El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Hacha Puesta
a
Un Testimonio
Contra
NO.
695
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Mas la hora
viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le
adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es
necesario que adoren”.
Juan 4: 23, 24.
La conciencia de la
mujer fue despertada por la descripción que le hizo Cristo de su pecado. Él estaba tocando unos temas de
una trascendental importancia y el depravado corazón de la mujer evadía
naturalmente la lanceta. Huía de la verdad que se estaba volviendo inconvenientemente
personal para parapetarse en ese refugio natural de la mente carnal, es decir,
en el discurso religioso sobre puntos de una observancia externa. En vez de
confesar su pecado y preguntar cómo podía ser perdonado, siente la necesidad de
decir: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en
Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”. Al corazón carnal le horroriza el
contacto con la verdad espiritual y encuentra una manera sumamente conveniente
de evitarlo recurriendo a preguntas sobre santos lugares, santos tiempos y santas
costumbres. Jesús, para sorpresa de ella, le informa que la pregunta que había
formulado era tan sólo de una importancia temporal. Hubo un tiempo cuando
estaba bien saber que la salvación venía de los judíos y que el templo rival de
los samaritanos era una impostura; pero Él le dice, en efecto: “Mujer, créeme
que esa pregunta no tiene ninguna importancia ahora, pues la hora viene, y
ahora es, cuando lo externo habrá de ser abolido y lo ritualista habrá de ser
suprimido, y una adoración más pura y más sencilla y más espiritual habrá de
tomar su lugar”.
La adoración que nuestro
Señor Jesucristo estableció involucraba un cambio. Eso está implícito en las
expresiones usadas aquí. Él le anunció que acababa de llegar la hora cuando
todas las preguntas en cuanto a éste o a aquél lugar debían cesar y debían ser
reemplazadas por la adoración espiritual. Nuestro Señor dio una muy breve -pero
creo que una muy instructiva descripción- de lo que debía ser esa adoración. Si
ustedes observan cuidadosamente las palabras verán que era un tipo de adoración
que hacía distinciones, pues menciona
a verdaderos adoradores. Antes había
habido muy poca distinción, pues en tanto que todos ellos cumplieran con la
misma forma externa, todos ellos parecían ser adoradores; pero ahora se tenía
que hacer una distinción clara y manifiesta. Los adoradores meramente externos
eran ahora falsos adoradores, y únicamente aquellos que avanzaran a una
adoración espiritual iban a ser considerados como verdaderos. El Evangelio de
Cristo es un gran discernidor y un juez muy imparcial. Cristo tiene el
aventador en Su mano; se sienta para afinar (Malaquías 3: 3); Él es comparado
por el profeta con el “fuego purificador” y con el “jabón de lavadores”
(Malaquías 3: 2); y de aquí ustedes ven que Él discierne de inmediato entre
adoradores y adoradores. Ahí están ambos adoradores con sus cabezas inclinadas
por igual, tal vez repitiendo ambos las mismas palabras, pero el Salvador hace
una distinción: “hay” –dice- “un falso adorador, y hay un verdadero adorador, y
únicamente quien es espiritual es verdadero”. Él anuncia además que según el
Evangelio Dios ha de ser adorado en el
carácter de un Padre: verdaderos adoradores adorarán al Padre. Ese no había
sido el caso anteriormente. El Señor había sido adorado como Adonai y
reverenciado como Jehová; pero decir: “Padre nuestro que estás en los cielos”
sigue siendo una prerrogativa del cristiano iluminado que, habiendo creído en
Cristo, ha recibido poder para convertirse en un hijo de Dios. La verdadera
adoración cristiana se dirige a Dios, no simplemente como Creador y Preservador
o como el grandioso Señor del Universo, sino como a Uno que es un pariente
cercano nuestro, nuestro Padre, amado por nuestras almas. Jesús declara de
igual manera que la adoración evangélica ha de ser de un tipo que no resulta
meramente del hombre mismo, sino que viene de Dios y es una obra de gracia. Esto está implícito en la frase: “el Padre
tales adoradores busca que le adoren”, como si ninguna adoración verdadera
pudiera provenir del hombre a menos que Dios la buscara. La verdadera devoción
bajo la dispensación cristiana no es meramente humana sino es también divina.
