El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Las Primeras Palabras de Dios al Primer Pecador

NO. 412

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 6 DE OCTUBRE DE 1861

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Génesis 3: 9

 

Será interesante que los miembros de esta Iglesia sepan que fue por medio de un sermón predicado por el señor William Wallis que tenía como base este mismo texto, que mi honorable y venerable predecesor, el doctor Gill, fue convertido a un conocimiento de la verdad que está en Jesús. Yo revisé el comentario de Gill sobre este pasaje con algún grado de curiosidad. Tenía la esperanza de encontrar allí alguna alusión a su propia conversión, pero no la encontré, aunque fui edificado por su exposición clara y metódica sobre el pasaje. Estoy en deuda con ese comentario por darme la idea del presente discurso. Espero que haya hoy al menos uno aquí presente -ya que este texto fue el instrumento en la mano de Dios para equipar a la Iglesia de Cristo con un varón que defendió valientemente la verdad de Dios y que fue un instrumento para exponer las doctrinas de la gracia con gran claridad- que como John Gill, oiga la palabra con poder y la reciba en su influencia vivificadora en el interior de su alma. Es más, oremos pidiendo que no sólo uno sino muchos oigan la pregunta de Dios al tiempo que resuena a través de la multitud, y que al llegar al oído llegue también al corazón y algunos sean llevados ante Dios en respuesta a la pregunta “¿Dónde estás tú?”, y que reciban la seguridad del perdón y prosigan su camino en paz. Al exponer este texto no es necesario en absoluto detenernos en las circunstancias que condujeron a la pregunta. El hombre había pecado contra Dios. Observen la enajenación de corazón que el pecado provoca en el pecador. Adán debió haber buscado a su Hacedor. Debió haber atravesado el huerto clamando a su Dios: “Dios mío, Dios mío, he pecado contra ti. ¿Dónde estás Tú? Tu criatura humillada cae a Tus pies e implora misericordia de Tus manos. Padre mío, Tú me has colocado en este hermoso Paraíso; perversa e intencionalmente yo he comido del fruto del cual Tú dijiste que no debería comer, puesto que el día que de él comiere ciertamente moriría. He aquí, Padre mío, yo me someto al castigo. Yo confieso Tu justicia e imploro Tu misericordia, si es que se le puede mostrar misericordia a alguien como yo”. Pero en vez de eso, Adán huye de Dios. El pecador no viene a Dios. Dios viene a él. Nunca es, “Dios mío, ¿dónde estás Tú?”, sino que el primer clamor es la voz de la gracia: “Pecador, ¿dónde estás tú? Dios viene al hombre; el hombre no busca a su Dios. A pesar de todas las doctrinas que el altivo libre albedrío ha fabricado no se ha encontrado jamás, desde el día de Adán hasta ahora, un solo ejemplo en el que el pecador buscara primero a su Dios. Dios tiene que buscarlo primero. La oveja se descarría por sí sola pero nunca regresa sola a su redil a menos que el grandioso Pastor la busque. Errar es humano; arrepentirse es divino. El hombre puede cometer la iniquidad, pero incluso que llegue a saber que es una iniquidad y a sentir su culpa es un don de la gracia de Dios. Nosotros no tenemos nada y no somos nada que no sea vil. Todo lo que se asemeja a lo Divino, todo lo que aspira a la justicia y a la verdadera santidad, procede del Altísimo.

 

Y si bien el texto enseña manifiestamente la enajenación del corazón humano con respecto a Dios de tal manera que el hombre esquiva a su Hacedor y no desea comunión con Él, revela también la locura que el pecado ha causado. El pecado convirtió al hombre en un necio. Él fue sabio una vez, a imagen de Dios; ahora, desde que el rastro de la serpiente ha pasado sobre su naturaleza, se ha vuelto un necio consumado, pues ¿no es un necio aquel que quiere cubrir la desnudez del pecado con hojas de higuera? ¿No está loco aquel que quiere esconderse del omnisciente Jehová debajo de las frondosas ramas de los árboles? ¿No sabía Adán que Dios llena todo el espacio y mora en todas partes, y que desde el más alto cielo al más profundo infierno no hay nada que se oculte a Su entendimiento? Y, con todo, es tan ignorante y estúpido que espera escapar de Dios y convertir a los árboles del huerto en un refugio que le proteja de los ojos de fuego de la ira divina. ¡Ah, cuán necios somos! ¡Cómo repetimos cada día la locura de nuestro primer padre cuando buscamos ocultar de la conciencia al pecado, y luego pensamos que está escondido de Dios cuando tenemos más miedo de la mirada del hombre que de los escrutinios del Eterno, cuando debido a que el pecado es secreto y no se ha atrincherado en las leyes y costumbres de la sociedad no tenemos conciencia de él, sino que nos retiramos a nuestros lechos con la marca negra todavía sobre nosotros, estando satisfechos porque como el hombre no lo ve, entonces Dios no lo percibe. Oh pecado, tú has hecho que el hombre haga la pregunta: “¿Y a dónde huiré de tu presencia?”, y le has hecho olvidar que si asciende al cielo, Dios está allá; que si hace su cama en el infierno, Dios está allí, y si dijere: “Ciertamente las tinieblas me encubrirán”, aun la noche será luz en derredor suyo.

