El Púlpito de
NO.
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SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL MUSIC HALL, ROYAL SURREY GARDENS, LONDRES
HABIENDO SIDO LA ÚLTIMA
OCASIÓN EN QUE PREDICÓ EN ESE LUGAR.
“Por tanto,
yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque
no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios”. Hechos 20: 26, 27.
Cuando Pablo se despidió
de sus amigos efesios que habían venido a Mileto para decirle adiós, no les
pidió un elogio por su capacidad, ni les solicitó que encomiaran su férvida
elocuencia, sus profundos conocimientos, el alcance de su pensamiento o su
penetrante juicio. Pablo sabía muy bien que podían reconocerle todas esas cosas,
y con todo, que podía ser desechado al final. Él requería un testimonio que fuera
válido en la corte del cielo y que fuera de valor a la hora de la muerte. Su
más solemne testimonio es: “Yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio
de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios”.
En el apóstol esta declaración no era ningún egotismo. Era un hecho que Pablo,
sin cortejar las sonrisas ni temer la desaprobación de nadie, había predicado
la verdad, toda la verdad y sólo la verdad, según le había instruido el
Espíritu Santo y tal como la había recibido en su propio corazón. ¡Oh, que
todos los ministros de Cristo pudieran dar un testimonio semejante!
Ahora, esta mañana me
propongo, con la ayuda del Espíritu de Dios, hacer dos cosas. La primera será
decir algo respecto a la solemne
declaración del apóstol al partir; y luego, posteriormente, con unas
cuantas palabras solemnes, darles mi
propio mensaje de despedida.
I. En
primer lugar, vamos a considerar
Ahora yo debo traer el
dicho del apóstol a estos tiempos modernos; y yo entiendo que si alguno de
nosotros quiere limpiar su conciencia y entregar todo el consejo de Dios, debe
tener cuidado de predicar, en primer lugar, las doctrinas del Evangelio. Tenemos que declarar esa grandiosa
doctrina del amor del Padre para con Su pueblo desde antes de todos los mundos.
Su soberana escogencia de ellos, Sus propósitos del pacto respecto a ellos y
Sus inmutables promesas para ellos, todo eso ha de ser expresado con sonido de
trompeta. Aunado a eso el verdadero evangelista no debe dejar de exponer las
bellezas de la persona de Cristo, la gloria de Sus oficios, la integridad de Su
obra, y por sobre todo, la eficacia de Su sangre. Prescindiendo de lo que se
pudiera omitir, esto tiene que ser proclamado una y otra vez de la manera más
enérgica. El evangelio que no contenga a Cristo no es ningún evangelio, y la
idea moderna de predicar
Sobre todos estos
asuntos estamos de acuerdo, y por tanto voy a referirme a aquellos puntos que
son más disputados, y, por consiguiente, sobre los que hay mayor necesidad de una
confesión honesta porque hay más tentación de encubrirlos. Entonces, procedamos:
yo cuestiono que prediquemos todo el consejo de Dios a menos que se declare
continuamente la predestinación con toda su solemnidad y certeza, a menos que
se enseñe valientemente y sin rodeos la elección como una de las verdades
reveladas por Dios. Partiendo de este manantial, es un deber del ministro rastrear
todos los otros torrentes y reflexionar sobre el llamamiento eficaz, sostener
la justificación por fe, insistir sobre la segura perseverancia del creyente, y
deleitarse en proclamar ese pacto de gracia en el que todas estas cosas están contenidas,
que es seguro para toda la simiente escogida y comprada con sangre. Hay una tendencia
en esta época a ocultar en la sombra la verdad doctrinal. Demasiados predicadores
se sienten ofendidos por esa severa verdad que los Covenanters (firmantes del
pacto escocés de la reforma religiosa) sostenían, y de la cual los puritanos daban testimonio
en medio de una época licenciosa. Se nos dice que los tiempos han cambiado; que
tenemos que modificar las así llamadas ‘viejas doctrinas calvinistas’ y
adaptarlas al tono de los tiempos; que, de hecho, necesitan ser diluidas, que
los hombres se han vuelto tan inteligentes que tenemos que limar todas las
aristas de nuestra religión, y hacer del cuadrado un círculo gracias a una
labor de redondeo de los filos más prominentes. Quienquiera que haga eso, a mi
juicio, no declara todo el consejo de Dios. El ministro fiel debe ser claro,
sencillo y concreto respecto a estas doctrinas. No debe haber ninguna disputa
acerca de si las cree o no. Tiene que predicarlas de tal manera que sus oyentes
puedan distinguir si predica un esquema de libre albedrío o un pacto de gracia,
si enseña la salvación por obras, o la salvación por el poder y la gracia de
Dios.
