El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Las Primeras
Palabras de Dios al Primer Pecador
NO.
412
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Génesis 3:
9
Será interesante que los
miembros de esta Iglesia sepan que fue por medio de un sermón predicado por el
señor William Wallis que tenía como base este mismo texto, que mi honorable y
venerable predecesor, el doctor Gill, fue convertido a un conocimiento de la
verdad que está en Jesús. Yo revisé el comentario de Gill sobre este pasaje con
algún grado de curiosidad. Tenía la esperanza de encontrar allí alguna alusión
a su propia conversión, pero no la encontré, aunque fui edificado por su
exposición clara y metódica sobre el pasaje. Estoy en deuda con ese comentario
por darme la idea del presente discurso. Espero que haya hoy al menos uno aquí
presente -ya que este texto fue el instrumento en la mano de Dios para equipar
a
Y si bien el texto
enseña manifiestamente la enajenación del corazón humano con respecto a Dios de
tal manera que el hombre esquiva a su Hacedor y no desea comunión con Él,
revela también la locura que el
pecado ha causado. El pecado convirtió al hombre en un necio. Él fue sabio una
vez, a imagen de Dios; ahora, desde que el rastro de la serpiente ha pasado
sobre su naturaleza, se ha vuelto un necio consumado, pues ¿no es un necio
aquel que quiere cubrir la desnudez del pecado con hojas de higuera? ¿No está
loco aquel que quiere esconderse del omnisciente Jehová debajo de las frondosas
ramas de los árboles? ¿No sabía Adán que Dios llena todo el espacio y mora en
todas partes, y que desde el más alto cielo al más profundo infierno no hay
nada que se oculte a Su entendimiento? Y, con todo, es tan ignorante y estúpido
que espera escapar de Dios y convertir a los árboles del huerto en un refugio
que le proteja de los ojos de fuego de la ira divina. ¡Ah, cuán necios somos! ¡Cómo
repetimos cada día la locura de nuestro primer padre cuando buscamos ocultar de
la conciencia al pecado, y luego pensamos que está escondido de Dios cuando
tenemos más miedo de la mirada del hombre que de los escrutinios del Eterno,
cuando debido a que el pecado es secreto y no se ha atrincherado en las leyes y
costumbres de la sociedad no tenemos conciencia de él, sino que nos retiramos a
nuestros lechos con la marca negra todavía sobre nosotros, estando satisfechos
porque como el hombre no lo ve, entonces Dios no lo percibe. Oh pecado, tú has
hecho que el hombre haga la pregunta: “¿Y a dónde huiré de tu presencia?”, y le
has hecho olvidar que si asciende al cielo, Dios está allá; que si hace su cama
en el infierno, Dios está allí, y si dijere: “Ciertamente las tinieblas me
encubrirán”, aun la noche será luz en derredor suyo.