 

Pero ahora el Señor mismo viene a Adán y noten cómo llega. Llega caminando. No tenía ninguna prisa por herir al ofensor; no voló en alas del viento ni se apresuró con Su espada de fuego desenvainada, sino que se paseaba en el huerto. “Al aire del día”, no al filo de la medianoche, cuando las penumbras naturales de las tinieblas pudieran haber incrementado los terrores del criminal; no al calor del día, para que no imaginara que Dios llegó en el calor de la pasión; no temprano en la mañana, como si tuviera prisa de matar, sino al cierre del día pues Dios es magnánimo, tardo para la ira y grande en misericordia; llegó al aire de la tarde, cuando el sol se estaba poniendo en el último día de gloria del Edén, cuando los rocíos comenzaban a llorar por la miseria del hombre, cuando los suaves vientos con aliento de misericordia soplaban sobre la febril mejilla del miedo; llegó cuando la tierra estaba callada para que el hombre pudiera meditar y cuando el cielo estaba encendiendo sus lámparas nocturnas para que el hombre pudiera tener esperanza en la oscuridad; entonces, y sólo hasta entonces, salió el ofendido Padre. Adán huye y busca evitar a ese mismo Dios con quien se había reunido confiadamente antes y con quien tenía la más dulce comunión, hablando con Él como un hombre habla con su amigo. Y ahora oigan la voz de Dios cuando llama: “Adán, ¿dónde estás tú?” ¡Oh!, había dos verdades en esa corta frase. Mostraba que Adán estaba perdido, pues de otra manera Dios no hubiera tenido que preguntarle dónde estaba. Mientras no hayamos perdido algo no necesitamos preguntar nada con respecto a eso; pero cuando Dios dijo: “Adán, ¿dónde estás tú?”, era la voz de un pastor preguntando por su oveja perdida; o mejor aún, era el grito de un amoroso padre preguntándole a su hijo que ha huido de él: “¿dónde estás tú?” Sólo son tres palabras pero contienen la terrible doctrina de nuestro estado perdido. Cuando Dios pregunta: “¿Dónde estás tú?”, el hombre tiene que estar perdido. Cuando Dios mismo pregunta dónde está él, el hombre tiene que estar perdido en un sentido más espantoso del que ustedes y yo hayamos conocido plenamente hasta ahora. Pero por otra parte allí también había misericordia pues mostraba que Dios tenía la intención de tener misericordia del hombre, pues de lo contrario habría dejado que permaneciera perdido y no habría preguntado: “¿Dónde estás tú?” Los hombres no preguntan por aquello que no valoran. Pienso que había un sermón evangélico en esas tres divinas palabras cuando penetraron en los densos parajes de la espesura y llegaron a los zumbantes oídos de los fugitivos: “¿Dónde estás tú?” Tu Dios no está dispuesto a perderte. Él ha venido para buscarte, así como tiene la intención de venir pronto en la persona de Su Hijo, no sólo para buscar sino para salvar lo que ahora está perdido. “¿Dónde estás tú, Adán?” Oh, si Dios hubiera tenido la intención de destruir a la raza habría lanzado su rayo de inmediato y habría quemado los árboles y dejado que las cenizas del pecador permanecieran bajo Su airada mirada. Se habría apresurado en el torbellino y en la tormenta, y cortando los cedros y los granados de raíz habría dicho: “¡Aquí estás tú, rebelde; traidor, toma lo que mereces! Que el infierno se abra delante de ti y te engulla para siempre”. Pero no, Él ama al hombre; la criatura le preocupa y por lo tanto pregunta ahora en tonos tranquilos dónde está: “Adán, ¿dónde estás tú, dónde estás tú?”

 

La pregunta que el Señor le hizo a Adán puede ser usada de cinco maneras diferentes. No estamos seguros de cuál sea el sentido que el Señor quería darle –tal vez todos ellos- pues siempre hay en la expresión del Ser Divino una gran profundidad que se oculta abajo. Nuestras palabras, si dan un solo sentido, logran su objetivo; pero el Señor sabe cómo hablar de manera que enseña muchas verdades en pocas palabras. Nosotros damos poco en mucho. Dios da mucho en poco. Muchas palabras y poco sentido: esta es con demasiada frecuencia la regla del lenguaje del hombre. Pocas palabras y mucho significado: esta es la regla con Dios. Nosotros damos una lámina de oro batido; Dios da lingotes de oro cuando habla. Nosotros sólo usamos las limaduras de las joyas; Dios deja caer perlas de Sus labios cada vez que nos habla; y tal vez tampoco sepamos ni siquiera en la eternidad cuán divinas son las palabras de Dios, cuánto se asemejan a Él, cuán sobremanera amplias, cuán infinitas.

