El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Cristo: el Buscador y Salvador de los Perdidos

NO. 3309

 

UN SERMÓN PUBLICADO EL JUEVES 4 DE JULIO DE 1912

Y PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Lucas 19: 10.

 

Hemos considerado hasta ahora seis de los gloriosos logros de nuestro divino Señor y Salvador, y ya es tiempo de concluir la serie. ¿Cómo vamos a coronar el edificio? El buen vino tiene que ser reservado hasta el final pero, ¿dónde lo encontraremos? La selección es amplia pero entre tantas maravillas ¿cuál habremos de escoger? ¿Cuál será la séptima grandiosa obra con respecto a la cual lo enalteceremos? Muchas maravillas se vinieron a mi mente y cada una era, ciertamente, digna de ocupar el lugar; pero como no podía tomarlas a todas resolví concluir con una de las más sencillas y más prácticas. Salvar a los pecadores me pareció que era prácticamente la primordial de todas Sus obras, pues fue con este propósito que el resto de Sus logros fueron propuestos y realizados. Si no hubiese sido por la salvación de los hombres, no creo que hubiéramos conocido alguna vez a nuestro Señor como el Destructor de la muerte o como el Vencedor de Satanás; y, ciertamente, si no hubiera salvado a los perdidos, soy incapaz de percibir qué gloria habría habido en la victoria sobre el mundo o en hacer nuevas todas las cosas. La salvación de los hombres fue el trofeo de la carrera de Su vida; para esto se ciñó Sus lomos y venció a todos los adversarios. La salvación de los perdidos fue “el gozo puesto delante de él”, por cuya causa “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio”.

 

Aunque pudiera parecer a primera vista que al seleccionar nuestro presente tópico hemos descendido de las glorias trascendentes de nuestro Paladín a cosas más comunes, no es realmente así. Las victorias de nuestro Señor que están escritas en el Libro de las guerras del Señor cuando llevó cautiva la cautividad y despojó a la muerte de su aguijón pudieran impactarnos como algo más asombroso, pero en verdad esta victoria es el compendio de Sus grandiosas obras. Es el brote, la flor y la corona de todo. “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” es una frase tan majestuosa como la que hubiera escrito jamás cualquier profeta, bajo plena inspiración, para enaltecer al Príncipe de Paz.

 

I.   Noten, primero, LA MISERICORDIOSA MISIÓN DE NUESTRO SEÑOR: “El Hijo del Hombre vino”.

 

Cuando estuvo aquí entre los hombres, Él podía usar el tiempo antepresente, y decir: “ha venido”. Eso es una mejoría sobre lo que los profetas tenían que decir, pues ellos sólo hablaban de Él como el que vendría, como uno que sería manifestado en la plenitud del tiempo. La promesa era asombrosa ¿pero qué diré del cumplimiento real cuando el Verbo hecho carne pudo decir: “El Hijo del Hombre ha venido”? Para nosotros, hoy, la venida de Cristo para buscar y salvar a los perdidos es un hecho cumplido, un asunto sumamente seguro y cierto de la historia. ¡Y cuán grande hecho es! Ustedes han pensado a menudo al respecto pero, ¿han hecho que su mente penetre en el propio corazón del asunto: que Dios ha visitado realmente este mundo en forma humana, que Aquel ante quien los ángeles se inclinan ha estado aquí realmente, a semejanza nuestra, alimentando a las hambrientas muchedumbres de Palestina, sanando a los enfermos y resucitando a sus muertos? Yo no sé cuál pudiera ser la peculiar jactancia de otros planetas, pero esta pobre estrella no puede ser superada pues el Creador ha estado en este mundo. Esta tierra ha sido hollada por los pies de Dios, y sin embargo, no fue aplastada bajo la poderosa carga porque Él se dignó vincular Su Deidad con nuestra humanidad. La encarnación es un prodigio de prodigios pero no pertenece al reino de la imaginación, y ni siquiera al de la expectación, pues ha sido contemplada realmente por ojos mortales. Reclamamos la fe de ustedes para un hecho que realmente ha ocurrido. Si les pidiéramos esperar por fe una maravilla que todavía ha de suceder, confiaríamos que el Espíritu de Dios los capacite para hacerlo, para que, como Abraham, pudieran ver anticipadamente la bendición y alegrarse. Pero el milagro de milagros ha sido realizado. El Hijo del Altísimo ha estado aquí. Desde Belén al Calvario ha recorrido la peregrinación de la vida. Treinta años o más aquel dosel de cielo pendió sobre la cabeza de la Deidad en forma humana. ¡Oh portentoso júbilo! Digamos más bien, oh panal incomparable de perfectas dulzuras, pues mil goces se ocultan íntimamente compactados en la palabra: “Emanuel”, ¡Dios con nosotros!

