El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Cristo: el
Buscador y Salvador de los Perdidos
NO.
3309
UN SERMÓN PUBLICADO EL JUEVES 4 DE JULIO DE
1912
Y PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque el
Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Lucas 19:
10.
Hemos considerado hasta
ahora seis de los gloriosos logros de nuestro divino Señor y Salvador, y ya es
tiempo de concluir la serie. ¿Cómo vamos a coronar el edificio? El buen vino
tiene que ser reservado hasta el final pero, ¿dónde lo encontraremos? La selección
es amplia pero entre tantas maravillas ¿cuál habremos de escoger? ¿Cuál será la
séptima grandiosa obra con respecto a la cual lo enalteceremos? Muchas
maravillas se vinieron a mi mente y cada una era, ciertamente, digna de ocupar
el lugar; pero como no podía tomarlas a todas resolví concluir con una de las
más sencillas y más prácticas. Salvar a
los pecadores me pareció que era prácticamente la primordial de todas Sus
obras, pues fue con este propósito que el resto de Sus logros fueron propuestos
y realizados. Si no hubiese sido por la salvación de los hombres, no creo que
hubiéramos conocido alguna vez a nuestro Señor como el Destructor de la muerte
o como el Vencedor de Satanás; y, ciertamente, si no hubiera salvado a los
perdidos, soy incapaz de percibir qué gloria habría habido en la victoria sobre
el mundo o en hacer nuevas todas las cosas. La salvación de los hombres fue el
trofeo de la carrera de Su vida; para esto se ciñó Sus lomos y venció a todos
los adversarios. La salvación de los perdidos fue “el gozo puesto delante de
él”, por cuya causa “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio”.
Aunque pudiera parecer a
primera vista que al seleccionar nuestro presente tópico hemos descendido de
las glorias trascendentes de nuestro Paladín a cosas más comunes, no es
realmente así. Las victorias de nuestro Señor que están escritas en el Libro de
las guerras del Señor cuando llevó cautiva la cautividad y despojó a la muerte
de su aguijón pudieran impactarnos como algo más asombroso, pero en verdad esta
victoria es el compendio de Sus grandiosas obras. Es el brote, la flor y la
corona de todo. “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había
perdido” es una frase tan majestuosa como la que hubiera escrito jamás
cualquier profeta, bajo plena inspiración, para enaltecer al Príncipe de Paz.
I. Noten,
primero,
Cuando estuvo aquí entre
los hombres, Él podía usar el tiempo antepresente, y decir: “ha venido”. Eso es una mejoría sobre lo
que los profetas tenían que decir, pues ellos sólo hablaban de Él como el que
vendría, como uno que sería manifestado en la plenitud del tiempo. La promesa
era asombrosa ¿pero qué diré del cumplimiento real cuando el Verbo hecho carne
pudo decir: “El Hijo del Hombre ha venido”?
Para nosotros, hoy, la venida de Cristo para buscar y salvar a los perdidos es
un hecho cumplido, un asunto sumamente seguro y cierto de la historia. ¡Y cuán
grande hecho es! Ustedes han pensado a menudo al respecto pero, ¿han hecho que
su mente penetre en el propio corazón del asunto: que Dios ha visitado
realmente este mundo en forma humana, que Aquel ante quien los ángeles se
inclinan ha estado aquí realmente, a semejanza nuestra, alimentando a las
hambrientas muchedumbres de Palestina, sanando a los enfermos y resucitando a
sus muertos? Yo no sé cuál pudiera ser la peculiar jactancia de otros planetas,
pero esta pobre estrella no puede ser superada pues el Creador ha estado en
este mundo. Esta tierra ha sido hollada por los pies de Dios, y sin embargo, no
fue aplastada bajo la poderosa carga porque Él se dignó vincular Su Deidad con
nuestra humanidad. La encarnación es un prodigio de prodigios pero no pertenece
al reino de la imaginación, y ni siquiera al de la expectación, pues ha sido
contemplada realmente por ojos mortales. Reclamamos la fe de ustedes para un hecho
que realmente ha ocurrido. Si les pidiéramos esperar por fe una maravilla que
todavía ha de suceder, confiaríamos que el Espíritu de Dios los capacite para
hacerlo, para que, como Abraham, pudieran ver
anticipadamente la bendición y alegrarse. Pero el milagro de milagros ha sido
realizado. El Hijo del Altísimo ha estado
aquí. Desde Belén al Calvario ha recorrido la peregrinación de la vida.
Treinta años o más aquel dosel de cielo pendió sobre la cabeza de
“¡Bienvenidos a nuestro asombroso espectáculo!
