El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Un Salmo para el
Año Nuevo
NO.
427
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Antes bien,
creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A
él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad”. 2 Pedro 3: 18.
Consideren, amados,
nuestros perennes riesgos. ¿Adónde podríamos ir para escapar del peligro?
¿Adónde huiremos con premura para evitar la tentación? Si nos aventuramos en
los negocios, la mundanalidad está ahí. Si nos retiramos a nuestros hogares,
las pruebas nos esperan allí. Uno se imaginaría que en los verdes pastos de
Esta mañana yo podría
dividir mi texto igual que lo hizo antaño el venerable anciano Adams. Él afirma
que hay aquí dos trompetas. Una resuena desde el cielo hasta la tierra: “Creced
en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”; la otra
es tocada desde la tierra hasta el cielo: “A él sea gloria ahora y hasta el día
de la eternidad”. O podría utilizar otra cita suya. Él dice que hay aquí,
primero, un elemento de teología, “Creced
en la gracia”; y en segundo lugar, que hay un elemento de doxología, “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad”.
Nosotros tomaremos el texto usando las mismas divisiones naturales que hemos
utilizado en otros encabezados, y les pido que simplemente noten, primero, que
tenemos aquí un mandato divino, con una
disposición especial; y en segundo lugar, que hay una agradecida doxología, con una sugestiva conclusión.
I. Comenzando,
entonces, tenemos aquí, ante todo, un mandato divino con una disposición
especial: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo”.
“Creced en la gracia”. ¿En qué consiste eso? De entrada queda sobreentendido que hemos sido
vivificados por gracia pues de otra manera este texto no podría aplicarse a
nosotros en absoluto. La materia inerte no puede crecer. Sólo aquellos que
están vivos para Dios por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos
reciben algún poder o capacidad de crecimiento. El grandioso Vivificador tiene
que implantar primero las semillas de la vida, para que esas simientes puedan
germinar y crecer. Entonces, este texto no tiene ninguna aplicación para ti, que
estás muerto en delitos y pecados. Tú no puedes crecer en la gracia porque
estás todavía bajo la maldición de la ley y la ira de Dios está sobre ti. Tiembla,
arrepiéntete, cree, y que Dios tenga misericordia de ti. Pero como vivos de
entre los muertos y habiendo sido vivificados por el Espíritu de Dios que mora
en ustedes, amados hermanos, a ustedes que
son nacidos de nuevo, se les indica que crezcan, pues el crecimiento deberá
acreditar su vida. Un poste enterrado en la tierra no crece, pero si un joven
árbol es plantado allí, pasa de ser un arbusto a ser un rey del bosque. Aunque
arrojes un guijarro en el suelo más fértil seguirá siendo un guijarro de igual
tamaño; pero si pones ahí algunas semillas o siembras unas hortalizas, brotarán
y producirán su tallo y sus flores.
Ustedes que están vivos
para Dios han de ocuparse en crecer en todas las gracias. Crezcan en esa gracia
básica que es la fe. Procuren creer
en las promesas más de lo que han creído hasta ahora. Escalen desde esa fe
trémula que dice: “Creo; ayuda mi incredulidad”, hasta la fe que no vacila ante
la promesa, sino que, igual que Abraham, cree que quien ha prometido es también
capaz de cumplir. La fe de ustedes ha de crecer en alcance, creyendo más
verdades; ha de crecer en firmeza y alcanzar un mayor dominio de cada verdad;
ha de crecer en constancia, no siendo débil o vacilante, ni siendo llevada por
doquiera de todo viento; su fe ha de crecer diariamente en sencillez,
descansando de manera más plena, íntegra y completa en la obra consumada de su
Señor Jesucristo.
Ocúpense en que su amor crezca también. Si su amor ha sido
una chispa, oren pidiendo que la chispa se haga una llama consumidora. Si
ustedes le han traído a Cristo muy poco, oren para que puedan traerle todo lo
suyo y que puedan ofrecer ese todo de tal modo que, como el frasco de alabastro
quebrado por María, el rey mismo esté satisfecho con el perfume. Pidan que su
amor se extienda más y que sientan amor por todos los santos; que sea más
práctico, que ese amor mueva cada uno de sus pensamientos, cada una de sus
palabras y cada una de sus obras; que sea más intenso, de modo que ustedes se
conviertan en luces que arden y brillan y cuya llama sea el amor a Dios y al hombre.
