El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
“Saldrá ESTRELLA
de Jacob”
NO.
3343
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y PUBLICADO EL JUEVES 27 DE FEBRERO DE 1913.
“Saldrá ESTRELLA de Jacob”. Números 24: 17
Aunque esta profecía podría
referirse a David, estamos persuadidos de que el verdadero designio del
Espíritu Santo es simbolizar a nuestro Señor Jesucristo. Toda la naturaleza en
lo alto así como también la que está en derredor nuestro contribuye a exponer a
nuestro Señor. Todas las flores del campo y muchas de las bestias de la
llanura, y ahora las propias esferas celestes, se convierten en metáforas y
símbolos mediante los cuales nos es manifestada la gloria de Jesús. Deberíamos
esforzarnos por aprender las cosas que Dios se toma la molestia de enseñarnos.
Cuando hace que el cielo y la tierra se conviertan en las páginas del libro, en
respuesta deberíamos ser sumamente devotos en nuestro estudio. Oh, ustedes que
han sido negligentes en aprender de Cristo, pongan fin a su negligencia, y
confíen en que se ha de pronunciar una palabra que sea como la proyección de la
luz de una estrella en las tinieblas de su alma, para que a partir de ahora
sean conducidos a conocer a Cristo y a ser encontrados en Él.
Entonces, nuestro Señor es
comparado a una estrella, y vamos a señalar siete razones para esta comparación.
Es llamado una estrella como:
I. SÍMBOLO
DE GOBIERNO.
Ustedes observarán de
qué manera tan evidente está vinculado con un cetro y con un conquistador.
Jacob sería bendecido con un valeroso líder que habría de convertirse en un
triunfante soberano. En la literatura oriental, sus grandes hombres, y,
especialmente sus grandes libertadores, son llamados con mucha frecuencia: ‘estrellas’.
La estrella ha estado asociada constantemente con la monarquía, e incluso en
nuestro propio país consideramos todavía a la estrella como uno de los emblemas
de un encumbrado rango. Contemplen, entonces, a nuestro Señor Jesucristo como
En este sentido podemos
decir de Jesús que tiene una autoridad que ha
heredado por derecho. Él hizo todas las cosas y todas las cosas en Él
subsisten. Es justo que Él gobierne sobre todas las cosas. Como no hay ni una
sola lengua que pueda moverse en el cielo o en la tierra si no es con Su
permiso, es conveniente que toda lengua confiese que Él es Señor, para la
gloria de Dios el Padre. ¡Oh, que los hombres fueran justos para con el Hijo de
Dios! Quisiera que sus almas rebeldes cedieran a la fuerza de la rectitud y que
ya no dijeran más: “¡Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus
cuerdas!”
Hombres inconversos, yo
quisiera que ustedes se entregaran a Jesús. Él tiene un derecho sobre ustedes.
Es gracias a Su intercesión que su vida perdida sigue siendo todavía perdonada.
Es gracias a Su divina bondad que ustedes están donde están esta noche. Es
gracias a Su soberanía mediadora que se les permite elevar oraciones y súplicas
a Dios. Entonces denle lo que le corresponde. No le roben la lealtad que Él
reclama tan justamente. No le entreguen su espíritu a ese exigente tirano que
busca su destrucción. ‘Doblad la rodilla y honrad al Hijo, incluso ahora, para
que no se enoje, y perezcáis en el camino’. Reconózcanlo como su Señor.
Como una estrella, nuestro
Señor tiene una autoridad que ha ganado valientemente. Doquiera que Cristo es
rey, ha luchado ardua y duramente para conseguirlo. Recuerden el terrible
conflicto en Getsemaní, cuando dijo: “He pisado yo solo el lagar”. Cuando
regresó ensangrentado del Calvario, de hecho, allí mismo y a esa hora había
hecho huir a las huestes de Bosra y de Edom, y había manchado Sus vestidos con
el carmesí del vencedor. Entonces, Aquel que marchó en la grandeza de Su poder
es grande para salvar. En cada corazón humano en que Jesús reina, gobierna por
haber desalojado por la fuerza de la gracia al viejo tirano que había establecido
su soberanía allí. El sostenimiento de esa soberanía dentro del corazón es el
resultado del mismo cetro poderoso de Su amor y gracia.
