El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Razones en Defensa de Dios
NO. 3543
SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES
Y PUBLICADO EL JUEVES 21 DE DICIEMBRE DE 1916.
“Todavía
tengo razones en defensa de Dios”. Job 36: 2.
“Todavía hay
palabras en favor de Dios”. Job 36: 2.
Biblia de
Jerusalén
Ésto dijo Eliú, y ciertamente muchos de nosotros
podríamos tomar una resolución semejante. Hemos gustado la benignidad del
Señor. Cuando venimos a Él por primera vez, cargados de culpa y llenos de ayes,
lo encontramos dispuesto al perdón. Es un Dios en quien hay abundante
redención.
“Muchos días
han pasado desde entonces,
Muchos
cambios hemos visto”.
Con todo, hemos de contar la misma historia. Dios
ha sido fiel con nosotros bajo toda circunstancia. Él ha pasado por alto
nuestras rebeldías, ha sido paciente con todos nuestros defectos y ha sido
indulgente con nuestros descarríos. Su merced no se ha agotado hasta este día,
Su promesa no ha sido abandonada y Su pacto está intacto. No nos ha fallado
nunca. Por un deber necesario, pero con jubilosa gratitud, nos vemos
constreñidos a decir que el Señor es bueno, y para siempre es Su misericordia. Entonces,
debemos decir palabras en favor de Dios. Tenemos muchas razones para hacerlo.
Mientras el mundo se mofa o desprecia, mientras algunos dudan y otros
blasfeman, mientras la idolatría y la infidelidad cuentan con sus respectivos
paladines, nosotros ofreceremos nuestro testimonio personal en presencia de
todos los adversarios del Señor.
Bienaventurado sea Su nombre, porque Él es un
Dios fiel y verdadero, y aunque todos los moradores de la tierra lo contradigan
y lo abandonen, Su amor nos sujeta con firmeza. No podemos permitir ahora, ni en
el futuro, que nuestra confianza en Él sea desplazada o que nuestro testimonio
en favor de Él sea silenciado. Me parece que la ocupación principal del cristiano
mientras viva en la tierra, es hablar en favor de Dios. ¿Por qué ha sido
colocado aquí? Fines rastreros o ruines propósitos no me parecieran responder a
esta pregunta. Un peregrino en ruta a la ciudad celestial, que simplemente
trabaje y se esfuerce arduamente y cumpla sus días como un asalariado en común
con el resto de sus semejantes, rendiría muy pobres cuentas. ¿Acaso no se le
concede una residencia temporal aquí para que glorifique a su Dios hablando en
Su favor? ¿Acaso cada uno de nosotros no es destinado a permanecer en estas
tierras bajas, para dar personalmente testimonio de lo que hemos visto y oído,
gustado y palpado, probado y comprobado como verdadero, de la buena Palabra de
Vida? Esta sagrada obligación podría ser un buen examen de conciencia para
algunos de ustedes. Me temo que hay algunas lenguas mudas que no hablan en
favor de Dios. ¿Y quién de nosotros podría evitar una severa reprimenda por
este motivo? Pues quienes hablan entre nosotros, no hablan como deberían
hacerlo; no siempre proporcionamos la evidencia ni damos el testimonio que
conviene que demos en favor de Dios.
Esta noche me propongo mencionar algunas de las ocasiones en las que todavía
debemos hablar en favor de Dios; algunas prevalecientes excusas para guardar
silencio; algunas razones imperativas para dar testimonio; y algunas conspicuas
sugerencias para quienes se sienten constreñidos a abrir valientemente su boca
para la honra de Dios. Para mi mente pareciera obvio que:
I. HAY CIERTAS OCASIONES EN LAS QUE CADA PERSONA
SALVADA DEBERÍA HABLAR EN FAVOR DE DIOS.
¿Acaso no nos incumbe hacerlo especialmente inmediatamente después de haber encontrado
la paz al poner nuestra confianza en el Señor Jesucristo? Quien cree con su
corazón, inevitablemente lo confesará también con su boca, de acuerdo a la
regla evangélica. ¿Has oído las buenas nuevas del camino de salvación, has
creído en él y has recibido la plenitud de su bendición? Entonces tienes la
prohibición de ocultar tu luz bajo un almud; tienes la advertencia de hacerla
visible para todos los que están en la casa. No debes ocultar tu lealtad a tu
Señor como un cobarde, antes bien, cual guerrero, debes portar la librea del
Rey, debes unirte a las filas e integrarte con el resto de Su pueblo. ¿Acaso no
es éste el mensaje que se nos pide que divulguemos: “El que creyere y fuere
bautizado, será salvo”? ¿No deberías, por tanto, declarar tu fe y confesar a tu
Señor en el bautismo? Entonces, habiendo creído en Su Palabra y habiendo
obedecido Su precepto, toma Su cruz como alguien que está muerto y enterrado
con Él, en el tipo externo y en el símbolo, para seguirlo a partir de ahora
adondequiera que te guíe.