 

I.   Creemos que la pregunta de Dios estaba dirigida en el SENTIDO DE DESPERTAR: “Adán, ¿dónde estás tú?” El pecado embrutece a la conciencia y droga a la mente al punto de que después del pecado el hombre no es capaz de entender su peligro como lo habría entendido antes. El pecado es un veneno que mata a la conciencia indoloramente, por mortificación. Los hombres mueren por el pecado como mueren las personas cuando se congelan sobre los Alpes: mueren en un sueño; duermen y duermen y duermen y siguen durmiendo hasta que la muerte cierra la escena y entonces se despiertan en los tormentos del infierno. Una de las primeras obras de la gracia en un hombre es hacer a un lado este sueño, es despertarlo de su letargo y hacer que abra sus ojos y descubra su peligro. Una de las primeras acciones del buen médico es infundir sensibilidad en nuestra carne. Se ha quedado fría y muerta y mortificada; él le infunde vida y entonces hay dolor, pero ese mismo dolor tiene un efecto saludable en nosotros. Ahora bien, yo pienso que esta pregunta del Señor tenía la intención de poner a pensar a Adán. “¿Dónde estás tú?” Él había percibido en algún grado a qué estado lo había conducido su pecado, pero esta pregunta tenía la intención de agitar las profundidades de su espíritu y despertarlo a un gran sentido de peligro para hacer que se esforzara por escapar de la ira venidera. “Adán, ¿dónde estás tú?”. Mírate ahora, desnudo, siendo un extraño para con tu Dios, temiendo la presencia de tu Hacedor, miserable, arruinado. “Adán, ¿dónde estás tú?” Con un corazón empedernido, con una voluntad rebelde, has caído, caído, caído de tu excelso estado. “Adán, ¿dónde estás tú?” ¡Perdido! Perdido para tu Dios, perdido para la felicidad, perdido para la paz, perdido en el tiempo y perdido en la eternidad. Pecador, “¿dónde estás tú?” ¡Oh, que por las denodadas palabras que voy a expresar ahora pudiera motivar a algún pecador duro y despreocupado a que responda la pregunta por sí mismo! Amigo, ¿dónde estás tú? ¿Dónde estás tú esta mañana? ¿Te lo digo? Estás en una condición en la que tu propia conciencia te condena. ¡Cuántos hay que no se han arrepentido nunca del pecado, que no han creído nunca en Cristo! Yo te pregunto: ¿está tranquila tu conciencia? ¿Está siempre tranquila? ¿No hay algunos momentos cuando se hará oír la voz tronadora? ¿No hay tiempos cuando el atalaya enciende una lámpara y escudriña las partes secretas de tu alma y descubre tu iniquidad? ¿Dónde estás tú, entonces?, pues la conciencia es para Dios lo que el anzuelo es para el pescador. Conciencia, como el anzuelo de Dios, está hoy en tus mandíbulas y sólo tiene que recoger el hilo y estarás en el fuego consumidor. Si bien la conciencia hace que te duelas, la justicia será mucho más severa contigo que tu pobre e imperfecta conciencia. Si tu corazón te condena, Dios es más grande que tu corazón y sabe todas las cosas. ¡Tu conciencia te dice que estás mal; oh, entonces, cuán mal debes estar!

 

Pero amigo, ¿no sabes que tú eres un extraño para tu Dios? Muchos de ustedes raramente piensan en Él. Pueden pasar días y semanas sin una mención de Su nombre, excepto, tal vez, en algún lenguaje trivial o en un juramento. No puedes vivir sin un amigo, pero puedes vivir sin tu Dios. Comes, bebes, estás satisfecho; el mundo te basta; sus placeres fugaces satisfacen tu espíritu. Si vieras a Dios aquí, huirías de Él; tú eres Su enemigo. ¡Oh!, ¿es esta la situación correcta para una criatura? Que llegue a ti la pregunta: “¿Dónde estás tú?” ¿Acaso no debe de estar en una posición deplorable esa criatura que tiene miedo de su Creador? Tú fuiste creado para glorificarle; fuiste hecho para que te regocijaras en Su presencia y para deleitarte en Su benevolencia, pero parece que no te gusta el propio alimento que está destinado a sustentarte. ¡Debes de estar enfermo; ciertamente debes de estar enfermo! “¿Dónde estás tú?” Recuerda que el Dios Todopoderoso está airado contigo. Sus mandamientos, como tantas armas cargadas de pólvora hasta el propio cañón, están todas apuntando contra ti esta mañana y sólo se necesita el dedo en alto del Ser Divino, y pronto te destruirán y te destrozarán. ¿Estaría cómodo un hombre con su cuello sobre el bloque de la de decapitación y el hacha brillando sobre su cabeza? Ese es tu caso hoy. Tú estás en la posición del cortesano en la fiesta de Dionisio, con la espada sobre tu cabeza que está sostenida por un solo cabello. ¡¡Ya condenado!! “Dios está airado contra el impío todos los días”. “Si no se arrepiente, él afilará su espada; armado tiene ya su arco, y lo ha preparado”. ¿Dónde estás tú, hombre? ¡Oh Dios, ayuda al hombre para que vea dónde está! Abre sus ojos; que la pregunta lo asuste. Que se sobresalte en su sueño, sí, que se despierte y descubra dónde está: ¡siendo aborrecible para Tu ira y siendo el objeto de Tu ardiente disgusto!

