El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
La extraña selección de Dios
NO. 587
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 28 DE AGOSTO DE 1864
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES
“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación,
que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos
nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios;
y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a
lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es,
para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”. 1
Corintios 1: 26-29.
El apóstol Pablo es guiado a confesar que Cristo
Jesús fue menospreciado tanto por los judíos como por los gentiles. Confesó que
esto no era ninguna causa de tropiezo para él, pues lo que otros consideran una
necedad, era tenido por él como sabiduría, y se regocijaba porque lo insensato
de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los
hombres. Sin embargo, para que nadie en la iglesia de Corinto tropezara por el
hecho de que Cristo fue menospreciado, el apóstol procede a mostrar que esta es
la manera general de proceder de Dios: selecciona los instrumentos que los
hombres desprecian porque así recibe toda la gloria cuando alcanza Su propósito
por su medio; y como prueba de ello, Pablo los remite al ejemplo de su propia
elección y llamamiento: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación”, -les dice-
“que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos
nobles”, sino, ustedes, que son pobres, iletrados, despreciados, ustedes, han
sido llamados exactamente por la misma razón: para que Dios sea todo en todo y nadie
se jacte en Su presencia.
Es claro para todo el que observe la Escritura o
los hechos, que Dios nunca tuvo la intención de hacer que Su Evangelio se
ajustara a la moda; que lo último que hubiera pensado sería seleccionar a la élite de la humanidad y acumular
dignidad para Su verdad, partiendo de las galas llamativas del rango y de la
posición. Por el contrario, Dios ha retado a todo el orgullo de la condición
humana; ha arrojado cieno al rostro de toda la excelencia humana, y con el
hacha de combate de Su fuerza, ha partido en dos el escudo de armas de la
gloria del hombre. “A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré”, parecería ser el
propio lema del Señor de los Ejércitos, y lo será “hasta que venga aquel cuyo
es el derecho, y yo se lo entregaré”, porque Suyo es el reino, y el poder, y la
gloria, por todos los siglos.
No hay doctrina más humillante, en verdad, que la
doctrina de la elección, y es por esta razón que el apóstol Pablo hace
referencia a ella: para que los discípulos de Corinto estuvieran muy contentos
de seguir al humilde y menospreciado Salvador que lleva Su cruz, porque la
elección de gracia se compone de los humildes y despreciados quienes, por esa
misma razón, no pueden sentirse avergonzados de seguir a Uno que, como ellos
mismos, fue despreciado y desechado entre los hombres.
Entonces, abordando de inmediato nuestro texto, primero
observaremos en él, muy claramente, al
Elector; en segundo lugar, veremos una
extraña elección; luego, observaremos a
los elegidos; y cuando hayamos considerado un poco todo, reflexionaremos
sobre las razones que Dios ha dado para
Su elección: que “nadie se jacte en su presencia”.
I. Primero, entonces, remontémonos a las alturas sobre
las alas del pensamiento esta mañana para considerar, por un momento, al
ELECTOR.
Algunos hombres son salvados y otros hombres no
son salvados; sigue siendo siempre un hecho incuestionable que algunos entran
en la vida eterna y otros persiguen el mal y perecen. ¿Cómo se propicia esa
diferencia? ¿Cómo es que algunos se remontan al cielo? La razón por la que
algunos se hunden en el infierno es su pecado. No se vuelven a Dios y, por
tanto, perecen voluntariamente por sus propias acciones y obras. Pero, ¿cómo es
que otros son salvados? ¿A quién pertenece la voluntad que establece esa
diferencia? El texto responde esa pregunta de manera sumamente perentoria tres veces:
“escogió Dios, escogió Dios, escogió
Dios”. La gracia encontrada en cualquier hombre, y la gloria y la vida
eterna alcanzadas por algunos, son enteramente dones de la elección de Dios, y no
se otorgan según la voluntad del hombre.
Esto quedará muy claro para cualquier persona
atenta, si antes que nada consideramos los
hechos. Dondequiera que encontramos un caso de elección en el Antiguo
Testamento, es Dios quien manifiestamente la realiza. Retrocedan, si quieren, a
los tiempos de la mayor antigüedad. Los ángeles cayeron. Una multitud de
espíritus resplandecientes que rodeaban el trono de Dios y cantaban Sus
alabanzas, fueron engañados por Satanás y cayeron en pecado. La gran serpiente
arrastró consigo a la tercera parte de las estrellas del cielo: cayeron en desobediencia;
fueron condenados a cadenas y al fuego eterno para siempre. El hombre pecó
también. Adán y Eva quebrantaron el pacto con Dios y comieron del fruto
prohibido. ¿Fueron ellos condenados al fuego eterno? No; sino que Dios, en la
plenitud de Su gracia, susurró esta promesa al oído de la mujer: “la simiente
de la mujer herirá la cabeza de la serpiente”. Algunos hombres son salvados,
pero ningún demonio es salvado. ¿Por qué? ¿Fue el hombre la causa de la
diferencia? ¡Silencio, vano fanfarrón que sueñas con tal cosa! Dios mismo es
quien testifica: “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me
compadeceré del que yo me compadezca”. Fue por una soberanía como ésta que el
Señor declaró virtualmente: “Yo me propongo y decreto que de la raza del hombre
salvaré a una multitud que ningún hombre puede contar, que serán los vasos de
mi misericordia; en cambio, aquellos ángeles que una vez fueron mis siervos,
vindican el terror de mi justicia y la majestad de mi equidad”. Esto no lo
cuestiona nadie. Nunca he oído al mayor ultra pelagiano presentar un argumento
a favor del diablo. He oído acerca de Orígenes que pareció argumentar que
Satanás debería ser incluido en la ley general de la misericordia, pero muy
pocas personas hablan así en nuestros días. Aquí tenemos un ejemplo de
elección: algunos de la raza humana son salvados y algunos de la raza angélica
fueron entregados a la perdición para siempre. ¿Quién podría haber efectuado esa
distinción, sino el propio Jehová? Y debemos decir esto de nuestra raza
favorecida: “escogió Dios”.