Conforme leo la Palabra de Dios, me parece a mí
que éste ha sido el derrotero de todos los primeros cristianos. Ellos creyeron
y fueron bautizados. No lo pospusieron ni le dieron largas, sino que tan pronto
fueron cristianos, confesaron su cristianismo en el bautismo. ¿Y por qué no es
así ahora? Quiera Dios que Su pueblo regrese a los simples métodos de las
primeras iglesias, y sienta que, habiendo sido salvado, su siguiente paso es
dar la respuesta de una buena conciencia para con Dios, hablando así en Su
favor y declarando ser ellos mismos elementos del pueblo de Dios.
Este es un prefacio apropiado para una vida de
testimonio. La carrera entera de un cristiano debería resonar con poder
espiritual. Por la permanencia de Dios el Espíritu Santo en su interior,
debería hacer resonar con plateadas notas, en toda su conversación, un
testimonio hermoso, agradecido y lleno de gracia tanto en la Iglesia como en el
mundo: “Todavía tengo razones en defensa de Dios. Aun si he hablado durante los
últimos veinte años, me es necesario hablar en favor de Dios”. Pudiera tener
mis cabellos grises, pudiera apoyarme en mi bastón, pudiera acercarme a los propios
límites de la breve duración de la vida del hombre en esta pobre etapa, pero
“Todavía tengo razones en defensa de Dios”. Aun cuando las almohadas
sostuvieran mi doliente cabeza y mi carne y mi corazón fallaran al punto de que
el pulso de mi vida decayera, y me faltara el habla, nuestro testimonio para
los hijos de los hombres nunca debería vacilar, ni menos llegar a un innoble
fin. “Todavía tengo razones en defensa de Dios”.
Cuando conocí por primera vez al Señor, me sentí
constreñido a hablar. Yo quisiera que todo hombre convertido fuera inducido
instantáneamente a confesar a su Señor. Pero si tenemos algo que lamentar en
cuanto al pasado, no debemos estar indecisos ahora. Dilo, decídelo, decláralo. Todavía tengo y todavía tendré razones en defensa de Dios, hasta que el habla me
falte, hasta que, agonizante: “Estreche en mis brazos a mi Salvador, el
antídoto de la muerte”.
Y, ¡oh, cuán especialmente obligado está el
cristiano a expresar palabras en favor de Dios cuando se encuentra en medio de hombres y mujeres impíos! En la
casa donde vives podría no haber ningún amante de Jesús excepto tú mismo. Pon
cuidado para que tu conversación dé a conocer a los demás que tú has estado con
Jesús, y que has aprendido de Él. No hay ningún otro cirio en la casa; ¡oh!, entonces
no le apliques el extintor a ese único cirio. Tú eres la única sal; entonces pon
cuidado para que seas rociado sobre la masa. Que el olor de tu caminar y de tu
conversación se difunda entre tus asociados. Tal vez, algunas veces el nombre
de Cristo pudiera ser blasfemado en tu presencia; o, pudiera ser que alguna
conversación profana e incluso depravada embistiera tus oídos. Te corresponde
expresar tu disgusto por cualquier cosa que fuere desagradable para Aquel a
quien sirves. Debes expresar una palabra -aunque la declares débilmente, de
pasada- en favor del Cristo a quien calumnian las lenguas impías. No te puedes
quedar quieto si oyeras que hablan mal de tu mejor amigo; eso sería ser ingrato
en extremo. Bien podría preguntarte: “¿Es esta tu amabilidad para con tu
amigo?” Si sonrieras, ellos pensarían que eso te divierte, pero si te rieras
con ellos por alguna broma profana, ellos dirían que disfrutas eso. “Tú también
eras como uno de ellos” fue una acusación levantada antaño en contra de un
profesante. ¡Oh!, que nunca sea levantada en contra de ninguno de nosotros. Si
vemos que nuestro vecino peca, y no lo censuramos cuando se presente la
oportunidad, nos volvemos partícipes de su pecado. Recuerda ésto: en tales
ocasiones es nuestro deber imprescindible hablar en favor de Dios.
Y además, nos encontramos con hermanos sumidos en la aflicción. Se afligen y se lamentan por
ellos mismos y por sus adversidades. El propio pueblo de Dios descubre
comúnmente que en todas sus aflicciones es asediado con tentaciones. ¡Cuán
propensos son a hablar imprudentemente porque piensan adversamente del orden de
la providencia de Dios y de la expresión de Su amor! Yo desearía que esta
malsana condición del corazón y este mal hábito de los labios fuera menos predominante
de lo que infelizmente es. Hablan como si sirviesen a un duro Señor, y murmuran
como si Su providencia fuera peculiarmente severa para con ellos.
