El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Deserción y
Apostasía
NO.
3556
SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y PUBLICADO EL JUEVES 22 DE MARZO DE 1917.
“¿Queréis acaso iros también vosotros?” Juan 6: 67.
Ningún mal que pudiera
recaer jamás sobre nuestras comunidades cristianas es más lamentable que el que
proviene de la defección de los miembros. La pena más abrumadora que pudiera
estrujar el corazón de un pastor es la que proviene de la perfidia de su amigo
más íntimo. La más horrenda calamidad que
Confío, queridos amigos,
que no pensarán que albergo algunas sospechas mezquinas respecto a la fidelidad
de ustedes debido a que mi texto contiene un llamado tan directo y personal a
su conciencia. La pregunta, tal como está planteada por nuestro Señor, revela
un mayor grado de sufrimiento que de pasión: “¿Queréis acaso iros también
vosotros?” La dirigía a los doce escogidos. Yo me hago la misma pregunta; les
hago esa misma pregunta a quienes son líderes de la iglesia; la hago a cada uno
de sus miembros sin excepción: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Pero si
hubiese alguien para quien fuera peculiarmente aplicable, no deseo dejar de
hacerle la pregunta a ese individuo muy personalmente: “¡Cómo! ¿Te vas? ¿Tienes
la intención de regresarte? ¿Tienes la intención de irte?”
Abordemos de manera
indirecta la pregunta. ‘¿Quieren acaso irse también
ustedes?’ “También” significa: igual que otras personas. ¿Por qué se van otras
personas? Si tuvieran alguna buena razón, tal vez pudiéramos ver algún motivo
para seguir su ejemplo. Miren atentamente, entonces, las diversas causas o
excusas para la defección. ¿Por qué renuncian a la profesión religiosa que una
vez abrazaron? La razón fundamental es una falta de gracia, una carencia de fe
verdadera, una ausencia de piedad vital. Sin embargo, es de las razones
extrínsecas que exponen la apostasía interna del corazón con respecto a Cristo
de las que tengo ansias de disertar.
I. POR
QUÉ ALGUNOS ABANDONAN A CRISTO.
Hay en estos días algunas
personas, como las hubo en tiempos de nuestro Señor, que se apartan de Cristo
porque no pueden tolerar Su doctrina. Nuestro
Señor había declarado más explícitamente que en cualquier otra ocasión anterior
la necesidad de que el alma se alimente de Él. Ellos probablemente no
comprendieron bien Su lenguaje, pero ciertamente se ofendieron por Su
declaración. Por esto algunos dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede
oír?” Entonces ya no andaban con Él.
Hay muchos puntos y
detalles en los que el Evangelio es ofensivo para la naturaleza humana y repulsivo para el orgullo de la criatura. No tiene previsto
agradar al hombre. ¿Cómo podemos atribuir a Dios un propósito semejante? ¿Por
qué habría de idear un Evangelio que satisficiera los caprichos de nuestra
pobre naturaleza humana caída? Dios tenía el propósito de salvar a los hombres,
pero nunca tuvo el propósito de complacer sus depravados gustos. Más bien pone
el hacha a la raíz del árbol y derriba el orgullo humano. Cuando los siervos de
Dios son conducidos a exponer alguna doctrina que humilla, hay algunos que dicen:
“¡Ah!, yo no le daré mi asentimiento a eso”. Dan coces contra cualquier verdad
que hiera sus prejuicios. ¿Qué dicen ustedes, hermanos, a las demandas del
Evangelio respecto a la lealtad de ustedes? Si descubrieras que
“Ni hombre ni ángel pueden discernir
La hipocresía, el único mal que camina
Invisiblemente, excepto para Dios”.
¿Se unirá alguien a una
iglesia por la respetabilidad que eso implica, o por la posición que pudiera
darle o por el crédito que pudiera generarle? Pronto descubrirá que no responde
a su propósito. Entonces se irá. La probabilidad más grave es que sea echado
fuera vergonzosamente.