Es la obra del Espíritu en el alma que regresa a su autor, o como lo expresa
nuestro himno:
“La oración es el aliento de Dios en el hombre,
Que regresa de donde vino”.
Estos son puntos muy
serios que trazan una amplia línea distintiva entre la adoración viva de los
elegidos de Dios y la yerta adoración formal del mundo que está bajo el
maligno.
Además, el Salvador
continúa diciendo que quienes adoran a Dios han de adorarle “en espíritu”. Ya no han de adorarle más
con el sacrificio visible de un cordero, sino confiando interiormente en Aquel
que es el Cordero de la pascua de Dios; ya no han de adorarle más con la sangre
rociada de machos cabríos, sino confiando de corazón en la sangre que por
muchos fue derramada una vez; ya no han de adorar a Dios con efod, pectoral, y
mitra, sino con un alma postrada, con una fe enaltecida, y ya no más con las
facultades del cuerpo sino con las del espíritu. Los que adoramos a Dios bajo
la dispensación cristiana no debemos imaginar que el ejercicio corporal en la
adoración aproveche de algo, que las genuflexiones y las contorsiones sean de
algún valor, sino que la adoración aceptable es enteramente mental, interior y
espiritual.
Pero para que no nos
quede la impresión de una omisión en la descripción, agrega: “en espíritu y en verdad es necesario que adoren”;
pues si bien debemos profesar adorar a Dios solamente con el espíritu,
despreciando así las formas, con todo, a menos que el alma ame verdaderamente y
adore realmente y se postre sinceramente, nuestra adoración sería tan
inaceptable como si fuera formal y externa. Vean entonces, hermanos, que
poniendo las tres cosas juntas, la adoración bajo la dispensación cristiana que
Dios ordena y que acepta por medio de Cristo Jesús, es una adoración que se
distingue de la adoración exterior de la mente carnal por una vitalidad
interior. Es la adoración de un hijo hacia su padre que siente en su interior
un parentesco con lo divino; es una adoración obrada en nosotros por Dios el
Espíritu Santo debido a que el Padre nos ha buscado y nos ha enseñado cómo
adorarle. Es una adoración que no es externa, sino que proviene del hombre
interior, y no ocupa manos, ni ojos, ni pies, sino corazón y alma y espíritu: y
es una adoración que no es profesional y formal, sino real, ferviente, sincera
y por eso mismo aceptable delante de Dios.
Permítanme darles un
esbozo de esta adoración tal como se muestra en la realidad. Un hombre pudiera
haber asistido a un lugar de adoración desde su juventud, y pudiera haber
adoptado el hábito de repetir una fórmula sagrada cada mañana y cada noche; incluso
pudiera haber sido un lector tolerablemente diligente de
Si entiendo las palabras
del Salvador -y espero hacerlo, no sólo teóricamente sino prácticamente- Él
quiere decir que aquellos de nosotros que somos Sus verdaderos adoradores
tenemos que adorarle con nuestra mejor parte, con nuestra parte más noble, y
nuestra alma, con todo el poder que tenga, debe rendir reverencia al Dios
invisible. Hermanos, este es el tipo de adoración que los hombres no quieren
rendir a Dios; ellos le rendirán cualquier otra forma de adoración menos esa; y
mientras la gracia divinamente eficaz no obre tal adoración en el corazón del
hombre, resulta odiosa para él; el hombre quiere adorar a Dios con ornamentos,
incienso, flores y pendones, pero no accederá a adorarle en espíritu y en
verdad.
