal; y, en verdad, despreciaba decir una mentira sobre cualquier asunto de negocios. Otro ha engañado a sus acreedores, pero era un hombre tan simpático; y aunque el pobre individuo nunca pudo llevar las cuentas o administrar asuntos de dinero, siempre tenía una buena palabra para todo mundo. Si el hombre inmoral se sentara para describir su propio carácter, y convocara toda la parcialidad de la que es capaz, diría: “soy un triste perro en algunos aspectos, sembrando muchísima avena silvestre, pero tengo un buen carácter de trasfondo que, sin duda, se manifestará algún día, de tal forma que mi fin será brillante y glorioso a pesar de todo”. Ese último punto que sugerí es muy frecuentemente la justicia de los hombres que no tienen otra, es decir, su intención uno de estos días es enmendarse y mejorar mucho. Para compensar la presente pobreza de justicia sacan un crédito para el futuro. Sus promesas y resoluciones son una suerte de papel moneda, con el cual se imaginan que pueden comerciar durante toda la eternidad. “¿No se hace esto a menudo en los negocios”? Dicen: “Un hombre que no tiene un ingreso en el presente puede tener un interés hereditario en una propiedad; recibe anticipos sobre ello, ¿por qué no habíamos de recibirlos nosotros?” El pecador notorio tranquiliza así su conciencia demasiado predispuesta con el cuadro imaginario de su enmienda y arrepentimiento futuros, y comienza a sentirse meritorio y desafía todas las amenazas de la palabra de Dios.

 

Yo podría estar hablándoles a algunos para quienes estas observaciones son muy aplicables, y si es así, ruego que sean conducidos a pensar seriamente. Persona que me oyes, tú has de saber, o al menos unos cuantos momentos sobrios de reflexión te harían saber que no hay ninguna verdad en las súplicas, excusas y promesas con las que aquietas ahora tu conciencia; tu paz está cimentada en una mentira y es sostenida por el padre de las mentiras. Mientras continúes quebrantando temerariamente las leyes de Dios en tu vida ordinaria, y complaciéndote en el pecado, tú estás bajo la ira de Dios con toda certeza; y estás atesorando ira para el día de la ira, y cuando la medida de tu iniquidad esté colmada, entonces recibirás la terrible recompensa de la transgresión. El Juez de toda la tierra hará la paga efectiva en relación a tus vanas pretensiones que ahora embrutecen tu conciencia. Él no es un hombre que pueda ser halagado como tú te halagas y te engañas a ti mismo. No tendrías la impertinencia de decirle a Él tus excusas. ¿Te atreverías a arrodillarte ahora para hablar con el grandioso Dios del cielo, y decirle todas estas cosas buenas con las que estás emparejando ahora tu camino hacia abajo? Espero que no hayas llegado a un declive tan descarado como ese, pero si lo has hecho, permíteme recordarte esa segunda frase de mi texto: “Jehová pesa los espíritus”. Una báscula justa y veraz será empleada contigo en breve. Cuando el Señor pone a personas como tú en la balanza no habrá ninguna necesidad de demoras; la sentencia será pronunciada de inmediato, y no habrá apelación para esa sentencia: “Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto”. ¡Ah, entonces, mi querido oyente, cuando esa conciencia tuya despierte, cómo te atormentará! Está dormida ahora, drogada por los opiáceos de tu ignorancia y tu perversidad; pero se despertará pronto como un gigante refrescado con vino nuevo, y entonces con fuerza y furia impensadas antes, derribará el templo de tu paz junto a tu oído, así como Sansón mató a los filisteos. Una conciencia despierta en el otro mundo es el gusano que no muere y el fuego que no se apaga.