Pero ahora el Señor
mismo viene a Adán y noten cómo llega. Llega caminando. No tenía ninguna prisa por herir al ofensor; no voló en alas
del viento ni se apresuró con Su espada de fuego desenvainada, sino que se paseaba en el huerto. “Al aire del día”, no al filo de la
medianoche, cuando las penumbras naturales de las tinieblas pudieran haber
incrementado los terrores del criminal; no al calor del día, para que no
imaginara que Dios llegó en el calor de la pasión; no temprano en la mañana,
como si tuviera prisa de matar, sino al cierre del día pues Dios es magnánimo,
tardo para la ira y grande en misericordia; llegó al aire de la tarde, cuando
el sol se estaba poniendo en el último día de gloria del Edén, cuando los
rocíos comenzaban a llorar por la miseria del hombre, cuando los suaves vientos
con aliento de misericordia soplaban sobre la febril mejilla del miedo; llegó cuando
la tierra estaba callada para que el hombre pudiera meditar y cuando el cielo
estaba encendiendo sus lámparas nocturnas para que el hombre pudiera tener
esperanza en la oscuridad; entonces, y sólo hasta entonces, salió el ofendido
Padre. Adán huye y busca evitar a ese mismo Dios con quien se había reunido
confiadamente antes y con quien tenía la más dulce comunión, hablando con Él
como un hombre habla con su amigo. Y ahora oigan la voz de Dios cuando llama:
“Adán, ¿dónde estás tú?” ¡Oh!, había dos verdades en esa corta frase. Mostraba
que Adán estaba perdido, pues de otra
manera Dios no hubiera tenido que preguntarle dónde estaba. Mientras no hayamos
perdido algo no necesitamos preguntar nada con respecto a eso; pero cuando Dios
dijo: “Adán, ¿dónde estás tú?”, era la voz de un pastor preguntando por su
oveja perdida; o mejor aún, era el grito de un amoroso padre preguntándole a su
hijo que ha huido de él: “¿dónde estás tú?” Sólo son tres palabras pero
contienen la terrible doctrina de nuestro estado perdido. Cuando Dios pregunta: “¿Dónde estás tú?”, el
hombre tiene que estar perdido. Cuando Dios mismo pregunta dónde está él, el
hombre tiene que estar perdido en un sentido más espantoso del que ustedes y yo
hayamos conocido plenamente hasta ahora. Pero por otra parte allí también había misericordia pues mostraba que
Dios tenía la intención de tener misericordia del hombre, pues de lo contrario
habría dejado que permaneciera perdido y no habría preguntado: “¿Dónde estás
tú?” Los hombres no preguntan por aquello que no valoran. Pienso que había un
sermón evangélico en esas tres divinas palabras cuando penetraron en los densos
parajes de la espesura y llegaron a los zumbantes oídos de los fugitivos:
“¿Dónde estás tú?” Tu Dios no está dispuesto a perderte. Él ha venido para buscarte,
así como tiene la intención de venir pronto en la persona de Su Hijo, no sólo
para buscar sino para salvar lo que ahora está perdido. “¿Dónde estás tú,
Adán?” Oh, si Dios hubiera tenido la intención de destruir a la raza habría
lanzado su rayo de inmediato y habría quemado los árboles y dejado que las
cenizas del pecador permanecieran bajo Su airada mirada. Se habría apresurado
en el torbellino y en la tormenta, y cortando los cedros y los granados de raíz
habría dicho: “¡Aquí estás tú, rebelde; traidor, toma lo que mereces! Que el
infierno se abra delante de ti y te engulla para siempre”. Pero no, Él ama al
hombre; la criatura le preocupa y por lo tanto pregunta ahora en tonos
tranquilos dónde está: “Adán, ¿dónde estás tú, dónde estás tú?”
La pregunta que el Señor
le hizo a Adán puede ser usada de cinco maneras diferentes. No estamos seguros
de cuál sea el sentido que el Señor quería darle –tal vez todos ellos- pues
siempre hay en la expresión del Ser Divino una gran profundidad que se oculta
abajo. Nuestras palabras, si dan un solo sentido, logran su objetivo; pero el
Señor sabe cómo hablar de manera que enseña muchas verdades en pocas palabras.
Nosotros damos poco en mucho. Dios da mucho en poco. Muchas palabras y poco
sentido: esta es con demasiada frecuencia la regla del lenguaje del hombre.
Pocas palabras y mucho significado: esta es la regla con Dios. Nosotros damos
una lámina de oro batido; Dios da lingotes de oro cuando habla. Nosotros sólo
usamos las limaduras de las joyas; Dios deja caer perlas de Sus labios cada vez
que nos habla; y tal vez tampoco sepamos ni siquiera en la eternidad cuán
divinas son las palabras de Dios, cuánto se asemejan a Él, cuán sobremanera
amplias, cuán infinitas.
