El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Pecado
Cargado Sobre Jesús
NO.
694
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su
camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.
Isaías 53: 6.
El versículo abre con
una confesión de pecado común a toda
la gente a la que el texto va dirigido. Me parece que todo el pueblo elegido de
Dios está representado aquí: todos ellos han caído, todos aquellos que han llevado
una vida de responsabilidad, han pecado de hecho, y por tanto, todos ellos
afirman a coro, desde el primero que entró al cielo hasta el último que va a
entrar allí, “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas”. Pero si bien la
confesión es así de sincera y unánime, es también especial y particular: “Cada cual se
apartó por su camino”. Hay una pecaminosidad propia y característica de cada
individuo; todos son pecadores, pero cada cual lo es con algún agravamiento
especial no encontrado en su semejante. Una de las características del arrepentimiento
genuino es que pese a que se asocia naturalmente con otros penitentes, siente
también que debe asumir una posición de soledad. “Cada cual se apartó por su
camino” es una confesión que implica que cada individuo ha pecado contra una
luz peculiar a él mismo, o que ha pecado con un agravamiento que él al menos no
podía percibir en su prójimo. Siendo entonces esta confesión general y particular,
tiene muchos otros rasgos de excelencia de los que no podemos hablar en este
preciso momento. Es una confesión completamente sin reservas. Observarán que no hay una sola sílaba a manera de
excusa; no hay ni una sola palabra que le reste fuerza a la confesión. Es
además singularmente cuidadosa pues
las personas descuidadas no usan una metáfora tan apropiada como la del texto:
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas”. No como el buey, que “conoce a
su dueño”, ni siquiera como el asno, que “recuerda el pesebre de su señor”; tampoco
como el puerco que aunque vague todo el día, regresa a la artesa en la noche,
pero “todos nosotros nos descarriamos como ovejas”; como una criatura que
recibe atenciones pero que es incapaz de sentir algún afecto agradecido por la
mano que la cuida; como una criatura que es lo bastante sabia para encontrar la
brecha en el vallado a través de la cual escapar, pero tan tonta como para no
tener ninguna propensión o deseo de regresar al lugar de donde perversamente se
alejó; nos hemos descarriados como ovejas que habitual, permanente, obstinada y
neciamente no tienen poder para regresar. Yo desearía que todas nuestras confesiones
de pecado mostraran un esmero semejante, pues decir que somos “miserables
pecadores” puede ser un agravamiento de nuestro pecado a menos que realmente lo
sintamos; usar las palabras de una confesión general sin que nuestra alma se
posesione de ellas pudiera ser tan sólo un “arrepentimiento del que hay que
arrepentirse”, un insulto y una mofa en contra del alto Cielo ventilados
públicamente en ese preciso lugar donde debió haber habido la mayor ternura y
el mayor temor reverente posibles. Me gusta la confesión del texto porque es
una renuncia a todos los argumentos de la justicia propia. Es la declaración de
un cuerpo de hombres que son culpables, conscientemente culpables; culpables
con agravantes, culpables sin excusas; y aquí están todos ellos con sus armas
de rebelión inutilizadas, diciendo al unísono: “Todos nosotros nos descarriamos
como ovejas, cada cual se apartó por su camino”.
No oigo dolientes
lamentos que acompañen a esta confesión de pecado, pues la siguiente frase casi
la convierte en un canto. “Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.
Es la frase más aflictiva de las tres, pero es la más encantadora y la que
rebosa de más consuelo. Es extraño que allí donde la desgracia estaba
concentrada reinara la misericordia, y allí donde la aflicción alcanzó su
clímax es también donde un alma cansada encuentra el más dulce reposo. El
Salvador herido es el remedio de los corazones heridos.
Quiero ahora atraer los
corazones de todos los que sientan la confesión de la bendita doctrina expuesta
en el texto: el Señor cargó en Cristo el pecado de todos nosotros.
Tomaremos el texto,
primero, a manera de exposición; luego,
a manera de aplicación; y
concluiremos con una contemplación seria
y espero que provechosa.
I. Primero,
consideremos el texto a manera de EXPOSICIÓN.
