El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Verdadera Comida y Verdadera Bebida

NO. 3424

 

UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,

Y PUBLICADO EL JUEVES 17 DE SEPTIEMBRE DE 1914.

 

“Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Juan 6: 55.

 

La multitud había seguido a Jesús motivada por los panes y los peces. Él los reprende con delicadeza por haber sido guiados por un apetito tan carnal y haber sido impelidos a seguirlo por un motivo tan burdo. Luego les dice que hay una comida espiritual que es mucho mejor y una bebida espiritual mucho más rica que esos alimentos que nutren el cuerpo y satisfacen los gustos animales. Después de lo cual, hablando espiritualmente de Sí mismo, dice: “Mi carne es verdadera comida”, comida real que sustenta al alma; y: “Mi sangre es verdadera bebida”, bebida real, la mejor, la bebida más verdadera, de naturaleza tal que fortifica al espíritu para la inmortalidad.

 

Ustedes podrían preguntar de entrada: ¿Por qué nuestro Señor habla de Su carne y de Su sangre como elementos separados? Traté de explicarles eso hace algún tiempo cuando nos reunimos en torno a esta mesa. En la Cena del Señor debe haber pan y vino, pero pan separado del vino, así como nuestro Señor habla de Su carne como algo separado de Su sangre, y esto debía indicar que Él es sumamente precioso para nosotros como un Salvador que muere. La sangre separada de la carne indica la muerte. Es a la muerte de Jesús a la que el creyente vuelve primeramente su mirada, y es al considerar al Cristo que vive y reina, y que fue inmolado una vez, que recibimos nuestro más rico consuelo. De modo que cuando nuestro Señor nos dice: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”, no se trata de una multiplicación innecesaria de palabras o de una vana repetición de la misma idea. Con esa expresión se denota a Sí mismo como el Cristo que muere.

 

Tomando las palabras como están, nuestro primer punto será que:

 

I.   LA CARNE DE CRISTO ES VERDADERA COMIDA: COMIDA ESPIRITUAL.

 

La semejanza es enfática; es “verdadera comida”. Es semejante a la comida porque la comida -o el alimento- sustenta al cuerpo. El cuerpo no podría conservar ordinariamente su vigor -a no ser por un milagro- excepto por el uso de alimentos. Sin pan desfallecemos, languidecemos, enfermamos y morimos. De igual manera el alma sin Jesús -suponiendo que esté viva- pronto se enferma, languidece y sufre hambre y quebranto.

 

Oh creyente, a pesar de toda tu fortaleza estarías sin energías en este momento si Jesús no fuera tu sostén presente. Toda tu experiencia pasada no serviría de nada si no tuvieras ahora a un Cristo presente en quien depositar tus esperanzas. Sólo sería asunto de tiempo antes que te hundieras en la corrupción de una abierta apostasía. Como a un hombre encerrado en un calabozo y privado de comida que arrastra por unos cuantos días una existencia sumamente dolorosa y que al final expira y se convierte en carroña, así habrá de suceder contigo. A menos que Jesucristo sea tu comida diaria, regresarás a los elementos carnales del mundo, y te volverás corrompido y depravado como otros lo son. Cristo es el único sustento verdadero del alma vivificada. Pero observen que por mucho que coma un hombre, la comida no siempre puede sustentarlo, antes bien, algunas veces está débil y tendido en su lecho de languidez. No sólo no puede sustentarlo sino que en breve es llevado a su tumba.

 

Pero si sus almas aprenden a alimentarse de Jesús, disfrutarán de la bendita inmunidad prometida a los habitantes de Sion; no dirán: “Estoy enfermo”; no morirán nunca; se alimentarán de este pan inmortal del que comen los ángeles. Serán transportados a los asientos de los inmortales en lo alto para morar para siempre con el Cristo de quien se han alimentado, viniendo primero a Él para apaciguar su hambre, y creyendo en Él continuamente para el sustento de su vida.

 

La comida no sólo proporciona sustento, sino que ayuda al crecimiento. El niño no puede desarrollarse para convertirse en un hombre si se le niega su alimento diario; habrá de morir ciertamente en la infancia o en la niñez, si está desprovisto del nutrimiento indispensable para el desarrollo de su estructura corporal.