Algunos abandonan a
Cristo y se van, aterrorizados por la
persecución. Hoy en día se supone que no existe tal cosa. Pero eso es un
error, pues aunque los mártires no son quemados en Smithfield, y
Luego, hay gente que
abandona la verdadera religión por pura
veleidad. Yo no sé cómo explicar las defecciones de algunas personas. Si
revisaran la lista de naufragios, notarían que algunos barcos se han hundido
debido a colisiones y otros debido a que se han estrellado contra las rocas;
pero algunas veces se encuentran con un barco “hundido en alta mar”; nadie sabe
cómo sucedió el hundimiento; el
propio dueño no puede entenderlo. Era un día tranquilo y había un cielo sin
nubes cuando el barco se hundió. Hay algunos profesantes que, con respecto a la
fe, han naufragado bajo circunstancias aparentemente favorables, tan libres de
problemas, tan exentos de tentación, que no hemos visto nada que despertara
alguna ansiedad por ellos, y con todo, se han hundido de pronto. Nos quedamos
sorprendidos y asombrados. Yo recuerdo a uno que cayó en pecado descarado, de
quien un hermano imprudentemente dijo: “Si ese hombre no es un cristiano, yo no
lo soy”. Sus oraciones habían sido ciertamente fervorosas. Muchas veces me
derritieron delante del trono de gracia, y sin embargo, la vida de Dios no
podía haber estado en su alma, pues vivió y murió en flagrante vicio y fue
impenitente hasta el fin. Yo solo puedo atribuir tales casos a una suerte de veleidad
que puede ser cautivada con un sermón, o con una obra de teatro; que puede
hacerlos tomar un asiento en la capilla o un palco en la ópera con igual despreocupación;
y siguen ávidamente la excitación de la hora, “una cosa tras otra y nada
perdurable”. “Impetuoso como las aguas, no serás el principal”. Profesan
impulsivamente el cristianismo si bien no lo abrazan, y luego, sin molestarse a
renunciar a él, caen en la infidelidad. Son lo suficientemente blandos y
maleables para que se pueda darles cualquier forma. Hechos de cera, pueden ser
moldeados por cualquier mano que sea lo suficientemente fuerte para sujetarlos.
¡Que el Señor tenga misericordia de cualquiera de ustedes que pudiera ser de
ese género! Brotan de pronto y súbitamente se marchitan. Apenas ha sido
sembrada la simiente y ya sale el brote. ¡Qué cosecha maravillosa prometen
ustedes! Pero, ¡ah!, tan pronto como sale el sol con su calor ardiente, puesto
que no hay tierra, la buena semilla se marchita. Pídanle a Dios que sean
surcados profundamente, que la plancha de hierro de la roca que está por debajo
pueda ser quebrada por completo, para que tengan abundante subsuelo y una raíz
firme, para que la fronda que produzcan sea permanente. La carencia de
principios es mortal, pero esa carencia es demasiado común. Nunca dejes de orar
pidiendo que seas arraigado y cimentado, establecido y edificado en Cristo, de
manera que cuando vengan ríos y soplen vientos, no caigas con una gran
destrucción, como cayó aquella casa que fue edificada sobre la arena.
Y, ¡oh, cuántos
abandonan a Cristo por causa de los goces
sensuales! No voy a extenderme sobre este punto. Es cierto, sin embargo,
que los placeres del pecado fascinan sus mentes por un tiempo al punto de que
sacrifican sus almas en el santuario de la sórdida vanidad. Por una alegre
danza, por una diversión desenfrenada, o por un goce transitorio que no
resistiría la crítica, han renunciado a los placeres que son duraderos, a las
esperanzas inmortales que nunca fallan, y han dado la espalda al bendito
Salvador que da y fomenta los gustos por goces indecibles, por dichas de gloria
plena. En nuestro cuidado pastoral de una iglesia como ésta, tenemos una
dolorosa evidencia de que un número considerable de personas se enfría
gradualmente. Los reportes de los ancianos en cuanto a las ausencias reiteran
las vanas excusas presentadas para la inasistencia. Uno tiene muchos hijos.
