El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
El Graznido de los Cuervos
NO. 672
SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 14 DE ENERO DE 1866
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
“El da a la bestia su mantenimiento,
y a los hijos de los cuervos que claman.” Salmo 147: 9.
“El da su alimento al ganado y a la
cría de los cuervos cuando chillan.” Salmo 147: 9. La Biblia de las Américas.
Voy a dar comienzo a este sermón con una cita.
Debo darles, en las propias palabras de Caryl, su comentario sobre los cuervos.
“Los naturalistas nos informan que cuando el cuervo ha alimentado a sus
polluelos en el nido hasta que están bien emplumados y son capaces de volar,
entonces los arroja fuera del nido, y no les permite permanecer
allí, sino que los obliga a obtener su propio sustento.” Ahora, cuando estas
crías de los cuervos vuelan por primera vez lejos del nido, y están poco
enterados de los medios a su alcance para proveerse de alimentos, entonces el
Señor les da su alimento. Algunas autoridades confiables nos informan que el cuervo
es maravillosamente estricto y severo en esto, pues tan pronto como sus crías
son capaces de valerse por sí mismas, no les proporciona más su alimento. Sí,
algunos afirman que los cuervos adultos no permiten que los polluelos se queden
en la misma región en la que crecieron. Si es así, entonces tienen
necesariamente que emigrar.
Decimos proverbialmente: ‘la necesidad hace
trotar a la vieja esposa’; y podríamos decir: ‘y hace trotar a los jóvenes
también’. Ha sido, y, posiblemente sea también la práctica de algunos padres
para con sus hijos que, tan pronto como pueden valerse por sí mismos y son
capaces de conseguir su pan de alguna manera, los echan fuera de la casa, igual
que el cuervo echa fuera del nido a sus crías.
Ahora, dice el Señor en el texto: “cuando las
crías de los cuervos se encuentran en ese aprieto, cuando son arrojadas del
nido y merodean por falta de comida, ¿quién les provee el alimento? ¿No soy Yo
quien lo hace? ¿No soy Yo, el que da el alimento a los cuervos adultos, quien también
da a sus crías mientras están en el nido y también cuando andan errantes por
falta de comida?”
Salomón le indicó al perezoso que estudiara a la
hormiga, y él mismo aprendió lecciones de los conejos, de los galgos y de las
arañas: hemos de estar dispuestos a ser instruidos por cualquiera de las
criaturas de Dios, y nos aproximaremos esta noche al nido de los cuervos para
aprender como en una escuela.
Para los puros nada es inmundo y para los sabios
nada es trivial. Dejemos que los supersticiosos teman al cuervo como a un ave
de mal agüero, y que los irreflexivos no vean nada sino algo alado de un negro brillante,
pero nosotros hemos de estar dispuestos a ver algo más, y, sin duda, no nos
quedaremos sin recompensa si somos susceptibles de ser enseñados.
El cuervo de Noé no le llevó de regreso una hoja
de olivo, pero el nuestro podría hacerlo esta noche; y podría llegar a suceder
que los cuervos nos traigan comida esta noche, igual que alimentaron a Elías junto
al arroyo de Querit. Nuestro bendito Señor extrajo una vez un argumento muy
potente de los cuervos, un argumento que tenía por propósito consolar y alentar
a aquellos de Sus siervos que estaban oprimidos por ansiedades innecesarias en
cuanto a sus circunstancias temporales. A los tales les dijo: “Considerad los
cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni granero, y Dios
los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves?” Siguiendo la lógica
del Maestro, –que todos ustedes acordarán que debe de haber sido perfecta, pues
Él no fue nunca falso en sus razonamientos como tampoco lo fue en Sus aseveraciones–
voy a argumentar esta noche en este sentido: Consideren a los cuervos cuando
graznan; con notas ásperas, inarticuladas y con chillidos hacen saber sus
carencias, y su Padre celestial responde a sus oración y les envía el alimento;
ustedes, también han comenzado a orar y a buscar Su favor; ¿no valen ustedes
más que ellos? Si Dios se preocupa por los cuervos, ¿no se ocupará de ustedes? ¿No
presta atención a los chillidos de los cuervos sin emplumar cuando claman
hambrientos a Él y esperan ser alimentados? ¿No les provee alimento, pregunto,
en respuesta a sus clamores, y acaso no les responderá a ustedes, pobres hijos
trémulos de los hombres que buscan Su rostro y Su favor a través de Cristo
Jesús? Toda la predicación de esta noche consistirá simplemente en elaborar
sobre ese único pensamiento.
Esta noche, con la guía del Espíritu Santo,
tendré por objetivo decir algo a quienes han estado pidiendo misericordia pero
que aún no la han recibido; a quienes se han puesto de rodillas, tal vez
durante meses, elevando un clamor sumamente grande y amargo, pero todavía no
conocen la senda de la paz. Su pecado todavía cuelga como rueda de molino
alrededor de su cuello; se sientan en el valle de sombra de muerte; ninguna luz
les ha alumbrado y retuercen sus manos y gimen diciendo: “¿Ha olvidado Dios ser
clemente? ¿Ha cerrado su oído contra las oraciones de las almas que le buscan?
¿Ya no estará más atento a los clamores lastimeros de los pecadores? ¿Caerán al
suelo las lágrimas de los penitentes y ya no le moverán a compasión?”
