El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Un Ruego Excelente
NO. 3539
SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 24
DE SEPTIEMBRE DE 1871 POR CHARLES HADDON
SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO,
NEWINGTON, LONDRES
Y PUBLICADO EL JUEVES 23 DE NOVIEMBRE DE
1916.
“Acuérdate de mí, oh Jehová, según tu
benevolencia para con tu pueblo; visítame con tu salvación”. Salmo 106: 4.
¡Cuán benevolente de Su parte es que Dios que
formule oraciones para nosotros! Las pone en nuestra boca. Nadie necesita
decir: “yo no puedo orar porque soy incapaz de formar una frase”. Aquí tenemos
una oración que ya está preparada, que sería adecuada para el labio de
cualquier persona presente, ya sea de alta o de baja posición, rica o pobre,
santa o pecadora. Y es todavía una mayor misericordia que el Dios que nos da así
la forma de orar, espere darnos el espíritu de oración, pues “el Espíritu nos
ayuda en nuestra debilidad”. En vista de que nosotros no sabemos pedir como
conviene, Él “conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”.
¡Cuán dulce bendición es que Él les dé la
oración y les dé el poder para rezarla! Pero eso no es todo, pues cuando la
oración es presentada debidamente en la tierra, alguien espera allá arriba, con
un oído atento y una pronta intercesión, y toma la plegaria, la presenta
delante del trono de Su Padre una vez que ha sido perfeccionada por Su
sabiduría y perfumada por Su mérito, y entonces el Padre sonríe, y la oración
es respondida con abundante bendición.
Mi ruego esta noche es que muchas personas aquí
presentes tomen las palabras de nuestro texto y las pongan sobre sus almas como
carbones encendidos, y que luego el incienso humeante de la santa oración se
eleve al cielo y que el Señor perciba en ella, por medio de Jesucristo, un
grato olor de paz.
Esta noche vamos a considerar nuestro texto bajo
tres aspectos: primero, como una oración
adecuada para todo cristiano; en segundo lugar, como una petición apropiada para las almas angustiadas; me refiero a
cristianos que están desanimados y han perdido sus evidencias; y, en tercer
lugar, como un clamor conveniente para un
pecador que ha despertado y que busca. Mis amados hermanos en la fe,
síganme entonces con el primer encabezado, mientras consideramos:
I. CUÁN ADECUADA ES ESTA ORACIÓN PARA CADA UNO DE LOS
QUE ESTAMOS EN CRISTO JESÚS.
Ustedes observarán que quien ora aquí, no está pidiendo un favor excepcional. Dice: “Acuérdate
de mí… según tu benevolencia para con tu pueblo”. No es una oración ambiciosa
en que pida ser distinguido más allá que el resto de la familia amada. No es
una oración de alguien descontento que busque recibir alguna bendición especial
que le es negada al resto de la hermandad cristiana. Es un ruego que pide
bendiciones comunes a todos los santos. “Acuérdate de mí… según tu benevolencia
para con tu pueblo”.
Y ésto nos sirve de lección para nuestras
oraciones. Por ejemplo, la naturaleza me sugiere que debo orar para ser salvado
de todo dolor corporal, pero ese no es un favor que Dios conceda necesariamente
a Su pueblo. Muchos individuos de Su pueblo sufren aquí dolores agudísimos,
algunos en las torturas del martirio y otros cuando Él los toca con alguna
enfermedad natural. Él no ha tenido nunca el propósito de librar del dolor a Su
pueblo. Él tuvo un Hijo sin pecado, pero nunca tuvo un Hijo que no sufriera. El
Ser perfecto, el Primogénito, tenía que experimentar que Sus manos y pies
fueran perforados, y cada nervio debía convertirse en el instrumento de una
renovada agonía para Él.
Por tanto, yo no me atrevería a orar así: “Señor,
líbrame de todo dolor físico”. ¿Por qué habría de pedirle yo aquello que Él no
ha concedido al resto de Su pueblo? Es más, si hubiese una copa en la mesa que
fuera amarga, y Él la destinara para los hijos, quiero recibir mi parte y con
ella, Su amor.