¡Oh, que el Rey Jesús
ejerciera Su poder y estableciera un trono en más corazones! Creyentes, ¿acaso
no anhelan verlo glorioso? Si lo aman, yo sé que anhelan verlo así. Vivirían
para ésto y morirían para ésto: que Cristo pudiera tener a los Suyos, y
condujera a los blancos corceles del triunfo por las calles de Jerusalén, con todo
Su pueblo haciéndole una venia y esparciendo sus honores en Su sendero. ¡Oh, pecadores!,
quiera Dios que ustedes se entreguen a Él. Yo oro pidiendo que se ciña ahora Su
espada en Su muslo, y que por el poder de la gracia los constriña a inclinar
voluntariamente sus cuellos ante Su cetro de plata.
Hermanos y hermanas, es
un hecho lamentable que Cristo tenga todavía una parte tan pequeña del mundo
bajo Su regio poder. Vean, los dioses de los paganos permanecen firmes sobre
sus pedestales. La antigua ramera de Roma se ostenta todavía en su manto
escarlata. La media luna de Mahoma mengua pero su torva luz se proyecta todavía
a través de todas las naciones. ¿Por qué se demora? Tal vez Su dedo esté ya
sobre el cerrojo; pudiera ser que viniera pronto. ¡Ven pronto, Señor! ¡Nuestros
anhelantes corazones te suplican que vengas! Mientras tanto, a ustedes y a mí
nos corresponde pelear, cada soldado en su rango, cada hombre ocupando su
lugar, según su Señor le hubiere indicado, contendiendo con alma, corazón y
fuerza por lo recto, por lo verdadero, por la fe, por la santidad, por la cruz y
por todo lo que esa cruz significa entre los hijos de los hombres. ¡Bendita
Estrella de Jacob! Tú brillas con tus propios rayos; tú brillas con un poder
misterioso que nadie te dio, pues es inherentemente tuyo.
Antes de dejar este
punto sólo diré que este reino de Cristo, dondequiera
que esté, es sumamente benéfico. Doquiera que brille esta estrella de
gobierno, sus rayos esparcen bendición. Jesús no es ningún tirano. No gobierna
mediante la opresión. La fuerza que utiliza es la fuerza del amor. Nunca hubo
un súbdito del reino de Cristo que se quejara de Él. Quienes más le han servido
han anhelado servirle más. Vamos, incluso Su pobres mártires en las catacumbas
de Roma, muriendo de inanición o siendo arrastrados al Coliseo para ser
devorados por las bestias salvajes, jamás expresaron nada malo de Él.
Ciertamente si hubo una situación difícil para alguien, lo fue para ellos, pero
entre más torturados eran más se regocijaban, y nunca hubo cánticos más dulces
que aquéllos que brotaban de los labios agonizantes de seres que estaban
crepitando sobre los carbones encendidos, cuyos miembros eran destrozados al
ser atados a las patas de caballos salvajes, cuyos cuerpos eran aserrados por
la mitad. Justo en la proporción en que sus dolores corporales se volvían
agudos, el gozo espiritual se acentuaba; y mientras el hombre exterior se
descomponía, el hombre interior saltaba a una nueva vida, anticipando los gozos
del primogénito delante del trono. Él es un buen Señor. ¡Jóvenes, yo quisiera
que ustedes le sirvieran! ¡Oh!, que fueran alistados a Su servicio. Han
transcurrido ahora muchos años desde que yo le entregué mi corazón -ya son casi
veinte años- pero no puedo decir ni una sola palabra en contra suya. Es más,
quisiera haberle servido siempre; quisiera haberle servido antes, y yo ruego
sinceramente que me use hasta el límite de mi capacidad. Si me convirtiera en
la alfombra de la entrada de Su templo, yo sería sumamente dichoso. Si
permitiera que mi nombre fuera desechado como malo y diera mi cuerpo a los
perros, no me importaría en tanto que Su verdad prosperara y Su nombre fuera
engrandecido. Pero ¡ay!, hay tanto ego en nosotros, tanta altivez y no sé qué
otras cosas más, que quien conoce verdaderamente al Señor, tiene razón para
pedirle que traiga Su grandiosa artillería y derrumbe los castillos de nuestra
corrupción natural, nos conquiste una vez más, y gobierne en nosotros por la
pura fuerza de la gracia, hasta que en cada porción y en cada rincón de
nuestros espíritus no haya nada sino el amor de Cristo y la habitación de Su
misericordioso Espíritu. Interpretamos que la estrella es el símbolo del
gobierno.
