El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Un Salmo para el Año Nuevo

NO. 427

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 5 DE ENERO DE 1862

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad”. 2 Pedro 3: 18.

 

Consideren, amados, nuestros perennes riesgos. ¿Adónde podríamos ir para escapar del peligro? ¿Adónde huiremos con premura para evitar la tentación? Si nos aventuramos en los negocios, la mundanalidad está ahí. Si nos retiramos a nuestros hogares, las pruebas nos esperan allí. Uno se imaginaría que en los verdes pastos de la Palabra de Dios habría una perfecta seguridad para las ovejas de Dios; pensamos que seguramente ningún león habrá allí y que ninguna bestia voraz subirá hasta ese lugar. ¡Ay!, pero no es así, pues incluso mientras estamos leyendo la Biblia seguimos estando expuestos al peligro. No es que la verdad sea peligrosa, sino es que nuestros corruptos corazones pueden encontrar veneno en las propias flores del Paraíso. Adviertan lo que dice nuestro apóstol acerca de las cartas de san Pablo: “En las cuales hay algunas cosas difíciles de entender”. Y adviertan el peligro al que estamos expuestos, no sea que siendo ignorantes e inestables, pervirtamos incluso la Palabra de Dios misma para nuestra propia destrucción. Aun con la Biblia ante nuestros ojos podemos cometer pecado, y meditando sobre las santas palabras de la inspiración podemos recibir una herida mortal proveniente del “error de los inicuos”. Aun junto a los cuernos del altar necesitamos que Dios nos cubra con la sombra de Sus alas. Es una reflexión muy reconfortante que nuestro benigno Padre haya provisto un escudo que puede protegernos de todo mal, y que el mal de la heterodoxia encuentre en nuestro texto una apropiada prevención. Si no interpretamos debidamente la Escritura, corremos el riesgo de hacer decir a Dios lo que no dice; de igual manera, si nos apartamos de la enseñanza del Espíritu Santo, podemos pervertir la letra de la Palabra y perder su espíritu y extraer de la letra un significado que pudiera ser para ruina de nuestra alma. ¿Cómo evitaremos esto? Pedro, hablando por el Espíritu Santo, ha señalado nuestra salvaguarda en las palabras que estamos considerando. A la par que escudriñar las Escrituras y profundizar en el conocimiento que tienen de ellas, asegúrense de crecer en la gracia; y a la par que desear conocer la doctrina, anhelen sobre todo crecer en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; y su estudio de la Escritura, y su crecimiento en la gracia y en el conocimiento de Cristo debe estar supeditado a ese objetivo más preeminente que es vivir para dar gloria, tanto ahora como perdurablemente, a Aquel que los amó y que los compró con Su sangre. Sus corazones deben decir sempiternamente: “Amén” a la doxología de alabanza, y así serán guardados de todo error pestilente para que no “caigáis de vuestra firmeza”. Pareciera, entonces, que nuestro texto está adaptado para ser un remedio celestial para ciertas enfermedades a las cuales hasta los estudiantes de la Escritura están expuestos; y yo estoy persuadido de que pudiera servir también como una guía sumamente bendita para nosotros a lo largo de todo el año que viene.

 

Esta mañana yo podría dividir mi texto igual que lo hizo antaño el venerable anciano Adams. Él afirma que hay aquí dos trompetas. Una resuena desde el cielo hasta la tierra: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”; la otra es tocada desde la tierra hasta el cielo: “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad”. O podría utilizar otra cita suya. Él dice que hay aquí, primero, un elemento de teología, “Creced en la gracia”; y en segundo lugar, que hay un elemento de doxología, “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad”. Nosotros tomaremos el texto usando las mismas divisiones naturales que hemos utilizado en otros encabezados, y les pido que simplemente noten, primero, que tenemos aquí un mandato divino, con una disposición especial; y en segundo lugar, que hay una agradecida doxología, con una sugestiva conclusión.

 

I.   Comenzando, entonces, tenemos aquí, ante todo, un mandato divino con una disposición especial: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.

 

“Creced en la gracia”. ¿En qué consiste eso? De entrada queda sobreentendido que hemos sido vivificados por gracia pues de otra manera este texto no podría aplicarse a nosotros en absoluto. La materia inerte no puede crecer. Sólo aquellos que están vivos para Dios por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos reciben algún poder o capacidad de crecimiento. El grandioso Vivificador tiene que implantar primero las semillas de la vida, para que esas simientes puedan germinar y crecer. Entonces, este texto no tiene ninguna aplicación para ti, que estás muerto en delitos y pecados. Tú no puedes crecer en la gracia porque estás todavía bajo la maldición de la ley y la ira de Dios está sobre ti. Tiembla, arrepiéntete, cree, y que Dios tenga misericordia de ti. Pero como vivos de entre los muertos y habiendo sido vivificados por el Espíritu de Dios que mora en ustedes, amados hermanos, a ustedes que son nacidos de nuevo, se les indica que crezcan, pues el crecimiento deberá acreditar su vida. Un poste enterrado en la tierra no crece, pero si un joven árbol es plantado allí, pasa de ser un arbusto a ser un rey del bosque. Aunque arrojes un guijarro en el suelo más fértil seguirá siendo un guijarro de igual tamaño; pero si pones ahí algunas semillas o siembras unas hortalizas, brotarán y producirán su tallo y sus flores.