Yo les suplico que aprovechen el momento
propicio para hablar en favor de Dios. ¡Hija de la pobreza!, tú has experimentado
el aguijón de la carencia; entonces cuenta la fidelidad de Dios que te
sustentó. ¡Hijo del dolor!, habla tú que te has revolcado durante tanto tiempo
sobre un lecho de aflicción, cambiando tu postura una y otra vez, hasta que tus
huesos comenzaron a mostrarse a través de la piel; hablen ustedes, pacientes
sufridores -y hay muchos entre ustedes cuyos dolores son punzantes y cuyas
heridas son incurables- y cuenten cómo los ha socorrido Dios. No se queden
callados, ustedes que han andado en medio del fuego y del agua, del horno y de
la inundación. Testifiquen ustedes, padres en la Iglesia, y ustedes, madres en Israel;
hablen en defensa de Dios acerca de la benignidad, de la guía, y de la gracia que
han probado. No permitan que los jóvenes reclutas alberguen duros pensamientos
acerca de su Señor y Maestro. Díganles que la batalla de la vida, aunque sea dura,
no logra desconcertar el consejo o el cuidado del Señor. Aquel que te ha sostenido
a ti los llevará a ellos a través de diez mil olas, y los mantendrá vivos en
medio de ardientes aflicciones como un horno recalentado siete veces, y
demostrará que es su Dios benigno hasta el fin. Todavía tienes que hablar en
favor de Dios.
Ahora, hermanos y hermanas, algunos de ustedes
no sólo tendrán que hablar así en los aposentos donde están confinados los
afligidos, y en la escuela dominical donde los niñitos se juntan alrededor de
sus rodillas, y en sus propias familias y talleres, sino que podrían tener un llamado para hablar en las
calles, o en los púlpitos de sus santuarios. Yo les ruego, entonces, que si
tienen la habilidad para un trabajo así en este día de blasfemia y censura, pasen
al frente. Estoy persuadido de que algunos de mis hermanos esperan mayores
talentos antes de hablar por Cristo, de los que tienen derecho a esperar al
principio. Si a nadie se le permitiera hablar en favor de Dios excepto quienes tuvieran
diez talentos, seguramente el reino de Dios debe de estar profundamente
endeudado con la educación y la erudición de los hombres letrados. Pero si leo
esta Palabra correctamente, no es así. Más bien le agradó a Dios escoger lo
débil y lo necio para avergonzar a los poderosos y a los sabios. Por tanto, que
el hermano de baja condición no reprima su testimonio.
Si tú puedes decir sólo unas escasas buenas
palabras, dilas. ¿Quién le negaría unas cuantas gotas de humedad a las flores
del jardín sólo porque no tuviera abundantes torrentes bajo su control? ¿Acaso
cada rutilante estrella debería cesar de brillar por no ser un sol? ¡Cuán negra
sería la noche! ¡Cómo quedaría desprovisto de belleza el firmamento! ¡Si cada gota de lluvia rehusara caer
sólo por ser una gota, tendríamos carencia de lluvias refrescantes que alegren
el suelo sediento! Haz lo que puedas si es que no pudieras hacer lo que quieres,
pues tú, sí, tú, tienes que hablar todavía en favor de Dios. Y es posible que
tengas más talento del que piensas; un poco de ejercicio podría revelar tus
poderes latentes. Los hombres no crecen para llegar al estado adulto en una
semana o en un año. Roma no se hizo en un día. ¿Cómo puedes esperar estar
calificado para servir con mucho éxito a tu Dios, a menos que recibas
entrenamiento con ejercicios repetidos y disciplina? Si comienzas a caminar, o
incluso a andar a gatas, posteriormente puedes aprender a correr. Debes
contentarte con usar los poderes que tienes, al máximo de su capacidad, pues Él
ha dicho: “No te desampararé, ni te dejaré”. No reserves tu fuerza, antes bien
consagra toda la que tengas, “Pues él da mayor gracia”; cultiva diligentemente
cada facultad, sabiendo que Él da gracia sobre gracia. “Todavía tengo razones
en defensa de Dios”.
Yo no sé si soy ahora precisamente como el
serafín que voló con un carbón encendido tomado del altar con unas tenazas,
para tocar algunos labios, para ponerlo en la boca de cualquier persona, y
decirle: “He aquí que esto tocó tus labios”. Pudiera ser. Algún hijo de Dios
que ha estado mudo hasta ahora, pudiera ser llamado en adelante a hablar en
favor de su Maestro. Si tú oyes ahora una voz diciendo: “¿Quién irá por
nosotros? ¿A quién enviaremos?”, tu respuesta debe ser: “Heme aquí, envíame a
mí”. Responde, en las palabras de nuestro texto: “Todavía tengo razones en
defensa de Dios”. Ahora vamos a considerar:
II. AQUELLOS ARGUMENTOS QUE SURGEN NATURALMENTE EN
ALGUNAS MENTES EN FAVOR DE GUARDAR SILENCIO.
¿Tengo todavía razones en defensa de Dios? “No”
–dice alguien- “perdóname, pero decir
palabras en favor de Dios no puede ser considerado esencial para la salvación.