También Satanás les está diciendo, queridos
amigos que se encuentran ahora en este estado mental, que Dios no les oirá nunca,
que les dejará clamar hasta que mueran, que se desvivirán en jadeos y lágrimas,
y que al final serán arrojados al lago de fuego. Yo anhelo esta noche darles
algún consuelo y ánimo. Quiero exhortarlos a clamar todavía con mayor
vehemencia; quiero que se acerquen a la cruz y que se aferren a ella, y hagan
votos de que nunca abandonarán su sombra hasta encontrar la bendición que sus
almas ambicionan. Quiero moverlos, con la ayuda de Dios el Espíritu Santo, al
punto que digan en su interior, como la reina Ester: “Entraré a ver al rey,
aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca”; y que agreguen a
ello el voto de Jacob: “¡No te dejaré, si no me bendices!”
Entonces, aquí está la pregunta que tenemos
entre manos: DIOS OYE A LOS JÓVENES CUERVOS; Y ¿ACASO NO TE OIRÁ A TI?
1. Yo argumento que te oirá, primero, cuando
recuerdo que es solamente un cuervo el
que clama, y que tú, en algunos sentidos, eres mucho más que un cuervo. El
cuervo es sólo un pobre pájaro inmundo, cuya muerte instantánea no abriría ninguna
penosa brecha en la creación. Si se les retorciera mañana el cuello a miles de
cuervos, no creo que habría alguna aflicción o dolor vehemente en el universo
por causa de ellos; representarían simplemente un cierto número de pobres
pájaros muertos, y eso sería todo. Pero
tú eres un alma inmortal. El cuervo desaparece cuando termina su vida y, ya
no hay más cuervo; pero cuando pasa tu vida presente, tú no has cesado de ser;
acabas de ser botado al agua en el mar de la vida; sólo has comenzado a vivir
para siempre. Tú verás a los vetustos montes de la tierra desmoronarse hasta
convertirse en nada antes de que tu espíritu inmortal expire; la luna habrá
palidecido su débil luz, y los más potentes fuegos del sol habrán sido
extinguidos y convertidos perpetuas tinieblas, y, sin embargo, tu espíritu
estará marchando todavía en su curso eterno, un sempiterno curso de miseria, a
menos que Dios oiga tu clamor.
“¡Oh, esa verdad inmensa,
Que este
mortal, inmortalidad vestirá!
El pulso de
la mente nunca cesará de vibrar;
Revivido por
Dios, por siempre late,
¡Eterno como
Su propia eternidad!
Sobre los
ángeles, o debajo de los demonios;
A remontarse
en gloria, o a descender en vergüenza:
La humanidad
está destinada por irresistible sino.”
¿Piensas, entonces, que Dios oirá al pobre
pájaro que es y no es, y que está aquí un momento y luego es borrado de la
existencia, y no te oirá a ti, un alma inmortal, cuya duración ha de ser
co-igual con la Suya propia? Pienso que seguramente ha de convencerte que si
oye al cuervo que muere, también oirá a un hombre que no muere. Los antiguos
decían que Júpiter no tenía tiempo de ocuparse de cosas pequeñas, pero Jehová
condesciende a cuidar a las más ínfimas de Sus criaturas e incluso toma en
cuenta los nidos de los pájaros; ¿no cuidará misericordiosamente de los
espíritus que son herederos de una aterradora eternidad?
Además, nunca he sabido que los cuervos fueran
hechos a imagen de Dios; pero, ciertamente, encuentro que, por impura,
deformada y corrompida que sea nuestra raza, Dios dijo originalmente: “Hagamos
al hombre a nuestra imagen.” Hay algo acerca del hombre que no puede
encontrarse en las criaturas inferiores, las mejores y las más nobles de las
cuales están inconmensurablemente debajo del más insignificante hijo de Adán.
Un consejo fue celebrado en cuanto a la creación
del hombre; y en su mente, e incluso en la adaptación de su cuerpo para
servicio de la mente, hay un maravilloso despliegue de sabiduría del Altísimo.
Traigan aquí a los más deformes, oscuros y perversos seres de la raza humana y,
–aunque no me atrevería a adular moralmente a la naturaleza humana– sin
embargo, hay una dignidad en torno al hecho de la condición humana que no ha de
encontrarse en todas las bestias del campo, sean las que sean. Behemot y leviatán
son puestos en sujeción bajo el pie del hombre. El águila no puede remontarse
tan alto como se remonta su alma, ni el león se alimenta con la carne real que
el espíritu del hombre ansía.
Y, ¿piensas tú que Dios oye a una criatura tan
baja y tan insignificante como el cuervo y que, sin embargo, no te oirá a ti,
cuando tú eres uno de la raza que fue
formada a Su propia imagen? ¡Oh, no pienses tan dura e insensatamente de
Aquel cuyos caminos son siempre iguales! Les voy a plantear esto. ¿Acaso la
propia naturaleza no enseña que el hombre ha de ser cuidado por encima de las
aves del cielo? Si ustedes oyeran los chillidos de los jóvenes cuervos, tal vez
podrían sentir la suficiente compasión por esos pájaros para darles alimento,
si supieran cómo alimentarlos; pero no puedo creer que alguno de ustedes
socorrería a los pájaros pero que no vuele sobre las alas de la compasión al
rescate de un infante que perece, cuyos clamores pudiera oír provenientes del
lugar donde fue arrojado por el cruel descuido. Si en la quietud de la noche
oyeras el clamor lastimero de un hombre que expira en las calles por la
enfermedad, desprovisto de toda misericordia, ¿no te levantarías para ayudarle?