En segundo lugar, la
estrella es:
II. IMAGEN
DEL ESPLENDOR.
Cuando los hombres
desean hablar de esplendor, hablan de las estrellas. Los que son justos son
como las estrellas, y los que enseñan la justicia a la multitud resplandecerán
como las estrellas a perpetua eternidad. Nuestro Señor Jesucristo es la
luminosidad misma. La estrella es sólo una pobre expresión de Su inefable
esplendor. ¡Oh, que el pensamiento les quedara completamente claro! Él es el
resplandor de la gloria de Su Padre, indeciblemente resplandeciente como
Como una estrella Él
brilla también con la luz del conocimiento. Moisés era, por decirlo así, sólo
una bruma, pero Cristo es el profeta de la luz. “La ley por medio de Moisés fue
dada” –una cosa de tipos y sombras- “pero la gracia y la verdad vinieron por
medio de Jesucristo”. Si alguien ha de ser enseñado en las cosas de Dios, debe obtener
su luz de
Su luz es también la luz
del consuelo. ¡Oh, cuántos han emergido de la oscuridad de sus almas y han
encontrado la paz mirando a esta Estrella de Jacob, el Señor Jesucristo! Muy
bien lo ha expresado nuestro himno:
“Él es la refulgente Estrella Matutina de mi alma,
Y Él es mi Sol Naciente”.
Una mirada a Cristo y la
medianoche de tu incredulidad se disipa. Pero una visión de las cinco heridas
cubre tus pecados y borra tus iniquidades. Feliz el día, feliz el día cuando el
alma contempla por primera vez al Redentor crucificado, y se entrega a Él
confiando en Él para eterna salvación. ¡Brilla dulce estrella, brilla esta
noche en algún corazón entenebrecido! ¡Da santidad, da luz, da conocimiento de
Dios, da gozo y paz al creer, al creer en la preciosa sangre!
Al hablar de Cristo como
una estrella o “el Símbolo de Gobierno” les dije: sométanse a Él. Ahora, hablando
de Él como una estrella o la “Imagen del Esplendor”, les digo: mírenlo a Él,
mírenlo a Él. Es el precepto del Evangelio: “Mirad a mí, y sed salvos, todos
los términos de la tierra”, y hacemos bien en cantar:
“Hay vida por una mirada al Crucificado”.
Pobre pecador, no te
demores más. No se te pide que hagas algo, que seas algo, ni que sientas algo,
sino simplemente se te pide que apartes la mirada del ‘yo’ y la dirijas a lo
que Cristo ha hecho, y vivirás.
“Míralo postrado en el huerto,
Sobre el suelo yace tu Hacedor;
Contémplalo sobre el madero ensangrentado,
Óyelo clamar antes de morir:
‘Consumado es’.
Pecador, ¿no te basta eso?”
Entonces míralo a Él y
vive.
En tercer lugar, nuestro
Señor es comparado a una estrella para hacer resaltar el hecho de que:
III. ÉL
ES EL DECHADO DE CONSTANCIA.
Diez mil cambios han
sido realizados desde que el mundo comenzó, pero las estrellas no han cambiado.
Permanecen allí. En un tiempo soñamos que se movían. Una ignorante imaginación afirmaba
que todas esas estrellas giraban en torno a este pequeño globo nuestro. Pero
ahora sabemos que no era así. Allí están tanto de día como de noche, siendo
siempre las mismas, y podemos decir que no han cambiado desde que el mundo
comenzó, y probablemente tampoco lo harán hasta que, como un vestido, Dios enrolle
la creación porque está gastada.