¡La eternidad en un lapso!
¡Verano en invierno! ¡Día en la noche!
¡El cielo en la tierra! ¡Y Dios en el hombre!
Grandioso Pequeñito, cuyo glorioso nacimiento
Iza la tierra al cielo e inclina el cielo a la tierra”.
Nuestro Señor vino en Su
sagrada misión tan pronto como fue realmente el Hijo del Hombre pues en otro
tiempo era conocido únicamente como el Hijo de Dios. Otros habían llevado el
nombre de “hijo del hombre”, pero ninguno lo merecía tan bien como Él.
Ezequiel, por razones que no necesitamos detenernos a considerar, es llamado
“hijo del hombre” un gran número de veces. Tal vez, como Juan en el propio día
de Cristo, Ezequiel tenía mucho del espíritu y carácter que eran manifiestos en
nuestro Señor, y así el nombre era más que apropiado para él. Ciertamente tenía
el ojo de águila de Cristo y la naturaleza espiritual de Cristo, y estaba lleno
de luz y conocimiento, y así, como para advertirle que quien es como su Señor
en excelencia tiene que tener también comunión con Él en Su humildad, se le
recuerda una y otra vez que sigue siendo “el hijo del hombre”.
Cuando nuestro Señor
vino a este mundo, pareció seleccionar ese título de “Hijo del hombre” para Sí
para que fuera Su propio nombre especial; y válidamente así es, pues otros
hombres son los hijos de este hombre o de aquel, pero
II. Ahora,
en segundo lugar, veamos SU PRINCIPAL PROPÓSITO AL VENIR AQUÍ ABAJO: “el Hijo
del Hombre vino a buscar y a salvar lo
que se había perdido”. La intención consta de dos puntos, las personas: los
perdidos, y el propósito: buscarlos y salvarlos.
El principal propósito
de Cristo al venir aquí abajo se relacionaba con los perdidos. A los varones altivos no les gusta que prediquemos
esta verdad. Fue sólo ayer que vi que se alegaba en contra del cristianismo
diciendo que desalienta la virtud y favorece a los culpables. Dicen que
nosotros, los ministros, elevamos a los pecadores al lugar más prominente y que
en nuestra predicación les damos la preferencia sobre las personas que son
morales y excelentes. Esta es una benévola denuncia ante la cual, en un mejor
sentido que el pretendido por aquellos que la presentan, nos alegramos de
reconocernos culpables. Muy bien podemos ser excusados si nuestra predicación
busca a los perdidos, pues esas son las personas a quienes nuestro Señor ha
venido a buscar y a salvar. El principal énfasis y propósito de la encarnación
de Dios en la persona de Cristo está en los culpables, en los caídos, en los
indignos y en los perdidos. Su misión de misericordia no tiene nada que ver con
aquellos que son buenos y justos en sí mismos, si es que los tales existieran;
pero tiene que ver con los pecadores, con pecadores reales, culpables no de
pecados nominales sino de pecados reales, y que se han adentrado tanto en el
pecado como para estar perdidos. ¿Por qué le ponen reparos capciosos a esto? ¿Por
qué habría de venir a buscar y a salvar lo que no está perdido? ¿Debería buscar
el Pastor a las ovejas que no se han descarriado? Respóndanme. ¿Por qué razón
habría de venir para ser Médico de quienes no están enfermos? ¿Debería encender
una lámpara y barrer la casa en busca de monedas de plata que no están
perdidas, sino que se conservan relucientes y sin mácula en su mano? ¿Con qué
propósito sería eso? ¿Quisieras que pintara al lirio y que dorara al oro
refinado? ¿Quisieras convertirlo en un mero entrometido que ofrece una ayuda
superflua? ¿Qué tiene que ver la sangre limpiadora de Jesús con quienes se
consideran puros? ¿Es un Salvador una persona innecesaria y fue Su obra un
asunto innecesario? Tendría que ser así si estuviera destinada a quienes no la
necesitan.
¿Quiénes son los que más
necesitan un Salvador? Respondan eso. ¿No se debería ejercitar la misericordia
allí donde hay más necesidad de ella? Este mundo es como un campo de batalla
que ha sido arrasado por el fiero huracán del conflicto, y los cirujanos han
venido para tratar con aquellos que yacen postrados sobre sus llanuras. ¿A
quiénes deberían ir primero? ¿No deberían atender primero a aquellos que están más
gravemente heridos y que están desangrándose casi hasta la muerte? ¿Altercarías
con nosotros si declaráramos que los primeros que tienen que ser llevados al
hospital son quienes tienen una perentoria necesidad? ¿Te enojarías si
dijéramos que el linimento es para los heridos, que las vendas son para los que
tienen rotas sus extremidades, y que la medicina es para los enfermos? Un
extraño altercado sería ese. Si diera comienzo alguna vez, un loco tendría que
comenzarlo pues ningún varón sabio haría esa pregunta. Bendito Cristo de Dios,
no pondremos reparos porque Tú vengas también en Tu misericordia a quienes te
necesitan más, a los perdidos.