1. Pudiera
ser útil que les dé la traducción marginal del texto: “Jehová hizo recaer en él
la culpa de todos nosotros”. El primer pensamiento que exige atención es la concentración del pecado. Puedo
comparar al pecado con los rayos de algún sol maligno. El pecado fue diseminado
por todo el mundo tan abundantemente como la luz, y Cristo es llevado a sufrir
el pleno efecto de los funestos rayos que emanan del sol del pecado. Dios, por
decirlo así, sostiene un espejo ustorio y concentra todos los rayos esparcidos
en un solo haz sobre Cristo. Ese pareciera ser el pensamiento del texto: “El
Señor ha enfocado sobre él la iniquidad de todos nosotros”. Lo que fue
diseminado ampliamente es hacinado aquí en una terrible concentración; todo el
pecado de Su pueblo es hecho recaer sobre la devota cabeza de nuestro bendito
Señor. Antes de la gran tormenta, cuando el cielo se está ennegreciendo y el
viento está comenzando a aullar, ustedes han visto que las nubes se apresuran
casi desde cualquier punto de la brújula como si el gran día de la batalla
hubiera llegado y toda la terrible artillería de Dios estuviera apresurándose
al campo. En el centro del torbellino y de la tormenta, cuando los relámpagos
amenazan con incendiar todo el cielo, y las negras nubes, cúmulo sobre cúmulo,
se esfuerzan por ocultar la luz del día, tienen ustedes una metáfora muy
gráfica de la concentración de todo el pecado sobre la persona de Cristo: el
pecado de las edades pasadas y el pecado de las edades futuras, los pecados de
aquellos elegidos que estuvieron en el paganismo y de aquellos que estuvieron
en el judaísmo, el pecado de los jóvenes y de los viejos, el pecado original y
el pecado real, todos obligados a concentrarse en un punto, todas las negras
nubes concentradas y comprimidas en una gran tempestad que se precipita
rápidamente como un tremendo tornado sobre la persona del grandioso Redentor y
Sustituto. Es como si se tratara de un millar de arroyuelos que se precipitan
sobre la ladera del monte en el día de la lluvia, y todos se concentran en un
profundo lago desbordante, siendo ese lago el corazón del Salvador, y siendo esos
torrentes impetuosos los pecados de todos los que somos descritos aquí haciendo
una plena confesión de nuestros pecados. O tomemos una metáfora, no de la
naturaleza, sino del comercio: supongan que las deudas de un gran número de
personas fueran consolidadas, los bonos y los cheques diferidos que han de ser
reconocidos o no en tal y tal fecha, y que todo eso fuera cargado sobre una
persona que asume la responsabilidad de pagar cada uno de ellos sin la ayuda de
nadie; tal era la condición del Salvador; el Señor hizo que se concentraran en
Él las deudas de todos los miembros de Su pueblo de manera que Él se hizo
responsable de todas las obligaciones de cada uno de los que el Padre le había
dado sin importar cuáles hubieran sido sus deudas. O si esas metáforas no
bastaran para interpretar el significado, tomen el texto en nuestra propia
versión: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”;
cargó sobre Él todas las cargas de todo Su pueblo así como una carga es puesta
en las espaldas de un hombre; así como el sumo sacerdote en la antigüedad ponía
sobre el chivo expiatorio todo el pecado, así puso sobre Su cabeza el pecado de
Su amado pueblo para que lo llevara en su propia persona. Ustedes pueden ver
que las dos traducciones son perfectamente consistentes; todos los pecados son
concentrados, y luego, habiendo sido concentrados y atados en una sola carga
aplastante, la totalidad de esa carga es depositada en Él.
2. El
segundo pensamiento es que el pecado fue
concentrado sobre la sufriente persona del inocente sustituto. He dicho “la
sufriente persona” porque el contexto del texto así lo requiere. “Mas él herido
fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra
paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. Es en conexión con
esto, y como una explicación de todo Su dolor, que se agrega: “Mas Jehová cargó
en él el pecado de todos nosotros”. El Señor Jesucristo habría sido incapaz de
recibir el pecado de todo Su pueblo como el sustituto de ellos, si Él mismo hubiese
sido pecador; pero en cuanto a Su naturaleza divina Él era digno de ser loado
con himnos tales como “Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos”; y, en
cuanto a Su naturaleza humana, gracias a una concepción milagrosa, Él fue libre
del pecado original, y la santidad de Su vida fue tal que era el inmaculado
Cordero de Dios, sin mancha, ni arruga ni cosa semejante, y por tanto, desde
cualquier ángulo que se viera era capaz de ocupar el lugar, el sitio, y la posición
de los hombres pecadores. La doctrina del texto es que Jesucristo, quien era
hombre de la sustancia de Su madre, y quien era, sin embargo, Dios verdadero de
Dios verdadero, muy verdadero y glorioso Creador y Preservador, ocupó una
posición tal como para tomar sobre Sí la iniquidad de todo Su pueblo, aunque Él
mismo seguía siendo inocente; no tenía ningún pecado personal, pues era incapaz
de cometer alguno, pero tomó el pecado de otros sobre Sí mismo –ha sido la
costumbre de los teólogos decir- por
imputación; pero yo cuestiono si el uso de esa palabra, aun siendo lo
suficientemente correcta según la entendemos nosotros, no pudiera haber teñido
las tergiversaciones de quienes se oponen a la doctrina de la sustitución. Yo
no diré que los pecados del pueblo de Dios fueran imputados a Cristo, aunque
creo que lo fueron; pero me parece que de una manera más misteriosa de lo que
la imputación expresaría, los pecados del pueblo de Dios fueron realmente
cargados sobre Jesucristo; que a ojos de Dios, Cristo no sólo fue tratado como
si hubiese sido culpable, sino que el pecado mismo, no sé cómo, pero según el
texto así se hizo, fue puesto de alguna manera sobre la cabeza de Cristo Jesús:
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él”. ¿Acaso no está escrito: “Llevará”, no
meramente el castigo de su pecado, ni la imputación de su pecado, sino que
“llevará las iniquidades de ellos”? Nuestro pecado es cargado sobre Jesús en un
sentido aún más profundo y verdadero del que es expresado por el término
imputación. No creo poder expresarlo ni transmitir la idea que tengo en mi
propia mente, pero si bien Jesús nunca fue y nunca podría ser un pecador -Dios
no quiera que el pensamiento blasfemo cruce alguna vez nuestros labios o more
en nuestro corazón- con todo, el pecado de Su pueblo fue cargado sobre Él
literal y verdaderamente.
