El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
NO.
460
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Marcos 1: 15.
Nuestro Señor Jesucristo
comienza Su ministerio anunciando los mandamientos que encabezan la lista. Viene
recién ungido del desierto como el esposo de su cámara; sus notas de amor son
arrepentimiento y fe. Sale plenamente preparado para Su oficio, “habiendo sido
en el desierto tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”; Sus
lomos están ceñidos como los de un hombre fuerte para correr una carrera. Él
predica con todo el denuedo de un nuevo celo, combinado con toda la sabiduría
de una larga preparación; en la hermosura de la santidad, desde el seno de la
aurora, tiene el rocío de Su juventud. Oigan, oh cielos, y escucha tú, tierra,
pues el Mesías habla en la grandeza de Su poder. Él clama a los hijos de los
hombres, “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Prestemos nuestros oídos a
estas palabras que, como su autor, están llenas de gracia y de verdad. Delante
de nosotros tenemos la esencia de toda la enseñanza de Jesucristo, el Alfa y
I. Voy
a comenzar señalando que el Evangelio que
Cristo predicaba era, muy claramente, un mandamiento. “Arrepentíos, y creed
en el evangelio”. Nuestro Señor condesciende a razonar. Con frecuencia Su ministerio representaba con clemencia el
viejo texto “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados
fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. Él persuade a los hombres con argumentos
reveladores y convincentes que deberían conducirlos a buscar la salvación de
sus almas. Él invita a los hombres, y
oh, cuán amorosamente los corteja para que sean sabios. “Venid a mí todos los
que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Él implora a los hombres; condesciende a
convertirse, por decirlo así, en un mendigo para con Sus propias criaturas
pecadoras, suplicándoles que vengan a Él. En verdad, Él hace que esto sea un
deber de Sus ministros, “Como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos
en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. Sin embargo, recuerden que aunque
condesciende a razonar, a persuadir, a invitar, y a implorar, Su Evangelio
sigue conteniendo toda la dignidad y la fuerza de un mandamiento; y si
quisiéramos predicarlo en estos días como Cristo lo hacía, tenemos que proclamarlo
como un mandamiento de Dios acompañado de una sanción divina cuyo descuido representa
un peligro infinito para el alma. Cuando las viandas estaban servidas en la
mesa para la cena de bodas, lo que había era una invitación, pero tenía toda la
obligación de un mandamiento puesto que aquellos que la rechazaron fueron
destruidos completamente como despreciadores de su rey. Cuando los edificadores
rechazan a Cristo Él se convierte en una piedra de tropiezo para “los
desobedientes”; pero ¿cómo podrían desobedecer si no hubiese un mandamiento? El
Evangelio contempla, digo, invitaciones, súplicas e imploraciones, pero también
toma la base más elevada de autoridad. “Arrepentíos” es tanto un mandamiento de
Dios como “No robarás. “Cree en el Señor Jesucristo” tiene una autoridad divina
tan plena como “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu
alma, y con todas tus fuerzas”. ¡No piensen, oh varones, que el Evangelio es
algo opcional para que lo elijan o no! ¡No sueñen, o pecadores, en que pueden
despreciar
¿Por qué es esto, queridos
amigos; por qué el Señor ha tornado en un mandamiento la fe en Cristo? Hay una
bendita razón. Muchas almas nunca se aventurarían a creer del todo si no se
penalizara rehusar hacerlo. Pues esta es la dificultad para muchos pecadores
despiertos: ¿puedo creer? ¿Tengo un derecho a creer? ¿Se me permite confiar en
Cristo? Ahora esta pregunta se ha hecho a un lado, de una vez por todas, y no
debería irritar de nuevo a ningún corazón quebrantado. Dios te manda que lo
hagas; por tanto, puedes hacerlo. A toda criatura bajo el cielo se le manda
creer en el Señor Jesús, y doblar la rodilla en Su nombre; a toda criatura,
doquiera que llega el Evangelio, doquiera que la verdad es predicada, se le
manda en ese instante que crea en el Evangelio; y es puesta en esa forma, digo,
para que ningún pecador atormentado por la conciencia cuestione si puede
hacerlo. Ciertamente tú puedes hacer
lo que Dios te manda que hagas. Puedes reprochárselo al diablo en su cara: “puedo
hacerlo; me pide hacerlo Aquel que tiene autoridad, y soy amenazado con la
eterna condenación alejado de Su presencia si no lo hago, pues ‘el que no cree
será condenado’”. Esto le da al pecador un permiso tan bendito, que sin
importar lo que sea o no sea, sin importar lo que pudiera haber sentido o no,
