El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Profundidades y Alturas
NO.
2635
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEN
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 13 DE AGOSTO,
1899.
“En estos
postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo,
y por quien asimismo hizo el universo; el cual siendo
el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta
todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación
de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de
Esta noche no haré otra
cosa que predicar a Jesucristo. Este fue el tema preferido de los primeros
ministros cristianos: “Todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban
de enseñar y predicar a Jesucristo”. Cuando Felipe descendió a la ciudad de
Samaria, “les predicaba a Cristo”. Cuando se sentó con el eunuco etíope en su
carro, “le anunció el evangelio de Jesús”. Tan pronto como Pablo fue
convertido, “En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste
era el Hijo de Dios”. Por esta vez consideramos que la venerabilidad de nuestro
tema es digna de ser destacada. No nos avergonzaremos de predicar lo que
predicaron los apóstoles y lo que los mártires y los confesores predicaron. Esperamos
proclamar este glorioso Evangelio del Dios bendito en tanto que vivamos y,
cuando esta generación de predicadores haya partido -a menos que el Señor
venga- esperamos que siempre se encuentre disponible una sucesión de varones
que determine no predicar otra cosa “sino a Jesucristo, y a éste crucificado”.Pues,
después de todo, este es el tema de mayor necesidad para los seres humanos. Pudieran
apetecer otras cosas, pero nada puede satisfacer la profunda carencia real de
su naturaleza excepto Jesucristo y la salvación por medio de Su sangre preciosa.
Él es el Pan de vida que descendió del cielo; Él es el Agua de vida de la que
si un hombre bebe, ya no tendrá sed jamás. De aquí que nos convenga reflexionar
a menudo sobre este tema, pues es de suprema necesidad para los hijos de los
hombres. Este es el tema que Dios el Espíritu Santo se deleita en bendecir. Yo
estoy seguro de que, en igualdad de condiciones, Él honra la predicación en
proporción a la medida en que se concentre en Cristo. Yo podría predicar mucho
acerca de
Y, queridos amigos, yo
estoy seguro de que la predicación de Cristo es siempre grata a los oídos de Su
propio pueblo. “Tu nombre es como ungüento derramado; por eso las doncellas te
aman”. Y este tema es sumamente agradable para Dios el Padre, a quien le
complace saber que Su Hijo es exaltado y alabado. Él se deleita en Su Hijo y
quienes también se deleitan en Él, son amigos de Dios. Tanto Dios el Padre como
el Espíritu Santo quieren que Jesucristo sea ensalzado y cuando eso sucede, podemos
esperar que nuestro ministerio sea sellado, y podemos esperar almas como
nuestro salario.
Yo quisiera permitir que
Jesucristo hablara por sí mismo en este momento, por así decirlo. Yo no puedo
hablar por Él como Él puede hacerlo por Sí mismo. ¿Acaso sostendré mi vela para
alumbrar al sol como si él la necesitara para revelar su luz? No, ciertamente
no; y, por tanto, con estudiada claridad, voy a intentar poner el propio texto
ante ustedes y hablar acerca de él de tal manera que no sea lo que yo diga lo
que recuerden sino el propio tema. Mi tema ha de ser el Salvador –el único
Salvador- el Salvador que tiene que salvarlos o de otra manera tendrán que
perecer, “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos
ser salvos”. Yo estoy a punto de hablar sobre Él, y pienso que todos los que
están conscientes de la necesidad de ser salvados, sólo querrán oír acerca de
Él y saber cómo pueden llegar a Él, y cómo pueden convertirlo en su Salvador; y
con sólo que oigan respecto a eso, estarán sumamente contentos de escuchar.
Primero, entonces, voy a
hablar acerca de quién es el Salvador. Permítanme
leerles de nuevo el texto: “En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”
–el Hijo de Dios- “a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo
hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma
de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”.
Ese es Jesús. Luego, en segundo lugar, voy a hablar sobre lo que Jesús hizo: “Habiendo efectuado la purificación de nuestros
pecados por medio de sí mismo”. Luego, en tercer lugar, quiero decirles lo que disfruta. Después que hubo
cumplido con Su grandiosa obra de salvación, “se sentó a la diestra de
I. No
es posible que lengua alguna pudiera explicar plenamente QUIÉN ES JESÚS; con
todo, por la bendita enseñanza del Espíritu Santo, voy a decirles todo cuanto
sé acerca de Él.