 

“¿Dónde estás tú?” Tu vida es frágil; nada puede ser más débil. El hilo de una telaraña es un sólido cable comparado con el hilo de tu vida. Los sueños son obras sustanciales de estructuras de piedra comparados con la burbuja que constituye tu ser. Tú estás aquí y te vas. Tú estás sentado aquí hoy; antes de que pase otra semana podrías estar aullando en otro mundo. Oh, ¿dónde estás tú, hombre? ¡Permaneces sin ser perdonado, y sin embargo, eres un hombre moribundo! ¡Condenado, y sin embargo vas despreocupadamente hacia la destrucción! ¡Cubierto de pecado, y sin embargo, te apresuras hacia el terrible tribunal de tu Juez! ¡Perdido aquí, pero volando aprisa: cada momento te lleva sobre alas de águila al lugar donde estarás perdido eternamente! ¡Cuán difícil es que seamos conducidos a conocernos a nosotros mismos! En otros asuntos, si un hombre estuviera un poco enfermo buscaría a su doctor y sabría cuál es su condición; pero aquí un hombre dice: “Paz, paz, deja que las cosas sigan como están”. Si tenemos miedo de que nuestras propiedades personales estén en algún peligro experimentamos noches ansiosas y días fatigosos; ¡oh, pero con nuestras almas, con nuestras pobres, pobres almas, jugamos con ellas como si fueran fichas sin valor o trozos de platos que un niño podría recoger en las calles y tirar lejos! ¡Pecador! ¡Pecador! ¡Pecador!, ¿es tu alma una chuchería tan pobre que puedes darte el lujo de perderla porque no vas a interrumpir tu descanso ni a detener tus sueños placenteros? Oh, si el corazón de un hermano puede conmover tu corazón y si la voz de un hermano puede despertar tus ojos dormidos, yo te diría: “¿Qué tienes, dormilón? ¡Levántate, y clama a tu Dios! ¡Despierta! ¿Por qué duermes? Despierta para responder a la pregunta: ‘¿Dónde estás tú?’ ¡Perdido, arruinado, acabado! Oh pecador, ¿dónde estás tú?”

 

II.   Ahora, en segundo lugar, la pregunta tenía la intención de CONVENCER DE PECADO y de conducir a una confesión. Si el corazón de Adán hubiera estado en el estado correcto, habría hecho una plena confesión de su pecaminosidad. “¿Dónde estás tú?” Oigamos la voz de Dios diciéndonos eso a nosotros si estamos hoy sin Dios y sin Cristo. “¿Dónde estás tú, Adán?” Yo te hice a mi propia imagen, te hice un poco menor que los ángeles; te hice para que tuvieses dominio sobre las obras de mis manos; sujeté todo bajo tus pies: las aves del cielo y los peces del mar, y todo cuanto pasa por las profundidades del mar. Te di todo este huerto de deleites para que fuese tu hogar. Te honré con mi presencia, pensé en tu bienestar y me anticipé a todos tus deseos. La luna no te hacía daño en la noche; el sol no te hería de día. Moderé los vientos por ti; vestí los árboles de fruto para que te sirviese de alimento. Hice que todas las cosas ministraran a tu felicidad. ¿Dónde estás tú? Sólo te pedí esa pequeña cosa: que no tocaras un árbol que yo había reservado para mí. ¿Dónde estás tú? ¿Estás en el lugar de un ladrón, de un rebelde, de un traidor? ¿Has pecado? Oh Adán, ¿dónde estás tú?”

 

Y ahora, pecador, óyeme. “¿Dónde estás tú?” A muchos de ustedes el Señor podría decirles: “Te di una madre piadosa que lloraba por ti en tu niñez. Te di un padre santo que anhelaba tu conversión. Te di los dones de la Providencia: nunca te quedaste sin comer. Cubrí tu espalda. Te puse en una confortable posición en la vida. Te levanté de un lecho de enfermo. Pasé por alto diez mil locuras. Mis misericordias han fluido hacia ti como un río. Cuando abriste los ojos en la mañana fue para mirar mi benevolencia, y hasta el último momento de la noche yo fui tu ayudador y corrí las cortinas alrededor de tu cabeza indefensa. Te he cubierto con mis plumas, bajo mis alas tú has confiado, y ahora ¿dónde estás tú? ¿Acaso no has olvidado mis mandamientos, no has aborrecido mi persona, no has quebrantado mis leyes y no has rechazado a mi Hijo? ¿No eres en este día un incrédulo que te contentas con confiar en tus propias obras y no quieres tomar la justicia acabada de mi amado Hijo, el Salvador del mundo? ¿Qué has hecho tú por Aquel que ha hecho tanto por ti? ¿Qué eres tú? ¿No has sido una tierra inútil, un árbol que chupa la tierra pero que no da fruto, que bebe de la lluvia benéfica del cielo, pero que no produce ningún fruto grato? ¿Dónde estás tú? ¿No estás hoy en el campamento de mi enemigo? ¿No estás del lado de Satanás, desafiándome y alzando el brazo enclenque de tu rebelión contra el Señor que te hizo y que mantiene el aliento en tus narices, en cuya mano está tu vida, y cuyos son todos tus caminos? Pecador, ¿dónde estás tú? ¡Después de toda la benevolencia de Dios: todavía eres un pecador!”