No nos quedamos perplejos cuando vemos a la
misma soberanía discriminatoria obrando entre los individuos de nuestra propia
raza. En la época patriarcal todos los hombres, con muy pocas excepciones,
estaban sumidos en el paganismo; había unos pocos patriarcas que, elegidos por
Dios, permanecían siendo todavía fieles a la pura adoración del Altísimo. El
Señor resolvió adoptar a un pueblo especial, que habría de leer los oráculos de
Dios y preservar y mantener la verdad, y seleccionó a Abram como el progenitor
de la raza elegida. ¿Eligió Abram a Dios, o Dios llamó y eligió a Abram? ¿Había
naturalmente algo en Abram que le diera derecho a ser el siervo del Altísimo? Contamos
con una prueba muy contundente en la Escritura de que no había nada en Abram.
Por el contrario, es descrito como un sirio digno de perecer, y su raza era
como las demás, corrompida por la idolatría, por no decir algo peor; sin embargo,
fue llamado a salir del Este, y fue constituido en el padre de los fieles por
la propia voluntad especial de Dios.
Permítanme preguntarles: ¿qué había en los
judíos, para que fueran bendecidos con profetas, con los sacrificios, y con los
ritos y ordenanzas de la verdadera
adoración, en tanto que todas las demás naciones fueron dejadas para que se
inclinaran delante de dioses de madera y piedra? Sólo podemos decir que Dios lo
hizo; Su voluntad separa a la raza de Israel y deja al resto en el pecado.
Tomen cualquier caso particular de gracia divina mencionado en el Antiguo
Testamento, por ejemplo, el caso de David. ¿Encontramos que David escogió el
trono, que David se seleccionó y se apartó para ser el mensajero escogido por
Dios para Israel? ¿Acaso había alguna aptitud manifiesta en el menor de los
hijos de Isaí? No, por el contrario, los hombres habrían elegido a sus
hermanos; incluso Samuel dijo: “De cierto delante de Jehová está su ungido”,
cuando vio que se presentó Abinadab (1). Pero Dios no mira lo que mira el
hombre, y Él había elegido al rubio David para ser rey en Jesurún.
Así podríamos multiplicar los casos, pero sus propios
pensamientos me ahorrarán mis palabras. Todos los hechos del Antiguo Testamento
sirven para mostrar que Dios hace lo que quiere con los ejércitos del cielo y
entre los habitantes de este mundo inferior; Él abate y ensalza; Él alza del
muladar al mendigo y lo coloca entre los príncipes de Su pueblo. Escogió Dios,
escogió Dios, y no el hombre. “Así que no depende del que quiere, ni del que
corre, sino de Dios que tiene misericordia”.
Contemplemos el asunto bajo otra luz. Es claro
que la voluntad del Señor tiene que determinar el asunto si consideramos Su
oficio y posición para con los hombres. El oficio de Dios: Dios es un rey.
¿Acaso no hará el rey lo que le plazca? Los hombres establecen una monarquía
constitucional, y están en lo correcto; pero si se pudiera encontrar un ser que
fuera la perfección misma, entonces una forma absoluta de gobierno sería
innegablemente lo mejor. De cualquier manera, el gobierno de Dios es absoluto,
y aunque nunca viola la justicia pues Él es la santidad y la verdad misma, no
obstante considera esta joya de Su corona como la más preciada que posee. “Yo
soy, y fuera de mí no hay más”. Él no rinde cuentas de Sus asuntos. A todas las
preguntas les da esta respuesta: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para
que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: por qué me has
hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la
misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” La posición absoluta de
Dios como rey, especialmente en la obra de salvación, exige que Su voluntad sea
la gran fuerza determinante.
Expongamos un caso y ustedes lo verán. Un grupo
de criminales se encuentra encerrado en prisión, y todos sus integrantes merecen
la muerte. Su culpa es la misma. Si todos ellos son llevados a la ejecución
mañana por la mañana, nadie podría decir una palabra en contra de la justicia.
Ahora, si algunas de estas personas fueran perdonadas, ¿quién tendría la
jurisdicción para perdonarlas? ¿Acaso sería el propio criterio de ellas? Es
cierto que sería sumamente benevolente que se les enviara un mensajero y se les
pidiera que se presentaran y recibieran la misericordia perdonadora si acaso
quisieran venir; pero supongan que todas esas personas, al unísono, rehusaran
ser salvadas; supongan que habiendo sido invitadas para ser salvadas, cada una
de ellas rehusara aceptar el perdón; si en tal caso la misericordia superior
determinara hacer a un lado sus perversas voluntades, y se propusiera lograr
que algunas de ellas fueran eficazmente salvadas, ¿a quién le correspondería la
selección? Si se les dejara a las personas involucradas, todas ellas insistirían
en elegir la muerte en lugar de la vida. Por tanto, sería inútil dejarles la
decisión a ellas. Además, dejar el atributo de la misericordia en manos de un
criminal sería un modo de proceder sumamente extraño. No, ha de ser el rey, ha
de ser el rey el que diga quién ha de ser perdonado por misericordia, y quién
ha de morir de acuerdo con la norma de justicia.