 

“¡Bienvenidos a nuestro asombroso espectáculo!

¡La eternidad en un lapso!

¡Verano en invierno! ¡Día en la noche!

¡El cielo en la tierra! ¡Y Dios en el hombre!

Grandioso Pequeñito, cuyo glorioso nacimiento

Iza la tierra al cielo e inclina el cielo a la tierra”.

 

Nuestro Señor vino en Su sagrada misión tan pronto como fue realmente el Hijo del Hombre pues en otro tiempo era conocido únicamente como el Hijo de Dios. Otros habían llevado el nombre de “hijo del hombre”, pero ninguno lo merecía tan bien como Él. Ezequiel, por razones que no necesitamos detenernos a considerar, es llamado “hijo del hombre” un gran número de veces. Tal vez, como Juan en el propio día de Cristo, Ezequiel tenía mucho del espíritu y carácter que eran manifiestos en nuestro Señor, y así el nombre era más que apropiado para él. Ciertamente tenía el ojo de águila de Cristo y la naturaleza espiritual de Cristo, y estaba lleno de luz y conocimiento, y así, como para advertirle que quien es como su Señor en excelencia tiene que tener también comunión con Él en Su humildad, se le recuerda una y otra vez que sigue siendo “el hijo del hombre”.

 

Cuando nuestro Señor vino a este mundo, pareció seleccionar ese título de “Hijo del hombre” para Sí para que fuera Su propio nombre especial; y válidamente así es, pues otros hombres son los hijos de este hombre o de aquel, pero la Suya no es una condición humana restringida, es una humanidad de tipo universal. Jesús no nace tanto en la raza de los judíos como en la familia humana. Él no ha de ser reclamado por ninguna época, lugar o nacionalidad. Él es “el Hijo del Hombre”. Y digo que así es como viene al hombre; de manera que, en tanto que Cristo es el Hijo del hombre, podemos seguir diciendo que viene a buscar y a salvar a los perdidos. Yo sé que, en persona, Él ha regresado al cielo; yo sé que la nube le ha ocultado de nuestra vista; pero el hecho de que asumió nuestra humanidad constituyó un descenso para buscar y salvar a los perdidos, y como no ha hecho a un lado esa humanidad, Él está con los hombres todavía y continúa buscando y salvando; aun hasta este día “puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. Así que si trato el texto como si Jesús estuviera todavía entre nosotros, no me equivoco, pues Él está aquí en el sentido de buscar el mismo fin, aunque sea más bien por medio de Su Espíritu y de Sus siervos que por Su propia presencia corporal. Él ha dicho: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, y ese dicho está vinculado con la agencia que Él ha establecido para buscar y salvar a las personas perdidas, convirtiendo a los hombres en discípulos y enseñándoles el camino de la vida. Mientras dure esta dispensación seguirá siendo válido que el grandioso Salvador y Amigo del hombre ha venido entre nosotros y está buscando y salvando a los perdidos.

 

II.   Ahora, en segundo lugar, veamos SU PRINCIPAL PROPÓSITO AL VENIR AQUÍ ABAJO: “el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. La intención consta de dos puntos, las personas: los perdidos, y el propósito: buscarlos y salvarlos.

 

El principal propósito de Cristo al venir aquí abajo se relacionaba con los perdidos. A los varones altivos no les gusta que prediquemos esta verdad. Fue sólo ayer que vi que se alegaba en contra del cristianismo diciendo que desalienta la virtud y favorece a los culpables. Dicen que nosotros, los ministros, elevamos a los pecadores al lugar más prominente y que en nuestra predicación les damos la preferencia sobre las personas que son morales y excelentes. Esta es una benévola denuncia ante la cual, en un mejor sentido que el pretendido por aquellos que la presentan, nos alegramos de reconocernos culpables. Muy bien podemos ser excusados si nuestra predicación busca a los perdidos, pues esas son las personas a quienes nuestro Señor ha venido a buscar y a salvar. El principal énfasis y propósito de la encarnación de Dios en la persona de Cristo está en los culpables, en los caídos, en los indignos y en los perdidos. Su misión de misericordia no tiene nada que ver con aquellos que son buenos y justos en sí mismos, si es que los tales existieran; pero tiene que ver con los pecadores, con pecadores reales, culpables no de pecados nominales sino de pecados reales, y que se han adentrado tanto en el pecado como para estar perdidos. ¿Por qué le ponen reparos capciosos a esto? ¿Por qué habría de venir a buscar y a salvar lo que no está perdido? ¿Debería buscar el Pastor a las ovejas que no se han descarriado? Respóndanme. ¿Por qué razón habría de venir para ser Médico de quienes no están enfermos? ¿Debería encender una lámpara y barrer la casa en busca de monedas de plata que no están perdidas, sino que se conservan relucientes y sin mácula en su mano? ¿Con qué propósito sería eso? ¿Quisieras que pintara al lirio y que dorara al oro refinado? ¿Quisieras convertirlo en un mero entrometido que ofrece una ayuda superflua? ¿Qué tiene que ver la sangre limpiadora de Jesús con quienes se consideran puros? ¿Es un Salvador una persona innecesaria y fue Su obra un asunto innecesario? Tendría que ser así si estuviera destinada a quienes no la necesitan.

