El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
"Mucho Más"


NO. 2587

Un sermón predicado la noche del Domingo 13 de Mayo, 1883

por Charles Haddon Spurgeon

En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.
Y también leído el Domingo 11 de septiembre de 1898.

"Mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida." Romanos 5: 10

Sermones
El primer gran mensaje de misericordia dado a un pecador es condensado en cuatro palabras en el versículo octavo de este capítulo: "Cristo murió por nosotros". Un predicador no se equivoca nunca cuando enaltece a Cristo crucificado. La gloria de toda congregación es que se pueda decir en verdad: "Ante vuestros ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado." Muy bien hizo el apóstol en jactarse de esta manera: "Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado."

Sin embargo, debemos recordar siempre que hay mucho más acerca de Cristo, además de Su crucifixión; e independientemente de cuán gloriosa sea Su muerte, -y no estamos dispuestos a clasificarla en segundo lugar en ningún aspecto-, hay otra gloria, otra forma de excelencia Suya, que es admirada, no en Su muerte, sino en Su vida. Es de ella que habla el apóstol aquí: "Mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida."

Antes de que emprendamos la consideración de este tema, queridos amigos, pensemos en lo que ha hecho la muerte de Cristo por algunos de nosotros. La primera parte del versículo del que hemos tomado nuestro texto dice: "Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo." ¿Cuál fue esa reconciliación? ¿En qué consistió? No hablaremos tanto doctrinalmente, como práctica y experimentalmente. Antes éramos enemigos de Dios, pero ahora ya no somos más enemigos de Dios.

Si hemos creído en Jesucristo, se ha realizado una completa reconciliación entre el Dios ofendido y el pecador ofensor. En esta reconciliación, veo, primero, que Dios, que es siempre amor, y que ha amado siempre a Su pueblo, siendo justo, no podía tratar con el pecador culpable excepto sobre la base de la justicia, y la justicia demandaba que el alma pecadora debía morir; pero Cristo ha intervenido para que Dios, como el grandioso Gobernante moral, pueda, sin violar Su santidad, tratar en misericordia con los hombres pecadores.

Que no haya ningún malentendido acerca del objetivo y del propósito del sacrificio de Cristo. El himno de Juan Kent lo establece correctamente:

"No fue para que el amor de Jehová
Ardiera para con el pecador,
Que Jesús desde el trono de lo alto
Se volvió un hombre sufriente.

No fue la muerte que Él soportó,
Ni los dolores que experimentó,
Lo que propició el amor eterno,
Pues Dios era amor desde antes."

Él tuvo siempre amor para Su pueblo; pero, en tanto que Cristo no viniera a la tierra y muriera, el Justo por los injustos, ese amor no podía fluir libremente. Había una represa que bloqueaba la corriente, había una gran roca en medio del canal, y los ríos de amor no podían fluir; pero por la muerte del Señor Jesucristo, ese impedimento fue quitado. Dios puede ser ahora "justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús."

Ya he dicho que en lo más recóndito de Su corazón, siempre hubo amor para Su pueblo; pero como Juez sentado en el asiento del tribunal del juicio, no podía manifestar ese amor; sólo podía manifestar Su indignación contra cada alma de hombre que hace el mal.

Ahora, esta ira sumamente justa de Dios fe apaciguada por la muerte de Jesucristo, y no habría podido ser apagada de ninguna otra manera. La espada debía encontrar a su víctima, y Cristo desnudó Su pecho para dejar que la justicia infinita aplicara toda la plenitud de su fuerza sobre Él. La deuda debía ser pagada, y Jesús la pagó hasta el último centavo con Su propia vida que derramó sobre el madero.

La copa de la ira había de ser vaciada, pues no había opción de hacerla a un lado; así que Jesús la tomó, y después de decir: "Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad," la acercó a Sus labios, y la sostuvo allí hasta haber sorbido la última gota.

La muerte de Cristo era necesaria, ya que "Fue necesario que el Cristo padeciese"; y por Su sufrimiento apaciguó la ira del gran Juez de todo, de tal forma que pudo mirar justamente con complacencia a los hombres culpables. Ese cambio prodigioso fue obrado por la muerte de Cristo, y ahora la propia justicia de Dios demanda nuestra salvación.

Es ciertamente maravilloso que la justicia de Dios, que estaba en contra nuestra, fuera inducida a estar a favor nuestro, y que la justicia de Dios, que pronunció la sentencia de muerte sobre nosotros, fuera transformada de tal manera que la propia justicia decretara nuestra vida eterna. Este es un aspecto maravilloso de la reconciliación.