tiene una garantía que puede usar siempre que es conducido a acercarse a la
cruz. Sin importar cuán ignorante o entenebrecido pudieras estar, sin importar
cuán duro e insensible pudieras ser, tienes todavía una garantía de mirar a
Jesús en las palabras: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la
tierra”. El que te mandó que creyeras te justificará al creer; Él no puede
condenarte por eso que Él mismo te pide que hagas. Pero mientras existe esta
bendita razón para que el Evangelio sea un mandamiento, hay todavía otra razón
que es solemne y terrible. Es para que los hombres no tengan excusa en el día
del juicio; para que nadie pueda decir al final: “Señor, yo no sabía que podía
creer en Cristo; Señor, la puerta del cielo fue cerrada en mi cara; se me dijo
que yo no podía venir, que yo no era el hombre”. “No”, dice el Señor con tonos
atronadores, “habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, pero en
el Evangelio mandé a todos los hombres en todas partes que se arrepientan;
envié a Mi Hijo, y luego envié a mis apóstoles, y posteriormente a mis
ministros, y les pedí a todos que hicieran de esto la carga de su clamor,
“Arrepentíos, y creed en el evangelio’; y como Pedro predicó en Pentecostés,
les pedí que les predicaran. Les pedí que advirtieran, que exhortaran, y que
invitaran con todo afecto, pero también que mandaran con toda autoridad,
forzándolos a entrar, y en la medida que no viniste a mi mandamiento, has
añadido pecado al pecado; has agregado el suicidio de tu propia alma a todas
tus otras iniquidades; y ahora, en la medida en que rechazaste a Mi Hijo,
tendrás la porción de los incrédulos, pues ‘el que no cree será condenado’”. Proclamemos,
entonces, este decreto de Dios a todas las naciones de la tierra. Oh, varones,
Jehová que los hizo, Él, que les suministra el aliento de sus narices, Aquel a
quien han ofendido, les ordena en este día que se arrepientan y crean el
Evangelio. Él da Su promesa: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”; y agrega
la solemne amenaza: “Mas el que no creyere, será condenado”. Yo sé que a
algunos hermanos no les va a gustar esto, pero no puedo evitarlo. Yo nunca seré
un esclavo de los sistemas, pues el Señor ha soltado las ataduras de mi cuello,
y ahora soy el siervo dichoso de la verdad que hace libres. Ya sea que ofenda o
agrade, con la ayuda de Dios voy a predicar toda verdad según la aprenda de
II. Si
bien el Evangelio es un mandamiento, es
un mandato doble que se explica a sí mismo. “Arrepentíos, y creed en el
evangelio”.
Yo conozco a algunos
hermanos muy excelentes –quiera Dios que haya más como ellos en celo y amor-
que, en su celo por predicar la fe sencilla en Cristo han sentido alguna
pequeña dificultad respecto al asunto del arrepentimiento; y he conocido algunos de ellos que han tratado de superar
la dificultad reduciendo la aparente dureza de la palabra arrepentimiento,
explicándola de acuerdo a su equivalente griego más usual, una palabra que
aparece en el original de mi texto, y significa “cambiar la mente de uno”.
Aparentemente interpretan que el arrepentimiento es algo más ligero de lo que
usualmente lo concebimos, de hecho, un mero cambio de mente. Ahora permítanme
sugerirles a esos amados hermanos que el Espíritu Santo no predica nunca que el
arrepentimiento sea una nimiedad; y el cambio de mente o de entendimiento del
que habla el Evangelio es una obra muy profunda y solemne, y no debe ser
depreciada por ningún motivo. Además, hay otra palabra que se usa también en el
original griego para indicar arrepentimiento, no con tanta frecuencia, lo
admito, pero aun así se usa y significa: “un cuidado posterior”, una palabra
que contiene algo más de aflicción y ansiedad, que lo que significa cambiar la
mente de uno. En el verdadero arrepentimiento tiene que haber aflicción por el
pecado y odio hacia él, o de lo contrario he leído mi Biblia para muy poco
provecho. En verdad, pienso que no hay ninguna necesidad de ninguna otra
definición que la del himno de los niños:
“El arrepentimiento consiste en dejar
Los pecados que amamos antes,
Y en mostrar que nos dolemos sinceramente,
No haciéndolo más”.
Arrepentirse significa
en efecto un cambio de mente; pero entonces es un cambio completo del
entendimiento y de todo lo que está en la mente, de manera que incluye una
iluminación, una iluminación del Espíritu Santo; y pienso que incluye un
descubrimiento de la iniquidad y un odio por ella, sin el cual difícilmente
puede haber un genuino arrepentimiento. Pienso que no debemos menospreciar el
arrepentimiento. Es una gracia bendita de Dios, el Espíritu Santo, y es
absolutamente necesario para salvación.