Para otro la distancia es demasiado grande. Pero cuando se unieron a la iglesia
la familia era igualmente grande y la distancia era la misma. No obstante los
cuidados del hogar se vuelven más tediosos cuando el interés por la religión
comienza a flaquear; y la fatiga del viaje se incrementa cuando el celo por la
casa de Dios vacila. Los ancianos temen que esas personas se están enfriando.
No podemos detectar ninguna transgresión real, pero nos aflige porque hay un
deterioro gradual. Le tengo pavor a esa frialdad de corazón; se introduce
subrepticia e insensiblemente, y sin embargo, muy seguramente en todo el
cuerpo. Yo no estoy diciendo que sea más grave que el pecado descarado. No
puede serlo. Sin embargo, es más insidioso. Una delincuencia flagrante alarmaría
a uno como un ataque alarma a un paciente; pero un lento proceso de rebeldía
podría introducirse subrepticiamente como una parálisis en una persona, sin
despertar sospechas. Es como el sueño que les sobreviene a los hombres en las
regiones polares, que si cedieran a él, no se despertarían nunca más. Tienes
que estar despierto pues de otra manera ese letargo seguramente acabará en
muerte. “Canas le han cubierto, y él no lo supo”. ¿Acaso no sucede así con
algunos de ustedes, queridos amigos? ¿Se están apartando poco a poco? Quien
pierde su riqueza poco a poco entra pronto en bancarrota, y el descubrimiento
es doloroso cuando llega el fin. ¡Cuán miserable ha de ser una bancarrota
espiritual para aquel que desperdicia gradualmente su propiedad celestial, si alguna
vez tuvo una! ¡Que Dios nos preserve de tal catástrofe!
Algunos se han apartado
porque alegan que lo hicieron por un
cambio de circunstancias. Estaban con nosotros cuando sus medios de
sustento eran suficientes, si es que no abundantes. Por causa de reveses en el
negocio han caído en su posición social. Debido a eso no quieren tener comunión
con nosotros como solían hacerlo. Ahora puedo decir, desde lo más íntimo de mi
alma, que si hay alguna persona que se queda pobre, en lo que a mí respecta, mi
opinión de ella no desmerece ni un ápice, ni la tengo en menor estima por
empobrecida que pudiera quedarse. No me digas que no tienes vestidos apropiados
para venir aquí, pues cualesquiera vestidos por los que hubieres pagado, merecen
el respeto. Si no has pagado por ellos, no puedo excusarte. Sé honesto. La lana
y las telas de algodón no tienen por qué avergonzarte; pero yo te culparía
ciertamente por la excesiva elegancia o por seguir la moda. Siempre me alegra
ver a hermanos aquí sentados, como a veces lo hago, vistiendo sus batas de obrero.
Un buen amigo es muy conspicuo en esa línea. La impecable blancura de su ropa
rural es más bien atractiva. Si pagó por esa ropa, es un hombre mucho más
respetable que cualquiera que se haya metido en deudas por un traje de paño
fino que no puede pagar. Y yo me alegro al pensar que no estoy expresando
meramente mi propio sentimiento, sino una opinión que es compartida por la
comunidad entera. Todos nosotros nos deleitamos al ver a nuestros hermanos
pobres. Si hay alguno de ustedes que sufra de una sensibilidad propia, o que
sospeche respecto a nuestras reflexiones, entre más pronto se despoje de ese
tonto orgullo, más feliz será. Están celosos por ser considerados respetables.
