El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
El Corazón Traspasado de Jesús
NO. 3559
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,
Y PUBLICADO EL JUEVES 12 DE ABRIL DE 1917.
“Vinieron, pues, los soldados, y
quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado
con él. Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya
muerto, no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el
costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da
testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que
vosotros también creáis. Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la
Escritura: No será quebrado hueso suyo. Y también otra Escritura dice: Mirarán
al que traspasaron”. Juan 19: 32-37.
¡Cuán asombrosa conjunción de profecía y de
Providencia! Quiero que contemplen ésto y lo admiren. Dos textos de la
Escritura, uno en Éxodo y el otro en Zacarías, (habiendo transcurrido un
intervalo muy prolongado entre esos distintos registros), predicen: el primero,
que ni un solo hueso del Cordero Pascual debía ser quebrado, y el segundo, que
debía ser traspasado. ¿Cómo habrían de cumplirse estas dos cosas en la pequeñez
de un incidente? El rudo soldado romano, provisto de una barra de hierro, se
aproxima para quebrar los huesos de los tres prisioneros que han sido
crucificados. Ha recibido órdenes de quebrar sus piernas. El muy disciplinado
soldado actúa casi mecánicamente, siguiendo las órdenes recibidas. La disciplina
romana era sumamente estricta. Entonces, ¿no ha de romper el soldado las
piernas de Jesús? No. Guiado por algún extraño impulso, observa que uno de los
tres, Jesús, quien es llamado el Cristo, ha muerto ya. Aunque había recibido la
orden de quebrar Sus piernas, se abstiene de hacerlo; pero, muy probablemente,
para librarse de toda duda al respecto, horada Su costado con una lanza. La
terquedad del soldado, que se debatía en medio de la indecisión y del capricho,
hizo cumplir así ambas profecías de las que debió de ser completamente
ignorante; y esto fue causado, primero, porque no hizo lo que se le había
ordenado que hiciera y, en segundo lugar, porque hizo lo que no se le había
ordenado que hiciera.
¡Oh, cuán inescrutable es el misterio de la
Providencia! ¡Cuán maravillosamente gobierna Dios a los hijos de los hombres,
al tiempo que los deja a su propio libre albedrío! ¿Acaso no actuó este soldado
enteramente como un agente libre, ya fuera siguiendo los dictados de su razón o
el impulso de su temperamento, cuando inadvertidamente, por su conducta
singular, cumplió al pie de la letra las palabras de la profecía, tan precisa e
integralmente, como si hubiese sido un mero títere movido con hilos manejados
al capricho de otra mente y de otra mano que no era la suya? Ésto no fue una
circunstancia accidental, ni una singular coincidencia. Fue la Providencia. Un
sublime propósito de Dios llevado a cabo por medios simples. Las
irregularidades entre los hombres no desorganizan los propósitos ordenados por
el cielo, y lo que nosotros consideramos como un caos, es un sistema bien
ordenado que está fuera del alcance de nuestro conocimiento, dentro del cual intentamos
atisbar vanamente.
No necesito retenerlos con conjeturas surgidas
de la horadación de nuestro Salvador con una lanza. Creo que ha sido
sobriamente argumentado que es muy probable que la causa física de la muerte de
nuestro Salvador fue un corazón traspasado. En un tratado científico elaborado
por alguien que estudió la anatomía relacionada con este tema, y que investigó
casos que parecían, después de la muerte, tener algún parecido con el caso de
nuestro Salvador, se ha demostrado que, cuando el corazón es abierto, fluye una
pequeña porción de sangre y agua, y la causa de la muerte puede ser atribuida a
un corazón horadado con intenso dolor. Entonces, si pudiéramos asignar una
causa física a la muerte de nuestro Señor, pareciera sumamente probable que fue
ocasionada por esa causa. Fue la angustia la que, en la primera etapa, produjo
un sudor sangriento en Getsemaní, y la que, en la última etapa, desgarró Su
corazón. Sin embargo, no es que yo esté inclinado a darle alguna importancia a
tales argumentos o especulaciones.