La posición de Dios como rey y la posición de
los hombres como criminales, exigen que la salvación dependa de la voluntad de
Dios; y, en verdad, es mejor que lo dejemos a Su voluntad que a nuestro propio
criterio, pues Él es más benevolente con nosotros de lo que somos con relación
a nosotros mismos; Él está más lleno de amor por el hombre que el hombre mismo.
Él es justicia, Él es amor: justicia en la plenitud del esplendor, amor con un
ilimitado poder. La misericordia y la verdad se han reunido en Él y se han
besado mutuamente, y es muy bueno, es muy bueno, es lo mejor de todo que le
correspondan a Él, el gobierno y la administración de la salvación.
Ahora les presentaremos unas cuantas figuras de
las que utiliza la Escritura en conexión con la obra de salvación, y pienso que
verán entonces que la voluntad debe corresponderle a Dios. La salvación
consiste en parte en una adopción. Dios
adopta en Su familia a pecadores que eran herederos de la ira, igual que los
demás. ¿Quién debería tener autoridad en el asunto de la adopción por gracia?
¿Acaso los hijos de ira? Ciertamente no; y sin embargo, ¡todos los hombres son
hijos de ira! No; es acorde con la naturaleza, con la razón y con el sentido
común que nadie sino los padres pueden tener la discreción de adoptar. Como
padre, si alguien deseara entrar en mi familia, tengo el derecho de adoptar o
rehusar adoptar a la persona en cuestión; ciertamente nadie puede tener un
derecho a imponerse a la fuerza en mi vida, ni decirme que voy a ser considerado
como su padre reconocido. Yo digo que de conformidad a la razón y al sentido
común, el derecho debe estar del lado del padre; y en la adopción, debe ser
Dios quien elija a Sus propios hijos.
Además, la Iglesia es descrita como un edificio. ¿Sobre quién recae la
arquitectura del edificio? ¿Recae en el edificio mismo? ¿En las piedras? ¿Acaso
las piedras se seleccionan a sí mismas? ¿Acaso la piedra que está en aquel
rincón eligió su lugar? O aquella piedra que está colocada en los cimientos,
¿acaso seleccionó su propia posición? No; únicamente el arquitecto dispone de
sus materiales elegidos de acuerdo a su propia voluntad; y así, en la
construcción de la Iglesia, que es la gran casa de Dios, el grandioso Maestro
de Obras reserva para Sí la selección de las piedras y los lugares que
ocuparán.
Tomen un caso todavía más aparente. La Iglesia
es llamada la esposa de Cristo. ¿Acaso
alguno de los aquí presentes estaría de acuerdo que le fuere impuesta una
esposa? No hay nadie entre nosotros que se rebajaría por un solo instante a
renunciar a sus derechos para elegir a su propia esposa; y ¿acaso Cristo
dejaría al azar y a la voluntad humana la decisión de quién habría de ser Su
esposa? No; mi Señor Jesús, el Esposo de la Iglesia, ejerce la soberanía que Su
posición le confiere, y selecciona a Su propia esposa.
Además, se dice que nosotros somos miembros del cuerpo de Cristo. David nos
informa que, en el libro de Dios: “Estaban escritas todas aquellas cosas que
fueron luego formadas, sin faltar una de ellas”. Según esto, el cuerpo de todo hombre
tiene sus miembros registrados en el libro de Dios. ¿Ha de ser el cuerpo de
Cristo una excepción a esta regla? ¿Acaso aquel grandioso cuerpo de divina
humanidad, Cristo Jesús, el Salvador místico, habría de ser formado de acuerdo
a los caprichos y deseos del libre albedrío, mientras que otros cuerpos,
sustancialmente inferiores, tienen sus miembros escritos en el libro de Dios? No
debemos soñar así. Sería una plática ociosa y sería desconocer el significado
de las metáforas de la Escritura.
Me parece claro, de conformidad a las figuras e
ilustraciones de la Escritura, que la selección final de los hombres que serán salvados,
debe corresponderle a Dios. ¿Acaso no es confirmado esto, queridos amigos, por
su propia experiencia? Lo es en cuanto a mí. Podría haber algunos que odian
esta doctrina; hay muchos o al menos podría haber algunos cuyas bocas echan
espuma mientras nos oyen hablar así de la soberanía de Dios, pero yo confieso
que toca un resorte secreto de mi naturaleza que me obliga a llorar cuando nada
más puede hacerlo. Hay algo en mi conciencia que parece decirme: “Él tiene que
haberme elegido, pues yo nunca habría podido elegirle”. Yo estaba resuelto a
vivir en pecado; yo era propenso a descarriarme; yo era aficionado a la
iniquidad; yo tragaba el mal como el buey bebe su porción de agua; y ahora,
salvado por la gracia, ¿me atrevería por un solo instante a imputar esa
salvación a mi propia elección? Yo en verdad elijo a Dios muy libremente, muy
plenamente, pero debe ser por alguna obra previa realizada en mi corazón que cambió
ese corazón, pues mi corazón empedernido nunca habría podido elegirle.
Amado, ¿no sientes en este preciso instante que
la inclinación natural de tus pensamientos es apartarse de Dios? Si la gracia
de Dios te fuera quitada, ¿qué serías de ti? ¿Acaso no eres como el arco que se
dobla mientras la cuerda lo mantiene así, pero si cortaran esa cuerda,
recobraría de inmediato su antigua posición? ¿No sucedería así contigo? Si la
poderosa gracia de Dios te fuera retirada, ¿no regresarías de inmediato a tus
antiguos caminos? Bien, entonces ves claramente que incluso ahora que has sido
regenerado, tu naturaleza corrompida no elige a Dios, y mucho menos le habría
podido elegir cuando no había una nueva naturaleza que la mantuviera a raya y
la controlara. Mi Señor les mira a la cara, oh ustedes, pueblo suyo, y les dice:
“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros”; y cada uno
de nosotros siente que Él despierta un eco en nuestros corazones, pues
respondemos: “Sí, Señor, nosotros no te hemos elegido en nuestro estado
natural, pero Tú nos has elegido, y a Tu libre y soberana elección sea la honra
por los siglos de los siglos”.