3. Se
han preguntado, ¿fue justo que el pecado
fuese cargado así sobre Cristo? Nuestra respuesta es cuádruple. Creemos que
lo fue, primero, porque fue el acto de
Aquel que tiene que hacer lo recto, pues “Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros”. Fue Jehová, en contra de quien fue cometida la ofensa, quien
ordenó que el pecado del pueblo en cuestión fuera cargado sobre Cristo.
Impugnar esto, entonces, sería impugnar la justicia de Jehová, y yo ruego que
ninguno de nosotros tenga la temeridad de hacerlo. ¿Se aventurará el tiesto a
contender con el alfarero? ¿Acaso el vaso de barro contenderá con el Creador de
todas las cosas? Jehová lo hizo, y aceptamos que es lo correcto sin que nos
importe lo que los hombres pudieran pensar del propio acto de Jehová.
Recuerden, además, que Jesucristo tomó
voluntariamente este pecado sobre Sí. No fue algo forzado en Él. No fue
castigado por los pecados de otros con quienes no tenía ninguna vinculación, ni
fue en contra de Su voluntad; pero fue Cristo quien llevó Él mismo nuestros
pecados en Su cuerpo sobre el madero, y mientras cargaba con ellos dijo: “Nadie
me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo”. Todo fue conforme a Su
propio acuerdo eterno realizado con el Padre en nombre nuestro; todo fue según
Su propio deseo expreso, pues de un bautismo tenía que ser bautizado, y ¡cómo
se angustiaba hasta que se cumpliera! Y por tanto, si se pudiera suponer alguna
injusticia, queda suprimida por el hecho de que quien estaba principalmente involucrado
en ello fue colocado voluntariamente en tal posición. Pero yo quisiera que
recordaran, amados, que había una
relación entre nuestro Señor y Su pueblo, que se olvida con demasiada
frecuencia, pero que hacía que fuera natural que cargara con el pecado de Su
pueblo. ¿Por qué habla el texto de que pecamos como ovejas? Creo que es porque
quisiera que recordáramos que Cristo es
nuestro Pastor. Hermanos míos, no se trata de que Cristo tomara sobre Sí
los pecados de algunos forasteros. Recuerden que siempre existió una unión de
una naturaleza sumamente misteriosa e íntima entre quienes pecaron y el Cristo
que sufrió. ¿No les importa si digo que no es injusto sino que es conforme a la
ley que cuando una mujer se endeuda, su esposo tiene que pagar el monto debido?
Y cuando la iglesia de Dios pecó no era sino apropiado que su Esposo, que se
había desposado con ella, se convirtiera en el deudor a nombre de ella. El
Señor Jesús estuvo en la relación de un esposo casado con Su iglesia, y, por
tanto, no fue algo extraño que asumiera sus cargas. Era natural que el pariente
más cercano redimiera la heredad; era sumamente apropiado que Emanuel, el
pariente más cercano, redimiera con Su propia sangre a Su iglesia perdida.
Recuerden que había una unión más estrecha incluso que el vínculo matrimonial,
pues somos miembros de Su cuerpo. No puedes castigar mi mano sin evitar que la
naturaleza sensible que mora en el cerebro sufra por ello; ¿y les parece extraño
que cuando los miembros inferiores del cuerpo han transgredido,
4. Les
ruego que observen, en cuarto lugar, que
una vez que fue cargado sobre Cristo, atrajo sobre Él todas las consecuencias
que están vinculadas con el pecado. Dios no puede mirar con ningún agrado
donde hay pecado, y en lo que concierne a Jesús, personalmente, Él es el amado
Hijo del Padre en quien Él se complace; con todo, cuando vio al pecado puesto
sobre Su Hijo, hizo que ese Hijo clamara: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?” No era posible que Jesús gozara de la luz de la presencia de Su
Padre mientras era hecho pecado por nosotros; en consecuencia tuvo que
trasponer el horror de una gran oscuridad, cuya raíz y origen fue la supresión
del disfrute consciente de la presencia de Su Padre. Peor aún, no sólo le fue
cortada la luz, sino que le fue infligido un dolor real. Dios tiene que
castigar el pecado, y aunque el pecado no era de Cristo en el sentido de que Él
lo hubiera cometido realmente, con todo, habiendo sido cargado sobre Él, fue
hecho maldición por nosotros. ¿Cuáles fueron los tormentos que Cristo soportó?