¿Y quién piensan ustedes
que le amará más y que así le agradecerá más si viene a ellos? El altivo fariseo
en su perfección de imaginaria santidad, ¿valorará al Cristo que le dice que
viene para lavar y quitar su pecado? Gira sobre sus talones con escarnio. ¿Qué
pecados suyos tienen que ser lavados? El moralista autocomplacido que se atreve
a decir: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud; ¿qué más me falta?”, no es
probable que se convierta en un discípulo del Grandioso Maestro cuyas primeras
lecciones son, “Os es necesario nacer de nuevo”, y “De cierto os digo, que si
no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”.
El hecho es que no hay parecer en Jesús, ni hermosura, para aquellos que tienen
una belleza propia. Cristo recibe el mayor amor allí donde perdona más pecados
y la obediencia más dulce a Su mandamiento es rendida por aquellos que una vez fueron
los más desobedientes pero que son llevados gentilmente bajo Su influencia por
la fuerza del amor agradecido. Tus estériles montes de una imaginada santidad
no le producen ninguna cosecha, y por tanto, los abandona a su propia
jactancia; pero, mientras tanto, Él esparce abundante grano en medio de las
tierras bajas donde el terreno está preparado y listo para la semilla. Él
predica el perdón para aquellos que saben que han pecado y lo confiesan; pero
aquellos que no tienen ningún pecado no cuentan con ningún Salvador.
Pero después de todo,
queridos amigos, si bien Jesús dirigió Su misión de salvación a los perdidos,
¿a quién más podría haber venido? Pues, a decir verdad, no hay nadie sino
perdidos sobre la faz de toda esta tierra. El más altivo fariseo no es sino un
pecador y es todavía más pecador por su soberbia; y el moralista que se
considera tan limpio es inmundo a los ojos de Dios. Aunque se esfuerza por
ocultar las manchas, el justo con justicia propia es un leproso y seguirá
siéndolo siempre a menos que Jesús lo limpie. Es un hecho tres veces bendito
que Cristo vino para salvar a los perdidos, pues eso somos todos nosotros, y si
no hubiese convertido a los perdidos en el objeto de Su búsqueda y de Su
salvación, no habría habido ninguna esperanza para nosotros.
¿Qué es lo que se
entiende por “los perdidos”? Bien,
“perdido” es una palabra terrible. Necesitaría mucho tiempo para explicarla;
pero si el Espíritu de Dios, como un destello de luz, entrara en tu corazón y
te mostrara lo que por naturaleza eres, aceptarías esa palabra “perdido” como
descriptiva de tu condición y la entenderías mejor de lo que te permitirían
entender mil palabras mías. Perdido por la caída; perdido por heredar una
naturaleza depravada; perdido por tus propios actos y acciones; perdido por mil
omisiones del deber y perdido por incontables actos de abierta transgresión;
perdido por hábitos de pecado; perdido por tendencias e inclinaciones que han
acumulado fuerzas y te han sumido en una cada vez más profunda oscuridad e
iniquidad; perdido por inclinaciones que nunca se volverían por sí mismas a lo
que es recto sino que resueltamente rehúsan la misericordia divina y el
infinito amor. Estamos perdidos obstinada y voluntariamente; perdidos perversa
y completamente; pero aún así perdidos espontáneamente que es la peor forma de
estar perdidos que pueda haber. Estamos perdidos para Dios, quien ha perdido el
amor de nuestro corazón y ha perdido nuestra confianza y ha perdido nuestra
obediencia; perdidos para la iglesia a la que no podemos servir; perdidos para
la verdad, que no queremos ver; perdidos para los rectos, cuya causa no
sostenemos; perdidos para el cielo, en cuyos sagrados recintos no podemos
entrar nunca; perdidos, tan perdidos que a menos que la misericordia
todopoderosa intervenga, seremos arrojados en el pozo del abismo para hundirnos
allí para siempre. “¡PERDIDOS! ¡PERDIDOS! ¡PERDIDOS!” La simple palabra me
parece que es el tañido de campanas de difuntos de un alma impenitente. “¡Perdidos! ¡Perdidos! ¡Perdidos!” ¡Oigo
el lúgubre tañido! ¡Se está celebrando el funeral de un alma! ¡La muerte sin
fin le ha acontecido a un ser inmortal! Se eleva como un espantoso lamento
desde mucho más allá de los límites de la vida y la esperanza, procedente de
esas lúgubres regiones de muerte y de oscuridad donde moran los espíritus que
no quieren que Cristo reine sobre ellos. “¡Perdidos!