 

¿Quiénes son los que más necesitan un Salvador? Respondan eso. ¿No se debería ejercitar la misericordia allí donde hay más necesidad de ella? Este mundo es como un campo de batalla que ha sido arrasado por el fiero huracán del conflicto, y los cirujanos han venido para tratar con aquellos que yacen postrados sobre sus llanuras. ¿A quiénes deberían ir primero? ¿No deberían atender primero a aquellos que están más gravemente heridos y que están desangrándose casi hasta la muerte? ¿Altercarías con nosotros si declaráramos que los primeros que tienen que ser llevados al hospital son quienes tienen una perentoria necesidad? ¿Te enojarías si dijéramos que el linimento es para los heridos, que las vendas son para los que tienen rotas sus extremidades, y que la medicina es para los enfermos? Un extraño altercado sería ese. Si diera comienzo alguna vez, un loco tendría que comenzarlo pues ningún varón sabio haría esa pregunta. Bendito Cristo de Dios, no pondremos reparos porque Tú vengas también en Tu misericordia a quienes te necesitan más, a los perdidos.

 

¿Y quién piensan ustedes que le amará más y que así le agradecerá más si viene a ellos? El altivo fariseo en su perfección de imaginaria santidad, ¿valorará al Cristo que le dice que viene para lavar y quitar su pecado? Gira sobre sus talones con escarnio. ¿Qué pecados suyos tienen que ser lavados? El moralista autocomplacido que se atreve a decir: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud; ¿qué más me falta?”, no es probable que se convierta en un discípulo del Grandioso Maestro cuyas primeras lecciones son, “Os es necesario nacer de nuevo”, y “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. El hecho es que no hay parecer en Jesús, ni hermosura, para aquellos que tienen una belleza propia. Cristo recibe el mayor amor allí donde perdona más pecados y la obediencia más dulce a Su mandamiento es rendida por aquellos que una vez fueron los más desobedientes pero que son llevados gentilmente bajo Su influencia por la fuerza del amor agradecido. Tus estériles montes de una imaginada santidad no le producen ninguna cosecha, y por tanto, los abandona a su propia jactancia; pero, mientras tanto, Él esparce abundante grano en medio de las tierras bajas donde el terreno está preparado y listo para la semilla. Él predica el perdón para aquellos que saben que han pecado y lo confiesan; pero aquellos que no tienen ningún pecado no cuentan con ningún Salvador.

 

Pero después de todo, queridos amigos, si bien Jesús dirigió Su misión de salvación a los perdidos, ¿a quién más podría haber venido? Pues, a decir verdad, no hay nadie sino perdidos sobre la faz de toda esta tierra. El más altivo fariseo no es sino un pecador y es todavía más pecador por su soberbia; y el moralista que se considera tan limpio es inmundo a los ojos de Dios. Aunque se esfuerza por ocultar las manchas, el justo con justicia propia es un leproso y seguirá siéndolo siempre a menos que Jesús lo limpie. Es un hecho tres veces bendito que Cristo vino para salvar a los perdidos, pues eso somos todos nosotros, y si no hubiese convertido a los perdidos en el objeto de Su búsqueda y de Su salvación, no habría habido ninguna esperanza para nosotros.

 