Yo no podría decirles cuáles fueron. Ustedes han leído la historia de Su
crucifixión. Queridos amigos, eso es solamente la corteza pero ¿quién podría
describir el núcleo interior? Es un hecho que Cristo no sólo soportó todo lo
que la parte humana podía soportar, sino que había una Deidad en Su interior
que aportaba una fuerza extraordinaria a Su humanidad y que la capacitó para
soportar mucho más de lo que habría sido capaz de soportar. No dudo de que en
adición a esto,
5. Queridos
amigos, piensen por un momento en el resultado de todo esto. El pecado se
concentra en Cristo y Cristo es castigado por el pecado, ¿y entonces qué pasa?
Pues bien, el pecado es quitado. Si se sufre el castigo, la justicia ya no pide
nada más. La deuda está saldada, ya no hay ninguna deuda; la reclamación fue
hecha y la reclamación fue satisfecha: la reclamación cesa de existir. Aunque
no podíamos satisfacer la reclamación en nuestras propias personas, con todo,
la hemos satisfecho en uno que está tan unido y aliado con nosotros que estamos
en Él tal como Leví estaba en los lomos de Abraham. Jesús mismo está libre
también. Sobre Él el cúmulo de la tempestad se ha disipado y ni una sola nube
permanece en el cielo apacible. Aunque las aguas llegaron, Su amor las ha
secado, Su sufrimiento ha abierto las compuertas, y ha hecho que las corrientes
se agoten para siempre. Aunque las facturas fueron presentadas, todas quedaron
canceladas por Él y no queda ni una sola cuenta pendiente contra ningún alma
por la que Él haya muerto como un sustituto.
6. No
podemos concluir la exposición de este versículo sin comentar sobre el “nosotros” tenido en mente. “Jehová
cargó en él el pecado de todos nosotros”.
Usualmente los que sostenemos la doctrina de la redención particular
concedemos que en la muerte de Cristo hubo mucho de generalidad y de
universalidad. Creemos que la expiación de Cristo tuvo un valor infinito, y que
si Cristo hubiera decretado salvar a todo hombre nacido de mujer, no habría
necesitado sufrir otro tormento; había suficiente en Su expiación para haber
redimido a la raza entera si así lo hubiese querido. Creemos también que, por
la muerte de Cristo, hay una invitación general y honesta ofrecida a toda
criatura bajo el cielo en términos como estos: “Cree en el Señor Jesucristo y
serás salvo”. Sin embargo, no estamos preparados para ir ni una pulgada más
allá de eso. Sostenemos que por la propia naturaleza de la satisfacción de
Cristo no hubiera podido ser hecha para nadie más excepto para Sus elegidos,
pues o Cristo pagó las deudas de todos los hombres o no lo hizo; si en efecto
pagó las deudas de todos los hombres, están pagadas y nadie puede ser llamado a
rendir cuentas por ellas. Si Cristo fue la fianza de todo hombre que vive,
entonces, ¿cómo es que en el nombre de la justicia común, Cristo ha de ser
castigado y el hombre ha de ser castigado también? Si se replicara que el
hombre no quiso aceptar la expiación, entonces yo pregunto de nuevo, ¿fue dada
una satisfacción? Pues si así es, la satisfacción fue dada ya fuera que el
hombre la aceptara o no, o de lo contrario la satisfacción por sí misma sería
impotente hasta que el hombre le pusiera la eficacia, lo cual es ridículo de
suponer. Si se nos quita el hecho de que Cristo realmente satisfizo por
aquellos a quienes sustituyó, clamamos como Jacob, “Si he de ser privado de mis
hijos, séalo”, nos habrían quitado todo lo que vale la pena tener, y ¿qué nos
han dado a cambio? Nos han dado una redención que manifiestamente no redime;
nos han dado una expiación que es realizada igualmente para los perdidos en el
infierno como para los salvados en el cielo; ¿y cuál es el valor intrínseco de
una expiación como esa? Si nos dicen que Cristo hizo una expiación
satisfactoria por cada uno de los miembros de la raza humana, nosotros les
preguntamos cómo fue que hizo una expiación por aquellos que deben de haber
estado en las llamas del infierno miles de años antes de que Él viniera a este
mundo. Hermanos míos, la nuestra tiene la ventaja de la universalidad en su
proclamación y en su ofrecimiento bona
fide (de buena fe), pues no hay nadie viviente que crea en Jesús que no sea
salvado por Cristo; pero tiene una ventaja mayor que esta; es decir, que
quienes creen efectivamente son salvados por esa fe, y ellos saben que Cristo
hizo una expiación tal que si fueran castigados por el pecado sería tanto una
violación de la justicia como lo sería de la misericordia. ¡Oh alma mía! Tú
sabes hoy que todos tus pecados fueron concentrados en Cristo, y que Él soportó
el castigo por todos ellos.
“Él soportó, para que no soportáramos jamás,
La justa ira de Su Padre”.
