El Púlpito del Tabernáculo
Metropolitano
Escarnecido por los Soldados
NO. 2824
SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 3 DE JUNIO DE 1883
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,
Y LEÍDO EL DOMINGO 29 DE MARZO DE 1903.
“Y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y
una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le
escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!” Mateo 27: 29.
Se trata de un vergonzoso espectáculo en
el que la crueldad usa su más afilado instrumento para cortar, no la carne,
sino el propio espíritu, pues el escarnio, el menosprecio, el insulto y el
ridículo son tan dolorosos para la mente y el corazón, como el azote lo es para
el cuerpo, y cortan como el bisturí más agudo. Estos soldados romanos
constituían un brutal agrupamiento de hombres fieros, valientes, terribles en
la lucha, toscos, ignorantes, incivilizados y apenas mejor que los bárbaros; y
cuando tuvieron a este Rey único en su poder, aprovecharon al máximo su
oportunidad para atormentarle. ¡Oh, cómo se reían al considerar que se llamaba
a Sí mismo Rey, esa pobre criatura enjuta que parecía que se desmayaría y
fallecería en sus manos, cuyo bendito semblante estaba desfigurado más que el
de los hijos de los hombres! Les debe de haber parecido una triste burla que Él
fuera un rival para el César imperial, así que dijeron: “Si es un rey, vistámoslo
de púrpura real”, y entonces arrojaron sobre Sus hombros la túnica de un
soldado. “Como es un rey, tejámosle una corona”; y la hicieron de espinas.
Luego hincaban la rodilla en un homenaje de escarnio para el hombre al que Su
propio pueblo despreciaba, al que incluso la turba rechazaba, y al que los
hombres principales de la nación aborrecían. Les parecía que era una criatura
tan pobre, miserable y abatida, que todo lo que podían hacer era mofarse de Él,
y convertirlo en el blanco de su más cruel ridículo.
Estos soldados romanos albergaban, como hombres,
un espíritu que con aflicción percibo algunas veces en los muchachos de
nuestros días. Ese mismo espíritu cruel que es capaz de torturar a un pájaro o
a un escarabajo, o cazar a un perro o a un gato simplemente porque se ven indefensos,
y porque está en su poder hacerlo: ese era el tipo de espíritu que estaba
presente en estos soldados. No habían sido enseñados nunca a evitar la
crueldad; es más, la crueldad era el elemento en el que vivían. Estaba
impregnada en su propio ser; era su entretenimiento. En su más esperado día
festivo iban y se sentaban en las filas de asientos del Coliseo, o de algún
anfiteatro de provincia, para ver a los leones contendiendo con los hombres o a
las bestias salvajes despedazándose entre sí. Eran entrenados para la crueldad
y se habituaban a ella; daban la impresión de haber sido amamantados con sangre
y nutridos con alimentos que los volvían capaces de la mayor crueldad; y, por
tanto, cuando Cristo estuvo en sus manos, se encontró en una situación en
verdad aflictiva.
Reunieron a toda la compañía y le echaron
encima un manto escarlata, y pusieron sobre Su cabeza una corona de espinas, y
una caña en Su mano derecha; e hincaban la rodilla delante de Él, y le
escarnecían, diciendo: “¡Salve, Rey de los judíos!” Luego le escupían, y
tomaban la caña de Su mano, y le golpeaban con ella en la cabeza.
Ahora dejamos a esos soldados romanos, y
a los judíos que participaron en perseguirle, pues quien se los entregó cometió
un mayor pecado. Ni Pilato ni sus legionarios eran los principales criminales
en aquel momento, como bien lo sabemos. De este incidente en la vida de nuestro
Señor, creo que podemos aprender, primero, lecciones
para el corazón; y, en segundo lugar, lecciones
para la conciencia.
I. Primero, tenemos aquí UN CONJUNTO DE
LECCIONES PARA NUESTRO CORAZÓN.
Amados, comenzamos con esta lección: cuando
veo al grandioso Sustituto de los pecadores sometido a tal vergüenza, escarnio
y ridículo, mi corazón se dice: “Mira lo
que merece el pecado”. No hay nada en el mundo que merezca más justamente
ser despreciado, aborrecido y condenado, que el pecado. Si lo consideramos
correctamente, veremos que es la cosa más abominable y más vergonzosa en todo
el universo. De todas las cosas que hayan existido jamás, el pecado es lo que
más merece ser abominado y menospreciado. Recuerden que no fue algo creado por
Dios. Es una monstruosidad, un espectro de la noche que arrancó a un ejército
de ángeles de sus tronos en el cielo, echó fuera del paraíso a nuestros
primeros padres, y trajo sobre nosotros innumerables amarguras.