 

Ahora bien, hermanos y hermanas, muchos de nosotros somos bebés en la gracia. Hemos sido llevados a los pies de Jesús, y así pertenecemos a aquellos que constituyen Su reino, pero necesitamos crecer hasta llegar a una edad adulta espiritual. No nos contentamos con poca fe, ni con una débil esperanza ni con una chispa de amor. Queremos alcanzar la perfección en las cosas espirituales, quiero decir, queremos ser hombres perfectamente desarrollados, fuertes en la plenitud de la energía espiritual, y esto sólo puede lograrse por Cristo. Sólo puedes desarrollarte conforme crezcas en el conocimiento de Él, y en la sujeción a la influencia de Su Espíritu. Así como el alimento hace crecer nuestros cuerpos, así Cristo es el alimento de nuestras almas; Él es “verdadera comida”, pues nos hace crecer de manera divina. Si un hombre se alimenta de la comida disponible, no llegará a una absoluta perfección, pero si se alimenta de Jesús, llegará a esa perfección. Por medio de la gracia de Dios en Cristo Jesús hemos de llegar a la plenitud de la estatura de hombres en Cristo. Allá arriba todos son hombres en Cristo. Todos son perfectos y sin mancha delante del trono, y esto es debido a que se han alimentado de esta sagrada comida que los hace crecer hasta llegar a ser la imagen perfecta de Aquel de quien se alimentan.

 

La comida no sólo sustenta y provoca el crecimiento, sino que compensa el desgaste diario del cuerpo. Algunas personas olvidan que cada ejercicio del cuerpo lo desgasta de la misma manera que la máquina consume su combustible y se desgasta. Así como hasta una máquina de hierro necesita ser reparada, así también este cuerpo nuestro necesita reparación, y la comida con la que nos alimentamos está destinada a compensar el desgaste diario al que todos nuestros huesos, músculos y nervios están sujetos.

 

Amados, Jesucristo, en ese sentido, es comida. “Confortará mi alma”. Él compensa el desgaste de la tentación, el deterioro de los cuidados, la inquietud de los problemas, el humo y la agitación de múltiples ansiedades y todo lo que desgasta al hombre. Mi alma renueva una vez más su fortaleza, como el águila, cuando sorbe del torrente que mana del pie de la cruz.

 

¡Oh, creyente, pronto degenerarás! Este mundo de pecado pronto te conducirá a rebelarte, y a perder todo lo bueno que tienes, a menos que vayas continuamente a Cristo y te alimentes de Él. Pero si te alimentas de Él, el mundo no te dañará; las tentaciones no te herirán; tus tribulaciones no te abrumarán, pues encontrarás que Su carne es verdadera comida. La mejor comida que el cuerpo del hombre puede recibir, no siempre puede repararlo del desgaste. Después de un cierto período de vida, el cuerpo tiende a deteriorarse y la dieta más nutritiva no puede impedir que el cabello, los dientes, los ojos, las piernas, los brazos y el hombre entero muestren que la hora óptima ha pasado, y que el tiempo del deterioro ha llegado. El hombre se encorva y se apoya en su bastón, e independientemente de lo que coma de conformidad a la dieta más estricta y al régimen del médico, con todo, le llega el tiempo del desgaste. Los ojos se opacarán; las muelas fallarán porque ya son sólo unas cuantas, y los pilares de la casa temblarán.

 

Pero, amados, Su carne es “verdadera comida”, y quienes se alimentan de Él aun en la vejez fructificarán. Estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová es recto. Sus últimos días serán sus mejores días, y en lugar de declinar, cobrarán fuerzas con la multiplicación de sus años hasta el preciso instante en que el corazón y la carne fallen, y entonces será cuando la fortaleza de sus almas y su eterna porción les serán reveladas más plenamente.