¿Qué es lo que se entiende por “los perdidos”? Bien, “perdido” es una palabra terrible. Necesitaría mucho tiempo para explicarla; pero si el Espíritu de Dios, como un destello de luz, entrara en tu corazón y te mostrara lo que por naturaleza eres, aceptarías esa palabra “perdido” como descriptiva de tu condición y la entenderías mejor de lo que te permitirían entender mil palabras mías. Perdido por la caída; perdido por heredar una naturaleza depravada; perdido por tus propios actos y acciones; perdido por mil omisiones del deber y perdido por incontables actos de abierta transgresión; perdido por hábitos de pecado; perdido por tendencias e inclinaciones que han acumulado fuerzas y te han sumido en una cada vez más profunda oscuridad e iniquidad; perdido por inclinaciones que nunca se volverían por sí mismas a lo que es recto sino que resueltamente rehúsan la misericordia divina y el infinito amor. Estamos perdidos obstinada y voluntariamente; perdidos perversa y completamente; pero aún así perdidos espontáneamente que es la peor forma de estar perdidos que pueda haber. Estamos perdidos para Dios, quien ha perdido el amor de nuestro corazón y ha perdido nuestra confianza y ha perdido nuestra obediencia; perdidos para la iglesia a la que no podemos servir; perdidos para la verdad, que no queremos ver; perdidos para los rectos, cuya causa no sostenemos; perdidos para el cielo, en cuyos sagrados recintos no podemos entrar nunca; perdidos, tan perdidos que a menos que la misericordia todopoderosa intervenga, seremos arrojados en el pozo del abismo para hundirnos allí para siempre. “¡PERDIDOS! ¡PERDIDOS! ¡PERDIDOS!” La simple palabra me parece que es el tañido de campanas de difuntos de un alma impenitente. “¡Perdidos! ¡Perdidos! ¡Perdidos!” ¡Oigo el lúgubre tañido! ¡Se está celebrando el funeral de un alma! ¡La muerte sin fin le ha acontecido a un ser inmortal! Se eleva como un espantoso lamento desde mucho más allá de los límites de la vida y la esperanza, procedente de esas lúgubres regiones de muerte y de oscuridad donde moran los espíritus que no quieren que Cristo reine sobre ellos. “¡Perdidos! ¡Perdidos! ¡Perdidos!” ¡Cuán terrible sería que estos oídos oigan jamás ese lúgubre sonido! ¡Es preferible que arda un mundo entero a que se pierda un alma! ¡Es preferible que se apague cada estrella y que aquellos cielos se conviertan en una ruina a que una sola alma se pierda!

 

Ahora bien, es para almas que pronto estarán en esa condición -que es la peor de todas- y que ya se están preparando para ella, que Jesús vino aquí a buscar y a salvar. ¡Qué gozo es este! En la proporción en que el dolor era agudo, el gozo es grande. Si las almas pueden ser liberadas de hundirse en un tal estado se trata de una hazaña digna de Dios mismo. ¡Gloria sea a Su santo nombre!

 

Ahora noten el propósito: Él “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Ah, esta doctrina de que Jesucristo vino a buscar y a salvar a los pecadores es una verdad que vale la pena predicar. Algunas personas me dicen que vino para “hacer que los hombres sean salvables”, para poner a todos los hombres en una condición tal que sea posible que puedan ser salvados. Yo creo que los hombres pueden ser salvados, pero no veo un gran portento en ese hecho. No agita mi sangre ni me incita a danzar de gozo. No creo que haga ni siquiera la más ligera impresión en mí. Puedo irme a dormir y estoy seguro de que no me despertaré en la noche anhelando levantarme de inmediato para predicar unas pobres nuevas como esas de que Jesús vino para hacer que los hombres sean salvables. Yo no me habría convertido en un ministro para predicar un evangelio tan mezquino; pero que nuestro Señor vino para salvar a los hombres, esas sí son noticias sustanciales y satisfactorias que superan en mucho a la otra. Hacer a los hombres salvables es sólo un esqueleto, huesos y piel, pero salvarlos es una viva bendición. Hacer que los hombres sean salvables es una bendición minúscula, pero salvarlos es una riqueza indecible.

 

Dicen también que Jesús vino al mundo para lograr que los hombres sean salvados si así lo quieren. Me alegra eso. Es cierto y bueno. Yo creo que toda alma realmente dispuesta puede ser salvada, sí, esa persona ya es en cierta medida salva. Si hubiese una sincera voluntad hacia la salvación –entiendan, hacia la verdadera salvación- la voluntad misma indica que un gran cambio ha comenzado en el interior del hombre, y yo me regocijo porque está escrito, “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Pero ahora simplemente lean nuestro texto como si contuviera estas palabras, “El Hijo del Hombre vino para que todo aquel que quiera ser salvado, pueda ser salvado”. ¡El sentido es bueno, pero es muy débil! ¡Cómo está mezclado el vino con agua! Pero, oh, qué sabor, qué esencia, qué médula, qué grosura hay en esto: “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Este es el Evangelio, y el otro no es sino una parte de las buenas nuevas. Además, lean el texto de otra manera, “El Hijo del Hombre vino para ayudar a los hombres a que se salven a sí mismos”. Esto no serviría de nada. Sería algo como ayudar a marchar a los hombres que no tienen piernas, o ayudar a los ciegos a juzgar colores o ayudar a los muertos a que se vivifiquen ellos mismos. La ayuda para quienes no pueden hacer absolutamente nada es una miserable burla. No, no podemos permitir que nuestras Biblias sean alteradas de esa manera; dejaremos que el texto permanezca tal como está, en toda su plenitud de gracia.