¿No hay algunas personas que vienen, como Nicodemo, de noche? ¿No podría haber
muchos creyentes en Jesús que no tienen el valor de hablar sin tapujos lo
proveniente de la plenitud de su corazón? ¿Por qué no podría ser yo uno de esos
creyentes secretos y, sin embargo, entrar en el cielo? Tú piensas ir a la
ciudad celestial por un atajo, sin ser visto ni advertido, esperando estar
seguro al final. Suponiendo que sea cierto que declarar tu fe no fuera
absolutamente esencial para la salvación, yo te pregunto: ¿acaso no es
absolutamente esencial para la obediencia, y pregunto de nuevo si la obediencia
no es esencial para todo creyente como una vindicación de su fe? Aunque me
dijeras que hay muchos creyentes secretos, me aventuro a afirmar que no
conociste nunca a ninguno, o si piensas que lo has conocido, el secreto no fue
guardado debidamente, puesto que llegaste a saberlo. Obviamente, si hubiera
sido un secreto genuino, habría estado fuera del alcance de tu conocimiento, o
también del mío, por lo que no podemos argumentar justamente al respecto, y
como no sabemos que tal cosa haya existido, no tenemos ningún hecho sobre el
cual elucubrar. Ciertamente ese gracioso secreto se le tuvo que dar a conocer a
una persona u otra; o lo que trataste de ocultar, alguien lo habría
descubierto. Yo pensaría que si tu carácter y tu conducta cristianos no fueran
palpables, tu cristianismo difícilmente podría ser genuino. ¿Quién podría ocultar
al fuego en su pecho? ¿Acaso no habría de manifestarse tarde o temprano? Entre
más malvadas fueran las personas que te rodean, más fácilmente descubrirían la
diferencia entre un cristiano y ellas mismas. Muy difícilmente podrías ocultar
la luz; tiene que revelarse. Entonces, ¿por qué deberías intentar ocultarla?
Hacer simplemente lo que es absolutamente necesario para la salvación, es algo
mezquino y egoísta. Estar pensando siempre si esto o aquello es necesario para
que seas salvo, ¿es así como quisieras mostrar tu lealtad al Salvador? ¿Acaso
la abnegación de nuestro bendito Señor y Maestro habría de ser correspondida
con el egoísmo de los seguidores que siempre están mascullando: “Cui bono? ¿Qué provecho puedo obtener
de Su servicio?”
¡Oh, que pudiéramos ser liberados de esa
disposición tan poco generosa! Sabiendo que Cristo ha hecho tanto por nosotros,
y sintiendo el poder estimulante del amor, hemos de alegrarnos de servirle,
independientemente de que el servicio sea grato para nuestro gusto, o
mortificante para nuestro orgullo; haciendo eso, descubriremos pronto que, en
guardar Sus mandamientos, hay una gran recompensa.
“Pero, ¿por casualidad eres tú de una
disposición muy retraída?” Esa es una hermosa disposición, no lo dudo, y bastante
rara en algunos círculos selectos como para reclamar la admiración, pero es
indeseable, en verdad, en algunos campos particulares y en algunas coyunturas
críticas. Para un soldado, cuando la batalla arrecia, ser de una disposición
retraída no sería ni patriótico ni algo digno de elogio. Si este temperamento
delicado hubiese sido la principal virtud de los ejércitos de donde surgieron
los héroes británicos, la trompeta de la fama habría cesado de resonar, desde
hace mucho tiempo, las gestas de proezas de las que todo ciudadano inglés está
orgulloso. Un soldado de Cristo hace bien en ser modesto cuando se valora a sí
mismo, pero tiene que ser poderoso cuando sirve al Señor. Si fuera demasiado
modesto al profesar a su Maestro, esta desvergonzada modestia revelaría un
espíritu pusilánime, ante el cual sus compañeros bien podrían estremecerse.
“¡Avergonzado
de Jesús! ¿De ese amado Amigo
De quien
dependen mis esperanzas del cielo?
¡No!, si me
sonrojo, que esta sea mi vergüenza,
Que ya no
reverencio más Su nombre”.
¡Avergonzado de Jesús! Realmente las palabras
parecen tan duras que implican un insulto. Sin embargo, esta hermosa disposición
de retraimiento, cuando es traducida de las finas palabras con las que la
envuelves, significa ni más ni menos una deslealtad que es casi equivalente a
una traición. ¡Avergonzado de Jesús, que derramó Su sangre por ti! ¡Ah!, todos
ustedes deben confesar que no hay ninguna violación de la modestia genuina
cuando se profesa el intenso apego y la lealtad personal para con el Señor
Jesucristo. Esto podría ser un verdadero retraimiento, después de todo, pues
podrías renunciar por ello a las loas del mundo, repudiar sus honores, atraer
sobre ti su más sonora censura, y ser correspondido con un frío recibimiento
cuando tomas tu cruz y le sigues.
Pero, ¿acaso no he oído decir con frecuencia a
algunas personas: “Por qué habría yo de hablar en favor de Dios, cuando ya algunos que sí hablan son hipócritas?”