I. Voy
a proceder a mi labor dando UNA BREVE RESEÑA DE
Siguiendo con la línea
de la gracia, vamos a introducirlos ahora a la forma ceremonial de adoración que Dios instituyó después que el método más
espiritual había fallado por completo. Vio que los hijos de Israel, a quienes
Él amaba, no eran más que una turba de esclavos; sus espíritus habían sido
doblegados por una amarga esclavitud; igual que la pobre raza africana del presente
día, parecían incapaces en su conjunto de elevarse de una vez a la dignidad
mental, y necesitaban que transcurrieran una o dos generaciones más antes de
que pudieran alcanzar, como nación, un gobierno autónomo y maduro. Entonces
cuando sacó a Su pueblo de Egipto el Señor no los probó con una forma enteramente
espiritual de adoración; por la dureza de sus corazones, entre otras razones,
si bien todavía debía ser adorado como un espíritu, les dio ciertos signos
externos gracias a los cuales serían capacitados a entender Su carácter. Se le
ha dado gran importancia a la adoración simbólica de los judíos, como si fuera
una excusa para el simbolismo artificial del Anticristo de las iglesias romana
y anglicana. Quisiéramos comentar que no se le debería asignar ningún valor a eso
ahora, puesto que muchas veces es declarado perentoriamente en
Recuerden que la
adoración simbólica era apropiada meramente para la infancia de la iglesia de
Dios, y que habiendo recibido ahora el Espíritu de Dios para que more en
nosotros sería tan inapropiada como lo serían los pañales de la edad de la
lactancia en hombres plenamente desarrollados. Además, aun mientras existía se
hablaba de ella como de algo que pronto sería reemplazado por un pacto nuevo y
mejor. Con frecuencia no era tomada en cuenta por la autoridad divina. Aunque
Elías no era para nada de la casa de Leví ofrecía sacrificios, y conforme
surgían un profeta tras otro manifestaban y declaraban por sus acciones que
Dios no tenía la intención de dar un peso indiviso a la forma levítica de
adoración, sino que cuando Él derramaba Su Espíritu sobre varones especiales
ellos debían crear una ruptura en todas las regulaciones rituales con el objeto
de mostrar que no tenían la intención de ser fijas y permanentes.
No se recuerda lo
suficiente que la mayoría del pueblo de Dios en la nación judía tenía poco que
ver con esta adoración simbólica. Cuando todos ellos estaban en el desierto, y
se congregaban alrededor de la tienda llamada el tabernáculo, todos ellos
podían ver la columna de fuego; pero cuando entraron en la tierra que Dios les
había dado, ¿qué era lo que podía ver la mayoría de ellos? Vamos, la mayoría de
ellos sólo veía al templo mismo una o dos veces al año. Casi ninguno de ellos
vio jamás el arca, los querubines o el candelero de oro; esas cosas estaban
siempre detrás del velo y sólo una vez al año el sumo sacerdote entraba en ese
sagrado recinto. Aun en el lugar donde los sacrificios eran ofrecidos continuamente,
nadie entraba salvo los sacerdotes; de manera que al menos para once tribus de
las doce, las ceremonias eran básicamente invisibles. Poco se hacía fuera del
atrio de los sacerdotes, pero la mayor parte de los sacrificios y de la
tipología del judaísmo, era una cosa tan oculta como son para nosotros las
cosas espirituales de Dios en el presente día; y así había un gran ejercicio de
las facultades espirituales, y comparativamente poco de la exhibición externa.
Además, es preciso recordar que no había
nada visible, de ningún tipo, para la adoración del judío. No es así en la
simbología de esa falsa Iglesia que está tratando de levantar y de revivir esos
míseros elementos; allí los hombres se inclinan delante de un cruz; un trozo de
pan dentro de un estuche es reverenciado y tratado con adoración; paños raídos
y andrajos podridos, llamados reliquias, son el blanco de la adoración; pero no
había nada parecido a eso entre los judíos; ellos adoraban viendo hacia el
templo, pero no adoraban al templo, o al propiciatorio, o al altar, o a ningún
otro emblema. ¿Acaso no se dice expresamente: “Ninguna figura visteis”? Cuando
Dios descendió sobre el Sinaí y todo el pueblo adoró allí, no vieron nada que
se atrevieran a adorar; Dios seguía siendo invisible para ellos, y tenían que
ejercitar sus facultades mentales en la adoración del Dios invisible. Cuando una
vez se pensó que los poderes milagrosos de la serpiente de bronce le daban el
derecho a la adoración, Ezequías la llamó Nehustán, esto es, cosa de bronce, y la hizo pedazos. De
manera que con todo su esplendor de imágenes, ornamentos bordados, y pectoral
reluciente, había en gran medida un poderoso elemento de espiritualidad aun en
cuanto a la adoración aarónica; sólo me refiero, por supuesto, a los hombres espirituales.
El propio David dejó completamente atrás lo externo cuando declaró: “Sacrificio
y ofrenda no te agrada”; y también cuando dijo: “Porque no quieres sacrificio,
que yo lo daría”. El profeta declara que Dios está hastiado de sus sacrificios,
y en otro lugar el Señor mismo dice que si pudiéramos presentarnos delante de
Él con ríos de aceite, o con diez mil porciones del sebo de animales gordos, no
nos aceptaría con esas cosas. Que obedecer es mejor que el sacrificio es lo que
se nos dice incluso bajo la ley. De manera que aun allí, aunque no tan
claramente como ahora, se enseñaba y se declaraba la espiritualidad de la adoración.