Consideren, por un minuto, lo que es el
pecado, y verán que merece ser ridiculizado por su necedad. ¿Qué es el pecado?
Es una rebelión en contra del Omnipotente, una revuelta contra el Todopoderoso.
¡Es una completa necedad! ¿Quién podría arrojarse contra las púas del escudo de
Jehová sin que fuera despedazado? ¿Quién se abalanzaría contra la punta de Su
lanza esperando vencerle? Se debe escarnecer una necedad tan grande como esa.
Bajo ese aspecto, el pecado es el ápice de la necedad, el clímax del absurdo,
pues, ¿qué poder podría enfrentarse jamás contra Dios y salir airoso?
Pero, además, el pecado merece ser
escarnecido porque es un perverso ataque contra un Ser lleno de bondad,
justicia y verdad. Adviertan ese mal que arremete contra el Altísimo, y
hiérrenlo con un hierro candente para que su marca permanezca allí para
siempre. Expónganlo en el cepo público, y que todas las manos y los corazones
veraces arrojen escarnio sobre él, por haber desobedecido la perfecta ley de
Dios, por haber airado al generoso Creador y Preservador de los hombres, por haber
despreciado al amor eterno y haber causado un daño infinito a los mejores
intereses de la raza humana. Es algo ridículo, porque es infructífero, y ha de
terminar siendo derrotado. Es vergonzoso, por su perverso, malicioso e
infundado ataque contra Dios.
Si miras un poco hacia el pasado, y
consideras lo que el pecado intentó hacer, verás la razón por la que tiene que
ser afrentado por su audacia. “Seréis como Dios”, dijo aquel que era el vocero
del pecado; pero, ¿somos nosotros, por naturaleza, como dioses? ¿Acaso no somos
más como demonios? Y aquel que expresó esa mentira, Satanás, ¿acaso tuvo el
éxito que esperaba cuando se atrevió a rebelarse contra su Creador? ¡Mira cómo
se disipó su gloria anterior! ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana,
y cómo se apagó tu esplendor para convertirse en noche sempiterna! Sin embargo,
el pecado, comunicándose a través de los labios de Satanás, habló de ser un rey
y de hacernos reyes a todos nosotros; pero nos ha degradado hasta el muladar y
hasta la más completa mendicidad; ay, peor que eso, nos ha degradado hasta la
muerte y el infierno. ¡El pecado merece ser escupido! Si ha de ser coronado,
que sea coronado de espinas. No hinques la rodilla delante de él, sino cúbrelo
con todo el escarnio que puedas. Todo corazón veraz y honesto del cielo, que
esté entre los ángeles y los espíritus glorificados, y de la tierra, que esté entre
los hombres y las mujeres santificados, debe mirar al pecado como algo digno de
un indecible desprecio. ¡Que Dios haga tan despreciable al pecado delante de
nuestros ojos, como Cristo parecía despreciable a los soldados romanos! ¡Hemos
de burlarnos de sus tentaciones; hemos de escarnecer sus prometidas
recompensas; y nunca hemos de inclinar nuestros corazones ante él en ningún
grado, puesto que Dios nos ha liberado de su maldita esclavitud!
Esa es la primera lección que nuestros
corazones deben aprender de la burla de la que fue objeto nuestro Señor de
parte de los soldados: debemos ver qué cosa tan despreciable es el pecado.