 

Además, la comida es un gran supresor del dolor y la enfermedad. Sin comida, o sin alimento de algún tipo, la constitución interna del hombre se llena de tormento y angustia. Amargos son los asedios del hambre. Tal vez ningún dolor, con la excepción de la sed, sea más severo que el hambre cuando el hombre ha estado expuesto por largo tiempo a ella. Sin duda la carencia es la raíz de multitudes de enfermedades del pobre. Una dieta generosa es con frecuencia más benéfica para el enfermo que las mejores prescripciones médicas.

 

Lo mismo ocurre ciertamente con los creyentes en Cristo. Su carne es verdadera comida en este sentido. Los dolores de la convicción y los remordimientos de una conciencia culpable son anulados cuando el hombre tiene a Cristo. Si un hombre está espiritualmente enfermo de mundanalidad, de dudas, de altivez, de envidia y de cualquier cosa que sea una enfermedad común del hijo de Dios, bástale tener un abundante festín de la carne de Jesús, y la enfermedad se disipará. Cristo infunde tal vigor en el sistema espiritual de Su propio pueblo cuando se alimentan de Él, que echa fuera enfermedades a semejanza de los hombres fuertes que las eliminan por la pura fortaleza de su constitución. Bienaventurado y feliz es el hombre que come esta carne, pues es verdadera comida en ese sentido.

 

Además, nosotros utilizamos constantemente la comida para el desarrollo de la fuerza. Un hombre mal alimentado no puede levantar los pesos que puede levantar otro hombre que goza de una dieta más rica en su mesa. La escasez de comida conlleva la ausencia de fuerzas. Ahora bien, Cristo Jesús es el único alimento que puede fortalecer a Su pueblo para el servicio. Aliméntense de Él y entonces correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán. Él es verdadera comida, porque nos da una fortaleza ilimitada. Reviste al hombre mortal con el poder de Dios. Hace que el cristiano más débil de la Iglesia, cuando se alimenta de Cristo, sea como un gigante para sufrir o para obrar.

 

No puedo extenderme sobre todos estos puntos, aunque hay suficiente contenido en cada uno de ellos para predicar un sermón; pero, amado hijo de Dios, busca a Cristo y no te quedes satisfecho mientras no seas alimentado y nutrido diariamente de Él.

 

La palabra “verdadera” le da a la frase un aire de fuerte protesta. Tenemos que tomar ésto en consideración. ¿Por qué dice que Su carne es verdadera comida? Es en oposición al alimento meramente animal y corporal, que es comida, pero no es comida verdadera. La gente piensa que el pan es nutrimento sólido. Y sí lo es, hablando de cierta manera, pero, ¿qué es lo que sustenta? Sustenta al cuerpo, y el cuerpo, se dice, es sustancial. Y verdaderamente lo es, para el ojo y para el tacto; pero, ¿qué es el cuerpo? ‘Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo; la hierba se seca, y la flor se marchita; ciertamente la gente es hierba’. Este cuerpo está tan poco tiempo aquí y se disuelve tan rápido, que puedo decir sin temor a equivocarme que es sólo una sombra; y el alimento que nutre a la sombra no es sino sombra. ¿Y qué es el alma dentro de nosotros? Vaya, eso, dices, es algo irreal. Ciertamente lo es, señores, para el olfato, para la vista, para el tacto; pero no para el pensamiento real. Lo real acerca de un hombre es su yo interior, que no se puede ver: su yo inmortal, secreto, impalpable, invisible: eso nunca muere. El diente del tiempo no lo toca, ni la guadaña de la muerte lo siega. El alma es lo real, no el cuerpo; y, señores, el alimento que nutre al alma es después de todo el alimento real, aunque los hombres del mundo den la vuelta y digan: “¡Ah, no!, el pan y el queso que ponemos en nuestra boca, eso es lo real; danos abundancia de eso”. Señores, eso es una sombra; pero la verdad que le dan a sus almas para nutrirlas, eso es lo que a los ojos de Dios, a los ojos de los sabios y a sus ojos, si tienen algún discernimiento espiritual, es verdaderamente comida.