 

Ustedes que están vivos para Dios han de ocuparse en crecer en todas las gracias. Crezcan en esa gracia básica que es la fe. Procuren creer en las promesas más de lo que han creído hasta ahora. Escalen desde esa fe trémula que dice: “Creo; ayuda mi incredulidad”, hasta la fe que no vacila ante la promesa, sino que, igual que Abraham, cree que quien ha prometido es también capaz de cumplir. La fe de ustedes ha de crecer en alcance, creyendo más verdades; ha de crecer en firmeza y alcanzar un mayor dominio de cada verdad; ha de crecer en constancia, no siendo débil o vacilante, ni siendo llevada por doquiera de todo viento; su fe ha de crecer diariamente en sencillez, descansando de manera más plena, íntegra y completa en la obra consumada de su Señor Jesucristo.

 

Ocúpense en que su amor crezca también. Si su amor ha sido una chispa, oren pidiendo que la chispa se haga una llama consumidora. Si ustedes le han traído a Cristo muy poco, oren para que puedan traerle todo lo suyo y que puedan ofrecer ese todo de tal modo que, como el frasco de alabastro quebrado por María, el rey mismo esté satisfecho con el perfume. Pidan que su amor se extienda más y que sientan amor por todos los santos; que sea más práctico, que ese amor mueva cada uno de sus pensamientos, cada una de sus palabras y cada una de sus obras; que sea más intenso, de modo que ustedes se conviertan en luces que arden y brillan y cuya llama sea el amor a Dios y al hombre.

 

Oren pidiendo crecer en esperanza, “que los ojos de vuestro corazón sean iluminados, para que sepáis cuál es la esperanza de su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”, para que aguarden la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo; que la esperanza que no se ve todavía los capacite a esperarla con paciencia; que mediante la esperanza entren en los goces del cielo mientras están todavía en la tierra; que la esperanza les dé inmortalidad mientras todavía son mortales, que les dé la resurrección antes de que mueran, que les conceda ver a Dios mientras todavía la visión por espejo los separe veladamente de Él.

 

Pidan crecer en humildad, hasta poder decir: “Soy menos que el más pequeño de todos los santos”; pidan crecer en consagración hasta poder exclamar: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”; pidan crecer en contentamiento hasta poder sentir: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”. Progresen en ser hechos semejantes al Señor Jesús, para que sus propios enemigos sean informados de que ustedes han estado con Jesús y han aprendido de Él. En suma, si hay virtud alguna, si algo es digno de alabanza, si hay algo que es amable y de buen nombre, si hay algo que pudiera acrecentar su utilidad, algo que pudiera contribuir a su felicidad, algo que pudiera hacerlos de mayor utilidad para el hombre y llevarlos a dar mayor gloria a Dios, crezcan en ello, pues todavía tienen que crecer. Todavía no son perfectos.

 

Siguiendo una ilustración proporcionada por las santas Escrituras, permítanme recordarles a todos ustedes, los que son fieles creyentes en Cristo, que son comparados con árboles, con árboles plantados por la diestra del Señor. Procuren crecer como crece el árbol. Oren pidiendo que este año puedan crecer hacia abajo; que puedan conocer más acerca de su propia vileza, más acerca de su propia nada, y que así estén enraizados en humildad. Pidan que sus raíces puedan penetrar por debajo de la capa vegetal superior de la verdad y llegar hasta las grandes rocas que están debajo del estrato superior; que puedan aferrarse muy bien a las doctrinas del amor eterno, de la fidelidad inmutable, de la completa satisfacción, de la unión con Cristo, del eterno propósito de Dios que Él determinó en Cristo Jesús antes de que el mundo fuera. Estas cosas profundas de Dios producirán una rica y abundante savia, y sus raíces habrán de beber de las fuentes ocultas del “abismo que está abajo”. Este será un crecimiento que no añadirá a su fama y que no ministrará a su vanidad pero que será invaluable a la hora de la tormenta; será un crecimiento cuyo valor ningún corazón puede concebir cuando el huracán esté demoliendo al hipócrita, y arrojando en el mar de la destrucción a los “árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados”. A la par que echar raíces hacia abajo, busquen crecer hacia arriba. Lancen el primer renuevo de su amor en dirección al cielo. Así como los árboles echan sus renuevos de primavera y sus renuevos a mitad del verano, y así como se ve en la cumbre del abeto ese nuevo retoño verde de primavera, ese nuevo brote que alza su mano hacia el sol, así ansíen tener más amor y mayores deseos de Dios, un acercamiento más íntimo con Él en oración, un espíritu de adopción más fervoroso, una comunión más intensa e íntima con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Este ascenso a lo alto complementará su belleza y su deleite. Luego oren pidiendo crecer a ambos lados. Extiendan sus ramas; que la sombra de su santa influencia se esparza tan lejos como las oportunidades que les dé Dios. Pero ocúpense en crecer en fecundidad, pues si la rama crece sin aportar fruto afecta la belleza del árbol. Trabajen arduamente este año, por la gracia de Dios, para producir para Él más fruto del que hubieren producido jamás. Señor, te ruego que des a esta congregación una mayor cantidad de los frutos de la penitencia por el pecado, de la fe en el grandioso sacrificio, del amor por Jesús y del celo por la conversión de las almas. No seríamos entonces como la rebusca de la cosecha cuando sólo queda por aquí y por allí algún racimo en la rama más alta, sino que seríamos como el valle de Escol, cuyas prensas rebosaban con el nuevo vino. Crecer en la gracia consiste en esto: en echar raíces hacia abajo, en brotar hacia arriba, en extender sus influencias como ramas ampliamente esparcidas y en producir fruto para la gloria del Señor.