 

Oh, señores, es algo terrible ser entregado a la propia conciencia de uno cuando esa conciencia está alistada del lado correcto. Los viejos tiranos tenían a sus terribles verdugos con sus frentes cubiertas con máscaras sombrías y llevando la brillante y refulgente hacha; los antiguos inquisidores vestían a sus allegados con túnicas de estameña y capuchas desde cuyos resquicios brillaban intensamente sus fieros ojo como lobos; pero no hay atormentadores, no, ni demonios del infierno que comprueben ser más terribles para un hombre que su propia conciencia cuando su látigo está tejido con la verdad y pesado con honestidad. ¿Alguna vez deletrearon las letras quemantes de esa palabra: remordimiento? En las entrañas de esa sola palabra yace el infierno con todos sus tormentos.

 

Oh, señores, si fueran despertados aunque fuera levemente por un denodado sermón o por una muerte súbita, cuán viles se sentirían y cuán desesperadamente se sumirían en una renovada alegría y en el libertinaje para ahogar sus pensamientos; pero, ¿qué harán con pensamientos que ninguna disipación puede ahogar, y recuerdos que ningún júbilo puede erradicar? ¿Qué será para ti ser perseguido por tus pecados por los siglos de los siglos? ¿Qué será para ti llegar al convencimiento de que ninguna vía de escape de la culpa y del castigo podría ser descubierta jamás?

 

Oh, ustedes, que sueñan engañosamente que el camino ancho a la destrucción es el sendero que se remonta a la bienaventuranza celestial, les suplico que aprendan sabiduría y que estén atentos a la voz de la instrucción; consideren sus caminos y busquen la sangre preciosa que es la única que puede borrar sus pecados.

 

II.   Ahora me voy a dirigir a una segunda clase. LOS CAMINOS DEL HOMBRE IMPÍO son limpios en su propia opinión, pero Jehová pesa los espíritus.

 

El hombre impío es a menudo sumamente recto y moral en su comportamiento exterior con sus semejantes. No tiene ninguna religión, pero se gloría por una multitud de virtudes de otro tipo. Es tristemente cierto que hay muchos que proyectan afabilidad, pero que sin embargo son poco amables e injustos con el único Ser que debería recibir su mayor amor, y que debería ser respetado por ellos en su conducta primero que todo. Cuán a menudo me he encontrado con el hombre impío que ha dicho: “¡Me hablas de temer a Dios! Yo no lo conozco, ni lo respeto, pero soy mucho mejor que aquellos que lo hacen”. Algunas veces dirá: “Yo considero tu religión como una mera farsa; considero que los cristianos están constituidos por dos clases: canallas y necios. O son embaucados por otros, o de lo contrario, están engañando a otros por intereses propios. Tu plática acerca de Dios, amigo, es pura charla insincera; con referencia a algunos de ellos te concedo que no es precisamente eso, pero en ese caso tienen muy escaso cerebro para ser capaces de descubrir que están engañados. Sin embargo, tomando el asunto como un todo, todo es un asunto sin sentido, y si la gente se comportara con sus vecinos como debería, y cumpliera con su deber en la esfera de su vida, eso bastaría”.

 

Sí, y hay en esta ciudad de Londres, miles y cientos de miles que piensan que esto es buena lógica, y que abren sus ojos con asombro si por un solo instante suponen que estás contradiciendo su declaración de que un estilo de vida así es el mejor y el más recomendable; y, sin embargo, si pudieran pensar, nada podría ser más malsano que su vida y su supuesta excelencia.

 

Aquí tenemos a un hombre creado por su Dios, quien es colocado en medio de sus semejantes, las criaturas; ciertamente el primer deber que tiene es hacia su Creador. Su vida depende enteramente de la voluntad de ese Creador; tiene que ser su primer deber tenerle respeto a Aquel en cuyas manos está su aliento. Pero este hombre no solamente rehúsa ser obediente a la ley de su Creador y respetarlo en sus acciones diarias, sino que acude a sus vecinos, que son simples criaturas como él mismo, y les dice: “voy a tenerles respeto a ustedes, pero no a Dios. Voy a obedecer cualesquiera leyes que me obliguen en mi relación con ustedes pero no voy a considerar ninguna ley que contemple mi relación con Dios, excepto para ridiculizarla y burlarme de ella. Seré obediente con cualquiera excepto con Dios; haré lo recto con cualquiera excepto con el Altísimo. Tengo un sentido de lo bueno y lo malo, pero restringiré su acción para mis semejantes, y ese sentido de lo bueno y lo malo lo voy a borrar por completo cuando se trate de mi relación con Dios”.