Por mi parte yo no veo que haya alguna analogía,
o que se necesite buscar una analogía entre el caso del Salvador y el de cualquier
hombre común. El especialista en anatomía se vería desconcertado con un
análisis. El cuerpo de cualquier persona ordinaria exhibiría síntomas de
corrupción. De eso estaba exento Aquel que colgó del madero. Cuando llega la
muerte, y la chispa de la vida abandona el cuerpo humano, comienza rápidamente el
proceso de descomposición. Pero nuestro Señor no vio corrupción. Puesto que Su
virgen madre fue cubierta con la sombra del Espíritu al momento de su concepción,
Su nacimiento fue predecido como: “el
Santo Ser que nacerá de ti”. A lo
largo de todo el transcurso de Su vida, el Espíritu reposó sobre Él de manera
especial. Incluso después que Su alma hubo abandonado Su cuerpo, el Espíritu preservó
y guardó ese cuerpo, de tal forma que la profecía fue cumplida, “Ni permitirás
que tu santo vea corrupción”. Por
consiguiente, la gente busca un paralelo en vano. La disparidad de cualesquiera
ejemplos que pudieran buscarse es tan palpable que realmente no tienen ningún
dato que sirva de base, o ninguna premisa que pudiera ser utilizada en un
esfuerzo por juzgar qué sucedió en la anatomía del sagrado cuerpo de nuestro
bendito Señor. En vez de seguir especulaciones que más bien pertenecen al
médico y no al teólogo, yo deseo que el Espíritu de Dios nos conduzca a algunas
reflexiones espirituales que surgen del hecho de que el corazón de Jesucristo
fue abierto por la lanza del soldado. Pienso que hay una observación que yace
sobre la propia superficie de la narración.
I. INCLUSO DESPUÉS DE LA MUERTE DE NUESTRO SEÑOR,
LOS HOMBRES ARREMETIERON RUDAMENTE CONTRA ÉL.
¿No bastó con que le azotaran en Su espalda? ¿No
fue suficiente con que pusieran una corona de espinas sobre Su cabeza? ¿No
bastó con que clavaran Su pies y Sus manos al madero? Y, sin embargo, después
de quedar convencidos de que había perdido la vida conforme al mandato de la
ley, y de que el cuerpo ya estaba muerto, nada pudo contentar a la crueldad
humana sino hasta que Su corazón fue traspasado con la lanza. Veamos, ahora,
¿acaso este hombre que traspasó el corazón de Cristo no fue un ejemplo apropiado
-aunque repugnante- de nuestra raza pecadora, y acaso su acto despiadado no fue
un tipo de nuestra obstinada irreverencia? También nosotros, después de la
muerte del Salvador, le hemos traspasado. ¿Quieren que les muestre cómo?
El crimen es tan común que la gente llega a justificarlo.
Su Deidad es Su gloria. Si negaran Su
Deidad, no sólo menoscabarían Su dignidad, sino que le harían indigno de
nuestra confianza. Ésto equivale a hundir la lanza en Su propio corazón. El
tono es traicionero cuando ustedes afirman: “Es únicamente un hombre. Aunque
fue un admirable maestro, sólo puedo considerarlo como una criatura finita”. ¡Oh,
cuántas personas andan de arriba para abajo entre nosotros profesando ser
miembros de un iglesia protestante, y ser creyentes en la Escritura, pero que,
no obstante, no quieren reconocer que los milagros de Cristo son auténticos y que
fueron obrados como señal de Su propia autoridad personal, dando el testimonio
de Su Padre y transmitiendo una clara prueba de que era el Hijo de Dios! Que el
Señor tenga misericordia de quienes traspasan de nuevo a nuestro amado Redentor
en ese sentido. Si algunos de nosotros hemos sido culpables de este pecado, que
seamos convertidos de nuestro peligroso error, y que seamos conducidos a declarar
en cuanto a Él, como Tomás, “¡Señor mío y Dios mío!”
Lo traspasan, también, quienes atacan las doctrinas que Él enseñó y el
testimonio que dio. La verdad estaba en el corazón de Cristo; estaba escrita
allí. Todo lo que predicó con Sus labios lo santificó con Su vida. Su corazón
fue una fuente de donde provinieron todas esas doctrinas que nos revelan al
Padre. Cuando los hombres atacan cualquier verdad revelada por Cristo a
nosotros, hacen realmente lo que el soldado hizo de hecho; hacen,
espiritualmente, lo que aquel legionario romano hizo literalmente: horadan Su
corazón. Si ustedes denigran las palabras que Jesús pronunció, si cuestionan la
verdad que mostró a Sus discípulos y que divulgó en el mundo, ¿qué queda de esa
misión en la que dio a conocer la voluntad de Dios el Padre? Él vino para
proclamar esta verdad y murió para dar testimonio de esta verdad. Dio
testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato. Si ustedes tocan
esas doctrinas, están tocando la niña de Sus ojos; es más, traspasan Su corazón
de nuevo.