II. Que podamos sentir las influencias presentes del
Espíritu Santo mientras reflexionamos sobre LA ELECCIÓN MISMA.
El Señor está a punto de elegir a un pueblo que
dará honra a la cruz de Cristo. Ellos han de ser redimidos por la sangre
preciosa y han de ser, en algún sentido, una digna recompensa por los grandes
sufrimientos de Jesús. Observen ahora cuán extraña
es la selección que hace. Leo con asombro: “Pues mirad, hermanos, vuestra
vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni
muchos nobles”. Si el hombre hubiera recibido el poder de elegir, estas serían
justamente las personas que habrían sido seleccionadas. “Sino que lo necio del
mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió
Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil y lo menospreciado…” Si el hombre
hubiera realizado la selección, estas son exactamente las personas que habrían
sido dejadas fuera. La selección es muy extraña, muy extraña; yo creo que
incluso en el cielo será objeto de eterno asombro, y excepto por las razones
dadas en nuestro texto, nos quedaríamos perplejos sin saber por qué pasó por
alto, con escarnio divino, los palacios de los encumbrados reyes, y buscó a los
de innoble cuna y a los humildes para hacerlos el objeto de Su selección.
Observen que, a la par de ser extraño, contiene
esta peculiaridad: es directamente
contrario a la selección humana. El hombre selecciona a aquellos que serían
de mayor ayuda para él: Dios selecciona a aquellos para quienes Él es de mayor
ayuda. Nosotros seleccionamos a quienes pueden darnos el mejor retorno: Dios
selecciona frecuentemente a quienes más necesitan
de Su ayuda. Si yo selecciono a un amigo, me inclino hacia él debido a una
cierta servicialidad que pudiera encontrar en él. Este es el egoísmo del
hombre. Pero Dios elige a Su amigo de acuerdo a la servicialidad que Él mismo
puede rendir al seleccionado. Es exactamente la manera opuesta de seleccionar.
Nosotros seleccionamos a aquellos que son los mejores porque son los que más
merecen. Él selecciona a aquellos que son los peores porque son los que menos
merecen, para que así Su selección pueda ser vista más claramente como un acto
de gracia y no de mérito. Yo digo que esto es claramente contrario a la forma
de seleccionar de los hombres. El hombre selecciona a los más hermosos y a los
más agradables. Dios, por el contrario, viendo la negrura y la inmundicia de
todo lo que es llamado agradable, no selecciona lo que es llamado así, sino que
toma aquello que los hombres encuentran incluso desagradable y lo torna donoso
con la donosura con la que Él lo cubre. ¡Extraña selección! Oh Señor, ¿Es este
el estilo de los hombres?
Ustedes observarán que la selección es muy misericordiosa; ¡oh, cuán misericordiosa,
en el caso suyo y en el mío! Es misericordiosa incluso en su exclusión. No
dice: “No ningún sabio”, sino únicamente dice: “No sois muchos sabios”, de tal
forma que los grandes no están completamente excluidos. La gracia es proclamada
también para el príncipe, y en el cielo hay unos que en la tierra llevaron
coronas de títulos nobiliarios y oraron. Cuán bendita es la gracia
condescendiente de la elección, que toma a las cosas débiles, a las cosas
necias.
Uno pensaría que cuando Dios dijo: “No”, al
príncipe, debe haberlo dicho para que sea excusado de otorgar misericordia a
todo mundo, pues tenemos el hábito de decir: “Bien, hemos rechazado al señor
Fulano de Tal, y él es una persona mucho más importante que tú, por tanto, no
puedo darte el favor a ti. ¡Vamos!, el rey me pidió ese favor y no quise
hacérselo; ¿piensas que lo haría por ti?”
Pero Dios razona de otra manera; Él pasa por
alto al rey a propósito para reunirse con el mendigo; Él deja al noble para
tomar al vil, y pasa por alto al filósofo para recibir al necio. Oh, esto es
extraño y sobrepasa a lo extraño, es maravilloso; hemos de alabarle por esta
gracia portentosa.
¡Oh, cuán alentador es esto para nosotros esta
mañana. Algunos de nosotros no podemos jactarnos de ningún linaje distinguido;
no tenemos grandes conocimientos; no tenemos riquezas; nuestros nombres son
todos desconocidos para la fama; pero, ¡oh, qué gran misericordia! A Él le ha
agradado elegir a tales entes necios como nosotros, a tales criaturas
despreciables como nosotros mismos, a tales cosas que no son para deshacer las
cosas que son.
Para no pasar todo el tiempo esta mañana
simplemente señalando esta extraña selección y sorprendiéndonos ante ella, nos bastará
observar que cada cristiano que se descubre elegido considerará su propia
elección como la selección más extraña que se haya hecho:
“¿Qué había en ti que pudiera ameritar la estima,
O
proporcionar deleite al Creador?
‘Sí, Padre’, es
lo que siempre has de cantar
‘Fue porque
así te agradó’.
III. Hemos de considerar ahora A LOS ELEGIDOS. Los
seleccionados son descritos negativamente y positivamente.