Oren pidiendo crecer en esperanza, “que los ojos de vuestro
corazón sean iluminados, para que sepáis cuál es la esperanza de su
llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”,
para que aguarden la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de
nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo; que la esperanza que no se ve todavía
los capacite a esperarla con paciencia; que mediante la esperanza entren en los
goces del cielo mientras están todavía en la tierra; que la esperanza les dé
inmortalidad mientras todavía son mortales, que les dé la resurrección antes de
que mueran, que les conceda ver a Dios mientras todavía la visión por espejo
los separe veladamente de Él.
Pidan crecer en humildad, hasta poder decir: “Soy menos
que el más pequeño de todos los santos”; pidan crecer en consagración hasta poder exclamar: “Para mí el vivir es Cristo, y
el morir es ganancia”; pidan crecer en contentamiento
hasta poder sentir: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”.
Progresen en ser hechos semejantes al Señor Jesús, para que sus propios
enemigos sean informados de que ustedes han estado con Jesús y han aprendido de
Él. En suma, si hay virtud alguna, si algo es digno de alabanza, si hay algo
que es amable y de buen nombre, si hay algo que pudiera acrecentar su utilidad,
algo que pudiera contribuir a su felicidad, algo que pudiera hacerlos de mayor
utilidad para el hombre y llevarlos a dar mayor gloria a Dios, crezcan en ello,
pues todavía tienen que crecer. Todavía no son perfectos.
Siguiendo una
ilustración proporcionada por las santas Escrituras, permítanme recordarles a
todos ustedes, los que son fieles creyentes en Cristo, que son comparados con árboles, con árboles plantados por la
diestra del Señor. Procuren crecer como crece el árbol. Oren pidiendo que este
año puedan crecer hacia abajo; que
puedan conocer más acerca de su propia vileza, más acerca de su propia nada, y
que así estén enraizados en humildad. Pidan que sus raíces puedan penetrar por
debajo de la capa vegetal superior de la verdad y llegar hasta las grandes
rocas que están debajo del estrato superior; que puedan aferrarse muy bien a
las doctrinas del amor eterno, de la fidelidad inmutable, de la completa
satisfacción, de la unión con Cristo, del eterno propósito de Dios que Él
determinó en Cristo Jesús antes de que el mundo fuera. Estas cosas profundas de
Dios producirán una rica y abundante savia, y sus raíces habrán de beber de las
fuentes ocultas del “abismo que está abajo”. Este será un crecimiento que no
añadirá a su fama y que no ministrará a su vanidad pero que será invaluable a
la hora de la tormenta; será un crecimiento cuyo valor ningún corazón puede
concebir cuando el huracán esté demoliendo al hipócrita, y arrojando en el mar
de la destrucción a los “árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y
desarraigados”. A la par que echar raíces hacia abajo, busquen crecer hacia arriba. Lancen el primer renuevo de
su amor en dirección al cielo. Así como los árboles echan sus renuevos de primavera
y sus renuevos a mitad del verano, y así como se ve en la cumbre del abeto ese
nuevo retoño verde de primavera, ese nuevo brote que alza su mano hacia el sol,
así ansíen tener más amor y mayores deseos de Dios, un acercamiento más íntimo
con Él en oración, un espíritu de adopción más fervoroso, una comunión más
intensa e íntima con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Este ascenso a lo alto
complementará su belleza y su deleite. Luego oren pidiendo crecer a ambos lados. Extiendan sus ramas; que
la sombra de su santa influencia se esparza tan lejos como las oportunidades
que les dé Dios. Pero ocúpense en crecer en fecundidad,
pues si la rama crece sin aportar fruto afecta la belleza del árbol.