Aprendan, a continuación, mis amados
hermanos y hermanas, cuán profundamente
se humilló nuestro glorioso Sustituto por causa nuestra. En Él no hubo
pecado ni por naturaleza ni por acto. Él era puro, enteramente sin mancha
delante del propio Dios; sin embargo, como nuestro Representante, cargó con
nuestros pecados. “Por nosotros lo hizo pecado”, declara la Escritura de manera
sumamente enfática; y en vista de que Él fue considerado como el pecador, aunque
no hubo pecado en Él, naturalmente resultó que se convirtiera en objeto de
desprecio. ¡Pero qué portento que tuviera que ser así! ¡Él, que creó todas las
cosas por la palabra de Su poder, y todas las cosas en Él subsisten, Él, que no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (algo que no puede ser
comprendido), se sienta en una vieja silla para ser convertido en un rey de
remedo, y para ser objeto de burla y de esputos! Todos los otros milagros
puestos juntos no equivalen a este milagro; este se alza por encima de todos
los demás, y sobrepasa a todos los milagros: que el propio Dios, habiendo
esposado nuestra causa, y asumido nuestra naturaleza, se dignara humillarse a
tal profundidad de escarnio como este. Aunque miríadas de santos ángeles le
adoraban, aunque de buen grado habrían abandonado su excelso estado en el cielo,
para herir a Sus enemigos y liberarlo, Él se sometió voluntariamente a toda la
ignominia que he descrito, y a muchas cosas más que son completamente
indescriptibles; pues ¡quién sabe qué cosas fueron dichas y hechas en esa insolente
sala de guardias, cosas que las plumas santas no pudieron registrar, o qué
burlas sucias y qué comentarios obscenos fueron expresados, que eran más
terribles para Cristo que la inmunda saliva que se resbalaba por Sus benditas
mejillas en aquel momento de vergonzosa burla! ¡Ah, hermanos y hermanas míos, no pueden imaginar cuán
profundamente se humilló su Señor por ustedes!
Cuando oigo que alguien dice que ha sido
tan calumniado por Su causa que no puede soportarlo, desearía que supiera lo
que Él aguantó por causa suya. Si estuviéramos en el cepo y la humanidad entera
nos abucheara por millones y millones de años, sería como nada comparado con la
asombrosa condescendencia de quien es Dios sobre todo, bendito por siempre,
humillándose como lo hizo por causa nuestra.
Esa es la segunda lección que deben
aprender nuestros corazones.
Luego permítanme decirles muy
tiernamente, deseando que alguna otra voz pudiera hablar al respecto más
efectivamente, que vean cómo les amó su
Redentor. Ustedes saben que, cuando Cristo estuvo junto al sepulcro de
Lázaro y lloró, los judíos comentaron: “Mirad cómo le amaba.” ¡Ah, pero mírenle
allá en medio de esos soldados romanos: despreciado, rechazado, insultado,
ridiculizado!; y, luego, permítanme decirles: “¡Mirad cómo nos amó, a ustedes y
a mí y a todo Su pueblo!” En tal caso, podría citar las palabras de Juan, “Mirad
cuál amor”. Pero este amor de Jesús está más allá de toda manera y medida de
las que tengamos alguna noción. Si yo tomara todo el amor de ustedes por Él, y
lo acumulara como un vasto monte; si yo reuniera a todos los miembros de la
única Iglesia de Cristo en la tierra, y les pidiera que vaciaran sus corazones,
y luego sacara del cielo a las miríadas de redimidos y de espíritus
perfeccionados delante del trono, y sumara todo el amor de sus corazones; y si
pudiera recolectar todo el amor que han sentido y que sentirán jamás a lo largo
de toda la eternidad todos los santos; todo eso sería sólo como una gota en una
cubeta comparado con el ilimitado e insondable amor de Cristo hacia nosotros,
que lo condujo a humillarse tan bajo como para ser objeto de escarnio y de mofa
de esos hombres malvados, por causa nuestra. Entonces, amados hermanos, de esta
triste escena hemos de aprender cuán grandemente nos amó Jesús, y cada uno de
nosotros, a su vez, ha de amarle con todo el corazón.