Son descritos negativamente. “No sois muchos sabios según la carne”. Observen que
no dice: “No sois muchos sabios” simplemente, sino “No sois muchos sabios según la carne”, porque Dios ha elegido ciertamente sabios, puesto
que todo Su pueblo es hecho verdaderamente sabio; pero son “sabios según la carne” aquellos que Dios no ha
elegido. Los “sophoi”, como los
griegos los llaman, los filósofos, los hombres que tienen pretensiones de
sabiduría o que aman la sabiduría, los astutos, los metafísicos, los grandes
estudiantes, los observadores agudos, los rabíes, los doctores, los infalibles,
los hombres que miran con profundo desprecio a los ignorantes y los llaman
idiotas y los tratan como si fuesen el polvo que está debajo de sus pies; éstos
no son seleccionados en grandes números. Es extraño, ¿no es cierto? Y sin
embargo, se aduce una buena razón. Si fuesen elegidos, entonces dirían: “¡Ah,
cuánto nos debe el Evangelio! ¡Cuánto le ayuda nuestra sabiduría!” Si los
primeros doce apóstoles hubieran sido doce doctores o doce sabios, todo mundo
habría dicho: “vamos, por supuesto que el Evangelio era poderoso; había doce
hombres seleccionados y sabios procedentes de Judea, o de Grecia, para
apoyarlo”. Pero en lugar de eso, Dios busca por las ensenadas y por las bahías
a doce pobres pescadores, que son tan ignorantes como podrían serlo, y los toma,
y se convierten en apóstoles y difunden el Evangelio, y el Evangelio recibe la
gloria y no los apóstoles. En la sabiduría de Dios, los sabios son pasados por
alto.
A continuación observen que dice: “Ni muchos
poderosos”. Uno diría que los sabios habrían podido forzar su entrada al cielo
por su talento, pero allí están, con su ciego conocimiento, buscando a tientas
el picaporte de la puerta del cielo, mientras que los indoctos y la gente
sencilla ya han entrado en él. La ciega sabiduría busca a tientas en la
oscuridad, y a semejanza de los sabios, va a Jerusalén en vano, mientras que
los pobres y humildes pastores van a Belén y encuentran a Cristo de inmediato.
¡Aquí viene otro orden de grandes hombres! Los
hombres poderosos, los valientes paladines, los príncipes, su Alteza Imperial,
los conquistadores, los Alejandros, y los Napoleones, ¿acaso ellos no son
elegidos? Ciertamente cuando el rey se vuelve cristiano, puede obligar a otros
con su espada a recibir a Cristo. ¿Por qué no elegirlo a él? “No” –dice el
texto- “ni muchos poderosos”. Y ustedes ven el porqué: porque si los poderosos
hubiesen sido escogidos, todos nosotros diríamos: “¡Oh, sí!, vemos por qué el
cristianismo se expande tanto: es el buen temple de la hoja de la espada, y la
fortaleza del brazo que la blande”.
Todos nosotros podemos entender el progreso del
islamismo durante sus primeros tres siglos. Hombres como Alí y Khaled estaban
dispuestos a eliminar a naciones enteras; montaron sus caballos, ondearon sus
cimitarras sobre sus cabezas y arremetieron contra cientos, y eran intrépidos
en la batalla. Y fue sólo cuando se enfrentaron a hombres tales como nuestro
Ricardo Corazón de León que el islamismo fue repelido por algún tiempo; cuando
la espada chocó con la espada, entonces los que la tomaron perecieron a espada.
Cristo no escogió a ningún guerrero; uno de Sus
discípulos usó una espada, pero fue para un muy pobre efecto, pues únicamente
cortó la oreja de un hombre y Cristo la tomó y la sanó y eso puso término a la
lucha del pobre Pedro. De tal manera que la gloria de las conquistas del Señor
no depende de los valientes; Dios no los ha seleccionado.
Luego dice el apóstol: “Ni muchos nobles”, con
lo que quiere decir aquellas personas con un gigantesco árbol genealógico, que
desciende a lo largo de un línea de príncipes, de los lomos de los reyes, con
sangre azul en sus venas. “Ni muchos nobles”, pues se habría podido pensar que
la nobleza selló al Evangelio con su prestigio. “¡Oh!, sí, no ha de sorprender
que el Evangelio se extienda cuando mi señor Tal y Tal y el duque de Tal se
inclinan ante él”. Sí, pero pueden ver que hubo pocos de ellos en la iglesia
primitiva; los santos de las catacumbas eran hombres y mujeres pobres y
humildes; y es un hecho muy memorable que entre todas las inscripciones de las
catacumbas de Roma, escritas por los primeros cristianos, hay muy pocas que
ostentan una ortografía apropiada; casi todas ellas muestran una gramática tan
deficiente como su ortografía, una clara prueba de que fueron grabadas allí por
hombres pobres, indoctos, ignorantes, que eran en aquel entonces los defensores
de la fe, y los verdaderos conservadores de la gracia de Dios.
Tenemos de esta forma el lado negativo: ni los
sabios, ni los poderosos, ni los nobles. Pero ahora veremos el lado positivo, y necesito que presten una
cuidadosa atención a la expresión usada por el apóstol. “¿Sino que a los necios
del mundo escogió Dios?” No, no dice eso: “Sino que lo necio del mundo escogió Dios”, como si los escogidos del Señor
no fueran por naturaleza lo suficientemente buenos para ser llamados hombres, y
fueran únicamente “cosas”; como si el mundo los mirara con tal desprecio que no
decía: “¿quiénes son estos hombres?”, sino “¿quiénes son estas cosas?” Una o
dos veces en Lucas ustedes observarán que Cristo fue llamado “éste”; pero la
palabra “éste” está puesta en cursivas, y no figura en el original; pues en el
griego está expresado así: “pero respecto a ese______, no sabemos de dónde sea.