Estoy seguro de que le ayudarías, si eres alguien que ayudaría a un cuervo. Si
sientes alguna compasión por un cuervo, con mayor razón tendrías piedad por un
hombre. Yo sé que se rumora que hay algunos simplones que se preocupan más por
los perros callejeros que por los hombres y mujeres sin hogar; y, sin embargo,
es mucho más probable que, aquellos que se conduelen de los perros sean los que
se preocupen más enternecidamente por los hombres; de cualquier manera, debería
presumir intensamente a favor de ellos si necesitara ayuda. ¿Y no crees que
Dios, el Ser Omnisciente, si se preocupa por estos pájaros sin plumas que están
en el nido, no cuidará con seguridad de ti? Tu corazón dice: “Sí”; entonces, a
partir de ahora, responde a la incredulidad de tu corazón volviendo su propio y
justo razonamiento en contra ella.
Pero te oigo decir: “¡Ah!, el cuervo no es tan
pecaminoso como yo; podrá ser un pájaro inmundo, pero no puede ser tan inmundo como
yo lo soy moralmente; podrá ser negro en su tinte, pero yo soy negro por el
pecado; un cuervo no puede quebrantar el día domingo, no puede jurar, no puede
cometer adulterio; un cuervo no puede ser un borracho; no puede contaminarse a
sí mismo con vicios semejantes a aquellos con los que yo estoy contaminado.” Yo
sé todo eso, amigo, y podría parecerte que eso hace tu caso más irremediable;
pero yo no creo que lo haga realmente. Sólo piensa un minuto en ello. ¿Qué
demuestra esto? Vamos, que tú eres una
criatura capaz de pecar, y, consecuentemente, que tú eres un espíritu
inteligente que vive en un sentido en el que el cuervo no vive. Tú eres una
criatura que se mueve en el mundo del espíritu; tú perteneces al mundo de las
almas, en el que el cuervo no tiene ninguna porción. El cuervo no puede pecar,
porque no tiene espíritu, ni alma; pero tú eres un agente inteligente y tu alma
es la parte más valiosa. Ahora, como el alma es infinitamente más preciosa que
el cuerpo, y como el cuervo –hablo popularmente ahora– no es sino sólo cuerpo,
mientras que tú eres, evidentemente, así alma como cuerpo, pues de lo contrario
no serías capaz de pecar, yo veo inclusive algún rayo de luz en ese negro
pensamiento descorazonador. ¿Acaso Dios cuida la carne, y la sangre, y los
huesos y las negras plumas, y no cuidará tu razón, tu voluntad, tu juicio, tu
conciencia y tu alma inmortal? Oh, si sólo pensaras en ello, deberías ver que
no es posible que el chillido de un cuervo logre la atención del oído de la
benevolencia divina, y, sin embargo, a pesar de tu oración, que seas
despreciado y desatendido por el Altísimo.
“El insecto
que con un ala insignificante,
Sólo traspasa
el rayo de un verano;
La florecilla
que el aliento de la primavera
Despierta a
la vida sólo medio día;
La mínima
mota, el cabello más tierno,
Todos sienten
el cuidado de nuestro Padre celestial.”
Seguramente, entonces, Él tendrá respeto por el
clamor de los humildes y no rechazará su oración. Difícilmente puedo dejar este
punto sin señalar que la mención de un cuervo debería animar a un pecador. Tal
como escribe un antiguo autor: “Entre las aves no menciona al halcón o al azor,
que son altamente valorados y alimentados por príncipes; ni al ruiseñor de
dulce canto, o similares aves canoras muy preciosas, que los hombres mantienen
selectamente y en quienes se deleitan abundantemente; sino elige ese pájaro
odioso y malicioso, al cuervo que grazna, que ningún hombre valora excepto como
ave que come la carroña que podría serle molesta. Contemplen, entonces, y
maravíllense ante la providencia y amabilidad de Dios, que provee alimento para
el cuervo, una criatura de un tinte muy lúgubre y de un timbre muy destemplado,
una criatura que es muy odiosa para la mayoría de los hombres, y ominosa para
algunos.
Hay una grandiosa providencia de Dios que es
vista en la provisión para la hormiga, que recoge su alimento en el verano;
pero hay una mayor provisión para el cuervo, que, aunque olvida proveerse o es
negligente para hacerlo, sin embargo, Dios provee y almacena para él. Uno
pensaría que el Señor podría decir de los cuervos: ‘que se las arreglen por sí
mismos o perezcan’; no, el Señor Dios no desprecia ninguna obra de Sus manos;
el cuervo recibió su ser de Dios, y, por tanto, el cuervo será provisto por Él;
no solamente la blanca paloma inocente, sino el repugnante cuervo reciben su
alimento de Dios. Lo cual demuestra claramente que la falta de excelencia en
ti, negro pecador semejante al cuervo, no impedirá que tu graznido sea oído en
el cielo. La sangre de Jesús quitará la indignidad y Él eliminará por completo
la corrupción. Únicamente cree en Jesucristo y encontrarás la paz.
2. Entonces, en siguiente lugar, hay mucha diferencia entre tu clamor y el
graznido de un cuervo. Cuando los jóvenes cuervos chillan, yo supongo que
difícilmente saben qué quieren. Tienen un instinto natural que los lleva a
chillar por la comida, pero su graznido no expresa en sí mismo su necesidad.
Pronto descubrirías, supongo, que piden alimento; pero no tienen un lenguaje
articulado; no expresan ni siquiera una sola palabra; es sólo un graznido
constante y pedigüeño y eso es todo.