 

Es verdadera comida, en contraste con las comidas típicas del Antiguo Testamento. Existía la Cena Pascual, la cual ciertamente era una fiesta gloriosa, cuando por ella el pueblo salió de Egipto gozándose. Sí, pero sólo fue una liberación de una esclavitud temporal común; pero quienes comen el Cordero Pascual son liberados de la servidumbre de la muerte y del infierno, pues Su carne es verdadera comida. En el desierto comieron el maná. Sí, pero cada día parecía hablarles acerca de su propio carácter insustancial, partiendo del hecho de que si lo guardaban hasta la mañana siguiente, criaba gusanos y hedía.

 

Pero nuestro Señor Jesucristo es alimento que no se corrompe nunca. Aliméntense de Él, atesórenlo en sus corazones, y no encontrarán allí ninguna corrupción, ni tampoco morirán. En el antiguo tabernáculo y en el templo estaban los panes de la proposición, los cuales eran comida para los sacerdotes. ¡Ah, pero el pan de la proposición no era más que un tipo!, y para el sacerdote, sin importar cuán devotamente pudiera recibirlo, el pan de la proposición, en sí mismo, no era un alimento para su yo real, sino solamente para su estructura corporal.

 

Y pudiera decir lo mismo del pan que tenemos puesto aquí sobre la mesa esta noche; no hay nada en él; es un mero emblema y un signo. Pero la carne de Cristo es verdadera comida. Cuando he visto este texto colocado algunas veces sobre la mesa comúnmente usada para lo que llaman: el “Sacramento”, he temblado por temor a que la gente sea conducida al aflictivo y antinatural error de la transubstanciación. Cuando nuestro Señor dijo: “Mi carne es verdadera comida”, Él no podía referirse al pan que estaba sobre la mesa, pues la Cena del Señor no había sido instituida. En este texto particular, de cualquier manera, no puede haber ninguna alusión de ningún tipo a lo que algunos llaman: “la Misa”, y otros: “el Sacramento”, porque estas cosas no fueron expuestas por nuestro Señor sino hasta unas pocas horas antes de Su muerte, y Él hablaba en aquel momento meses antes de aquel tiempo. Amados, el pan es pan y nada más que pan, y en la medida en que les señala, como un poste de señales, la carne real de Cristo, en esa medida está bien. Si se detuvieran allí, sólo puedo decir al respecto que el pan es comida, pero la carne de Cristo es verdadera comida.

 

Cuando nuestro Señor dice: “Mi carne es verdadera comida”, claramente la distingue de cualquier otro tipo de comida para el alma. Hay muchos tipos de comida para el alma. Algunos hombres alimentan sus almas de sus propias obras. “¡Oh!”, -dicen- “hemos orado; hemos ayunado; hemos dado a los pobres; hemos sido rectos; hemos sido justos”; y su alma se alimenta de eso, aunque es puro viento. Pero si confiaran en Cristo, eso sería verdadera comida. Algunos se alimentan de ceremonias. Han sido bautizados, confirmados y no sé qué otras cosas más. Excelentes exquisiteces son éstas, pero todo es puro viento. La recepción de Cristo en el alma y la confianza en Cristo para la salvación, esa es verdadera comida. Algunos han crecido con falsas doctrinas, o con doctrinas verdaderas pero exageradas, y estas los llevan a un desarrollo muy sutil de arrogancia y de intolerancia que no constituyen ningún alimento sólido para la mente humana. Pero, ¡oh, amados!, cuando un hombre puede decir: “Mi esperanza está únicamente en el Crucificado; lo miro a Él cada día; mis meditaciones están en Él; mucha de mi lectura es acerca de Él; todas mis oraciones son enviadas al cielo a través de Él; mis alabanzas son para Él; Él es el gran gozo de mi alma, y el consuelo y la fortaleza y la ayuda”; entonces recibe la verdadera comida; será un hombre fuerte que vencerá su pecado; será un hombre santo, un hombre feliz, un hombre celestial, y dentro de poco será llevado a morar donde Jesús está, de quien se ha alimentado.

 

Espero haber expuesto ésto claramente. Pensar en Jesús, confiar en Jesús, eso es comer, y Jesús mismo es el alimento. Quienes confían en Él y descansan en Él, obtienen el mejor alimento del alma. Reciben verdadera comida.