Trabajen arduamente este año, por la gracia de Dios, para producir para Él más
fruto del que hubieren producido jamás. Señor, te ruego que des a esta
congregación una mayor cantidad de los frutos de la penitencia por el pecado,
de la fe en el grandioso sacrificio, del amor por Jesús y del celo por la
conversión de las almas. No seríamos entonces como la rebusca de la cosecha
cuando sólo queda por aquí y por allí algún racimo en la rama más alta, sino
que seríamos como el valle de Escol, cuyas prensas rebosaban con el nuevo vino.
Crecer en la gracia consiste en esto: en echar raíces hacia abajo, en brotar
hacia arriba, en extender sus influencias como ramas ampliamente esparcidas y
en producir fruto para la gloria del Señor.
Pero vamos a tomar
prestada otra figura de
Pero, ustedes se
preguntarán la razón por la que hemos
de crecer así en la gracia. Digamos, hermanos, que no avanzar en la gracia es
un signo aflictivo. Es una señal de una
condición enfermiza. El niño que no crece no es saludable y un árbol dañado
por la plaga no produce nuevos retoños. Más aún; pudiera ser no sólo un signo
de una condición enfermiza sino de deformidad.
Si los hombros de un hombre han llegado a una cierta anchura, y sus
extremidades inferiores se niegan a suspenderlo en alto, lo llamamos ‘enano’ y
lo vemos con algún grado de conmiseración. Es deforme. Oh Señor, haz que
crezcamos pues no queremos ser abortos, no queremos ser deformes. Queremos ser
hijos hechos semejantes a Dios nuestro Padre; queremos ser hermosos, que cada
uno de nosotros sea como el hijo de un rey. La falta de crecimiento, además,
podría ser signo de muerte. Podría
decirnos: “en la medida en que no creces, no vives; en la medida que tu fe, tu
amor y tu gracia no aumenten, y en la medida que no madures para la cosecha has
de temer y azorarte, no sea que tengas un nombre que indica vida pero estás
desprovisto de ella, no sea que seas un falsificación pintada; no sea que seas un
hermoso cuadro de flores dibujado por la diestra mano del pintor, pero carente
de realidad, porque no tiene el poder vital que debería hacerlo brotar y
germinar y florecer y producir fruto’. Avancen en la gracia porque la falta de
progreso augura muchas cosas malas, y pudiera mostrar la peor de todas las
cosas: la carencia de vida espiritual. Amados, crezcan en la gracia porque el
crecimiento en la gracia es la única senda que lleva a la nobleza duradera.
¡Oh!, ¿no desearían estar con ese noble ejército que ha servido bien a su Señor,
y que ha entrado en su eterno reposo? ¿Quién de ustedes no desearía que su
nombre se incluyera con el de los misioneros de los tiempos modernos, con
Judson y Carey, con Williams y Moffat? ¿Quién de nosotros no tiene la ambición
de encontrar que su nombre esté escrito junto con el de esos siervos de Dios:
Whitefield, Grimshaw, Romaine, Toplady y otros que predicaron
¡Oh, si pudiera encender
en ustedes una santa ambición hoy, yo sería sumamente feliz! Si pudiera
arrebatar de algún antiguo altar un carbón encendido semejante al que tocó el
labio de Isaías, yo les diría: ‘He aquí, esto ha tocado tus labios, anda en el
espíritu y el poder de Dios el Altísimo, y vive como vivieron los que menospreciaron
su vida para servir a su Señor y ser hallados en Él. Yo les muestro los
espíritus que han penetrado hasta dentro del velo y que descansan en los
asientos de la eterna gloria, y les digo que ganaron la victoria por gracia, y
que el crecimiento en la gracia fue el instrumento de su triunfo. Emúlenlos; prosigan
a la meta como lo hicieron ellos, y por medio de la gracia heredarán su reposo
y su triunfo, y compartirán con ellos para siempre’.