¡Cómo traspasan también Su corazón aquellos que persiguen a Su pueblo! Y ¿acaso
no ha sido herido con frecuencia, de esa manera, a lo largo de los siglos transcurridos
desde que ascendió a la diestra de Su Padre en lo alto? Pablo de Tarso hirió Su
corazón pues Jesús dijo: “¿Por qué me persigues?” Los sufrimientos de los
hombres y mujeres que fueron arrastrados a prisión y que fueron golpeados en la
sinagoga y compelidos a blasfemar, fueron lesiones infligidas malvada e inhumanamente
en Cristo. ¿Y qué diremos de los mártires y de sus gemidos en el calabozo, de
sus gritos en el potro de tormento, de sus dolores en la hoguera y de su sangre
derramada cruelmente? ¿Acaso todas esas cosas no han lesionado el corazón del
Salvador?
Así, también, cada burla grosera y cada broma obscena, cada palabra dura y cada insulto
amargo dirigidos contra algún seguidor de Cristo, son un reproche para el amado
Señor y Maestro, por cuya causa son soportados mansamente; pero por su parte, quienes
“afilan como espada su lengua”, dirigen su reproche al corazón de Jesús, en
quien ya no pueden ejecutar de otra manera su venganza, pues de ahora en
adelante Él no puede sufrir, excepto en identificación con los sufrimientos de
Sus santos.
Y aunque los sufrimientos de Cristo han
concluido, existe otra clase de personas que continúan hiriéndolo todavía. Son
quienes pretenden ser Sus discípulos, pero
mienten y practican una repugnante hipocresía. Así como hubo falsos discípulos
antaño, así hay repugnantes apóstatas en nuestros días. Su profesión es
únicamente el preludio de su perfidia. Hacen un solemne compromiso de
obedecerle, pero, como Judas, esperan únicamente alguna oportunidad propicia
para traicionarle. Venderían por plata al Salvador; basta que el precio sea lo
suficientemente alto para que sus principios sean lo suficientemente bajos; su
conciencia no dudaría en “crucificar de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios,
exponiéndole a vituperio”.
¡Oh, ustedes, profesantes inconsistentes! ¡Oh,
ustedes, hombres y mujeres desprovistos de gracia! ¿Cómo se atreven a acercarse
a la mesa de Su comunión? Tienen un nombre que es para vida y, sin embargo, están
muertos; ustedes lo están crucificando; lo están traspasando; la culpa del
soldado romano persiste en ustedes.
Me temo que hay también otro grupo que horada Su
corazón; esta clase incluye a quienes rehúsan
creer en Su disposición para perdonarlos. Cuando se está bajo convicción de
pecado, resulta difícil creer que uno pueda ser perdonado; pero cuando nos son
reveladas la gracia de nuestro Señor Jesucristo y Su infinita condescendencia,
que lo condujeron a sufrir por nosotros, pareciera difícil que alguien dude de
Él.
Sin embargo, hay algunos que aseguran sus
cadenas y se sientan en la desesperación diciendo: “Él no está dispuesto a
perdonarme”. Ese pensamiento tan hiriente y tan poco generoso de que Él no está
dispuesto a perdonar, debe de golpearle en lo más profundo y debe de herirle en
lo más vivo. Yo sé que algunos de ustedes no tienen la intención de decir eso. Ahora
se alarman al pensar en lo que están haciendo. Yo le pido al Señor que confíen
humildemente en Él. ¡Oh!, no duden de Él, el Hijo de Dios que sufrió por Sus
enemigos y que entregó Su vida por los impíos. ¿Vas a desconfiar de Él?