I. Creemos
que la pregunta de Dios estaba dirigida en el SENTIDO DE DESPERTAR: “Adán,
¿dónde estás tú?” El pecado embrutece a la conciencia y droga a la mente al
punto de que después del pecado el hombre no es capaz de entender su peligro
como lo habría entendido antes. El pecado es un veneno que mata a la conciencia
indoloramente, por mortificación. Los hombres mueren por el pecado como mueren
las personas cuando se congelan sobre los Alpes: mueren en un sueño; duermen y
duermen y duermen y siguen durmiendo hasta que la muerte cierra la escena y
entonces se despiertan en los tormentos del infierno. Una de las primeras obras
de la gracia en un hombre es hacer a un lado este sueño, es despertarlo de su
letargo y hacer que abra sus ojos y descubra su peligro. Una de las primeras
acciones del buen médico es infundir sensibilidad en nuestra carne. Se ha
quedado fría y muerta y mortificada; él le infunde vida y entonces hay dolor,
pero ese mismo dolor tiene un efecto saludable en nosotros. Ahora bien, yo
pienso que esta pregunta del Señor tenía la intención de poner a pensar a Adán.
“¿Dónde estás tú?” Él había percibido en algún grado a qué estado lo había
conducido su pecado, pero esta pregunta tenía la intención de agitar las
profundidades de su espíritu y despertarlo a un gran sentido de peligro para
hacer que se esforzara por escapar de la ira venidera. “Adán, ¿dónde estás
tú?”. Mírate ahora, desnudo, siendo un extraño para con tu Dios, temiendo la
presencia de tu Hacedor, miserable, arruinado. “Adán, ¿dónde estás tú?” Con un
corazón empedernido, con una voluntad rebelde, has caído, caído, caído de tu
excelso estado. “Adán, ¿dónde estás tú?” ¡Perdido! Perdido para tu Dios,
perdido para la felicidad, perdido para la paz, perdido en el tiempo y perdido
en la eternidad. Pecador, “¿dónde estás
tú?” ¡Oh, que por las denodadas palabras que voy a expresar ahora pudiera
motivar a algún pecador duro y despreocupado a que responda la pregunta por sí
mismo! Amigo, ¿dónde estás tú? ¿Dónde estás tú esta mañana? ¿Te lo digo? Estás
en una condición en la que tu propia conciencia te condena. ¡Cuántos hay que no
se han arrepentido nunca del pecado, que no han creído nunca en Cristo! Yo te
pregunto: ¿está tranquila tu conciencia? ¿Está siempre tranquila? ¿No hay
algunos momentos cuando se hará oír la voz tronadora? ¿No hay tiempos cuando el
atalaya enciende una lámpara y escudriña las partes secretas de tu alma y
descubre tu iniquidad? ¿Dónde estás tú, entonces?, pues la conciencia es para
Dios lo que el anzuelo es para el pescador. Conciencia, como el anzuelo de Dios,
está hoy en tus mandíbulas y sólo tiene que recoger el hilo y estarás en el
fuego consumidor. Si bien la conciencia hace que te duelas, la justicia será
mucho más severa contigo que tu pobre e imperfecta conciencia. Si tu corazón te
condena, Dios es más grande que tu corazón y sabe todas las cosas. ¡Tu
conciencia te dice que estás mal; oh, entonces, cuán mal debes estar!
Pero amigo, ¿no sabes
que tú eres un extraño para tu Dios? Muchos de ustedes raramente piensan en Él.
Pueden pasar días y semanas sin una mención de Su nombre, excepto, tal vez, en
algún lenguaje trivial o en un juramento. No puedes vivir sin un amigo, pero
puedes vivir sin tu Dios. Comes, bebes, estás satisfecho; el mundo te basta;
sus placeres fugaces satisfacen tu espíritu. Si vieras a Dios aquí, huirías de
Él; tú eres Su enemigo. ¡Oh!, ¿es esta la situación correcta para una criatura?