Pero, ¿preguntas cómo crecerás en la gracia? La respuesta
es sencilla. Aquel que te dio la gracia debe agregarte más. Donde recibiste tu
gracia la primera vez allí debes recibir el aumento de esa gracia. El que hizo
el ganado y creó al hombre fue el mismo que dijo posteriormente: “Fructificad y
multiplicaos; llenad la tierra”. Así que quien te ha dado gracia debe hablar
con el fiat de Su omnipotencia en tu corazón y debe decirle a esa gracia: “Fructifica
y multiplícate y llena el alma hasta que el vacío innato sea llenado, y el
yermo natural se regocije y florezca como una rosa”. Pero al mismo tiempo
queremos que uses los medios, y esos medios consisten en mucha oración, en un
estudio más diligente de las sagradas Escrituras, en una comunión más constante
con el Señor Jesucristo, en una mayor actividad a favor de Su causa, en una
ferviente participación en los medios de Su gracia, en una devota recepción de
toda la verdad revelada y así sucesivamente. Si haces estas cosas, nunca
estarás atrofiado ni te quedarás enano, pues quien te ha dado la vida te
capacitará para cumplir la palabra que te habló por medio de Su apóstol:
“Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.
He explicado así la
divina exhortación, pero ustedes percibirán que contiene un mandato especial, sobre el cual tenemos
que detenernos un momento. “Y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo”.
Mis amados hermanos en
el Señor Jesús, debemos ocuparnos en madurar en el conocimiento de Él. Oh, que este año conozcamos más de
Él en Su naturaleza divina y en Su relación humana con nosotros; en Su obra
terminada, en Su muerte, en Su resurrección, en Su presente intercesión
gloriosa y en Su futuro advenimiento real. Conocer más de Cristo en Su obra es,
yo pienso, un bendito medio de capacitarnos para trabajar más por Cristo.
También debemos estudiar
para conocer más acerca de Cristo en Su carácter, en ese divino compuesto de
toda perfección, fe, celo, sometimiento a la voluntad de Su Padre, valor,
mansedumbre y amor. Él era el león de la tribu de Judá, y con todo, fue el
hombre sobre quien descendió la paloma en las aguas del bautismo. Tengamos sed
de conocer a Aquel de quien incluso Sus enemigos dijeron: “¡Jamás hombre alguno
ha hablado como este hombre!”, y de quien Su injusto juez dijo: “Yo no hallo en
él ningún delito”.
Por encima de todo,
anhelemos conocer a Cristo en Su persona. Este año esfuércense por tener un
mejor conocimiento del Crucificado. Estudien Sus manos y Sus pies. Perseveren
al pie de la cruz, y que la esponja, el vinagre y los clavos sean el tema de su
devota atención. Este año busquen penetrar en Su propio corazón y escudriñar
esas profundas cavernas de amplia extensión de Su amor desconocido, de ese amor
que no tiene ningún rival y es sin paralelo. Si pudiesen agregar a todo eso un
conocimiento de Sus sufrimientos, harían bien. ¡Oh!, si pueden crecer en el
conocimiento de la comunión, si este año beben de Su copa y son bautizados con
Su bautismo, si este año permanecen en Él y Él en ustedes, serán benditos. Este
es el único crecimiento en la gracia que es el verdadero crecimiento, y
cualquier otro crecimiento que no nos conduzca a un crecimiento en el
conocimiento de Cristo no es sino un henchimiento de la carne y no una
edificación del Espíritu.
Entonces, crezcan en el
conocimiento de Cristo. ¿Acaso me preguntan el porqué? ¡Oh!, si le hubiesen conocido alguna vez no harían esa
pregunta. Aquel que no anhela conocer más de Cristo no sabe nada acerca de Él
todavía. Quien haya bebido alguna vez de este vino tendrá sed de más, pues si
bien Cristo en verdad satisface, se trata de una satisfacción tal que queremos
probar más, y más, y más y más. ¡Oh!, si conocen el amor de Jesús, estoy seguro
de que así como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clamarán
ustedes por Él. Si dicen que no desean conocerlo mejor, entonces yo les digo
que no lo aman, pues el amor siempre clama: “Más cerca, más cerca, más cerca”.