 

Ahora, si no hubiese ningún Dios, este hombre sería muy sabio, pero como hay un Dios que nos creó, que vendrá ciertamente sobre las nubes del cielo para llamar a cada uno de nosotros a rendirle cuentas por las cosas que hemos hecho en el cuerpo, ¿cuál creen ustedes que será la sentencia dictada para este siervo infiel? ¿Se atreverá a decir a su Rey: “yo sabía que Tú eras mi Hacedor y mi Señor, pero consideré que si servía a mis consiervos eso bastaría; sabía lo que era bueno para ellos pero no consideré hacer nada que fuera recto para contigo? La respuesta será: “Siervo malo e infiel, sabías lo que era bueno y lo que era malo y, sin embargo, para conmigo, teniendo el primer derecho sobre ti, has actuado injustamente, y aunque estabas dispuesto a inclinar tu cuello ante los demás, no quisiste entregarte a Mí. Apártate de Mí, no te conozco. Tú no me conociste, Yo tampoco te conozco. Te peso en la balanza y te encuentro completamente reprobado. Eres echado fuera para siempre”.

 

Oh hombre impío, que esta advertencia, si estás aquí esta mañana, resuene en tu corazón así como también en tus oídos: no desafíes más a tu Creador o vivas en negligencia con Él, sino di: “Me levantaré e iré a mi padre; confesaré que lo he olvidado y lo he despreciado, y buscaré la paz por medio de la sangre de Jesucristo”.

 

III.   Además, voy a dirigirme a otra clase de personas. En todas las épocas de la iglesia, y especialmente en este tiempo, hay numerosas personas que son RELIGIOSAS EXTERIORMENTE, pero cuya religión termina allí.

 

Ahora, nos parece sorprendentemente extraño a algunos de nosotros que un hombre esté actuando corruptamente, que esté viviendo perversamente, y sin embargo, que piense que sus caminos son limpios porque recibe un sacramento o asiste a cierto lugar de adoración. He de confesar que para mi mente esto parece un fenómeno muy extraño: que existan hombres de inteligencia en este mundo que saben que su conducta es completamente censurable, y sin embargo, que se sienten perfectamente tranquilos porque han observado diligentemente un ritual preferido; como si inclinarse, y hacer ruidos, o cantar o gemir pudieran ser sustitutos de la santidad de corazón.

 

¡Miren al fariseo, y díganme si no es un portento moral! Devora las casas de las viudas, y está listo para cazar todo lo que le venga a mano; es un hipócrita detestable, pero el hombre está perfectamente tranquilo porque ha extendido los flecos de sus mantos, ayuna dos veces a la semana y cuela el mosquito del vino que bebe; está muy contento consigo mismo y todos sus caminos le parecen rectos, tan rectos, en verdad, que otros hombres que son mejores que él reciben su desprecio cuando pasa junto a ellos, temeroso de que se interpongan entre el viento y su nobleza. Da gracias a Dios porque no es como los demás hombres, cuando, hasta donde podemos juzgar ustedes y yo, él está diez mil brazas más hundido en la tenebrosa condenación por su carácter horriblemente hipócrita.

 

Sin embargo, hermanos, alguna forma u otra de esto es muy común. Todos los caminos de un hombre son limpios para él una vez que ha adoptado la idea de que la religión ceremonial, o la conversación religiosa, o la profesión religiosa pueden compensar por el pecado moral.

 

Ah, hermanos, este mal podría infiltrarse incluso entre nosotros. No seamos tan veloces en condenar al fariseo cuando, tal vez, el mismo pecado puede contaminar nuestras propias almas. He conocido a un hombre que era considerado como un firme calvinista que creía en toda alta doctrina, pero que vivía una vida muy corrupta. Despreciaba a los “arminianos”, según decidió llamarlos, aunque algunos de esos seres despreciados vivían muy cerca de Dios y caminaban en santidad y en integridad. El arminiano, piadoso como era, se perdería; pero este hombre ortodoxo, justo con justicia propia, que podía a la vez beber y engañar, pensaba que iba ser salvo porque había sido capaz de ver la verdad de ciertas doctrinas que también el diablo ve así como él.