 

Pero vamos a tomar prestada otra figura de la Escritura. Hermanos en Jesucristo, no solamente somos comparados con árboles, sino con niños también. Crezcamos a la manera de los bebés, que son alimentados con leche sin adulterar. Firmemente, lentamente, pero seguramente y ciertamente. Un poco cada día, pero mucho a lo largo de los años. Oh, que crezcamos en fortaleza como lo hace el niño, hasta que las pequeñas extremidades tambaleantes de nuestra fe se vuelvan unas firmes piernas musculosas con las que el joven pueda correr sin cansancio, y tengamos unos pies con los que el hombre fuerte pueda caminar sin desfallecer. Hasta ahora nuestras alas carecen de fortaleza y a duras penas podemos abandonar el nido. Señor, manda que nuestro crecimiento prosiga hasta que levantemos alas como las águilas hacia Ti, remontando nubes y tormentas y morando en la serena presencia del Altísimo. Crezcamos en el desarrollo de todos nuestros poderes. Pidamos que ya no seamos más unos tiernos infantes de un palmo de longitud, sino que a nuestra estatura se agreguen muchos codos y que maduremos hasta llegar a ser varones perfectos en Cristo Jesús. Y oremos especialmente para que crezcamos como niños sanos, integralmente. Hermanos, es una mala señal que la cabeza de un niño se agrande mas no el resto de su cuerpo, o que su brazo o su pie se hinchen hasta adquirir una enfermiza proporción. La belleza consiste en la proporción de cada una de las partes. Un juicio vigoroso no ha de ser uncido a un frío corazón, ni una clara visión a una mano seca. La cabeza de un gigante no se sustenta bien sobre los hombros de un enano. Una virtud nutrida a expensas de otras es un caníbal engordado que se ha alimentado de la carne y de la sangre de sus parientes asesinados, y es inapropiado que un cristiano albergue a un monstruo de esa naturaleza. Oremos para que la fe y el amor y cada una de las gracias puedan desarrollarse; que ningún poder del hombre se quede sin alimento o sin crecimiento, pues sólo así podemos crecer realmente en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

 

Pero, ustedes se preguntarán la razón por la que hemos de crecer así en la gracia. Digamos, hermanos, que no avanzar en la gracia es un signo aflictivo. Es una señal de una condición enfermiza. El niño que no crece no es saludable y un árbol dañado por la plaga no produce nuevos retoños. Más aún; pudiera ser no sólo un signo de una condición enfermiza sino de deformidad. Si los hombros de un hombre han llegado a una cierta anchura, y sus extremidades inferiores se niegan a suspenderlo en alto, lo llamamos ‘enano’ y lo vemos con algún grado de conmiseración. Es deforme. Oh Señor, haz que crezcamos pues no queremos ser abortos, no queremos ser deformes. Queremos ser hijos hechos semejantes a Dios nuestro Padre; queremos ser hermosos, que cada uno de nosotros sea como el hijo de un rey. La falta de crecimiento, además, podría ser signo de muerte. Podría decirnos: “en la medida en que no creces, no vives; en la medida que tu fe, tu amor y tu gracia no aumenten, y en la medida que no madures para la cosecha has de temer y azorarte, no sea que tengas un nombre que indica vida pero estás desprovisto de ella, no sea que seas un falsificación pintada; no sea que seas un hermoso cuadro de flores dibujado por la diestra mano del pintor, pero carente de realidad, porque no tiene el poder vital que debería hacerlo brotar y germinar y florecer y producir fruto’. Avancen en la gracia porque la falta de progreso augura muchas cosas malas, y pudiera mostrar la peor de todas las cosas: la carencia de vida espiritual. Amados, crezcan en la gracia porque el crecimiento en la gracia es la única senda que lleva a la nobleza duradera. ¡Oh!, ¿no desearían estar con ese noble ejército que ha servido bien a su Señor, y que ha entrado en su eterno reposo? ¿Quién de ustedes no desearía que su nombre se incluyera con el de los misioneros de los tiempos modernos, con Judson y Carey, con Williams y Moffat? ¿Quién de nosotros no tiene la ambición de encontrar que su nombre esté escrito junto con el de esos siervos de Dios: Whitefield, Grimshaw, Romaine, Toplady y otros que predicaron la Palabra con poder? ¿Acaso alguien de nosotros desearía regresar al vil polvo de donde salió: “sin que se le llore, sin que se le honre y sin que se le cante”? Si así fuera, entonces sigamos siendo como somos; detengamos nuestra marcha. La mezquindad se encuentra a su puerta; sean raquíticos e innobles. Pero si queremos ser príncipes en el Israel de Dios, si queremos ser valientes guerreros por la cruz de Cristo, digamos esta oración: “Señor, ordena que crezcamos en la gracia, para que seamos fieles siervos y recibamos Tu elogio al final”. Pero crecer no es sólo ser nobles, es ser felices. El hombre que detiene su crecimiento rehúsa ser bendecido. En cuanto a la mayoría de los hombres de negocios, si no ganan, pierden. Para el guerrero, si no gana en la batalla, su enemigo está obteniendo una ventaja. El sabio que no crece en sabiduría crece en insensatez. El cristiano que no conoce más a su Señor y no se asemeja más a Él, conoce menos a su Señor y se vuelve menos semejante a Él. Si nuestra armadura no es utilizada se deslustra, y si nuestros brazos no son fortalecidos por el ejercicio, se debilitarán por la indolencia. Nuestra felicidad declina en la medida en que nuestra espiritualidad se desvanece. Para ser feliz, digo, tenemos que ir adelante. ¡Adelante está la luz del sol! ¡Adelante está la victoria! ¡Adelante está el cielo! ¡Adelante está Cristo! Pero quedarse quieto aquí es peligroso; es más, es la muerte. Oh Señor, ordénanos avanzar para que seamos felices, y escalar para que seamos útiles. ¡Oh!, si creciéramos más en la gracia como congregación y como Iglesia, si fuésemos más fuertes en la fe, más poderosos en la oración, más fervientes en el corazón y más santos en la vida, quién podría decir cuánto pudiéramos hacer por nuestra época. Los hombres que sólo pisan levemente, sólo dejan débiles huellas; pero los hombres que pisan con el paso de soldados romanos, estampan sus huellas sobre las arenas del tiempo de tal manera que nunca serán borradas. Así que vivamos de tal modo que tanto en nuestros días como en los días postreros el mundo sea mucho mejor, y la Iglesia de Cristo sea más próspera por la vida que vivimos. Aunque sólo fuera por esa razón, debemos crecer en la gracia.