¡Perdidos! ¡Perdidos!” ¡Cuán terrible sería que estos oídos oigan jamás ese
lúgubre sonido! ¡Es preferible que arda un mundo entero a que se pierda un
alma! ¡Es preferible que se apague cada estrella y que aquellos cielos se
conviertan en una ruina a que una sola alma se pierda!
Ahora bien, es para
almas que pronto estarán en esa condición -que es la peor de todas- y que ya se
están preparando para ella, que Jesús vino aquí a buscar y a salvar. ¡Qué gozo
es este! En la proporción en que el dolor era agudo, el gozo es grande. Si las
almas pueden ser liberadas de hundirse en un tal estado se trata de una hazaña
digna de Dios mismo. ¡Gloria sea a Su santo nombre!
Ahora noten el
propósito: Él “vino a buscar y a salvar lo
que se había perdido”. Ah, esta doctrina de que Jesucristo vino a buscar y a
salvar a los pecadores es una verdad que vale la pena predicar. Algunas
personas me dicen que vino para “hacer que los hombres sean salvables”, para
poner a todos los hombres en una condición tal que sea posible que puedan ser
salvados. Yo creo que los hombres pueden ser
salvados, pero no veo un gran portento en ese hecho. No agita mi sangre ni me
incita a danzar de gozo. No creo que haga ni siquiera la más ligera impresión
en mí. Puedo irme a dormir y estoy seguro de que no me despertaré en la noche
anhelando levantarme de inmediato para predicar unas pobres nuevas como esas de
que Jesús vino para hacer que los hombres sean salvables. Yo no me habría
convertido en un ministro para predicar un evangelio tan mezquino; pero que
nuestro Señor vino para salvar a los hombres, esas sí son noticias sustanciales
y satisfactorias que superan en mucho a la otra. Hacer a los hombres salvables
es sólo un esqueleto, huesos y piel, pero salvarlos es una viva bendición. Hacer
que los hombres sean salvables es una bendición minúscula, pero salvarlos es
una riqueza indecible.
Dicen también que Jesús
vino al mundo para lograr que los hombres sean salvados si así lo quieren. Me
alegra eso. Es cierto y bueno. Yo creo que toda alma realmente dispuesta puede
ser salvada, sí, esa persona ya es en cierta medida salva. Si hubiese una
sincera voluntad hacia la salvación –entiendan, hacia la verdadera salvación-
la voluntad misma indica que un gran cambio ha comenzado en el interior del
hombre, y yo me regocijo porque está escrito, “El que quiera, tome del agua de
la vida gratuitamente”. Pero ahora simplemente lean nuestro texto como si
contuviera estas palabras, “El Hijo del Hombre vino para que todo aquel que
quiera ser salvado, pueda ser salvado”. ¡El sentido es bueno, pero es muy débil!
¡Cómo está mezclado el vino con agua! Pero, oh, qué sabor, qué esencia, qué médula,
qué grosura hay en esto: “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Este es el Evangelio,
y el otro no es sino una parte de las buenas nuevas. Además, lean el texto de
otra manera, “El Hijo del Hombre vino para ayudar a los hombres a que se salven
a sí mismos”. Esto no serviría de nada. Sería algo como ayudar a marchar a los
hombres que no tienen piernas, o ayudar a los ciegos a juzgar colores o ayudar
a los muertos a que se vivifiquen ellos mismos. La ayuda para quienes no pueden
hacer absolutamente nada es una miserable burla. No, no podemos permitir que nuestras
Biblias sean alteradas de esa manera; dejaremos que el texto permanezca tal como
está, en toda su plenitud de gracia.
Y ni siquiera es posible
que recortemos el texto para reducirlo a esto, “el Hijo del Hombre vino para
salvar a aquellos que le buscan”. Si tuviera ese sentido, yo bendeciría a Dios
por siempre por ello pues aun entonces sería un glorioso texto evangélico. Hay
Escrituras que enseñan esa doctrina y es una bendita verdad por la cual hay que
estar supremamente agradecidos; pero mi texto va mucho más allá, pues dice: “El
Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. El otro día encontré
una pregunta y una respuesta, “¿Dónde encontró al Salvador la mujer samaritana?