 

He conocido a otro que pensaba que tenía una profunda y memorable experiencia, que hablaba largamente de la depravación de su corazón, al punto de que algunas personas pensaban que debería de ser capaz de hablar acerca de eso muy verazmente, pues lo demostraba en su vida; y sin embargo, porque podía repetir frases insinceras, y había adoptado ciertas ricas expresiones de experiencia libresca, pensaba realmente en su interior que no solamente era muy bueno sino un modelo a ser copiado por otros. A diestra y siniestra hombres como estos lanzarán maldiciones y anatemas sobre los mejores y los más sinceros de los santos. Ellos son los hombres; la sabiduría morirá con ellos. Habiendo muerto la santidad con ellos, no ha de sorprender que la sabiduría muera también.

 

¡Ah!, tengamos cuidado para que ni ustedes ni yo absorbamos el mismo espíritu en otra forma. ¡Ah!, predicador, toda tu predicación puede ser muy buena y bastante sólida y correcta, y hasta pudiera ser edificante para el pueblo de Dios, y estimulante para los inconversos. Pero recuerda que Dios no te juzgará por tus sermones, sino por tu espíritu, pues Él no pesa tus palabras, sino tu motivo, tu deseo, tu propósito al predicar el Evangelio.

 

Diácono de la iglesia, tú podrías haber caminado con todo honor durante muchos años, y pudieras ser universalmente respetado, y tu oficio podría haber sido bien cumplido en todos sus deberes externos, pero si tu corazón no fuera recto, si algún pecado secreto fuera consentido, si hubiera una llaga gangrenosa en tu profesión que nadie conoce sino tú mismo, el Señor, que pesa el espíritu, no tomará en cuenta tu diaconado ni que hayas llevado las copas y el pan en la comunión, sino que será hallado falto y serás echado fuera.

 

Tú, también, hermano anciano, tus labores y tus oraciones no son nada si tu corazón es maligno. Pudiste haber visitado a otros y haberlos instruido y haber sido un juez de su condición; aun así, si tú no has servido a Dios y a su iglesia motivado por el puro deseo de Su gloria, tú también, puesto en la balanza, serás rechazado con aborrecimiento. Yo oro a menudo –sin embargo, quisiera pedirlo más- para que ninguno de nosotros en este lugar sea convencido de la idea de que estamos bien si estamos mal. No es tu asistencia al Tabernáculo, no es tu membresía de la iglesia, tu bautismo, tu asistencia a las reuniones de oración, ni que hagas algo, lo que tendrá alguna relevancia en este asunto; es la entrega verdadera de tu corazón a Dios, y que vivas de conformidad con tu profesión; y a menos que la gracia de Dios te sea realmente dada para hacerlo, tus caminos podrían ser limpios en tu propia opinión debido a tu profesión externa; pero el Señor que pesa los espíritus terminará rápidamente con esas burbujas, Él partirá toda esa confitería, destrozará estas falsas apariencias, y dejará al hombre que pensó tener un palacio sobre su cabeza a lo largo de la eternidad, que se siente y tirite entre las ruinas de su Babilonia, y que grite y llore y gima entre dragones y diablos.

 

IV.   Pero prosiguiendo, hay otro carácter que tiene que ser considerado. “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión”; así son LOS CAMINOS DEL PROFESANTE CODICIOSO.