 

II.   LA SANGRE DE CRISTO ES VERDADERA BEBIDA.

 

Como la bebida sustenta al cuerpo, así nos sustenta la sangre de Jesús, es decir, los méritos de Su sacrifico expiatorio. El cuerpo no puede ser robustecido sin algún líquido; el sistema lo necesita. El alma no puede ser sustentada sin considerar y descansar en el sufrimiento vicario de Jesús. Que Jesús murió en mi lugar y sufrió por mi pecado, debe estimular mi esperanza, mi consuelo y mi gozo, en una palabra, mi alma entera, tal como la bebida vigoriza el sistema físico.

 

La bebida refresca el cuerpo. El viajero está desfallecido; es un día cálido, ardiente. Cuán diferente se mira el hombre cuando lava su rostro en ese fresco riachuelo, y cuando sorbe un trago dulce y refrescante. Y así la sangre de Jesús refresca al hombre que en ella confía. Si yo confío en que Jesús fue castigado por mí, y me queda claro que Jesús murió por mí, ¡cómo parece que mi alma recibe una nueva vida, cómo revive! Aunque estuviera muerto, quien creyera en ésto viviría. Quien pudiera confiar en la sangre preciosa, aunque la desesperación lo asiera en un ataque de desfallecimiento de tal forma que no pudiera mover ni manos ni pies, si esta preciosa doctrina de un Salvador que muere por el hombre fuera creída por él, su corazón y su espíritu revivirían de inmediato.

 

La bebida también limpia el cuerpo. No me refiero al lavamiento, sino a que la recepción del agua dentro del sistema enjuaga todos los diversos segmentos del cuerpo, y sin duda el líquido siempre ejerce sobre el cuerpo humano una saludable influencia a menos que sea tomada, de la manera que sea, inmoderadamente. Es, en gran medida, convertida en un fluido vital del sistema.

 

Ahora bien, siempre que reciben a Jesucristo en su alma, ¡cómo purifica las venas cuando la sangre no está bien! Cómo elimina todas las impurezas del sistema espiritual; y entre más llegues a descansar en un Cristo que derrama Su sangre, más seguro estás de ser liberado de tus pecados: me refiero a tus pecados reinantes, a tus pecados asediantes que sólo pueden ser vencidos por la sangre del Cordero. La sangre de Cristo es verdadera bebida.

 

La bebida también alegra al hombre. Cuántos corazones desfallecientes han sido animados cuando se les ha ofrecido un trago refrescante; el desfallecido ha abierto sus ojos y ha sonreído. Y, ¡oh!, cómo los pensamientos de un Cristo agonizante reviven al alma desfallecida, y hacen cantar al espíritu que una vez estaba listo a gemir y clamar: “estoy olvidado; he sido abandonado; estoy perdido”.

 

Noten la palabra: “verdadera”, que regresa de nuevo: “Mi sangre es verdadera bebida”, en oposición a toda bebida carnal, pues como dije acerca del alimento, que sólo es una sombra que sustenta a una sombra, lo mismo sucede con la bebida: es sólo una sombra que sustenta a una sombra. La sangre de Cristo sustenta al espíritu; por tanto, es verdadera bebida.

 

¡Cuán superior es a todas las bebidas típicas! Existía el agua que manaba de la roca cuando era golpeada; existían las diversas bebidas que acompañaban a las ofrendas, pero Jesús es la plenitud de la cual estas cosas no eran sino los tipos.

 

Cristo dice: “Mi sangre es verdadera bebida”, como si por completo ignorara a todas las otras bebidas del alma. Algunos hombres beben hasta quedar empapados del placer terrenal. Otros beben hasta quedar inflados con su propia justicia. El diablo tiene sus copas, y sabe cómo llenarlas hasta el borde, y hacerlas relucir y fascinar al ojo. Pero aunque las almas de los hombres den sorbos de esas pociones hasta llegar a las heces, nunca quedarán satisfechos, y en el mundo venidero su miseria será mayor si tuvieron alguna satisfacción aquí. Pero, ¡oh!, si tu alma puede ir a la sangre preciosa de Cristo y descansar allí, y si te puedes regocijar porque Jesús murió por ti, puedes beber, pero nunca quedarás ebrio; puedes beber, pero nunca conocerás la saciedad; puedes beber, y tendrás una satisfacción que nada puede destruir, que ni el tiempo ni el hábito pueden volver insípida a tu paladar, y de la que la eternidad no será más que una bendita prolongación.