 

Y ni siquiera es posible que recortemos el texto para reducirlo a esto, “el Hijo del Hombre vino para salvar a aquellos que le buscan”. Si tuviera ese sentido, yo bendeciría a Dios por siempre por ello pues aun entonces sería un glorioso texto evangélico. Hay Escrituras que enseñan esa doctrina y es una bendita verdad por la cual hay que estar supremamente agradecidos; pero mi texto va mucho más allá, pues dice: “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. El otro día encontré una pregunta y una respuesta, “¿Dónde encontró al Salvador la mujer samaritana? Lo encontró junto al pozo”. Yo no objeto ese modo de expresión pero, fíjense, así no es como debería hacerse la pregunta. Más bien se debería preguntar: “¿Dónde encontró el Salvador a la mujer?”, pues, ciertamente, ella no lo estaba buscando; no veo ninguna indicación de que tuviera una tal idea en su mente. Ella estaba buscando agua del pozo y si hubiera encontrado eso, habría regresado satisfecha a casa. No, los que encuentran son ciertamente los buscadores; y así tiene que ser que Cristo encontró a la mujer pues Él la estaba buscando. A la vez que bendigo a mi Señor porque Él los salvará si le buscan, estoy todavía más agradecido porque hay hombres y mujeres a quienes Él buscará y salvará; es más, nunca fue salvada un alma hasta este momento sin que Cristo la buscara primero. Él es el Autor así como el Consumador de la fe. Él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin de la obra de gracia. Que Su nombre sea alabado por ello. El texto debe permanecer como está, y nosotros adoraremos la longitud y la anchura, la altura y la profundidad del amor que ha hecho que esto sea cierto. La búsqueda exitosa y la salvación completa pertenecen al Hijo del hombre: algunos de nosotros hemos experimentado ambos. ¡Oh, que todos nosotros podamos hacerlo todavía!

 

III.   Ahora proseguimos a notar, en tercer lugar, UNA DOBLE DIFICULTAD.

 

Vemos la misión de Cristo, y percibimos de inmediato que ha venido para tratar con personas que están perdidas en dos sentidos y en cada uno de esos sentidos se necesita un milagro de gracia para su liberación. Están tan perdidas que necesitan la salvación, pero también están tan perdidas que necesitan que las busquen. Las personas pudieran estar tan perdidas en tierra o en el mar como para necesitar ser salvadas pero sin necesitar que las busquen; pero nosotros estábamos tan perdidos espiritualmente, como para necesitar tanto la salvación como ser buscados también.

 

Me enteré no hace mucho tiempo acerca de un grupo de amigos que fueron a los lagos de Cumberland y se esforzaron por escalar los Langdale Pikes. Uno de los miembros del grupo encontró la labor del ascenso demasiado desgastante, así que resolvió que regresaría a la pequeña posada de la cual habían partido. Siendo en su propia estima un hombre más sabio que los demás, no tomó el sendero sinuoso por el que habían ascendido. Pensó en descender directamente pues podía ver la casa justo abajo y se imaginó que llegaría allí de inmediato y así poder mostrarles a los montañistas que una línea recta es el camino más corto. Bien, después de descender y descender teniendo que saltar por muchos lugares peñascosos, se encontró al fin en un saliente desde el cual no podía ni subir ni bajar. Después de muchos vanos intentos se dio cuenta de que era un prisionero. En un estado de un terror desmedido se quitó su ropa y la cortó en pedazos para hacer con ella una cuerda, y amarrando todas las piezas las lanzó hacia abajo, pero descubrió que no llegaron a ninguna parte en el grande y aparentemente inconmensurable abismo que abría sus fauces debajo de él. Así que comenzó a dar voces, pero fuera del eco de su propia voz no llegó ninguna respuesta de los montes circundantes. Gritó durante una media hora pero no hubo ninguna respuesta ni nadie se apareció a la vista. Su horror lo llevó al borde de la locura. Por fin, para su intenso gozo vio que una figura se movía abajo en la llanura y comenzó a gritar de nuevo. Felizmente se trataba de una mujer, la cual, al oír sus voces se detuvo, y cuando él volvió a clamar ella se acercó y le gritó: “Quédate donde estás. No te muevas ni una pulgada. Quédate donde estás”. Él estaba perdido, pero ya no necesitaba que se le buscara más pues algunos pastores amigables vieron pronto dónde se encontraba. Todo lo que necesitaba era que lo salvaran; y así los montañistas descendieron con una cuerda, como solían hacerlo cuando rescataban a las ovejas perdidas, y pronto lo pusieron fuera de peligro. Estaba perdido, pero no necesitaba que lo buscaran; podían ver dónde estaba.