Primero, Jesús es el propio Hijo de Dios. ¿Qué sé
yo acerca de esa prodigiosa verdad? Si intentara explicarla y hablarles acerca
de la filiación eterna, los conduciría donde pronto me encontraría fuera de mi
nivel de profundidad y muy probablemente ahogaría en una andanada de palabras
todo lo que pudiera decirles.
Permítanme hacer una
pausa aquí y decir lo siguiente a todos los que buscan la salvación: ¡Qué
consuelo debería suponer para ustedes el hecho de que quien vino para salvar a
los hombres, sea Divino! Por tanto nada puede ser imposible para Él. Es más, no
digo simplemente que Él es Divino; voy a ir más lejos y diré que Él es
¡Oh, queridos amigos,
regocíjense de veras con esta asombrosa verdad: quien fue un bebé en Belén era Dios
encarnado! Que Aquel que, estando cansado, se sentó junto al pozo de Sicar, era
Dios encarnado. Que Aquel que no tenía dónde recostar Su cabeza, era Dios
encarnado. Y es Él quien ha asumido la estupenda labor de la salvación de los
hombres; por tanto, los hombres pueden esperar y confiar en Él. No debe
sorprendernos que cuando los ángeles se enteraron de la venida de Cristo a la
tierra, cantaran: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena
voluntad para con los hombres!”, pues Dios se había encarnado para salvar a los
hijos de los hombres. Entonces, estas palabras de nuestro texto: “el Hijo”, son
voces pletóricas de aliento.
Ahora noten, a
continuación, que Jesús es el “heredero
de todo”. ¿A cuál de las naturalezas de Cristo se refiere el apóstol en
esta frase: “a quien constituyó heredero de todo”? Yo no pienso que Pablo
separara aquí las dos naturalezas, como para referirse de manera absoluta a una
o a la otra; habla de la persona de Cristo y esa persona tiene una naturaleza
divina y esa misma persona tiene, cierta y verdaderamente, una naturaleza
humana. Pero hemos de entender esta descripción que Jesucristo fue constituido
“Heredero de todo”, en relación a Su persona como hombre, y como Dios y hombre
conjuntamente pues, únicamente como Dios, Cristo es necesariamente “Heredero de
todo” sin necesidad de ninguna designación; es en Su compleja persona como Dios
y como hombre juntamente que el Padre lo ha constituido “Heredero de todo”.
Ahora, ¿qué significa
eso sino que Cristo posee todas las cosas así como un heredero posee su
herencia y que Cristo es Señor de todas las cosas así como un heredero se
convierte en señor y soberano en medio de sus hermanos? Este nombramiento
tendrá pleno efecto muy pronto pues, “todavía no vemos que todas las cosas le
sean sujetas”. Cristo es Señor de todos los ángeles; ni un solo serafín
extiende sus alas a no ser por la orden del “Heredero de todo”. No hay
espíritus refulgentes, desconocidos para nosotros, que estén fuera del control
del Dios-hombre, Cristo Jesús; y también los ángeles caídos están obligados a
inclinarse ante Su omnipotencia. En cuanto a todas las cosas de aquí abajo, a las
sustancias materiales, a los hombres regenerados o no regenerados, Dios le ha
otorgado a Él poder sobre toda carne para que dé vida eterna a todos cuantos el
Padre le ha dado. Él ha puesto todas las cosas debajo de Sus pies, “y el
principado sobre su hombro”. Él es Heredero, o Señor y Poseedor de todas las
cosas y permítanme decir que también lo es de todas las suertes de bendiciones
y de todas las formas de gracia, pues “agradó al Padre que en él habitase toda
plenitud”; y con la misma seguridad con la que el tiempo gira y con la que
observas los fugaces minutos en la carátula del dial, la hora viene cuando Cristo
será universalmente reconocido como Rey de reyes y Señor de señores. Ya me
parece oír las exclamaciones que ascienden desde todos los rincones del globo
habitable y del cielo y de todo el espacio: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro
Dios Todopoderoso reina!” Todo ha de someterse a Su dominio, voluntaria o involuntariamente,
pues Su Padre lo ha constituido “Heredero de todo”.
