El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Christus et Ego

(Cristo y Yo)

NO. 781

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 17 DE NOVIEMBRE, 1867

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.  Gálatas 2: 20.

 

“Estoy crucificado con Cristo. Y vivo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí…” Gálatas 2: 19, 20. Sagrada Biblia, Biblioteca de Autores Cristianos. (1).

 

En las grandes cadenas de montañas hay elevados picos que horadan las nubes, pero, por otro lado, hay, por aquí y por allá, partes más bajas de la cordillera que pueden ser transitadas por los viajeros y que se convierten en carreteras nacionales que propician el intercambio comercial entre las diversas tierras. Mi texto se yergue ante mi contemplación como una majestuosa cadena de montañas, como una verdadera cordillera de los Andes por su altura. Esta mañana no voy a intentar escalar las cumbres de su sublimidad; no tenemos el tiempo y tememos que no tenemos la habilidad para una obra de esa índole, pero, hasta donde mi capacidad me lo permita, voy a guiarlos a través de una o dos verdades prácticas que podrían ser de utilidad para nosotros esta mañana y podrían introducirnos a los soleados campos de la contemplación.

 

I.   Manos a la obra en seguida. Les pido que observen muy cuidadosamente, en primer lugar, LA PERSONALIDAD DE LA RELIGIÓN CRISTIANA tal como es exhibida en el texto que vamos a  considerar.

 

¿Cuántos pronombres personales de la primera persona hay en este versículo? ¿Acaso no hay tantos como ocho? Tiene una copiosa presencia de ‘yos’ y de ‘mis’. El texto no contiene ningún plural; no menciona a nadie más, ni a una tercera persona ubicada lejos, sino que el apóstol trata acerca de sí mismo, de su propia vida interior, de su propia muerte espiritual, del amor de Cristo por él, y del gran sacrificio que Cristo realizó por él. “El cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Esto es instructivo, pues una señal distintiva de la religión cristiana es que hace resaltar la individualidad de la persona. No nos hace egoístas, por el contrario, nos cura de ese mal, pero con todo y eso, manifiesta en nosotros una identidad mediante la cual nos volvemos conscientes, de manera eminente, de nuestra individualidad personal. En los cielos nocturnos se había observado desde hacía mucho tiempo brillantes masas de luz; los astrónomos las llamaron “nebulosas”; suponían que eran depósitos de materia caótica informe, hasta que el telescopio de Herschell las identificó como distintas estrellas. Lo que hizo el telescopio con las estrellas, la religión de Cristo lo hace con los hombres cuando la reciben en el corazón. Los hombres se consideran como amalgamados con la raza, o sumergidos en la comunidad o absorbidos por la humanidad universal; tienen una idea muy confusa acerca de sus obligaciones independientes para con Dios y de sus relaciones personales para con su gobierno, pero el Evangelio, cual telescopio, aísla al hombre frente a sí mismo, lo hace verse como una existencia separada, y lo obliga a meditar sobre su propio pecado, sobre su propia salvación y su propia condenación personal, a menos que sea salvado por la gracia. En el camino espacioso hay tantos viajeros que si se da un vistazo a vuelo de pájaro, pareciera estar lleno de una vasta muchedumbre de hombres que avanza en desorden; pero en el camino angosto y estrecho que conduce a la vida eterna, cada viajero es único; atrae tu atención; es un hombre debidamente identificado. Teniendo que ir en contra de la corriente general de los tiempos, el creyente es un individuo sobre el cual se posan ojos observantes. Es un individuo distinto tanto para él mismo como para el resto de los de su clase. Verás muy fácilmente cómo la religión de Jesucristo hace que se destaque la individualidad de un hombre desde sus albores; le revela su propio pecado personal y el consiguiente peligro. Tú no sabes nada acerca de la conversión si crees meramente en la depravación humana y en la ruina humana, pero no has sentido nunca que eres depravado, y que tú mismo estás arruinado. Por encima de todas las calamidades generales de la raza, habrá un infortunio particular que es de tu propiedad, si es que el Espíritu Santo te ha convencido de pecado; tú clamarás, igual que aquel profeta de Jerusalén de voz lastimera en los días del sitio: “¡Ay de mí!”; sentirás como si las flechas de Dios te estuvieran apuntando principalmente a ti, y como si las maldiciones de la ley caerán seguramente sobre ti si no cayeran sobre nadie más. Ciertamente, querido oyente, no sabes nada acerca de la salvación a menos que hubieres mirado personalmente, con tus propios ojos, a Jesucristo. Tienes que recibir personalmente al Señor Jesús en los brazos de tu fe y en el pecho de tu amor; y, si no has confiado en el Crucificado mientras has estado solo en contemplación al pie de la cruz, entonces no has creído para vida eterna.

 