Tampoco tengo derecho alguno de pedirle a Dios
que me preserve en riquezas, o en una posición cómoda o que me libre de la
pobreza. Yo podría pedirle eso, pero siempre ha de ser con una completa
sumisión a la voluntad divina, pues ¿quién soy yo para que no deba ser pobre?
Personas mucho mejores que yo han sido pobres, más pobres que la probabilidad
que tengo de ser pobre. ¿Por qué habría de esperar ir al cielo por un camino
allanado y cubierto de hierba, cuando otros han tenido que pisar pedernales que
cortaban sus pies?
¿He de ser
conducido a los cielos,
Sobre
apacibles lechos de flores,
Mientras otros
combatieron por el premio,
Y navegaron
por sangrientos mares?
El deseo de escapar de toda forma de tribulación
es natural en nosotros, pero que lo convirtamos en oración, eso no es un
dictado de la gracia. No; conténtense con la suerte común del pueblo de Dios. “¿Habría
de ser más el discípulo que su Maestro? ¿Habría de ser más el siervo que su
Señor?” Debería bastarles esto: “Padre, esté yo sano o enfermo, sea yo rico o
pobre, sea yo honrado o despreciado, extiéndeme el favor que concedes a Tu
pueblo; y mis mayores deseos no podrían pedir más”.
Pero, por favor, a continuación observen que así como esta oración no pide nada más que
la bendición común, tampoco se contentaría con nada que fuera menos.
“Extiéndeme a
mí ese favor, Señor,
Que concedes
a Tu pueblo”.
Hermanos, el favor solicitado es el mismo favor
que le es extendido al pueblo, pues nada que no fuera eso nos bastaría. Hermanos
míos, yo deseo y sé que también ustedes lo desean, recibir de Dios ese favor
que es eterno, ese favor que no tiene principio, ese sempiterno favor que
estaba en la mente divina antes de que la tierra existiera. También quieren
recibir un favor inmutable, el favor que no cambia nunca. Aunque nosotros
cambiemos, el favor sigue siendo el mismo. ¿Qué harían si el favor de Dios
fuera cambiante? ¿De qué nos serviría Su amor, si ese amor pudiera ir y venir, si
pudiera entregarse algunas veces y pudiera suprimirse después? Necesitan un
favor inmutable. Y yo sé que necesitan un favor ilimitado, pues sus necesidades
son ilimitadas. Necesitan el amor de Cristo que excede a todo conocimiento; necesitan
ese amor en todas sus cimas y sus simas; necesitan el propio corazón de Dios;
necesitan Sus entrañas compasivas; necesitan a un Salvador que sea uno con
ustedes y ustedes uno con Él. No aceptarían ser disuadidos con una corona; no
aceptarían ser disuadidos con un imperio, o con todo lo que la tierra considera
bueno o grande. No necesitan más, pero tampoco necesitan menos que ese favor que
el Señor extiende a los que ama, a los que son el objeto de Su sagrada
elección. Ni nada más. Ni nada menos.
A continuación, deben notar en esta oración,
aquello que es digno de ser especialmente observado: quien ruega en este caso,
pide bendiciones sobre la misma base que
el resto de los santos. Pueden observar que es sobre la base de la gracia. Pide
poder recibir el favor que Dios concede a Su pueblo. “Favor”. Si hay alguien que es salvado pero ha sido un gran ofensor
en contra de la ley de Dios, y ha sido inmoral, corrompido y depravado, tiene
que ser salvado por un favor.
Querido amigo cristiano, quienquiera que seas, para
ti no existe ninguna otra manera en que pudieras ser salvado, y tú lo sabes. Cuando
el Señor extiende las bendiciones del pacto a pecadores empedernidos, es claro
que se las concede simplemente porque Él tendrá misericordia del que tenga
misericordia. Y para ti, el favor viene también exactamente de la misma manera.
Yo estoy seguro de que no te atreverías a pedirle a Dios que trate contigo
sobre la base de méritos, pues ¿cuáles eran sus méritos, oh, ustedes, santos,
cuáles eran sus méritos sino merecer las llamas eternas? Tú no le pides al
Señor que te extienda los tratos de la justicia, antes bien, le pides que te
recuerde con las compasiones de Su gracia.