 

Así, lean de nuevo la pregunta: “¿Dónde estás tú?” La serpiente dijo que deberías ser un dios. Pensaste que llegarías a ser sobremanera glorioso. ¿Es así, Adán? ¿Es así? ¿Dónde está tu alardeado conocimiento? ¿Dónde están los honores? ¿Dónde están los vastos logros que la rebelión te traería? En vez de las ropas de los ángeles, estás desnudo; en vez de la gloria, tienes vergüenza; en vez de un ascenso, tienes ignominia. Adán, ¿dónde estás tú? Y pecador, ¿dónde estás tú? El pecado te dijo: te voy a dar placer y lo has tenido, pero ¿qué hay del dolor que siguió al placer? El pecado te dio la copa llena de vino mezclado; pero ¿qué hay de lo amoratado de los ojos y del dolor? El pecado te dijo: “te voy a hacer grande”; pero ¿qué ha hecho por ti? Borracho, ¿qué ha hecho por ti? Te ha dado andrajos y pobreza. Adúltero, fornicador, ¿qué ha hecho por ti? Llenó tu carne de lepra y tu alma de agonía. ¡Ladrón! ¡Tramposo! ¿Qué ha hecho por ti? Te ha deshonrado y te ha marcado con un hierro candente ante los ojos de los hombres. ¡Pecador en secreto! ¡Pecador afable! ¿Qué ha hecho por ti? Amargó tus dulzuras y envenenó todos tus gozos. ¿Dónde estás tú; dónde estás tú? En cada caso el pecado ha sido un mentiroso, y sin excepción, la rebelión, si bien no ha traído todavía lo que se merece, lo hará, y de sus caminos serán hastiados los pecadores.

 

Y luego, para agregar a la convicción, el Señor le pregunta a Adán: “¿Dónde estás tú?”, como si le preguntara: “¿Cómo llegaste allí?”. Adán, tú llegaste allí por ti mismo. Si hubieses actuado rectamente, Eva no te habría derribado. Eva, no era la serpiente la principal culpable; si tú no la hubieras escuchado, si hubieses sido sorda a sus insinuaciones, podría haber tentado durante largo tiempo sin éxito. Y así hoy Dios le pregunta al pecador: “¿Dónde estás tú?” Tú estás adonde tú mismo te has llevado. Haber pecado es tu propia culpa y de nadie más, sino tuya. Oh, es difícil hacer ver a un pecador que el pecado es algo que le pertenece. Es lo único que tenemos. Sólo hay una cosa que nosotros creamos y es el pecado, y es propiedad nuestra. Si yo permito cualquier cosa que sea mala, debo confesarla como un hijo que ha surgido de mis propias entrañas, como algo que tiene su origen en mí mismo. Si hablamos de la caída, los hombres arrojan su pecado sobre el padre Adán. Hablan de la depravación de la naturaleza y luego piensan que deben ser excusados como si la depravación de la naturaleza no demostrara que el hombre es desesperadamente malo, como si no aceptaran que el pecado es esencialmente algo propio del hombre, que lo tiene en sus propios huesos y que es su propia sangre. Si somos pecadores no hay ninguna excusa para nosotros de ningún tipo, y si vivimos y morimos siéndolo, la culpa yacerá a nuestra propia puerta y no en ninguna otra parte. “Adán, ¿dónde estás tú?” Tú estás donde te has colocado voluntariamente y donde permaneces voluntariamente en el mismo estado desesperado de rebelión contra Dios y de enajenación de Él.

 

Quiera Dios que haya algo que no sólo despierte al pecador esta mañana, sino que obre convicción en él. Es más fácil hacer que un hombre se sobresalte en su sueño que hacer que se levante y queme el despreciable lecho en el cual dormitaba, y esto es lo que el pecador tiene que hacer, y lo que hará si Dios está obrando en él. Se despertará y se descubrirá perdido; la convicción le dará la conciencia de que se ha destruido a sí mismo y entonces odiará los pecados que antes amaba, huirá de sus falsos refugios, abandonará sus goces y buscará encontrar una salvación permanente en el único lugar donde puede encontrarse: en la sangre de Cristo.

 

III.   Esto me lleva a la tercera manera en que podemos considerar la pregunta del texto. El Señor Dios llamó a Adán, y le dijo: “¿Dónde estás tú?” Podemos considerar este texto como la VOZ DE DIOS LAMENTANDO LA CONDICIÓN PERDIDA DEL HOMBRE.

 

Algunos se han aventurado incluso a traducir el texto hebreo así: “¡Ay de ti, ay de ti!” Es como si Dios expresara las palabras del profeta: “¿Cómo podré abandonarte…? ¿Te entregaré yo…? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión. ¿Dónde estás tú ahora, mi pobre Adán? Tú hablabas conmigo, pero ahora has huido de Mí. Fuiste feliz una vez, ¿cómo estás ahora? Desnudo y pobre y miserable. Una vez fuiste glorioso a imagen Mía, inmortal, bendito, ¿dónde estás ahora, pobre Adán? Mi imagen ha quedado desfigurada en ti, el rostro de tu propio Padre ha sido retirado, y tú te has hecho terrenal, sensual, diabólico. ¿Dónde estás ahora, pobre Adán?” Oh, es maravilloso pensar cómo sintió el Señor por el pobre Adán. Todos los teólogos dan por sentado que Dios no puede sentir ni sufrir. No hay tal cosa en la Palabra de Dios. Si pudiera decirse que Dios no podría hacer cualquier cosa y todas las cosas, diríamos que no es omnipotente, pero Él puede hacer todas las cosas, y no tenemos un Dios que no pueda ser conmovido, sino que tenemos un Dios que siente y que se describe a Sí mismo, en lenguaje humano, como teniendo las entrañas de un padre y toda la ternura del corazón de una madre. Tal como un padre llora por un hijo rebelde, así dice el Padre eterno: “Pobre Adán, ¿dónde estás tú?”