Lo encontró junto al pozo”. Yo no objeto ese modo de expresión pero, fíjense,
así no es como debería hacerse la pregunta. Más bien se debería preguntar:
“¿Dónde encontró el Salvador a la mujer?”, pues, ciertamente, ella no lo estaba
buscando; no veo ninguna indicación de que tuviera una tal idea en su mente.
Ella estaba buscando agua del pozo y si hubiera encontrado eso, habría
regresado satisfecha a casa. No, los que encuentran son ciertamente los
buscadores; y así tiene que ser que Cristo encontró a la mujer pues Él la
estaba buscando. A la vez que bendigo a mi Señor porque Él los salvará si le
buscan, estoy todavía más agradecido porque hay hombres y mujeres a quienes Él
buscará y salvará; es más, nunca fue salvada un alma hasta este momento sin que
Cristo la buscara primero. Él es el Autor así como el Consumador de la fe. Él
es el Alfa y
III. Ahora
proseguimos a notar, en tercer lugar, UNA DOBLE DIFICULTAD.
Vemos la misión de
Cristo, y percibimos de inmediato que ha venido para tratar con personas que
están perdidas en dos sentidos y en cada uno de esos sentidos se necesita un
milagro de gracia para su liberación. Están tan perdidas que necesitan la salvación, pero también están tan
perdidas que necesitan que las busquen. Las
personas pudieran estar tan perdidas en tierra o en el mar como para necesitar ser
salvadas pero sin necesitar que las busquen; pero nosotros estábamos tan
perdidos espiritualmente, como para necesitar tanto la salvación como ser
buscados también.
Me enteré no hace mucho
tiempo acerca de un grupo de amigos que fueron a los lagos de Cumberland y se
esforzaron por escalar los Langdale Pikes. Uno de los miembros del grupo
encontró la labor del ascenso demasiado desgastante, así que resolvió que
regresaría a la pequeña posada de la cual habían partido. Siendo en su propia
estima un hombre más sabio que los demás, no tomó el sendero sinuoso por el que
habían ascendido. Pensó en descender directamente pues podía ver la casa justo
abajo y se imaginó que llegaría allí de inmediato y así poder mostrarles a los
montañistas que una línea recta es el camino más corto. Bien, después de
descender y descender teniendo que saltar por muchos lugares peñascosos, se
encontró al fin en un saliente desde el cual no podía ni subir ni bajar.
Después de muchos vanos intentos se dio cuenta de que era un prisionero. En un
estado de un terror desmedido se quitó su ropa y la cortó en pedazos para hacer
con ella una cuerda, y amarrando todas las piezas las lanzó hacia abajo, pero
descubrió que no llegaron a ninguna parte en el grande y aparentemente
inconmensurable abismo que abría sus fauces debajo de él. Así que comenzó a dar
voces, pero fuera del eco de su propia voz no llegó ninguna respuesta de los
montes circundantes. Gritó durante una media hora pero no hubo ninguna
respuesta ni nadie se apareció a la vista. Su horror lo llevó al borde de la
locura. Por fin, para su intenso gozo vio que una figura se movía abajo en la
llanura y comenzó a gritar de nuevo. Felizmente se trataba de una mujer, la
cual, al oír sus voces se detuvo, y cuando él volvió a clamar ella se acercó y
le gritó: “Quédate donde estás. No te muevas ni una pulgada. Quédate donde
estás”. Él estaba perdido, pero ya no necesitaba que se le buscara más pues algunos
pastores amigables vieron pronto dónde se encontraba. Todo lo que necesitaba
era que lo salvaran; y así los montañistas descendieron con una cuerda, como
solían hacerlo cuando rescataban a las ovejas perdidas, y pronto lo pusieron
fuera de peligro. Estaba perdido, pero no necesitaba que lo buscaran; podían
ver dónde estaba.
Hace uno o dos meses
deben de haber notado en los periódicos un aviso por causa de un caballero que
había salido de Wastwater hacía algunos días para atravesar unas montañas y de
quien ya no se supo nada desde entonces. Sus amigos tenían que buscarlo para poder salvarlo, si es que
vivía todavía; y hubo algunos que recorrieron monte y páramo para encontrarlo
pero fueron incapaces de salvarlo porque no pudieron encontrarlo. Si hubieran
sabido dónde estaba, yo no dudo de que aunque hubiera estado en el más
inminente peligro, los osados montañeses habrían arriesgado sus vidas para
rescatarlo; pero, ay, nunca fue encontrado ni salvado: su cadáver sin vida fue
el único descubrimiento que fue realizado en definitiva. Esta última es la
verdadera imagen de nuestra deplorable condición: nosotros estamos perdidos por
naturaleza de manera que nada sino que nos busquen y salven conjuntamente será
de alguna de ayuda para nosotros.