Esta me parece ser una razón para que hables el doble, para contrarrestar su falso
testimonio, y para que hables con el mayor cuidado e integridad, haciendo de su
ejemplo un faro para que no caigas en la misma condenación. Si algún amigo mío
tuviera un enemigo que fuera una serpiente en la hierba, alguien que
pretendiera ser amable mientras trama maldad, ¿habría yo de decir: “Voy a
abandonar a mi amigo, y no voy a reconocerlo, porque otro individuo le ha
traicionado”? Un tal razonamiento se refutaría a sí mismo; por tanto, no hemos
de engañarnos con su sutileza. Entre más hipócritas haya, más necesidad habrá
de hombres honestos que enarbolen el estandarte de la cruz. Entre más
engañadores haya, mayor razón habrá para que los fieles y los verdaderos vengan
y se integren a las filas, e impidan que la batalla sea entregada en manos del
enemigo.
¿O dudan de hablar en favor de Dios porque tienen miedo de que su testimonio sea
muy débil? ¿Pero por qué inquietarse
a ustedes mismos por ese motivo? ¿Acaso las grandes cosas no son la sumatoria
total de pequeñas cosas? ¿Y no podría haber algo grande involucrado en el
movimiento de lo pequeño? Una buena palabra salida de tu boca podría provocar
un pensamiento o una serie de pensamientos que podrían redundar en la
conversión de alguien cuya elocuencia habrá de sacudir a la nación. Tú emites
tan sólo una chispa, pero sólo el cielo sabe qué conflagración podrá causar;
sólo el cielo lo sabe. Qué importa que sólo parezcas alguien nimio e
insignificante como el insecto del coral; con todo, si haces para con tus
semejantes lo que te corresponde del trabajo, podrías ayudar a apilar una isla
que será abundante en fertilidad y estará adornada con belleza. Tú no eres
llamado a hacer algo que exceda tu poder o tu capacidad. Basta con que hagas lo
que puedas. Dios no exige según aquello que el hombre no tiene, sino de acuerdo
a lo que el hombre tiene. Por tanto, que no sirva de excusa para tu silencio
que no puedes hablar con una voz de trueno.
“Pero” -dice uno- “si yo fuera a hablar en favor
de Dios, sentiría después y por siempre,
un peso de responsabilidad del que no podría escapar. Un hombre de Dios,
estando junto a la pila del bautismo no hace muchas semanas, me dijo: “No me
atrevo a ser bautizado a pesar de que creo que es una ordenanza de las Escrituras,
porque siento que involucra una profesión muy solemne. No podría vivir a la
altura de sus exigencias”. Mi respuesta para él fue: “¿no es ésa la razón
precisa de por qué deberías entregarte al Señor de inmediato, pues entre más
nos sintamos obligados a la santidad es mejor?” “Sobre mí… están tus votos”. Si
la profesión de nuestra fe en Cristo se vuelve una restricción para nosotros,
no debemos lamentarlo por ese motivo. Necesitamos esas restricciones. Si nos
sentimos obligados a ser más precisos, es porque servimos a un Dios preciso; y
si nos sentimos obligados a ser más celosos, es porque servimos a un Dios
celoso. Me gusta ver que los hombres estén llenos de bríos.
Miembros de esta iglesia: siempre que el mundo
los denigre y los vigile, yo le agradezco al mundo que lo haga. Es bueno para
nuestro bienestar que tengamos un ojo de águila vigilando sobre nosotros. Qué
importa que el severo Argos use todos sus ojos; nosotros hemos de ser lo que
debemos ser, y no necesitamos preocuparnos de quién nos critica o se queja de
nosotros. Si no somos lo que deberíamos ser, sino somos meros hipócritas,
entonces, en verdad, bien podemos desear estar ocultos. Confiesa el nombre de
Jesús, conviértete en un verdadero seguidor de Sus pasos, y camina con toda
humildad y esmero, conforme Su gracia te capacite, y procura ser digno de tu
excelso llamamiento. Sé valeroso para confesar Su nombre mucho más, y
ciertamente no mucho menos, porque esa confesión te colocará bajo solemnes
obligaciones de vivir más cerca de Él que antes.
Todavía puedo imaginar que hay muchas personas
aquí que están buscando una u otra excusa que no les gustaría mencionar. Dicen
que van a esperar un poco; que se dilatarán un poco. Otros no dicen nada, pero
simplemente están descuidando el deber. Bien, no voy a detenerme para
argumentar con ellos, sino que más bien voy a orar pidiendo que Dios el
Espíritu Santo los convenza, si es que han sido revividos de su muerte
espiritual, y son hoy herederos de Dios, para que enfrenten el deber que les
corresponde y su bendito privilegio de todos los modos y aprovechen todas las oportunidades
prudentes de hablar en favor de Dios. Pero hay:
III. RAZONES CONVINCENTES PARA QUE HABLEMOS EN FAVOR
DE DIOS, y les pido su atención para que las consideremos.