Pero amados, un hombre
podría predicar todas estas doctrinas en toda su plenitud, y no obstante, no
declarar todo el consejo de Dios. Pues aquí es donde vienen la labor y la
batalla; aquí es donde aquel que es fiel en estos modernos días tendrá que
enfrentar lo más recio del combate. No basta con predicar doctrina; tenemos que
predicar el deber, tenemos que
insistir de manera fiel y firme sobre la práctica. En tanto que sólo prediques
la desnuda doctrina hay una cierta clase de hombres de intelecto pervertido que
te admirarán, pero una vez que comienzas a predicar sobre la responsabilidad, a
decir francamente, de una vez por todas, que si el pecador perece es por su
propia culpa; que si alguien se hunde en el infierno, su condenación yacerá a
su propia puerta, de inmediato hay un grito de: “¡Inconsistencia! ¿Cómo pueden
estar juntas estas dos cosas?” Incluso se puede encontrar buenos varones
cristianos que no pueden tolerar toda la verdad, y que se opondrán al siervo de
Dios que no se contenta con un fragmento, sino que presenta honestamente todo
el Evangelio de Cristo. Este es uno de los problemas que el ministro fiel tiene
que enfrentar. Pero digo solemnemente que no es fiel a Dios, y no creo que
alguien sea fiel ni siquiera a su conciencia, si no predica claramente la
doctrina de la soberanía, y si descuida insistir en la doctrina de la
responsabilidad. Yo creo con certeza que todo individuo que se hunde en el
infierno tendrá que maldecirse a sí mismo por ello. Se dirá de los condenados
cuando traspasen el portal de fuego: “No quisiste”. No quisiste recibir ninguna
de mis reprensiones. Fuiste invitado a la cena y no quisiste venir. Llamé y tú
rehusaste; extendí mis manos y no hubo quien considerara. Me reiré en tu
calamidad. Me burlaré cuando te venga lo que temes”. El apóstol Pablo sabía
cómo enfrentarse a la opinión pública, y predicar el deber del hombre por un
lado, y por el otro la soberanía de Dios. Quisiera que me fueran prestadas unas
alas de águila para volar a la cima de la alta doctrina cuando estoy predicando
sobre la soberanía. Dios tiene un poder absoluto e ilimitado sobre los hombres
para hacer con ellos lo que le agrade, de la misma manera que el alfarero lo
tiene con la arcilla. La criatura no ha de cuestionar al Creador, pues Él no
rinde cuentas a nadie de Sus asuntos. Pero cuando predico respecto al hombre, y
considero el otro aspecto de la verdad, me sumerjo en las mayores honduras. Yo
soy –si así quieren llamarme- un hombre de ‘baja doctrina’, pues como un honesto
mensajero de Cristo debo emplear Su propio lenguaje y declarar que: “El que no
cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el Hijo de Dios”. Yo no veo
que se predique todo el consejo de Dios, a menos que esos dos puntos
aparentemente contradictorios sean tratados y enseñados claramente. Para
predicar todo el consejo de Dios es necesario declarar la promesa en toda su gratuidad,
seguridad y riqueza. Cuando la promesa constituye el tema del texto, el
ministro no debe tenerle miedo. Si es una promesa incondicional, él debe hacer
que su incondicionalidad sea la característica más prominente de su discurso;
debe cubrir íntegramente el tema con lo que sea que Dios ha prometido a Su
pueblo. Si el tema es el mandamiento, el ministro no debe arredrarse; debe
expresar el precepto tan plena y tan confiadamente como expresaría la promesa.