 

Y ahora, ¿hay aquí esta mañana algún alma en quien la primera parte del texto ha tenido algún efecto? ¿Sientes que estás perdido y disciernes que esta condición de perdición es el resultado de tu propia y terca necedad? ¿Te lamentas tú mismo? Ah, entonces Dios lamenta por ti. Él está mirándote desde lo alto y está diciendo: “Ah, pobre borracho, ¿por qué te aferras a tus copas? ¡A qué miseria te han llevado!” Él te está diciendo a ti que lloras ahora por tu pecado: “¡Ah, pobre hijo, qué dolor sufres por tu propia terca necedad!” Se conmueven las entrañas de un padre. Él anhela estrechar a su Efraín contra su pecho. No pienses, pecador, que Dios tiene un corazón de piedra. tienes un corazón de piedra, pero Dios no. No pienses que Él es lento para conmoverse: eres lento para conmoverte, Él no lo es; la dureza está en ti mismo. Si estás en estrechez en cualquier parte, es en tus propias entrañas, no en Él. ¡Alma, alma convicta de pecado! Dios te ama, y para demostrar cómo te ama, en la persona de Su Hijo llora por ti y clama: “¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos”. Oigo que te dice: “¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” ¡Yo les ruego que esta lúgubre voz de lamento del Eterno Dios llegue a sus oídos y los mueva al arrepentimiento! “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva”. ¡Oh!, ¿se siente tu corazón a punto de estallar debido a tu pecado y a la miseria en la que te ha sumido? Di, pobre pecador: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Yo no soy digno de ser llamado tu hijo”. Él te ve a ti, pecador; cuando todavía te encuentras a una gran distancia, ¡Él te ve: aquí vemos ojos de misericordia! ¡Él corre: aquí vemos pies de misericordia! ¡Él te abraza: aquí vemos brazos de misericordia! ¡Él te besa: aquí vemos labios de misericordia! ¡Les dice: “Quítenle los harapos”; aquí hay palabras de misericordia! ¡Él te viste: aquí hay actos de misericordia! ¡Prodigios de misericordia: todo es misericordia! Oh, si supieras qué recepción les da a los pecadores un Dios de misericordia, no te demorarías en ir. Como dice John Bunyan, cuando el sitiador hace ondear la bandera negra, entonces los que están dentro de los muros dicen que pelearán; pero cuando ondea la bandera blanca y les dice que si abren las puertas tendrá misericordia de ellos, es más, que dará un fuero a su ciudad, entonces Bunyan declara que ellos dicen: “abran las puertas de par en par”, y vienen tropezándose sobre los muros en la disposición de sus corazones. ¡Alma, no dejes que Satanás te engañe diciéndote que Dios es duro, poco amable y que no está dispuesto a perdonar! ¡Pruébalo, pruébalo tal como tú estás: negro, inmundo, autocondenado!; y si necesitas algo que te motive a probarlo, escucha de nuevo el llanto lastimero al tiempo que resuena a través de los árboles del Edén: “Adán, pobre Adán, mi propia criatura, ¿dónde, dónde estás tú?”

 

IV.   Pero ahora, para contar con el tiempo suficiente, debo referirme a un cuarto propósito que sin duda tenía este versículo. Es una voz despertadora, una voz que produce convicción, una voz de lamento, pero en cuarto lugar, es una VOZ BUSCADORA. “Adán, ¿dónde estás tú?” He venido para encontrarte en donde quiera que estés. Voy a buscarte hasta que los ojos de mi piedad te vean, voy a seguirte hasta que la mano de mi misericordia te alcance; voy a sostenerte todavía hasta llevarte de regreso conmigo y reconciliarte con mi corazón.

 

Además, si han sido capaces de seguirme a lo largo de las tres partes del discurso, puedo hablarles confiadamente. Si han sido despertados, si han sido convictos, si tienen algunos anhelos de Dios, entonces el Señor ha salido a buscarlos y a buscarlos esta mañana. Qué pensamiento es este, que cuando Dios llega para buscar a Sus escogidos Él sabe dónde están y nunca se le pierden; y aunque se hubieran descarriado lo más lejos posible, con todo, no es demasiado lejos para Él. Si hubieran llegado hasta las puertas del infierno y las puertas estuviesen medio abiertas para recibirlos, el Señor los encontraría aun allí. Si hubieran pecado de tal manera que se hubieran rendido y todo cristiano viviente los hubiera considerado perdidos también, si Satanás ya hubiera contado con ellos y se hubiera preparado para recibirlos, con todo, cuando Dios llega para buscarlos, los encontrará, y se quedará con ellos después de todo. Pecadores que perecen, ustedes que están perdidos, oigan la voz de Dios que les habla. “¿Dónde estás tú?”, pues he venido para buscarte. “Señor, yo estoy en un lugar tal que no puedo hacer nada por mí mismo”. “Entonces yo he venido para buscarte y hacer todo por ti”. “Señor, me encuentro en un lugar tal que la ley me amenaza y la justicia me frunce el ceño”. “He venido para responder a las amenazas de la ley y para soportar toda la ira de la justicia”. “Pero, Señor, estoy en un lugar tal que no puedo arrepentirme como quisiera”. “Yo he venido a buscarte y soy exaltado en lo alto al otorgar el arrepentimiento y la remisión de los pecados”. “Pero, Señor, yo no puedo creer en Ti, no puedo creer como quisiera”. “No quebraré la caña cascada, ni apagaré el pábilo que humeare; he venido para darte fe”. “Pero Señor, me encuentro en tal estado que mis oraciones no pueden ser aceptables jamás”. “He venido para orar por ti y luego para concederte tus deseos”. “Pero Señor, Tú no sabes cuán desgraciado soy”. “Sí, yo te conozco. Si te hice la pregunta: ‘¿dónde estás tú?’, era para que supieras dónde estás, pues Yo lo sabía muy bien”. “Pero, Señor, yo he sido el peor de los pecadores; nadie puede haber agravado su culpa como yo le hecho”. “Sin importar dónde pudieras estar, yo he venido para salvarte”. “Pero yo soy un desterrado de la sociedad”. “Yo he venido para reunir a todos los desterrados de Israel”. “Oh, pero yo he pecado más allá de toda esperanza”. “Sí, pero yo he venido para dar esperanza a pecadores desesperados”. “Sí, pero por otra parte yo merezco estar perdido”. “Sí, pero yo he venido para magnificar la ley y para hacerla honorable, y darte así tus merecimientos en la persona de Cristo, y darte mi misericordia por causa de Sus méritos. No hay aquí ningún pecador consciente de su condición perdida que esté en una posición de la que no pueda ser sacado. Voy a concebir lo peor de todo lo peor, lo más vil de todo lo vil; vamos a traer a aquellos que han seguido cursos de especialización en la sinagoga del diablo y que se han convertido en maestros de iniquidad; pero aun así, con solo que con el ojo lloroso miren las heridas de Aquel que derramó Su sangre por los pecadores, él puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios.