Ciertamente eso se exige a todos los creyentes. Se nos pide confesar con la boca si
es que hemos creído con el corazón. Además, tenemos la promesa de que “con el
corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”; y de
igual forma tenemos ésta: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los
hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos”. La
alternativa está cargada de juicio: “Y a cualquiera que me niegue” –lo cual
significa lo opuesto de una confesión- “Y a cualquiera que me niegue delante de
los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos”.
Entonces, si ésa es la voluntad del Señor pero la olvidas o la descuidas, has
de atenerte a las consecuencias. “Aquel siervo que conociendo la voluntad de su
señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes”.
Date prisa, entonces, cristiano remiso. Apresúrate y no te dilates en guardar
este mandamiento; has de estar convencido de que todavía tienes que hablar en
favor de Dios.
Ten la seguridad de que el testimonio que puedas
y debas dar será un gran consuelo para el
pueblo del Señor. Ustedes no saben, -algunos de ustedes que son salvos,
pero que nunca han confesado su fe- qué placer le proporcionaría eso al
ministro. Yo no conozco ningún gozo comparable al de oír que alguien fue
convertido en el instrumento de la conversión de un alma. Eso mantiene nuestros
espíritus en alto, y nuestro Maestro sabe que tenemos algunas veces una gran
necesidad de algún éxito que pueda animarnos. Quien crea que el ministerio
cristiano es una fácil ocupación, exenta de cuidados y libre de pruebas, sería
bueno que lo experimentara. Sería mejor ser un galeote encadenado al remo, que
ser un ministro del Evangelio, si no fuera por las poderosas consolaciones que
nos sustentan en el presente y por la divina recompensa que habrá al final.
Aquel que cumpla diligentemente esta vocación solemne, no conoce nunca el
descanso ni la liberación de la ansiedad. Su mente está siempre activamente
involucrada en el servicio de su Maestro; su corazón carga continuamente un
peso del que no puede desprenderse. Sueña con algunos que caminan
desordenadamente, y se despierta para suspirar y llorar por otros que se tornan
fríos o tibios. Tiene que arar el terreno pedregoso, y tiene que lamentar la
pérdida de su simiente. Él esparce la buena semilla al pasar, y si no brota pronto,
conforme a la promesa, clama: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre
quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” Como agua refrescante para un alma
sedienta, así serían las buenas nuevas de tu conversión. Por esa razón, ustedes
que son salvos, tienen que hablar en favor de Dios.
¡Y cuán alentador es para la Iglesia entera! Estoy
seguro de que en la asamblea de la iglesia tenemos con frecuencia una música
sencilla que es más apasionante que cualquiera de los himnos entonados en sus
catedrales. Hay una gozosa melodía en nuestros corazones delante del Señor,
cuando nos enteramos de un penitente con un corazón quebrantado que encuentra
la paz, de un desechado que es recuperado de los parajes desolados, de un
pecador escandaloso que es conducido a los senderos de la obediencia y de la
santidad. Incluso los ángeles consideran que se trata de una música que ha de
ser disfrutada intensamente. Pienso que arrancan una melodía más noble de sus
arpas de oro cuando se enteran de que algunos hijos pródigos han buscado el
rostro de su Padre. Todavía tienen que hablar en favor de Dios por causa de Su
Iglesia, para que sea animada.
También les incumbe grandemente hablar en favor
de Dios, en bien de los indecisos. Probablemente
algunos de ellos serían plenamente persuadidos si vieran su ejemplo. ¡Cuántas
personas hay en el mundo que son guiadas por la influencia que otros ejercen
sobre ellas! Miles han sido conducidos a Jesús tal como aquellos primeros discípulos
de quienes leemos que Andrés siguió a Jesús, y pronto trajo a Jesús a su propio
hermano Simón; o Felipe, el cual, después de ser encontrado por Jesús,
encuentra a Natanael, y se lo dice y se lo cuenta y lo lleva al Salvador. Todos
nosotros podemos ejercer una influencia de algún tipo; contemos lo que Dios ha
obrado en nosotros, y más de uno que claudica entre dos opiniones podría ser
inducido, por la gracia divina, a echar su suerte con el pueblo de Dios.
Mira con detenimiento al gran mundo circundante.
¡Qué cantidad de criaturas cuyas vidas descubrirán
por experiencia una bendición o una maldición! ¿Acaso no hablarás en favor
de Dios por el bien de ellas? ¿No te sientes constreñido a dar tu testimonio
contra su negligencia, su descarrío, y su deliberada desobediencia al grandioso
Padre? Con habitual negligencia y constante olvido, menosprecian a Aquel que
nunca los olvida, a Aquel que, con ojos que no duermen, vigila por el bien de
ellos. Pongan ésto en su corazón, y salgan, se los ruego; apártense, y no
toquen lo inmundo. Cuentan con la promesa de su Padre que asegura que Él será
un Padre para ustedes, y ustedes serán Sus hijos. Ustedes no son del mundo,
como tampoco Cristo es del mundo; ¿por qué, entonces, habrían de buscar que su
nombre permanezca mezclado con el mundo? Pongan una distancia y apártense;
tomen la cruz diariamente, y sigan a su Maestro.