Aquí hay una roca sobre
la cual se pueden apoyar, un lugar de descanso seguro para quienes confían en
Jesús. ¡En cuanto a los que no confían en Él, ‘vuestra sangre sea sobre vuestra
propia cabeza’! Si no confían en Él, no tienen parte ni suerte en este asunto;
descenderán a su propio castigo para que ustedes mismos lo soporten; la ira de
Dios permanece en ustedes; descubrirán que la sangre de Jesús no ha realizado
ninguna expiación por sus pecados. Ustedes han rechazado la invitación que les
fue dada, y han puesto lejos de ustedes la cruz de Cristo, y no caerá nunca sobre
sus cabezas la sangre perdonadora y no intercederá nunca por ustedes, sino que
han de perecer bajo la ley, en vista de que rehúsan ser salvados bajo el
Evangelio.
II. Vayamos
brevemente a
Querido oyente, un amigo
te hacer ahora una pregunta. Hay un incontable grupo cuyos pecados el Señor
Jesús llevó; ¿cargó con los tuyos? ¿Desearías
tener una respuesta? ¿Eres incapaz de dar una? Permíteme que te lea este
versículo y ve si te puedes unir a él. No me refiero a que te unas diciendo: “Eso
es cierto”, sino sintiendo que es verdad en tu propia alma. “Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó
en él el pecado de todos nosotros”. Si esta mañana hubiera en ti una confesión
penitencial que te condujera a reconocer que has errado y que te has extraviado
como oveja perdida, si hubiera en ti un sentido personal de pecado que te lleve
a sentir que te has apartado por tu camino, y si ahora puedes confiar en Jesús,
entonces no se necesita una segunda pregunta; Jehová ha cargado en Él tu
iniquidad, y la iniquidad de todos los que confiesen su pecado y miren
únicamente a Cristo. Pero si no confías en Cristo, no puedo decirte que el
Señor haya tomado tu pecado y lo haya cargado en Cristo, pues yo sé en mi alma que
viviendo y muriendo como estás ahora tu pecado se levantará en juicio contra ti
para condenarte. Querido amigo, me aventuraré a preguntarte: ¿estás
reconciliado con la manera de Dios de quitar el pecado? ¿Sientes algún gozo en
tu corazón ante el pensamiento de que Jesús cargue con el pecado por ti y sufra
por ti? Si no lo sientes, yo no puedo ofrecerte la consolación que el texto da
a quienes se someten a él. Pero déjame preguntarte: ¿pretendes cargar tú mismo
con tu pecado? ¿Sabes lo que eso significa? Jesús sufrió mucho cuando cargó con
el pecado de Su pueblo, pero ¡qué sufrimiento será el tuyo cuando cargues con
tu propio pecado! “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” Hay algunos
individuos en la actualidad que están tremendamente enojados con la doctrina
del castigo eterno; yo también podría estar enojado con ella si fuera una
invención del hombre; pero siendo una amenaza proferida muy ciertamente en el
Libro de Dios, es vano que yo dé coces contra el aguijón; mi pregunta no debería
ser: “¿Cómo puedo disputar en su contra?”, sino más bien, “¿Cómo puedo escapar
de ella?” Querido oyente, no te aventures a entrar en la presencia de Dios
cargando con tus propios pecados; nuestro Dios es un fuego consumidor y su
furia irrumpirá contra ti cuando te presentes allí. ¿Imaginas que tus propios
méritos pueden expiar por el pecado? Te ruego que pienses en lo que Cristo tuvo
que hacer antes de poder echar fuera de Sí mismo el pecado, qué dolores
soportó, qué océano de ira atravesó; y, ¿piensas que tus pobres méritos, si
fueran méritos, pudieran servir jamás para hacer lo que el Salvador sufrió
tanto para lograrlo? ¿Esperas escapar sin un castigo? Si así fuera, déjame
rogarte que reconsideres el asunto, pues si Dios hirió a Su propio Hijo,
¿piensas que te permitirá salir sin un solo rasguño? Si el Rey de Gloria,
tomando únicamente sobre Sí pecados de otros, tiene que morir, ¿qué piensas que
será de ti, pobre gusano del polvo? ¿Piensas tú que Dios sería injusto para
salvarte a ti? ¿Supones que Su trato contigo será: ¡salud amigo, qué gusto verte!,
y que revocará su propia sentencia porque rehúsas ser salvado por un plan que
es tanto justo para Él como seguro para ti? ¿Acaso será Dios injusto para
complacer tus caprichos o para acceder a tus deseos? Pecador, dobla la rodilla
ante este plan de salvación, pues has de saber que –y hablo ahora sabiendo lo
que digo, y también con frialdad- no hay otro plan de salvación bajo el cielo.