No puedo dejar este conjunto de lecciones
para su corazón, sin darles una lección más; esta es, vean los grandiosos hechos detrás del escarnio. Yo creo, en verdad,
-no puedo evitar creerlo- que nuestro bendito Maestro, cuando estaba en las manos
de esos crueles soldados que le coronaron con espinas, y se inclinaban ante Él
en una reverencia burlona, y le insultaban de todas las maneras posibles, todo
el tiempo miraba detrás de la cortina de las circunstancias visibles, y veía
que la cruel pantomima, -es más, la cruel tragedia- sólo ocultaba parcialmente
la realidad divina, pues Él era un Rey incluso entonces, y tenía un trono, y
esa corona de espinas era el emblema de la diadema de la soberanía universal
que, a su debido tiempo, adornará Su bendita frente; esa caña era para Él un
tipo del cetro que sostendrá como Rey de reyes y Señor de señores; y cuando
dijeron: “Salve, Rey de los judíos”, Él oyó, detrás de ese grito de burla, la
nota triunfante de Su gloria futura, “¡Aleluya, aleluya, aleluya, porque el
Señor nuestro Dios Todopoderoso reina, y reinará el Señor para siempre!”, pues
cuando hincaban burlonamente la rodilla delante de Él, vio a todas las naciones
doblando realmente la rodilla delante de Él, y a Sus enemigos lamiendo el polvo
a Sus pies. Nuestro Salvador sabía que esos cínicos soldados, inconscientemente
para ellos, ponían delante de Él cuadros de la gran recompensa de la aflicción
de Su alma. No debemos descorazonarnos si tenemos que soportar cualquier cosa
del mismo tipo como la que sufrió nuestro Señor. Él no se desanimó, sino que
permaneció firme a través de todo ello. La mofa es el homenaje involuntario que
la falsedad rinde a la verdad. El escarnio es la alabanza inconsciente que el
pecado brinda a la santidad. ¿Qué tributo más honroso podrían rendir a Cristo
esos soldados que escupirle? Si Cristo hubiese recibido honra de parte de tales
hombres, no habría habido honor en ello para Él. Ustedes saben cómo inclusive
un moralista pagano, cuando le dijeron: “Fulano de Tal habló ayer bien de ti en
la plaza”, preguntó: “¿qué he hecho mal para que ese infeliz hablara bien de
mí?” Él consideraba, correctamente, que era una desgracia ser alabado por un
malvado; y debido a que nuestro Señor no había hecho nada indebido, todo lo que
esos hombres podían hacer era hablar mal de Él, y ultrajarle, pues su
naturaleza y carácter eran precisamente lo opuesto de los Suyos. Representando,
como estos soldados lo hacían, a los no regenerados, al mundo que odia a Dios,
yo digo que su escarnio era la más veraz reverencia que pudieran ofrecer a
Cristo, mientras continuaran siendo lo que eran; y así, detrás de la
persecución, detrás de la herejía, detrás del odio de los impíos hacia la cruz
de Cristo, veo avanzar a Su reino sempiterno, y yo creo que “el monte de la
casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los
collados”, y que “correrán a él todas las naciones”, tal como lo profetizó
Isaías; que Jesús se sentará sobre el trono de David, y que del
engrandecimiento de Su reino no habrá un término, pues los reyes de la tierra
le traerán su gloria y honra y “él reinará por los siglos de los siglos.
¡Aleluya!” ¡Gloria sea dada a Su santo nombre!
¿Han aprendido nuestros corazones verdaderamente
estas cuatro grandes lecciones: lo vergonzoso del pecado; la condescendencia de
nuestro Señor; el inmensurable amor que lo hizo tan condescendiente, y la
gloria inefable que se esconde detrás de las cortinas de toda esta vergüenza y
esta aflicción? Si no, supliquemos al Espíritu Santo que nos las enseñe.
II. Ahora quiero darles, partiendo de este
mismo incidente, UN CONJUNTO DE LECCIONES PARA SU CONCIENCIA.
Y, primero, es una reflexión muy dolorosa
(dejen que su conciencia sienta su dolor) que Jesucristo sea escarnecido todavía. Él se ha ido a los cielos, y se
sienta allí en gloria; sin embargo, espiritualmente, como para acarrear una
gran culpa sobre aquél que lo haga, el glorioso Cristo de Dios puede todavía
ser escarnecido, y es escarnecido por quienes se mofan de Su pueblo.
Ahora, hombres del mundo, si ven faltas y
fracasos en nosotros, no deseamos que nos encubran. Puesto que somos siervos de
Dios, no pedimos exención de unas honestas críticas, ni deseamos que nuestros
pecados sean tratados con mayor suavidad que los de otros hombres; pero, al
mismo tiempo, les pedimos que se cuiden de no calumniar, y escandalizar y
perseguir a quienes son verdaderos seguidores de Cristo; pues, si lo hicieran,
se estarían mofando de Él, y le estarían persiguiendo.