 

¡Oh, si pudiera encender en ustedes una santa ambición hoy, yo sería sumamente feliz! Si pudiera arrebatar de algún antiguo altar un carbón encendido semejante al que tocó el labio de Isaías, yo les diría: ‘He aquí, esto ha tocado tus labios, anda en el espíritu y el poder de Dios el Altísimo, y vive como vivieron los que menospreciaron su vida para servir a su Señor y ser hallados en Él. Yo les muestro los espíritus que han penetrado hasta dentro del velo y que descansan en los asientos de la eterna gloria, y les digo que ganaron la victoria por gracia, y que el crecimiento en la gracia fue el instrumento de su triunfo. Emúlenlos; prosigan a la meta como lo hicieron ellos, y por medio de la gracia heredarán su reposo y su triunfo, y compartirán con ellos para siempre’.

 

Pero, ¿preguntas cómo crecerás en la gracia? La respuesta es sencilla. Aquel que te dio la gracia debe agregarte más. Donde recibiste tu gracia la primera vez allí debes recibir el aumento de esa gracia. El que hizo el ganado y creó al hombre fue el mismo que dijo posteriormente: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra”. Así que quien te ha dado gracia debe hablar con el fiat de Su omnipotencia en tu corazón y debe decirle a esa gracia: “Fructifica y multiplícate y llena el alma hasta que el vacío innato sea llenado, y el yermo natural se regocije y florezca como una rosa”. Pero al mismo tiempo queremos que uses los medios, y esos medios consisten en mucha oración, en un estudio más diligente de las sagradas Escrituras, en una comunión más constante con el Señor Jesucristo, en una mayor actividad a favor de Su causa, en una ferviente participación en los medios de Su gracia, en una devota recepción de toda la verdad revelada y así sucesivamente. Si haces estas cosas, nunca estarás atrofiado ni te quedarás enano, pues quien te ha dado la vida te capacitará para cumplir la palabra que te habló por medio de Su apóstol: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.

 

He explicado así la divina exhortación, pero ustedes percibirán que contiene un mandato especial, sobre el cual tenemos que detenernos un momento. “Y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.

 

Mis amados hermanos en el Señor Jesús, debemos ocuparnos en madurar en el conocimiento de Él. Oh, que este año conozcamos más de Él en Su naturaleza divina y en Su relación humana con nosotros; en Su obra terminada, en Su muerte, en Su resurrección, en Su presente intercesión gloriosa y en Su futuro advenimiento real. Conocer más de Cristo en Su obra es, yo pienso, un bendito medio de capacitarnos para trabajar más por Cristo.

 

También debemos estudiar para conocer más acerca de Cristo en Su carácter, en ese divino compuesto de toda perfección, fe, celo, sometimiento a la voluntad de Su Padre, valor, mansedumbre y amor. Él era el león de la tribu de Judá, y con todo, fue el hombre sobre quien descendió la paloma en las aguas del bautismo. Tengamos sed de conocer a Aquel de quien incluso Sus enemigos dijeron: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”, y de quien Su injusto juez dijo: “Yo no hallo en él ningún delito”.