¿Hay algún cristiano profesante aquí, que rehúse
estar en términos como éstos, y que no quiera venir a Dios para pedirle el
favor de una misericordia gratuita? Entonces, amigo, tú no eres un hijo de
Dios. Sin importar en qué otras cosas difieran los hijos, nunca están en
desacuerdo en ésto: que “la salvación es de Jehová”, y que es por gracia y
solamente por gracia. Tu lugar no es el de un hijo, “No son sus hijos”, a menos que consideres incluso el pan que comes o el
vestido que llevas como dones de la caridad divina, y a menos que encuentres
toda tu esperanza de perdón del pecado y de la aceptación al final, enteramente
sobre la base del favor espontáneo, inmerecido y gratuito del Señor tu Dios.
Bien, vean entonces que aquello que pedimos es
lo que Él otorga a todo Su pueblo, ni más ni menos; y pedimos eso no como algo
que nos sea debido, sino como un favor, un favor por el cual le bendeciremos en
la vida y le bendeciremos en la muerte, si Él se dignara acordarse de concedernos
ese favor.
Considerando todavía nuestro texto como la
oración del cristiano, quisiera observar que, de conformidad al texto, él desea
que se den los mismos resultados que
se dan en el caso de todo el pueblo de Dios, pues agrega: “Visítame con tu
salvación”.
Amados, el favor de Dios acaba en salvación, y
esa palabra: “salvación” es un término muy amplio. Si leen el Salmo, verán que
el Salmista lo usa evidentemente, primero, en el sentido de liberación. Los
hijos de Israel llegaron al Mar Rojo y tenían miedo de ser destruidos allí,
pero Dios los condujo a través de las profundidades como a través del desierto.
Bien, entonces, cuando yo elevo esta oración: “Acuérdate de mí, oh Jehová,
según tu benevolencia para con tu pueblo”, quiero decir esto: “Cuando me encuentre
en cualquier angustia, te pido que me ayudes a atravesarla. Así como Tú abriste
un camino a través del mar para Tu pueblo, en tiempos antiguos, así abre un
camino para mí”.
¡Oh, cuán a menudo hace eso Dios por nosotros!
Cuando pareciera que los obstáculos son casi infranqueables –cuando pareciera
que nuestro juicio nos falla y no podemos hacer nada más- hemos estado prestos
a decir: “¡Ay, Señor!, ¿qué haremos?” Entonces nuestra condición extrema ha
sido la divina oportunidad, y a través de las profundidades del mar, Él ha
conducido a Su regocijado pueblo.
Entonces, la palabra ‘salvación’, en el Salmo,
incluye evidentemente en su significado, el perdón de los pecados, pues, cuando
leímos el Salmo, ustedes recordarán de qué modo son mencionados los pecados de
Israel una y otra vez. Pero se agrega: “Con todo, él miraba cuando estaban en
angustia, y oía su clamor”. Entonces, si uso esta oración, he de querer decir
precisamente esto: “Señor, Tú estás acostumbrado a perdonar a Tu pueblo.
Perdóname. Tú deshaces como una nube sus pecados. Borra los míos. Además, Tú
ayudas a Tus hijos a vencer sus pecados. Ayúdame; santifica mi espíritu, mi alma
y mi cuerpo. Tú preservas a Tu pueblo en la tentación, y lo sacas de ella.
Benevolente Pastor, guárdame como a uno de Tu rebaño. Tú salvas a Tus hijos en
la hora del gran peligro, y por eso como su día será su fuerza. ¡Oh!, infinito
preservador de Tus amados, cúbreme con Tus plumas, y bajo Tus alas permíteme
confiar. ¡Que Tu verdad sea mi escudo y mi adarga!”
Yo pienso que esta es una oración muy, muy
dulce. “Visítame con Tu salvación cuando estoy en mi lecho dando vueltas de un
lado a otro, y haz que me levante, si es Tu voluntad. Visítame cuando soy
calumniado, y cuando mi nombre es desechado como malo, y anima el corazón de Tu
siervo. Visítame cuando estoy en aguas profundas y los abismos me cubren, y cuando
me hundo en el profundo lodazal donde no hay ningún apoyo. Ven y demuestra Tu
poder salvador. Visítame a la hora de mi muerte. Cuando las gélidas corrientes
del último río me rodeen, visítame con Tu salvación. Trata conmigo entonces como
has tratado con Tus santos siempre que han atravesado el valle de la sombra de
muerte. Que Tu vara y Tu cayado me consuelen. Visítame con Tu salvación”.