Que llegue a ti la pregunta: “¿Dónde estás tú?” ¿Acaso no debe de estar en una
posición deplorable esa criatura que tiene miedo de su Creador? Tú fuiste
creado para glorificarle; fuiste hecho para que te regocijaras en Su presencia
y para deleitarte en Su benevolencia, pero parece que no te gusta el propio
alimento que está destinado a sustentarte. ¡Debes de estar enfermo; ciertamente
debes de estar enfermo! “¿Dónde estás tú?” Recuerda que el Dios Todopoderoso
está airado contigo. Sus mandamientos, como tantas armas cargadas de pólvora hasta
el propio cañón, están todas apuntando contra ti esta mañana y sólo se necesita
el dedo en alto del Ser Divino, y pronto te destruirán y te destrozarán. ¿Estaría
cómodo un hombre con su cuello sobre el bloque de la de decapitación y el hacha
brillando sobre su cabeza? Ese es tu caso hoy. Tú estás en la posición del
cortesano en la fiesta de Dionisio, con la espada sobre tu cabeza que está
sostenida por un solo cabello. ¡¡Ya condenado!! “Dios está airado contra el
impío todos los días”. “Si no se arrepiente, él afilará su espada; armado tiene
ya su arco, y lo ha preparado”. ¿Dónde estás tú, hombre? ¡Oh Dios, ayuda al
hombre para que vea dónde está! Abre sus ojos; que la pregunta lo asuste. Que
se sobresalte en su sueño, sí, que se despierte y descubra dónde está: ¡siendo
aborrecible para Tu ira y siendo el objeto de Tu ardiente disgusto!
“¿Dónde estás tú?” Tu
vida es frágil; nada puede ser más débil. El hilo de una telaraña es un sólido
cable comparado con el hilo de tu vida. Los sueños son obras sustanciales de
estructuras de piedra comparados con la burbuja que constituye tu ser. Tú estás
aquí y te vas. Tú estás sentado aquí hoy; antes de que pase otra semana podrías
estar aullando en otro mundo. Oh, ¿dónde estás tú, hombre? ¡Permaneces sin ser
perdonado, y sin embargo, eres un hombre moribundo! ¡Condenado, y sin embargo
vas despreocupadamente hacia la destrucción! ¡Cubierto de pecado, y sin embargo,
te apresuras hacia el terrible tribunal de tu Juez! ¡Perdido aquí, pero volando
aprisa: cada momento te lleva sobre alas de águila al lugar donde estarás
perdido eternamente! ¡Cuán difícil es que seamos conducidos a conocernos a
nosotros mismos! En otros asuntos, si un hombre estuviera un poco enfermo
buscaría a su doctor y sabría cuál es su condición; pero aquí un hombre dice:
“Paz, paz, deja que las cosas sigan como están”. Si tenemos miedo de que nuestras
propiedades personales estén en algún peligro experimentamos noches ansiosas y
días fatigosos; ¡oh, pero con nuestras almas, con nuestras pobres, pobres almas,
jugamos con ellas como si fueran fichas sin valor o trozos de platos que un
niño podría recoger en las calles y tirar lejos! ¡Pecador! ¡Pecador! ¡Pecador!,
¿es tu alma una chuchería tan pobre que puedes darte el lujo de perderla porque
no vas a interrumpir tu descanso ni a detener tus sueños placenteros? Oh, si el
corazón de un hermano puede conmover tu corazón y si la voz de un hermano puede
despertar tus ojos dormidos, yo te diría: “¿Qué tienes, dormilón? ¡Levántate, y
clama a tu Dios! ¡Despierta! ¿Por qué duermes? Despierta para responder a la
pregunta: ‘¿Dónde estás tú?’ ¡Perdido, arruinado, acabado! Oh pecador, ¿dónde
estás tú?”
II. Ahora,
en segundo lugar, la pregunta tenía la intención de CONVENCER DE PECADO y de conducir
a una confesión. Si el corazón de Adán hubiera estado en el estado correcto,
habría hecho una plena confesión de su pecaminosidad. “¿Dónde estás tú?” Oigamos
la voz de Dios diciéndonos eso a nosotros si estamos hoy sin Dios y sin Cristo.