La ausencia de Cristo es el infierno, pero la presencia de Cristo es el cielo
y, conforme nos aproximamos más a Él, nuestro cielo se vuelve más celestial y
lo disfrutamos más y sentimos más que es por Dios. ¡Oh!, que este año puedan
venir al propio pozo de Belén, y no recibir meramente una vasija proveniente de
él, como lo hizo David a riesgo de las vidas de tres valientes, antes bien, que
puedan venir al pozo y beber, beber del propio pozo, de ese manantial
inagotable del eterno amor. ¡Oh, que la comunión íntima del Señor sea con ustedes
en este año y que habiten al abrigo del Altísimo! Dios mío, si me permitieras
pedirte una cosa como un especial favor, sería que pudiera “conocerle, y el
poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a
ser semejante a él en su muerte”. Más cerca de ti, bendito Señor, más cerca de
Ti; éste será todo nuestro clamor. ¡Que el Señor nos conceda que nuestro clamor
sea escuchado y que crezcamos en el conocimiento de Cristo!
Deseamos conocer a
Cristo este año como nuestro Señor: Señor
de todo pensamiento y de todo deseo, de toda palabra y de todo acto. Y también
como nuestro Salvador, nuestro
Salvador de todo pecado que mora en nosotros, nuestro Salvador de todo el mal
pasado y de toda prueba venidera. ¡Salve, Jesús, nosotros te saludamos como
Señor! Enséñanos a experimentar Tu reinado sobre nosotros, a experimentarlo
cada hora. ¡Salve, oh Crucificado! Te reconocemos como Salvador; ayúdanos a
regocijarnos en Tu salvación, y a sentir la plenitud de esa salvación en
nuestro espíritu, alma, y cuerpo, siendo enteramente salvados por Ti.
He procurado de esta
manera, varones hermanos, exponer el punto de la teología; elevo mi corazón en
oración por todos ustedes para que crezcan en la gracia y en el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
II. En
segundo lugar, tenemos UNA FERVIENTE ACCIÓN DE GRACIAS, CON UNA CONCLUSIÓN
SOBREMANERA SUGESTIVA: “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad.
Amén.”
Hemos de señalar que los
apóstoles, muy frecuentemente, suspendían su escritura para levantar sus
corazones en alabanza. La alabanza no es nunca inoportuna, e interrumpir
cualquier actividad con el objeto de loar y engrandecer a nuestro Dios, no
constituye ninguna interrupción. “A él sea gloria”. Hermanos, no dejen que les predique
ahora, sino permítanme más bien que interprete las emociones suyas. Esta no
debe ser una expresión mía, sino más bien la expresión de todos ustedes a
través de mis labios. Cada corazón ha de sentir gozosamente esta doxología: ‘A
Él, el Dios que hizo los cielos y la tierra, y sin quien nada de lo que ha sido
hecho, fue hecho; a Él, quien en Su infinita compasión se convirtió en la
fianza del pacto, a Él, que se hizo un bebé de un palmo de longitud, a Él, que
fue despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores y experimentado
en quebranto, a Él, que sobre el madero ensangrentado derramó la vida de Su
corazón para redimir a Su pueblo, a Él, que
dijo: “Tengo sed”, y “Consumado es”, a Él,
cuyo cuerpo exangüe durmió en el sepulcro, a Él sea gloria. A Él, que
rompió las ataduras de la muerte, a Él, que subiendo a lo alto llevó cautiva la
cautividad, a Él, que está sentado a la diestra del Padre y que pronto vendrá
para ser nuestro Juez, “a él sea gloria”. Sí, a Él, ustedes, ateos, que le
niegan, a Él, ustedes socinianos, que dudan de Su Deidad, y ustedes, reyes, que
se ufanan de su esplendor, ustedes, pueblos, que se levantan en Su contra, y
ustedes, gobernantes, que se confabulan contra El, a Él, el Rey a quien Dios ha
puesto sobre Su santo monte Sion, a Él sea gloria. A Él sea gloria como el Señor:
Rey de reyes y Señor de señores; “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre
eterno, Príncipe de paz”. Y una vez más, ¡Hosanna en las alturas; Aleluya! Rey
de reyes y Señor de señores. A Él sea gloria como Señor. A Él sea gloria como Salvador.