 

Bebe, alma sedienta, bebe de la fuente de la sangre del Salvador, y nunca más tendrás sed, sino que clamarás: “tengo suficiente; he encontrado en la sangre expiatoria de Jesús todo lo que mi alma necesita”.

 

Junten estas dos cosas. Pareciera, de acuerdo al texto, que:

 

III.   NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO ES COMIDA Y BEBIDA A LA VEZ.

 

Entonces quisiera que notaran la adecuación de Jesucristo para las necesidades del hombre. El hombre necesita comida y bebida. Jesús es todo lo que el hombre necesita. Tú necesitas perdón; lo tienes en Cristo. Necesitas vida, vida eterna: la tienes en Cristo. Necesitas paz, consuelo, felicidad: todo lo tienes en Cristo. Ninguna llave se ajusta tan bien a una cerradura como Cristo al pecador. Tú estás vacío, Cristo está lleno. No puedes tener una necesidad que Él no pueda suplir. Nunca hubo ni habrá un alma que esté más allá del alcance del poder de Jesús. ¡Oh, cuán apropiado Salvador es para mí! Puedo decir eso, pues si Jesucristo hubiera sido enviado a este mundo únicamente por mí, no habría podido adecuarse mejor a mí de lo que lo hace; y si hubiera sido enviado únicamente por ti, pobre y trémulo pecador, no habría podido adecuarse a ti mejor de lo que lo hará. Vaya, cuando pienso en Jesús, Él pareciera ser todo mío, y estoy seguro de que no puedo permitirme prescindir de una porción de Él. Lo necesito completamente, y Él llena exactamente mi alma hasta el borde, y tú descubrirás que así es Él para ti. Él será tu alimento y tu bebida, y si lo tienes a Él, dirás:

 

“Todo lo que yo pudiera desear

En Ti se encuentra ricamente;

No hay para mis ojos luz tan amada,

Ni amistad que sea ni la mitad de dulce”.

 

Entonces si Jesucristo es comida y bebida a la vez, ¡qué plenitud hay en Él! No es únicamente una cosa y no es únicamente la otra, sino que es ambas. Un hombre que tuviera abundante comida moriría, sin importar que comiera lo que quisiera, si no tuviera nada que beber; un hombre que tuviera abundancia de bebida moriría, si no tuviese nada sólido que comer. Jesús no nos da una parte de la salvación; nos la da toda. En Jesucristo encontrarán todo lo que necesitan entre el infierno y el cielo. A lo largo de todo el camino, desde las puertas de la Gehena hasta las puertas de perla del paraíso, Él suplirá la necesidad de cada peregrino. Su pueblo está constituido por millones de millones, y con todo, cada uno recibe de Él todo lo que necesita, pues “Agradó al Padre que en él habitase toda plenitud”. Observen esas palabras: “Toda plenitud”. “Plenitud” es una gran palabra, pero “toda” plenitud es una palabra mayor, y toda plenitud habita en Él, esto es, permanece siempre en Él, siempre es plenitud y siempre permanece siendo toda plenitud; esa es la mayor de todas las palabras. Él es tanto comida como bebida; Él es todo lo que necesitamos.