“¿Dónde estás tú, Adán?” Yo te hice a mi propia imagen, te hice un poco menor
que los ángeles; te hice para que tuvieses dominio sobre las obras de mis
manos; sujeté todo bajo tus pies: las aves del cielo y los peces del mar, y
todo cuanto pasa por las profundidades del mar. Te di todo este huerto de
deleites para que fuese tu hogar. Te honré con mi presencia, pensé en tu
bienestar y me anticipé a todos tus deseos. La luna no te hacía daño en la
noche; el sol no te hería de día. Moderé los vientos por ti; vestí los árboles
de fruto para que te sirviese de alimento. Hice que todas las cosas ministraran
a tu felicidad. ¿Dónde estás tú? Sólo te pedí esa pequeña cosa: que no tocaras
un árbol que yo había reservado para mí. ¿Dónde estás tú? ¿Estás en el lugar de
un ladrón, de un rebelde, de un traidor? ¿Has pecado? Oh Adán, ¿dónde estás
tú?”
Y ahora, pecador, óyeme.
“¿Dónde estás tú?” A muchos de ustedes el Señor podría decirles: “Te di una
madre piadosa que lloraba por ti en tu niñez. Te di un padre santo que anhelaba
tu conversión. Te di los dones de
Así, lean de nuevo la
pregunta: “¿Dónde estás tú?” La serpiente dijo que deberías ser un dios. Pensaste
que llegarías a ser sobremanera glorioso. ¿Es así, Adán? ¿Es así? ¿Dónde está
tu alardeado conocimiento? ¿Dónde están los honores? ¿Dónde están los vastos
logros que la rebelión te traería? En vez de las ropas de los ángeles, estás
desnudo; en vez de la gloria, tienes vergüenza; en vez de un ascenso, tienes
ignominia. Adán, ¿dónde estás tú? Y pecador, ¿dónde estás tú? El pecado te dijo: te voy a dar placer y lo has tenido, pero
¿qué hay del dolor que siguió al placer? El pecado te dio la copa llena de vino
mezclado; pero ¿qué hay de lo amoratado de los ojos y del dolor? El pecado te
dijo: “te voy a hacer grande”; pero ¿qué ha hecho por ti? Borracho, ¿qué ha hecho
por ti? Te ha dado andrajos y pobreza. Adúltero, fornicador, ¿qué ha hecho por
ti? Llenó tu carne de lepra y tu alma de agonía. ¡Ladrón! ¡Tramposo! ¿Qué ha
hecho por ti? Te ha deshonrado y te ha marcado con un hierro candente ante los
ojos de los hombres. ¡Pecador en secreto! ¡Pecador afable! ¿Qué ha hecho por
ti? Amargó tus dulzuras y envenenó todos tus gozos. ¿Dónde estás tú; dónde
estás tú? En cada caso el pecado ha sido un mentiroso, y sin excepción, la
rebelión, si bien no ha traído todavía lo que se merece, lo hará, y de sus
caminos serán hastiados los pecadores.