 

Por encima de todo, anhelemos conocer a Cristo en Su persona. Este año esfuércense por tener un mejor conocimiento del Crucificado. Estudien Sus manos y Sus pies. Perseveren al pie de la cruz, y que la esponja, el vinagre y los clavos sean el tema de su devota atención. Este año busquen penetrar en Su propio corazón y escudriñar esas profundas cavernas de amplia extensión de Su amor desconocido, de ese amor que no tiene ningún rival y es sin paralelo. Si pudiesen agregar a todo eso un conocimiento de Sus sufrimientos, harían bien. ¡Oh!, si pueden crecer en el conocimiento de la comunión, si este año beben de Su copa y son bautizados con Su bautismo, si este año permanecen en Él y Él en ustedes, serán benditos. Este es el único crecimiento en la gracia que es el verdadero crecimiento, y cualquier otro crecimiento que no nos conduzca a un crecimiento en el conocimiento de Cristo no es sino un henchimiento de la carne y no una edificación del Espíritu.

 

Entonces, crezcan en el conocimiento de Cristo. ¿Acaso me preguntan el porqué? ¡Oh!, si le hubiesen conocido alguna vez no harían esa pregunta. Aquel que no anhela conocer más de Cristo no sabe nada acerca de Él todavía. Quien haya bebido alguna vez de este vino tendrá sed de más, pues si bien Cristo en verdad satisface, se trata de una satisfacción tal que queremos probar más, y más, y más y más. ¡Oh!, si conocen el amor de Jesús, estoy seguro de que así como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clamarán ustedes por Él. Si dicen que no desean conocerlo mejor, entonces yo les digo que no lo aman, pues el amor siempre clama: “Más cerca, más cerca, más cerca”. La ausencia de Cristo es el infierno, pero la presencia de Cristo es el cielo y, conforme nos aproximamos más a Él, nuestro cielo se vuelve más celestial y lo disfrutamos más y sentimos más que es por Dios. ¡Oh!, que este año puedan venir al propio pozo de Belén, y no recibir meramente una vasija proveniente de él, como lo hizo David a riesgo de las vidas de tres valientes, antes bien, que puedan venir al pozo y beber, beber del propio pozo, de ese manantial inagotable del eterno amor. ¡Oh, que la comunión íntima del Señor sea con ustedes en este año y que habiten al abrigo del Altísimo! Dios mío, si me permitieras pedirte una cosa como un especial favor, sería que pudiera “conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte”. Más cerca de ti, bendito Señor, más cerca de Ti; éste será todo nuestro clamor. ¡Que el Señor nos conceda que nuestro clamor sea escuchado y que crezcamos en el conocimiento de Cristo!

 

Deseamos conocer a Cristo este año como nuestro Señor: Señor de todo pensamiento y de todo deseo, de toda palabra y de todo acto. Y también como nuestro Salvador, nuestro Salvador de todo pecado que mora en nosotros, nuestro Salvador de todo el mal pasado y de toda prueba venidera. ¡Salve, Jesús, nosotros te saludamos como Señor! Enséñanos a experimentar Tu reinado sobre nosotros, a experimentarlo cada hora. ¡Salve, oh Crucificado! Te reconocemos como Salvador; ayúdanos a regocijarnos en Tu salvación, y a sentir la plenitud de esa salvación en nuestro espíritu, alma, y cuerpo, siendo enteramente salvados por Ti.

 

He procurado de esta manera, varones hermanos, exponer el punto de la teología; elevo mi corazón en oración por todos ustedes para que crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

 

II.   En segundo lugar, tenemos UNA FERVIENTE ACCIÓN DE GRACIAS, CON UNA CONCLUSIÓN SOBREMANERA SUGESTIVA: “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.”

 

Hemos de señalar que los apóstoles, muy frecuentemente, suspendían su escritura para levantar sus corazones en alabanza. La alabanza no es nunca inoportuna, e interrumpir cualquier actividad con el objeto de loar y engrandecer a nuestro Dios, no constituye ninguna interrupción. “A él sea gloria”. Hermanos, no dejen que les predique ahora, sino permítanme más bien que interprete las emociones suyas. Esta no debe ser una expresión mía, sino más bien la expresión de todos ustedes a través de mis labios. Cada corazón ha de sentir gozosamente esta doxología: ‘A Él, el Dios que hizo los cielos y la tierra, y sin quien nada de lo que ha sido hecho, fue hecho; a Él, quien en Su infinita compasión se convirtió en la fianza del pacto, a Él, que se hizo un bebé de un palmo de longitud, a Él, que fue despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores y experimentado en quebranto, a Él, que sobre el madero ensangrentado derramó la vida de Su corazón para redimir a Su pueblo, a Él, que dijo: “Tengo sed”, y “Consumado es”, a Él, cuyo cuerpo exangüe durmió en el sepulcro, a Él sea gloria. A Él, que rompió las ataduras de la muerte, a Él, que subiendo a lo alto llevó cautiva la cautividad, a Él, que está sentado a la diestra del Padre y que pronto vendrá para ser nuestro Juez, “a él sea gloria”. Sí, a Él, ustedes, ateos, que le niegan, a Él, ustedes socinianos, que dudan de Su Deidad, y ustedes, reyes, que se ufanan de su esplendor, ustedes, pueblos, que se levantan en Su contra, y ustedes, gobernantes, que se confabulan contra El, a Él, el Rey a quien Dios ha puesto sobre Su santo monte Sion, a Él sea gloria. A Él sea gloria como el Señor: Rey de reyes y Señor de señores; “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Y una vez más, ¡Hosanna en las alturas; Aleluya! Rey de reyes y Señor de señores. A Él sea gloria como Señor. A Él sea gloria como Salvador. Solo Él nos ha redimido para Dios por Su sangre; “ha pisado Él solo el lagar” y “viene de Edom, de Bosra, con vestidos rojos, hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de Su poder”. “A él sea gloria”. Oigan ustedes, ángeles: “A él sea gloria”. Batan sus alas. Exclamen: “¡Aleluya, a él sea gloria!” Óiganlo ustedes, espíritus de los justos hechos perfectos; tañan las cuerdas de sus arpas celestiales, y digan: “Aleluya, gloria a Él que nos ha redimido para Dios con Su propia sangre”. “A él sea gloria”. ¡Iglesia de Dios, responde! Que cada pío corazón diga: “A él sea gloria”. Sí, a Él sea gloria, ustedes, demonios del infierno, al tiempo que tiemblan en Su presencia y ven la llave de su prisión balanceándose en Su cinturón. Que el cielo y la tierra y el infierno, y que todas las cosas que son y fueron y serán, exclamen: “A él sea gloria”.