Yo sugiero, hermanos míos cristianos, que esta
oración les puede servir mientras vivan, y les puede servir cuando mueran. Es
una oración apropiada para decirla en la mañana y en la noche, para los jóvenes
y para los viejos, para los días de júbilo y para los días de desconsuelo.
¡Esta es una bendita oración que debe estar a menudo en sus labios!
Sólo haremos una observación más sobre esta
oración en referencia al cristiano. Pueden observar que en todo momento se trata de una oración personal. Nuestras
oraciones no siempre han de ser personales. Nuestro Salvador no nos enseñó a
decir: “Padre mío”, sino “Padre nuestro que estás en los cielos”. Sin
embargo, a pesar de todo ello, quien no ora nunca por sí mismo, en singular,
nunca oró bien por los demás, en plural. Si nunca has dicho: “Señor, acuérdate
de mí”, no has llegado tan lejos como
llegó el ladrón en la cruz. No estás calificado del todo para ir tan lejos como
fue Abraham en el encinar de Mamre, cuando intercedió por otros. Aquel que
tiene el corazón más grande debe verificar que su propia salvación sea segura.
Entonces, querido amigo mío, cristiano
profesante, permíteme que te pida que tomes la oración en la primera persona
del singular, y digas: “Señor, acuérdate de mí según tu benevolencia para con
tus elegidos”. Yo elevo esa oración. Si Tú me llamas, Señor, para ministrar a
este gran pueblo, te pido que como sea mi día así sea mi fuerza. Como Tú has
tratado con otros siervos tuyos que se encontraron en una posición semejante,
trata conmigo de la misma manera.
Ancianos y diáconos, con su responsabilidad a
sus espaldas, pidan que el Dios de Esteban y el Dios de Felipe sea con ustedes, y les extienda el favor que les extendió a ancianos
y diáconos en tiempos antiguos. Madres, padres, pidan la gracia que Él da a los
padres cristianos. Hijos, siervos, pidan la gracia que acostumbra dar a
aquellos de su misma condición. Ustedes, que son ricos, pidan a menudo no ser
privados del favor divino, pues esas cosas son a menudo peligrosas. Ustedes,
que son pobres, pidan que Él haga que lo poco que poseen sea suficiente, pues
eso lo endulza todo. Ustedes, que están saludables, digan esta oración para que
el vigor del cuerpo no sea la debilidad de su alma. Y tú, que tienes en tu
mejilla el febril rubor de la tuberculosis –tú, que estás débil y a punto de
partir- ya tienes listo tu canto fúnebre. Helo aquí: “¡Señor, acuérdate de mí! Acuérdate
de mí, oh Señor, según tu benevolencia para con tu pueblo; oh, visítame con Tu
salvación”. Entrego esa oración a cada corazón cristiano aquí presente, y pido
que el Espíritu Santo la grabe allí. Es también:
II. UNA ORACIÓN APROPIADA PARA ALMAS DEPRIMIDAS Y
ABATIDAS.
Esas almas son el pueblo de Dios, y ahora les
entregamos esta oración, y confiamos que, al momento de elevarla, reciban:
“óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu
angustiado”. Yo les pido que miren esta oración muy brevemente, pero con una
intensa mirada. Notarán que aquí se tiene el caso de que un buen hombre pareciera ser olvidado. Quien escribió este Salmo es
un hombre bueno, es un hombre inspirado y, sin embargo, dice: “Acuérdate de mí,
oh Jehová”. ¿Se consideraba olvidado? Temía serlo. Ha habido otros santos de
Dios que han experimentado ese temor. Sí, una iglesia entera ha laborado
algunas veces bajo ese temor. Sion dijo: “Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó
de mí”. Así puedes ser olvidado –según lo piensas- y, no obstante, podrías ser
muy amado por Dios, tan amado, como lo fuiste siempre.