Veamos cómo logró
nuestro Señor la salvación. Ese hecho
ha sido consumado, completamente consumado. Mis queridos amigos, ustedes y yo
estábamos perdidos en el sentido de haber quebrantado la ley de Dios y de haber
incurrido en Su ira; pero Jesús vino y tomó el pecado de los hombres sobre Sí y
como su Fianza y su Sustituto soportó la ira de Dios de manera que Dios puede
ser justo a partir de entonces, y sin embargo, ser el que justifica al que es
de la fe de Jesús. A mí me gustaría morir hablando de esta bendita doctrina de
la sustitución, y pretendo, por la gracia divina, vivir proclamándola pues es
la piedra angular del Evangelio. Jesucristo tomó sobre Sí literalmente la
transgresión y la iniquidad de Su pueblo, y fue hecho maldición por ellos en
vista de que habían caído bajo la ira de Dios; y ahora toda alma que cree en
Jesús es salvada porque Jesús ha quitado el castigo y la maldición por causa
del pecado. Regocijémonos en esto.
Cristo nos ha salvado
también del poder de Satanás.
“Mira a Dios descendiendo en un cuerpo humano,
El Ofendido sufriendo en nombre del ofensor:
Mira todos tus delitos imputados a Él,
Y toda Su justicia transferida a ti”.
La obra salvadora de nuestro
Señor está consumada en ese sentido, pero Él continúa siempre en este mundo Su
obra de buscar, y quiero que piensen
en ello.
Él puede salvarnos, bendito
sea Su nombre. Ya no tiene que hacer nada más para salvar a cualquier alma que
confíe en Él. Pero nosotros nos hemos descarriado mucho y estamos escondidos en
los parajes salvajes del país lejano. Estamos muy hambrientos y aunque hay
abundancia de pan, ¿de qué nos sirve mientras estamos perdidos para el hogar en
el que es distribuido tan liberalmente? Estamos muy andrajosos; allá está la
mejor túnica y está lista para que la portemos nosotros; pero ¿de qué nos sirve
mientras estemos tan lejos? Hay música y hay danzas para alegrarnos y para
animarnos, pero ¿de qué nos sirven mientras permanezcamos entre los cerdos? Entonces,
allí está la gran dificultad. Nuestro Señor tiene que encontrarnos y seguir
nuestros descarríos y, tratándonos como ovejas perdidas, tiene que cargarnos
sobre Sus hombros para llevarnos de regreso regocijándose.
Muchos necesitan ser
buscados porque están perdidos en malas compañías. Los compañeros malvados se
agolpan en torno a los hombres, y los mantienen alejados de la escucha del
Evangelio por el cual los hombres son salvados. No hay otro lugar para estar
perdidos como en una gran ciudad. Cuando un hombre quiere escapar de la policía,
no corre a una pequeña aldea sino que se oculta en una ciudad densamente
poblada. Así esta ciudad de Londres tiene muchos escondrijos donde los
pecadores se apartan del camino del Evangelio. Se pierden en la gran
muchedumbre, y son mantenidos cautivos por las costumbres esclavizantes de la
mala sociedad en la que son absorbidos. Si ceden por un momento, algún mundano
los toma de la manga y les dice: “Divirtámonos mientras podamos. ¿Por qué estás
tan triste?” Satanás pone cuidadosamente un vigía sobre sus siervos más jóvenes
para prevenir que escapen de sus manos. Esos pelotones laboran denodadamente para
impedir que el hombre oiga las buenas nuevas de salvación y se convierta. Por
tanto, los pecadores necesitan ser buscados en medio de la sociedad en la cual
están inmersos; necesitan ser buscados tanto como las perlas del Golfo de
Arabia.
El Señor Jesucristo, al
buscar a los hombres, tiene que tratar con prejuicios profundamente arraigados.
Muchos rehúsan oír el Evangelio; están dispuestos a viajar muchas millas para
escapar de su mensaje de advertencia. Algunos son demasiado sabios o demasiado
ricos para que se les predique el Evangelio. ¡Piedad para los pobres ricos! El
hombre pobre tiene muchos misioneros y evangelistas que le están buscando, pero
¿quién va tras los grandes? Algunos vienen del Oriente para adorar, pero ¿quién
viene del Occidente? Muchos más encontrarán la vía al cielo desde los barrios
bajos, más de los que jamás saldrán de las grandes mansiones y palacios. Jesús
debe buscar a Sus elegidos entre los ricos bajo grandes desventajas, pero
bendito sea Su nombre porque en efecto los busca.