Para su propio beneficio, también, me aventuraré
a insistirle sobre ésto a cualquiera de ustedes que esté renuente a declarar su
fe. No pueden concebir qué bendición sería para ustedes si hablaran clara y
persistentemente en favor de Jesús. Esa timidez que ahora hace que te sonrojes,
rápidamente cesaría de reprimir tu celo. Después que hubieres profesado
abiertamente a Cristo una vez, dones que ahora dormitan sin que los percibas
conscientemente, serían desarrollados por su ejercicio. El servicio de Dios te
brindaría entonces un abundante consuelo. Si alguna vez ganaras un alma para
Jesucristo, serías más feliz que el mercader cuando encontró la valiosa perla.
Tú pensarías que toda la felicidad que jamás conocieras antes era menos que
nada comparada con el gozo de salvar un alma de la muerte, y rescatar a un
pecador para que no caiga en el abismo. La bienaventuranza de decir una palabra
que afecte a tres mundos, haciendo un cambio en el cielo, y en la tierra y el
infierno, cuando los demonios crujen sus dientes en ira debido a que una de sus
víctimas es arrebatada de sus fauces; cuando los hombres en la tierra se
maravillan y admiran el cambio que la gracia ha obrado; y cuando los ángeles se
regocijan cuando se enteran acerca de pecadores salvados.
Por causa
de Aquel que te compró con Su sangre preciosa, busca a otros que han
sido redimidos por el mismo precio inestimable. Por causa de ese Espíritu bendito
que te llevó a Jesús, y que ahora se mueve en ti para que muevas a otros a
venir a Jesús, levántate y ponte en acción, firme, inconmovible, abundando
siempre en la obra del Señor, puesto que tú sabes que tu labor no es en vano en
el Señor. Todavía tienes razones en defensa de Dios, y éstos son los motivos que
deberían impulsarte. Y ahora permítanme concluir con:
IV. UNA O DOS SUGERENCIAS.
Si ustedes sintieran, queridos amigos, que deben
hablar en favor de Dios –y yo espero que lo sientan- ya sea que se trate de
hermanos en el ministerio público, o de hermanas en la privacidad de los
círculos sociales, yo les aconsejaría que antes que comenzaran a hablar, buscaran la guía de Dios en cuanto a cómo
han de hablar en favor de Él. Los ignorantes, cuando se apoyan en Dios, presentan
mejores defensas que los sabios cuando expresan el contenido de su propia
cabeza.
Es maravilloso leer las respuestas que algunos
de los mártires dieron a sus acusadores. Piensen en aquella mujer, Anne Askew,
cómo, después de ser atormentada en el potro y de ser torturada, dejó perplejos
a los sacerdotes. Es realmente maravilloso leer cómo los venció. ¡Y allí estaba
‘su señoría el alcalde de Londres’ y ella lo hizo ver como un tonto! El alcalde
le hizo esta pregunta: “Mujer, si un ratón se comiera el bendito sacramento que
contiene el cuerpo y la sangre de Cristo, ¿qué piensas que le pasaría al ratón?
“Su señoría –respondió ella- “ésa es una pregunta muy profunda; yo preferiría
que usted mismo la responda. Mi señor alcalde, ¿qué piensa usted que le
sucedería al ratón que hiciera eso?” “Yo creo verdaderamente”, dijo el señor
alcalde, cuyo oídos deben de haber estado preternaturalmente largos, “¡yo creo
verdaderamente que el ratón sería condenado!” ¿Y qué dijo Anne Askew? Bien, ¿qué
mejor respuesta podría dar que ésta?: “¡Ay!, pobre ratón”. A menudo unas
cuantas palabras breves, incluso tres o cuatro palabras, han sido las adecuadas
cuando los mártires han esperado en Dios, y han hecho ver a sus adversarios tan
ridículos que me parece que podrían oír de inmediato unas carcajadas
provenientes tanto del cielo como del infierno, provocadas por su insensatez,
pues los siervos de Dios los han declarado culpables de decir disparates y los
han puesto en vergüenza. Pregunta qué es lo que debes decir, particularmente
cuando los hombres quisieran tergiversar tus palabras, y cuando quisieran
enredarte en tu propio discurso. Sé como tu Maestro algunas veces: inclínate
hacia el suelo y escribe en tierra; espera un poco. Algunas veces una pregunta es
respondida de la mejor manera por medio de otra pregunta. Pídele a tu Maestro
que te enseñe esa retórica que confunde a los hombres que quisieran enredarte
en tu discurso.
Y si buscas la conversión de otros, recuerda
especialmente que son las palabras
salidas de la boca de Dios, más bien que las palabras de tu boca, lo que lo
lograrán; pregúntale al Maestro, pues Él sabe cómo disparar el arco cuando
tú no puedes. Tú podrías dispararlo a la ventura, pero Él puede dispararlo con precisión,
de tal forma que las flechas traspasarán entre las junturas de la armadura.