Opino que este es otro
prodigioso motivo de aliento para cualquiera que esté buscando la salvación. Pobre
pecador, Cristo tiene en Su mano todo lo necesario para salvarte. Algunas
veces, cuando un médico atiende a algún enfermo –supongan que sea a bordo de un
barco- pudiera tener que decirle: “creo que podría curar tu enfermedad si
pudiera contar con tal y tal medicina; pero, desafortunadamente, no tengo ese
remedio a mi alcance”. O el doctor pudiera tener que decirle al paciente: “yo
creo que con una operación se lograría tu curación, pero no tengo el
instrumental necesario para realizarla”. El grandioso Médico de las almas nunca
tendrá que hablar de esa manera, pues el Padre ha puesto todas las cosas en Su
mano. ¿Oh, no lo hemos contemplado como la gloria del Padre, lleno de gracia y
de verdad?
¡Tú, gran pecador; tú,
negro pecador, Cristo no carece de poder para salvarte; y si tú vienes y te
confías a Sus manos, Él nunca tendrá que buscar en torno Suyo para encontrar el
bálsamo para tus heridas, o los ungüentos o los linimentos para vendar esas
putrefactas lesiones tuyas! No, Él es “Heredero de todo”. Entonces otra vez
repito: “¡Aleluya!”, al tiempo que lo predico a ustedes como el bendito
Salvador de los pecadores, el Hijo de Dios, el “Heredero de todo”.
Noten, a continuación,
que Jesucristo es el Creador: “por
quien asimismo hizo el universo”. No sabemos cuántos mundos pudiera haber.
Pudiera ser cierto que todas esas esferas celestes que pueblan el cielo de
medianoche son mundos llenos de seres inteligentes; es mucho más fácil creer
que lo son a que no lo son, pues, seguramente Dios no ha construido todas esas
magníficas mansiones para dejarlas deshabitadas. Sería irracional concebir que
los miles de estupendos mundos, sustancialmente más grandes que esta pobre
partícula diminuta en el grandioso universo de Dios, hayan quedado deshabitados.
Pero no importa cuántos mundos haya; Dios los hizo a todos por Jesucristo: “Todas
las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho”. Lo veo de pie, por decirlo así, junto al yunque de la omnipotencia,
forjando a martillazos los mundos que se desprenden como chispas por todos
lados, a cada golpe de Su majestuoso brazo. Era Cristo quien estaba allí -“poder
de Dios, y sabiduría de Dios”, como Pablo lo llama- creando todas las cosas. Me
encanta pensar que Aquel que creó todas las cosas es también nuestro Salvador,
pues entonces puede crear en mí un corazón limpio y puede renovar un espíritu
recto en mi interior; y si necesito una creación completamente nueva –como en
efecto la necesito- Él está a la altura de esa tarea. El hombre es incapaz de
crear el más diminuto de los mosquitos que hayan danzado jamás en el rayo
vespertino del sol; el hombre es incapaz de crear ni siquiera un solo grano de
polvo; pero dado que Cristo creó todos los mundos, Él puede hacernos nuevas
criaturas gracias al asombroso poder de Su gracia.
¡Oh pecadores, vean cuán
poderoso Salvador ha sido provisto para ustedes y no digan nunca que no pueden
confiar en Él! Yo estoy de acuerdo con el buen señor Hyatt quien, cuando se le
preguntó en su lecho de muerte: “¿Puedes confiar en Cristo con toda tu alma?”,
-él respondió- “si tuviera mil almas, todas podría confiarlas a Él”. Y lo mismo
puedes hacer tú; si tuvieras tantas almas como todas las que Él ha creado
jamás, y su tuvieras amontonados sobre ti todos los pecados que los hombres hubieren
cometido jamás, todavía podrías confiar en el Hijo de Dios “a quien constituyó
heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo”.
Ahora avancen un poco
más y vean cómo es llamado Cristo a continuación: “el resplandor de la gloria de Su Padre”. Cubran sus ojos pues no
pueden mirar este prodigioso espectáculo sin ser deslumbrados por él.