No dijeron qué era, ni siquiera le llamaron “un tipo”, aunque la traducción es
muy buena pues transmite la idea correcta al lector ordinario. Parecieran decir
de Cristo: “pero respecto a ese_____, bien, llámenle bestia si les parece, o ‘una
cosa’ si les parece”; y así Pablo ha puesto aquí “lo necio”, no simplemente hombres necios, a quienes el mundo considera
tontos, indoctos, ignorantes, estúpidos, jalados por la nariz y fácilmente
engañados a creer esto o aquello, sino “lo necio”, que no son nada sino
estupidez, escogió Dios.
A continuación, Dios ha escogido “Lo débil”.
Observen con cuidado la expresión referida a “cosas”; no son meramente hombres
débiles, sino que el mundo los consideraba cosas
débiles. “¡Ah!”, -dijo César en la sala del tribunal- “¿quién es el Rey
Jesús? ¡Un pobre desventurado que fue colgado de un madero! ¿Quiénes son estos
hombres que lo están predicando? ¡Doce pobres pescadores que difícilmente
podrían reunir un solo talento de oro entre ellos! ¿Quién es este Pablo que desvaría
tan vigorosamente acerca de Cristo? ¡Un fabricante de tiendas! ¿Quiénes son sus
seguidores? ¡Unas cuantas mujeres despreciadas que se reúnen con él junto al
río! ¿Es Pablo un filósofo? No, se rieron de él en la colina de Marte, pues
consideraron que lo que decía era mera palabrería”. Sin duda César pensó que
ellos eran demasiado insignificantes para ser dignos de su atención, pero “lo
débil” es lo que Dios ha escogido.
Observen la siguiente descripción: “lo vil”. La
palabra utilizada allí significa cosas sin genealogía, cosas desposeídas de un
padre, cosas que no pueden rastrear su ascendencia, nadie como Sir Harry, nadie
como el Muy Honorable, está emparentado con ellos; su padre fue un ‘don nadie’,
y su madre no era ‘nada’. Así eran los primeros apóstoles: eran lo vil de este
mundo y, sin embargo, Dios los escogió.
Y si esto no bastara, está escrito: “lo
menospreciado”, lo escarnecido, lo perseguido, lo acorralado, o lo que es
tratado con lo que es todavía peor: con indiferencia, que es peor que el
escarnio. “No son dignos de ser advertidos, son necios que no vale la pena
considerar, pásalos por alto y no les hagas caso” y, sin embargo, Dios los
eligió.
Además, como si fuera para eclipsar todo lo
demás, y resumirlo en una palabra: “Lo que no es” escogió Dios. La pura nada,
entidades inexistentes. “¡Oh!”, -dice el hombre del mundo- “sí, acabo de
enterarme que hubo una cuadrilla de fanáticos de ese tipo”. “¡Oh!”, -dice otro-
“yo nunca oí acerca de ellos. No me junto nunca de ninguna manera con un conjunto
tal de gente vulgar y de bajo nivel. ¿Tuvieron alguna vez un obispo entre
ellos? ¿Un ‘reverendísimo padre’ en Dios?” No, nada de ese tipo, amigo; ellos
son necios, viles, insignificantes, despreciados; el mundo, por tanto, los
rechaza. “Sin embargo”, -dice Dios- “yo los escojo”. Ellos forman el pueblo que
Él elige precisamente.
Ahora, observen que eso fue válido en los días
de Pablo y es válido ahora, pues la Biblia no cambia con el pasar de los años; y
en mil ochocientos sesenta y cuatro, Dios selecciona a las cosas que son
menospreciadas de igual manera que lo hizo en el año sesenta y cuatro; y
todavía hará que el mundo sepa que quienes son ridiculizados, y tildados de
fanáticos, considerados locos y perversos, son, después de todo, Sus elegidos
seleccionados para Dios y para Su verdad para conformar el ejército sacramental
de los elegidos, y para ganar para Dios la batalla del último día. No nos
avergonzamos de gloriarnos en esto: que Dios selecciona las cosas que son
menospreciadas. Podemos tomar nuestro lugar con el pueblo despreciado de Dios,
esperanzados de participar en la elección de Su gracia soberana.
IV. Para concluir, se tiene LAS RAZONES POR LAS QUE
DIOS HA SELECCIONADO A ESTE PUEBLO. Se nos proporcionan dos razones: la primera
es la razón inmediata; la segunda es la razón última.
La primera, o razón inmediata, está contenida en estas palabras: “Sino que lo
necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del
mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo
menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es”.
Observen, entonces, que la razón inmediata es, primero, para
avergonzar a los sabios. Que un sabio avergüence a otro sabio es algo
notable; que un sabio avergüence a un necio es algo muy fácil; pero que un
necio avergüence a un sabio, ¡ah!, dedo de Dios es éste. Ustedes saben lo que
sucedió con los apóstoles. Un filósofo escuchó a Pablo, y cuando le hubo oído,
le dijo: “¡No hay nada de sustancia en ello! ¡Es una perfecta necedad! ¡Un
montón de ideas sin valor de principio a fin! No hay necesidad de que nos
molestemos en responder eso”. Transcurrieron los años y cuando el filósofo se
estaba llenando de canas y esa pestilente herejía del cristianismo se estaba
expandiendo por todos lados, su propia hija fue convertida e incluso su esposa
solía salir a hurtadillas por la noche para asistir a la asamblea secreta. El
filósofo no se podía explicar esto. “Me sorprende”, -decía- “que yo demostré
hasta la saciedad que todo era una estupidez, y sin embargo, esta gente se
aferra a eso. Yo respondí a todos sus argumentos, ¿no es cierto? Y no sólo
respondí e impugné, sino que establecí mis argumentos de tal manera que yo
pensé que había puesto fin a esa necedad por completo. Y ahora la veo aquí, en
mi propia casa”. Algunas veces el filósofo tenía lágrimas en sus ojos, y decía:
“lo siento en mi propio corazón, me ha derrotado, me ha avergonzado, yo podía
hacer silogismos y racionalizar, y vencer al pobre de Pablo, pero Pablo me ha
derrotado. Lo que yo consideré una necedad ha avergonzado mi sabiduría”.