 

Es asombroso para algunos de nosotros que un hombre cuyo objetivo en la vida es meramente ganar dinero, y que retiene lo que posee y no lo da a la causa de Dios, adopte la profesión de ser un hombre cristiano, porque ninguno de todos los vicios es más contrario a la verdadera religión que la codicia. ¿Dónde encontrarían un ejemplo de un solo santo en la Escritura que cayera alguna vez en la codicia? Han caído en todos los demás pecados, pero en este, yo no recuerdo que un hijo de Dios mencionado en la Escritura haya descendido jamás. La gracia puede existir donde hay muchos pecados ocasionales, pero nunca donde hay una codicia perdurable. Piensen en las palabras de Pablo: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”. Lutero solía decir: “he sido tentado a todos los pecados excepto a la codicia”. La detestaba tanto que distribuía los regalos que recibía para no tener su porción en este mundo. Adams, en su libro sobre Pedro, bien señala: “Noé se emborrachó una vez con vino, pero nunca con el mundo; Lot fue incestuoso dos veces pero nunca fue codicioso; Pedro negó a su Maestro tres veces, pero no fue el amor del mundo sino el temor del mundo lo que lo condujo a hacerlo. David fue vencido una vez por la carne, pero nunca por la codicia. ¿Por qué ellos no se deshicieron del adulterio, de la ira, y de otros pecados similares? Porque las debilidades de un santo pueden caer en esos pecados, pero si cayeran una vez en la codicia, no queda nada del santo, ni siquiera el nombre. La codicia tiene la marca del odio de Dios en toda su frente”. “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”; y cuando alguien que profesa la fe muestra el amor del mundo en la forma más burda, cuando cede el paso para ser el esclavo de “Mamón, el menos elevado de los espíritus caídos del cielo”,(1) muestra evidencia, -a quienes juzgan rectamente de acuerdo a la Escritura- de que el amor de Dios no está en él, y no puede estar en él; las dos cosas son inconsistentes. Sin embargo, y es extraño decirlo, no conocemos sólo a unos cuantos cuyo camino les parece limpio en su propia opinión. Atornillan aquí y allí, ahora a sus siervos y ahora a sus clientes: la viuda, y los huérfanos no estarían seguros con ellos si pudieran roerles sus huesos. Todos los residuos que desprenden, los sostienen con un apretujón de hierro. Aunque las almas se pierdan no aceptarían el envío de misioneros a costa de su dinero. Aunque este Londres se infecte de pecado, aunque se cubra de las úlceras de la más terrible depravación, no se ven movidos nunca para dar alguna ayuda tendiente a sanar las heridas de la ciudad. Y, sin embargo, mientras su condenación los espera con certeza, y su sentencia los mira en el rostro tan claramente como el sol desde los cielos, sus caminos les parecen limpios. Es extraño que sea así, pero el Señor pesa los espíritus, y qué pesaje será ese, cuando los hombres que escapan la censura de la iglesia porque el suyo fue un pecado que la iglesia no pudo tratar, sean encontrados culpables de cometerlo, y ¡Dios los eche fuera! Vanas van a ser sus pretensiones de que comieron y bebieron en la casa de Dios, pues la respuesta vendrá: “Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber… estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. ¡En verdad os digo, nunca os conocí!”

 

Oh, dejen que esta verdad, pues es verdad, atraviese como una espada de dos filos en medio de los corazones de cualesquiera de ustedes que están comenzando a ceder frente a este vicio condenador. Clamen a Dios pidiendo que en la medida que les dé riquezas, puedan usarlas para Su gloria. Pídanle que nunca perezcan con una piedra de molino alrededor de su cuello; pues aunque ese peso asesino esté hecho de oro, el hecho de perecer no será mejor por eso.

 

V.   Otro carácter tiene que recibir también una palabra: ahora vamos a notar LOS CAMINOS DEL PROFESANTE MUNDANO.

 