 

Hace uno o dos meses deben de haber notado en los periódicos un aviso por causa de un caballero que había salido de Wastwater hacía algunos días para atravesar unas montañas y de quien ya no se supo nada desde entonces. Sus amigos tenían que buscarlo para poder salvarlo, si es que vivía todavía; y hubo algunos que recorrieron monte y páramo para encontrarlo pero fueron incapaces de salvarlo porque no pudieron encontrarlo. Si hubieran sabido dónde estaba, yo no dudo de que aunque hubiera estado en el más inminente peligro, los osados montañeses habrían arriesgado sus vidas para rescatarlo; pero, ay, nunca fue encontrado ni salvado: su cadáver sin vida fue el único descubrimiento que fue realizado en definitiva. Esta última es la verdadera imagen de nuestra deplorable condición: nosotros estamos perdidos por naturaleza de manera que nada sino que nos busquen y salven conjuntamente será de alguna de ayuda para nosotros.

 

Veamos cómo logró nuestro Señor la salvación. Ese hecho ha sido consumado, completamente consumado. Mis queridos amigos, ustedes y yo estábamos perdidos en el sentido de haber quebrantado la ley de Dios y de haber incurrido en Su ira; pero Jesús vino y tomó el pecado de los hombres sobre Sí y como su Fianza y su Sustituto soportó la ira de Dios de manera que Dios puede ser justo a partir de entonces, y sin embargo, ser el que justifica al que es de la fe de Jesús. A mí me gustaría morir hablando de esta bendita doctrina de la sustitución, y pretendo, por la gracia divina, vivir proclamándola pues es la piedra angular del Evangelio. Jesucristo tomó sobre Sí literalmente la transgresión y la iniquidad de Su pueblo, y fue hecho maldición por ellos en vista de que habían caído bajo la ira de Dios; y ahora toda alma que cree en Jesús es salvada porque Jesús ha quitado el castigo y la maldición por causa del pecado. Regocijémonos en esto.

 

Cristo nos ha salvado también del poder de Satanás. La Simiente de la mujer ha herido la cabeza de la serpiente de manera que el poder de Satanás ha sido quebrantado. Por medio de Su omnipotente poder Jesús nos ha liberado del horrible yugo del infierno venciendo al príncipe de las tinieblas, y además nos ha salvado del poder de la muerte, de manera que para los creyentes morir no será la muerte. Cristo nos ha salvado del pecado y de todas sus consecuencias por medio de Su muerte y resurrección sumamente preciosas.

 

“Mira a Dios descendiendo en un cuerpo humano,

El Ofendido sufriendo en nombre del ofensor:

Mira todos tus delitos imputados a Él,

Y toda Su justicia transferida a ti”.

 

La obra salvadora de nuestro Señor está consumada en ese sentido, pero Él continúa siempre en este mundo Su obra de buscar, y quiero que piensen en ello.

 

Él puede salvarnos, bendito sea Su nombre. Ya no tiene que hacer nada más para salvar a cualquier alma que confíe en Él. Pero nosotros nos hemos descarriado mucho y estamos escondidos en los parajes salvajes del país lejano. Estamos muy hambrientos y aunque hay abundancia de pan, ¿de qué nos sirve mientras estamos perdidos para el hogar en el que es distribuido tan liberalmente? Estamos muy andrajosos; allá está la mejor túnica y está lista para que la portemos nosotros; pero ¿de qué nos sirve mientras estemos tan lejos? Hay música y hay danzas para alegrarnos y para animarnos, pero ¿de qué nos sirven mientras permanezcamos entre los cerdos? Entonces, allí está la gran dificultad. Nuestro Señor tiene que encontrarnos y seguir nuestros descarríos y, tratándonos como ovejas perdidas, tiene que cargarnos sobre Sus hombros para llevarnos de regreso regocijándose.

 

Muchos necesitan ser buscados porque están perdidos en malas compañías. Los compañeros malvados se agolpan en torno a los hombres, y los mantienen alejados de la escucha del Evangelio por el cual los hombres son salvados. No hay otro lugar para estar perdidos como en una gran ciudad. Cuando un hombre quiere escapar de la policía, no corre a una pequeña aldea sino que se oculta en una ciudad densamente poblada. Así esta ciudad de Londres tiene muchos escondrijos donde los pecadores se apartan del camino del Evangelio. Se pierden en la gran muchedumbre, y son mantenidos cautivos por las costumbres esclavizantes de la mala sociedad en la que son absorbidos. Si ceden por un momento, algún mundano los toma de la manga y les dice: “Divirtámonos mientras podamos. ¿Por qué estás tan triste?” Satanás pone cuidadosamente un vigía sobre sus siervos más jóvenes para prevenir que escapen de sus manos. Esos pelotones laboran denodadamente para impedir que el hombre oiga las buenas nuevas de salvación y se convierta. Por tanto, los pecadores necesitan ser buscados en medio de la sociedad en la cual están inmersos; necesitan ser buscados tanto como las perlas del Golfo de Arabia.