Vean cómo los vicios y
los depravados hábitos aprisionan a la masa de las clases más pobres. ¡Qué
búsqueda es necesaria entre los obreros pues muchos de ellos están embrutecidos
por la borrachera! Miren a una gran parte de Londres en el día del Señor; ¿qué
ha estado haciendo la población obrera? Han estado leyendo el periódico
dominical y holgazaneando en casa en mangas de camisa, y esperando junto a los
postes de las puertas, no de la sabiduría, sino de la cantina. Han tenido mucha
sed, pero no de justicia. Baco sigue siendo el dios de esta ciudad, y
multitudes se encuentran perdidas entre los barriles de cerveza y los toneles
de licor. Los hombres desperdician las benditas horas del día domingo en tales
menesteres. ¿Cómo habrán de ser buscados? Sin embargo, el Señor Jesús lo está
haciendo por medio de Su Santo Espíritu.
Ay, por culpa de sus
malos caminos los oídos de los hombres se han cerrado, y sus ojos han sido
cegados y sus corazones están endurecidos de tal manera que los mensajeros de
la misericordia tienen necesidad de gran paciencia. Salvar a los hombres sería
una obra fácil si se pudiera disponerlos a recibir el Evangelio, pero ni
siquiera quieren oírlo. Cuando los reúnes en un domingo bajo el sonido de un
ministerio fiel, ¡cómo luchan contra él! Necesitan ser buscados cincuenta
veces. Los llevas directamente a la luz y la proyectas en sus ojos, pero ellos
voluntaria y deliberadamente le cierran sus párpados. Pones delante de ellos la
vida y la muerte, y argumentas con ellos hasta las lágrimas para que se aferren
a la vida eterna, pero ellos escogen sus propios engaños. Tienen que ser
buscados tan prolongadamente y tan pacientemente que esta obra de búsqueda
revela tanto el clemente corazón de Jesús como lo reveló la obra salvadora que
realizó en el sangriento madero.
Noten cómo Él realiza
diariamente Su búsqueda de amor. Cada día, amados, Jesucristo está buscando los oídos de los hombres. ¿Podrían
creerlo? Tiene que movilizarse con asombrosa sabiduría para por lo menos
conseguir una audiencia. Ellos no quieren conocer el mensaje de amor de su
Dios. “De tal manera amó Dios al mundo”, ellos saben todo acerca de eso y no quieren
oír más. Hay un sacrificio infinito por el pecado; giran sobre sus talones
frente a esas noticias rancias. Preferirían leer un artículo en una revista
infiel o un párrafo en las Noticias
Policiales. No quieren saber nada más de asuntos espirituales. El Señor
Jesús, para alcanzar sus oídos, clama en alta voz por medio de muchas voces
denodadas. Gracias a Dios Él tiene ministros que todavía viven que tienen la
intención de ser escuchados y que no se detendrán por sus rechazos. Ni siquiera
el estrépito de este bullicioso mundo puede ahogar su testimonio. Grita a voz
en cuello, hermano mío; grita a voz en cuello y no escatimes, pues, sin
importar lo que grites, no gritarás demasiado fuertemente, pues el hombre no
oirá si puede evitarlo. Nuestro Señor, para ganar los oídos de los hombres,
tiene que usar una variedad de voces, musicales o ásperas, lo que Su sabiduría
juzgue lo más conveniente. Algunas veces gana una audiencia gracias a una
extraña voz cuya rareza atrae la atención. Él encontrará a los hombres cuando
tiene la intención de salvarlos.
Fue una extraña voz, ciertamente
la más extraña de las que me haya enterado jamás, la que llegó hace muy poco
tiempo en un pueblo italiano a uno de los elegidos de Dios allá. Era tan
depravado que realmente cayó en la adoración del diablo más bien que de Dios.
Casualmente sucedió un día que un rumor recorrió la ciudad anunciando que un protestante
iba a llegar allí para predicar. El sacerdote, alarmado por su religión, le
dijo a la gente desde el altar que los protestantes adoraban al diablo y los
exhortó a que no se acercaran a la sala de reunión. La noticia, como pueden
juzgar, no provocó ningún horror en la mente del adorador del diablo. “Sí”
–pensó- “entonces voy a reunirme con hermanos”, así que fue a oír a nuestro
amado misionero que ahora está trabajando en Roma. Ninguna otra cosa hubiera
atraído al pobre desventurado a oír la buena palabra, sino esa mentira del
sacerdote que fue orientada para ese fin. Asistió y oyó, no acerca del diablo
sino acerca del Vencedor del diablo, y antes de que pasara mucho tiempo fue
encontrado a los pies de Jesús, siendo un pecador salvado.