Pero el apóstol habla de nuestra reconciliación: nuestra reconciliación. Bien, eso nos llega de esta manera. Sentíamos en nuestra conciencia que habíamos pecado en contra de Dios; no estoy hablando de todos los aquí presentes, sino que me estoy refiriendo a todos aquellos en quienes el Espíritu de Dios ha obrado para salvación; nuestra conciencia sintió una secreta punzada, como si un veneno abrasador hubiese entrado en las venas de nuestro espíritu.

Recuerdo cuando el pensamiento de que yo había ofendido a Dios parecía haber chupado mi propia vida. Por supuesto que yo no lo amaba, y no podía hacerlo, pues es según la naturaleza de nuestro pecaminoso corazón que, si injuriamos a alguien, con toda seguridad le odiamos. No siempre odiamos a la persona que nos injuria, pero si nosotros la injuriamos, nuestro odio estará presente casi con toda seguridad.

Y en tanto que habíamos quebrantado todas las leyes de Dios, y no deseábamos reconocerlo, odiábamos a la propia ley, dábamos coces contra ella, y procurábamos persuadirnos de que era la raíz de la ofensa, en lugar de aceptar que nuestros corazones testarudos eran la fuente del mal.

Sabíamos que Dios es santo, pero no amábamos la santidad; de hecho, no teniendo ninguna santidad propia, no podíamos soportar ni siquiera oír o leer acerca de ella. Establecimos una justicia falsificada proveniente de nosotros mismos, y pretendíamos ser buenos, y mientras tanto despreciábamos la verdadera santidad y la perfecta justicia de Dios.

Pero, amados, cuando vimos a Cristo morir en lugar nuestro, "El justo por los injustos, para llevarnos a Dios," entonces la conciencia dijo: "Dios ha sido satisfecho, y yo también." Cuando vimos que la ira de Dios fue suprimida porque Cristo había muerto, entonces nuestra ira altiva y áspera fue suprimida también, y dijimos: "ahora estamos reconciliados con Dios por la muerte de Su amado Hijo."

¡Oh, cuán ligeros eran nuestros pies cuando acudimos al propiciatorio! ¡Con qué confianza, aunque también con qué temblor santo, argüimos los méritos del amado Redentor, y qué gozo y paz llenaron nuestra mente! Entonces ya no odiábamos más a Dios, ni a la santidad, ni a la ley, sino que nos sometimos incondicionalmente. Dijimos: "la ley es santa, y Dios es pleno de gracia; bendito sea Su glorioso nombre."

Así, la muerte de Cristo obró la reconciliación, la ira de Dios fue quitada y de igual manera fue eliminada la turbación de nuestra conciencia. Entonces nuestros corazones fueron conquistados. ¿Estaré hablando a nombre del pueblo de Dios aquí? Yo creo que sí, cuando hablo por mí mismo, y digo:

"La ley y los terrores sólo endurecen
En tanto que obren en solitario;
Pero un sentido del perdón comprado con sangre
Pronto disuelve al corazón de piedra."

¡Oh, cómo fueron disueltos nuestros corazones cuando descubrimos que Cristo nos amaba, y que Él se había entregado por nosotros! Cuando vimos que Dios estaba reconciliado, ¡cómo lo deseábamos con vehemencia! Nuestro corazón y nuestra carne clamaban por Dios, por el Dios vivo, y dijimos: "¿Cuándo vendremos y nos presentaremos delante de Dios?" Y ese anhelo permanece todavía en nosotros; nos deleitamos en la comunión con Él. Anhelamos ser semejantes a Él, y esperamos estar con Él donde Él se encuentra, y ese es todo el cielo que deseamos.

¡Oh, bendito sea Dios, porque un Cristo sangrante nos ha reconciliado incluso en la tierra! Es un Cristo sangrante el que ha apagado los fuegos de la enemistad; es un Cristo sangrante el que ha eliminado por siempre la guerra en nuestro espíritu en contra de Dios. Ahora hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo.

No me permitan seguir adelante un solo paso más, queridos amigos, hasta que todos ustedes puedan llegar hasta aquí. Si hay alguien presente que no esté reconciliado con Dios, que recuerde en qué terrible estado se encuentra. Él es enemigo de Dios; ¿cuántos de ustedes quisieran tener ese título grabado en su mente: "enemigo de Dios"? Recuerden que no estarán nunca reconciliados con Dios excepto por medio del sangrante Salvador, y, por eso, ¡búsquenlo ahora!

Antes de que se diga ni una sola palabra acerca del Cristo que vive por siempre, vengan y metan su dedo en el lugar de los clavos del Cristo muerto; vengan y lávense en la fuente que Él ha llenado con Sus propias venas; vengan y acepten el grandioso sacrificio de expiación precisamente ahora. ¡Que Dios les ayude a hacerlo, mediante Su Espíritu Divino, por nuestro Señor Jesucristo!