El mandamiento se
explica a sí mismo. Tomaremos, primero que nada, el arrepentimiento. Es
muy cierto que cualquiera que pudiera ser el arrepentimiento mencionado aquí,
es un arrepentimiento perfectamente consistente con la fe; por tanto, recibimos
la explicación de lo que tiene que ser el arrepentimiento, por estar conectado
con el siguiente mandamiento: “Creed en el evangelio”. Entonces, queridos
amigos, podemos estar seguros de que esa incredulidad que conduce a un hombre a pensar que su pecado es demasiado grande para que
Cristo lo perdone, no es el arrepentimiento tenido en mente aquí. Muchos
que verdaderamente se arrepienten son tentados a creer que son demasiado
grandes pecadores para que Cristo los perdone. Eso, sin embargo, no es una
parte de su arrepentimiento; es un pecado, un pecado muy grande y muy oneroso,
pues es menospreciar el mérito de la sangre de Cristo; es una negación de la
verdad de la promesa de Dios; es una detracción de la gracia y del favor de
Dios que envió el Evangelio. Tienes que luchar por deshacerte de esa
persuasión, pues vino de Satanás, y no del Espíritu Santo. Dios el Espíritu
Santo no enseñó jamás a un hombre que sus pecados eran demasiado grandes para
ser perdonados, pues eso equivaldría a hacer que Dios el Espíritu Santo
enseñara una mentira. Si alguno de ustedes tiene un pensamiento de ese tipo
esta mañana, que se deshaga de él; viene de los poderes de las tinieblas, y no
del Espíritu Santo; y si algunos de ustedes están turbados porque nunca fueron
perseguidos por ese miedo, alégrense en vez de estar turbados. Él puede
salvarlos; aunque fueras tan negro como el infierno Él puede salvarte; y es una
perversa falsedad, y un grave insulto contra la majestad del amor divino cuando
eres tentado a creer que estás más allá de la misericordia de Dios. Eso no es
arrepentimiento, sino un inmundo pecado contra la infinita misericordia de
Dios.
Luego, hay otro
arrepentimiento espurio que hace que el pecador reflexione sobre las consecuencias de su pecado, más bien que en el pecado mismo,
y eso le impide creer. He conocido a algunos pecadores tan turbados por los
temores del infierno, y pensamientos de muerte y del juicio eterno, que para
usar las palabras de un terrible predicador: “Han sido mecidos sobre las fauces
del infierno por su collar”, y casi han sentido los tormentos del pozo antes de
ir allí. Queridos amigos, eso no es arrepentimiento. Muchos individuos han
sentido todo eso y, sin embargo, se han perdido. Miren a muchos moribundos,
atormentados por el remordimiento, que han tenido todos sus dolores y
convicciones, y sin embargo han descendido a la tumba sin Cristo y sin
esperanza. Estas cosas pueden venir con el arrepentimiento, pero, no son una
parte esencial de él. Eso que es llamado ‘la obra de la ley’ en la cual el
pecador está aterrado con horribles pensamientos de que la misericordia de Dios
se ha ido para siempre, Dios lo puede permitir por algún propósito especial, pero
no es arrepentimiento; de hecho, a menudo puede ser diabólico más bien que
celestial, pues, como nos dice John Bunyan, Diábolo con frecuencia hace sonar
el gran tambor del infierno en los oídos de los hombres de Almahumana, para impedir
que oigan la dulce trompeta del Evangelio que les proclama el perdón. Yo te
digo, pecador, que cualquier arrepentimiento que te impida creer en Cristo es
un arrepentimiento del cual es necesario arrepentirse; cualquier
arrepentimiento que te haga pensar que Cristo no te salvará, va más allá de la
verdad y contra la verdad, y entre más pronto te liberes de eso, mejor. Que
Dios te libre de ello, pues el arrepentimiento que te salvará es sumamente
consistente con la fe en Cristo.
Además, hay un falso arrepentimiento que conduce a los
hombres a la dureza de corazón y a la desesperación. Hemos conocido a
algunos cauterizados como con un hierro candente por un ardiente remordimiento.
Han dicho: “He hecho mucho mal; no hay ninguna esperanza para mí; ya no voy a
oír más
Habiéndoles mostrado lo
que no es este arrepentimiento, reflexionemos
por un momento en lo que es. El arrepentimiento que es ordenado aquí es el
resultado de la fe; nace al mismo tiempo que la fe: son gemelos y decir cuál
nace primero sobrepasa mi conocimiento. Es un gran misterio; la fe es antes del
arrepentimiento en algunos de sus actos, y el arrepentimiento antes de la fe
desde otro ángulo; el hecho es que vienen juntos al alma. Ahora, un
arrepentimiento que me hace llorar y aborrecer mi vida pasada por causa del
amor de Cristo que la ha perdonado es el arrepentimiento legítimo. Cuando puedo
decir: “Mi pecado es lavado por la sangre de Jesús”, y luego me arrepiento
porque pequé de tal modo como para hacer necesario que Cristo muriera –ese
arrepentimiento suave y dulce de ojo de paloma que mira a Sus heridas
sangrantes, y siente que su corazón tiene que sangrar porque hirió a Cristo- ese
corazón quebrantado que se quebranta porque Cristo fue clavado a la cruz por
él, ese es el arrepentimiento que nos trae salvación.