Es sorprendente cómo algunas personas, haciendo una profesión de religión, la adaptan a su conciencia para poder vivir como viven. No podrías detectar con un microscopio alguna diferencia entre ellas y los mundanos comunes, y sin embargo, piensan que hay una vasta diferencia, y se sentirían insultados si no lo concedieras. Aquí suben a la casa de Dios hoy, pero ¿a cuáles diversiones han asistido durante la semana? ¿Cómo están vestidos? ¿Cómo son educados sus hijos? ¿Oran en familia? ¿Hay alguna cosa en el hogar que sea cristiana? Míralos en el negocio. ¿Acaso no comercian precisamente como quienes no tienen ninguna pretensión de religión? Pregúntales a sus trabajadores, simplemente vé y obsérvalos: mira si no pueden decir blancas mentiras igual que los demás, si no son para todo el mundo como las demás personas inconversas y no regeneradas, así como dos guisantes son semejantes el uno al otro. Sin embargo, sus caminos les parecen muy limpios, en verdad muy limpios, y su conciencia no los turba de ninguna manera.

 

Sólo tengo esta palabra que decir con todo afecto a esas personas, deseando sinceramente que puedan ser arrebatados de este fuego, “Jehová pesa los espíritus”. Él conoce nuestra vida entera. No nos juzgará sin libro. Cuando venga a la rendición de cuentas, no será como un juez que tiene que enterarse de los hechos; vendrá al juicio final habiendo visto con esos ojos de fuego los pensamientos secretos, los sentimientos privados de nuestra vida. Todos nosotros podríamos decir: Dios sé propicio a nosotros, pecadores; pero Dios, sálvanos especialmente de ser como los impíos.

 

VI.   Una palabra más todavía, y esta está dirigida a todos los profesantes aquí presentes, más o menos: es una solemne palabra concerniente A LOS CAMINOS DE LOS REBELDES LIBRES DE TEMORES.

 

¿No saben, hermanos y hermanas, que muy a menudo nuestros caminos nos parecen muy limpios cuando no lo son? Yo he aprendido por experiencia de manera muy dolorosa para mi propia alma, que no estoy calificado en lo más mínimo para juzgar mi propia salud espiritual: he creído que he estado avanzando en los caminos de Dios cuando he ido hacia atrás, y he tenido el concepto que ha atravesado mi mente de que ya había vencido a cierto pecado asediante, cuando para mi sorpresa, he descubierto que regresó con mayor fuerza que antes.

 

Compañero profesante, tú podrías estar caminando en este momento muy rectamente, según lo crees, y seguir adelante muy bien y confortablemente, pero déjame hacerte unas cuantas preguntas: ¿no estás dedicando menos tiempo a la oración en privado de lo que solías dedicarle? ¿No lo haces apresuradamente; no la omites por completo algunas veces? ¿No sales frecuentemente de tu aposento sin haberle hablado a Dios realmente, habiendo cumplido con el formalismo sólo para aquietarte a ti mismo? Tu camino podría parecer limpio, pero ¿no es malo cuando el propiciatorio ha sido descuidado? ¿Qué me dices de tu Biblia, la estás leyendo como solías hacerlo y son sus promesas tan dulces para ti? ¿Se desprenden las promesas de la página de la Biblia y hablan contigo? Oh, pero si tu Biblia es abandonada, hermano mío, podrías ser tan diligente asistiendo a la casa de Dios como solías hacerlo, pero ¿no es el tuyo un triste estado de descomposición? Déjame acercarme más. ¿Hay la vitalidad en torno a tu profesión que solía haber? Hay algunos en esta casa esta mañana, que, si pudieran hablar, te dirían que cuando para su gran dolor cayeron en pecado fue porque, poco a poco, su piedad comenzó a perder su fuerza y poder de vida. Han sido restaurados, pero sus huesos todavía les duelen allí donde fueron quebrados, y estoy seguro de que les dirían a sus hermanos: “Cuídate de permitir que el espíritu de gracia se evapore, por decirlo así, gradual y lentamente. Vigila cuidadosamente sobre eso, para que, sentado sobre tu sedimento, y no siendo vaciado de vasija en vasija, te vuelvas pronto carnalmente seguro y posteriormente caigas en el pecado cometido.”