Cuando Sus ministros han
fallado, yo he sabido que mi Señor saca una flecha de Su aljaba y le adhiere un
mensaje y la coloca en su arco y la dispara directamente al pecho de un hombre
hasta herirlo; y una vez herido y mientras yace gimiendo en su lecho, el
mensaje es examinado, y sentido y aceptado. Quiero decir que muchas personas
han sido llevadas en la enfermedad a escuchar el mensaje de salvación. A menudo
las pérdidas y las cruces han llevado a los hombres a los pies de Jesús. Jesús
los busca de esa manera. Cuando Absalón no podía obtener una entrevista con
Joab, dijo: “Mirad, el campo de Joab está junto al mío, y tiene allí cebada; id
y prendedle fuego”. Entonces se levantó Joab y vino a casa de Absalón, y le
dijo: “¿Por qué han prendido fuego tus siervos a mi campo?” El Señor envía
algunas veces a los hombres pérdidas en sus propiedades porque de otra forma no
quieren oírle, y al final sus oídos son alcanzados. A quien Él busca lo
encuentra a su debido tiempo.
Bien, después de que mi
Señor ha buscado los oídos de los hombres, a continuación busca sus deseos. Él hará que anhelen un Salvador
y esto no es fácil de lograr; pero Él tiene una manera de mostrarles a los
hombres sus pecados, y entonces ellos anhelan la misericordia. En otros
momentos Él les muestra el grande gozo de la vida cristiana, y entonces ellos
desean entrar en un deleite semejante. Yo oro pidiendo que, en esta hora, Él
conduzca a algunos de ustedes a considerar el peligro en el que están mientras
son todavía inconversos, para que así puedan comenzar a desear a Cristo y de
esta manera puedan ser buscados y encontrados por Él.
Luego busca su fe. Él busca para que vengan y confíen
en Él y tiene formas de conducirlos a ello pues les muestra lo apropiado de Su
salvación y su plenitud y su gratuidad; y cuando se ha mostrado como el
Salvador de los pecadores, y como el Salvador que ellos necesitan, entonces
vienen y ponen su confianza en Él. Entonces los ha encontrado y los ha salvado.
Él busca sus corazones, pues lo que ha perdido son
sus corazones. Y, ¡oh, cuán dulcemente, por medio del Espíritu Santo, gana los
afectos de los hombres y los sostiene firmemente! No olvidaré nunca cómo ganó
el mío; cómo ganó primero mi oído, y luego mis deseos, de manera que yo deseaba
tenerlo como mi Señor; y luego me enseñó a confiar en Él, y cuando hube
confiado en Él y hube descubierto que era salvo, entonces le amé y le sigo
amando. Entonces, querido oyente, si Jesucristo te encuentra, te convertirás en
Su amante seguidor para siempre. Yo he estado orando para que Él lleve este
mensaje ante la atención de aquellos a quienes tiene la intención de bendecir.
Le he pedido que me permita sembrar en buena tierra. Yo espero que entre aquellos
que lean estas páginas haya muchos a quienes el Señor Jesús ha redimido
especialmente con Su sangre sumamente preciosa, y confío que se aparezca a
ellos de inmediato y que le diga a cada uno de ellos: “Con amor eterno te he
amado: por tanto, te prolongué mi misericordia”. ¡Que el Espíritu eterno abra
sus oídos para oír el silbo apacible y delicado del amor! ¡Que sean conducidos
a entregarle al Señor, por la gracia omnipotente, el alegre consentimiento de
sus voluntades sometidas, y a aceptar esa gloriosa gracia que los llevará a
alabar en el cielo al Salvador que busca y salva! Amén.
Nota
del traductor:
Los otros seis sermones
a los que hace referencia el pastor Spurgeon son los siguientes:
No. 1325 – Cristo: el
Fin de
No. 1326 – Cristo: el
Vencedor de Satanás
No. 1327 – Cristo: el
Vencedor del Mundo
No. 1328 – Cristo: el que
Hace Nuevas Todas las Cosas
No. 1329 – Cristo: el
Destructor de
No. 273 –
Cristo Triunfante: el Despojador de Principados y Potestades
Todos ellos se
encuentran recopilados en Temas bajo el título: Los Gloriosos Logros de Cristo.
Traductor: Allan Román
31/Julio/2014
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