¿Podrías desconfiar de Él? ¿Vas a dudar del testimonio que Dios ha dado
concerniente a Su Hijo? ¿Acaso no sería muchísimo mejor que lo honraras,
arrojándote a Sus pies? Los ángeles que entonan Sus alabanzas incesantemente
noche y día, no lo honran más de lo que tú lo honrarías si, así de negro y manchado
como estás, vinieras y confiaras en que Él puede lavarte y dejarte más blanco
que la nieve. ¡Oh, haz eso y no hieras más Su corazón!
Algunos hombres traspasan el corazón de Cristo debido a su indiferencia. Hablan con
frivolidad e incluso ridiculizan porque no han conocido a Cristo ni lo han
buscado por ningún medio para aprender cuáles son Sus demandas para que se le
rinda homenaje. Desacreditan aquellos rasgos divinos de Su ministerio que no
han entendido apropiadamente nunca. Hieren el corazón de Cristo por causa de un
ignorante prejuicio. Ellos mismos ignoran el Evangelio. Todo lo que han leído u
oído acerca de él, ha sido lo proveniente de la lengua o de la pluma de algún
oponente o de algún escritor satírico, y luego, captando su disposición, se han
unido para denigrarlo.
¡Ay!, también, hay algunos que injurian al
Salvador por pura malicia. Aunque deberían mostrar un mejor criterio, con todo,
ellos blasfeman Su nombre adrede. ¡Deténganse, oh, deténganse, y no lo hieran
más, se los ruego, no vaya a ser que Aquel que ha soportado mansamente tan
largo tiempo como el Cordero de Dios, se levante súbitamente como el león de la
tribu de Judá, y les haga sentir el
terror de Su poder a quienes no sintieron la majestad de Su amor. Esto basta en
cuanto al primer punto. Incluso después de la muerte de Jesús, hay quienes
todavía lo hieren. Nuestro segundo pensamiento es de tal naturaleza que me siento
encantado de compartirlo con ustedes.
II. ESTOS ATAQUES EN CONTRA DEL SALVADOR SON PASADOS
POR ALTO PARA MANIFESTAR MEJOR SU GRACIA.
Su corazón es traspasado, es cierto, pero ¿con
cuáles resultados, hermanos míos? ¿Despide fuego? ¿Se bambolea sobre la cabeza
del pecador el estallido de la tronante ira? ¡Ah, no! Es como el árbol de
sándalo, que perfuma el hacha que la hiere. Tan pronto es retirada de la herida
esa espada, brota una fuente de sangre y agua. Los ataques emprendidos en contra de Jesús sólo muestran Sus virtudes.
Observen cómo se lleva a cabo. Si la verdad es atacada, y le Evangelio es
asediado, ¿cuál es la consecuencia inmediata? Pues bien, entonces, los santos
lo escudriñan más profundamente y llegan así a entender mejor la doctrina; aprenden
los argumentos por los cuales es sustentada la verdad, y la aman con una
convicción más fervorosa y más firme, hasta sentirse motivados a sacrificarse
por ella. El corazón de Cristo fue abierto por la lanza, y a menudo el corazón
de la verdad es revelado por la oposición con la que es enfrentada. Ellos
piensan rebatir nuestras doctrinas y sólo logran confirmar nuestra fe en su
veracidad. Donde piensan demostrar que somos necios, nos ayudan a ser sabios.
Nos conducen a la raíz del asunto, y más bien nos afirman en la verdad preciosa.
El viento de Marzo no arranca de raíz al roble, antes bien, lo planta más
firmemente en su nativo suelo. Lo mismo ha de suceder siempre con los ataques
emprendidos en contra de nuestro Señor y Maestro. Lo entenderemos mejor y
descubriremos más acerca de las Escrituras que fueron cumplidas en Él.
Además, sucede a menudo que cuando la
persecución se opone a Cristo, el
Evangelio es proclamado con mayor celo, y es difundido con mayor rapidez.