Solo Él nos ha redimido para Dios por Su sangre; “ha pisado Él solo el
lagar” y “viene de Edom, de Bosra, con vestidos rojos, hermoso en su vestido,
que marcha en la grandeza de Su poder”. “A él sea gloria”. Oigan ustedes,
ángeles: “A él sea gloria”. Batan sus alas. Exclamen: “¡Aleluya, a él sea gloria!”
Óiganlo ustedes, espíritus de los justos hechos perfectos; tañan las cuerdas de
sus arpas celestiales, y digan: “Aleluya, gloria a Él que nos ha redimido para
Dios con Su propia sangre”. “A él sea gloria”.
¡Iglesia de Dios, responde! Que cada pío corazón diga: “A él sea gloria”. Sí, a Él sea gloria, ustedes, demonios del
infierno, al tiempo que tiemblan en Su presencia y ven la llave de su prisión balanceándose
en Su cinturón. Que el cielo y la tierra y el infierno, y que todas las cosas
que son y fueron y serán, exclamen: “A él sea gloria”.
Pero el apóstol agrega “ahora”, “a él sea gloria, ahora”. Oh hermanos, no pospongan el día
de Su triunfo; no pospongan la hora de Su coronación. Ahora, AHORA.
“Preparen la diadema real,
Y corónenlo Señor de todo”.
Ahora, ahora; pues ahora, hoy, juntamente con Él nos resucitó, y
asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús. “Amados,
ahora somos hijos de Dios”; ahora nuestros pecados han sido perdonados; ahora
estamos vestidos con Su justicia; ahora nuestros pies están sobre una roca y Él
ha enderezado nuestros pasos. ¿Quién de ustedes querría diferir el tiempo de
sus hosannas? “A él sea gloria ahora”. Oh
querubines en lo alto, “¡a Él sea gloria ahora!”, pues ustedes claman
continuamente: santo, santo, santo, Señor Dios de los ejércitos”. Adórenlo de
nuevo, pues “a él sea gloria ahora”.
“Y hasta el día de la eternidad”. Nunca cesaremos
de rendir nuestra loa. ¡Tiempo, tú te volverás viejo y morirás! ¡Eternidad, tus
años incontables apresurarán su curso sempiterno! Pero, por siempre, por
siempre, por siempre, “a él sea gloria”. ¿No es Él un “Sacerdote para siempre
según el orden de Melquisedec”? “A él sea gloria”. ¿No es rey para siempre, Rey
de reyes y Señor de señores, Padre eterno? “A él sea gloria hasta el día de la eternidad”. Nunca
cesarán Sus loas. Lo que fue comprado con sangre merece durar mientras perdure
la inmortalidad. La gloria de la cruz no debe ser eclipsada nunca; el lustre del
sepulcro y de la resurrección no debe atenuarse nunca. Oh, amados hermanos
míos, mi espíritu comienza a sentir el ardor de los inmortales. Quisiera
anticipar los cánticos del cielo. Si mi lengua tuviera la libertad celestial
comenzaría incluso ahora a unirse a esos sonetos tres veces melodiosos
entonados por enfervorizadas lenguas en lo alto. ¡Oh Jesús!, Tú serás loado por
siempre. En tanto que los espíritus inmortales vivan, en tanto que el trono del
Padre permanezca, perennemente, perennemente, perennemente, a Ti sea gloria.