Nota, a continuación, hijo de Dios, que cuando
tú entras en esa condición, la mejor
oración que pudieras elevar es la oración de un pecador. ¿Por qué la llamo:
la oración de un pecador? Bien, porque me recuerda mucho al ladrón agonizante. Decir:
“Señor, acuérdate de mí”, fue una oración muy apropiada para él. ¡Oh, hijo de
Dios!, si dudas de tu propia salvación, no disputes acerca de ella, sino acude
como un pecador; usa la oración de un pecador; comienza donde el moribundo
ladrón comenzó, diciendo: “Señor, acuérdate de mí”. Yo le recomendaría a
cualquier cristiano que esté sumido en la oscuridad y que hubiere perdido sus
evidencias, que acuda de inmediato a través de la vieja ruta que los pecadores
han recorrido desde hace tiempo. “Iré a Jesús, aunque mi pecado se eleve como
un monte”. Conozco Sus atrios, entraré allí”. Acude a Él. Anda incluso ahora
mismo.
También observarán que para un alma desalentada es bueno que recuerde que todo lo que
pudiera obtener de Dios en el futuro tiene que ser como un favor. “Acuérdate
de mí, oh Jehová, según tu benevolencia”.
Yo tengo presente ésto cuando hablo con el hijo de Dios que está en la luz;
pero es inclusive más importante que consideremos ésto, cuando hablemos con el
hijo de Dios que está a oscuras, pues el peligro es que te vuelvas legalista
cuando estás abatido. Tu propia conciencia y Satanás, conjuntamente, comenzarán
a asediarte con métodos legales para alcanzar el consuelo. Todos ellos son
estériles. Sigue la ruta de la gracia. Lo que necesitas es gracia inmerecida, ya
que ninguna otra cosa sería adecuada para ti. Clama: “Acuérdate de mí, oh
Jehová, según tu benevolencia”. ¡Dame aquello que no podrías darme como un mero
asunto de justicia! ¡Trátame como no podrías tratarme si me vieras como un
culpable delante de Ti! Trata con benevolencia a Tu siervo. Hazlo como un
favor, pues sólo eso podría restaurarme”.
Y luego, a continuación, es bueno que la persona
que está acongojada, recuerde que el
favor de Dios hacia Su propio pueblo no cambia, pues este buen hombre, aunque
le pedía a Dios que se acordara de él, evidentemente no tenía absolutamente
ninguna duda de que Dios tenía un favor disponible para Su propio pueblo. No
hay nada mejor que tener sana doctrina para recibir consuelo. Si un hombre duda
de la perseverancia de los santos, y cree que Dios desecha a Su pueblo, yo
realmente no veo qué podría hacer cuando se viera sumido en la angustia mental.
Pero si se apegara a ésto: “Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con
los limpios de corazón. En cuanto a mí, Él podría haberme olvidado. Me temo que
yo no soy uno de los Suyos, pero yo sé que Él no olvidaría a los Suyos”, bien,
entonces el hecho de la inmutabilidad de Dios para con Su pueblo se convierte,
por decirlo así, en un argumento; y nos presentamos delante del Señor con un mejor
ánimo y una mayor esperanza, y le decimos: “Señor, puesto que Tú no cambias
para con ellos, cuéntame entre ellos, y permite que Tu amor eterno se derrame
sobre mi pobre espíritu desconsolado y quebrantado. Acuérdate de mí –de esta
pobre criatura caída y rebelde- con el favor, con la gracia inmerecida que Tú
le otorgas a Tu pueblo”. Es bueno aferrarse a la verdad, pues puede servirnos
como un ancla en el día de la tormenta.
Además, permítanme que me dirija a los
deprimidos, para recordarles que la oración es instructiva pues muestra que todo lo que es necesario para un espíritu
desamparado y olvidado, es que Dios lo visite de nuevo. “Acuérdate de mí,
oh Jehová”. Que cualquier otra
persona se acordara de mí no me haría ningún bien, pero si Tú tuvieras un
pensamiento para con Tu siervo, todo está hecho. Señor, el pastor me ha
visitado y ha intentado darme ánimo. Tuve una visita en la predicación del
Evangelio tanto en la mañana como en la noche de Tu día. Acudí a Tu mesa, y no
recibí ánimo allí. ¡Pero, visítame Tú!