 

Pero el apóstol agrega “ahora”, “a él sea gloria, ahora”. Oh hermanos, no pospongan el día de Su triunfo; no pospongan la hora de Su coronación. Ahora, AHORA.

 

“Preparen la diadema real,

   Y corónenlo Señor de todo”.

 

Ahora, ahora; pues ahora, hoy, juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús. “Amados, ahora somos hijos de Dios”; ahora nuestros pecados han sido perdonados; ahora estamos vestidos con Su justicia; ahora nuestros pies están sobre una roca y Él ha enderezado nuestros pasos. ¿Quién de ustedes querría diferir el tiempo de sus hosannas? “A él sea gloria ahora”. Oh querubines en lo alto, “¡a Él sea gloria ahora!”, pues ustedes claman continuamente: santo, santo, santo, Señor Dios de los ejércitos”. Adórenlo de nuevo, pues “a él sea gloria ahora”.

 

“Y hasta el día de la eternidad”. Nunca cesaremos de rendir nuestra loa. ¡Tiempo, tú te volverás viejo y morirás! ¡Eternidad, tus años incontables apresurarán su curso sempiterno! Pero, por siempre, por siempre, por siempre, “a él sea gloria”. ¿No es Él un “Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”? “A él sea gloria”. ¿No es rey para siempre, Rey de reyes y Señor de señores, Padre eterno? “A él sea gloria hasta el día de la eternidad”. Nunca cesarán Sus loas. Lo que fue comprado con sangre merece durar mientras perdure la inmortalidad. La gloria de la cruz no debe ser eclipsada nunca; el lustre del sepulcro y de la resurrección no debe atenuarse nunca. Oh, amados hermanos míos, mi espíritu comienza a sentir el ardor de los inmortales. Quisiera anticipar los cánticos del cielo. Si mi lengua tuviera la libertad celestial comenzaría incluso ahora a unirse a esos sonetos tres veces melodiosos entonados por enfervorizadas lenguas en lo alto. ¡Oh Jesús!, Tú serás loado por siempre. En tanto que los espíritus inmortales vivan, en tanto que el trono del Padre permanezca, perennemente, perennemente, perennemente, a Ti sea gloria.

 

Pero ahora tenemos una conclusión para esto del tipo más sugestivo: “Amén”. Hermanos, quiero poner en práctica este amén, no como un asunto de doctrina, sino como un asunto de un bendito arrobamiento. Vengan, digan conmigo de todo corazón de nuevo: “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”. ¿Qué significa este ‘Amén’? ‘Amén’ tiene cuatro significados en la Escritura. A propósito, los puritanos comentan –y es algo muy notable- que bajo la antigua ley, no se decía ningún amén para las bendiciones; el único amén era para las maldiciones. Cuando se pronunciaban las maldiciones era entonces cuando “decía todo el pueblo, Amén”. No hubo nunca un amén para la bendición bajo la ley. Ahora bien, es algo igualmente notable y más bendito aún que, bajo el Evangelio, no hay ningún amén para las maldiciones, y que el único amén es para las bendiciones. “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén”. “El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene”. No hay ningún amén. No hay ningún amén para la maldición bajo el Evangelio. Pero “todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, en Cristo Jesús”.

 

Ahora bien, el “Amén” –y en esto estoy grandemente endeudado con el venerable anciano Thomas Adams- quiere decir cuatro cosas. Primero, es el deseo del corazón, “Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Decimos amén al final de la oración para significar: “Señor, que así sea”, este es el deseo de nuestro corazón. Entonces, hermanos, unan a mí sus corazones, pues todo es un asunto del corazón aquí. “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”. ¿Es ese el deseo de su corazón? Si no lo fuera, no podrían decir amén a eso. ¿Acaso el corazón de ustedes anhela, desea vivamente, está sediento, gime y clama por Cristo, de tal manera que pueden decir cada vez que doblan su rodilla: “Venga tu reino? Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra, porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos, Amén”. ¿Pueden decir: “Amén, Señor, venga tu reino”? Hermanos, si pueden decirlo en ese sentido, si es el deseo de su corazón que la gloria de Cristo se extienda y Su reino venga, digan entonces: “Amén”, en voz alta esta mañana. Ahora únanse a mí, pues mi corazón se ilumina con eso. Yo puedo decirlo, y el Juez de todo sabe cómo anhela mi corazón ver que Jesús sea engrandecido; únanse a mí, entonces, ustedes que puedan hacerlo honestamente, mientras yo repito la doxología: “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”.