Esto nos conduce al tema especial mencionado en nuestro texto: "Mucho más, estando reconciliados, seremos salvados por su vida." El apóstol Pablo no pide aquí que recordemos que Cristo vive, y que, aunque estamos reconciliados con Dios, aún necesitamos ser guardados y preservados, o, como él lo expresa, "salvos", y nos dice que, como la muerte de Cristo ha sido eficaz para reconciliarnos, podemos estar muy seguros de que Su vida será eficaz para salvarnos. Es más, dice: "Mucho más". Si la muerte de Cristo nos ha reconciliado, "Mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida."

Queridos amigos, quiero que hagan tres cosas mientras reflexionan en nuestro texto. Primero, consideren lo que la vida de Cristo es para nosotros; en segundo lugar, consideren por qué las palabras "mucho más"pueden aplicarse a esa vida; y, en tercer lugar, consideren cómo podemos usar esta vida.

I. Primero, entonces, consideren brevemente LO QUE ES PARA NOSOTROS LA VIDA DE CRISTO. Si un hombre me mostrara un cuadro de Cristo en la cruz, yo le preguntaría: "¿qué es eso?" Si respondiera: "un cuadro de mi Señor," yo replicaría: "no es un cuadro de mi Salvador como es ahora. Podría ser una representación de Él como fue una vez, pero no como es ahora, entronizado en la gloria."

Si alguien trajera en su bolsillo la semejanza de su madre tomada después de la muerte, y me la mostrara, y dijera: "esta es mi madre", yo le diría: "yo preferiría recordarla como era en su mejor época, no como era en las agonías de la muerte, o como era después de muerta."

Por tanto, les pido que no miren a ninguna representación de Cristo en la cruz como la principal representación de nuestro Señor Jesús. Él estuvo muerto muy corto tiempo, Él estuvo en la cruz durante unas cuantas horas; pero nuestro Salvador vive, para no morir nunca más.

El Cristo de la Iglesia de Roma, como les he dicho con frecuencia, es un Cristo muerto en la cruz, o si no, es un Cristo bebé en los brazos de María; pero el Cristo de la Iglesia de Dios es un Cristo vivo. Refiriéndonos al sepulcro decimos lo que el ángel les dijo a las mujeres: "No está aquí, pues ha resucitado, como dijo." Refiriéndonos a la cruz decimos: "No está aquí; Él ha puesto un fin a la muerte poniendo término al pecado por Su muerte." El principal pensamiento concerniente a Cristo, para aquellos que realmente le conocemos, debería ser que Él es el Cristo vivo.

"Él vive, el grandioso Redentor vive,
Qué gozo proporciona esa bendita certeza."

¿Qué tiene que ver con nosotros la vida resucitada de Cristo? Bien, primero, que la Resurrección de Cristo de entre los muertos es para los que creemos en Él, la prenda de que nos ha salvado. Cuando nuestro Señor Jesucristo murió, fue, por decirlo así, puesto en prisión como un rehén a favor de Su pueblo; y allí fue guardado hasta que la Omnisciencia Divina hubo escudriñado Su sacrificio y Su obediencia, para ver si estaban completados; y cuando fue certificado que Cristo había terminado toda la obra que Su Padre le había encomendado que hiciera, entonces el oficial de justicia del cielo, "el ángel del Señor", fue enviado para que rodase la piedra, y le indicara al cautivo que saliera. Y cuando Jesucristo salió del sepulcro, todo Su pueblo salió de la prisión con su gran Representante.

En Su propia salida de la tumba hubo una señal dada a Él proveniente de Dios, relativa a que los pecados de ellos eran perdonados, y que Su justicia era aceptada a nombre de ellos. "Él fue entregado por nuestras transgresiones," -dice el apóstol- pero también "fue resucitado para nuestra justificación." Por tanto, no envuelvan sus corazones en el sudario que quedó atrás, sino vístanlos con la vestidura de oro con la que se ciñó Cristo cuando resucitó, pues ustedes son justificados porque Él resucitó.

Creyendo en la resurrección de Cristo, lo vemos vivo y que continúa viviendo: "Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte ya no se enseñorea más de él." ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? Bien, justo lo que nuestro Señor dijo a Sus discípulos: "Porque yo vivo, vosotros también viviréis."

Amados, porque Cristo ha resucitado de los muertos, todo Su pueblo resucitará; y porque, habiendo resucitado una vez, Cristo no muere más, Sus santos que resucitarán estarán perfectamente seguros a través de todo el futuro; ellos vivirán para siempre porque son partícipes de Su vida eterna.