Los santos que fueron perseguidos en Jerusalén, en los tempranos días, iban por
todas partes predicando el Evangelio. No importa si digo que la lanza de la
persecución hace que la sangre de la expiación fluya más libremente entre los
hijos de los hombres, y hace que la sangre purificadora del sacrificio de Cristo
sea rociada sobre un área más amplia y sobre una población mayor. ¿Habré de
comparar a la Iglesia perseguida con una nación oprimida y recordarles que,
como Israel en Egipto, entre más oprimido fue, más se multiplicó y creció? La
lanza hizo brotar la sangre y el agua del corazón de Jesús, y la lanza de la
persecución suelta al Evangelio, y fuerza a los hombres cristianos que podrían
haber reposado en tranquilidad vergonzosa, a seguir adelante y a propagar
laboriosamente el Evangelio de salvación, declarando a los hombres que perecen
la gracia de Dios. Así, también (pero nadie ha de convertir ésto en un mal) el
mismísimo pecado de los hombres que hiere a Cristo, se convierte en el
instrumento de engrandecer la gracia de Dios. Aunque es algo vil decir: “Pequemos
para que la gracia abunde”, con todo, es una verdad sumamente gloriosa que
cuando el pecado abunda la gracia sobreabunda mucho más. Así el poder limpiador
de la sangre cobra más renombre en razón del pecado que hizo necesario este
portentoso sacrificio. Tal vez nunca hubiéramos conocido tan bien al Salvador
si no hubiéramos visto al pecado tan claramente en las vidas de los seres
perdonados, que después fueron lavados, y limpiados y santificados, por Su
energía purificadora. La propia oposición que pasa al frente es anulada por Su
triunfo. Entre más fuertes son Sus enemigos, más fuerte es el grito de victoria
cuando retorna de la refriega.
Y cuando la iglesia es asediada (que es una
manera de herir a Cristo) ella obtiene algún beneficio inmediato de la aflictiva tribulación, pues la
persecución actúa como un gran aventador que elimina el tamo de la era en la que
está almacenado el grano puro. Es para la Iglesia como un fuego purificador. La
mera escoria es separada. Los incrédulos, que se encuentran entre los fieles,
apostatan pronto, mientras que el oro y la plata genuinos –los genuinos amantes
de Cristo- son librados de impurezas y purificados por las ordalías a través de
las cuales son constreñidos a pasar.
¡Oh, bendito Salvador!, ellos en verdad te
hieren, y herirte pueden, pero tú eres enaltecido, pues sus amargos denuestos despiertan
Tu dulce potencia. Ellos pueden hundir sus lanzas en Tu propio corazón, pero ¡al
entregar Tu propia energía de amor y misericordia, y saludarlos con la
salvación, Tú vences a quienes pensaron vencerte! Hermanos, sumen estas dos
cosas: el hombre que continúa hiriendo todavía al Salvador, y como resultado,
el más superabundante despliegue de la gracia del Salvador. Entonces encuentren
un total si pueden.
Otro pensamiento, que difiere un poco del
último, podría ayudarnos a proseguir con nuestra meditación. Desde que el
soldado metió su lanza en el corazón del Salvador:
III. LA SENDA HACIA ESE CORAZÓN ESTÁ ABIERTA.
De hecho siempre estuvo abierta, pues Él siempre
amó a los hijos de los hombres, pero ahora puede verse abierta. La herida
abierta por la lanza no fue pequeña, pues leemos que Tomás metió su mano. ¡Qué amplia
fisura debe de haber sido ésa, en la cual el apóstol pudo introducir la palma
de su mano! “Acerca tu mano, y métela en mi costado”. Él vive todavía, como
ninguno de nosotros podría vivir, con un pasaje abierto siempre al corazón. En
Su propia carne Él nos testifica hoy que Su corazón está listo para recibir
cualquier mensaje que Sus hijos decidan enviarle, y que está igualmente listo
para responder con el amor que tiene su fuente allí. ¡Contemplen el corazón
abierto de Jesús! Está abierto para que toda la gracia allí contenida pueda
fluir libremente hacia los pecadores indignos.
Pecador, no pienses que tienes la necesidad de
abrir el costado de Jesús. La sangre ha fluido libremente. Responde ahora,
¿vendrás y te lavarás en ella? Tú no tienes que rogar pidiendo una limpieza,
como si se tratase de una bendición difícilmente obtenible por medio de la
importunidad; fluye y fluye todavía. Él está dispuesto, tan dispuesto como es capaz,
y tan capaz como está dispuesto, a limpiarte de tu culpa. Todo lo que hay
dentro del corazón de Cristo fluye hacia fuera. El precioso líquido se conserva
dentro, pero está a la disposición de toda alma necesitada y sedienta.