Pero, queridos amigos, ¿qué
pasó con ese acoplamiento de la adoración con la niñez de la iglesia? Ustedes
saben que después que Israel salió de Egipto muy pronto dijeron: “Haznos dioses
que vayan delante de nosotros”. No podían pasarse sin un Dios visible. No
piensen que cuando erigieron un becerro tenían la intención de adorar al
becerro en vez de adorar a Jehová; eso sería una calumnia en contra de ellos;
ellos adoraron a Jehová por medio del becerro; esa era su excusa, pues dijeron:
“Mañana será fiesta para Jehová”. Concibieron representar a Jehová con un
becerro, y “Así cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba”.
Aunque fueron severamente reprendidos, el pecado constante de Israel fue desear
adorar a Dios bajo el favorito emblema egipcio del becerro. Al final se habían
adentrado tanto en la idolatría que fueron dispersados muy lejos, y en la
cautividad fueron tan castigados y además se vieron obligados a tener tal
contacto con las abominaciones de la idolatría, que se hastiaron de ella y
ningún judío desde entonces ha sido ya más un idólatra. Aun así, no querían
rendir una adoración espiritual y por tanto cayeron en un rígido ritualismo,
reverenciando la mera letra de la ley y peleando sobre nimios refinamientos con
respecto a regulaciones y observancias, de manera que en el día de Cristo
ensanchaban sus filacterias y extendían los flecos de sus mantos, pero
olvidaron al Grandioso Espíritu que ha de ser adorado en espíritu y en verdad.
Desde aquel día el Señor
ha sido tratado por los hombres carnales en una de tres maneras; a) Dios es
adorado por símbolos externos como sucede en el brahmanismo, en el catolicismo
romano, en el puseyismo y en otros grupos idólatras; b) por otra parte es
adorado por medio de ritualismos, como sucede entre muchísimas personas que
alegan ser ortodoxas, pero que contienden por formas prefijadas e inflexibles, escritas
o no según sea el caso; c) de lo contrario los hombres muestran una total
indiferencia a Dios, y entonces se apresuran a rendir una supersticiosa
reverencia a una cosa u otra que es maligna, y por tanto que ha de ser temida y
de la que se debe hablar con espanto. Esta es la historia de la adoración
religiosa: que sea cual sea la forma que asuma la adoración espiritual, el
hombre, si puede, se alejará siempre de ella y olvidará a su Dios y erigirá
algo visible, en vez de postrarse delante de lo invisible; de aquí la necesidad
del segundo mandamiento en el Decálogo: “No te harás imagen, ni ninguna
semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo
soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, etcétera”. Este no es un mandamiento en
contra de adorar a otro Dios, pues eso le corresponde al primer mandamiento,
sino que es un mandamiento en contra de adorar a Dios bajo cualquier forma o a
través de cualquier medio o bajo cualquier símbolo, pues Él es espíritu y debe
ser adorado en espíritu y en verdad y no por símbolos. La mente humana está
acometiendo siempre en contra de este mandamiento y en una forma u otra la
idolatría es la religión gobernante de la humanidad.
Cristo viene para
decirnos que Su adoración debe ser ahora enteramente espiritual; aun el altar
que pertenece a los tiempos antediluvianos ha desaparecido, pues tenemos un
altar de otro tipo; aun el sacrificio que pertenecía al período primitivo se ha
desvanecido como una sombra, porque tenemos el sacrificio de Cristo en el cual
confiar. En cuanto a las instituciones que se adecuaban a la infancia de la
iglesia, esas también han desaparecido, pues ahora Jesús quiere recibir la
adoración de hombres iluminados por la presencia del Espíritu Santo; quiere que
entendamos lo que una revelación perfecta exige de nosotros: que debemos adorar
al Dios invisible en la plenitud de nuestros poderes espirituales sin la
interferencia de signos visibles. Ahora quiere que nos despojemos de todos los tipos
y signos externos, menos de los dos que Él mismo ha ordenado, y aun esos son
tipos de la humanidad del Salvador, y no de Su Deidad, que han de ser valorados
únicamente por la comunión espiritual que permiten que tengan nuestros
corazones con Jesús; el bautismo está destinado a hombres espirituales, para
que entren en la muerte y en la sepultura del Salvador, y la cena del Señor
tiene el propósito de que las mismas personas recuerden Su cuerpo partido y Su
sangre derramada por ellas; el agua, el pan y el vino, siendo meros emblemas,
no han de ser tratados con reverencia, sino que se les ha de dar su apropiado
uso emblemático.