 

¡Oh!, no puedo predicar esta mañana como querría hacerlo, ni tal vez tampoco ustedes puedan oír como desearían; pero que el Señor hable donde yo no puedo y que le diga a algún pecador desesperado aquí presente: “Alma, mi hora ha llegado; voy a rescatarte del horrible pozo y voy a sacarte del lodo cenagoso, y en este día y en esta precisa hora voy a poner tus pies sobre una roca, voy a poner un cántico nuevo en tu boca y voy a afirmar tus salidas”. Bendito, bendito sea el nombre del Altísimo, si ese fuera el caso.

 

V.   Y ahora, por último, nos sentimos seguros de que este texto puede ser usado y tiene que ser usado, en otro sentido. Para quienes rechazan el texto como una voz que despierta y produce convicción, para aquellos que lo desprecian como la voz de la misericordia lamentando por ellos o como la voz de la benevolencia buscándolos, viene de otra manera; es la voz de la JUSTICIA CONVOCÁNDOLOS. Adán había huido pero Dios tenía que hacer que se presentara en Su tribunal. “¿Dónde estás tú, Adán? Ven aquí, hombre, ven aquí; debo juzgarte, el pecado no puede quedarse sin castigo. Ven tú y tu culpable esposa contigo. Ven aquí; tengo que hacerte unas preguntas; tengo que oír tus argumentos y como serán vanos y vacíos, tengo que pronunciar tu sentencia”. Pues si bien había mucha compasión en la pregunta, había también algo de severidad. “Adán, Adán, ¿dónde estás tú? Acércate para ser juzgado”. Hoy no oyes esa exclamación; es pospuesta misericordiosamente. La oirás pronto; la oirás por primera vez como murmullos de truenos cuando la tormenta comienza, cuando la enfermedad te postra en tu lecho y la muerte te mira a través de sus huesudos ojos y te toca con su espeluznante mano y te dice: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios”. Tú puedes posponer la pregunta hoy pero tendrás que tratar con ella entonces, cuando Dios mismo entre en un contacto más estrecho con tu naturaleza de lo que lo hace hoy. Entonces tus huesos serán como gelatina, y tus costillas temblarán y tu propio corazón se derretirá como cera en medio de tus entrañas. Tú contenderás con los dolores de la enfermedad o las dolencias; pero habrá un dolor más atroz que esos. Tendrás que ver a la muerte, pero la muerte no será el más terrible de todos tus terrores pues verás detrás de la muerte el juicio y la condenación. Entonces tú oirás la pregunta cuando la habitación esté en silencio y las voces de la esposa y de los hijos estén calladas; cuando sólo se oiga el tictac del reloj, tú oirás las pisadas de Dios viniendo a ti en la tarde de tu vida, diciéndote: “¿Dónde estás tú? Ahora me verás. ¡Cíñete tus lomos! Ya no hay invitaciones de la misericordia para ti; el día de la misericordia ha concluido. No más advertencias del ministro; ahora comparecerás ante cara a cara”. “¿Dónde estás tú?” ¿Puedes alardear y jactarte ahora, cuando tus nervios se han vuelto caminos para que transiten los pies ardientes del dolor, y tu fuerza se ha extinguido y ha huido, y tú eres como una vela a punto de apagarse? ¿Dónde están ahora tus juramentos? ¿Dónde están ahora tus jolgorios y tus bromas? ¿Dónde estás tú ahora? Puedes darte vueltas y empezar a menearte, pero no serás capaz de escapar a la pregunta; tratarás de voltear tu mirada a esta vida, pero te verás compelido a mirar hacia delante, a la vida o a la muerte venideras; y el Señor susurrará todavía a tus oídos: “¿Dónde estás tú? ¿Dónde estás tú?” Entonces vendrá la última lucha, cuando el hombre fuerte se encorvará, cuando el ojo brillante y resplandeciente será cubierto por una película y la lengua se pegará al paladar, y la mano permanecerá sin fuerzas sobre la cama, y los pies ya no serán capaces de sostener al cuerpo; cuando el pulso fallará, y el sudor mortal pegajoso estará sobre la frente; y en esos últimos momentos todavía se oirá esta terrible voz levantándose con la tormenta que se avecina hasta alcanzar la plena grandeza de una espantosa tempestad: “¿Dónde estás tú?” En el Jordán sin Dios, aproximándote a la tumba sin esperanza, muriendo pero desprovisto de Cristo que te ayude; siendo catapultado a la eternidad pero sin ninguna esperanza de salvación eterna. Se acabó; el último dolor ha pasado y el hilo que ligaba el espíritu con el cuerpo es cortado y tú te vas a otro