Pero ahora tenemos una
conclusión para esto del tipo más sugestivo: “Amén”. Hermanos, quiero poner en práctica este amén, no como un
asunto de doctrina, sino como un asunto de un bendito arrobamiento. Vengan,
digan conmigo de todo corazón de nuevo: “A él sea gloria ahora y hasta el día
de la eternidad. Amén”. ¿Qué
significa este ‘Amén’? ‘Amén’ tiene cuatro significados en
Ahora bien, el “Amén” –y
en esto estoy grandemente endeudado con el venerable anciano Thomas Adams-
quiere decir cuatro cosas. Primero, es el
deseo del corazón, “Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor
Jesús”. Decimos amén al final de la oración para significar: “Señor, que así
sea”, este es el deseo de nuestro corazón. Entonces, hermanos, unan a mí sus
corazones, pues todo es un asunto del corazón aquí. “A él sea gloria ahora y
hasta el día de la eternidad. Amén”. ¿Es ese el deseo de su corazón? Si no lo
fuera, no podrían decir amén a eso. ¿Acaso el corazón de ustedes anhela, desea
vivamente, está sediento, gime y clama por Cristo, de tal manera que pueden decir cada vez que doblan su
rodilla: “Venga tu reino? Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en
la tierra, porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los
siglos, Amén”. ¿Pueden decir: “Amén, Señor, venga tu reino”? Hermanos, si pueden
decirlo en ese sentido, si es el deseo de su corazón que la gloria de Cristo se
extienda y Su reino venga, digan entonces: “Amén”, en voz alta esta mañana.
Ahora únanse a mí, pues mi corazón se ilumina con eso. Yo puedo decirlo, y el Juez
de todo sabe cómo anhela mi corazón ver que Jesús sea engrandecido; únanse a
mí, entonces, ustedes que puedan hacerlo honestamente, mientras yo repito la
doxología: “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”.
(La
congregación dijo en voz alta y muy fervientemente: “Amén”).
Así sea, Señor. Tú oyes
a Tu iglesia cuando clama: “Amén”; ese es, verdaderamente, el deseo de nuestro
corazón.
“Que de la tierra, con gozo divino,
Las innumerables miríadas clamen: Amén;
Y que de los cielos, con gozo divino,
Los innumerables coros repliquen: Amén”.
Pero significa más que
eso; significa la afirmación de nuestra
fe. Sólo decimos amén a aquello que realmente creemos que es verdad.
Agregamos nuestra declaración jurada, por decirlo así, a la promesa de Dios, diciendo
que creemos que Él es fiel y veraz. ¿Tienen alguna duda en cuanto a que Jesús
sea glorioso ahora y por siempre? ¿Dudan de que sea glorificado por los
ángeles, querubines y serafines hoy? ¿Y no creen, hermanos míos, que quienes
moran en el yermo se inclinarán ante Él, y que Sus enemigos lamerán el polvo? Si
creen eso, si tienen fe hoy en medio de la obstinación del mundo y de la
soberbia del pecador, en medio de la abundante superstición y del mal
dominante, si tienen fe para creer que Cristo será glorioso por siempre y para
siempre, entonces únanse a mí y digamos de nuevo: Amén. “A él sea gloria ahora
y hasta el día de la eternidad. Amén”.
(La
congregación dijo de nuevo “Amén”).
Señor, Tú lo oyes,
aunque es un clamor más débil que el de antes, pues hay más que pueden desearlo
que quienes pueden creerlo. Sin embargo, Tú permaneces siendo fiel.
“Esta pequeña semilla del cielo
Pronto se convertirá en un árbol;
Esta siempre bendita levadura
Ha de ser esparcida ampliamente;
Hasta que Dios el Hijo venga de nuevo,
Debe continuar. ¡Amén! Amén”.