Tiene que exhortar, reprender y mandar con toda paciencia. Tiene que sostener
siempre el hecho de que la parte preceptiva del Evangelio es tan valiosa –es
más, tan invaluable- como la parte promisoria. Tiene que seguir manifestando
que “por sus frutos los conoceréis”; que “Todo árbol que no da buen fruto, es
cortado y echado en el fuego”. Tiene que predicarse la necesidad de vivir santamente,
así como de vivir felizmente. Debe insistirse constantemente en la santidad de
vida, así como en esa fe sencilla que para todo depende de Cristo. Para declarar
todo el consejo de Dios –para resumir diez mil cosas en una- creo que es
necesario que cuando un ministro recibe su texto, debe decir honesta y
rectamente lo que el texto significa. Demasiados ministros reciben un texto y
lo matan. Le retuercen su cuello, y luego lo rellenan con algunas nociones
huecas y lo ponen sobre la mesa para que un pueblo irreflexivo se alimente de
él. Quien no deja que la palabra de Dios hable por sí misma, en su propio puro
y sencillo lenguaje, no predica todo el consejo de Dios. Si un día encuentra un
texto como este: “No depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que
tiene misericordia”, el ministro que es fiel llegará hasta el fondo de ese
texto. Y, si en la mañana, el Espíritu de Dios le graba en su conciencia lo siguiente:
“No queréis venir a mí para que tengáis vida”, o esto otro: “El que quiera, que
venga”, será muy honesto tanto con este segundo texto como lo fue con el
primero. No eludirá la verdad. Se atreverá a mirarla directamente en el rostro
primeramente él mismo y luego la comentará en el púlpito y allí le dirá: “Oh
Palabra, habla por ti misma, y que sólo tú seas escuchada. No permitas, oh
Señor, que pervierta o malinterprete Tu propia verdad enviada del cielo”. La
simple honestidad para con la pura Palabra de Dios es, yo pienso, un requisito
para el hombre que no quisiera evadir la predicación de todo el consejo de
Dios.
Además, eso no es todo.
Si un hombre quiere declarar todo el consejo de Dios, en vez de evadirlo, debe
ser muy exigente respecto a lamentar los pecados de los tiempos. El ministro
honesto no condena el pecado en su conjunto; él identifica pecados específicos
en sus oyentes, y sin estirar el arco a la ventura, pone una flecha en la
cuerda y el Espíritu Santo la envía directamente a la conciencia individual.
Quien es fiel a su Dios no mira a su congregación como una gran masa, sino que
mira individuos separados, y se esfuerza por adaptar su discurso a las
conciencias de los hombres, de tal manera que percibirán que habla de ellos. Se
dice de Rowland Hill que era un predicador tan personal, que aunque un hombre
hubiera estado sentado junto a una ventana lejos, o en algún rincón secreto, no
obstante sentía que “ese hombre me está hablando a mí”. Y el verdadero
predicador que declara todo el consejo de Dios, habla de tal manera que sus
oyentes sienten que hay algo para ellos: una censura por sus pecados, una
exhortación que tienen que obedecer, un algo que les llega de manera
significativa, pertinente y personal. Tampoco pienso que alguien haya declarado
todo el consejo de Dios si no hace esto: Si hay un vicio que ustedes deben
rehuir, si hay un error que deben evitar, si hay un deber que deben cumplir, si
todas esas cosas no son mencionadas en los discursos del púlpito, el ministro
ha rehuido declarar todo el consejo de Dios. Si hay un pecado que reina en el
barrio, y especialmente en la congregación, pero el ministro evitara mencionar
ese vicio en particular por no querer ofenderlos, ha sido infiel a su
llamamiento y ha sido deshonesto para con su Dios. Yo no sé cómo describirles
mejor al hombre que declara todo el consejo de Dios que referirlos a las
epístolas de San Pablo. Allí encuentran ustedes la doctrina y el precepto, la
experiencia y la práctica. Él habla de corrupción por dentro y de tentación por
fuera. La vida divina entera es retratada, y la dirección necesaria es
proporcionada. Allí encuentran el solemne reproche y el consuelo amoroso. Allí
encuentran las palabras que “gotean como la lluvia y destilan como el rocío”, y
allí tienen las frases que retumban como truenos y centellean como rayos. Allí
lo ven una vez con su cayado, conduciendo gentilmente a sus ovejas a los
pastos, y de pronto, lo ven con la espada desenvainada, librando una valiente
batalla contra los enemigos de Israel. Quien quiera ser fiel y quiera predicar
todo el consejo de Dios tiene que imitar al apóstol Pablo y predicar como él escribió.