mundo. Pero la pregunta te sigue: “¿Dónde estás tú?” Tu espíritu está despierto ahora; ya no duerme más; está libre de la carne torpe que lo mantenía sombrío, impasible, atontado, muerto. Ahora oye esa voz, ciertamente, que estremece por completo el espíritu pues el alma es llevada delante de su Dios. “¿Dónde estás tú? ¿Dónde estás tú?”, clama la conciencia vivificada y Dios le responde: “¡Apártate de mí, maldito!” El espíritu se aleja de Dios, no para ocultarse entre los árboles del huerto, sino para sumergirse en olas de agonía. Y ahora han pasado muchos años y aunque el alma ha estado viva y ha sufrido, el cuerpo ha estado durmiendo en la tumba y los gusanos lo han devorado. Pero, ¡escucha!, el día del juicio, el día del trueno ha llegado y más aguda que todos los truenos suena la terrible trompeta; y después de la trompeta viene la voz: “¡Despierten ustedes, los muertos, y vengan a juicio!” En medio de ese tremendo tumulto se oye el grito: “¿Dónde estás tú?” El mensajero angélico ha encontrado tu cuerpo, y tu cuerpo se levanta de la tumba, de debajo del verde césped. Se levanta de un salto en respuesta a la pregunta: “¿Dónde estás tú?”, y para su horror, su espectral espíritu regresa; su alma, que ha sufrido durante mucho tiempo retorna al cuerpo de la resurrección, y ambos, camaradas en el pecado, son ahora compañeros en el juicio. El grito resuena una vez más, y ese mismo oído que ahora me oye lo oirá: “¿Dónde estás tú?” Luego viene el gran trono blanco, y esos mismos ojos que ahora me ven lo verán; y luego viene el comienzo del terrible juicio final y ese corazón que ahora no se conmueve se acobardará. Luego vendrá tu propio juicio personal; y, ¡oh, pecador, pecador, no me corresponde a mí describir tu terror! Yo no podría presentar ni siquiera el cuadro más débil de ese sonido mortal, y de la muerte de tu espíritu inmortal mientras lo oyes: “Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber… en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis; e irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”. “¡Oh, tierra! ¡Tierra! ¡Tierra! Oye la palabra del Señor”, yo le ruego a cada uno de ustedes que la oigan por ustedes mismos. Yo no les he hablado de sueños. Ustedes saben que son realidades y si no lo saben ahora, lo sabrán en breve. Yo en verdad les suplico por la sangre de Aquel que murió por los pecadores -¿y qué argumento más fuerte podría usar?- que piensen en la pregunta, “¿Dónde estás tú?” Que Dios te muestre dónde estás. Oye la gimiente voz de Dios cuando llora compasivamente por ti. Busca Su rostro, pues Él te busca, y entonces no temerás cuando le oigas decir al final, “¿Dónde estás tú?”, sino que serás capaz de decir: “Heme aquí, yo y los hijos que Dios me dio. Hemos lavado nuestras ropas, y las hemos emblanquecido en la sangre del Cordero; y, Padre, henos aquí, esperando morar en Tu presencia por los siglos de los siglos”. ¡Oh, que yo pudiera argumentar con ustedes como un hombre argumenta por su vida! ¡Quisiera que estos labios de arcilla fueran labios de fuego y que esa lengua ya no fuera más de carne, sino un carbón encendido tomado del altar con unas tenazas! ¡Oh, que tuviera palabras que se abrieran paso hasta el interior de sus almas a punta de fuego! Oh, pecador, pecador, ¿por qué has de morir? ¿Por qué has de perecer? Amigo, la eternidad es algo terrible, y un Dios airado es algo terrible, y qué lengua podría describir el horror de ser juzgado y condenado. Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte Calvario, para que no seas consumido. “Cree en el Señor Jesucristo”; confíale tu alma; confíasela ahora, “y serás salvo, tú y tu casa”.

 

Nota del traductor:

John Gill (23 de Noviembre, 1697 – 14 de Octubre, 1771) fue un pastor bautista inglés, un erudito bíblico y un firme creyente calvinista. A los doce años de edad Gill oyó un sermón predicado por su pastor, William Wallis, sobre el texto de Génesis 3: 9. El mensaje impactó a Gill y eventualmente le condujo a su conversión. No fue sino siete años después que el joven John hizo una profesión pública cuando tenía casi diecinueve años de edad. Su pastorado como predecesor de Spurgeon duró 51 años.   

   

 

Traductor: Allan Román

7/Agosto/2014

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