Además, el
arrepentimiento que nos hace evitar el pecado presente debido al amor de Dios
que murió por nosotros, ese también es arrepentimiento salvador. Si yo evito
pecar hoy porque tengo miedo de estar perdido si peco, no tengo el
arrepentimiento de un hijo de Dios; pero cuando lo evito y busco llevar una
vida santa porque Cristo me amó y se entregó por mí, y porque yo no me
pertenezco, sino que he sido comprado con un precio, esta es la obra del
Espíritu de Dios.
Y, de nuevo, ese cambio
de mente, ese cuidado posterior que me conduce a resolver que en el futuro voy
a vivir como Jesús, y no voy a vivir para la concupiscencia de la carne porque
Él me ha redimido, no con cosas corruptibles como plata y oro, sino con Su
propia sangre preciosa, ese es el arrepentimiento que me salvará, y el
arrepentimiento que me pide. Oh, ustedes, pueblos de la tierra, Él no pide el
arrepentimiento del Monte Sinaí cuando tú tienes miedo y te agitas porque sus
rayos son abundantes; pero Él te pide que llores y te lamentes por causa de Él; mirarlo a Él a quien has
perforado, y lamentarte por Él como un hombre lamenta por su hijo único; Él te
pide que recuerdes que clavaste al árbol al Salvador, y pide que este argumento
pueda hacerte odiar a los pecados asesinos que clavaron al Salvador allí, y
dieron al Señor de gloria una muerte ignominiosa y maldita. Este es el único
arrepentimiento que tenemos que predicar; no la ley y los terrores; no la
desesperación; no conducir a los hombres a la autoinmolación: ese el terror del
mundo que obra muerte; pero la tristeza que es según Dios produce
arrepentimiento para salvación por medio de Jesucristo nuestro Señor.
Esto me lleva a la
segunda mitad del mandamiento, que es, “Creed
en el evangelio”. La fe quiere decir confianza en Cristo. Ahora debo
comentar de nuevo que algunos han predicado esta confianza en Cristo tan bien y
tan plenamente, que solo me resta admirar su fidelidad y bendecir a Dios por
ellos; sin embargo, hay una dificultad y un peligro; pudiera ser que al
predicar la simple confianza en Cristo como el camino de salvación pudieran
omitir recordarle al pecador que ninguna fe puede ser genuina excepto la que es
perfectamente consistente con el arrepentimiento por los pecados pasados; pues
me parece que mi texto lo expresa así: ningún arrepentimiento es verdadero sino
aquel que le hace compañía a la fe; ninguna fe es verdadera sino la que está vinculada
con un arrepentimiento sincero y genuino debido a los pecados pasados.
Entonces, queridos amigos, esas personas que tienen una fe que les permite
pensar con ligereza respecto al pecado pasado, tienen la fe de los demonios, y
no la fe de los elegidos de Dios. Esos que dicen: “Oh, en cuanto al pasado, eso
no es nada; Jesucristo ha limpiado todo eso”; y pueden hablar acerca de todos
los crímenes de su juventud, y las iniquidades de los años más maduros, como si
fueran meras nimiedades, y no piensan nunca en derramar una lágrima; nunca
sienten sus almas a punto de estallar porque hubieran sido grandes ofensores-
tales hombres que pueden trivializar el pasado, y aun pelear sus batallas de
nuevo cuando sus pasiones son demasiado frías para nuevas rebeliones- yo digo
que los que piensan que el pecado es una nimiedad y nunca se han afligido por
cuenta de él, pueden saber que su fe no es genuina. Los hombres que tienen una
fe que les permite vivir descuidadamente en el presente, que dicen: “Bien, yo
soy salvado por una simple fe”; y luego se sientan a la mesa de una cantina con
el borracho, o se paran junto al bar con el bebedor de licor fuerte, o entran
en la compañía mundana y disfrutan de los placeres carnales de la
concupiscencia de la carne, tales hombres son mentirosos; no tienen la fe que
salva al alma. Tienen una hipocresía engañosa; no tienen la fe que los llevará
al cielo.
Y luego, hay otras personas que tienen una fe que no los
conduce a ningún odio del pecado. No miran al pecado en otros con algún tipo de
vergüenza. Es verdad que no harían como hacen otros, pero pueden reírse de lo
que otros realizan. Disfrutan en los vicios de otros; se ríen de sus chistes
profanos, y se sonríen de sus conversaciones profanas. No huyen del pecado como
de una serpiente, ni la detestan como el asesino de su mejor amigo. No, flirtean
con él; lo excusan; cometen en privado lo que condenan en público. Ellos llaman
fallas y pequeños desfalcos a ofensas graves; en los negocios le guiñan el ojo
al hecho de apartarse de la rectitud, y los consideran meros asuntos del
comercio; el hecho es que tienen una fe que se sienta del brazo con el pecado,
y comen y beben en la misma mesa con la injusticia. ¡Oh!, si alguno de ustedes
tiene una fe como esta, yo le pido a Dios que la saque con todas tus posesiones.