 

El Señor Jesucristo, al buscar a los hombres, tiene que tratar con prejuicios profundamente arraigados. Muchos rehúsan oír el Evangelio; están dispuestos a viajar muchas millas para escapar de su mensaje de advertencia. Algunos son demasiado sabios o demasiado ricos para que se les predique el Evangelio. ¡Piedad para los pobres ricos! El hombre pobre tiene muchos misioneros y evangelistas que le están buscando, pero ¿quién va tras los grandes? Algunos vienen del Oriente para adorar, pero ¿quién viene del Occidente? Muchos más encontrarán la vía al cielo desde los barrios bajos, más de los que jamás saldrán de las grandes mansiones y palacios. Jesús debe buscar a Sus elegidos entre los ricos bajo grandes desventajas, pero bendito sea Su nombre porque en efecto los busca.

 

Vean cómo los vicios y los depravados hábitos aprisionan a la masa de las clases más pobres. ¡Qué búsqueda es necesaria entre los obreros pues muchos de ellos están embrutecidos por la borrachera! Miren a una gran parte de Londres en el día del Señor; ¿qué ha estado haciendo la población obrera? Han estado leyendo el periódico dominical y holgazaneando en casa en mangas de camisa, y esperando junto a los postes de las puertas, no de la sabiduría, sino de la cantina. Han tenido mucha sed, pero no de justicia. Baco sigue siendo el dios de esta ciudad, y multitudes se encuentran perdidas entre los barriles de cerveza y los toneles de licor. Los hombres desperdician las benditas horas del día domingo en tales menesteres. ¿Cómo habrán de ser buscados? Sin embargo, el Señor Jesús lo está haciendo por medio de Su Santo Espíritu.

 

Ay, por culpa de sus malos caminos los oídos de los hombres se han cerrado, y sus ojos han sido cegados y sus corazones están endurecidos de tal manera que los mensajeros de la misericordia tienen necesidad de gran paciencia. Salvar a los hombres sería una obra fácil si se pudiera disponerlos a recibir el Evangelio, pero ni siquiera quieren oírlo. Cuando los reúnes en un domingo bajo el sonido de un ministerio fiel, ¡cómo luchan contra él! Necesitan ser buscados cincuenta veces. Los llevas directamente a la luz y la proyectas en sus ojos, pero ellos voluntaria y deliberadamente le cierran sus párpados. Pones delante de ellos la vida y la muerte, y argumentas con ellos hasta las lágrimas para que se aferren a la vida eterna, pero ellos escogen sus propios engaños. Tienen que ser buscados tan prolongadamente y tan pacientemente que esta obra de búsqueda revela tanto el clemente corazón de Jesús como lo reveló la obra salvadora que realizó en el sangriento madero.

 

Noten cómo Él realiza diariamente Su búsqueda de amor. Cada día, amados, Jesucristo está buscando los oídos de los hombres. ¿Podrían creerlo? Tiene que movilizarse con asombrosa sabiduría para por lo menos conseguir una audiencia. Ellos no quieren conocer el mensaje de amor de su Dios. “De tal manera amó Dios al mundo”, ellos saben todo acerca de eso y no quieren oír más. Hay un sacrificio infinito por el pecado; giran sobre sus talones frente a esas noticias rancias. Preferirían leer un artículo en una revista infiel o un párrafo en las Noticias Policiales. No quieren saber nada más de asuntos espirituales. El Señor Jesús, para alcanzar sus oídos, clama en alta voz por medio de muchas voces denodadas. Gracias a Dios Él tiene ministros que todavía viven que tienen la intención de ser escuchados y que no se detendrán por sus rechazos. Ni siquiera el estrépito de este bullicioso mundo puede ahogar su testimonio. Grita a voz en cuello, hermano mío; grita a voz en cuello y no escatimes, pues, sin importar lo que grites, no gritarás demasiado fuertemente, pues el hombre no oirá si puede evitarlo. Nuestro Señor, para ganar los oídos de los hombres, tiene que usar una variedad de voces, musicales o ásperas, lo que Su sabiduría juzgue lo más conveniente. Algunas veces gana una audiencia gracias a una extraña voz cuya rareza atrae la atención. Él encontrará a los hombres cuando tiene la intención de salvarlos.

 

Fue una extraña voz, ciertamente la más extraña de las que me haya enterado jamás, la que llegó hace muy poco tiempo en un pueblo italiano a uno de los elegidos de Dios allá. Era tan depravado que realmente cayó en la adoración del diablo más bien que de Dios. Casualmente sucedió un día que un rumor recorrió la ciudad anunciando que un protestante iba a llegar allí para predicar. El sacerdote, alarmado por su religión, le dijo a la gente desde el altar que los protestantes adoraban al diablo y los exhortó a que no se acercaran a la sala de reunión. La noticia, como pueden juzgar, no provocó ningún horror en la mente del adorador del diablo. “Sí” –pensó- “entonces voy a reunirme con hermanos”, así que fue a oír a nuestro amado misionero que ahora está trabajando en Roma. Ninguna otra cosa hubiera atraído al pobre desventurado a oír la buena palabra, sino esa mentira del sacerdote que fue orientada para ese fin. Asistió y oyó, no acerca del diablo sino acerca del Vencedor del diablo, y antes de que pasara mucho tiempo fue encontrado a los pies de Jesús, siendo un pecador salvado.