Una visita de Cristo es el remedio de todas las
enfermedades espirituales. Yo les he recordado frecuentemente aquel mensaje
dirigido a la iglesia de Laodicea. La iglesia de Laodicea no era ni fría ni
caliente, y Cristo dijo que la vomitaría de Su boca; pero, ¿saben cómo se
refiere a ella, diciendo que la curaría? “He aquí, yo estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y
él conmigo”. Ese no es un mensaje dirigido a los pecadores. Evidentemente es un
mensaje para una iglesia de Dios, o para un hijo de Dios que ha perdido la
presencia y la luz del rostro de Dios. Todo lo que necesitas es una visita de
Cristo. Todo lo que necesitas es que sea restablecida una vez más tu comunión;
¡y yo bendigo al Señor porque Él puede hacer eso súbitamente, en un momento! Él
puede poner tu alma “antes que lo supieras, entre los carros de Aminadab”.
Tú pudieras haber venido aquí esta noche tan
muerto en tu alma como podrías estarlo, pero los chispazos de la vida eterna
pueden alcanzarte y reavivar una vez más el alma adentro, dentro de las
costillas de tu vieja naturaleza muerta. Tú podrías haber sentido como si todo
hubiese terminado, y la última chispa de gracia hubiese desaparecido, pero
cuando el Señor visita a Su pueblo, hace que el páramo y el lugar solitario se
regocijen, y hace que el desierto florezca como la rosa. Oro pidiendo que pueda
ser una hora feliz para ti, porque se cumple la oración: “Visítame con tu
salvación”.
Siento una gran simpatía para
con aquellos que están abatidos. ¡Que Dios, el consuelo de los abatidos, los
consuele! Que libere a los que están atados con cadenas; y para ustedes,
solitarios, ¡que los ponga en familias! Y yo no conozco un método más sabio que
pudieran seguir, que clamar incesantemente a Él; y ésta ha de ser su oración:
“Acuérdate de mí –de mí- con el favor
que otorgas a Tu pueblo; oh, visítame con Tu salvación”. Y ahora, viene nuestro
último punto. Es:
III. UNA ORACIÓN MUY APROPIADA PARA LOS PECADORES QUE
HAN DESPERTADO PERO QUE NO HAN SIDO PERDONADOS.
Hay algunas personas de esa índole en esta casa.
Yo sé que aquí hay pecadores que no han sido perdonados. Sólo espero que
algunos de ellos hayan sido despertados para conocer el peligro de su estado.
Si lo han sido, que Dios los ayude a decir esta oración, porque, primero, es una oración humilde. “Señor, acuérdate
de mí”, que es tanto como decir: “Señor, dedícame un pensamiento. Yo soy un
pobre pecador miserable. No soy digno de atención pero, Señor, al menos recuérdame.
No me ignores, oh sanador de las almas enfermas por el pecado. No me ignores.
Oye mi clamor; responde a mi angustia; considera los deseos de mi alma. “¡Acuérdate
de mí!”
Es también una
sentida oración. No hay duda de que fuera sentida por la forma en que la
dijo este hombre inspirado. Al momento de leerse transpira vida. ¡Oh, querido
corazón!, si tú necesitas un Salvador, búscalo con denuedo. Si puedes aceptar
un “no” como respuesta, recibirás un “no” como respuesta, pero si la única
opción fuera esta: “¡Dame a Cristo, o muero! Tengo que recibir la misericordia”, la tendrás. Cuando quieras recibirla, habrás de recibirla. Cuando Dios te conduzca a agonizar ansiando
una bendición, la bendición no se demorará.
Noten que esta oración que les recomiendo, no
sólo es humilde y sentida, sino que es
una oración dirigida de la manera correcta. Está dirigida únicamente a
Dios. “Acuérdate de mí, oh Jehová. Visítame,
oh Jehová, con tu salvación”. Toda
nuestra ayuda está allá. No hay ninguna ayuda aquí. No hay ninguna ayuda en
ningún hombre. Ningún sacerdote puede ayudarte; tampoco pueden hacerlo ni
amigos ni ministros. Cuando ustedes recurren a nosotros, podríamos decirles lo
que el rey de Israel le dijo a la mujer en Samaria, cuando estaba completamente
copada por el asedio: “Si no te salva Jehová, ¿de dónde te puedo salvar yo?