Es muy deleitable
recordar que la misma estrella que miré anoche fue vista también por Abraham,
tal vez acompañado con algunos de los mismísimos
pensamientos. Y cuando hayamos partido, y otras generaciones nos hubieren
seguido, los que vienen después habrán de mirar a la mismísima estrella.
Lo mismo sucede con
nuestro Señor Jesús. Él es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Lo que los
profetas y los apóstoles vieron en Él, nosotros podemos verlo en Él, y lo que
Él era para ellos, eso es para nosotros, y será también para las generaciones
venideras. Cientos de nosotros podríamos estar viendo la misma estrella al
mismo tiempo sin saberlo. Hay un punto de reunión para muchos ojos. Algunos de
nosotros podemos ser arrastrados por las circunstancias a Australia, o a
Canadá, o a los Estados Unidos, o podríamos andar navegando a través del
profundo abismo, pero allí veríamos las estrellas. Es cierto que al otro lado
del mundo veríamos otro conjunto de estrellas, pero las estrellas en sí siguen
siendo siempre las mismas. En cuanto a nosotros que estamos en este hemisferio,
hemos de mirar la misma estrella. Así, dondequiera que estemos, vemos al mismo
Cristo. Un hermano aquí cuenta con educación, pero cuando mira a Cristo, ve al
mismo Cristo que ve la pobre mujer iletrada sentada en uno de los pasillos. Y
tú, hombre pobre, que no tienes, tal vez, ni seis peniques en el mundo, tú
tienes al mismo Cristo en quien confiar que el hombre más rico de todo el
mundo. Y tú que te consideras tan oscuro que nadie te conoce excepto tu Dios,
tú miras a esa misma estrella que brilla con los mismos rayos para ti, como
para el cristiano que va de líder en la caravana de las huestes del Señor. Jesucristo
es todavía el mismo, el mismo para todo Su pueblo, el mismo en todo lugar, el
mismo por los siglos de los siglos. Por tanto, muy bien puede ser comparado con
esas brillantes estrellas que ahora brillan como lo hicieron antaño y no
cambian.
En cuarto lugar, podemos
trazar esta comparación de nuestro Señor a una estrella como:
IV. FUENTE
DE INFLUENCIA.
Los antiguos astrólogos
solían creer con mucha convicción en la influencia de las estrellas sobre las
mentes de los hombres. Sin endosar sus desacreditadas teorías, nos encontramos
en
En quinto lugar, el
Señor Jesucristo puede ser comparado a una estrella:
V. Como
una fuente de orientación.
Hay algunas estrellas
que son extremadamente útiles para los marineros. No puedo imaginar de qué otra
manera pudiera ser navegado el ancho océano si no fuera por la ayuda especial
de
Así es Jesucristo para
el buscador. Él lo conduce a la libertad, Él lo conduce a la paz. ¡Oh!, yo
desearía que lo siguieran algunos de ustedes que andan dando vueltas por mil
caminos para encontrar la paz donde nunca la van a encontrar. No hay nunca un
domingo en que no trate de hablar -algunas veces en tonos cordiales y en otras
ocasiones con tronantes notas- la simple verdad que Jesucristo vino al mundo
para salvar pecadores. Yo trato de aclarar muy bien que no son ni sus oraciones
ni sus lágrimas, ni sus acciones, ni sus deseos, ni alguna cosa suya las que
pueden salvarlos, sino que toda su ayuda se alberga en uno que es poderoso, y
que sólo deben mirarlo a Él.
Sin embargo, pecadores,
ustedes todavía se están mirando a ustedes mismos. Ustedes rastrillan los
estercoleros de su naturaleza humana para encontrar la perla de gran precio que
no está allí. Buscan debajo del hielo de la depravación natural para encontrar
la llama del consuelo que no está allí. Mirar a sus propias obras y méritos
para encontrar alguna base de confianza equivaldría a buscar en el infierno
mismo para encontrar el cielo. ¡Desechen esas cosas! ¡Desechen esas cosas, cada
una de ellas! ¡Desechen todas esas confianzas suyas!, pues:
“Nadie sino Jesús, nadie sino Jesús,
Puede hacer bien a los pecadores desvalidos”.