 

Yo les pregunto a algunos de mis hermanos aquí, y hago la pregunta porque yo me hecho la pregunta sobre mi propia alma y la he respondido bañado en lágrimas, ¿no pudiera ser que algunos nos estemos volviendo de corazón endurecido con relación a la salvación de nuestros semejantes? ¿No amamos menos ahora, de lo que solíamos, a quienes claman a nosotros: “Pasa y ayúdanos”? ¿No pensamos que nos estamos volviendo santos experimentados? No somos los pobres pecadores que solíamos ser antes. No nos acercamos con un corazón quebrantado al propiciatorio como lo hacíamos antes. Comenzamos a juzgar a nuestros hermanos cristianos, y los tenemos en mucho menos consideración de la que les teníamos hace años, cuando solíamos casi amar el terreno que pisaban los santos del Señor, considerando que éramos menos que nada ante sus ojos.

 

Ahora, si ese fuera el caso en otros, que se están volviendo altivos, o que se están enfriando, o volviéndose duros de corazón, deberíamos decir de ellos que: “se encuentran en un grave peligro”, pero, ¿qué hay con nosotros, si ese fuera el caso con nosotros? En lo que a mí respecta, me da horror subir a este púlpito meramente a predicarles porque la hora ha llegado y porque debo completar una hora de predicación, o una hora y media de adoración. Me da horror convertirme en una simple máquina de predicación, sin que mi corazón y mi alma sean ejercitados en este solemne deber; y me da horror por ustedes, mis queridos amigos, que me oyen constantemente, no vaya a ser una mera pieza de pasar el tiempo, que ustedes estén en sus asientos, en ciertos momentos en la semana, y se sienten allí, y oigan pacientemente el estrépito que mi ruido produce en sus oídos.

 

Hemos de tener piedad vital, y su vitalidad tiene que ser mantenida, y la fuerza y la energía de nuestra religión debe continuar incrementándose día con día, o de lo contrario, aunque nuestros caminos parezcan ser muy limpios, el Señor pesará pronto nuestros espíritus para nuestra confusión eterna.

 

¿Saben ustedes que para Su pueblo el pesaje divino en disciplina paternal es trabajo rudo?, pues puede poner el alma en una balanza para nuestra propia conciencia, y cuando nosotros pensamos que pesa libras, ¡Él puede revelarnos que ni siquiera llega a dracmas! “Allí está”, -dice Él- “¡mira lo que eres!” Y comienza a correr el velo del engreimiento, y vemos la repugnancia y la falsedad de nuestra naturaleza, y nos quedamos completamente pasmados. O, tal vez, el Señor haga algo peor que eso. Permite que nos venga una tentación cuando no la esperamos, y entonces el mal hierve dentro de nosotros, y nosotros, que pensábamos que ya estábamos junto a los querubines, nos descubrimos casi semejantes a los demonios; sorprendidos, también, que tal bestia salvaje hubiera estado dormitando en la madriguera de nuestros corazones, mientras debimos haber sabido que siempre estuvo allí, y debimos haber caminado humildemente con Dios, y habernos vigilado y guardado a nosotros mismos.

 

Tengan la seguridad, amados, que las grandes caídas y el terrible daño nunca llegan a un cristiano de inmediato, sino que es un proceso lento y gradual; y tengan la certeza, también, que pueden deslizarse sobre las apacibles aguas del río sin soñar nunca que el Niágara está más allá, y sin embargo, podrían estar apresurándose hacia esas cataratas. Una terrible colisión podría sobrevenirle todavía al más elevado profesante entre nosotros, que hará que el mundo resuene con blasfemia contra Dios, y que la iglesia resuene con amargas lamentaciones debido a que los fuertes han caído. Dios guardará a los Suyos, pero ¡qué tal si resulta que yo no soy de los Suyos! Él guarda los pies de Sus santos, pero ¡qué pasa si dejo de vigilar y mis pies no son guardados, y resulte no ser un santo Suyo, sino un mero intruso en Su familia, y un pretendiente a tener lo que nunca tuve! Oh, Dios, por medio de Cristo Jesús, líbranos de esto a cada uno de nosotros.

 

VII.   De haber tenido tiempo, tenía el propósito de hablar en relación al séptimo y último carácter, es decir, LOS CAMINOS DEL HOMBRE ENGAÑADO.