II. Ahora,
en segundo lugar, voy a tratar de EXPLICAR
Además, es mucho más
difícil adorar a Dios en espíritu que en forma. Musitar mecánicamente una
docena de Ave Marías o Padre nuestros es tan fácil, que casi podría quedarme
dormido al decirlas; repetir una forma de oración en la mañana y en la noche es
un asunto insignificante, y uno podría estar pensando en el taller todo el
tiempo; ir a la iglesia o a la capilla tantas veces a la semana es un deber
fácil, y con todo uno podría seguir siendo un ladrón o un hipócrita; pero es
difícil, es muy difícil hacer que el corazón se rebaje a una humilde
penitencia, y el alma a una santa meditación. Lo último que la mayoría de la
gente haría es pensar. La parte más noble de nuestra naturaleza sigue siendo la
menos ejercitada. Temblar humildemente delante de Dios, confesar el pecado
delante de Él, creer en Él, amarle, ¡eso es la adoración espiritual! Debido a
que esto es tan difícil, los hombres dicen: “¡No, no, déjenme arrastrarme sobre
mis rodillas en torno a un santuario! Déjenme arrodillarme delante de un copón,
permítanme ayudar a confeccionar una capa magna o fabricar algunos bellos
bonetes para uso del sacerdote. Déjenme que vaya cada mañana a la iglesia y
salga media hora después, y sienta que he cumplido con mi religión”. Eso es muy
fácil, pero la parte difícil de la religión es la parte de la adoración
espiritual.
Y además, para adorar a
Dios espiritualmente los hombres tendrían que apartarse de sus pecados. No hay
ningún efecto que se produzca en la conciencia de un hombre porque sea rociado,
o porque tome los sacramentos; puede hacer todo eso y ser en igual medida un
amante del placer, o un adorador de Mamón, como lo era antes; pero, para adorar
a Dios espiritualmente, un hombre tiene que renunciar a sus pecados, tiene que
vencer su orgullo y lascivia, y su malvada concupiscencia tiene que ser echada
fuera de él. Muchas personas podrían declarar honestamente: “a mí no me importaría
adorar a Dios si consistiera en hacer penitencia, o en abstinencia de carne los
viernes; pero si tengo que renunciar a mis pecados, y amar a Dios, y buscar a
Cristo y confiar en Él, no puedo aplicarme a hacer eso”. Además, el hombre, en
general, de alguna manera no puede meterse en la cabeza la idea de esta adoración espiritual. Oh,
cuántas veces he intentado predicar la adoración espiritual aquí, y, sin
embargo, estoy consciente de que cuando lo intento no logro interesar a muchos
de ustedes, y algunos piensan: “si sólo nos diera más metáforas, más anécdotas,
y así sucesivamente”; les digo que haré eso, pues yo creo que debemos hablar en
parábolas, pero algunas veces no sé cómo revestir estas cosas espirituales sin
hacer que miren al revestimiento en vez de mirar al espíritu. No es su
adoración a Dios con palabras en himnos y oraciones, ni es sentarse en un
cierto lugar, o cubrir sus rostros en ciertos momentos lo que es aceptable a
Él; la verdadera adoración consiste en que su corazón le rinda reverencia, en
que su alma le obedezca, y en que su naturaleza interior llegue a ser conforme
a Su propia naturaleza, por la obra de Su Espíritu en el alma; y debido a que
los hombres difícilmente pueden entender esto mientras el Espíritu Santo no se
los conceda, esta es una razón por la que es tan rara, tan sobremanera rara.
Hay otra razón, queridos amigos, por la que la adoración espiritual es inusual,
y es porque el hombre no puede traficar con la religión espiritual. El
sacerdote está sumamente indignado. “Oh” –dice él- “¡espiritual, espiritual!