Luego, como consecuencia de una fe personal e individual, el creyente goza de una paz personal; siente que si toda la tierra estuviera alzada en armas, él aún encontraría reposo en Cristo, y ese reposo es peculiarmente suyo, independientemente de sus compañeros. Puede hablarles de esa paz a otros, pero no puede comunicarla; otros no pueden dársela, ni pueden quitársela. Doquiera que la religión cristiana esté verdaderamente en el alma, pronto conduce a una consagración personal a Dios. El hombre se acerca al altar de Cristo, y exclama; “Heme aquí; oh Señor sumamente glorioso, yo siento que mi culto racional es darte a Ti espíritu, alma y cuerpo. Que otros hagan lo que quieran, pero yo y mi casa serviremos a Jehová”. El hombre regenerado siente que la obra de otros no lo exonera del servicio, y la tibieza general de la iglesia cristiana no puede ser una excusa para su propia indiferencia. Él se destaca en la lucha en contra del error incluso como un protestante solitario, si fuese necesario, como Atanasio, que clamaba: “yo, Atanasio, en contra del mundo entero”; o trabaja para Dios en la edificación de Jerusalén, como Nehemías, contentándose con trabajar solo si otros no quieren ayudarle. Ha descubierto que estaba personalmente perdido, y que ha sido salvado personalmente, y ahora su oración es: “Señor, muéstrame qué quieres que yo haga; aquí estoy yo, envíame”. Yo creo que en la medida en que nuestra piedad esté definitivamente en la primera persona del singular, será fuerte y vigorosa. Además, creo que en la medida que comprendamos plenamente nuestra responsabilidad personal para con Dios, será más probable que la cumplamos; pero si no la hemos entendido realmente, es muy probable que soñemos en obrar para Dios mediante un apoderado, en pagarle al sacerdote o al ministro para que nos sean útiles, y que actuemos como si pudiésemos trasladar la responsabilidad de nuestros propios hombros a la espalda de una sociedad o de una iglesia. Desde sus albores hasta su gloria del mediodía, la personalidad de la verdadera piedad es sumamente observable. Toda la enseñanza de nuestra santa fe lleva esa dirección. Nosotros predicamos la elección personal, el llamamiento personal, la regeneración personal, la perseverancia personal, la santidad personal, y no conocemos ninguna obra de gracia que no sea personal para su profesante. No hay ninguna doctrina en la Escritura que enseñe que un hombre puede ser salvado por la piedad de otro. Yo no puedo descubrir nada parecido a la salvación por patrocinio, excepto en el único caso del patrocinio del Señor Jesucristo. No encuentro a ningún ser humano colocado en el lugar de otro, como para ser capaz de tomar la carga del pecado de otro, o realizar el deber de alguien más. Yo encuentro en verdad que debemos llevar las cargas los unos de los otros con respecto a la simpatía, pero no en el sentido de la sustitución. Cada ser humano ha de llevar su propia carga, y ha de dar cuenta de sí mismo ante Dios. Además, las ordenanzas de la religión cristiana nos enseñan lo mismo. Cuando un hombre es sepultado con Cristo, en tipo, por el acto público del bautismo, no puede estar muerto por otro o ser sepultado por otro, ni puede resucitar en lugar de otro. Se da el acto personal de inmersión para manifestar nuestra muerte personal para el mundo, nuestro personal entierro con Cristo, y nuestra resurrección personal con Él. Así también, en la Cena del Señor, el acto individual de cada persona que come y bebe por sí misma, declara de manera muy manifiesta que nos presentamos como individuos delante del Señor, nuestro Dios, en nuestro vínculo con el Señor Jesucristo. Ahora bien, yo creo sinceramente que nada debe estropear jamás el efecto de esta verdad en nuestras mentes. Es una verdad tan sencilla que cuando la enuncio ustedes se preguntarán tal vez por qué la repito tan a menudo; pero sencilla como es, está siendo olvidada constantemente. ¡Cuántos miembros de la iglesia se escudan tras la vigorosa acción de la comunidad entera! La iglesia va en aumento, la iglesia abre escuelas, la iglesia edifica nuevas casas de oración, y entonces el miembro de la iglesia se lisonjea porque él está haciendo algo, cuando en realidad ese preciso individuo pudiera no haber hecho absolutamente nada mediante sus contribuciones o sus oraciones o sus enseñanzas personales. Oh, ocioso miembro de la iglesia, yo te lo suplico, sacúdete del polvo; no seas tan infame como para apropiarte las labores de otras personas. Delante de tu propio Señor, tú te sostendrás o caerás sobre tu propio servicio individual o tu negligencia individual, y si tú no produjeras ningún fruto por ti mismo, todo el fruto de las otras ramas no te servirá de nada. “Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”. “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará”.

 

Es muy común, también, que las personas se escuden detrás de una sociedad. Una pequeña contribución anual has sido con frecuencia un manto para una indiferencia crasa con respecto al santo esfuerzo. A alguien más se le paga para que sea un misionero y desempeñe tu labor de misión; ¿es ese el camino del Señor? ¿Es esa la senda de la obediencia? ¿Acaso el Señor no me dice a mí: “Como me envió el Padre, así también yo os envío”? Ahora bien, el Padre no envió a Cristo para que se procurase un delegado y fuese un Redentor nominal, sino que Jesús se entregó a Sí mismo por nosotros en un servicio y un sacrificio personales; de igual manera Jesús nos envía para que suframos y sirvamos. Está bien apoyar al ministro; está bien pagarle al misionero citadino para que pueda dedicarle su tiempo a esa obra necesaria, está bien ayudar a la mujer que distribuye Biblias para que pueda ir de casa en casa, pero recuerden que cuando todas las sociedades hayan hecho todo lo que es posible, no pueden exonerarte de tu propio llamamiento peculiar, y sin importar cuán grandes pudieran ser tus contribuciones para ayudar a otros a servir al Señor, no pueden liberarte, a nombre tuyo, de una sola partícula de lo que le debes personalmente a tu Señor. Permítanme suplicarles, hermanos y hermanas, que si se han escudado alguna vez detrás del trabajo de otros, comparezcan en su propio carácter, y recuerden que delante de Dios han de ser valorados por lo que ustedes hayan sentido, lo que ustedes hayan sabido, lo que ustedes hayan aprendido, y lo que ustedes hayan hecho.