Así que prosigamos a la
siguiente cláusula: “y la imagen misma de
su sustancia”. Hace un minuto les dije: “Cúbranse sus ojos”; pero ahora
podría decirles: “Ciérrenlos”, al pensar en la suma brillantez descrita por
estas palabras: “la imagen misma de su sustancia”. Todo lo que Dios es, Cristo
es; la propia semejanza de Dios, la propia Divinidad de
El doctor John Owen, a
quien le encanta explicar el significado espiritual contenido en
Ahora, como Cristo es
todo esto que Pablo describe, ¿quién se atrevería a darle la espalda? Si Él es
el Pastor que ha venido para buscar a la oveja perdida, oh pobre oveja perdida,
¿no querrás ser encontrada por Él? Si Él es el Embajador de Dios, que viene
vestido con el manto carmesí de Su propia sangre para redimir a los hijos de
los hombres, ¿quién rehusará la paz que trae?
Noten adicionalmente que
Cristo es, tal como lo mencioné en el sexto punto de la descripción del
apóstol: “quien sustenta todas las cosas
con la palabra de su poder”. Sólo
piensen en eso. Este grandioso mundo nuestro es sustentado por la palabra de
Cristo. Si Su palabra no le diera una existencia continuada, iría de regreso a
la nada de donde brotó. No existe ningún ser que sea independiente del
Mediador, excepto únicamente el siempre bendito Padre y el Espíritu. “Quien
sustenta todas las cosas”, esto es, quien continúa manteniéndolas como son.
Justo como estas columnas sostienen estos balcones, o como los cimientos
sustentan una casa, así Jesucristo “sustenta todas las cosas con la palabra de su
poder”. Sólo piensen en esto: esos innumerables mundos de luz que hacen que el
espacio ilimitado luzca como si hubiera sido rociado con polvo de oro, se
desvanecería como otras tantas chispas que se extinguen y dejaría de ser, si el
Cristo que murió en el Calvario no quisiera que continuasen existiendo. No
puedo extraer de mi texto todas las asombrosas verdades que contiene, aun
deseando hacerlo; pero, seguramente, si Cristo sustenta todas las cosas, Él
puede sustentarme. Si la palabra de Su poder sustenta la tierra y el cielo,
seguramente esa misma palabra puede sustentarte, pobre corazón trémulo, si
confías en Él. No debería haber ningún temor acerca de este asunto; ven y
pruébalo por ti mismo. ¡Que Su bendito Espíritu te capacite para hacerlo ahora!
Habiendo tanto espacio
de maniobra, muy bien podría extenderme, pero debo apresurarme al siguiente
punto.
II. Apliquen
sus oídos y sus corazones a escucharme mientras les hablo ahora acerca DE LO
QUE JESÚS HIZO.
¿Qué hizo Aquel que es
todo lo que he tratado de describir? Primero, purificó eficazmente nuestros pecados: “habiendo efectuado la
purificación de nuestros pecados”. Escuchen esas prodigiosas palabras. Nunca
hubo una tarea semejante a esta desde el inicio del tiempo. La antigua fábula
habla acerca del establo de Augías, que era lo suficientemente inmundo para
haber envenenado a una nación y que Hércules limpió; pero nuestros pecados eran
más inmundos que eso. Los muladares son agradables comparados con estas
abominaciones; ¡la purificación de nuestros pecados pareciera una tarea
demasiado degradante para que Cristo se comprometiera a realizarla! Los
barrenderos de las calles, los ayudantes de cocina, los limpiadores de las
alcantarillas, tienen un trabajo honorable comparado con la tarea de purificar el
pecado. No obstante, el santo Cristo, incapaz de pecar, se humilló para
purificar nuestros pecados. Quiero que mediten sobre esa prodigiosa obra y que
recuerden lo que hizo antes de regresar al cielo. ¿No es algo maravilloso que
Cristo purificara nuestros pecados antes de que los hubiéramos cometido? Allí
estaban, ante la vista de Dios, como ya existentes en toda su repugnancia; pero
Cristo vino, y los purificó. Esto, seguramente, debería hacernos cantar un
cantar de cantares. Antes de haber pecado, Él purificó mis pecados; singular y
extraño como es, con todo, así es.
Entonces, adicionalmente,
el apóstol dice que Cristo purificó nuestros
pecados por medio de sí mismo, esto es, ofreciéndose como nuestro
Sustituto. No podía haber ninguna purificación del pecado, excepto si Cristo
llevaba su carga y Él en efecto la llevó. Él soportó todo lo que le
correspondía al hombre culpable debido a su violación de la ley de Dios, y Dios
aceptó Su sacrificio como un pleno equivalente, y así efectuó la purificación
de nuestros pecados. Él no vino para hacer algo por medio de lo cual nuestros
pecados pudieran ser purificados, sino que nos limpió eficazmente, realmente,
efectivamente, completamente. ¿Cómo lo hizo? ¿Gracias a Su predicación? ¿Por
medio de Su doctrina? ¿Por Su Espíritu? No. “Personalmente”. ¡Oh, esa es una
bendita palabra!