 

Cuando Sus ministros han fallado, yo he sabido que mi Señor saca una flecha de Su aljaba y le adhiere un mensaje y la coloca en su arco y la dispara directamente al pecho de un hombre hasta herirlo; y una vez herido y mientras yace gimiendo en su lecho, el mensaje es examinado, y sentido y aceptado. Quiero decir que muchas personas han sido llevadas en la enfermedad a escuchar el mensaje de salvación. A menudo las pérdidas y las cruces han llevado a los hombres a los pies de Jesús. Jesús los busca de esa manera. Cuando Absalón no podía obtener una entrevista con Joab, dijo: “Mirad, el campo de Joab está junto al mío, y tiene allí cebada; id y prendedle fuego”. Entonces se levantó Joab y vino a casa de Absalón, y le dijo: “¿Por qué han prendido fuego tus siervos a mi campo?” El Señor envía algunas veces a los hombres pérdidas en sus propiedades porque de otra forma no quieren oírle, y al final sus oídos son alcanzados. A quien Él busca lo encuentra a su debido tiempo.

 

Bien, después de que mi Señor ha buscado los oídos de los hombres, a continuación busca sus deseos. Él hará que anhelen un Salvador y esto no es fácil de lograr; pero Él tiene una manera de mostrarles a los hombres sus pecados, y entonces ellos anhelan la misericordia. En otros momentos Él les muestra el grande gozo de la vida cristiana, y entonces ellos desean entrar en un deleite semejante. Yo oro pidiendo que, en esta hora, Él conduzca a algunos de ustedes a considerar el peligro en el que están mientras son todavía inconversos, para que así puedan comenzar a desear a Cristo y de esta manera puedan ser buscados y encontrados por Él.

 

Luego busca su fe. Él busca para que vengan y confíen en Él y tiene formas de conducirlos a ello pues les muestra lo apropiado de Su salvación y su plenitud y su gratuidad; y cuando se ha mostrado como el Salvador de los pecadores, y como el Salvador que ellos necesitan, entonces vienen y ponen su confianza en Él. Entonces los ha encontrado y los ha salvado.

 

Él busca sus corazones, pues lo que ha perdido son sus corazones. Y, ¡oh, cuán dulcemente, por medio del Espíritu Santo, gana los afectos de los hombres y los sostiene firmemente! No olvidaré nunca cómo ganó el mío; cómo ganó primero mi oído, y luego mis deseos, de manera que yo deseaba tenerlo como mi Señor; y luego me enseñó a confiar en Él, y cuando hube confiado en Él y hube descubierto que era salvo, entonces le amé y le sigo amando. Entonces, querido oyente, si Jesucristo te encuentra, te convertirás en Su amante seguidor para siempre. Yo he estado orando para que Él lleve este mensaje ante la atención de aquellos a quienes tiene la intención de bendecir. Le he pedido que me permita sembrar en buena tierra. Yo espero que entre aquellos que lean estas páginas haya muchos a quienes el Señor Jesús ha redimido especialmente con Su sangre sumamente preciosa, y confío que se aparezca a ellos de inmediato y que le diga a cada uno de ellos: “Con amor eterno te he amado: por tanto, te prolongué mi misericordia”. ¡Que el Espíritu eterno abra sus oídos para oír el silbo apacible y delicado del amor! ¡Que sean conducidos a entregarle al Señor, por la gracia omnipotente, el alegre consentimiento de sus voluntades sometidas, y a aceptar esa gloriosa gracia que los llevará a alabar en el cielo al Salvador que busca y salva! Amén.

 

Nota del traductor:    

 

Los otros seis sermones a los que hace referencia el pastor Spurgeon son los siguientes:

No. 1325 – Cristo: el Fin de la Ley

No. 1326 – Cristo: el Vencedor de Satanás

No. 1327 – Cristo: el Vencedor del Mundo

No. 1328 – Cristo: el que Hace Nuevas Todas las Cosas

No. 1329 – Cristo: el Destructor de la Muerte

No.  273 –  Cristo Triunfante: el Despojador de Principados y Potestades

Todos ellos se encuentran recopilados en Temas bajo el título: Los Gloriosos Logros de Cristo.

 

  

 

Traductor: Allan Román

31/Julio/2014

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