 

La peor forma de ese mal es cuando las personas imaginan que la piedad familiar y la religión nacional pueden estar disponibles alguna vez en lugar del arrepentimiento y la fe individuales. Absurdo como pudiera parecer, es algo muy común que la gente diga: “¡Oh, sí!, todos nosotros somos cristianos. Por supuesto que todos somos cristianos; cada inglés es un cristiano. Nosotros no pertenecemos a los brahmanes o a los musulmanes; todos somos cristianos”. ¿Qué mentira más burda que ésa puede inventar un hombre? ¿Es cristiano un hombre por vivir en Inglaterra? ¿Acaso una rata es un caballo porque vive en un establo? Ese es un razonamiento igual de bueno. Un individuo tiene que nacer de nuevo, o no es un hijo de Dios. Un individuo tiene que tener una fe viva en el Señor Jesucristo, o de lo contrario no es ningún cristiano, y no hace sino mofarse del nombre de cristiano cuando lo asume sin tener parte ni suerte en el asunto.

 

Otro dicen: “mi madre y mi padre profesaron siempre esa religión, y por tanto, yo estoy obligado a hacer lo mismo”. ¡Es un glorioso razonamiento apropiado muy seguramente para los idiotas! ¿No han oído nunca acerca de aquel antiguo monarca pagano que profesaba la conversión, y que estaba a punto de entrar en la fuente bautismal, cuando, volviéndose hacia donde estaba el obispo, preguntó: “Adónde fue mi padre cuando murió, antes que la religión de usted llegara aquí, y dónde fue su padre, y todos los reyes que fueron antes de mí que adoraron a Odín y a Tor? ¿Adónde fueron cuando murieron? ¡Dígamelo de inmediato! El obispo meneó su cabeza, y pareció muy triste, y dijo que temía que se habían ido a un lugar muy tenebroso. “¡Ah!, entonces” –dijo él- “yo no seré apartado de ellos”. Se regresó y siguió siendo un pagano sin el bautismo. ¡Ustedes suponen que esta locura se extinguió en la era del oscurantismo! Sobrevive y prolifera en el presente. Hemos conocido a personas que se impresionaron con el Evangelio, quienes, no obstante, se aferraron a las falsas esperanzas de la superstición o del mérito humano, y se han excusado diciendo: “Mire, yo fui educado siempre de esa manera”. ¿Piensa un hombre que porque su madre fue pobre, o su padre fue un indigente, él mismo tiene que seguir siendo un mendigo? Si mi progenitor fue un ciego, ¿estoy obligado a sacarme mis propios ojos para ser como él? No, pero si he contemplado la luz de la verdad de Jesucristo, debo seguirla, y no he de ser desorientado por la idea de que la superstición hereditaria sea menos peligrosa o errónea porque una docena de generaciones hayan sido engañadas por ella. Tú tienes que presentarte delante de Dios, mi querido amigo, con tus propios pies, y ni madre ni padre pueden tomar tu lugar, por tanto, juzga por ti mismo; busca la vida eterna; alza tus ojos a la cruz de Cristo personalmente, y que sea tu serio empeño que tú mismo seas capaz decir: “Él me amó, y se entregó por mí”. Todos nacemos solos; venimos a este mundo como tristes peregrinos para recorrer un sendero que únicamente nuestros propios pies pueden hollar. En gran medida vamos solos por el mundo, pues todos nuestros compañeros son sólo barcos que navegan a nuestro lado, distintos barcos que llevan, cada uno de ellos, su propia bandera. Nadie puede bucear en la profundidad de nuestros corazones. Hay armarios en la alcoba del alma que nadie puede abrir sino solo el propio individuo. Hemos de morir solos; los amigos pueden rodear el lecho, pero el espíritu que parte ha de alzar solo el vuelo. No vamos a oír la pisadas de miles conforme descendamos al negro río; seremos viajeros solitarios al adentrarnos en la tierra ignota. Esperamos presentarnos delante del tribunal en medio de una gran asamblea, pero todavía para ser juzgados como si nadie más estuviese allí. Si toda esa multitud es condenada, y nosotros estamos en Cristo, seremos salvos, y si todos ellos fuesen salvados, y somos hallados faltos, seremos desechados. Cada uno de nosotros será colocado solo en las balanzas. Hay un crisol para cada lingote de oro, un horno para cada barra de plata. En la resurrección cada semilla recibirá su propio cuerpo. Habrá una individualidad en el cuerpo que será resucitado en aquel día de portentos, una individualidad sumamente marcada y manifiesta. Si yo soy condenado al final, nadie puede ser condenado por mi espíritu; ninguna alma puede entrar en las cámaras de fuego a nombre mío para soportar por mí la indecible angustia. Y, bendita esperanza, si soy salvado, seré yo quien verá al Rey en su hermosura; mis ojos lo verán, y no otro en mi lugar. Los gozos del cielo no serán gozos a través de un sustituto, sino los disfrutes personales de aquellos que han tenido una unión personal con Cristo. Todos ustedes saben esto, y por tanto, yo les ruego que permitan que esa importante verdad permanezca con ustedes. Ningún hombre cuerdo piensa que otro puede comer por él, o beber por él, o vestirse por él, o dormir por él o despertarse por él. Nadie está contento hoy en día con el hecho de que alguien más posea dinero por él, o que posea una propiedad por él; los hombre anhelan poseer ellos mismos las riquezas; desean ser felices personalmente, ser reconocidos personalmente; no les importa que las buenas cosas de esta vida sean sólo nominalmente de ellos, mientras otros hombres se aprovechan de las cosas reales; ellos desean tener un dominio real y un control de todos los bienes temporales. Oh, no hagamos el papel de tontos con las cosas eternas, sino que hemos de desear tener un interés personal en Cristo, y luego aspiremos a darle a Él, que lo merece tanto, nuestro servicio personal, entregando espíritu, alma y cuerpo a Su causa.