Yo creo que, aunque fueran los más pobres
de Su pueblo, los menos dotados y los más defectuosos, sin embargo, si se
hablara mal de ellos por causa de Cristo, nuestro Señor lo toma todo como si
fuera hecho contra Él mismo. Ustedes recuerdan que Saulo de Tarso, cuando
estaba caído en tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?” “Bien, pero”, pudo haber dicho, “yo nunca te he perseguido a Ti,
Señor.” No, pero arrastraba a hombres y mujeres cristianos y los entregaba en
la cárcel, y los azotaba, y los forzaba a blasfemar; y debido a que le había
hecho esto al pueblo de Cristo, Cristo le pudo decir efectivamente: “En cuanto
lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”
Perseguidores, si ustedes quieren divertirse, pueden encontrar una diversión
más barata que la de difamar a los siervos de Cristo. Recuerden que el Señor ha
dicho en relación a ellos: “El que os toca, toca a la niña de su ojo.” Si
ustedes tocaran la niña del ojo de un hombre, estarían provocándole a que se
defendiera; entonces, no provoquen la justa ira de Cristo, burlándose de
alguien de Su pueblo. No diré más sobre este punto; si este mensaje se refiere
a cualquier persona presente, ha de oír la advertencia.
Además, Cristo puede ser escarnecido
cuando se menosprecia Su doctrina. Me parece algo espantoso que los hombres
hagan del cristianismo el blanco de su escarnio; sin embargo, en este tiempo,
casi no hay ninguna porción de la verdad de Dios que no sea ridiculizada y
caricaturizada. Es despojada de sus propias ropas y vestida con un viejo manto
escarlata de alguien más, y luego es colocada en un silla, mientras los hombres
pretenden rendirle un gran homenaje, y le ofrecen una salutación, diciendo que
sienten una gran reverencia por la enseñanza de Cristo; pero, en breve, escupen
su rostro, y la tratan con un desdeño supremo. Hay algunos que niegan la Deidad
de Cristo, otros que odian la doctrina central de Su sacrifico expiatorio, en
tanto que muchos hablan mal de la justificación por fe, que es el propio
corazón del Evangelio. ¿Hay alguna doctrina (yo no conozco ninguna), que haya
escapado de la mofa y del escarnio de los impíos? En el día presente, si un
hombre quiere hacerse de un nombre, no escribe sobre algo que entiende, y que
es para el bienestar público, sino que, de inmediato, comienza a arremeter
contra alguna doctrina de la Escritura, de la que desconoce el significado; la
tergiversa, y expresa una noción de su propia creación en oposición a esa
doctrina, pues es un hombre del “pensamiento moderno”, es una persona de mucha
importancia. Es un trabajo fácil burlarse de la Biblia, y negar la verdad. Creo
que yo mismo podría pasar como un hombre ilustrado, de esa manera, si alguna
vez el diablo me controlara lo suficiente para hacerme sentir alguna ambición
de ese tipo. De hecho, escasamente hay algún necio en el cristianismo que no se
pudiera hacer un nombre entre los pensadores modernos, con sólo que blasfeme
con la suficiente sonoridad, pues ese parece ser el camino a la fama en
nuestros días, en medio de la gran masa de la humanidad. Quienes insultan así a
la verdad de Dios, como aquellos soldados, con sus esputos, insultaron al
Cristo de Dios, reciben el título de “pensadores”.
Voy a decirles la verdad a algunos de
ustedes, que asisten aquí regularmente, cuando digo que Cristo puede ser
todavía escarnecido por resoluciones que nunca conducen a la obediencia.
Permítanme hablar delicadamente acerca de esta verdad solemne. Dame tu mano, amigo
mío; permíteme mirarte a los ojos; desearía vehementemente mirar en tu alma si
pudiera, mientras comparto este asunto muy personalmente contigo. Varias veces,
antes de abandonar esta casa, tú has dicho: “me arrepentiré de mi pecado;
buscaré al Señor; voy a creer en Jesús.” Dijiste esas palabras con toda
sinceridad cuando las expresaste; entonces, ¿por qué no has cumplido tus
promesas? No me importa qué excusa ofrezcas, porque cualquier razón que des
será sumamente irrazonable, pues equivaldría a esto: que había algo mejor que
hacer que lo que Cristo te pide, algo mejor para ti que ser salvado por Él,
algo mejor que el perdón de tus pecados, algo mejor que la regeneración, algo
mejor que el amor eterno de Cristo. Habrías escogido a Cristo, pero Barrabás se
interpuso en tu camino, así que dijiste: “No a éste, sino Barrabás”. Habrías
pensado seriamente acerca de la salvación de tu alma, pero habías prometido
asistir a cierto lugar de diversión, así que pospusiste buscar al Salvador cuando
tuvieras oportunidad.