 

(La congregación dijo en voz alta y muy fervientemente: “Amén”).

 

Así sea, Señor. Tú oyes a Tu iglesia cuando clama: “Amén”; ese es, verdaderamente, el deseo de nuestro corazón.

 

“Que de la tierra, con gozo divino,

Las innumerables miríadas clamen: Amén;

Y que de los cielos, con gozo divino,

Los innumerables coros repliquen: Amén”.

 

Pero significa más que eso; significa la afirmación de nuestra fe. Sólo decimos amén a aquello que realmente creemos que es verdad. Agregamos nuestra declaración jurada, por decirlo así, a la promesa de Dios, diciendo que creemos que Él es fiel y veraz. ¿Tienen alguna duda en cuanto a que Jesús sea glorioso ahora y por siempre? ¿Dudan de que sea glorificado por los ángeles, querubines y serafines hoy? ¿Y no creen, hermanos míos, que quienes moran en el yermo se inclinarán ante Él, y que Sus enemigos lamerán el polvo? Si creen eso, si tienen fe hoy en medio de la obstinación del mundo y de la soberbia del pecador, en medio de la abundante superstición y del mal dominante, si tienen fe para creer que Cristo será glorioso por siempre y para siempre, entonces únanse a mí y digamos de nuevo: Amén. “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”.

 

(La congregación dijo de nuevo “Amén”).

 

Señor, Tú lo oyes, aunque es un clamor más débil que el de antes, pues hay más que pueden desearlo que quienes pueden creerlo. Sin embargo, Tú permaneces siendo fiel.

 

“Esta pequeña semilla del cielo

Pronto se convertirá en un árbol;

Esta siempre bendita levadura

Ha de ser esparcida ampliamente;

Hasta que Dios el Hijo venga de nuevo,

Debe continuar. ¡Amén! Amén”.

 

Pero hay todavía un tercer significado para este amén: expresa a menudo el gozo del corazón. Cuando en la antigüedad ungían a un rey judío, el sumo sacerdote tomaba un cuerno de aceite y lo derramaba sobre su cabeza; entonces un heraldo pasaba al frente y al tiempo que hacía sonar la trompeta, alguien con una voz muy potente decía: “¡Viva el rey! ¡Viva el rey!”, y todo el pueblo decía: “Amén”, y un grito ascendía al cielo, mientras con gozo de corazón saludaban al rey en quien esperaban ver a un próspero gobernante a través de quien Dios los bendeciría y les daría la victoria. Ahora, ¿qué dicen ustedes? Al ver al Rey Jesús sentado en el Monte Sion con la muerte y el infierno bajo Sus pies, ahora que anticipan la gloria de Su Advenimiento, ahora que esperan el tiempo cuando reinarán con Él por los siglos de los siglos, ¿no dice su corazón: “Amén”? Yo puedo recordar que en una época de las mayores tinieblas mentales y de debilidad corporal, había un texto que solía animarme más allá de toda medida; no había nada en el texto acerca de mí; no era ninguna promesa para mí, antes bien era algo acerca de Él. Era esto: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra”. ¡Oh!, me parecía tan gozoso que Él fuera exaltado. ¿Qué importaba lo que me pasara a mí? ¿Qué significaba lo que nos pasara a todos nosotros? El Rey David vale por diez mil de nosotros. Que nuestro nombre perezca, pero que Su nombre perdure para siempre. Hermanos, esta mañana yo les presento al Rey. Yo lo presento ante los ojos de su fe hoy; yo lo proclamo de nuevo rey, y si ustedes desean que sea rey y si se gozan en Su reino, digan: “Amén”. Aquí, aquí está Él en visión ante sus ojos. ¡Corónenlo! ¡Corónenlo! He aquí, Él es coronado hoy de nuevo. “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”.

 

(La congregación dijo de nuevo: “Amén”).

 

Amén, Señor, reina Tú en medio de todos nosotros.

 

¡Sí, amén, que todos te adoren,

En Tu trono exaltado en lo alto!

Salvador, toma Tu poder y Tu gloria;

Reclama la posesión de Tus reinos;

¡Oh ven pronto!

¡Aleluya! Ven, Señor, ven”.

 

Por último, vamos a tratar un punto muy solemne. Amén es usado algunas veces en la Escritura como un amén de resolución. Quiere decir: “yo, en el nombre de Dios, me comprometo solemnemente a que en Su fortaleza voy a procurar hacerlo; a Él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad”. Ahora no voy a querer que ustedes digan “Amén” a esto en voz alta, pero voy a hacer una pausa para dejar que ustedes lo digan en silencio, en sus propias almas, en estos momentos.