Su corazón está abierto. Está abierto para que quien dude, meta su mano en él ahora. ¿Dónde
estás, Tomás? ¿Pides acaso algo difícil diciendo: “A menos que vea esto y
aquello, no creeré”? ¡Oh, persona que tiemblas, agobiada por tus pecados y tu
debilidad!, ¿no lo ves en gloria en este día, con Su corazón abierto todavía
para ti? Mete tu mano en la herida, y di: “¡Señor mío, y Dios mío!” Acepta a tu
Salvador sin vacilación o demora. Ven y encuentra reposo en Él. Su costado está
abierto para que Su corazón esté al alcance de tu mano. Está abierto –ese
costado está abierto- para que quienes lo traspasaron miren dentro para ver lo
que hicieron, y lo lamenten. Pero vean cuán tierno es Su corazón, y acudan a Él
sin miedo. Ustedes lo atravesaron. Mírenlo y lamenten por haberlo hecho.
Pecadores, aunque ustedes hicieron morir a su
Señor, Su corazón está abierto para ustedes. Él los invita a venir y a recibir
Su misericordia que ha atesorado para ustedes. ¡Oh, vengan, vengan ustedes! Él
los recibirá ahora. Su corazón está abierto para identificarse con los dolores
y pesares, con las oraciones y súplicas, con los deseos y anhelos de todo Su
pueblo. Ustedes saben que tenemos que llegar a los corazones de algunos hombres
a través de sus oídos y a través de sus ojos. No pocos seres de nuestra insensible
raza sofocan estos pasajes. Les muestras la aflicción y la contemplan sin
emoción. No puedes alcanzar su corazón. Si les cuentas una historia lastimera
de profunda congoja, la escuchan con indiferencia, pues, de alguna manera, la
historia extravía su camino en los laberintos del oído y no llega al corazón.
Sucede todo lo contrario con su Señor. Su
corazón es tan accesible que no han de temer que no los oiga, o que no preste
atención a su más débil clamor. Sentirán que pueden acercarse, directamente y
rápidamente a Él, por un pasaje cercano; de inmediato alcanzan Su propia alma. Entonces,
no digan que nadie se identifica con ustedes. Jesús lo hace; nunca deja de
tener piedad, aplacar o alentar. Su corazón traspasado simpatiza mucho más
rápidamente que los corazones más tiernos que hayan vivido jamás antes o
después. Su amor excede al amor de las mujeres, por tierno que éste sea. No hay
amor como el de Aquel que tiene el corazón abierto –el amor de Jesús con el
corazón abierto- con el costado abierto. No puedo expresarles lo que veo en
este hecho desnudo, en esta bendita verdad. Quisiera poder hacerlo. Pero sería
todavía mejor si ustedes pudieran ver lo mismo.
¡Oh!, yo puedo venir a Él ahora y puedo poner
mis oraciones dentro de Su costado, puedo venir y puedo poner mis deseos dentro
de Su costado. ¡Oh, Jesús!, “delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro
no te es oculto”. No tengo sino cinco sentidos; Tú tienes uno nuevo, Tú tienes
una nueva senda hacia Tu corazón, una que nosotros, pobres mortales, no
tenemos. Mis hermanos podrían no prestar atención, pero Tú, nunca dejarías de
hacerlo. Tú eres el del corazón herido, -por siempre comprensivo- por siempre
lleno de gentileza. Podría permanecer mucho tiempo reflexionando sobre este
pensamiento, pero prefiero dejárselos para que mediten en él, no vaya a ser que
yo lo oscurezca con palabras; por tanto, terminemos con una última reflexión.
IV. UNA HERIDA EN EL COSTADO DE CRISTO REVELA AL
CORAZÓN DE JESÚS EN SU PRECIOSIDAD.