Vamos, van a prescindir de mí uno de estos días. Espiritual, vamos, si les
dices a esas personas que todo lugar es santo y que no hay lugares santos; y
que un creyente es tan sacerdote como cualquier otro, y que la oración es tan
aceptable en el hogar como lo es en un lugar en particular, vamos”, dice él, “ése es mi fin”. Sí, amigo, es tu fin, y
entre más pronto venga mejor será para el mundo, pues de todas las maldiciones
que han caído jamás sobre la raza humana el sacerdocio es la peor. Sus reclamos
son una impostura, y sus acciones están llenas de engaño. En la época de brujas
y fantasmas, el sacerdocio podía ser tolerado, pero aquel que ahora se erige
como un sacerdote es un perjuicio común equiparable a un adivino. Nada ha sido
comparable a esa pesadilla para el intelecto humano; nada se ha sentado como el
viejo Simbad el Marino sobre el lomo de la humanidad, como las pretensiones del
sacerdocio. ¡Dios no quiera que el cristianismo endose esa mentira ni siquiera
por un instante! Cristo ha derribado todo eso. Cristo dice: “Todos vosotros
sois hermanos”, y dice con respecto al cuerpo entero de Sus elegidos: “Vosotros
sois real sacerdocio”. En cuanto a todos los santos
III. Pasando
de ese punto, un tercer tema es este: ¿POR QUÉ HA DE RENDIRSE UNA TAL
ADORACIÓN? ¿Por qué no ordenó Dios la adoración por molinos de viento como en
el Tíbet? ¿Por qué no ha escogido ser adorado por hombres especiales vestidos
de púrpura y lino fino, actuando piadosamente como en las iglesias de Roma e
Inglaterra? ¿Por qué no? Él da dos razones que deberían bastarnos. La primera
es que Él mismo busca la adoración
espiritual. Es Su propio deseo que la adoración sea espiritual. Y en
segundo lugar, Él mismo es Espíritu, y ha de ser adorado espiritualmente.
Cualquiera que sea el tipo de adoración que el grandioso Soberano desee, debe
recibirla, y sería impertinencia de mi parte si yo le dijera: “No, esa no, sino
ésta”. Es cierto que puedo decir: “Yo soy muy sincero en todo esto, muy
denodado en esto. Se adecua a mi gusto. Hay una belleza contenida en eso;
provoca ciertas emociones que considero que son devotas”. ¿Qué es todo eso sino
decir: “Grandioso Dios, Tú has escogido tal y tal manera de ser adorado, pero
yo no voy adorarte de esa manera?” ¿No equivale a decir en efecto: “No te voy a
adorar del todo”; pues la adoración, para que sea adoración, acaso no ha de ser
la que la persona adorada acepte? Inventar nuestras propias formas de adoración
es insultar a Dios; y cada misa que es ofrecida sobre un altar de la iglesia
católica es un insulto al cielo, y una blasfemia contra Dios que es Espíritu.
Siempre que es ofrecida a Dios cualquier forma de adoración mediante una
procesión, una celebración o ceremonias de la invención del hombre, es ofrecida
en desafío a esta palabra de Cristo, y no puede ser aceptada y no lo será; sin importar
cuán fervorosas pudieran ser las personas, han violado el canon imperativo de
La segunda razón dada es
que Dios es Espíritu. Si Dios fuese material, sería correcto adorarle con
sustancias materiales; si Dios fuera semejante a nosotros, pudiera ser bueno
que ofreciéramos un sacrificio afín a la humanidad; pero siendo como es, un Espíritu
puro, tiene que ser adorado en espíritu. Me gusta la observación que hizo Trapp
en su comentario sobre este pasaje, cuando dice que tal vez el Salvador incluso
aquí está haciendo descender a Dios para nuestra comprensión; “pues” –dice él-
“Dios está por encima de toda noción, de todo nombre”. Ciertamente, esto
sabemos, que todo aquello que lo asocie con lo burdo del materialismo está
infinitamente alejado de la verdad. Dijo Agustín: “Cuando no me preguntan lo
que Dios es, creo que lo sé, pero cuando trato de responder a esa pregunta,
descubro que no sé nada”. Si el Eterno fuera alguien como tú, oh hombre, podría
agradarse con tus vitrales. ¡Pero qué juguete de niño debe ser para Dios un
vitral! Puedo sentarme y contemplar una catedral con toda su magnificencia de
arquitectura, y pensar cuán maravillosa exhibición de habilidad humana es; ¿pero
qué será eso para Dios, que puebla los cielos, que cava los cimientos del
abismo, que guía a
IV. ¿QUÉ,
PUES? ¿Cuál es el significado práctico de esto? Pues dos cosas.