Pero tú sí sabes qué es lo que necesitas, y
aunque tus palabras sean pocas, tu corazón conoce su propia amargura y su
horrenda turbación. Tus suspiros y tus gemidos tienen un obvio significado; tu
entendimiento está a la diestra de tu menesteroso corazón. Tú sabes que
necesitas paz y perdón; tú sabes que necesitas a Jesús, Su preciosa sangre y Su
perfecta justicia.
Ahora, si Dios oye un clamor tan extraño, chillante
y confuso como el del cuervo, ¿no crees que oirá también la oración racional y
expresiva de una pobre alma necesitada y culpable que está clamando a Él:
“Dios, sé propicio a mí, pecador”? ¡Ciertamente tu razón te dice que sí!
Además, las
crías de los cuervos no pueden usar argumentos, pues no tienen entendimiento. Ellos
no pueden decir como tú:
“Él sabe qué
argumentos llevaría
Para luchar
con mi Dios,
Yo pediría basándome
en Su propia misericordia,
Y en la
sangre de un Salvador.”
Ellos tienen un argumento, es decir, su tremenda
necesidad que les obliga a emitir un graznido, pero no pueden ir más allá de
eso; e incluso eso no pueden expresarlo en orden ni describirlo en un lenguaje.
Pero tú tienes una multitud de argumentos listos
a mano, y tú tienes un entendimiento con el que ponerlos en un orden de batalla
para sitiar el trono de la gracia. Ciertamente, si la mera argumentación de la inexpresada
necesidad del cuervo prevalece con Dios, con mayor razón prevalecerás tú con el
Altísimo, si puede argumentar tu caso delante de Él, y acercarte a Él con
argumentos en tu boca. ¡Ven, tú que estás desesperado, y prueba a mi Señor! ¡Te
suplico que dejes ahora que esa lúgubre cantinela ascienda a los oídos de la
misericordia! Abre ese corazón desbordante y derrámalo en lágrimas, si acaso
las palabras están más allá de tu poder.
Me temo, sin embargo, que un cuervo tiene a
veces una gran ventaja sobre algunos pecadores que buscan a Dios en oración, y
consiste en esto: los cuervos jóvenes son
más vehementes acerca de su alimento de lo que son algunos pecadores en cuanto
a sus almas. Esto, sin embargo, no es un desaliento para ti, sino más bien
una razón de por qué deberías ser más vehemente de lo que has sido hasta aquí.
Cuando los cuervos necesitan alimento, no cesan de graznar hasta obtenerlo; no
hay forma de tranquilizar a un joven cuervo hambriento mientras su pico no se
llene, y no hay tranquilidad para un pecador, cuando es realmente sincero,
hasta que llena su corazón de la divina misericordia. ¡Yo quisiera que algunos
de ustedes oraran más vehementemente! “El reino de los cielos sufre violencia,
y los violentos lo arrebatan.” Un viejo puritano dijo: “La oración es un cañón
colocado ante las puertas del cielo para forzar sus puertas”: has de tomar la
ciudad por asalto si quieres poseerla. No viajarás al cielo sobre una cama de
plumas, debes ir en peregrinaje; no hay forma de ir a la tierra de gloria mientras
estás profundamente dormido; los holgazanes soñadores habrán de despertarse en
el infierno.
Si Dios te ha hecho sentir en tu alma la
necesidad de salvación, clama como alguien que está despierto y vive; sé
sincero; clama fuerte; no te detengas; y entonces yo pienso que descubrirás que
mi argumento es muy convincente, que en todos sentidos una oración razonable,
argumentativa e inteligente tiene más probabilidad de prevalecer con Dios que
el mero ruido que constituyen los graznidos y los chillidos del cuervo; y que
si Él oye un graznido como el del cuervo, es mucho más cierto que oirá tu
clamor.
3. Recuerda que el
tema de tu oración es más agradable al oído de Dios que el graznido del cuervo
pidiendo comida. Los jóvenes cuervos sólo chillan por comida; dales un poco
de carroña y quedarán satisfechos. Tu clamor tiene que ser mucho más agradable
para el oído de Dios, pues tú imploras el perdón por medio de la sangre de Su
amado Hijo. Para el Altísimo es una ocupación más noble otorgar dones
espirituales que naturales. Los torrentes de la gracia fluyen desde las fuentes
más altas. Yo sé que Él es tan condescendiente que no se deshonra incluso
cuando deja caer comida en el pico de las crías de los cuervos; pero todavía
hay más dignidad en el trabajo de dar la paz y el perdón y la reconciliación a
los hijos de los hombres.
El amor eterno estableció un camino de
misericordia desde antes de la fundación del mundo, y la infinita sabiduría
está involucrada con ilimitado poder para llevar a cabo el designio divino;
seguramente el Señor ha de sentir mucho placer al salvar a los hijos de los
hombres. Si a Dios le agrada proveer a la bestia del campo, ¿no piensas que Él
se deleita mucho más en proveer a Su propio hijo? Pienso que te parecería un
empleo más agradable enseñar a tus propios hijos que simplemente alimentar a tu
becerro, o esparcir cebada entre las aves a la puerta del establo, porque en el
primer trabajo habría algo más noble, que convoca más plenamente todos tus
poderes y exterioriza tu yo interno. No estoy haciendo aquí simples conjeturas.
Está escrito: “Se deleita en misericordia”. Cuando Dios usa Su poder, no puede
estar triste, pues es un Dios feliz; pero si fuera posible tal cosa como que la
Infinita Deidad fuera más feliz en un momento que en otro, es cuando perdona a
los pecadores por medio de la preciosa sangre de Jesús.