En unos cuantos siglos después de la muerte de
Cristo, la religión cristiana se extendió por todo el mundo civilizado,
mientras que el paganismo que tenía a toda la filosofía del oriente y del
occidente para apuntalarlo, cayó en el desprestigio y fue objeto de escarnio.
Además, Dios ha escogido a lo débil para avergonzar a los fuertes. “¡Oh!”,
-decía César- “pronto erradicaremos este cristianismo, y le cortaremos la
cabeza”. Los diferentes gobernadores se apresuraron a matar a los discípulos,
uno tras otro, pero entre más los perseguían más se multiplicaban. Los
procónsules tenían órdenes de destruir a los cristianos; entre más los cazaban,
más cristianos había, hasta que por fin los hombres presionaban al tribunal
solicitando que se les permitiera morir por Cristo. Inventaron tormentos,
arrastraban a los santos atados a las patas de caballos salvajes, los colocaban
sobre parrillas recalentadas al rojo vivo, los despellejaban quitándoles la
piel pedazo a pedazo, fueron aserrados y partidos en dos, fueron envueltos en
pieles y embadurnados con alquitrán y colocados por las noches en los jardines
de Nerón para ser quemados, los abandonaban en calabozos hasta que se
pudrieran, eran convertidos en espectáculo de los hombres en el anfiteatro, los
osos los trituraban hasta la muerte, los leones los destrozaban, los toros
salvajes los lanzaban al aire con sus cuernos y, sin embargo, el cristianismo
se expandió. Todas las espadas de los legionarios que habían puesto en huída a
los ejércitos de todas las naciones, y habían derrotado a los invencibles galos
y a los salvajes britanos, no pudieron oponerse a la debilidad del
cristianismo, pues la debilidad de Dios es más poderosa que los hombres. Si Dios
hubiese escogido a los fuertes, se hubieran dado la vuelta y habrían dicho:
“Dios es deudor de nosotros”; si hubiese elegido a los sabios, habrían dicho:
“nuestra sabiduría lo ha logrado”; pero cuando selecciona a los necios y a los
débiles, ¿dónde estás tú ahora, filósofo? ¿No se ha reído Dios de ti hasta el
escarnio? ¿Dónde están ustedes ahora, oh espada y lanza? Oh, hombre fuerte que
las blandiste, ¿dónde estás ahora? La debilidad de Dios te ha derrotado.
Se dice que Él escogió lo que no es, para deshacer lo que es. Deshacer lo que
es, es más que avergonzarlo. “Lo que es”. ¿Qué eran ellos en los días de los
apóstoles? Júpiter sentado en su excelso trono sostiene los rayos en su mano;
Saturno está reclinado como el padre de los dioses; Venus deleita a sus
adoradores con sus placeres lascivos; la casta Diana toca su cuerno. Aquí viene
Pablo con: “el único verdadero Dios, y Jesucristo, a quien ha enviado”; él
representa “lo que no es”. La herejía del cristianismo es tan despreciable que
si se hubiera hecho una lista de las religiones de los diferentes países, el
cristianismo habría quedado fuera del catálogo.
Pero vean el resultado. ¿Dónde está Júpiter
ahora? ¿Dónde está Saturno? ¿Dónde están Venus y Diana? Excepto como nombres
clásicos en los diccionarios de los estudiosos, ¿dónde están todos ellos?
¿Quién se inclina delante del santuario de Ceres en el día de la cosecha, o
quién eleva sus oraciones a Neptuno en la hora de la tormenta? ¡Ah!, se han
ido; las cosas que son han sido deshechas por las que no son.
Hemos de reflexionar que lo que es válido en los
días de Pablo es válido para hoy. El año mil ochocientos sesenta y cuatro verá
repetidos los milagros de los tiempos antiguos: las cosas que son serán
deshechas por las cosas que no son. Vean el tiempo de Wycliffe; las ‘cosas que
son’ eran las santas cruces en cada iglesia; san Winifred, santo Tomás de
Canterbury son adorados por todas las multitudes de ingleses. Allí viene mi
señor el arzobispo a través de las calles; por allá el Papa es adorado por
miles, y está la Virgen que es adorada por todos. ¿Qué veo? Un monje solitario
en Lutterworth comienza a predicar en contra de los frailes mendicantes, y al
predicar contra ellos descubre la verdad, y comienza a predicar que Cristo es
la única base de la salvación, y que quienes confían en Él son salvos. Bien,
era una cosa tan despreciable que, al principio, no se preocuparon por
perseguirle. Es cierto que al final le presentaron delante de ‘su Gracia’ en
San Pablo, pero allí estaba un hombre fuerte, un tal John o’ Gant que se
presentó con él, y dijo un par de palabras a su áspera manera, y se le permitió
a Wycliffe sentarse; y aunque condenado, regresa a su parroquia de Lutterworth.
“¡Lo que no era!”, no era digno de ser abatido por sangre, se extinguiría solo.