 

Hay, sin duda, muchas personas en el mundo que nunca descubrirán que sus caminos, que consideraron que eran muy limpios, eran malos, hasta no entrar en el otro mundo. Hay algunos hombres que son cristianos en todo excepto en esto: que no tienen verdadera fe en Jesús. Hay otros que aparentemente son salvos, pero que nunca han nacido de nuevo realmente. Hay muchos que lo tienen todo excepto la única cosa necesaria, y que piensan que tienen eso, y persuaden a sus semejantes que tienen eso. Sería difícil decir cuán cerca puede llegar un hombre de ser cristiano, y sin embargo, perderse de la salvación; pero, ciertamente, puede llegar tan cerca que nadie, ni siquiera los ángeles de Dios serían capaces de explicar la diferencia entre él y un alma salvada, pues únicamente Dios discernirá la diferencia cuando venga a pesar los espíritus.

 

Oigamos la conclusión del asunto completo, que es ésta. Hemos de acudir, hermanos míos, todos nosotros, al lugar de confesión del pecado, y hemos de reconocer que hemos quebrantado la ley de Dios, y que merecemos Su justa desaprobación. Acudamos con la ayuda de Su Santo Espíritu, que es el Espíritu de suplicación, y confesemos la depravación de nuestra naturaleza, y el error de nuestros corazones. Pidamos orando que en vez de creer que nuestros caminos son limpios, conozcamos que son sucios, y que nos lamentemos por ellos, y que aprendamos a verlos como Dios los ve, como caminos torcidos y caminos errados en sí mismos, de los que no hay que jactarse sino que deben ser recordados con vergüenza y confusión de rostro. Bienaventurado es aquel que es librado de cualquier regocijo en sí mismo. Feliz el hombre que no ve ninguna mota de salud en su propia carne, y que siente que la lepra del pecado le ha cubierto por fuera y por dentro de la cabeza a los pies.

 

Y, hermanos, si llegamos a tal profunda humillación de espíritu, la siguiente palabra es ésta: vayamos juntos a la gran salvación que Dios ha provisto en la persona de Cristo Jesús. Vamos, uniendo mano con mano, santo y pecador, todos los pecadores conscientemente ahora, quedémonos de pie y veamos donde el pecado ha traspasado el cuerpo del bendito Sustituto con aquellas heridas sangrantes. Leamos las líneas de dolor escritas sobre ese bendito rostro; contemplemos la profundidad de Su alma llena con un océano de angustia, arrojada a una tempestad de sufrimiento; creamos que sufrió en nuestro lugar, y así pongamos nuestro pecado y nuestra pecaminosidad sobre Él. Jesús acepta a un pecador, incluso a un pobre pecador; aunque durante estos veinte años he conocido tu nombre, aun así vengo a Ti como un pecador, yo, el primero de los pecadores.

 

Ah, hermanos y hermanas, nunca estamos más seguros, estoy seguro, nunca más saludables, nunca en un mejor estado que cuando estamos postrados por completo en el suelo delante de la cruz. Cuando se sienten completamente indignos, han dado con la verdad. Cuando piensan que están haciendo algo y que son ricos y florecientes, son pobres, y están desnudos, y son miserables; pero cuando son conscientemente débiles y llenos de pecado, entonces son ricos. Cuando son débiles, son fuertes; pero, oh Dios, sálvanos de permitir que nuestros caminos parezcan limpios en nuestra propia opinión, que pesemos nuestros espíritus con la ayuda de Tu Espíritu, y nos condenemos para que no seamos condenados por el Señor.

 

Que el Señor los bendiga ricamente, y libremente, por causa de Su nombre. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Salmo 51.      

 

Nota del traductor:

 

(1) Es una cita tomada del Libro I del Paraíso Perdido de John Milton, que Spurgeon citaba con frecuencia. Algunos autores escriben la palabra así: Mammón.                   

 

 

 

Traductor: Allan Román

21/Enero/2010

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