¡Ah!, pecador, cuando clamas a Dios le das la
oportunidad de hacer lo que más ama, pues Él se deleita en perdonar, en
apretujar a Su Efraín contra Su pecho, en decir de Su hijo pródigo: “Este mi
hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.” Esto es más
consolador para el corazón del Padre que alimentar al becerro gordo, o cuidar
los millares de animales en los collados. Queridos amigos, ya que ustedes están
pidiendo algo que honra mucho más a Dios cuando lo da, que el mero don del
alimento a los cuervos, yo pienso que se asesta esta noche un golpe muy potente
de mi martillo argumentativo para hacer pedazos su incredulidad. ¡Que Dios el
Espíritu Santo, el verdadero Consolador, obre en ustedes poderosamente! Ciertamente
el Dios que da el alimento a los cuervos no les negará la paz y el perdón a los
pecadores que buscan. ¡Pruébenlo! ¡Pruébenlo en este momento! ¡No, no se
muevan! Pruébenle ahora.
4. No debemos demorarnos en ninguno de los puntos
ya que el tema completo es muy prolífico. Hay otra fuente de consuelo para
ustedes, es decir, que a los cuervos no
se les manda clamar en ninguna parte. Cuando claman su petición no cuenta con
ninguna garantía de alguna exhortación específica proveniente de la boca
Divina, mientras que ustedes tienen una garantía derivada de las exhortaciones
Divinas de aproximarse al trono de Dios en oración. Si un hombre rico
abriera su casa a aquellas personas que no
fueron invitadas, ciertamente recibiría a aquellos que fueron invitados. Los cuervos vienen sin ser invitados, y, sin
embargo, no son enviados de regreso sin respuesta; tú vienes como huésped
invitado y convidado; ¿cómo pudieras ser rechazado? ¿Piensas que no eres
convidado? Escucha esto: “Todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo.” “Invócame en el día de la angustia;
te libraré, y tú me honrarás.” “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a
toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no
creyere será condenado.” “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.” “Arrepentíos,
y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo.” Estas son
exhortaciones dadas sin ninguna limitación en cuanto al carácter. Te invitan
libremente; es más, te ordenan venir. ¡Oh!, después de todo esto, ¿puedes
pensar que Dios te va a menospreciar? La ventana está abierta, el cuervo entra
volando, y el Dios de la misericordia no lo obliga a salir; la puerta está
abierta, y la palabra de la promesa te invita a venir; no pienses que Él te
rechazará, sino que debes creer más bien que Él “te aceptará y te amará de pura
gracia”, y entonces, tú le ofrecerás la ofrenda de tus labios.” ¡De cualquier
manera pruébale! ¡Pruébale ahora mismo!
5. Además, hay otro argumento que es muchísimo más
poderoso todavía. El chillido de un joven
cuervo no es sino el clamor natural de una criatura, pero tu clamor, si es
sincero, es el resultado de una obra de gracia en tu corazón. Cuando el
cuervo clama al cielo no es nada sino el propio ser del cuervo el que clama;
pero cuando tú clamas: “Dios, sé
propicio a mí, pecador”, quien clama en ti es Dios el Espíritu Santo. Es la
nueva vida que Dios te ha dado la que clama a la fuente de donde provino para
tener mayor comunión y comunicación con su grandioso Original. Se necesita a
Dios mismo para poner a un hombre a orar en sinceridad y en verdad. Nosotros
podemos, si lo consideramos correcto, enseñar a nuestros hijos a “decir sus
oraciones”, pero no podemos enseñarles a “orar”. Tú puedes hacer un “libro de
oración”, pero no puedes poner un grano de “oración” dentro de un libro, pues
es un asunto demasiado espiritual para ser encerrado entre las hojas. Tal vez,
algunos de ustedes puedan “leer oraciones” en familia; no voy a denunciar esa
práctica, pero voy a decir al menos esto al respecto: podrían leer esas
“oraciones” durante setenta años, y, sin embargo, podrían no haber orado ni una
sola vez, pues la oración es algo muy diferente de las simples palabras. La
verdadera oración es el comercio del alma con Dios, y el corazón nunca llega al
comercio espiritual con los puertos del cielo hasta que Dios el Espíritu Santo
hace soplar el viento en las velas y acelera al barco para que llegue a su
abrigo. “Os es necesario nacer de nuevo”. Si hay una oración real en tu corazón,
aunque pudieras desconocer el secreto, Dios el Espíritu Santo está allí. Ahora,
si Él oye clamores que no vienen de Él mismo, ¡cuánto más oirá aquellos que sí provienen
de Él! Quizás ustedes mismos han estado rompiéndose la cabeza procurando saber
si su clamor es natural o espiritual. Esto pudiera parecer muy importante, y,
sin duda, lo es; pero independientemente de que tu clamor sea de una u otra
naturaleza, continúa todavía buscando al Señor. Posiblemente dudes de que los
clamores naturales sean escuchados por Dios; permíteme asegurarte que lo son.