Queda sugerida, sin
embargo, la pregunta: ¿hay alguna tentación que surja para el hombre que
pretenda hacerlo? ¿Hay algo que le tentaría a desviarse del camino recto e
inducirlo a no predicar todo el consejo de Dios? Ah, hermano mío, poco entiendes
la posición del ministro si no has temblado algunas veces por él. Adopta sólo
una fase de la verdad y serás aclamado hasta los propios cielos. Conviértete en
un calvinista al grado que cierres los ojos a una mitad de
Pero déjenme comentar
adicionalmente que si bien existe la tentación de no declarar todo el consejo
de Dios, el verdadero ministro de Cristo se siente impelido a predicar toda la
verdad, porque ella y solo ella puede satisfacer las necesidades del hombre.
¡Cuántos males ha visto este mundo gracias a un evangelio distorsionado,
mutilado y moldeado por el hombre! ¡Cuántos perjuicios han sufrido las almas de
los hombres gracias a varones que han predicado sólo una parte y no todo el
consejo de Dios! Mi corazón sangra por muchas familias en las que la doctrina antinomiana
ha cobrado el dominio. Yo podría contar muchas tristes historias de familias
muertas en pecado cuyas conciencias están cauterizadas como con un hierro
candente por la fatal predicación que escuchan. He conocido convicciones que
han sido ahogadas y deseos que han sido apagados por ese sistema que destruye
el alma, que suprime la condición humana del ser y lo hace tan responsable como
un buey. No puedo imaginarme un instrumento más apto en las manos de Satanás
para la ruina de las almas que un ministro que les dice a los pecadores que no
es su deber arrepentirse de sus pecados o creer en Cristo; que tiene la
arrogancia de llamarse un ministro del evangelio mientras enseña que Dios odia
a algunos hombres infinita e inmutablemente por ninguna razón de ningún tipo
sino simplemente porque así decide hacerlo. ¡Oh, hermanos míos!, que el Señor
los salve de la voz del encantador, y los guarde por siempre sordos a la voz
del error.
¡Aun en familias
cristianas cuánto mal produce un evangelio distorsionado! He visto al joven
creyente, acabado de ser salvado del pecado, feliz en su temprana carrera
cristiana y caminando humildemente con su Dios. Pero el mal ha reptado en su
interior disfrazado con el manto de la verdad. El dedo de la ceguera parcial
fue puesto sobre sus ojos, y solo podía ver una doctrina. Podía ver la
soberanía, pero no la responsabilidad. El ministro que en un tiempo fue amado
llegó a ser odiado; el varón que había sido honesto en la predicación de
Siento que no puedo
demorarme mucho en este texto. He estado tan extremadamente indispuesto en
estos dos últimos días, que los pensamientos que esperaba presentarles en mejor
forma, han salido tropezando de mi boca y han distado de hacerlo de manera
ordenada.
II. Ahora
debo dejar al apóstol Pablo para dirigirles UNAS CUANTAS PALABRAS AFECTUOSAS,
SINCERAS Y CÁLIDAS A MANERA DE DESPEDIDA. “Por tanto, yo os protesto en el día
de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros
todo el consejo de Dios”. No deseo decir nada en alabanza o encomio de mi
persona; no seré mi propio testigo respecto a mi fidelidad pero yo apelo a
ustedes, y les pido que den testimonio en este día de que no he rehuido
anunciarles todo el consejo de Dios. Con frecuencia he venido a este púlpito
sintiéndome muy débil, y con mayor frecuencia todavía me he retirado de él
experimentando gran aflicción por no haberles podido predicar tan denodadamente
como deseaba. Confieso muchos errores y fallas, y más especialmente confieso
una carencia de celo cuando estoy involucrado en la oración por sus almas. Pero
hay una acusación de la que me absuelve mi conciencia esta mañana, y yo pienso
que ustedes me absolverán también, pues no he rehuido anunciar todo el consejo
de Dios. Si en algo he errado, ha sido un error de juicio; pudiera haber estado