Posiblemente te dijeras: “mi negocio es
de tal naturaleza que tendré que renunciar a él si me hago cristiano, y no
puedo permitirme eso.” Oí acerca de alguien que escuchó un sermón que le
impresionó (y no oía sermones con frecuencia), y deseaba ser cristiano, pero
había hecho diversas apuestas por grandes sumas, y sentía que no podía pensar
en otras cosas hasta no terminar con ese asunto.
Hay muchas cosas de ese tipo que alejan a
los hombres de Cristo. No me importa qué sea lo que prefieras al Salvador; tú
le has insultado si prefieres cualquier otra cosa a Él. Si fuera el mundo
entero y todo lo que contiene que hubieras elegido, estas cosas son sólo
nimiedades cuando se comparan con la soberanía de Cristo, con Sus derechos a la
corona en cada corazón, y con las inmensurables riquezas que está preparado a
otorgar a toda alma que venga y confíe en Él. ¿Prefieres a una ramera que a
Cristo? Entonces, no me digas que no le escupes en Su rostro; haces algo que es
inclusive peor que eso. ¿Prefieres ganancias obtenidas indebidamente que
aceptar a Jesús como tu Salvador? No me digas, caballero, que nunca has hincado
la rodilla en escarnio delante de Él; pues has hecho algo peor que eso. ¿O fue
un pequeño placer mezquino, -una carcajada frívola y la insensatez de una hora-
lo que preferiste a tu Señor? ¡Oh, qué ha de sentir cuando ve que estas cosas
despreciables son preferidas a Él, sabiendo que la condenación eterna está
detrás de tu insensata elección! ¡Sin embargo, los hombres eligen la necedad de
un momento y el infierno, en lugar de preferir a Cristo y el cielo! ¿Fue arrojado jamás un insulto así a
Cristo por los soldados romanos? ¡Vaya, legionarios, ustedes no son los peores hombres!
Hay algunos que, compungidos de corazón, hacen una promesa de arrepentimiento,
y luego, por causa del mundo, y por causa de su carne y por causa del demonio,
rompen esa promesa; ¡los soldados no pecaron contra Cristo tan vilmente como
eso!
Escuchen además esto. Tengo que tocarles
nuevamente el corazón a algunos. ¿No fue algo vergonzoso que llamaran a Cristo:
Rey, sin querer decirlo; y, visiblemente, darle una corona, un cetro, un manto
real, y hundir la rodilla y darle la salutación de los labios, pero sin querer
significarlo realmente? Me destroza el corazón al pensar en lo que voy a decir,
pero he de decirlo. Hay algunos profesantes, -miembros de iglesias cristianas,
y miembros de esta iglesia- que llaman a Cristo: Maestro y Señor, pero no hacen
las cosas que Él dice. Profesan creer la verdad, pero es como si no fuera la
verdad para ellos, pues nunca ceden a su poder, y actúan como si lo que llaman
verdad fuera ficción e invención humana. Hay todavía algunos, como aquellos de
quienes escribió el apóstol, de los que puedo decir lo mismo que él dijo: “de
los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos
de la cruz de Cristo”, aunque estén en la iglesia nominal. Su Dios es su
vientre, se glorían en su vergüenza, y les preocupan las cosas terrenales; sin
embargo, hincan la rodilla delante de Cristo, y cantan: “corónenle, corónenle”;
y comen el pan y beben el vino que manifiestan el cuerpo quebrantado y la
sangre derramada, pero no tienen parte ni porción en Él. Siempre ha sido así en
la iglesia nominal, y así será, supongo, hasta que Cristo venga para separar la
paja del trigo.
Pero, ¡oh, cuán terrible es eso! Insultar
a Cristo en el cuarto de guardias, fue lo suficientemente malo; pero insultarle
en la mesa de la comunión, es bastante peor. Que un soldado romano le escupiera
el rostro, fue lo suficientemente malo; pero venir y mezclarse con Su pueblo, y
llamarte Su siervo, y luego ir deliberadamente a beber con el borracho, o ser
incasto en tu vida, o deshonesto en tu negocio, o falso en tu conversación, o
inmundo en tu corazón, es mucho más abominable. No conozco una palabra más
suave que pueda expresar la verdad. Llamar a Cristo: Señor, y sin embargo,
nunca cumplir lo que ordena, esto es mofa y escarnio del peor tipo posible,
pues le hiere en el propio corazón.