 

II.   En segundo lugar, nuestro texto muy claramente NOS ENSEÑA EL ENTRELAZAMIENTO DE NUESTRA PROPIA PERSONALIDAD CON LA DE JESUCRISTO.

 

Lean el texto de nuevo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Ahí está el hombre, pero ahí está el Hijo de Dios de manera igualmente conspicua, y las dos personalidades están singularmente entrelazadas. Me parece ver dos árboles frente a mí. Son plantas individuales que crecen una junto a la otra, pero al revisar su parte inferior, observo que las raíces están tan entrelazadas y entrecruzadas que nadie puede rastrear los árboles individuales y asignar los miembros de cada uno a su propia unidad. Así son Cristo y el creyente. Me parece ver ante mí una vid. ¡Por allá está un pámpano, único y perfecto como una rama; no ha de ser confundido con ningún otro; es un pámpano -una rama entera y perfecta- y, sin embargo, cuán perfectamente unido está al tallo, y cuán completamente su individualidad está fusionada a la vid de la cual es un miembro! Ahora bien, lo mismo sucede con el creyente en Cristo.

 

Hubo un progenitor que arrojó su sombra a través de nuestra senda, y de cuya influencia no pudimos escapar nunca. De todos los demás hombres hubiéramos podido tratar de zafarnos y reclamar estar separados, pero este hombre en particular era parte de nosotros mismos, y nosotros parte de él: se trata del primer Adán, en su estado caído; estamos caídos en él, y estamos deshechos en su ruina. Y ahora, gloria sea a Dios, como la sombra del primer hombre ha sido suprimida de nosotros, aparece un segundo hombre, el Señor del cielo; y a través de nuestra senda se derrama la luz de Su gloria y de Su excelencia, de la cual también, bendito sea Dios, nosotros, los que creemos en Él, no podemos escapar; en la luz de ese hombre -el segundo Adán, la cabeza federal celestial de todo Su pueblo- en Su luz nos regocijamos. Entrelazadas con nuestra historia y personalidad están la historia y la personalidad del hombre Cristo Jesús, y nosotros somos uno con Él para siempre.

 

Observen los puntos de contacto. Primero dice Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”; ¿qué pretende decir? Pretende decir muchísimas cosas más de las que les podría mencionar esta mañana; pero, brevemente, pretende decir esto: que él creía en la representación de Cristo en la cruz; sostenía que cuando Jesucristo fue clavado en el madero, no pendió de allí como una persona privada, sino como el representante de Su pueblo escogido. Así como el representante de un distrito en la Cámara de los Comunes no vota sólo por sí mismo, sino en el nombre del distrito que lo ha enviado al Parlamento, así el Señor Jesucristo, en lo que hizo, actuó como el gran representante público, y la muerte de Jesucristo en el madero fue la muerte virtual de todo Su pueblo. Entonces todos Sus santos restituyeron a la justicia lo que se le debía e hicieron una expiación por todos sus pecados ante la venganza divina. “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. El apóstol de los gentiles se deleitaba pensando que como un miembro del pueblo elegido de Cristo, él murió en el madero en Cristo. Hizo algo más que creer en esto doctrinalmente, pues lo aceptó confiadamente, depositando su esperanza en ello. Creía que en virtud de la muerte de Jesucristo, él mismo había pagado a la ley lo que le debía, que había satisfecho a la justicia divina, y que había encontrado la reconciliación con Dios.

 

Amados, cuán bendito es cuando el alma puede, por decirlo así, tenderse sobre la cruz de Cristo y sentir: “estoy muerto; la ley me ha matado, me ha maldecido, me ha inmolado, y por tanto soy libre de su poder porque en mi Fianza he llevado la maldición, y en la persona de mi Sustituto ha sido ejecutado contra mí todo lo que la ley podía hacer a manera de condenación, pues estoy crucificado con Cristo”. ¡Oh, cuán bendito es cuando la cruz de Cristo es puesta sobre nosotros: cómo nos resucita! Así como el anciano profeta subió y se tendió sobre el niño muerto, poniendo su boca sobre la boca de él, y sus manos sobre las manos suyas, y sus pies sobre los pies del niño, y luego el niño resucitó, del mismo modo cuando la cruz es puesta sobre mi alma, me infunde vida, poder, calor y consuelo. La unión con el Salvador sangrante y sufriente y la fe en el mérito del Redentor, son cosas que reaniman el alma. ¡Oh, que tuviéramos más goce de esas cosas! Pablo quiso decir todavía algo más que eso. No solamente creía en la muerte de Cristo y confiaba en ella, sino que efectivamente sentía en su persona su poder, el cual generaba la crucifixión de su vieja naturaleza corrupta. Si te concibes como un hombre ejecutado, de inmediato percibes que siendo ejecutado por la ley, la ley no tiene ningún reclamo adicional sobre ti; tú resuelves, además, que habiendo probado una vez la maldición del pecado por la sentencia dictada sobre ti, no caerás de nuevo en esa misma ofensa, sino que a partir de ahora, siendo liberado milagrosamente de la muerte a la que la ley te llevó, vivirás en vida nueva. Debes sentir eso si sientes debidamente. Así se veía Pablo como un criminal sobre el que la sentencia de la ley ya había sido cumplida. Cuando veía los placeres del pecado, decía: “no puedo disfrutarlos; estoy muerto para ellos. Una vez tuve una vida en la que los pecados eran dulces para mí, pero he sido crucificado con Cristo; por consiguiente, como un muerto no puede tener ningún deleite en los goces que una vez fueron deleites para él, tampoco puedo tenerlo yo”. Cuando Pablo miraba las cosas carnales del mundo, decía: “Antes permitía que estas cosas reinaran sobre mí. ¿Qué comeré? ¿Qué beberé? ¿Y con qué me vestiré? Estas constituían una trinidad de preguntas de suprema importancia; ahora no tienen ninguna importancia porque estoy muerto para esas cosas; yo echo sobre Dios mi preocupación con respecto a ellas; no son mi vida; estoy crucificado para ellas”. Sea cual sea la pasión, el motivo, el designio que pudieran venir a nuestra mente, que no sea la cruz de Cristo, deberíamos exclamar: “Lejos esté de mí gloriarme en alguna de estas cosas; yo soy un hombre muerto. Vamos, mundo, con toda tu brujería; vamos, placer, con todos tus encantos; vamos, riqueza, con todas tus tentaciones; vamos, todos ustedes tentadores que han seducido a tantos; ¿qué pueden hacer con un hombre crucificado? ¿Cómo pueden tentar a uno que está muerto para ustedes?” Ahora bien, es un bendito estado mental cuando un hombre puede sentir que por haber recibido a Cristo él es como alguien que está completamente muerto para este mundo. Ni entrega su fortaleza a sus propósitos, ni su alma a sus costumbres, ni su juicio a sus máximas, ni su corazón a sus afectos, pues es un hombre crucificado a través de Jesucristo; el mundo ha sido crucificado para él, y él para el mundo. Eso es lo que quiso decir el apóstol.