Pudiera ser que se prediquen otros caminos de salvación, pero nadie puede poner
otro fundamento que el que está puesto, Jesucristo, el Justo. Si vas a pugnar
por la salvación individualmente y si esperas llegar al cielo sin que Cristo
sea tu cabeza, puedes hacerlo, pero serás como los judíos de la antigüedad, que
tenían celo de Dios, pero no conforme a ciencia; si andas procurando establecer
tu propia justicia sin sujetarte a la justicia de Cristo, perecerás. Pero déjame
preguntarte, ¿no se te hace recomendable este plan para ti? Si yo confío en
Jesús, eso es para mí la evidencia de que tomó mis pecados y de que sufrió en
mi lugar. ¡Oh, el gozo que eso me proporciona! Te hablo ahora honestamente con
base en mi propia experiencia; no hay doctrina que encienda mi alma con tanto
deleite como la doctrina de la sustitución. La doctrina de la expiación, tal como
es predicada con frecuencia, consiste en hacer algo nebuloso, brumoso, por lo
cual la ley es honrada, o tal vez deshonrada, pues difícilmente sé cómo
llamarlo; eso no me produce ningún gozo; pero cuando yo sé que Cristo fue literal
y realmente, no metafóricamente a guisa de figura, sino literal y realmente el
sustituto de Su propio pueblo, y cuando sé que confiando en Él tengo la
evidencia de ser uno con Su pueblo, vamos, mi alma comienza a decir: ¡Ahora,
puedo vivir! Soy limpio, por medio de la sangre de Jesús soy limpio. ¡Ahora
puedo morir!, pues me presentaré osadamente en el día de la resurrección por
medio de Jesús mi Señor. ¡Vamos, alma, me parece como si eso fuera suficiente
para hacer que saltes a los brazos de Cristo crucificado, cubierto de sangre
por ti, sufriendo desinteresadamente para que Sus propios enemigos puedan vivir!
¡Oh, no permanezcas alejado!
“Vamos, almas culpables, escapen
Como palomas, a las heridas de Jesús;
Este es el bienvenido día del Evangelio,
En el cual abunda la gracia inmerecida.
Dios amó a la iglesia, y dio a Su Hijo
Para que bebiera la copa de la ira;
Y Jesús dice que no echará fuera a nadie
Que a Él venga por fe”.
III. Ahora
consagren unos minutos a la santa CONTEMPLACIÓN.
1. No
necesitan una plática, necesitan pensar, por tanto, les voy a dar cuatro cosas
en las que pensar. La primera es la pasmosa
cantidad de pecado que debe de haber sido cargada sobre Cristo. Ahora no
respondan en el acto diciendo: “Sí, los pecados de los millones de Sus elegidos”.
No se precipiten, averígüenlo gradualmente. Comiencen por su propio pecado. ¿Han
sentido alguna vez su propio pecado? No, nunca sintieron su peso íntegro; si lo
hubieran sentido habrían estado en el infierno. Es el peso del pecado lo que
constituye el infierno. El pecado lleva su propio castigo en su propio peso.
¿Recuerdan cuando sintieron que los dolores del infierno se apoderaban de
ustedes, y descubrieron la turbación y la aflicción? ¡Aquella hora cuando
invocaron el nombre del Señor diciendo: “Oh Señor, te lo imploro, libra a mi
alma!” Entonces únicamente sintieron como si fuera un pequeño fragmento de sus
pecados, pero todos sus pecados, ¡cuánto habrían pesado! ¿Cuántos años tienes?
No sabes cuántos años pudieras tener antes de entrar en el reposo, pero Él
cargó con todos los pecados de todos tus años. Todos los pecados contra la luz
y el conocimiento, los pecados contra la ley y el Evangelio, los pecados de los
días de la semana, los pecados dominicales, los pecados de la mano, los pecados
de los labios, los pecados del corazón, los pecados en contra del Padre, los pecados
en contra del Hijo, los pecados en contra del Espíritu Santo, pecados de todas
formas, todos cargados sobre Él; ¿puedes captar el pensamiento ahora? Ahora
multiplica eso. Piensa en los pecados de todo el resto de Su pueblo;
persecuciones y asesinatos a la puerta de alguien como Saulo de Tarso;
adulterio a la puerta de David; pecados de todas formas y tamaños, pues los
elegidos de Dios han figurado entre los primeros de los pecadores; aquellos a
quienes Él ha elegido no han sido los mejores hombres por naturaleza, antes
bien, algunos de ellos han sido los peores, y sin embargo, la gracia soberana
se deleitó en encontrar un hogar para sí misma allí donde siete demonios habían
morado antes, es más, donde una legión de demonios celebraba su carnaval.
Cristo esparce Su mirada entre los hijos de los hombres, y mientras un fariseo
es pasado por alto, escoge a Zaqueo el publicano, y los pecados de todos ellos,
con todo su peso, fueron cargados sobre Él. El peso del pecado habría aplastado
a todos ellos en el infierno, y con todo, Cristo cargó con todo ese peso; y qué
importa que me atreva a decir que la propia eternidad y la infinitud de la ira
que era debida por toda esa cantidad de pecado, el Hijo de Dios,
maravillosamente sustentado por la infinitud de
“El enorme cargamento de la culpa humana
Fue puesto sobre mi Salvador;
De dolores, como si fuesen un traje
Él fue revestido por los pecadores”.