Pero hay todavía un tercer
significado para este amén: expresa a menudo el gozo del corazón. Cuando en la antigüedad ungían a un rey judío,
el sumo sacerdote tomaba un cuerno de aceite y lo derramaba sobre su cabeza;
entonces un heraldo pasaba al frente y al tiempo que hacía sonar la trompeta,
alguien con una voz muy potente decía: “¡Viva el rey! ¡Viva el rey!”, y todo el
pueblo decía: “Amén”, y un grito ascendía al cielo, mientras con gozo de
corazón saludaban al rey en quien esperaban ver a un próspero gobernante a
través de quien Dios los bendeciría y les daría la victoria. Ahora, ¿qué dicen
ustedes? Al ver al Rey Jesús sentado en el Monte Sion con la muerte y el
infierno bajo Sus pies, ahora que anticipan la gloria de Su Advenimiento, ahora
que esperan el tiempo cuando reinarán con Él por los siglos de los siglos, ¿no
dice su corazón: “Amén”? Yo puedo recordar que en una época de las mayores
tinieblas mentales y de debilidad corporal, había un texto que solía animarme
más allá de toda medida; no había nada en el texto acerca de mí; no era ninguna
promesa para mí, antes bien era algo
acerca de Él. Era esto: “Por lo cual
Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están
en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra”. ¡Oh!, me parecía tan
gozoso que Él fuera exaltado. ¿Qué
importaba lo que me pasara a mí? ¿Qué significaba lo que nos pasara a todos
nosotros? El Rey David vale por diez mil de nosotros. Que nuestro nombre
perezca, pero que Su nombre perdure para siempre. Hermanos, esta mañana yo les
presento al Rey. Yo lo presento ante los ojos de su fe hoy; yo lo proclamo de
nuevo rey, y si ustedes desean que sea rey y si se gozan en Su reino, digan:
“Amén”. Aquí, aquí está Él en visión ante sus ojos. ¡Corónenlo! ¡Corónenlo! He
aquí, Él es coronado hoy de nuevo. “A él sea gloria ahora y hasta el día de la
eternidad. Amén”.
(La
congregación dijo de nuevo: “Amén”).
Amén, Señor, reina Tú en
medio de todos nosotros.
“¡Sí, amén, que todos te adoren,
En Tu trono exaltado en lo alto!
Salvador, toma Tu poder y Tu gloria;
Reclama la posesión de Tus reinos;
¡Oh ven pronto!
¡Aleluya! Ven, Señor, ven”.
Por último, vamos a
tratar un punto muy solemne. Amén es usado algunas veces en
Recorrí la semana pasada
las espaciosas galerías que la vanidad ha dedicado a todas las glorias de
Francia. Se atraviesa un salón tras otro donde se ven los triunfos de Napoleón
en los cuerpos retorcidos, y en la sangre, y el vapor y el humo. En verdad
cuando recorres las páginas de
Y ahora, ¿saldrán
ustedes a lo largo de este año, hermanos y hermanas míos, y dirán: ‘amén’, a
esto? Les ruego que lo hagan. Ustedes que no aman a Cristo, no pueden decir
amén. Recuerden que ustedes están bajo la ley. Hay un ‘amén’ para todas las
maldiciones para ustedes; no hay ninguno para las bendiciones mientras se
encuentren bajo la ley. ¡Oh pobre pecador que estás bajo la ley, que este sea
el día cuando tu esclavitud bajo la ley llegue a su fin! “¿Cómo puede ser?”,
dices tú. Por la fe en Cristo, respondo. “El que en él cree, no es condenado”.
Oh, que puedas creer en Él, y entonces tu gozoso corazón dirá: amén. Entonces
dirás: “Yo voy a gritar ‘amén’ más fuerte que todos los santos en el cielo
cuando vea que presentan la corona real y que Jesús es reconocido como Señor de
todo”. Que el Señor conceda que este año sea el mejor año que esta iglesia haya
tenido jamás. Este año concluye ocho años de mi ministerio entre ustedes, y
siete años de sermones impresos que han salido a la luz pública. Cuánta bendición
ha causado Dios que pase a través de nuestra mente, y cuánto le ha agradado
reconocer Su Palabra, no podríamos medirlo plenamente. Pero sabemos que Él ha estado con nosotros en hechos y en
verdad. Ahora que comenzamos este año, que el Señor haga que todo el pasado
parezca como nada comparado con lo que ha de venir. Yo los bendigo, hermanos y
hermanas míos, en el nombre del Señor, y comenzando este año, pido otra vez señales
renovadas de su afecto mediante una renovación de sus oraciones; y de mi parte,
yo sólo pido que a lo largo de este año, y en tanto que viva, esté dando mi
amén a esta doxología: “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad.
Amén”.
Traductor: Allan Román
3/Enero/2013
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