Recuerdo haber dicho en una ocasión algo sobre
este tema, en un cierto lugar de adoración ultra calvinista. En aquel momento
estaba predicando a unos niños, y los exhortaba a orar, y sucedió que dije que
mucho antes de cualquier conversión real mía, yo había orado pidiendo
misericordias comunes y que Dios había escuchado mis oraciones. Esto no les
gustó a mis buenos hermanos de esa escuela superfina; y, después, todos me rodearon
supuestamente para saber qué había querido decir yo, pero realmente lo hicieron
para poner reparos y objetar lo dicho de conformidad a su naturaleza e
inclinación. “¡Me rodearon como abejas; sí, como abejas me rodearon!” Después
de un rato, tal como me lo esperaba, cayeron en su diversión usual de poner
apodos. Comenzaron a decir que yo era un arminiano muy degradado; y dijeron
otra expresión con la que se dignaron honrarme, con el título de “fullerismo”,
(combinación de calvinismo y arminianismo), un título, a propósito, tan
honorable, que pude haberles agradecido de corazón por anexarlo a lo que yo
había expresado. Pero decir que Dios ha de oír la oración de los hombres
naturales fue algo peor que arminianismo, si, en verdad, pudiera haber algo
peor para ellos. Ellos citaron ese pasaje falsificado “La oración de los impíos
es abominación a Jehová”, a lo que yo prontamente respondí pidiéndoles que me
encontraran ese texto en la Palabra de Dios, pues yo me aventuraba a aseverar
que el diablo era el autor de ese dicho, y que no se encontraba para nada en la
Biblia. “El sacrificio de los impíos
es abominación a Jehová” está en la
Biblia, pero eso es algo muy diferente a “la
oración de los impíos”; y, además, hay una decidida diferencia entre la
palabra impío cuyo significado se pretende allí, y el hombre natural acerca del
cual teníamos la controversia. Yo no creo que algún hombre que comienza a orar
en cualquier sentido, pueda ser considerado como que está completamente entre “los impíos” en quienes pensaba Salomón,
y ciertamente no está entre aquellos que apartan su oído de oír la ley, de
quienes está escrito que su oración es una abominación. Pero ellos replican:
“bien, pero, ¿cómo puede ser que Dios oiga una oración natural?” Y, mientras
hice una pausa momentánea, una anciana cubierta con una capa roja se abrió paso
a través del pequeño círculo que me rodeaba, y les dijo de una manera muy
enérgica, como la madre en Israel que era: “¿Por qué hacen esta pregunta,
olvidando lo que el propio Dios ha dicho? ¿Qué es esto que dicen, que Dios no
oye la oración natural? Vamos, ¿acaso no oye a los jóvenes cuervos cuando
claman a Él, y piensas tú que ofrecen oraciones espirituales?” Al instante, los
hombres de guerra se batieron en retirada; ninguna derrota fue más completa; y
por una vez en su vida deben de haber sentido que les era posible estar errados.
Seguramente, hermanos, esto puede alentarlos y
consolarlos a ustedes. No voy a
ponerles justo ahora la tarea de descubrir si sus oraciones son naturales o
espirituales, si vienen del Espíritu de Dios o no, porque eso podría, tal vez, desconcertarlos;
si la oración procede de su propio corazón, nosotros sabemos cómo llegó allí,
aunque ustedes no lo sepan. Dios oye a los cuervos, y yo creo, en verdad, que
Él les oirá, y yo creo, además, –aunque ahora no quiero plantear esta pregunta
en su corazón– que Él oye su oración, porque –aunque ustedes tal vez no lo
sepan– hay una obra secreta del Espíritu de Dios que está teniendo lugar dentro
de ustedes y que les está enseñando a orar.
6. Pero tengo argumentos más poderosos, y más
cercanos al blanco. Cuando los jóvenes
cuervos chillan, chillan solos, pero cuando tú oras tienes a Uno más poderoso
que tú que ora contigo. Oye a aquel pecador que clama: “Dios, sé propicio a
mí, pecador”. ¡Escucha atentamente! ¿Oyes ese otro clamor que se eleva
juntamente con el del pecador? No, tú no
lo oyes, porque tus oídos son sordos y pesados, pero Dios sí lo oye. Hay otra
voz, mucho más fuerte y dulce que la primera, y mucho más prevaleciente, que se
está remontando al mismo tiempo y que está implorando: “Padre, perdónalos por
causa de mi preciosa sangre.” El eco del susurro del pecador es tan majestuoso
como el estallido del trueno. Nunca un pecador ora verdaderamente sin que
Cristo ore al mismo tiempo. Tú no puedes verle ni oírle, pero Jesús nunca
sacude las profundidades de tu alma por Su Espíritu sin que Su alma sea
sacudida también. ¡Oh, pecador!, tu oración, cuando llega delante de Dios, es
algo muy diferente de lo que es cuando sale de ti.
Algunas veces, la gente pobre se acerca a
nosotros con peticiones que desean enviar a alguna Compañía o a algún gran
Personaje. Traen la petición y nos piden que la presentemos por ellos. Contiene
muchos errores de ortografía, y está escrita muy extrañamente, y a duras penas
podemos descifrar su significado; pero todavía hay lo suficiente para dejarnos
saber qué es lo que quieren. Ante todo hacemos una copia fiel para ellos, y
luego, habiendo expresado su caso, ponemos nuestro propio nombre abajo, y si
despertamos algún interés, por supuesto que obtienen lo que desean a través del
poder del nombre firmado al pie de la petición. Esto es justo lo que el Señor
Jesucristo hace con nuestras pobres oraciones. Hace una copia fiel de ellas,
las sella con el sello de Su propia sangre expiadora, pone Su propio nombre al
pie, y así se remontan al trono de Dios. Es tu
oración, pero, ¡oh!, es Su oración
también, y es por eso que prevalece.
Ahora, este es un argumento demoledor: si los
cuervos prevalecen cuando claman completamente solos, si sus pobres graznidos
les traen lo que quieren por sí solos, cuánto más prevalecerán las peticiones
quejumbrosas del pobre pecador trémulo que dice: “por Jesucristo nuestro
Señor”, y que puede enlazar todas sus propias peticiones con el bendito
argumento: “El Señor Jesucristo lo merece; oh Señor, otórgamelo por Su causa.”