¿Acaso no saben que un hombre es respetable por su carácter y no por el dinero
que tiene en su bolsillo? Otros abandonan a Cristo porque se han vuelto
adinerados y se han enriquecido. No escarnecían el pequeño conventículo cuando
eran gente sencilla y laboriosa; pero desde que la fortuna les ha sonreído y
han cambiado su residencia de la vivienda multifamiliar a una mansión y han
podido adquirir un carruaje, se sienten obligados a moverse en otro círculo. A
su iglesia parroquial, o a alguna iglesia ritualista de su vecindario acuden
una vez el día domingo. Ellos engalanan el lugar con su presencia; se muestran
en medio de la élite de esa
localidad; se inclinan y hacen una reverencia y vuelven su rostro al oriente
como si hubiesen nacido para esas etiquetas. Son demasiado respetables para
entrar en la pequeña capilla bautista. Reciben visitantes en la tarde, cenan
tarde, y disipan las horas del domingo en la frívola pretensión de presumir su
dignidad. Bien, yo pienso que no hay que lamentar su partida. Cuando se van no
representan ciertamente ninguna pérdida para nadie. Nos lamentamos por ellos
como lo haríamos por Demas o Judas. Han caído en una situación opuesta a lo que
consideraban que sería su buena fortuna y que ha resultado ser su ruina. Los
que tienen principios verdaderos, cuando progresan en el mundo ven mayor razón
para gastar su riqueza y su influencia en ayudar a la buena causa. Los
principios prevalecerían sobre la táctica hasta el fin, si en sus corazones
creyeran la verdad que es en Jesús. No sería ninguna deshonra para un príncipe
ir y sentarse al lado de un indigente, si ambos fueran verdaderos seguidores de
Jesucristo. En la antigüedad cuando nuestros ancestros se reunían en cuevas y
guaridas de la tierra, se encontraban con el potentado y con el humilde, con el
esclavo y el libre; o cuando, en épocas anteriores, los cristianos se
congregaban en las catacumbas, hombres provenientes de la casa de César, ya
fuese un jefe, ya un senador, ya un príncipe de sangre real, venían y se
sentaban en esas cuevas, iluminados por una débil vela, para oír mientras un
varón descalzo pero instruido por el cielo, declaraba el Evangelio de Jesús con
el poder del Espíritu Santo. Yo estoy seguro de que eran analfabetos, pues al
mirar los monumentos que se encuentran en la catacumbas es raro dar con una
inscripción que esté completamente bien escrita. Aunque es lo suficientemente
evidente que los primeros cristianos eran un grupo de hombres analfabetos, con
todo, quienes eran grandes y nobles no desdeñaban unirse a ellos, ni tampoco lo
harían ahora si la luz del cielo brillara y el amor de Dios ardiera en sus
corazones.
Una doctrina errónea ocasiona que muchos apostaten. Hay siempre una
abundancia de eso que ronda por doquier. Los embaucadores engañarán a los
débiles; y algunos han sido apartados por la duda moderna; y la modesta
infidelidad tiene sus partidarios. Comienzan precavidamente leyendo obras con
miras a responder al escepticismo científico o intelectual. Leen un poco más y
se sumergen un poco más hondo en el turbio torrente porque sienten que son muy
capaces de oponerse a la insidiosa influencia. Prosiguen hasta que al fin se
quedan perplejos. Ellos no acuden a aquellos que podrían ayudarles con sus
escrúpulos, sino que continúan a la deriva hasta que al fin han perdido su punto
de apoyo, y aquel que dijo que era un creyente termina en un completo ateísmo,
dudando incluso de la existencia de un Dios. ¡Oh, que aquellos que son bien
instruidos se contentaran con su enseñanza! ¿Por qué inmiscuirse en herejías?
¿Qué pueden hacer sino contaminar sus mentes? Si me quedara ennegrecido,
imagino que podría lavar todas las suciedades, pero lamentaría ennegrecerme
para poder lavarme. ¿Por qué habrías de ser tan necio como para ir a través de
estanques de enseñanza perniciosa meramente porque piensas que es fácil lavarte
de su contaminación? Esa frivolidad es peligrosa. Cuando comienzas a leer un
libro y lo encuentras pernicioso, deja de leerlo. Alguien podría reprenderte
por no completar su lectura. Pero, ¿por qué habrías de hacerlo? Si yo tengo un
trozo de carne sobre mi mesa cuyo olor y sabor me convencen de inmediato de que
está pútrido y descompuesto, ¿debería mostrar mi discreción engulléndolo absolutamente todo antes de pronunciar
mi juicio de que no es apropiado como alimento? Un bocado es más que
suficiente, y una frase de algunos libros debería bastar para que un hombre
sensible rechazara todo el texto. Que aquellos que puedan disfrutar ese tipo de
alimentos se queden con ellos, pero yo tengo una preferencia por un alimento
mejor. Sigue con el estudio de
No voy a continuar en
esta vena. Es doloroso para mí hacerlo, si no lo fuera para ustedes. Voy a
condensar en unas cuantas frases mi respuesta a la segunda pregunta:
II. ¿QUÉ
ES DE ELLOS?