Leía hoy, una parte de un sermón galés,
que me impactó mucho. El predicador decía: “todos los que están en esta congregación
deben confesar a su ‘señor’ real. Primero voy a solicitarles a los siervos del
demonio que le brinden un reconocimiento. El diablo es un admirable señor y
alguien glorioso a quien servir, y su servicio es puro gozo y deleite; todos
los que le sirven, digan ahora: ‘¡Amén, gloria al demonio!’ Díganlo.” Pero
nadie habló. “Vamos”, -dijo el predicador- “no se avergüencen de reconocer a aquél
a quien han servido cada uno de los días de su vida; declaren su adhesión, y
digan: ‘¡gloria a mi señor, el diablo!’, o, de lo contrario, callen para
siempre.” Pero nadie habló tampoco esta vez, así que el ministro dijo:
“entonces, yo espero que hablen cuando les pida que glorifiquen a Cristo.” Y,
en efecto, hablaron, hasta que la capilla retumbó cuando clamaron: “¡gloria a
Cristo!”Eso fue bueno; pero si yo los probara de la misma manera, tengo la
tolerable certeza que nadie reconocería a su señor si su ‘señor’ fuera el
diablo, y me temo que algunos de los siervos del demonio se unirían a nosotros
en sus aleluyas a Cristo. Eso es lo malo; el propio demonio puede usar la
autonegación, y puede enseñar a sus siervos a negar a su señor, y de esa
precisa manera darle el mayor honor.
¡Oh queridos amigos, sean fieles a
Cristo; y, en cualquier cosa que hagan, nunca se mofen de Él! Hay muchas otras
cosas que pueden hacer que podrían ser mucho más provechosas para ustedes que
mofarse de Cristo. Si Dios es Dios, sírvanle; si Cristo es su Señor y Dios,
hónrenle; pero si no tienen la intención de honrarle, no le llamen Señor, pues,
si lo hicieran, todas sus faltas y pecados serán puestos a su puerta, y Él será
deshonrado por medio de ustedes.
Ahora me parece que oigo que alguien
dice: “me temo, señor, que me he burlado de Cristo; ¿qué debo hacer?” Bien, mi
respuesta es: no te desesperes, porque eso sería burlarse de Él de otra manera,
al dudar de Su poder para salvarte. “Estoy inclinado a abandonarlo todo.” No
actúes así, pues eso sería insultar a tu Hacedor por causa de otro pecado; es
decir, una abierta rebelión en contra de Él. “¿Qué haré, entonces?” Bien, acude
a Él y cuéntale tu dolor y tu aflicción. Él les dijo a Sus discípulos que
predicaran el Evangelio en Jerusalén primero, porque allí era donde esos
soldados vivían, los propios hombres que se habían burlado de Él; y Él oró por
Sus asesinos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” De manera
semejante, Él te presenta primero Su misericordia a ti. Ven a Él, entonces; y,
si estás consciente de que te has burlado de Él en cualquiera de estas maneras
que he mencionado, debes decirte: “entonces, si Él me perdona, a partir de
ahora viviré alabándole con mucha mayor razón. Yo no puedo limpiar mi pecado,
pero Él puede hacerlo; y, si Él lo hace, le amaré mucho porque se me habrá dado
mucho; y gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo para glorificar Su
santo nombre.”
Mi tiempo casi se ha agotado, así que
éste será mi último comentario. Independientemente de que nos hayamos burlado
de Cristo o no, vengan, amados hermanos y hermanas, y glorifiquémosle ahora. En esta precisa hora, coronémosle con el
amor y la confianza de nuestros corazones. Saquen esa corona real: la corona de
su amor, de su confianza, de su completa consagración a Él, y pónganla sobre Su
cabeza ahora, diciéndole: “Mi Señor, mi Dios, mi Rey.” Ahora pongan el cetro en
Sus manos rindiendo absoluta obediencia a Su voluntad. ¿Hay algo que Él les
pide que hagan? Háganlo. ¿Hay algo que Él les pide que den? Denlo. ¿Hay algo de
lo que Él les pide que se abstengan? Absténganse de ello. No pongan un cetro de
caña en Sus manos, sino denle el entero control sobre todo su ser. Él ha de ser
su verdadero Señor, y ha de reinar en su espíritu, alma y cuerpo. ¿Qué sigue?