Ahora, que cada
creyente, si quiere ver sus pecados, se pare de puntillas y mire hacia arriba;
¿los vería allá? No. Si mirara hacia abajo, ¿los vería allí? No. Si mirara a su
alrededor, ¿los vería allí? No. Si mirara en su interior, ¿los vería allí? No.
Entonces, ¿adónde debería mirar? Adonde guste, pues nunca los verá de nuevo de
acuerdo a esta antigua promesa: “En aquellos días y en aquel tiempo, dice
Jehová, la maldad de Israel será buscada, y no aparecerá; y los pecados de
Judá, y no se hallarán; porque perdonaré a los que yo hubiere dejado”. ¿Les
digo dónde están sus pecados? Cristo pagó por ellos y Dios dijo: “Echaré tras
mis espaldas todos sus pecados”. ¿Dónde es eso? Todas las cosas están delante
de Dios. Yo no sé dónde pudiera ubicarse este lugar: tras las espaldas de Dios.
No está en ninguna parte, pues Dios está presente en todas partes y lo ve todo.
Así que allí es donde mis pecados se han ido; hablo con la máxima reverencia
cuando digo que se han ido donde el propio Jehová no puede verlos nunca. Cristo
los ha purificado tal manera que han cesado de existir. El Mesías vino para
acabar con la transgresión, y para poner un fin al pecado y lo ha hecho.
Oh creyente, si Él ha
acabado con el pecado, entonces acabó con él, ¿y qué más pudiera haber del
pecado? Aquí hay un bendito texto para ustedes. Me encanta meditar acerca de él
a menudo cuando estoy solo: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo
alejar de nosotros nuestras rebeliones”. Él hizo eso en la cruz del Calvario;
allí, eficazmente, finalmente, totalmente, completamente, eternamente, purificó
a todo Su pueblo de sus pecados tomándolos sobre Sí mismo, soportando todas sus
terribles consecuencias, cancelándolos y borrándolos y arrojándolos a las
profundidades del mar y eliminándolos para siempre; y todo eso lo hizo “por
medio de Sí mismo”.
Fue verdaderamente un
amor prodigioso el que lo condujo a humillarse para realizar esta purificación,
esta expiación, esta reparación por el pecado; pero, gracias a quién era y qué
era, lo hizo íntegramente, lo hizo perfectamente. Dijo: “¡Consumado es!”, y yo
le creo. Yo no admito ni por un momento –no puedo hacerlo- que haya algo que
nosotros podamos hacer para completar esa obra, o cualquier cosa que se
requiera de nosotros para completar las aniquilaciones de nuestros pecados.
Aquellos por quienes Cristo murió son limpiados de toda su culpa y pueden
proseguir su camino en paz. Él fue hecho maldición por nosotros y ahora sólo
nos queda disfrutar de la bendición.
III. Ahora,
por último, tengo que hablar acerca de lo que CRISTO GOZA AHORA: “Habiendo
efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a
la diestra de
Sin duda hay una alusión
aquí al sumo sacerdote quien, en el solemne día de la expiación, se presentaba
delante de Dios una vez que el sacrificio era ofrecido. Cristo, nuestro
grandioso Sumo Sacerdote, habiéndose ofrecido una vez para siempre como el
sacrificio por el pecado, ha entrado ahora en el lugar santísimo, y allí se
sienta a la diestra de
Noten, primero, que esto implica reposo. Cuando el sumo
sacerdote penetraba dentro del velo, no se sentaba. Permanecía de pie, dominado
por una santa agitación, portando la sangre sacrificial delante del esplendente
propiciatorio; pero nuestro Salvador se sienta ahora a la diestra de Su Padre.