¡Sólo haz girar el
timón, y cambia la vela, y vira por avante! No sigas el faro de aquel que trata
de provocar naufragios para cometer pillajes atrayéndote desde aquella costa a
las peñas del autoengaño, sino sigue la orientación de la estrella polar, haz
que navegue tu barca hacia allá, y ora pidiendo del bendito Espíritu vientos
favorables que te guíen debidamente al puerto de paz.
Nuestro Señor es
comparado a una estrella, seguramente:
VI. COMO
EL OBJETO DE ADMIRACIÓN.
Una de las primeras
líneas que muchos de ustedes aprendieron a recitar fue:
“Titila, titila, estrellita,
Cómo deseo saber lo que eres”.
Pero eso es precisamente
lo que Galileo pudo haber dicho, y exactamente lo que el más grande astrónomo
que haya vivido jamás podría decir. Algunas veces has mirado a través de un
telescopio y has visto los planetas, pero después de haberlos mirado no sabías
nada en particular acerca de ellos; y esos que están ocupados todo el día y
toda la noche haciendo constantes observaciones –yo creo- les dirán que el resultado
es más bien el de anonadamiento que el de entendimiento. Sigue siendo válido ésto:
“Cómo deseo saber lo que eres”.
Así, para los que
estamos en Cristo Jesús, Él es una estrella inigualable, pero, ¡oh, hermanos!,
hacemos bien en preguntarnos qué cosa es Él. Cuando éramos parvulitos solíamos
pensar que las estrellas eran hoyos abiertos en los cielos, a través de los
cuales la luz del cielo brillaba, o que eran trocitos de polvo de oro que Dios
había esparcido por doquier. Ahora no pensamos eso; entendemos que son mucho más grandes de lo que parecen ser. Así, cuando
éramos carnales y no conocíamos al Rey Jesús, considerábamos que era muy
semejante a cualquier otra persona, pero ahora comenzamos a conocerlo y descubrimos
que es mucho más grande, infinitamente más grande de lo que pensábamos. Y
conforme crecemos en gracia, descubrimos que es mucho más glorioso todavía. Al
principio era una estrellita para nuestra visión, pero ahora ha crecido en
nuestra estimación hasta llegar a ser un sol, un deslumbrante sol, cuyos rayos
refrescan a nuestra alma. ¡Ah!, pero cuando nos acercamos a Él, ¿qué será Él? Imagínate
que eres transportado sobre el ala de un ángel para hacer un viaje hasta una
estrella. Viajando a una velocidad inconcebible, abres de pronto tus ojos y
dices: “¡Cuán prodigioso! Vamos, eso que era un estrella se ha convertido justo
ahora en algo tan grande para mi visión como el sol del mediodía”. “Espera”,
-dice el ángel- “mayores cosas que éstas verás”, y, conforme avanzas, el disco
de esa esfera celeste aumenta de tamaño hasta llegar a ser igual a cien soles;
y ahora dices: “¿Pero qué? ¿No estoy ahora cerca de ella?” “No”, -responde el
ángel- “ese enorme globo está lejos todavía, muy lejos”, y cuando llegas
finalmente, descubres que es un mundo tan portentoso que la aritmética sería
incapaz de calcular su tamaño y difícilmente podría la imaginación cercarlo con
el cinturón de la fantasía. Ahora, Jesucristo es así. Les dije que aquí crece
ante Su pueblo, pero ¿qué será verlo allá cuando el velo sea levantado y lo
contemplemos cara a cara? Algunas veces anhelamos descubrir qué es esa
estrella, conocerlo a Él, comprender con todos los santos cuáles sean las
alturas y las profundidades, y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento;
pero, mientras tanto, nos vemos forzados
a sentarnos y cantar:
“Sólo Dios conoce el amor de Dios:
Oh, que fuera derramado abundantemente ahora
En este pobre corazón de piedra”.
Tenemos que confesar
que:
“Los primogénitos hijos de la luz
En vano desean ver su profundidad;
No pueden alcanzar el misterio,
La longitud, la anchura, la altura”.
Pero, para concluir, la
metáfora usada en el texto puede muy bien contener esta séptima significación.