 

Noten a continuación otro punto de contacto. Pablo dice: “Sin embargo vivo”, pero luego se corrige a sí mismo: “y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Miren ustedes el lado muerto de un creyente: está sordo, y mudo, y ciego, y sin sentimiento en cuanto al mundo pecador, y no obstante, agrega: “Sin embargo vivo”. Explica cuál es su vida: su vida es producida en él en virtud de que Cristo está en él y él está en Cristo. Jesús es la fuente de la vida del cristiano. La savia de la vid vive incluso en los más minúsculos zarcillos. No importa cuán diminuto pueda ser el nervio, el experto en anatomía te dirá que la vida cerebral palpita en la extremidad más distante. Lo mismo sucede en cada cristiano; aunque el cristiano pudiera ser insignificante, y poseyese poca gracia, con todo, si es verdaderamente un creyente, Jesús vive en él. La vida que mantiene en existencia su fe, su esperanza y su amor proviene de Jesucristo, y únicamente de Él. Nosotros cesaríamos de ser santos vivientes si no recibiéramos diariamente una gracia proveniente de nuestra Cabeza del pacto. Como la fuerza de nuestra vida viene del Hijo de Dios, entonces Él es el gobernador y el poder motriz en nuestro interior. ¿Cómo puede ser cristiano alguien que es gobernado por cualquiera que no sea Cristo? Si llamas a Cristo “Maestro y Señor”, tienes que ser Su siervo; tampoco puedes rendir obediencia a ningún poder rival, pues nadie puede servir a dos Señores. Tiene que haber un espíritu rector en el corazón, y a menos que Jesucristo sea para nosotros ese espíritu rector, no somos salvos del todo. La vida del cristiano es una vida que brota de Cristo, y es controlada por Su voluntad.

 

Amados, ¿saben algo respecto a esto? Me temo que es una plática insulsa para ustedes a menos que la sientan. ¿Ha sido su vida así durante la semana pasada? ¿Ha sido la vida que ustedes vivieron la de Cristo viviendo en ustedes? ¿Han sido esa vida como un libro impreso con letras claras, en el que los hombres podrían leer una nueva edición de la vida de Jesucristo? Un cristiano debería ser una fotografía viviente del Señor Jesús, ser una impactante semejanza de su Señor. Cuando los hombres lo miran deberían ver no sólo lo que es el cristiano, sino lo que es el Señor del cristiano, pues debería ser como su Señor. ¿Has visto alguna vez y has sabido que en el interior de tu alma Cristo mira por tus ojos a los pobres pecadores y considera cómo pudieras ayudarles; que Cristo palpita en tu corazón, sintiendo por los que perecen, temblando por aquellos que no quieren temblar por ellos mismos? ¿Sientes alguna vez que Cristo abre tus manos en generosa caridad para ayudar a quienes no pueden ayudarse a sí mismos? ¿Has sentido alguna vez que un algo diferente de ti mismo estaba en ti, un espíritu que algunas veces lucha contigo mismo, y te agarra por la garganta y amenaza con destruir tu egoísmo pecaminoso; un espíritu noble que pone su pie sobre el cuello de la codicia, un espíritu valeroso que arroja al suelo a tu orgullo, un espíritu activo y ferviente que quema tu holgazanería? ¿No has sentido nunca esto? Ciertamente nosotros que vivimos para Dios sentimos la vida de Dios en nuestro interior y deseamos ser sometidos cada vez más al espíritu dominante de Cristo, para que nuestra humanidad pueda ser un palacio para el Bienamado. Ese es otro punto de contacto.

 

Prosiguiendo, el apóstol dice, y yo espero que mantengan abiertas sus Biblias para leer el texto: “Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios”. La vida del cristiano debe ser cada momento una vida de fe. Cometemos un error cuando procuramos caminar guiados por el sentimiento o por la vista.