Esa lanza, por decirlo así, quebró la caja de
alabastro y dejó salir el dulce perfume. Entonces, ¿qué había en el corazón del
Salvador? Los hombres llevan en sus corazones lo que les es más preciado. El
hombre verdadero es lo que él es en el núcleo de su corazón. ¿Cuál era el
pensamiento vital de nuestro bendito Redentor, el motivo impulsor de Su obra
vital? ¿Sobre qué concentraba más que nada los deseos y afectos de Su corazón? ¿No
ven que cuando fue atravesado brotaron la sangre y el agua? Esas dos cosas,
entonces, deben de haber sido las más cercanas al propósito de Su corazón. De
aquí yo discierno que en el corazón de mis Señor, había, primero, una sólida determinación de exonerar a los
pecadores de su culpa por medio de Su sangre. El sacrificio expiatorio no
es meramente la sangre de la mano de la obra del Salvador, ni es meramente la
sangre del pie de los viajes del Salvador a través del valle de lágrimas; era
la sangre de Su corazón, indicativa de la obra del corazón, era la sangre de la
redención derramada por nosotros. Él amó esa obra. Él estaba apremiado hasta
que pudo cumplirla. Y permíteme decirte que el gozo de Cristo es limpiarte de
tu pecado. No te hagas para atrás porque tu conciencia esté turbada. Él ha
abierto una fuente para limpiar tu inmundicia; la ha abierto en medio de la
casa de David. Él se deleita al quitar tu culpa.
“Amado
Cordero agonizante, ‘Tu
sangre preciosa
No perderá nunca su
poder’,
Hasta que toda la
Iglesia de Dios rescatada
Sea salvada para no
pecar más”.
No ha perdido su poder; entonces ha de
interceder por mí; para mí tiene que ser preciosa. He de sentir su potente
virtud. He de tener arrojo por medio de ella. Como el apóstol, que pueda yo
decir: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió”. ¡Oh, que la sangre fuera
aplicada a la conciencia! No descanses mientras no la oigas hablar de paz a
través de tu naturaleza entera, mientras no veas que la maldición ha sido
quitada, y estés seguro de que ahora no hay condenación para ti porque tú estás
en Cristo Jesús. La obra del corazón de Cristo es redimir a Su pueblo por Su
sangre. ¡Oh, que vea Él ahora el fruto de la aflicción de Su alma en tu
redención!
Además, amados, en el corazón de Cristo había
agua así como también sangre. Él quiere
que Su pueblo sea santificado así como también perdonado; Él quiere
liberarlos del poder así como de la culpa del pecado. Yo creo que ésto está muy
cerca del corazón de Cristo. Tanto Su designio como Su deseo es presentar a Su
Iglesia sin mancha ni arruga, ni nada parecido. Su espíritu está obrando hasta
el fin. El placer y el propósito de Cristo es impedir que haya siquiera una
sola mancha que permanezca en la naturaleza de Su pueblo. Él ha quitado la
culpa por el sacrificio de Sí mismo. Esto está consumado. Sin embargo, continúa
exigiendo la abnegación del pueblo para quitarle sus perversas propensiones, el
fruto de la caída de su primer padre.
Alma mía, glorifica al corazón traspasado de
Cristo. Deja que vea en ti misma el efecto del agua que fluyó de Su corazón. “Sed
santos” –dice Él- “porque yo soy santo”. “Sed vosotros perfectos” –dice
también- “como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Nieguen la
carne con sus afectos y lascivias. Sepárense de los pecadores. Eviten
participar de los pecados de otros hombres. A semejanza de Él, sean ustedes “santos,
inocentes, sin mancha, apartados de los pecadores”. Ésto sólo puede realizarse por
la aplicación vital por parte del Espíritu, de la muerte expiatoria del
Salvador. Quédate al pie de la cruz; vive bajo la influencia de Su pasión; ora
pidiendo que seas levantado por encima de la vanidad de este mundo que se
esfumina y desaparece a una novedad de vida, por medio del corazón traspasado.
En fin, estemos en penitencia delante del Crucificado, y lamentemos haberlo traspasado;
pero estemos en Su propiciación, regocijándonos porque Su herida ha procurado
nuestro perdón. Entonces, prosigamos nuestro camino, resueltos a glorificarle,
con su ayuda “andando en santa y piadosa manera de vivir”. Pues “el que lo vio da
testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que
vosotros también creáis”. ¡Que pudieran creer; que todos crean que el registro
es verdadero! Creyendo, ustedes tendrán vida por medio de Su nombre. Amén.
Nota del
traductor:
Ordalías: pruebas. En la Edad Media, pruebas a
que eran sometidos judicialmente los reos para demostrar su inocencia.
Traductor: Allan Román
19/Octubre/2010
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