Y luego, para agregar a
la convicción, el Señor le pregunta a Adán: “¿Dónde estás tú?”, como si le
preguntara: “¿Cómo llegaste allí?”. Adán, tú llegaste allí por ti mismo. Si
hubieses actuado rectamente, Eva no te habría derribado. Eva, no era la
serpiente la principal culpable; si tú no la hubieras escuchado, si hubieses
sido sorda a sus insinuaciones, podría haber tentado durante largo tiempo sin
éxito. Y así hoy Dios le pregunta al pecador: “¿Dónde estás tú?” Tú estás
adonde tú mismo te has llevado. Haber pecado es tu propia culpa y de nadie más,
sino tuya. Oh, es difícil hacer ver a un pecador que el pecado es algo que le
pertenece. Es lo único que tenemos. Sólo hay una cosa que nosotros creamos y es
el pecado, y es propiedad nuestra. Si yo permito cualquier cosa que sea mala,
debo confesarla como un hijo que ha surgido de mis propias entrañas, como algo
que tiene su origen en mí mismo. Si hablamos de la caída, los hombres arrojan
su pecado sobre el padre Adán. Hablan de la depravación de la naturaleza y
luego piensan que deben ser excusados como si la depravación de la naturaleza
no demostrara que el hombre es desesperadamente malo, como si no aceptaran que
el pecado es esencialmente algo propio del hombre, que lo tiene en sus propios
huesos y que es su propia sangre. Si somos pecadores no hay ninguna excusa para
nosotros de ningún tipo, y si vivimos y morimos siéndolo, la culpa yacerá a
nuestra propia puerta y no en ninguna otra parte. “Adán, ¿dónde estás tú?” Tú
estás donde te has colocado voluntariamente y donde permaneces voluntariamente
en el mismo estado desesperado de rebelión contra Dios y de enajenación de Él.
Quiera Dios que haya
algo que no sólo despierte al pecador esta mañana, sino que obre convicción en
él. Es más fácil hacer que un hombre se sobresalte en su sueño que hacer que se
levante y queme el despreciable lecho en el cual dormitaba, y esto es lo que el
pecador tiene que hacer, y lo que hará si Dios está obrando en él. Se despertará
y se descubrirá perdido; la convicción le dará la conciencia de que se ha
destruido a sí mismo y entonces odiará los pecados que antes amaba, huirá de
sus falsos refugios, abandonará sus goces y buscará encontrar una salvación
permanente en el único lugar donde puede encontrarse: en la sangre de Cristo.
III. Esto
me lleva a la tercera manera en que podemos considerar la pregunta del texto.
El Señor Dios llamó a Adán, y le dijo: “¿Dónde estás tú?” Podemos considerar
este texto como
Algunos se han
aventurado incluso a traducir el texto hebreo así: “¡Ay de ti, ay de ti!” Es
como si Dios expresara las palabras del profeta: “¿Cómo podré abandonarte…? ¿Te
entregaré yo…? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi
corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión. ¿Dónde estás tú
ahora, mi pobre Adán? Tú hablabas conmigo, pero ahora has huido de Mí. Fuiste
feliz una vez, ¿cómo estás ahora? Desnudo y pobre y miserable. Una vez fuiste
glorioso a imagen Mía, inmortal, bendito, ¿dónde estás ahora, pobre Adán? Mi
imagen ha quedado desfigurada en ti, el rostro de tu propio Padre ha sido
retirado, y tú te has hecho terrenal, sensual, diabólico. ¿Dónde estás ahora,
pobre Adán?” Oh, es maravilloso pensar cómo sintió el Señor por el pobre Adán. Todos
los teólogos dan por sentado que Dios no puede sentir ni sufrir. No hay tal
cosa en
Y ahora, ¿hay aquí esta
mañana algún alma en quien la primera parte del texto ha tenido algún efecto? ¿Sientes
que estás perdido y disciernes que esta condición de perdición es el resultado
de tu propia y terca necedad? ¿Te lamentas tú mismo? Ah, entonces Dios lamenta
por ti. Él está mirándote desde lo alto y está diciendo: “Ah, pobre borracho,
¿por qué te aferras a tus copas? ¡A qué miseria te han llevado!” Él te está
diciendo a ti que lloras ahora por tu pecado: “¡Ah, pobre hijo, qué dolor
sufres por tu propia terca necedad!” Se conmueven las entrañas de un padre. Él
anhela estrechar a su Efraín contra su pecho. No pienses, pecador, que Dios
tiene un corazón de piedra. Tú tienes
un corazón de piedra, pero Dios no. No pienses que Él es lento para conmoverse:
tú eres lento para conmoverte, Él no lo es; la dureza está en ti mismo.
Si estás en estrechez en cualquier parte, es en tus propias entrañas, no en Él.