No es ningún bien para ustedes; entre más pronto seas limpiado y despojado de
eso será mejor para ti, pues cuando este cimiento de arena sea arrastrado
lejos, tal vez puedas entonces comenzar a edificar sobre la roca. Mis queridos
amigos, yo quiero ser muy fiel con sus almas, y quisiera insertar la lanceta en
el corazón de cada individuo. ¿Cuál es tu arrepentimiento? ¿Tienes un
arrepentimiento que te conduce a mirar fuera del yo, a Cristo, y únicamente a
Cristo? Por otro lado, ¿tienes esa fe que te conduce al verdadero
arrepentimiento; a odiar el simple pensamiento del pecado, de manera que el
ídolo más querido que hayas conocido, cualquiera que fuera, tú deseas derribarlo
de su trono para adorar a Cristo, y únicamente a Cristo? Ten la certeza de
esto, que nada que no llegue a esto te servirá de algo al final. Un
arrepentimiento y una fe de cualquier otro tipo pueden servir para agradarte
ahora, como los niños están complacidos con imaginaciones; pero cuando estés en
el lecho de muerte, y veas la realidad de las cosas, te verás compelido a decir
que son una falsedad y un refugio de mentiras. Encontrarás que has sido
recubierto con lodo suelto; que han dicho: “Paz, paz”, para ustedes mismos no
habiendo paz. Repito, en las palabras de Cristo, “Arrepentíos, y creed en el
evangelio”. Confía en que Cristo te salva, y lamenta que necesites ser salvado
y gime porque esta necesidad tuya haya expuesto al Salvador a vergüenza
abierta, a aterradores sufrimientos y a una terrible muerte.
III. Pero
tenemos que proseguir a un tercer comentario. Estos mandamientos de Cristo son de un carácter de lo más razonable.
¿Es algo irrazonable
exigir que un hombre se arrepienta? Tienes
a una persona que te ha ofendido; tú estás listo a perdonarla; ¿piensas que es
ser exigente o despótico que le pidas una disculpa; si simplemente le pidieras,
como lo más mínimo que puede hacer, reconocer que ha hecho mal? “No”, -dices
tú- “yo pensaría que mostré mi amabilidad en aceptar más bien que cualquier
dureza en exigir una disculpa de él. Entonces Dios, contra quien nos hemos
rebelado, quien es nuestro superior feudal y monarca, ve que es inconsistente
con la dignidad de Su reinado absolver a un ofensor que no expresa ninguna
contrición; y yo lo repito, ¿es este un mandamiento duro, exigente e
irrazonable? ¿Actúa Dios de este modo como Salomón, que hizo más pesados los
impuestos de su pueblo? Más bien ¿no les pide aquello que su corazón, si
estuviera en un estado recto, estaría demasiado dispuesto a dar, únicamente demasiado
agradecido porque el Señor en Su gracia ha dicho: “Mas el que los confiesa (los
pecados) y se aparta alcanzará misericordia?” Vamos, queridos amigos, ¿esperan
ser salvados mientras están en sus pecados? ¿Se te ha de permitir amar tus
iniquidades, y con todo, ir al cielo? Qué, ¿piensas tener veneno en tus venas y
sin embargo, estar saludable? ¿Qué, hombre, ocultar al ladrón dentro del
inmueble, y sin embargo ser absuelto de deshonestidad? ¿Estar manchado, y sin
embargo, ser considerado intachable? ¿Albergar la enfermedad y sin embargo, gozar
de salud? ¡Ridículo! ¡Absurdo! El arrepentimiento está cimentado en la
necesidad de las cosas. La exigencia para un cambio de corazón es absolutamente
necesaria; no es sino un servicio razonable. Oh, que los hombres fueran
razonables, y se arrepintieran; es debido a que no son razonables que se
requiere que el Espíritu Santo le enseñe a su razón la razón correcta antes de
que se arrepientan y crean en el Evangelio.