Aquí está una oración para todo hombre y para toda mujer que tiene que hablar
en favor de Jesús: “… Abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza”.
Y mira al
Espíritu Santo para que bendiga aquello que te guía a decir. Sería mejor
decir cinco palabras dictadas por el Espíritu Santo, que expresar volúmenes enteros
sin Su guía. Es mejor ser llenado de silenciosas reflexiones por el bendito
Espíritu de Dios, que verter torrentes de palabras y frases, por ingeniosas que
sean, sin Su influencia. Hay un irresistible poder en torno al hombre que tiene
una unción del Espíritu Santo, que Demóstenes o Pericles, Cicerón o Sócrates,
nunca soñaron. Pon al hombre que está dotado con este misterioso poder a
hablarles a sus semejantes, y hará que se derritan los corazones de piedra, y abrirá
paso para la verdad de Dios a través
de las puertas de bronce y de barras de triple acero. Donde el Testigo Divino confirma
la palabra hablada, hay una majestad en las expresiones más sencillas que transmite
convicción al corazón, al tiempo que pone a temblar a Satanás y a todos sus leales
seguidores. Busca este poder. Quédate en Jerusalén hasta que seas dotado de
poder de lo alto, y luego habla valerosamente en favor de Dios.
Independientemente de cuál sea tu llamamiento y de cuándo se presente tu
oportunidad, habla como uno cuyo corazón ha sido agrandado, como uno cuya boca
ha sido abierta, como uno que es llenado con el Espíritu. Quisiera advertirles
muy encarecidamente a ustedes, jóvenes cristianos, que no pospongan ni se
demoren en hablar, pues de otra manera carecerían de la facilidad de hacerlo
que podrían adquirir rápidamente si la practicaran habitualmente.
Una aptitud para hablarle a la gente
individualmente es muy deseable. Yo conozco a algunos hermanos en el ministerio
a quienes envidio grandemente porque poseen un talento que yo no poseo en la
misma proporción que ellos. Poseen el genio de una conversación tan santificada,
con la que uno puede ser personal y sin embargo prudente; sencillo y directo, y
sin embargo, agradable; administran una censura sin arriesgar una repulsa;
ganan la confianza de un hombre al tiempo que hieren su orgullo, y recomiendan
el Evangelio por la afabilidad con la que es expuesto; ese es un poder de
predicación que ha de ser emulado por todos nosotros. Nosotros somos propensos
a ser ambiciosos de hablar a los muchos, y olvidadizos del poder de expresión
que puede hablarle con habilidad a un amigo. Comienza pronto, entonces, después
de tu conversión, a hablarles individualmente a tus parientes y conocidos. Continúa
esa práctica. Si te descubrieras que te estás volviendo haragán al punto que se
hace fastidioso para ti, busca al Señor, y confiesa tu pecado delante de Él. El
tacto requerido para hablarles a las personas de manera individual es digno de
todo el estudio y de toda la atención que puedas brindarle. Ora pidiendo
sabiduría y prudencia para saber cuándo hablar y cómo hablar. No todo pescador
es capaz de pescar. Hay una destreza involucrada en ello, misma que también hay
en cuanto a hablar en favor de Cristo. Hay un tiempo oportuno y hay una manera
adecuada. Bien, hay algunas personas que, si fueran a intentar hablar en favor
de Cristo, harían daño. Tienen tales rostros adustos, tales modales desgarbados,
tal forma tosca de expresarse que, a pesar de las buenas intenciones, más bien
estorban en vez de ayudar. Esperan atrapar sus moscas con vinagre, pero nunca
tendrán éxito ni serían capaces de hacerlo. Si pudiesen aprender a ser amables
y cordiales, afables y comprensivos, sería mucho más probable que tuviesen
éxito. Hay hombres que exponen la verdad de tal forma que más bien parece una
mentira. Hay otros hombres que logran mucho con tan poca delicadeza que
afrentan a aquéllos con quienes quieren quedar bien. Cuando hablemos en favor
de Dios, hemos de aprender a hablar de la mejor manera posible, ejercitando
todas las gracias cristianas. De nuestro bendito Señor se dijo: “¡Jamás hombre
alguno ha hablado como este hombre!” Que pudiera observarse en nosotros, que
somos Sus humildes seguidores, que hemos estado con Jesús y hemos aprendido de
Él.
Que Dios les conceda, creyentes todos, gracia
para hablar en favor de Dios; y ustedes, incrédulos, que puedan ser conducidos
a confiar en el Señor, y a amarlo, y luego ha hablar en favor de Él; y Suya sea
la alabanza y para ustedes el beneficio. Amén.
Nota del
traductor:
Argos: Argos
Panoptes (, Argos ‘de
todos los ojos’) era un gigante con mil ojos. Era, por tanto, un guardián muy
efectivo, pues sólo algunos de sus ojos dormían en todo momento.
Traductor: Allan Román
11/Abril/2012
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