Los que se apartan, ¿qué
será de ellos? Bien, si son hijos de Dios, yo les diré qué será de ellos, pues
lo he visto decenas de veces. Aunque se aparten, no son felices. No pueden descansar, pues son miserables aun cuando
procuren estar alegres. Después de un tiempo comienzan a recordar a su primer
esposo, pues entonces les iba mejor que ahora. Regresan; pero hay un gran
número de ellos -por no hablar de la vergüenza que tienen que cargar a sus
tumbas- que nunca son los hombres que fueron antes. Tienen que tomar un segundo
lugar entre sus compañeros. Y aun si la gracia soberana bendijera tan
maravillosamente su dolorosa experiencia como para que fueran restaurados
plenamente, no pueden mencionar jamás el pasado sin lamentarlo amargamente. Con
su desvío sirviendo como faro para otros, les dirán a los jóvenes: “No hagan
nunca lo que yo he hecho; de ello no proviene ningún bien y sólo males”. En la
vasta mayoría de los casos, sin embargo, no son el pueblo del Señor. Entonces
ese es el resultado. Los que resultan ser traidores a una profesión que una vez
hicieron, son las personas más difíciles de ser impresionadas en el mundo. Sin
duda algunos de ustedes, cuando vivieron en el campo, solían llegar puntuales a
sus acostumbrados lugares de adoración; pero desde que vinieron a Londres, donde
su ausencia de cualquier santuario pasa inadvertida, raramente entran en los
atrios de la casa del Señor; y no habrían estado aquí esta noche a no ser por
algún incentivo especial: algún primo del campo o algún amigo particular que
los haya traído. Aunque sea desconocida para mí, Dios explora tu senda. Bien,
tú estás aquí, y con todo, pudiera ser que fuera para escaso beneficio. Has
recibido consejos y advertencias con tal profusión que amonestarte sería como
derramar aceite sobre una plancha de mármol. ¡Si Dios, por Su omnipotente
misericordia, no quebrantara tu obstinado corazón, no habría ninguna esperanza
para ti! Tales personas frecuentemente
pierden toda conciencia. Pueden llegar bastante más lejos que cualquier
otra persona hablando en contra de la religión. Algunas veces se aventurarán a
decir que saben tanto al respecto que podrían exponerlo. Su jactancia y su
amenaza son igualmente sin ningún significado; pero así como los muchachos
chiflan para darse valor cuando caminan a través del camposanto de la iglesia,
así su vana plática y sus historias sin sentido traicionan su miedo sofocado.
Hablan desdeñosamente de Dios mientras se justifican a sí mismos en una
trayectoria en la que su propia conciencia los censura. ¡Ay!, algunos de ellos
regresan para comprobar que son los pecadores más abandonados en el mundo. La
materia prima con la cual el diablo construye la red más letal es la que se
daba por sentado que era la sustancia más santa. No podría haber habido un
Judas que traicionara a Cristo, si no hubiese sido distinguido primero como un
discípulo que se aventuró a besar a su Maestro. Tienes que sacarlo de entre los
apóstoles para hacer a un apóstata. Así como los cabecillas de una transgresión
desenfrenada, cuando son convertidos, a menudo se convierten en los mejores
predicadores del avivamiento, así aquellos que parecieran ser los más leales
súbditos de Cristo, cuando se convierten en renegados, demuestran ser los
enemigos más encarnizados y los pecadores más negros. Dolorosos recuerdos se
agolpan en la mente de uno. Estando aquí ahora en medio de una gran iglesia, me
vienen a la mente cosas que han atormentado a mi alma. ¡Que Dios me conceda que
no vea a nadie parecido a ellos de nuevo! ¡Se van! ¡Ah, Dios mío!, muchísimos
de ellos se van para morir en una rotunda desesperación. ¿Leyeron alguna vez la
vida de Francis Spira? Si quieren dormir esta noche, no emprendan la lectura de
esas memorias. ¿Leyeron alguna vez la vida de John Child, un ministro bautista