La primera es, mis
queridos hermanos y hermanas, y me refiero a ustedes que han aprendido a adorar
a Dios en espíritu y en verdad, que han superado los míseros elementos de lo
externo, y que pueden adorarle en espíritu y en verdad, ¿qué, pues? Vamos, en
primer lugar, seamos particularmente celosos de cualquier cosa que parezca que
regresa al ceremonialismo. Como un asunto de gusto a mí me gusta mucho la noble
arquitectura. Muchas horas me he quedado en las ruinas de alguna espléndida
abadía o en nuestros propios edificios majestuosos que son usados todavía para
la sagrada adoración. Un buen vitral me produce un gran deleite. No puedo decir
que me gusten la mayoría de los vitrales de los disidentes, porque me parece
que son un tipo de lo que ellos aspirarían ser si pudieran. No puedo decir que
sienta algún tipo de simpatía por la mayor parte de nuestro arte gótico
disidente, pues me parece una mísera cosa construir una fachada justo como la
de San Pablo o de
Propongámonos escudriñar
nuestros corazones para saber si nosotros mismos hemos tenido el hábito de
adorar al Padre en espíritu y en verdad. Queridos amigos, siento gran celo por
algunos de ustedes porque temo que no hacen esto. Si sucede que el predicador
está lejos no se sienten en una disposición tan buena; alguien más toma mi
lugar, y hay ciertas personas débiles entre ustedes que sienten como si el
domingo hubiera perdido su goce. Pero Dios está aquí, y ustedes podrían adorar
a Dios con tanta seguridad sin mí como conmigo; y aunque la instrucción
recibida de un hombre no pareciera ser tan edificante como aquella que proviene
de otro hombre, y posiblemente no lo sea, con todo si su objetivo fuera la
adoración a Dios, lo cual debería ser el principal objetivo de nuestras
reuniones, seguramente deberían hacer eso tanto bajo el ministerio del señor A.
como del señor B. Tengo miedo también de que muchos de ustedes se contenten con
cantar el himno completo; ahora todo canto que no sea un canto que salga del
corazón, no sirve de nada; pudieran tener voces muy dulces, pero Dios no
considera su voz, Él oye su corazón, y si su corazón no canta, ustedes no han
cantado del todo. Cuando nos ponemos de pie para orar pudiera ser que diera la
casualidad que las palabras del predicador fueran apropiadas a su caso, pero no
sería oración para ustedes, aunque fuera oración para él, a menos que se unan a
ella. Recuerden que si no ponen sus corazones en la adoración a Dios, daría lo
mismo que se quedaran en casa o que vinieran aquí; están mejor aquí que en casa
por otras razones, porque están en el lugar donde podría venirles algún bien;
pero en lo tocante a la adoración daría lo mismo que estuvieran en cama o que
estuvieran aquí. Los que no tienen ninguna adoración espiritual pudieran
incluso bloquear las devociones de aquellos que la tienen; un invisible olor de
muerte para muerte pudiera emanar de ustedes, ayudando a contaminar o a matar a
la adoración de aquellos que verdaderamente adoran a Dios. De cualquier manera,
mis queridos oyentes, si no han amado y adorado a Dios con todo su corazón,
arrepiéntanse de ello y pídanle al Espíritu Santo que los haga espirituales.
Vayan a la cruz de Cristo, y confíen en Él; entonces, y sólo entonces, serán
capaces de adorar al Dios Altísimo en un estilo en el que Él puede aceptar su
adoración. Que Dios nos conceda que esto quede grabado en los corazones de
todos nosotros, para que adoremos a Dios en espíritu y en verdad.
Porción de
Notas
del traductor:
Puseyismo, puseyista: Se refiere a Edward B. Pusey, uno de
los líderes del movimiento de Oxford, del siglo 19, de fuertes tendencias
afines a
Capa magna: (o capa consistorial), la que usan los obispos y
arzobispos en las grandes solemnidades.
Dalmática: Vestidura eclesiástica de seda y en general
ricamente adornada.
Traductor: Allan Román
30/Agosto/2013
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