Nuestro Señor es comparado con una estrella ya que:
VII. ÉL
ES EL HERALDO DE GLORIA.
La brillante estrella
matutina vaticina que el sol viene en camino para alegrar a la tierra con su
luz. Doquiera que llega Jesús, es un grandioso profeta de bien. Cuando llega a
un corazón, tan pronto como hace acto de presencia, pueden estar seguros de que
hay una vida de eternidad y un gozo venidero. Cuando Jesucristo entra en una
familia, realiza grandes cambios allí. Si es predicado con poder en cualquier
pueblo o ciudad, se convierte en un heraldo de cosas buenas allí. Cristo ha
proclamado las buenas nuevas al mundo entero. Su venida está cargada de
bendiciones para los hijos de los hombres. Sí, la venida de Cristo en la carne
es la gran profecía de la gloria que será revelada en los últimos días, cuando
todas las naciones se inclinen delante de Él, y la era de la paz, la era de
oro, venga, no porque la civilización haya avanzado, no porque la educación
haya aumentado, o porque el mundo se haya vuelto mejor, sino porque Cristo ha
venido. Esta es la primera, la más hermosa de las estrellas, el presagio del
amanecer.
Sí, y debido a que
Cristo ha venido, habrá un cielo para los hijos de los hombres que creen en Él.
Hijos del trabajo, debido a que Cristo ha venido, habrá reposo para ustedes que
están cansados. Hijas de la aflicción, debido a que Cristo ha venido, habrá
restauración para ustedes que son débiles. ¡Oh, ustedes, a quienes la
estrujante penuria está doblegando! Habrá un rescate y una riqueza sagrada para
ustedes, porque la estrella ha brillado. ¡Sigan esperando! ¡Esperen siempre!
Ahora que Jesús ha venido, no hay espacio para la desesperación.
Yo les recomiendo estos
pensamientos y les pido sinceramente una vez más que, si nunca han mirado a
Cristo, confíen en Él ahora; si no se han sometido nunca a Jesús, sométanse a
Él ahora; si nunca han confiado en Él, confíen en Él ahora. Es un asunto muy
simple. Que Dios el Espíritu Santo les enseñe y los guíe a desconocerse a
ustedes mismos, y reconocerlo a Él; abandonen sus propios pensamientos y
confíen en Su palabra. Si todos ustedes hacen ésto hay prueba positiva de que
Cristo hace todo para ustedes. Ustedes son Suyos, y Él es de ustedes; donde Él
está, allí estará la porción de ustedes, y serán como Él, pues le verán como Él
es. Será un día inolvidable si son conducidos ahora a entregarse a Él.
Yo recuerdo muy bien
cuando mi corazón cedió a Su gracia divina; cuando ya no pude mirar más a
ninguna otra parte, y me vi forzado a mirarlo a Él. ¡Oh, vengan a Él! No sé
cuáles palabras usar, o cuáles persuasiones emplear. Por su propio beneficio,
para que sean felices ahora, miren a Jesús; por causa de la eternidad, para que
puedan ser felices en el más allá, miren a Jesús; por causa del terror, para
que puedan escapar del infierno, miren a Jesús; por causa de la misericordia,
para que puedan entrar en el cielo, miren a Jesús. Pudiera ser que nunca se les
pida otra vez que lo hagan. Esta petición pudiera ser la última, la medida concluyente
que colmará la suma de todas sus culpas, por haberla rechazado. Oh, no
desprecien la exhortación. Que ascienda desde su espíritu quietamente esta
petición: “Dios sé propicio a mí pecador”. Su alma ha de luchar con vehemencia.
Su lengua ha de expresar su poderosa resolución:
“Yo me acercaré al misericordioso Rey,
Cuyo cetro otorga el perdón;
Tal vez ordene que sea tocado,
Y entonces viva el suplicante.
Sólo puedo perecer si voy,
Estoy resuelto a probar;
Pues, si me quedo lejos, yo sé
Que he de perecer para siempre.
Pero si perezco buscando la misericordia,
Habiendo puesto a prueba al Rey,
Eso sería morir, deleitable pensamiento,
Como un pecador jamás murió”.
Traductor: Allan Román
1/Junio/2011
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