que vivió aproximadamente hace doscientos años? El señor Keach la narra en una de sus obras. Él era un hombre que conocía
la verdad y en gran medida había sentido su poder; pero se apartó de ella, y
antes de morir, sus expresiones fueron demasiado terribles para ser oídas. El
remordimiento y la desesperación de su espíritu hicieron huir a todos los
presentes. Por último puso manos violentas sobre sí mismo. Pues no ha de
sorprendernos que un hombre se ahorque si después de haber visto a Cristo a la
cara y de haberle besado, le traiciona y le crucifica de nuevo. Comer a la mesa
del Señor, beber de esa copa de bendición, tener compañerismo con los santos,
unirse a sus oraciones y a sus himnos, profesar ser un discípulo de Cristo, y
luego volverse y no andar más con Él, es aventurarse en un curso que conlleva
un peligro que no es ordinario. La oscilación del péndulo, si ha sido levantado
en alto y luego se suelta, es mucho mayor en el lado opuesto. No me sorprende
que alguien que renuncia intencionalmente a sus votos de consagración a Jesús
sea precipitado en el pecado flagrante. Y ¡oh!, cuando sus ojos son abiertos y
su conciencia es despertada, ¡cómo desea no haber nacido nunca! Si pudiera
terminar su existencia y aniquilar su alma conmovida por la angustia, entonces
el más extremo acto de desesperación con el cual pudiera terminar su vida que
no puede remediar puede ser considerado sabio. Pero no; eso es imposible. No
puede encontrar el alivio que busca cuando da el terrible salto desde el
sufrimiento de aquí a una forma agravada de miseria en el más allá, diez mil
veces peor de soportar. Sella su destino y hace segura su condenación al tiempo
que levanta contra sí mismo una mano asesina. ¿Me dirijo a alguien aquí
desprovisto de todo rayo de esperanza y temblando al borde de la fría
desesperación? ¡Espera! Yo quisiera clamar a tu oído; no te hagas ningún daño.
No te puedes hacer ningún bien. No pienses curar tus dolores cometiendo otro
crimen.
“Fue una locura huir así de la luz viva,
Y hundir tu alma culpable en la noche sin fin”.
Mientras haya vida hay
esperanza. Jesucristo puede perdonarte. Regresa a Él. Él puede lavarte en Su
sangre. Él puede limpiarte aunque tu pecado sea como la grana. Pero, ¡oh!, no
lo tomes a la ligera, no te tardes. No te demores por más tiempo en tu presente
condición; de lo contrario, pudiera ser que colmes la medida de tus iniquidades
antes de que te des cuenta, y podrías gustar, aun en este mundo, algún comienzo
de la ira venidera. Si no fueras rescatado muy rápidamente como un trofeo de la
gracia, te podrías convertir en un monumento de la ira de Dios, en un faro para
disuadir a otros para que no se atrevan a apartarse. Hablo solemnemente; no
puedo evitarlo. Siento tan intensamente el terror de ese mal y estoy tan seguro
de que algunos de ustedes lo están tomando a la ligera, que me pondría de
rodillas y les suplicaría con lágrimas en los ojos que se preocupen por el lugar
donde se encuentran. Van avanzando en un plano inclinado, y están yendo hacia
abajo y hacia abajo y hacia abajo. Sus pies están aun ahora en deslizaderos
desde los cuales multitudes han caído en el precipicio de la destrucción. ¡Cómo
son conducidos a la desolación como en un instante! ¡Que el Señor se apresure a
liberarlos! ¡Que extienda Su mano y los reciba! Yo sólo puedo llamarlos.
Parecieran haber llegado a un punto donde no puedo alcanzarlos. No se aventuren
a dar un paso más adelante en ese peligroso camino. Miren a Jesús, miren a
Jesús; Él puede redimir sus vidas del pozo del abismo por Su gracia soberana, y
sólo Él puede hacerlo. Luego, como una oveja descarriada llevada de regreso al
redil, adorarán Su nombre. Nuestro tercer punto es este:
III. ¿POR
QUÉ NO NOS VAMOS NOSOTROS COMO SE HAN IDO ELLOS?