 

‘Soñé la otra noche, mientras meditaba en la vida del creyente, que iba recorriendo un camino que un llamamiento divino me había indicado. El sendero establecido que yo estaba llamado a recorrer se extendía en medio de una densa oscuridad, y estaba desprovisto por completo de algún rayo de luz. Cuando me encontraba sumido en la espantosa oscuridad, incapaz de percibir ni una sola pulgada delante de mí, oí una voz que me decía: “sigue caminando. No temas, antes bien, avanza en el nombre de Dios”. Así que proseguí mi camino, apoyando temblorosamente primero un pie y luego el otro. Después de un breve lapso el sendero sumido en la oscuridad se tornó fácil y llano, por el uso y la experiencia; fue entonces que percibí que el sendero torcía; no tenía caso que me esforzara para proceder como lo había hecho antes; el camino era ahora tortuoso, y la senda áspera y pedegrosa; pero yo recordé lo que se me había dicho que tenía que avanzar como pudiera, así que seguí adelante. Entonces vino otro desvío, y luego otro, y otro, y otro, y yo me preguntaba por qué, hasta que entendí que si el tramo del camino continuaba siendo el mismo constantemente, me acostumbraría a él, y entonces caminaría guiado por el sentimiento; y aprendí que la totalidad del camino sería siempre de tal manera como para forzarme a depender de la voz conductora y a ejercer la fe en el Invisible que me había llamado. De pronto me pareció como si no hubiera nada debajo de mi pie cuando lo afirmé; con todo lo adelanté en la oscuridad en un confiado atrevimiento, y he aquí, logré dar un paso firme, y otro, y otro, mientras descendía por una escalera que bajaba cada vez más verticalmente. Proseguí, sin poder ver ni una pulgada delante de mí, pero creyendo que todo estaba bien, aunque podía oír en torno mío la estrepitosa caída de hombres y mujeres que habían andado guiados por la luz de sus propias linternas, y que habían perdido pie. Oí los gritos y los alaridos de hombres al momento de caerse de esa horrenda escalera; pero yo tenía órdenes de seguir adelante, y seguí directamente hacia adelante, resuelto a ser obediente aun si el camino descendiera hasta el más profundo infierno. Pronto la horrenda escalera llegó a un fin, y encontré una sólida roca debajo de mis pies, y caminé de frente sobre una calzada elevada con una balaustrada a ambos lados. Entendí que esto era la experiencia que había acumulado, que ahora podía guiarme y ayudarme, y yo me apoyé sobre esa balaustrada y seguí caminando confiadamente hasta que, en un instante, mi calzada elevada concluyó y mis pies se hundieron en el cieno, y en cuanto a mis otros consuelos, los buscaba a tientas, pero se habían esfumado, pues todavía debía saber que tenía que seguir dependiendo de mi invisible Amigo y el camino sería siempre de tal manera que ninguna experiencia podría sustituir mi dependencia de Dios. Siguiendo adelante me sumí en un cieno y en una inmundicia con un humo sofocante y un olor como de humedad de muerte, pues era el camino, y se me había ordenado que lo recorriera. Nuevamente la senda cambió, aunque todo era todavía medianoche; la senda subía, y seguía subiendo, y subiendo, y subiendo, sin nada en ella donde pudiera apoyarme; ascendí desfalleciente innumerables escalones, ninguno de los cuales era visible, aunque el simple pensamiento de su altura podría hacer que el cerebro vacilara. De pronto en mi senda irrumpió la luz -cuando desperté de mi ensueño- y viéndolo desde lo alto, vi que todo era seguro, pero que era un camino tal que si lo hubiese visto, no habría podido recorrerlo jamás. Sólo en la oscuridad hubiera podido realizar mi misteriosa travesía; sólo con una confianza infantil en el Señor. El Señor nos guía si estamos dispuestos a hacer simplemente lo que Él nos pida. Apóyense en Él, entonces. He pintado un pobre cuadro, pero aun así es uno que, si se dan cuenta, es grandioso para ser contemplado’.

 

Caminar de frente, creyendo en Cristo a cada instante, creyendo que los pecados de ustedes son perdonados aun cuando ven su negrura, creyendo que están seguros cuando parecieran estar en el mayor peligro, creyendo que han sido glorificados con Cristo cuando sienten como si fuesen echados fuera de la presencia de Dios, esa es la vida de la fe.

 

Además, Pablo nota otros puntos de unidad. “El cual me amó”. Bendito sea Dios porque antes de que los montes alzaran sus crestas coronadas de nieve hasta las nubes, Cristo había puesto Su corazón en nosotros. Sus “delicias eran con los hijos de los hombres”. En Su “libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron formadas, sin faltar una de ellas”. Creyente, sujeta la preciosa verdad que Cristo te amó eternamente; el todo glorioso Hijo de Dios te eligió, y se desposó contigo, para que pudieras ser Su esposa a lo largo de la eternidad. Tenemos aquí una bendita unión en verdad.

 

Observen lo que sigue, “Y se entregó a sí mismo por mí”; no solo dio todo lo que tenía, sino que se entregó a Sí mismo; no hizo simplemente a un lado Su gloria, y Su esplendor y Su vida, sino que entregó Su propia persona. Oh heredero del cielo, Jesús es tuyo en este momento. Habiéndose entregado una vez por ti sobre el madero para quitar tu pecado, se entrega a ti en este momento para ser tu vida, tu corona, tu gozo, tu porción, tu todo en todo. Has descubierto que eres una personalidad única, y una individualidad, pero esa personalidad está ligada con la persona de Cristo Jesús de manera que tú estás en Cristo y Cristo está en ti; por una bendita unión indisoluble, ustedes están entrelazados por los siglos de los siglos.