 

Consideren, también, que si Cristo es comida y bebida a la vez, ¡cuánta necesidad tenemos de Él!, porque no hay necesidad mayor en el mundo, supongo, que la necesidad de alimento, de comida y bebida. Cuando oyes el grito de “¡Fuego!”, en la calle, te sobresaltas; pero los que han oído el grito de “¡Pan!” en un disturbio, cuando hay escasez de pan, comentan que el grito de “¡Fuego!” no se compara con el del hambre. Hay algo tan penetrante, tan terrible, tan determinado, tan feroz, tan semejante al aullido de las bestias salvajes en los hombres y en las mujeres que claman por pan, que resulta ser el sonido más espantoso. Y “¡Agua!” ¡Qué palabra debió ser esa para un número de pobres desventurados que estaban encerrados en el ‘Hoyo Negro de Calcuta’, que gritaban a través de aquellas ventanitas a los guardias que estaban afuera pidiéndoles algo de beber; y que extendían sus manos y les suplicaban que los apuntaran con sus carabinas y les dispararan, antes que dejarlos morir allí una muerte lenta de sofocación y de sed! Cuando introducían un poco de agua donde estaban ellos, cómo peleaban y luchaban por ella, por si alguien pudiera conseguir alguna gota de agua, o chupar un pañuelo que hubiera sido sumergido en el agua, y así aguantar un poco más.

 

Ahora, nadie puede tener una mayor necesidad que una carencia real de pan y agua, pero eso es lo que ustedes necesitan, mis queridos amigos. Ustedes necesitan a Cristo; sus almas necesitan precisamente ese pan y esa agua. Si no tienes a Cristo, no pienses que eres rico y que te has enriquecido, pues en verdad estás desnudo y eres pobre y miserable. Si no confías en Él, si no lo amas, si no le sirves, tu pobre alma no tiene ni una sola gota para beber. ¿Qué puede hacer sino morir? Y, ¡oh!, ¿cuál ha de ser su desventura cuando tu alma pida una gota de agua para refrescar su lengua, atormentada en esa llama? Mientras otros están dándose un festín, tú tendrás el crujir de tus hambrientos dientes que se convertirá en tu porción. Que Dios les conceda que no sea tan cruel para sus almas como para que se mueran de hambre por ir sin Cristo.

 

Sí, y si Cristo es comida y bebida, cuánta necesidad hay de una verídica recepción de Él. Si tienen comida y bebida, no se puede darle ningún otro uso que no sea comerla y beberla. Lleven comida a un hambriento; preséntensela con su dedo y pregúntenle: “¿No te sientes mejor?” “No”, responde. “Mírala, hombre; mírala”. “No, porque me da más hambre”. “Pero córtala; aquí está el cuchillo”. “¡Oh!”, dice, “¿de qué me sirve eso? Te burlas de mí; necesito ponerla entre mis dientes; necesito introducirla en mi sistema, pues de lo contrario no me sirve de nada”.

 

Oyente, ¿de qué te sirve venir y escuchar, domingo tras domingo, pero sin decidirte nunca a confiar en Cristo, ni introducirlo en tu alma? Vaya, ustedes sólo me oyen, por decirlo así, derramar el agua, pero no la beben. La ven brillar mientras les hablo de ella, pero no la reciben. ¿De qué les sirve eso? ¡Oh!, algunos de ustedes perecerán; perecerán teniendo el pan a su alcance, y con el límpido arroyo de la vida eterna fluyendo a sus pies. ¡Oh, por qué esa insensatez! No sucede así con otras cosas. Los hombres no se contentan con ver el oro; quieren llevarlo a casa y ponerlo en sus bolsillos. ¿Cómo es que se contentan con oír acerca de Cristo, con hablar acerca de Cristo, pero nunca piden la fe real, ni la unión vital con el Señor Jesucristo? Ocúpense de ésto, o la muerte se ocupará de ustedes.

 

Además, si Jesucristo es comida y bebida a la vez, amados en el Señor –les hablo a ustedes ahora- ¡cuánta razón hay para dar gracias! Comenté durante la lectura que si un hombre se sienta a comer y a beber sin dar gracias, es muy descortés y muy semejante a las bestias. Bien, entonces, alma mía, siempre que vengas a alimentarte de Cristo, siempre que pienses en Él –y eso debería ser siempre- da gracias siempre. El verdadero espíritu cristiano es de un agradecimiento perpetuo.