Si fuéramos dejados a
nosotros mismos, no podría decirles ninguna razón por la que no nos iríamos
como se han ido ellos. Tampoco podría decirles, en verdad, por qué el mejor
varón aquí presente no podría ser el peor individuo antes que amaneciera el día
de mañana, si la gracia de Dios lo dejara. John Bradford, ustedes saben, al ver
a los pobres criminales cuando eran llevados a Tyburn para ser ejecutados,
solía decir: “Allá va John Bradford, si no fuera por la gracia de Dios”.
Verdaderamente cada uno de nosotros podría decir lo mismo. Quedarse con Cristo,
sin embargo, es nuestra única seguridad, y confiamos que nunca nos apartaremos
de Él. Pero, ¿cómo podemos asegurarnos de esto? Lo importante es tener un
fundamento real en Cristo para comenzar: fe genuina, piedad vital. El cimiento
es el primer asunto que debe ser atendido cuando se edifica una casa. Con un mal
cimiento no se puede tener una casa sólida. Se requiere de un cimiento firme, de
unas bases adecuadas, antes de proceder a poner la estructura superior. Si su
religión es una farsa, pídanle a Dios que puedan descubrirlo ahora. A menos que
sus corazones estén profundamente surcados con un genuino arrepentimiento, y a
menos que estén completamente arraigados y cimentados en la fe, pueden tener
alguna causa para sospechar la realidad de su conversión y la veracidad de la
operación del Espíritu Santo en ustedes. Que el Señor obre en ustedes un buen
principio, y luego, pueden tener la plena seguridad de que Él lo continuará
hasta el día de Jesucristo.
Recuerden, también, queridos
hermanos y hermanas, que si quieren ser preservados de caer, deben ser
instruidos en la humildad y deben mantenerse siendo muy humildes delante del
Señor. Cuando están a media pulgada del suelo, están media pulgada demasiado
altos. Su lugar ha de ser nada. Confía en Cristo, pero no confíes en ti mismo.
Confía en el Espíritu de Dios, pero no confíes en ninguna otra cosa que esté en
ti mismo; no, no confíes en una gracia que hayas recibido, ni en un don que
poseas. Los que caminan humildemente con Dios no resbalan. Aquellos que
dependen enteramente de Dios están siempre seguros. Sé celoso de tu obediencia;
sé circunspecto; sé cuidadoso; mirad por vosotros; su caminata y conversación
no pueden ser demasiado precavidas. Muchos se pierden por ser demasiado
descuidados, pero nadie lo hará por ser demasiado escrupuloso. Los estatutos
del Señor son tan rectos que no puedes descuidarlos sin apartarte de la senda
de rectitud. Vigila y ora. Que Dios te ayude a vigilar o de otra manera te vas
a quedar adormilado. No descuides nunca la oración. Eso está en la raíz de cada
defección. El retroceso comienza comúnmente en el aposento de oración.
Restringir la oración es matar el propio pulso de la vida. “Velad en oración”.
Y yo les imploro, queridos amigos, que eviten la compañía que ha descarriado a
otras personas. No conversen con aquellos cuyos chistes son profanos. Manténganse
lejos de ellos. No les corresponde a ustedes ser vistos de pie, y mucho menos
sentados con hombres de modales relajados y conversación lasciva. No pueden
hacerles ningún bien, pero el mal que podrían traer sobre ustedes no sería fácil
de calcular. Tal vez hayan oído la historia –pero es tan buena que vale la pena
repetirla- de la dama que puso un anuncio solicitando un cochero, y fue
visitada por tres candidatos para el puesto. Al primero le hizo la siguiente
pregunta: “yo necesito un cochero verdaderamente bueno que guíe mi par de
caballos, y, por tanto, le pregunto ¿cuán cerca del peligro puede guiarlos y,
con todo, estar a salvo?” “Bien” –dijo él- “yo podría guiarlos muy cerca, en
verdad; podría acercarme a una distancia de un pie (unos
Traductor: Allan Román
11/Junio/2013
www.spurgeon.com.mx