¡Alma, alma convicta de pecado! Dios te ama, y para demostrar cómo te ama, en
la persona de Su Hijo llora por ti y clama: “¡Oh, si también tú conocieses, a
lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de
tus ojos”. Oigo que te dice: “¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Cuántas veces quise
juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y
no quisiste!” ¡Yo les ruego que esta lúgubre voz de lamento del Eterno Dios
llegue a sus oídos y los mueva al arrepentimiento! “Vivo yo, dice Jehová el
Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su
camino, y que viva”. ¡Oh!, ¿se siente tu corazón a punto de estallar debido a
tu pecado y a la miseria en la que te ha sumido? Di, pobre pecador: “Me
levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti. Yo no soy digno de ser llamado tu hijo”. Él te ve a ti, pecador;
cuando todavía te encuentras a una gran distancia, ¡Él te ve: aquí vemos ojos de misericordia! ¡Él corre: aquí
vemos pies de misericordia! ¡Él te
abraza: aquí vemos brazos de
misericordia! ¡Él te besa: aquí vemos labios
de misericordia! ¡Les dice: “Quítenle los harapos”; aquí hay palabras de misericordia! ¡Él te viste:
aquí hay actos de misericordia!
¡Prodigios de misericordia: todo es misericordia! Oh, si supieras qué recepción
les da a los pecadores un Dios de misericordia, no te demorarías en ir. Como
dice John Bunyan, cuando el sitiador hace ondear la bandera negra, entonces los
que están dentro de los muros dicen que pelearán; pero cuando ondea la bandera
blanca y les dice que si abren las puertas tendrá misericordia de ellos, es
más, que dará un fuero a su ciudad, entonces Bunyan declara que ellos dicen:
“abran las puertas de par en par”, y vienen tropezándose sobre los muros en la disposición
de sus corazones. ¡Alma, no dejes que Satanás te engañe diciéndote que Dios es
duro, poco amable y que no está dispuesto a perdonar! ¡Pruébalo, pruébalo tal
como tú estás: negro, inmundo, autocondenado!; y si necesitas algo que te
motive a probarlo, escucha de nuevo el llanto lastimero al tiempo que resuena a
través de los árboles del Edén: “Adán, pobre Adán, mi propia criatura, ¿dónde,
dónde estás tú?”
IV. Pero
ahora, para contar con el tiempo suficiente, debo referirme a un cuarto
propósito que sin duda tenía este versículo. Es una voz despertadora, una voz que
produce convicción, una voz de lamento, pero en cuarto lugar, es una VOZ
BUSCADORA. “Adán, ¿dónde estás tú?” He venido para encontrarte en donde quiera
que estés. Voy a buscarte hasta que los ojos de mi piedad te vean, voy a
seguirte hasta que la mano de mi misericordia te alcance; voy a sostenerte
todavía hasta llevarte de regreso conmigo y reconciliarte con mi corazón.