2. El
siguiente tema que les ofrezco para contemplación es, el asombroso amor de Jesús que lo llevó a hacer todo eso. Recuerden
la manera en que Pablo lo declara. “Ciertamente, apenas morirá alguno por un
justo (o estrictamente justo); con todo, pudiera ser que alguno osara morir por
el bueno (o benevolente). Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que
siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Cuando Cristo nos renueva por
Su Espíritu, pudiera presentarse la tentación de imaginar que alguna excelencia
en nosotros ganó el corazón del Salvador; pero, hermanos míos, tienen que entender
que Cristo murió por nosotros siendo aún pecadores. No fue ese bebé lavado y
envuelto en pañales, no fue esa hermosa doncella con la joya en su oreja y con
la pura corona de oro sobre su cabeza, no fue esa hermosa princesa presentada
como una casta virgen a su esposo; no, eso no fue lo que Jesús vio cuando
murió. Él vio todo eso en el lente de Su presciencia, pero la condición real de
esa hermosa doncella era muy diferente cuando murió por ella: había sido
desechada, no fue lavada, ni salada con sal, ni fue envuelta con fajas, estaba
sucia en sus sangres, era una cosa asquerosa e inmunda (Ezequiel 16: 4, 6).
¡Ah!, hermanos míos, no hay una cosa inmunda bajo el cielo tan inmunda como un pecador
inmundo. Cuando no se podía descubrir un rayo de belleza en nosotros, cuando ni
adentro ni afuera se hubiera podido encontrar algo que nos recomendara, cuando moralmente
éramos completamente aborrecibles para la santa naturaleza de Cristo, entonces,
¡oh asombrosa gracia!, Él vino desde el más excelso cielo para que la masa de
nuestros pecados se concentrara en Él. Me encontré con esta pregunta el otro
día, que me pareció una novedad. La pregunta fue formulada así: “Supón que
tuvieras un hijo que sufriera de lepra, o de alguna otra enfermedad asquerosa.
Supón que este amado niño tuyo fuera infectado y contaminado en cada parte de
su cuerpo en sumo grado, al punto que los ojos quedaran ciegos y las manos se
pudrieran, y el corazón se convirtiera en una piedra, y todo el cuerpo
estuviera cubierto de heridas, y de raspones y de llagas putrefactas. Ahora, supón
que no hubiera cura para este niño excepto que tu alma perfectamente sana y
saludable, suponiendo que lo fuera, se pudiera poner en el cuerpo de ese niño,
y que tú llevaras las enfermedades en vez del niño; ¿consentirías a eso?” Yo
puedo suponer que el amor de una madre cediera incluso a eso; pero entre más
asqueado hubieras estado con esas llagas putrefactas, más terrible se volvería
la tarea. Ahora, eso sólo toca el borde de la obra que Jesús realizó por
nosotros cuando Él mismo tomó nuestros pecados y llevó nuestras enfermedades.
Hay tal maravillosa unión entre Cristo y el pecador que me aventuro a decir que
hay algunas expresiones en el Nuevo Testamento y también en el Antiguo con
respecto a la conexión de Cristo con el pecado del hombre que no me atrevería a
usar excepto como citas directas de
3. Maravilla
de maravillas que necesite otro minuto para ponerlos a pensar en otro tema: la incomparable seguridad que ofrece este
plan de salvación. Yo no veo en qué punto sea vulnerable el hombre que
pueda sentir y saber que Cristo ha cargado con su pecado. Miro los atributos de
Dios, y aunque para mí, como un pecador, todos ellos parecen erizados como con agudas
puntas que se arrojan sobre mí, sin embargo, cuando sé que Jesús murió por mí y
que tomó literalmente mi pecado, ¿qué temor me producen los atributos de Dios?
Allí está la justicia, aguda y brillante, como una lanza; pero Justicia es mi
amiga. Si Dios es justo, no puede castigarme por el pecado por el que Jesús ha ofrecido
una satisfacción. En tanto que haya justicia en el corazón de
4. Por
último, deseo darles como tema de contemplación, y les ruego que no lo olviden,
esta pregunta: ¿Entonces cuáles son los
reclamos de Jesucristo sobre ustedes y sobre mí? Hermanos y hermanas,
algunas veces he deseado ser elocuente; nunca cuando tenía una causa por la
cual interceder en la que yo mismo estuviera involucrado, excepto cuando he
tenido que hablar por Jesús. Pero ciertamente aquí no hay necesidad de
elocuencia. Sus corazones serán los intercesores y Sus agonías serán el
argumento. ¿Tomó nuestro bendito Señor el pecado de ustedes, hermanos míos, y
sufrió todas sus terríficas consecuencias por ustedes, de manera que han sido
liberados? ¡Por Su sangre y Sus heridas, por Su muerte y por el amor que lo
condujo a morir, yo los conjuro que le traten como debe ser tratado! ¡Ámenlo
como debe ser amado! ¡Sírvanle como debe ser servido! Ustedes me dirán que han
obedecido Sus preceptos. Me alegra oírlo. ¿Están seguros de que lo han hecho? “Si
me amáis, guardad mis mandamientos”. ¿Han guardado las ordenanzas cuando Él los
liberó? ¿Han buscado serle obedientes en todos los sentidos? ¿Han proseguido
escrupulosamente su caminata en todos los caminos establecidos por su Señor? Aunque