El sumo sacerdote de la antigüedad no completaba su trabajo; el año siguiente
se requería otro sacrificio expiatorio; pero nuestro Señor ha completado Su expiación
y ahora “ya no queda más sacrificio por los pecados”, pues ya no queda ningún
pecado que deba ser purificado. “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para
siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios,
de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de
sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los
santificados”. Se sienta ahí, y yo estoy seguro de que no estaría sentado si no
hubiera consumado la salvación de Su pueblo. Isaías fue inspirado mucho antes
para registrar lo que el Mesías diría: “Por amor de Sion no callaré, y por amor
de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su
salvación se encienda como una antorcha”. Pero Cristo reposa ahora. Mis ojos,
por fe, pueden verlo sentado allí, de tal manera que sé que:
“La obra redentora del amor está concluida;
La batalla ha sido peleada y el combate fue ganado”.
Noten, a continuación,
que Cristo se sienta en el lugar de
honor: “a la diestra de
“El lugar más excelso que el cielo concede
Es Suyo, es Suyo por derecho,
El Rey de reyes y Señor de señores,
Y la luz eterna del cielo”.
Jesús no sólo se sienta
en el lugar de honor, sino que ocupa el
lugar seguro. Nadie puede hacerle daño ahora; nadie puede impedir Sus
propósitos o derrotar Su voluntad. Él está a la diestra omnipotente de Dios. Él
es supremo Dios y Señor en el cielo arriba y en la tierra abajo y en las aguas
debajo de la tierra y en toda estrella, y quienes no quieren someterse a Él
serán quebrantados con vara de hierro y Él los desmenuzará como vasija de
alfarero. Así que Su causa es segura y Su reino es inexpugnable, pues Él está a
la diestra del poder.
Y, por último, si Cristo
está a la diestra de Dios, eso implica la
eterna certidumbre de Su recompensa. No es posible que sea despojado de lo
que compró con Su sangre. Yo tiemblo cuando oigo hablar a ciertas personas
acerca de un Cristo desilusionado –o acerca de un Cristo que murió por
casualidad, para lograr no sabía qué- que murió por algo que la voluntad del
hombre podría darle si él así lo quisiera, pero que posiblemente le pudiera ser
denegado. Yo no compro nada en unos términos como esos, pues yo espero recibir
lo que compro; y Cristo tendrá lo que compró con Su propia sangre;
especialmente porque vive de nuevo para exigir Su compra. No será nunca un
Salvador derrotado o desilusionado. “Él amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella”; Él ha redimido a los que amó entre los hombres y tendrá a
todos los que ha comprado. “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará
satisfecho”; por tanto, digamos de nuevo: “¡Aleluya!”, y postrémonos y
adorémosle.
Me parece que no hay
prueba tan concluyente de la ceguera natural de los hombres como ésta: que los
hombres no quieren venir y confiar en Jesús. ¡Oh pecadores, si el pecado les
hubiera dejado sano el corazón, vendrían de inmediato y se postrarían a Sus
pies! Todo poder ha sido depositado en Jesús, y todo el amor del Padre está
concentrado en Jesús; por tanto, vengan y confíen en Él. Si confían en Él,
harán patente que Él se entregó por
ustedes. Esa simple verdad es la marca secreta que distingue a Su pueblo de
todos los demás. “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”.
Nuestro Señor les dijo a quienes lo rechazaron cuando vivió en la tierra: “Vosotros
no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho”. Oh pobres ovejas,
¿tienen ustedes la intención de llevar siempre la marca condenatoria de la
incredulidad? Si mueren con ese sello sobre su alma, estarán perdidas para
siempre. ¡Oh, que ustedes tengan, en cambio, esa bendita marca de fe que es la
señal del pueblo del Señor! ¡Que puedan colgar incluso ahora el cordón de grana
como lo colgó Rahab fuera de su ventana, el cordón de grana de la confianza en
la sangre carmesí de Jesús! Y mientras cae Jericó –mientras toda la tierra se
desmorone en una común ruina- tu casa, aunque esté construida sobre el muro,
permanecerá segura, y ni uno solo de los que están bajo su abrigo será tocado
por la espada devoradora, pues todos los que están en Cristo están en una
seguridad imperecedera. ¿Cómo podría ser de otra manera, puesto que Él los ha
purificado de sus pecados? ¡Que Dios le conceda a cada uno de ustedes participar
y tener su porción en este bendito grupo, por causa de Su amado nombre! Amén.
Nota del traductor:
Shekinah: es una palabra
que no se encuentra en
Traductor: Allan Román
5/Enero/2012
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