 

Me gusta comentar acerca de un querido amigo que está presente ahora, quien, cuando comenzaron las nieblas de Noviembre, un domingo por la mañana me dijo: “yo le digo a toda mi familia que esté más alegre que nunca ahora que ha llegado el clima sombrío, como para desechar todas estas cosas que nos rodean, manteniendo una alegría interior”. Ahora, tú te estás alimentando siempre de Cristo, y entonces, cada vez que te alimentes deberías dar gracias; por tanto, como siempre te estás alimentando de Cristo, “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” En la antigua Iglesia solían llamar a esta Cena, como nosotros lo hacemos a veces ahora, “la Eucaristía”: la acción de gracias. Bien, la vida del cristiano debe ser una constante Eucaristía, y como siempre se alimenta de Jesús, siempre debe hacerlo con este tributo de alabanza: “¡Gracias a Dios por su don inefable!”

 

Sí, y si Jesucristo es comida y bebida, entonces aquí tienen una razón por la que ustedes que son cristianos, deberían ser muy diligentes para hablar de Él a otros: para repartirlo. ¡Oh!, si tuviéramos esta casa llena de pan esta noche, y hubiere una hambruna en todo Londres, en el barrio del este de la ciudad, en el barrio del oeste, y en el norte de la ciudad, y en el sur, y los hombres cayeran muertos en las calles, y se estuvieran amontonando allí afuera, en Elephant and Castle y en Newington Causeway, sé lo que diría si el pan me perteneciera a mí: “¡Hermanos y hermanas, vengan y ayúdenme a sacar el pan por las ventanas! ¡Que entren por todas las puertas; que se apretujen en cada ventana y que reciban algo de comer!” Y si estuvieran sedientos y tuviéramos las llaves del agua colocadas aquí, y no hubiera disponibilidad de agua en ninguna otra parte, ¡oh!, estoy seguro de que no hay ningún niñito aquí que no estaría contento de tomar su latita para repartir un trago de agua a la gente sedienta.

 

Bien, entonces, ustedes, que cuentan con pocas habilidades y que aman a Cristo, háblenles de Él a los otros. Él es comida y bebida para los hambrientos y para los sedientos. Si fuera meramente un lujo, yo no insistiría; pero como es una verdadera necesidad para los moribundos hijos de los hombres, háblenles acerca de Él, y si lo despreciaran, bien, entonces, ustedes habrían hecho su parte; pero si perecen sin que ustedes les hablen de Cristo, su sangre de ellos estará a vuestra puerta. ¡Oh!, piensen cuando regresen a casa esta noche, andando por las calles, si es que hay en alguna casa junto a la que pasen, algún habitante que pudiera acusarlos de haberlo olvidado. No permitan que siga siendo así, sino que, como Su carne es verdadera comida y Su sangre es verdadera bebida, busquen repartir a Jesucristo a las multitudes hambrientas, para que queden satisfechas.

 

Que el Señor los bendiga ricamente, por causa de Su nombre.

 

Nota del traductor:

 

El Hoyo Negro o el Agujero Negro de Calcuta: Así lo cuentan las fuentes: Siraj ud-Daulah ordenó que 146 soldados británicos y civiles europeos fueran trasladados al Agujero Negro, una prisión de siete metros de ancho y escasos cinco metros y medio de largo. Sordo a las súplicas de los reos, los vencidos fueron hacinados en aquel inmóvil vagón de la vergüenza, sin alimentos ni agua. Tan sólo un soplo de aire, que se insinuaba por las dos ventanas de la cárcel, podía sostener el hilo y la esperanza de tantas vidas. No obstante, las gruesas barras de acero impedían la ventilación del recinto, y las llamas que crepitaban en el fuerte sugerían una atmósfera de mayor opresión.

De la mazmorra –con la puerta a punto de reventar­–, brotaba un grito unánime, que apelaba a la piedad de los verdugos. Como en el poema de León Felipe sobre Auschwitz, el Agujero se convirtió en un “lugar donde no se podía tocar el violín”, porque en su interior se rompían las cuerdas de todos los violines. Semejaba un animal herido en la noche al que se niega el compasivo y postrero tiro de gracia. Dos o tres hombres lo custodiaban en cada turno: no faltaron los intentos de soborno, pero la perfidia se guardaba las monedas en el bolsillo y desatendía las promesas de la liberación.

 

Traductor: Allan Román

30/Junio/2011

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