Y entonces, de nuevo, creer; ¿es algo irrazonable que se les
pida eso? Que una criatura crea en su Creador no es sino un deber;
completamente aparte de la promesa de salvación, yo digo, Dios tiene un derecho
de exigir de la criatura que Él ha creado que crea lo que le dice. ¿Y qué es lo
que te pide que creas? ¿Cualquier cosa espantosa, contradictoria, irracional? Pudiera
estar por encima de la razón, pero no es contraria a la razón. Él les pide
creer que por medio de la sangre de Jesucristo puede seguir siendo justo, y sin
embargo, ser el justificador de los impíos. Él les pide que confíen en que
Cristo los salva. ¿Puedes esperar que te salve si no confías en Él? ¿Tienes de
veras la dureza de pensar que Él te llevará al cielo mientras tú declaras todo
el tiempo que no puede hacerlo? ¿Piensas que es consistente con la dignidad de
un Salvador salvarte mientras tú dices: “yo no creo que Tú seas un Salvador, y
no voy a confiar en Ti?” ¿Es consistente con Su dignidad que te salve, y tolere
que sigas siendo un pecador incrédulo, dudando de Su gracia, desconfiando de Su
amor, calumniando Su carácter, dudando de la eficacia de Su sangre y de Su
súplica? Vamos, amigo, es lo más razonable en el mundo que te exija que debas
creer en Cristo. Y esto exige de ti esta mañana. “Arrepentíos, y creed en el
evangelio”. ¡Oh, amigos, oh amigos, cuán triste, cuan triste es el estado del
alma de un hombre cuando no quiere hacer eso! Nosotros podemos predicarles,
pero no se arrepentirán ni creerán en el Evangelio. Él puede poner el
mandamiento, como un hacha, a la raíz del árbol, pero, a pesar de lo razonables
que son estos mandamientos, todavía rehusarás darle a Dios lo que le
corresponde; tú continuarás en tus pecados; no vendrás a Él para que tengas
vida; y es aquí que el Espíritu de Dios tiene que entrar para obrar en las
almas de los elegidos para hacerlos dispuestos en el día de Su poder. Pero,
¡oh!, en el nombre de Dios yo les advierto que, si, después de oír este
mandamiento, continúan rehusando un Evangelio tan razonable, encontrarán al
final que será más tolerable para Sodoma y Gomorra, que para ustedes; pues si
las cosas que son predicadas en Londres hubieran sido proclamadas en Sodoma y
Gomorra, se habrían arrepentido desde hace mucho tiempo en cilicio y cenizas.
¡Ay de ustedes, habitantes de Londres! ¡Ay de ustedes, súbditos del Imperio
Británico! Pues si las verdades que han sido declaradas en tus calles hubieran
sido predicadas en Tiro y en Sidón, habrían continuado aun hasta este día.
IV. Pero
todavía, prosiguiendo, tengo aun un cuarto comentario que hacer, y es que es un mandamiento que exige una obediencia
inmediata. Yo no sé cómo es que, prediquemos como prediquemos, no podamos
conducir a otros a pensar que hay alguna gran alarma, que hay todas las razones
para pensar acerca de sus almas ahora. Anoche
hubo una revista en Wimbledon Common, y viviendo no muy lejos de allí, yo podía
oír en un perpetuo flujo las descargas de los rifles y el trueno del cañón.
Alguien me comentó: “Suponiendo que realmente hubiera guerra allí, no nos
sentaríamos tan confortablemente en nuestra habitación con nuestra ventana
abierta oyendo todo este ruido. No; y así cuando la gente viene a la capilla,
oye un sermón acerca del arrepentimiento y de la fe; lo escuchan. “¿Qué piensan
de él?” “Oh, muy bien”. Pero supongan que fuera real; supongan que creyeran que
era real, ¿se sentarían tan confortablemente? ¿Estarían tan tranquilos? ¡Ah,
no! Pero no crees que sea real. No piensas que el Dios que te hizo en realidad
te pide en este día que te arrepientas y creas. Sí, amigos, pero es real, y es su procrastinación, es su
confianza en ustedes mismos lo que es falso, la burbuja que pronto ha de
estallar. La exigencia de Dios es la solemne realidad, y si sólo pudieran oírla
como debería ser oída escaparían por sus vidas y huirían buscando refugio para
la esperanza que está puesta delante de ustedes en el Evangelio, y harían eso hoy. Este es el mandamiento de Cristo,
digo, hoy. Hoy es el tiempo de Dios. “Si
oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. “Hoy”, -el Evangelio
siempre clama, pues si tolerara al pecado un solo día, sería un evangelio
profano. Si el evangelio les dijera a los hombres que se arrepientan mañana,
les daría un permiso para continuar en él hoy, y eso sería en verdad
alcahuetear las concupiscencias de los hombres. Pero el Evangelio barre
limpiamente el pecado, y exige del hombre que arroje las armas de su rebelión ahora. ¡Abajo con ellas, hombre! Con cada una de ellas. ¡Abajo,
amigo, abajo con ellas, y abajo con ellas ahora!