¿Del granero, o del lagar?” No hay nada que nosotros podamos hacer. “¡Vana es
la ayuda de los hombres!” Vuelvan sus ojos únicamente a Dios, a la cruz donde
Cristo sufrió. Miren allí, y únicamente allí, y que ésta sea su oración:
“¡Señor, acuérdate de mí!”
Cuando el ladrón agonizaba, no dijo: “Juan, ora
por mí”. Juan estaba allí. El ladrón no miró a la madre de Cristo diciendo:
“Virgen santa, ora por mí”. Podría habérselo dicho. Él no se dirigió a ninguno
de los apóstoles ni a los santos acompañantes que estaban en torno a la cruz. Él
sabía adónde mirar, y, volviendo sus ojos agonizantes hacia Aquel que sufría en
la cruz central, no dijo otra oración que ésta: “Señor, acuérdate de mí”. Es
todo lo que necesitas. Ora pidiéndole a
Dios, y sólo a Dios, pues sólo de
Él debe venirte la misericordia.
Oh pecador, si quieres usar esta oración, observa
además que es una oración personal para
ti. “Señor, acuérdate de mí”. ¡Oh!,
si pudiésemos lograr que los hombres pensaran en ellos mismos, la mitad de la
batalla estaría ganada. ¿Quién eres tú? ¿Quién eres tú? Yo quisiera poner esta
oración en tu boca, quienquiera que seas, “Señor, yo he sido hoy un quebrantador
del día de reposo. He pasado toda su parte inicial, de una manera inadecuada;
pero, Señor, acuérdate de mí”. “Oh Dios, yo he sido un borracho. He quebrantado
todas las leyes de la sobriedad, e incluso he blasfemado Tu nombre; pero,
Señor, acuérdate de mí”. ¿Hay alguien aquí en cuya boca pudiera poner palabras
como éstas?: “Señor, me presento temblando ante ti, pues soy una mujer
pecadora. Señor, acuérdate de mí. Visítame con el favor que otorgas a Tu
pueblo. Así como miraste a la mujer de Samaria, mírame así a mí”. ¿Hay alguien
aquí que haya sido un ladrón, casi avergonzado de oír mencionar esa palabra,
porque los que se sientan cerca podrían mirarle? Bien, ésta es especialmente la
oración del ladrón: “Señor, acuérdate de mí”. ¡Cómo desearía recorrer todos los
lugares en que están sentados! No sabría quiénes son ustedes, pero, ¡oh!, si
pudiera, pondría ésto directamente en su corazón: “Señor, acuérdate de mí”.
Allá arriba, en el palco superior, donde difícilmente pueden oír, y no pueden
ver, estás en un buen lugar para orar, en un lugar primordial, allí escondido
en el rincón, y para expresar el clamor: “¡Oh Dios, acuérdate de mí!”
Además, esta oración es una oración evangélica. Dice: “Acuérdate de mí… según tu
benevolencia”. Todo lo que un pecador recibe le llega como un acto de
benevolencia. No puede llegarte de ninguna otra manera, pues si recibieras lo
que mereces, no recibirías nada de amor, nada de misericordia, nada de gracia.
¡Oh, pecador!, acude a Dios sobre la base de la clemencia y di: “Por causa de
Tu nombre, y por causa de Tu misericordia, ten piedad de mí, ya que soy un pobre
individuo que no merece nada”. Es una oración evangélica.
Además, me parece que es una oración argumentadora. “¿Dónde está el argumento?”, preguntas.
Bien, está aquí: “Tú has otorgado favores a Tu pueblo. Señor, concédeme un
favor a mí”. Es siempre un buen argumento que le pidieras a un hombre que te
extienda una amabilidad si ya lo ha hecho para con otros. Si somos muy pobres,
nosotros generalmente decimos: “Fulano de tal ha estado ayudando a gente pobre
como yo”. Hay un tipo de argumento implícito y es que él te ayudará, si
estuvieras en el mismo caso. ¿Puedes verlo? Allá están las puertas del cielo.