Yo en verdad confío que estos buscadores a
quienes me he estado dirigiendo, que han estado clamando por tanto tiempo y
que, sin embargo, tienen miedo de no ser escuchados nunca, no tengan que esperar
más tiempo, sino que reciban pronto una benevolente respuesta de paz; y si
ellos no reciben todavía el deseo de sus corazones, yo espero que sean animados
a perseverar hasta que amanezca el día de gracia. Tú tienes una promesa que los cuervos no tienen, y eso constituiría
otro argumento si el tiempo nos permitiera reflexionar sobre eso. ¡Hombre
trémulo, puesto que tienes una promesa como argumento, no dudes nunca de que saldrás
victorioso ante el trono de la gracia!
Y ahora, para concluir, déjenme decirle al
pecador: SI HAS CLAMADO SIN ÉXITO, CONTINÚA CLAMANDO. “Vuelve siete veces”, ay,
y setenta veces siete. Recuerda que la misericordia de Dios en Cristo Jesús es
tu única esperanza; aférrate a ella, como alguien que se está ahogando se
aferra a la única cuerda a su alcance. Si tú pereces orando por misericordia
por medio de la preciosa sangre, serías el primero que hubiere perecido así.
Continúa clamando; sólo continúa clamando; pero, ¡oh!, cree también; pues la fe
trae la estrella de la mañana y el amanecer.
Cuando, Betty, la esposa de John Ryland estaba
en su lecho de muerte, tenía una gran turbación de mente, aunque había sido
cristiana por muchos años. Su esposo le preguntó, de esta extraña aunque sabia
manera: “Bien, Betty, ¿qué te aflige?” “¡Oh, John, me estoy muriendo y no tengo
esperanza, John!” “Pero, querida,
¿adónde vas entonces?” “¡Me voy a ir al infierno!” “Bien”, dijo él, encubriendo
su profunda angustia con su humor usual y con la intención de dar un golpe que
diera con seguridad en la cabeza del clavo y ahuyentara de inmediato sus dudas:
“¿qué intentas hacer cuando llegues allá, Betty?” La buena mujer no pudo dar
una respuesta, y el señor Ryland continuó preguntándole: “¿piensas que vas a
orar cuando llegues allí?” “¡Oh, John,” –respondió ella– “yo oraría en
cualquier lugar; no puedo dejar de orar!” “Bien, entonces”, –dijo él– “dirán
allí, ‘Betty Ryland está orando aquí; sáquenla
de aquí; no aceptaremos que alguien ore aquí; ¡sáquenla de aquí!’” Esta extraña forma de expresarlo iluminó su
alma, y ella vio de inmediato lo absurdo de la propia sospecha de un alma que
busca a Cristo, y, sin embargo, es arrojado para siempre de Su presencia.
¡Continúa clamando, alma; continúa clamando!
Mientras el niño pueda gritar, vive; mientras tú puedas asediar el trono de la
misericordia, hay esperanza para ti: pero oye a la vez que clamas, y cree en lo
que oyes, pues la paz se obtiene por creer.
Pero quédense todavía por unos momentos, puesto
que tengo algo más que decir. ¿Es posible
que pudieras haber obtenido ya la propia bendición por la que estás clamando?
“Oh”, –dices tú– “yo no pediría por algo que ya poseo; si yo supiera que lo
tengo, dejaría de clamar, y comenzaría a alabar y a bendecir a Dios.” Ahora, yo
no sé si todos ustedes, buscadores, se encuentran en un estado tan seguro, pero
estoy persuadido de que hay algunas almas buscadoras que han recibido la
misericordia por la que han estado pidiendo. El Señor, en lugar de decirles
esta noche: “Buscad mi rostro”, está diciendo: “¿Por qué clamas a mí? En tiempo
aceptable te oí, y en el día de salvación te ayudé; Yo deshice como una nube
tus rebeliones, y como niebla tus pecados; Yo te he salvado; Tú eres mío; Yo te
he limpiado de todos tus pecados; sigue tu camino y regocíjate.” En tal caso,
la alabanza creyente es más conveniente que la oración agonizante.
“Oh”, –dices– “pero no es probable que alcance
la misericordia mientras estoy buscándola todavía.” Bien, yo no lo sé. La
misericordia cae a veces en un ataque de desvanecimiento afuera de la puerta;
¿no es posible que sea llevada adentro mientras se encuentra desvanecida, y que
ella piense todo el tiempo que todavía está afuera? Ella todavía puede oír al
perro que está ladrando; pero, ah, pobre alma, cuando vuelva en sí, descubrirá
que está dentro de la puerta angosta y que está a salvo. De igual manera,
algunos de ustedes podrían haber caído en un desvanecimiento de desaliento
justo cuando están viniendo a Cristo. Si es así, que la gracia soberana los
restaure, y, tal vez, yo pueda ser esta noche el instrumento de que se haga.