No debes guardar a ninguna; ¡bótalas de inmediato! El Evangelio le reta que
crea en Jesús ahora. En tanto que continúes en la incredulidad, tú continúas en
pecado, y estás aumentando tu pecado; y darte permiso de ser un incrédulo por
una hora sería alcahuetear tus concupiscencias; por lo tanto exige de ti fe, y
fe ahora, pues este es el tiempo de
Dios, y el tiempo que la santidad tiene para exigir de un pecador. Además,
pecador, es tu tiempo. Este es el
único momento que puedes considerar tuyo. ¡Mañana! ¿Existe tal cosa? ¿En qué
calendario está escrito salvo en el almanaque del necio? ¡Mañana! ¡Oh, cómo has
arruinado a multitudes! “Mañana”, dicen los hombres; pero, como la rueda
trasera de un carruaje está siempre cerca de la rueda delantera, siempre cerca
de su deber; sigue girando, y girando, pero nunca se acerca ni un cachito pues,
viajando como puedan, mañana está todavía un poco más allá de ellas, pero sólo
un poquito, y entonces nunca vienen a Cristo del todo. Así es como hablan, como
un antiguo poeta decía:
“Lo haré mañana, eso haré, me aseguraré de hacerlo;
El mañana viene, el mañana se va, y todavía has de hacerlo;
Así, entonces, el arrepentimiento es diferido de un día a otro,
Hasta que el día de la muerte es uno, y juicio es el otro”.
Oh hijos de los hombres,
siempre a ser bendecidos, a ser obedientes, pero no siendo nunca
obedientes, ¿cuándo aprenderán a ser sabios? Este es su único tiempo; es el
tiempo de Dios, y ese es el mejor tiempo.
No encontrarán nunca que sea más fácil arrepentirse que ahora; no
encontrarán nunca que sea más fácil creer que ahora. Es imposible ahora a menos que el Espíritu de Dios
esté con ustedes; será tan imposible mañana; pero si ahora creyeras y te
arrepintieras, el Espíritu de Dios está en el Evangelio que yo predico; y
mientras yo clamo a ti en el nombre de Dios, “Arrepiéntete y cree”, Aquel que
me ordenó que mandara que hiciera eso da poder con el mandamiento, que así como
Cristo habló a las olas y les dijo: “callen”, y se aquietaron, y a los vientos
“aquiétense”, y se calmaron, así cuando le hablamos a su altivo corazón, cede
por la gracia que acompaña la palabra, y se arrepienten y creen en el
Evangelio. Que así sea, y que el mensaje de esta mañana recoja a los elegidos,
y los haga dispuestos en el día del poder de Dios.
Pero ahora, por último,
este mandamiento, si bien tiene un poder inmediato, tiene también una fuerza continua. “Arrepentíos, y creed
en el evangelio”, es un consejo para el joven principiante y es un consejo para
el cristiano viejo que peina canas, pues esta es nuestra vida hasta el final:
“Arrepentíos, y creed en el evangelio”. San Anselmo, que era santo, y eso es más que muchos de ellos que eran llamados así-
San Anselmo una vez clamó “¡Oh, pecador que he sido, voy a pasar todo el resto
de mi vida arrepintiéndome de toda mi vida!” Y Rowland Hill, a quien pienso que
puedo llamar San Rowland, que cuando estaba cerca de la muerte, decía que
lamentaba una cosa, y era que un querido amigo que había vivido con él durante sesenta
años tendría que quedarse a las puertas del cielo. “Ese querido amigo” –dijo
él- “es el arrepentimiento; el arrepentimiento ha estado conmigo toda mi vida,
y creo que voy a derramar una lágrima” –dijo el buen hombre- cuando atraviese
las puertas, pensando que no me puedo arrepentir más”. El arrepentimiento es un
deber cotidiano y de cada hora de un hombre que cree en Cristo; y al caminar
por fe desde la puerta angosta a la ciudad celestial, así nuestro acompañante a
la diestra de toda la jornada tiene que ser arrepentimiento. Vamos, queridos
amigos, el varón cristiano, después de que es salvado, se arrepiente más que
nunca de lo que haya hecho jamás, pues ahora se arrepiente no meramente por
obras abiertas, sino hasta de la imaginación. Él se reprenderá en la noche, y
se censurará por haber tolerado un pensamiento inmundo; porque ha mirado la
vanidad, aunque tal vez el corazón no haya ido más allá de la mirada de
concupiscencia; porque el pensamiento del mal ha revoloteado dentro de su
mente: por todo esto se vejará delante de Dios; y si no fuera porque continúa
creyendo en el Evangelio, una imaginación inmunda sería una plaga tal y tal
aguijón para él, que no tendría ninguna paz ni reposo. Cuando la tentación
viene a él, el buen hombre encuentra el uso del arrepentimiento por haber
odiado el pecado y huido de él desde la antigüedad, ha cesado de ser lo que una
vez fue. Uno de los ancianos padres, se nos informa, antes de su conversión
había vivido con una mala mujer, y un poco de tiempo después, lo acosó como
siempre. Sabiendo cuán probable era que cayera en el pecado huyó con todo su
poder, y ella corrió en pos de él exclamando: “¿por qué huyes? Soy yo”. Él
respondió: “huyo porque yo no soy yo; soy un hombre nuevo”. Ahora es
simplemente ese “yo soy yo”, lo que conserva al cristiano fuera del pecado; ese
odio al anterior “yo”, ese arrepentirse del viejo pecado lo que lo conduce a
huir del mal, a aborrecerlo, y a no mirarlo no sea que por sus ojos sea
conducido al pecado. Queridos amigos, entre más sepa el hombre cristiano del
amor de Cristo más se odiará al pensar que ha pecado contra tal amor. Cada
doctrina del Evangelio hará que un cristiano se arrepienta. La elección, por
ejemplo. “¿Cómo pude pecar?,” dice él. Yo que era el favorito de Dios, elegido
por Él desde antes de la fundación del mundo”. La perseverancia final hará que
se arrepienta. “¿Cómo puedo pecar –se pregunta- “que soy amado tanto y guardado
tan seguramente? ¿Cómo puedo ser tan villano como para pecar contra la
misericordia eterna?” Tomen cualquier doctrina que quieran y el cristiano hará
de ella una fuente para una sagrada aflicción; y hay momentos cuando su fe en
Cristo será tan fuerte que su arrepentimiento reventará sus ataduras, y clamará
con George Herbert:
“¿Oh, quién me dará lágrimas? Vengan, todos ustedes, torrentes,
Las nubes y la lluvia moren en mis ojos,
Mi dolor tiene necesidad de todas las cosas acuosas
Que la naturaleza haya producido. Que cada vena
Absorba un río que suministre a mis ojos,
A mis cansados ojos lacrimosos, demasiado secos para mí,
A menos que establezcan nuevos conductos, nuevos suministros
Para sacarlos e identificarme con mi estado”.