¿Puedes soportar el resplandor de esas perlas gigantescas? Sin embargo, no es
eso lo que quiero que veas. ¿Los ves a ellos? ¿Ves a quienes entran a torrentes
en largas filas? Atraviesan como un poderoso río. Hay cientos, hay miles, hay
decenas de miles de ellos. ¿Quiénes son ellos? ¿Quiénes son ellos? Son
pecadores, todos ellos, –tal como soy yo, querido amigo- tal como eres tú. Ahora
están vestidos de blanco, pero sus vestiduras fueron una vez completamente
negras. Pregúntales, y les oirás decir que lavaron sus ropas y las
emblanquecieron en la sangre del Cordero. Pregúntale a cada uno de ellos cómo
es que entró tan felizmente a través de esas puertas de perla, en la ciudad de
calles de oro, y todos te dirán “a coro”, que ellos:
“Atribuyen la
salvación al Cordero;
La redención,
a Su muerte”.
¡Oh!, yo incluso voy a entrar sin complicaciones
de esa manera. ¡Ah!, a través del Salvador de los pecadores espero encontrar un
pasaje al cielo de los pecadores, donde los pecadores que fueron blanqueados
moran para siempre. Hay un argumento en la oración. Yo espero que tengan la
habilidad de usarlo hasta prevalecer.
Además, yo le recomiendo esta oración al pecador
que ha despertado, porque es una oración
para un alma indefensa, pues dice: “¡Oh!, visítame con tu salvación”. Hay pacientes en Londres que estarían
muy felices de ser recibidos en un hospital. Estarían felices si pudieran ser
llevados mañana por la mañana a algunas de esas nobles instituciones, para ser
cuidados allá. Pero hay personas que están peor que ellos, pues hay algunos que
no podrían ser transportados a un hospital, ya que podrían morir en el camino. Si
han de ser sanados del todo alguna vez, están en una condición tan mala, que el
doctor tiene que visitarlos. ¡Oh!, y ése es también el caso de algún pecador, y
algunos lo sienten, y por esto tenemos la oración: “Visítame con tu salvación”. “Aquí, Señor, me postro
delante de Ti, tan arruinado por el pecado que escasamente puedo volver mis
ojos a la cruz; estoy muy ciego. Es cierto que Tu gracia puede salvar, pero mi
mano está paralizada, y no puedo asir Tu gracia. Es verdad que Tu amor puede
penetrar mi corazón, pero, ¡ah!, mi corazón se siente tan duro; entonces, ¿cómo
puede entrar allí Tu amor? Oh, Salvador, Tú tienes que hacerlo todo por mí,
pues mi caso es desesperado”. Cristo ama tales casos. Él vino a buscar y a
salvar, no a los medio perdidos, sino
a los perdidos. Deposita tu caso
desesperado en Sus manos, ya que Él ha salvado a pecadores desesperados miles
de veces, y los seguirá salvando todavía. Yo pido que antes de que descanses
esta noche, antes de que te retires a tu cama, y te atrevas a cerrar tus ojos, que
ésta sea la oración de tu corazón: “Acuérdate de mí, oh Jehová, según tu
benevolencia para con tu pueblo; visítame con tu salvación”.
No puedo hacer más que dejarlo en manos del
Espíritu Eterno. Que Él bendiga la palabra, por Cristo Jesús. Amén.
Nota del
traductor:
El
Salmo 106: 4 en la Versión King James dice así: “Remember me, O Lord, with the
favour that thou bearest unto thy people: O visit me
with thy salvation.” Una traducción literal sería:
“Acuérdate de mí, oh Jehová, con el favor que concedes a tu pueblo; visítame
con tu salvación”. No encontré ninguna versión en español que se asemejara a
“con el favor que concedes a tu pueblo”. El sermón del pastor Spurgeon enfatiza
la palabra ‘favor’, que no se encuentra en nuestras versiones. Por tanto, en
este caso, ‘favor’ y ‘benevolencia’ son equivalentes.
Sima: abismo,
precipicio.
Traductor: Allan
Román
14/Junio/2012
www.spurgeon.com.mx