 

III.   Por último, el texto describe LA VIDA RESULTANTE DE ESTA PERSONALIDAD AMALGAMADA.

 

Si me tienen paciencia, seré tan breve como pueda mientras reviso el texto de nuevo, palabra por palabra. Hermanos, cuando un hombre descubre y se reconoce ligado a Cristo, su vida es completamente una nueva vida. Yo deduzco eso de la expresión “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Crucificado, entonces muerto; crucificado, entonces la vieja vida es eliminada; cualquier vida que un crucificado tiene debe ser una nueva vida. Lo mismo sucede con ustedes. Creyente, sobre tu vieja vida ha sido pronunciada la sentencia de muerte. La mente carnal, que es enemistad contra Dios, está condenada a muerte. Tú puedes decir: “muero diariamente”. Ojalá que la vieja naturaleza estuviera completamente muerta. Pero la vida que tienes no te fue dado sino hasta que entraste en unión con Cristo. Es algo nuevo, tan nuevo como si hubieses muerto realmente y te hubieses podrido en la tumba, y luego te hubieses levantado al sonido de la trompeta para vivir de nuevo. Tú has recibido una vida de lo alto, una vida que el Espíritu Santo obró en ti en la regeneración. Lo que es nacido de la carne, carne es, pero tu vida de gracia no provino de ti mismo; tú has nacido de nuevo de lo alto.

 

Tu vida es sumamente extraña: “He sido crucificado, sin embargo, vivo”. ¡Qué contradicción! La vida del cristiano es un enigma sin par. Ningún mundano puede comprenderla; incluso el propio creyente no puede entenderla. La conoce, pero siente que resolver todos sus enigmas es una tarea imposible. ¡Muerto, pero vivo; crucificado con Cristo, y no obstante, al mismo tiempo resucitado con Cristo en una vida nueva! No esperes que el mundo te entienda, cristiano, pues no entendió a tu Señor. Cuando tus acciones son tergiversadas y tus motivos son ridiculizados, no te sorprendas. “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece”. Si pertenecieras a la aldea, los perros no te ladrarían. Si los hombres pudieran leerte, no se sorprenderían; es debido a que estás escrito en una lengua celestial que los hombres no pueden comprenderte y piensan que no vales nada. Tu vida es nueva; tu vida es extraña.

 

Esta vida maravillosa, resultante en la amalgamada personalidad del Hijo de Dios y del creyente, es una vida verdadera. Esto es expresado en el texto, “Sin embargo, vivo”, sí, vivo como nunca antes viví. Cuando el apóstol se declara muerto para el mundo, no quisiera que nos imagináramos que estaba muerto en el sentido más elevado y mejor; no, vivía con una nueva fuerza y vigor vitales. Hermanos, cuando abrí los ojos al conocimiento de Cristo, me parecía que yo era justo como una crisálida recién salida del capullo, yo entonces comencé realmente a vivir. Cuando un alma se sobresalta con los truenos de la convicción y recibe después el perdón en Cristo, comienza a vivir. ¡El mundano dice que quiere ver la vida, y por tanto, se hunde en el pecado! Necio como es, se asoma al sepulcro para descubrir la inmortalidad. El hombre que vive verdaderamente es el creyente. ¿He de volverme menos activo por ser cristiano? ¡Nunca tal acontezca! ¿Me volveré menos diligente y encontraré menos oportunidades para la manifestación de mis energías naturales y espirituales? ¡Nunca tal acontezca! Si alguna vez un varón debe ser como una espada demasiado afilada para la vaina con un filo que no puede ser embotado, debería ser el cristiano; él debería ser como llamas de fuego que queman a su paso. Vivan mientras vivan. No hay que desperdiciar ni malgastar el tiempo. Vivan de tal manera que demuestren que poseen la más noble forma de vida.

 

Es claro, también, que la nueva vida que Cristo nos trae es una vida de abnegación, pues agrega “y vivo, ya no yo”. La humildad mental es parte y porción de la piedad. Él que puede recibir el reconocimiento para sí mismo no conoce el espíritu de nuestra santa fe. Cuando el creyente ora mejor dice: “Sin embargo, no yo, sino el Espíritu de Dios intercedió en mí”. Si ha ganado almas para Cristo, dice: “No yo; fue el Evangelio; el Señor Jesús obró poderosamente en mí”. “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria”. La humillación de sí mismo es el espíritu innato del hijo de Dios verdaderamente nacido de nuevo.

 

Además, la vida que Cristo genera en nosotros es una vida de una idea. ¿Está el alma del creyente gobernada por dos cosas? No, no conoce sino una. Cristo vive en mí. ¿Hay dos residentes en la alcoba de mi alma? No, a un Dios y Señor sirvo. “Cristo vive en mí”. Un antiguo teólogo deseaba poder comer, y beber, y dormir vida eterna. ¡Vive tú así! ¡Ay! Yo lamento que vivo demasiado en la vieja vida, y que Jesús vive demasiado poco en mí; pero si el cristiano ha de alcanzar alguna vez la perfección -y que Dios nos conceda que cada uno de nosotros pueda llegar tan cerca como sea posible a eso aun ahora- descubrirá que el antiguo: “yo vivo”, es reprimido, y la nueva vida a semejanza de Cristo reina suprema. Cristo tiene que ser el único pensamiento, la única idea, el único pensamiento rector en el alma del creyente. Cuando se despierta en la mañana, el creyente saludable se pregunta: “¿Qué puedo hacer por Cristo?” Cuando está realizando su trabajo se pregunta: “¿Cómo serviré a mi Señor en todas mis acciones?” Cuando gana dinero se pregunta: “¿Cómo puedo usar mis talentos en favor de Cristo?” Si adquiere educación, la pregunta es: “¿Cómo puedo invertir mi conocimiento en favor de Cristo?”