errado, pero en la medida en que he aprendido la verdad, puedo decir que ningún
miedo a la opinión pública, ni a la opinión privada, me ha apartado jamás de lo
que sostengo como la verdad de mi Señor y Maestro. Les he predicado las cosas
preciosas del Evangelio. Me esforzado hasta el límite de mi capacidad en
predicar la gracia en toda su plenitud. Conozco lo precioso de esa doctrina en
mi propia experiencia. Dios no quiera que yo predique alguna otra cosa. Si no
somos salvados por gracia, yo no puedo ser salvado para nada nunca. Si la obra
de la salvación no estuviera en las manos de Dios de principio a fin, ninguno
de nosotros podría ver jamás el rostro de Dios con aceptación. Yo predico esta
doctrina, no por mi propia decisión, sino por absoluta necesidad, pues si esta
doctrina no fuera cierta, entonces seríamos almas perdidas; ‘vana es nuestra
predicación, vana es también vuestra fe’, y estamos todavía en nuestros pecados
y allí hemos de continuar hasta el fin. Pero, por otro lado, puedo decir
también que no he rehuido exhortar, invitar y suplicar. He invitado al pecador
a venir a Cristo. Se me ha dicho que no lo haga, pero no podía resistirme. Con entrañas
anhelantes por los pecadores que perecen, no podría concluir sin clamar: “Ven a
Jesús, pecador, ven”. Con ojos que derraman lágrimas por los pecadores me veo
compelido a invitarlos a venir a Jesús. No me es posible hablar sobre la
doctrina sin hacer una invitación. Si no vienes a Cristo no es por falta de un
llamamiento, o porque no haya llorado por tus pecados, y experimentado dolores
de parto por las almas de los hombres. La única cosa que he de pedirles es esta:
den testimonio de mí, queridos oyentes, den testimonio de mí, de que respecto a
eso yo estoy limpio de la sangre de todos, pues he predicado todo lo que sé de
todo el consejo de Dios. ¿He conocido un solo pecado que no haya reprobado? ¿Ha
habido una doctrina que sostengo que haya dejado de enseñar? ¿Ha habido una
parte de
Es bastante fácil, si
uno quisiera hacerlo, evitar la predicación de una doctrina objetable omitiendo
simplemente los textos que la enseñan. Si una verdad desagradable se impone en
su camino, no es difícil hacerla a un lado, imaginando que perturbaría su
enseñanza previa. Tal ocultamiento podría tener éxito por un tiempo, y
posiblemente su gente no se entere de ella durante muchos años. Pero si he investigado
respecto a cualquier cosa he procurado siempre sacar esa verdad que había
descuidado de antemano; y si ha habido alguna doctrina que no he enseñado hasta
ahora, será mi oración sincera que a partir de este día y en adelante adquiera
mayor prominencia, para que así sea comprendida y sea vista mejor. Bien, yo
simplemente les hago esta pregunta y si me entrego a un poco de egotismo, si en
este día de despedida “Me he hecho un necio al gloriarme”, no es con el objeto
de gloriarme, sino que es por un mejor motivo: mi querido oyente, te hago esta
pregunta. Podrían sobrevenirles tristes desastres a muchos de ustedes. En breve
algunos de ustedes pudieran frecuentar lugares en los que no se predica el
Evangelio. Podrían abrazar otro evangelio, que es falso. Yo sólo les pido esto:
den testimonio de que no fue mi culpa, de que yo he sido fiel y que no he
rehuido anunciarles todo el consejo de Dios. En breve tiempo, algunos aquí que
han sido frenados por el hecho de haber asistido a un lugar de adoración,
viendo que el ministro elegido se ha marchado, pudieran dejar de asistir a
algún otro lugar posteriormente. Se pueden volver descuidados. Tal vez el
próximo domingo podrían estar sentados en casa, echados de manera indolente y
desperdiciando el día. Pero hay algo que me gustaría decir antes de que se
decidan a no asistir a la casa de Dios de nuevo: den testimonio de que he sido
fiel para con ustedes. Pudiera ser que algunos aquí que han profesado correr
bien por un tiempo mientras han estado oyendo
¿Qué más puedo decir?