Además, si han sido
capaces de seguirme a lo largo de las tres partes del discurso, puedo hablarles
confiadamente. Si han sido despertados, si han sido convictos, si tienen
algunos anhelos de Dios, entonces el Señor ha salido a buscarlos y a buscarlos
esta mañana. Qué pensamiento es este, que cuando Dios llega para buscar a Sus
escogidos Él sabe dónde están y nunca se le pierden; y aunque se hubieran
descarriado lo más lejos posible, con todo, no es demasiado lejos para Él. Si
hubieran llegado hasta las puertas del infierno y las puertas estuviesen medio
abiertas para recibirlos, el Señor los encontraría aun allí. Si hubieran pecado
de tal manera que se hubieran rendido y todo cristiano viviente los hubiera
considerado perdidos también, si Satanás ya hubiera contado con ellos y se
hubiera preparado para recibirlos, con todo, cuando Dios llega para buscarlos,
los encontrará, y se quedará con ellos después de todo. Pecadores que perecen,
ustedes que están perdidos, oigan la voz de Dios que les habla. “¿Dónde estás tú?”,
pues he venido para buscarte. “Señor, yo estoy en un lugar tal que no puedo
hacer nada por mí mismo”. “Entonces yo he venido para buscarte y hacer todo por
ti”. “Señor, me encuentro en un lugar tal que la ley me amenaza y la justicia
me frunce el ceño”. “He venido para responder a las amenazas de la ley y para
soportar toda la ira de la justicia”. “Pero, Señor, estoy en un lugar tal que
no puedo arrepentirme como quisiera”. “Yo he venido a buscarte y soy exaltado
en lo alto al otorgar el arrepentimiento y la remisión de los pecados”. “Pero,
Señor, yo no puedo creer en Ti, no puedo creer como quisiera”. “No quebraré la
caña cascada, ni apagaré el pábilo que humeare; he venido para darte fe”. “Pero
Señor, me encuentro en tal estado que mis oraciones no pueden ser aceptables
jamás”. “He venido para orar por ti y luego para concederte tus deseos”. “Pero
Señor, Tú no sabes cuán desgraciado soy”. “Sí, yo te conozco. Si te hice la
pregunta: ‘¿dónde estás tú?’, era para que tú
supieras dónde estás, pues Yo lo sabía
muy bien”. “Pero, Señor, yo he sido el peor de los pecadores; nadie puede haber
agravado su culpa como yo le hecho”. “Sin importar dónde pudieras estar, yo he
venido para salvarte”. “Pero yo soy un desterrado de la sociedad”. “Yo he
venido para reunir a todos los desterrados de Israel”. “Oh, pero yo he pecado
más allá de toda esperanza”. “Sí, pero yo he venido para dar esperanza a
pecadores desesperados”. “Sí, pero por otra parte yo merezco estar perdido”.
“Sí, pero yo he venido para magnificar la ley y para hacerla honorable, y darte
así tus merecimientos en la persona de Cristo, y darte mi misericordia por causa de Sus
méritos. No hay aquí ningún pecador consciente de su condición perdida que
esté en una posición de la que no pueda ser sacado. Voy a concebir lo peor de
todo lo peor, lo más vil de todo lo vil; vamos a traer a aquellos que han
seguido cursos de especialización en la sinagoga del diablo y que se han
convertido en maestros de iniquidad; pero aun así, con solo que con el ojo
lloroso miren las heridas de Aquel que derramó Su sangre por los pecadores, él
puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios.
¡Oh!, no puedo predicar
esta mañana como querría hacerlo, ni tal vez tampoco ustedes puedan oír como
desearían; pero que el Señor hable donde yo no puedo y que le diga a algún
pecador desesperado aquí presente: “Alma, mi hora ha llegado; voy a rescatarte
del horrible pozo y voy a sacarte del lodo cenagoso, y en este día y en esta
precisa hora voy a poner tus pies sobre una roca, voy a poner un cántico nuevo
en tu boca y voy a afirmar tus salidas”. Bendito, bendito sea el nombre del
Altísimo, si ese fuera el caso.
V. Y
ahora, por último, nos sentimos seguros de que este texto puede ser usado y
tiene que ser usado, en otro sentido. Para quienes rechazan el texto como una
voz que despierta y produce convicción, para aquellos que lo desprecian como la
voz de la misericordia lamentando por ellos o como la voz de la benevolencia
buscándolos, viene de otra manera; es la voz de
Nota del traductor:
John Gill (23 de
Noviembre, 1697 – 14 de Octubre, 1771) fue un pastor bautista inglés, un
erudito bíblico y un firme creyente calvinista. A los doce años de edad Gill
oyó un sermón predicado por su pastor, William Wallis, sobre el texto de
Génesis 3: 9. El mensaje impactó a Gill y
eventualmente le condujo a su conversión. No fue sino siete años después que el
joven John hizo una profesión pública cuando tenía casi diecinueve años de
edad. Su pastorado como predecesor de Spurgeon duró 51 años.
Traductor: Allan Román
7/Agosto/2014
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