 

Recorrí la semana pasada las espaciosas galerías que la vanidad ha dedicado a todas las glorias de Francia. Se atraviesa un salón tras otro donde se ven los triunfos de Napoleón en los cuerpos retorcidos, y en la sangre, y el vapor y el humo. En verdad cuando recorres las páginas de la Escritura, te encuentras una galería de cuadros mucho más maravillosos, en los que ves las glorias de Cristo. Este libro contiene los memoriales de Sus honras. En otro lugar en París hay una columna hecha con cañones capturados por el emperador en las batallas. Se trata de un impresionante trofeo, ciertamente. ¡Oh, Jesús!, Tú tienes uno mejor, un trofeo hecho de almas perdonadas, de ojos que lloraron pero cuyas lágrimas han sido enjugadas, de corazones quebrantados que han sido sanados y de almas salvadas que se regocijan perennemente. ¡Pero qué trofeos tiene Cristo que lo hacen glorioso, tanto ahora como en la eternidad; trofeos de corazones vivientes que lo aman; trofeos de espíritus inmortales que encuentran su cielo en contemplar Sus bellezas! Cuáles habrán de ser las glorias de Cristo por siempre cuando ustedes y yo y todos los diez mil millones que Él ha comprado con Su sangre estén en el cielo. ¡Oh!, cuando hayamos estado allí muchos miles de años sentiremos un arrobamiento tan novedoso como cuando llegamos allí, y si nuestros espíritus fuesen enviados en alguna misión de parte de nuestro Señor, y tuviéramos que dejar la cámara de la presencia por un instante, ¡oh!, con qué alas de paloma volaremos de regreso para contemplar Su rostro de nuevo. Cuando todos rodeemos ese trono, ¡qué himnos le cantaré yo, el primero de los pecadores salvado por la sangre! Qué himnos le cantarán ustedes, que han visto sus iniquidades limpiadas y que son salvos hoy. Qué alabanza le darán todas esas multitudes que han sido partícipes de Su gracia. Pero esto tiene que ver más con “hasta el día de la eternidad”. Ahora, ¿qué dicen acerca de que le glorifiquemos ahora? Oh, hermanos y hermanas, ¿se apropian de esta oración esta mañana: “Señor, ayúdame a glorificarte; yo soy pobre, ayúdame a glorificarte, por el contentamiento; yo estoy enfermo, ayúdame a darte honor por la paciencia; yo tengo talentos, ayúdame a ensalzarte gastándolos por Ti; tengo tiempo, Señor, ayúdame a redimirlo, para que te sirva; tengo un corazón que siente, Señor, que ese corazón no sienta ningún amor excepto por Ti, y que no resplandezca con ninguna llama, excepto de afecto por Ti; tengo una cabeza que piensa, Señor, ayúdame a pensar en Ti y para Ti; Tú me has puesto en este mundo por algo, Señor, muéstrame qué sea, y ayúdame a realizar el propósito de mi vida pues deseo verdaderamente decir ‘amén’? Yo no puedo hacer mucho; mi amén es muy débil, pero así como la viuda echó sus dos blancas, que equivalían a un cuadrante, que era todo su sustento, así, Señor, yo pongo mi tiempo y mi eternidad también en tu tesorería; es todo Tuyo; tómalo, y así digo: “Amén” a la doxología apostólica de Pedro.

 

Y ahora, ¿saldrán ustedes a lo largo de este año, hermanos y hermanas míos, y dirán: ‘amén’, a esto? Les ruego que lo hagan. Ustedes que no aman a Cristo, no pueden decir amén. Recuerden que ustedes están bajo la ley. Hay un ‘amén’ para todas las maldiciones para ustedes; no hay ninguno para las bendiciones mientras se encuentren bajo la ley. ¡Oh pobre pecador que estás bajo la ley, que este sea el día cuando tu esclavitud bajo la ley llegue a su fin! “¿Cómo puede ser?”, dices tú. Por la fe en Cristo, respondo. “El que en él cree, no es condenado”. Oh, que puedas creer en Él, y entonces tu gozoso corazón dirá: amén. Entonces dirás: “Yo voy a gritar ‘amén’ más fuerte que todos los santos en el cielo cuando vea que presentan la corona real y que Jesús es reconocido como Señor de todo”. Que el Señor conceda que este año sea el mejor año que esta iglesia haya tenido jamás. Este año concluye ocho años de mi ministerio entre ustedes, y siete años de sermones impresos que han salido a la luz pública. Cuánta bendición ha causado Dios que pase a través de nuestra mente, y cuánto le ha agradado reconocer Su Palabra, no podríamos medirlo plenamente. Pero sabemos que Él ha estado con nosotros en hechos y en verdad. Ahora que comenzamos este año, que el Señor haga que todo el pasado parezca como nada comparado con lo que ha de venir. Yo los bendigo, hermanos y hermanas míos, en el nombre del Señor, y comenzando este año, pido otra vez señales renovadas de su afecto mediante una renovación de sus oraciones; y de mi parte, yo sólo pido que a lo largo de este año, y en tanto que viva, esté dando mi amén a esta doxología: “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”.   

 

 Traductor: Allan Román

3/Enero/2013

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