Inclínense delante de Él, y adórenle en la quietud de lo más íntimo de su
corazón. No necesitan inclinar sus cuerpos, sino son sus espíritus lo que han
de caer postrados delante de Aquel que está sentado en el trono, y clamen: “Al
que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y
sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los
siglos. Amén.”
Y una vez que le hayan adorado, entonces
proclámenle Rey. Como dijeron aquellos soldados en son de burla: “¡Salve, Rey
de los judíos!”, así ahora ustedes han de proclamarle Rey de los judíos y de
los gentiles, también. Regresen a casa, y cuéntenles a sus amigos que Jesús es
Rey. Proclamen entre las naciones que “el Señor reina”, tal como lo expresa la
Versión antigua: “reina desde el madero”. Él ha hecho que la cruz sea Su trono,
y allí reina en majestad y en misericordia. Cuéntenselo a sus hijos,
cuéntenselo a sus sirvientes, cuéntenselo a sus vecinos, cuéntenlo en cualquier
lugar en el que puedan ser escuchados: que el Señor Jesús reina como Rey de
reyes y Señor de señores. Díganles: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y
perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira.”
Y luego, cuando le hayas proclamado,
hónrale tú mismo. Así como los rudos soldados le escupieron, tú has de rendirle
tu homenaje y afecto, diciéndole: “Señor Jesús, Tú eres mío por los siglos de
los siglos.” Di, acompañando a la esposa: “Yo soy de mi amado, y mi amado es
mío”. Les sugiero que cada individuo aquí presente, que ama mucho a mi Señor,
piense en algo nuevo que pueda hacer por Cristo durante esta semana: alguna
dádiva especial que pudieran otorgarle, alguna acción especial que pudieran
hacer, que sea completamente nueva, y que sea sólo para Jesús, y enteramente
para Jesús, como un acto de homenaje para Su nombre. Con frecuencia siento el
deseo de que el pueblo de Dios sea más creativo, como aquella mujer que quería
honrarle grandemente, así que trajo su frasco de alabastro, y lo quebró, y
derramó el precioso ungüento en Su cabeza. Piensen en algo especial que puedan
hacer por Cristo, o darle a Él.
Un querido amigo, que ahora está en el
cielo y que solía adorar en este lugar, tenía un hijo que había sido un gran libertino
incorregible y que seguía llevando, de hecho, una vida viciosa. El hijo había
estado alejado de su padre por mucho tiempo, y su padre no sabía qué hacer para
hacerle regresar a casa, ya que el hijo le había tratado muy mal, había
estropeado su consuelo y había arruinado su hogar. Pero, cuando yo estaba
predicando una noche, le vino a la cabeza este pensamiento: “voy a investigar,
mañana por la mañana, dónde está mi hijo, e iré donde se encuentra.” El padre
sabía que el hijo estaba muy enojado con él, y que sentía mucha amargura en su
contra, así que pensó en cierta fruta que le gustaba mucho a su hijo, y le
envió a la mañana siguiente una canasta llena de esas frutas; cuando el hijo la
recibió, se dijo: “quiere decir que mi padre siente todavía algún afecto por
mí.” Al día siguiente del envío, el padre visitó a su hijo, y al otro día
también llegó a verle, y ese fue el medio de llevarle al Salvador. El hijo se
había consumido en los vicios, y murió pronto, pero su padre me contó que fue
un gran gozo para su corazón pensar que podía tener una buena esperanza en
relación a su hijo. Si el hijo hubiera muerto lejos del hogar si el padre no le
hubiera buscado, no se lo habría perdonado nunca. Ahora, él hizo eso por
Cristo. ¿No podrían algunos de ustedes hacer algo similar por la misma razón? ¿Hay
algún esqueleto en su casa? ¿Hay algo torcido que pudieran enderezar; o tienen
algo que pudieran darle a Su Señor y Maestro? Piensen, cada uno de ustedes por
sí mismo, qué es lo que puede hacer; y, en la medida en que Cristo fue tan
vergonzosamente despreciado y rechazado, busquen honrarle y glorificarle de la
mejor manera que puedan, y Él aceptará su homenaje y su ofrenda por causa de Su
amor. ¡Que el Señor les ayude a hacer eso! Amén.
Traductor: Allan Román
2/Octubre/2012
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