Y todo esto es porque él
asesinó a Cristo; porque su pecado clavó al Salvador al madero; y por tanto
llora y se lamenta aun hasta el final de su vida. Pecar, arrepentirse y creer:
estas son tres cosas que estarán con nosotros hasta que muramos. El pecado se
detendrá en el río Jordán; el arrepentimiento morirá triunfando sobre el cuerpo
muerto del pecado; y la propia fe, aunque tal vez pudiera atravesar el
torrente, cesará de ser tan necesaria como lo ha sido hasta aquí, pues allá
veremos tal como somos vistos y conoceremos tal como somos conocidos.
Y ahora los despediré
cuando una vez más haya declarado solemnemente la voluntad de mi Señor para
ustedes esta mañana. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Aquí hay algunos
que han venido de otros países, y muchos de ustedes son de nuestros pueblos de
provincia en Inglaterra; ustedes vinieron aquí, tal vez, para oír al predicador
de quien muchas cosas extrañas se han dicho. Muy bien, que se digan cosas más
extrañas si eso lleva a los hombres bajo el sonido del Evangelio para que sean
bendecidos. Ahora, tengo que decirles esto esta mañana: en aquel gran día
cuando una congregación diez mil veces más grande que esta esté congregada, y el
Juez se siente sobre el gran trono blanco, no habrá ningún hombre o mujer, o niño,
que esté aquí esta mañana que sea capaz de presentar una excusa y decir: “¡Yo
no escuché el evangelio; yo no sabía qué tenía que hacer para ser salvo!” Lo
has escuchado: “Arrepiéntete y cree en el evangelio”. Esto es, confía en
Cristo; cree que Él es capaz y que está dispuesto a salvarte. Pero hay algo
mejor. En aquel gran día, digo, habrá algunos de ustedes presentes -¡oh!,
esperemos que todos nosotros- que seremos capaces de decir: “¡Gracias a Dios
porque entregué las armas de mi altiva rebelión por medio del arrepentimiento;
gracias a Dios porque miré a Cristo, y lo tomé para que fuera mi Salvador de
principio a fin; pues heme aquí, un monumento a la gracia, un pecador salvado
por sangre, para alabarle mientras duren el tiempo y la eternidad!” ¡Que Dios
nos conceda que podamos encontrarnos al final con gozo y no con dolor! Yo seré
un testigo dispuesto contra ti para condenarte si tú no crees en este
evangelio; pero si te arrepientes y crees, entonces alabaremos esa gracia que
cambió nuestros corazones, y así nos dio el arrepentimiento que nos condujo a
confiar en Cristo, y la fe que es el don eficaz del Espíritu Santo. ¿Qué más
les diré? ¿Por qué, por qué rechazarán esto? Si les hubiera hablado de fábulas,
de ficciones, de sueños, estonces giren sobre sus talones y rechacen mi
discurso. Si he hablado en mi propio nombre, ¿quién soy yo para que te preocupes
un ápice por mí? Pero si he predicado lo que Cristo predicaba: “Arrepentíos, y
creed en el evangelio”, los exhorto por el Dios viviente, los exhorto por el
Redentor del mundo, los exhorto por la cruz del Calvario, y por la sangre que
manchó el polvo en el Gólgota, que obedezcan este divino mensaje y tendrán vida
eterna; ¡pero si rehúsan creer, sobre sus propias cabezas sea su sangre por los
siglos de los siglos!
Traductor: Allan Román
30/Octubre/2014
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