¿Acaso se extinguió? ¿Dónde están sus santos crucifijos hoy? ¿Dónde está santo
Tomás de Canterbury, dónde están santa Inés y san Winifred? Pregunten a sus
amigos puseyistas, pues sólo ellos pueden decírselo. Verdaderos consortes de
los topos y de los murciélagos, ellos saben adónde han sido arrojados los
ídolos: ellos buscan restaurar las supersticiones del pasado, pero, por la
gracia de Dios, su tarea no será nada fácil.
El presente sistema de superstición inglesa, con
su regeneración por agua, su gracia bautismal, sus confirmaciones, y su
otorgamiento de gracia por medio del pan y del vino, aunque sean atacados por
quienes son cosas que no son, dejarán de ser; y la verdad como es en Jesús, y
la pura fe simple que nadie es un sacerdote distintivamente sobre sus
semejantes, sino que cada cristiano es un sacerdote para Dios; y la pura verdad
que ninguna agua necesariamente trae el Espíritu de Dios con ella, y que
ninguna forma exterior ni los ritos contienen ninguna virtud aparte de la fe de
aquellos que los reciben; sin embargo, éstos, apoyados por el Espíritu de Dios,
desharán las cosas que son. En esto nos apoyamos en la fortaleza de Dios. Yo no
querría que los paladines de Dios fueran más fuertes.
Hermanos, si hubieran sido más fuertes, ellos se
llevarían la gloria. Han de ser débiles, y han de ser pocos, y han de ser
despreciados; su poca cantidad, su pobreza, su debilidad, hará que el grito de
alabanza al eterno Conquistador sea todavía más fuerte, y la música será al
unísono, y habrá solamente este refrán: “No a nosotros, oh Jehová, no a
nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad”.
Éste, entonces, es el propósito inmediato de
Dios al seleccionar a lo necio, lo débil, lo que no es para avergonzar a los
fuertes. Pero Su razón última es “a fin
de que nadie se jacte en su presencia”. Quiero que noten esa última frase y
habré concluido. No dice que “nadie”, no, el texto no está en humor de agradar
a nadie; dice: “que ninguna carne”. ¡Qué
palabra! ¡Qué palabra, digo! Aquí están Solón y Sócrates, los sabios. Dios los
señala con Su dedo y los llama: “carne”. La carne es vendida en la carnicería,
¿no es cierto? Los perros la desgarran, los gusanos se la comen, nada sino
carne. Allí está César, con su púrpura imperial que le cubre, y cuando el
poderoso Emperador está de pie muy erguido, cómo desenvainan sus espadas los
guardias pretorianos y gritan: “¡Grande es el Emperador! ¡Que tenga larga
vida!” “Carne”, -dice la palabra de
Dios, “carne”. Aquí vienen marchando,
cientos en línea, los fuertes legionarios de Roma, ¿quién podría enfrentarse
contra las puntas de sus adargas? “Carne”, -dice la palabra- “carne”. Aquí hay
hombres cuyos progenitores eran de un linaje real y cuyos abuelos eran de rango
imperial, y ellos son descendientes de una larga línea de honor. “Carne”, -dice
Dios- “carne, nada sino carne”; alimento de perros, alimento de gusanos, cuando
así lo quiere. “A fin de que nadie se jacte en su presencia”. Vean, entonces,
que Dios pone Su sello sobre nosotros, indicando que no somos nada sino carne, y
Él selecciona la carne más pobre, y la carne más necia, y la carne más débil,
para que toda otra carne que es únicamente carne y únicamente hierba vea que
Dios derrama desprecio sobre toda ella, y no acepta que ninguna carne se jacte
en Su presencia.
¿Ahora, cuál es tu espíritu esta mañana en
cuanto a este tema? ¿Das coces contra él? ¿Acaso dices que no puedes
soportarlo? Me temo que quieres jactarte en la presencia de Dios. Tu visión de
las cosas y la visión de Dios de las cosas difieren, y por tanto, necesitas
tener un nuevo corazón y un espíritu recto.
Pero, por el contrario, ¿dices esta mañana: “no
tengo nada de qué jactarme, no quiero jactarme en Tu presencia, sino que quiero
postrarme en el propio polvo y decir: “haz conmigo lo que quieras”? Pecador,
¿sientes que no eres nada sino carne y carne pecaminosa? ¿Estás tan quebrantado delante de Dios que sientes que,
independientemente de lo que hiciere contigo sería justo, y que sólo puedes
apelar a Su soberana misericordia? Entonces Dios y tú son uno. Estás
reconciliado. Puedo ver que estás reconciliado. Cuando Dios y tú están de
acuerdo en que Dios debe reinar, entonces Dios está de acuerdo en que vivas.
Pecador, toca el cetro de Su gracia. Jesús crucificado está delante de ti ahora
y te pide que le mires y que vivas. Que se te pida que mires es una instancia de
la gracia poderosa, y que seas capacitado para ver esta mañana será un portento
del amor divino por el que tendrás que bendecirle en el tiempo y en la
eternidad. Y ahora, que Dios, cuyo nombre hemos buscado honrar esta mañana,
bendiga nuestras palabras tartamudeantes, por Jesús nuestro Señor. Amén.
Notas del
traductor:
(1) Las palabras citadas realmente se refieren a
otro hermano de David, a Eliab, según 1 Samuel 16: 6. Estas citas las decía el
pastor Spurgeon de memoria.
Donosura: gracia, donaire.
Donoso: que tiene donaire y gracia.
Puseyista: doctor E. B. Pusey, líder tractario,
de fuertes inclinaciones a imitar a la iglesia de Roma en su ritualismo y otras
prácticas católicas externas, como el bautismo infantil. El señor Spurgeon usa frecuentemente:
Pusey y puseyismo para designar esas tendencias.
Traductor: Allan Roman
15/Octubre/2009
www.spurgeon.com.mx