¿Cómo les suplicaré? Si tuviera la lengua de un ángel, y el corazón del
Salvador, entonces suplicaría; pero no puedo decir más de lo que he hecho a
menudo. En el nombre de Dios les suplico que huyan a Cristo en busca de
refugio. Si todo lo anterior no bastara, que te baste esto. Ven, alma culpable,
y huye a Aquel cuyos amplios brazos abiertos están dispuestos a recibir a toda
alma que huya a Él con penitencia y fe. En poco tiempo el propio predicador
yacerá postrado en su lecho. Unos cuantos días más de reunión solemne, unos
cuantos sermones más, unas cuantas oraciones más, y pienso que me veo en aquel
aposento alto, con amigos en torno mío que prodigan sus cuidados. Aquel que ha
predicado a miles, ahora necesita consuelo para él mismo. Aquel que ha animado
a muchos en el artículo de la muerte ahora le ha tocado atravesar el río. Mis
queridos oyentes, ¿habrá alguno de ustedes a quien veré en mi lecho de muerte
que me habrá de maldecir por ser infiel? ¿Acaso estos ojos serán perseguidos
con las visiones de hombres a quienes he divertido, e interesado, pero dentro
de cuyos corazones no he buscado nunca insertar la verdad? ¿Yaceré allí, y
pasarán estas poderosas congregaciones en terrible panorama ante mí, y al
tiempo de desvanecerse ante mis ojos, uno tras otro, cada uno me maldecirá por
ser infiel? Dios no lo quiera. Yo confío que me harán este favor: que cuando
yazca agonizante ustedes concederán que estoy limpio de la sangre de todos, y
que no he rehuido anunciar todo el consejo de Dios. Me veo estando como un
prisionero en el último gran día en el tribunal. ¿Qué pasaría si se leyera esto
en mi contra: “Muchas personas te han escuchado; miles se han congregado para
oír las palabras que brotaron de tus labios; pero tú has desviado a este pueblo,
tú lo has engañado, tú has enseñado deliberadamente el error a esta gente”?
Truenos como los que nunca se han oído antes retumbarán sobre esta pobre
cabeza, y rayos más terroríficos que los que hayan chamuscado jamás a los
malignos demolerán este corazón, si he sido infiel a ustedes. Mi posición -si
hubiera predicado solo una vez
Baste esto a manera de
un llamado para que den testimonio. Ahora voy a hacerles una solicitud. Tengo
que pedirles un favor a todos los presentes. Si en algo han sido beneficiados,
si en algo han recibido alguna vez un consuelo, si han encontrado a Cristo de
alguna manera por la predicación del Evangelio aquí, yo les ruego que aunque no
oigan mis palabras de nuevo, de nuevo les ruego que me lleven en oración en su
corazón ante el trono de Dios. Vivimos por las oraciones de nuestro pueblo. Los
ministros de Dios deben más a las oraciones de su pueblo de lo que jamás
sabrán. Yo amo a mi gente porque siempre está orando por mí. Nunca se oró más
por un ministro como se ha orado por mí. Pero aquellos que se verán compelidos
a separarse de nosotros en razón de la distancia, y causas semejantes, llévenme
todavía en sus pensamientos delante de Dios, y que mi nombre se grabe en sus
pechos con la misma frecuencia con que se presenten delante del propiciatorio. Es
poco lo que les pido. Es simplemente que digan: “Señor, ayuda a Tu siervo a
ganar almas para Cristo”. Pidan que el ministro sea hecho más útil de lo que ha
sido hasta ahora; que si en algo está equivocado, sea llevado a la verdad. Si
no los ha consolado, pidan que lo haga en el futuro; pero si ha sido honesto
con ustedes, entonces oren pidiendo que el Maestro lo guarde en santidad. Y a
la vez que les pido que presenten esta petición por mí, debe ser también por
todos aquellos que predican la verdad en Jesús. Hermanos, oren por nosotros.
Quisiéramos trabajar por ustedes como aquellos que deben rendir cuentas. Ah, no
es algo insignificante ser un ministro, si somos fieles a nuestro llamamiento.
Tal como dijo Baxter una vez cuando alguien le comentó que el ministerio era un
trabajo fácil: “Amigo, si lo piensas así, yo quisiera que tomaras mi lugar, y
que hicieras la prueba”. Si agonizar con Dios en oración, si luchar por las
almas de los hombres, si ser objeto de abuso y quedarse sin responder, si
sufrir todo tipo de reproches y calumnias, si este es el reposo, tómalo, amigo,
pues a mí me alegrará deshacerme de esto. Yo les pido que oren por todos los
ministros de Cristo, para que sean ayudados y sustentados, mantenidos y
apoyados, para que como sus días sean sus fuerzas.
Y, luego, habiendo hecho
esta petición por mí, y, por tanto, habiendo hecho una petición egoísta, tengo
que hacer una súplica por otros. Mis queridos oyentes, no puedo cerrar mis ojos
al hecho de que hay todavía muchos entre ustedes que han oído aquí
Que el Espíritu de Dios
imparta ahora Su propia bendición permanente, la vida eterna, por Jesús nuestro
Señor. Amén.
Traductor: Allan Román
31/Agosto/2012
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