¿Qué es lo que estás buscando? Algunos de
ustedes están esperando ver deslumbrantes visiones, pero espero que no sean
gratificados nunca, pues no valen nada. Todas las visiones del mundo desde los
días de los milagros, puestas juntas, son sólo meros sueños después de todo, y
los sueños sólo son vanidad. La gente cena muy opíparamente y entonces sueña;
es la indigestión, o una mórbida actividad del cerebro, y eso es todo. Si esa
fuera toda la evidencia que tienes de la conversión, harías bien en dudar de
ella: te pido que no te quedes satisfecho nunca con eso; es sólo mísera basura
para que construyas tu esperanza eterna sobre eso. Tal vez estés esperando
sentimientos muy extraños, sin llegar al punto de un choque eléctrico, pero
algo muy singular y peculiar. Créeme que no necesitas sentir nunca las extrañas
mociones que valoras tan altamente. Todos esos extraños sentimientos de los que
hablan algunas personas en conexión con la conversión, pueden ser o no pueden
ser de algún bien para ellos, pero estoy seguro que realmente no tienen nada
que ver con la conversión como para ser necesaria a ella en absoluto.
Te haré una o dos preguntas. ¿Crees tú mismo que
eres un pecador? “Sí”, –dices–. Pero suponiendo que suprimo esa palabra,
“pecador”: ¿quieres decir que tú crees que has quebrantado la ley de Dios, que
eres un ofensor bueno-para-nada en contra del gobierno de Dios? ¿Crees que has
quebrantado en tu corazón, de cualquier manera, todos los mandamientos, y que
mereces consiguientemente el castigo? “Sí”, respondes. No sólo creo eso, sino
que lo siento: es una carga que llevo conmigo diariamente.” Ahora preguntaré
algo más: ¿crees que el Señor Jesucristo puede quitar todo tu pecado? Sí, tú
crees en verdad eso. Entonces, ¿puedes confiar en que Él te salva? Tú necesitas
la salvación; tú no puedes salvarte a ti mismo; ¿puedes confiar en que Él te salve? “Sí”, –dices– “ya confío”.
Bien, mi querido amigo, si realmente confías en Jesús, es seguro que eres
salvo, pues tienes la única evidencia de salvación que es consistente con
cualquiera de nosotros. Hay otras evidencias que se dan posteriormente, tal
como la santidad y las gracias del Espíritu, pero la única evidencia que es
consistente con la de los mejores hombres es esta:
“Nada en mis
manos traigo,
Simplemente a
Tu cruz me aferro.”
¿Puedes usar el verso de
Juanito el buhonero:
"Soy un pobre pecador, y nada más,
Pero Jesucristo es mi Todo en todo"?
Yo espero que ustedes avancen muy pronto muchísimo más en algunos de
estos puntos por su cuenta, pero no quiero que avancen ni una pulgada más allá
en relación a la base de su evidencia y la razón de su esperanza. Sólo
deténganse allí, y ahora, si miran lejos de todo lo que está dentro de ustedes
o fuera de ustedes y miran a Cristo, y confían en Sus sufrimientos en el
Calvario y en toda Su obra expiatoria como la base de su aceptación ante Dios, ustedes
son salvos. No necesitan nada más; ustedes han pasado de muerte a
vida. “El que en él cree, no es condenado.” “El que cree en el Hijo tiene vida
eterna.” Si yo fuera a encontrarme en breve con un ángel en aquel pasillo al
momento de entrar en la sacristía, y me dijera: “Charles Spurgeon, he venido
del cielo para decirte que eres perdonado”, yo le respondería: “yo sé eso sin
que tengas que decirme nada al respecto; lo sé sobre la base de una autoridad
sustancialmente mayor que la tuya”. Y si me preguntase cómo lo sabía, yo le
respondería: “la palabra de Dios es mejor para mí que la palabra de un ángel, y
Él lo ha dicho: ‘El que en él cree, no es condenado’. Yo creo
verdaderamente en Él, y, por tanto, no soy condenado, y lo sé sin necesidad de
que un ángel me lo diga.”
Ustedes que están turbados, no estén en busca de los ángeles, y de señales, y de evidencias y de signos. Si
ustedes se apoyan en la obra terminada de Jesús ya tienen la mejor evidencia de
su salvación en el mundo; tienen la palabra de Dios para ello; ¿qué más se
necesita? ¿No pueden aceptar la palabra de Dios? Ustedes pueden aceptar la
palabra de sus padres; pueden aceptar la palabra de su madre; ¿por qué no
podrían aceptar la palabra de Dios? ¡Oh, qué corazones tan rastreros debemos de
tener para desconfiar de Dios mismo! Tal vez digas que no harías una cosa así.
¡Oh, pero en verdad dudas de Dios, si no confías en Cristo!; pues “el que no
cree a Dios, le ha hecho mentiroso”. Si no confías en Cristo, en efecto dices
que Dios es un mentiroso. Tú no querrías decir eso, ¿no es cierto?
¡Oh, confía en la veracidad de Dios! ¡Que el Espíritu de Dios los
constriña a creer en la misericordia del Padre, en el poder de la sangre del
Hijo, y en la disposición del Espíritu Santo, para traer al pecador a Sí! Vamos,
mis queridos oyentes, únanse en oración conmigo para que puedan ser conducidos
por la gracia a ver en Jesús todo lo que necesitan.
“La
oración es
un poder de la criatura, su propio aliento y ser;
La oración
es la
llave de oro que puede abrir la ventanilla de la misericordia;
La oración
es el
sonido mágico que le dice al destino: así sea;
La oración
es el delgado
nervio que mueve los músculos de la Omnipotencia.
Por esa
razón, ora, oh
criatura, y encomienda tu ser y tus necesidades a la oración,
La cura de todos los cuidados, la grandiosa
panacea de todos los dolores,
La destructora de la duda, el remedio de la
ruina, el antídoto de todas las ansiedades.”
Porción de la Escritura leída antes del sermón:
Salmo 147.
Traductor: Allan Román
1/Mayo/2009
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