 

Resumiendo lo mucho en lo poco, el hijo de Dios tiene en su interior la vida de Cristo; pero, ¿cómo describiré eso? La vida de Cristo en la tierra fue lo divino amalgamado con lo humano; así es la vida del cristiano; hay algo divino en ella; es una simiente viva e incorruptible, que permanece para siempre. Somos hechos partícipes de la naturaleza divina habiendo escapado de la corrupción que está en el mundo gracias a la lascivia; sin embargo, nuestra vida es una vida plenamente humana. El cristiano es un hombre entre los hombres; en todo lo que exige valentía él se esfuerza por sobresalir, sin embargo, no es como son otros hombres, pues lleva una naturaleza oculta que ningún simple mundano entiende. Visualicen la vida de Cristo en la tierra, amados, y eso es lo que la vida de Dios en nosotros debería ser, y lo será en la medida en que estemos sujetos al poder del Espíritu Santo.

 

Noten además, apegándonos al texto, que la vida que Dios obra en nosotros es todavía la vida de un ser humano. “Lo que ahora vivo en la carne”, dice el apóstol. Esos monjes y monjas que huyen del mundo por miedo a que sus tentaciones los venzan, deberían vencerlas, y los que se recluyen para buscar una mayor santidad, son tan excelentes soldados como aquellos que se retiran al campamento por miedo a ser derrotados. ¿Qué servicio pueden prestar esos soldados en la batalla o esas personas en la guerra de la vida? Cristo no vino para que nos hiciéramos monjes; Él vino para que nos hiciéramos hombres. Él se propuso que aprendiéramos cómo vivir en la carne. No debemos renunciar al trabajo ni a la sociedad, ni renunciar a la vida en ningún recto sentido. “Lo que ahora vivo en la carne”, dice el apóstol. Mírenlo ocupado haciendo tiendas. ¡Cómo! ¿Un apóstol haciendo tiendas? ¿Qué opinarían ustedes, hermanos, si el Arzobispo de Canterbury cosiera para ganarse el sustento? Es un oficio demasiado humilde para un obispo del estado, ciertamente, pero no demasiado humilde para Pablo. No creo que el apóstol haya sido jamás más apostólico que cuando recogía ramas secas. Cuando Pablo y sus acompañantes naufragaron en Melita, el apóstol era de mayor servicio que todo el sínodo pan-anglicano con sus sotanas de seda, pues él se puso a trabajar como las otras personas para recoger combustible para el fuego, pues quería calentarse como los demás, y entonces asumió su parte de la tarea. De igual manera ustedes y yo debemos tomar nuestro turno en la rueda. No debemos pensar en mantenernos alejados de nuestros semejantes como si nos degradáramos por mezclarnos con ellos. La sal de la tierra debe ser bien untada en los alimentos, y de igual manera el cristiano debe mezclarse con sus semejantes, buscando su bien para la edificación. Somos hombres, y hacemos todo lo que los hombres puedan hacer legítimamente; dondequiera que puedan ir ellos, nosotros podemos ir. Nuestra religión no nos hace ni más ni menos humanos, aunque nos coloca en la familia de Dios. Con todo, la vida cristiana es una vida de fe. “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios”. La fe no es una pieza de repostería que ha de ser colocada sobre las mesitas de la sala, o un vestido que ha de ser usado los domingos; es un principio de trabajo, que ha de ser usado en el establo y en el campo, en el taller y en la casa de cambio; es una gracia para el ama de casa y el siervo; es para la Cámara de los Comunes y para el taller más pobre. “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe”. Yo quisiera que el zapatero creyente remiende zapatos religiosamente, y que el sastre confeccione trajes por fe, y yo quisiera que todo cristiano comprara y vendiera por fe. Cualesquiera que fueran sus oficios, la fe debe ser incorporada en sus llamamientos cotidianos, y esa es únicamente la fe viva y verdadera que pasará la prueba práctica. No han de detenerse en la puerta del taller y quitarse su abrigo y decir: “Hasta luego al cristianismo hasta que cierre el negocio de nuevo”. Eso es hipocresía; pero la vida genuina del cristiano es la vida que vivimos en la carne por la fe en el Hijo de Dios.

 

Para concluir: la vida que proviene de la personalidad amalgamada de Cristo y el creyente es una vida de perfecto amor. “Él se entregó por mí”. Por tanto, mi pregunta es: ‘¿Qué puedo hacer por Él?’ La nueva vida es una vida de santa seguridad, pues, si Cristo me amó, ¿quién podría destruirme? Es una vida de santa riqueza, pues, si Cristo entregó Su infinita persona por mí, ¿qué puedo necesitar? Es una vida de santo gozo, pues, si Cristo es mío, tengo un pozo de santo gozo dentro de mi alma. Es la vida del cielo, pues, si tengo a Cristo, tengo lo que es la esencia y el alma del cielo.

 

Me he referido a misterios de los que algunos de ustedes no han entendido ni siquiera una frase. Que Dios les dé entendimiento para que puedan conocer la verdad. Pero si no la han entendido, dejen que este hecho los convenza: no saben la verdad porque no tienen el Espíritu de Dios, pues solo la mente espiritual entiende las cosas espirituales. Cuando hablamos de la vida interior, les parecemos a quienes no nos entienden como los que chochean y sueñan. Pero si me has entendido, creyente, ve a casa y vive de la verdad, practica lo que sea practicable, aliméntate de lo que está lleno de sabor, regocíjate en Cristo Jesús porque eres uno con Él, y entonces, en tu propia persona, anda y sirve a tu Señor con todo el esfuerzo que te sea posible y que el Señor te envíe Su abundante bendición. Amén y amén.

 

Nota del traductor:

 

El título de este sermón está en latín y hemos querido respetar eso. ‘Ego’ en latín significa simplemente ‘yo’.              

 

Traductor: Allan Román

18/Enero/2013

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