pudieran decir eso no me quedaría contento; no me parece que con tal líder como
lo es Cristo la mera obediencia lo sea todo. Napoleón tenía un poder
singularmente suficiente para hacer que los corazones de los hombres se trenzaran
y se entretejieran en torno suyo; cuando estaba en sus guerras, había muchos de
sus capitanes y aun de sus soldados rasos que no sólo marchaban con la pronta
obediencia de un soldado doquiera que se les ordenara, sino que sentían un gran
entusiasmo por él. ¿No han oído nunca acerca de aquel soldado que se arrojó al
paso de una bala para recibirla en su pecho para salvar al emperador? Ninguna
obediencia, ninguna ley habría podido requerirle eso, pero el amor entusiasta
lo movió a hacerlo; y ese es el entusiasmo que mi Señor merece de nosotros en
su más excelso grado. Está fuera y más allá de todas las categorías de la ley,
excede en mucho todo lo que la ley se aventurara a pedir, pero no es una
supererogación a pesar de todo, pues ustedes no están bajo la ley, sino bajo la
gracia, y harán más por amor que lo que habrían hecho por la pura compulsión de
la exigencia. ¿Qué haré por mi Maestro? ¿Qué haré por mi Señor? ¿Cómo lo
expondré? Hermanos y hermanas míos, mi meta más elevada delante de Dios, a continuación
de la conversión de los inconversos entre ustedes, es que ustedes que realmente
aman a Cristo, le amen en verdad y actúen como si lo hicieran. Yo espero que no
se conviertan nunca en una fría iglesia muerta. ¡Oh, que mi ministerio no les
ayude jamás a adormecerlos hasta llegar a un estado como ese! Si Jesucristo no
merece todo de ustedes, no merece nada; ustedes no saben absolutamente nada de
Sus reclamos si no sienten que:
“Aunque pudieran reservarse algo,
Y el deber no llamara;
Ustedes aman al Señor con tan grande celo
Que han de darle todo”.
¡Cristo ocupa mi lugar,
oh que aprenda yo a representarlo a Él, y a argumentar por Él, y a vivir para Él,
y a sufrir por Él, y a suplicar por Él, y a predicar y a trabajar por Él según
la ayuda que Él me dé! ¿Puedo recordarle a cada uno de ustedes, individualmente,
que como todos ustedes siguieron su propio camino e individualmente cometieron
algún pecado para aumentar esa carga, han de rendirle un servicio individual?
Contribuyan con su riqueza a la obra común de la iglesia, y háganlo constantemente,
y con deleite. Nuestro Colegio, que está prestando tantos servicios,
grandemente necesita y exige la ayuda de todos los que aman nuestra obra, y
aman la verdad del Señor. Pero en adición a eso, haz algo por ti mismo, habla
personalmente por Cristo, ten alguna obra a la mano que tú mismo harás. Lo
repito, ayuda en todo momento a la obra del cuerpo conjunto, pues esa será una
gran obra, siendo Dios nuestra vida y apoyo, y que nadie deje de dar de su
riqueza para la causa de Cristo. Pero eso no es todo todavía. Él no te pide tu
bolsillo únicamente, sino tu corazón. No es el centavo, son las actividades del
alma; no son los chelines y las guineas, etcétera, sino que es lo más interno
de tu alma, el meollo de tu espíritu. ¡Oh, cristiano, por la sangre de Jesús,
entrégate a Él de nuevo! En las antiguas batallas romanas sucedía algunas veces
que el resultado del combate parecía incierto y algún capitán inspirado por un
patriotismo supersticioso se ponía sobre su espada y se entregaba a su propia
destrucción por el bien de su país, y entonces, de acuerdo a esas antiguas leyendas,
la batalla daba siempre un giro. Ahora, varones hermanos, hermanas, cada uno de
ustedes que ha gustado la benignidad del Señor, conságrese en este día a vivir,
a morir, a gastar lo suyo y a gastarse ustedes mismos por el Rey Jesús. No
serán ningunos necios pues nadie tuvo jamás una ambición más digna. No te
estarás consagrando a alguien que no lo merece. Sabes cuánto le debes; es más,
desconoces con la amplitud debida la profundidad de tu obligación, pero sabes
que le debes todo lo que tienes; tu rescate del infierno y tu esperanza del
cielo. Síganme esta mañana en estos versos:
“Está hecha, la gran transacción está hecha;
Yo soy de mi Señor, y Él es mío;
Él me atrajo y yo le seguí,
Embelesado de confesar la voz divina.
Ahora reposa, corazón mío, largamente dividido;
Reposa fijado en este bienaventurado centro;
Estando entre cenizas, ¿quién rezongaría por
tener que partir,
Al ser llamado a festejar con el pan de ángeles?
Alto cielo, que oíste el solemne voto,
Habrás de oír ese voto renovado diariamente;
Hasta que en la última hora de vida yo me incline,
Y bendiga en la muerte un vínculo tan amado”.
Porción de la lectura
leída antes del sermón: Isaías 53.
Nota del traductor:
Espejo ustorio: espejo cóncavo
que, puesto de frente al sol, refleja sus rayos y los reúne en el punto llamado
foco, produciendo un calor capaz de quemar, fundir y hasta volatilizar los
cuerpos allí colocados.
Traductor: Allan Román
11/Noviembre/2013
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