¿Acaso no es ese un tema para gran regocijo? Yo vivo porque Él murió, pues esa muerte me redimió de la muerte; pero, más aún, yo vivo porque Él vive. "Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria."

Ahora sigamos a este Cristo vivo; hemos visto que ha resucitado y vive, ¿qué viene a continuación? Unos pocos días después de que este Cristo resucitó del sepulcro, un pequeño grupo se reunió con Él en "el monte que se llama del Olivar", y, para su sorpresa, Él comenzó a ascender. Esparciendo bendiciones con ambas manos, continuó ascendiendo hasta que, al fin, "le recibió una nube que le ocultó de sus ojos."

¿Qué tiene que ver esa ascensión con nosotros? Bien, pues precisamente esto. Él dijo a Sus discípulos: "Voy, pues, a preparar lugar para vosotros." Él ha ido arriba a la gloria como nuestro Representante, para tomar posesión del eterno gozo para nosotros. Él ha penetrado dentro del velo para representarnos delante del rostro de Su Padre, para que, muy pronto, podamos reunirnos con Él, y estar con Él donde está, para no apartarnos jamás.

Por tanto, amados, regocijémonos. Como el Señor nuestro Salvador ha ascendido al cielo, así lo haremos nosotros, en el tiempo señalado. Siempre admiro esa línea del doctor Watts, que dice que nuestro Señor, en Su ascensión al cielo, ha "enseñado a nuestros pies el camino."

"A lo alto hasta nuestro Dios nuestros pies volarán,
En el grandioso día de la resurrección."

La tierra no puede retenernos permanentemente, ahora que Cristo ha ascendido a Su gloria; el Cristo viviente es una atracción mayor que cualquier otra fuerza. Nosotros, los que creemos, somos uno con Él, y, como Él ha ascendido, resucitaremos para Él, y por siempre estaremos con Él.

Después que hubo ascendido, tomó Su asiento a la diestra de Dios el Padre, revestido de honor, y de majestad, y de poder, y de dominio y de fortaleza. Escuchen, hermanos y hermanas. ¿Qué tiene que ver con nosotros este hecho? Bien, pues simplemente esto; ustedes que tienen fe no pueden perecer, pues Cristo vive; ustedes deben vencer, pues Jesús reina. Toda potestad le es dada en el cielo y en la tierra, y "Él puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos."

Un Cristo reinante, un Cristo entronizado, este es el Cristo en el que se debe confiar. Puedo arriesgar mi alma entera por Su sangre, y sé que no hay riesgo en el asunto; pero siento una profunda y creciente confianza en la vida que Él vive ahora en el trono.

¿Pero qué más? Bien, nuestro Redentor glorificado pasa mucho de Su tiempo en intercesión; allá arriba a la diestra de Dios, continúa intercediendo por Su pueblo. Él puede decir en verdad, en el más pleno sentido de las palabras, "Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha." Continuamente presenta el perfumado incienso de Su mérito delante del trono eterno; y aquí hay algo más para nosotros, pues si Jesús intercede por nosotros, estamos seguros para siempre. Si Él está intercediendo delante del trono, podemos acercarnos allí con santa confianza. Si Cristo está allí, el camino está limpio para que ustedes y yo nos aproximemos. Sólo tenemos que ponernos detrás de Él, y mirar a Dios a través de Sus heridas, así como Dios nos mira a través de las heridas de Cristo, y todo estará bien.

¡Oh, cuánto debemos al Cristo vivo! Mi tema se expande cuando procuro manejarlo; ¡cómo se regocija mi corazón en él! ¿Acaso no saben, amados, cómo cada parte de esa vida resucitada de Jesús: Su segunda venida, Su conquista final de Satanás y del mundo, y Su gloria eterna, todo eso tiene que ver con nosotros, pues somos partícipes de todo lo que Cristo tiene; y somos coherederos con Él de todas Sus glorias y de Sus triunfos?

Esto, entonces, es sólo un breve resumen de lo que la vida de Cristo tiene que ver con nosotros.

II. Ahora, en segundo lugar, ¿POR QUÉ INSERTA EL APÓSTOL UN "MUCHO MÁS" EN ESTE PUNTO? "Mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida."

Pienso que se debe a que somos muy propensos a poner un "mucho menos" a eso. No es frecuente que prediquemos y hablemos como deberíamos hacerlo, acerca de este viviente Salvador nuestro. Hermanos, el gran Testador está muerto; eso valida Su última voluntad y Su testamento. Pero escuchen una vez más: quien hizo el testamento vive otra vez, así que Él es su propio Ejecutor para implementar Su propia voluntad. ¿Acaso no es esa una bendición para ustedes y para mí?

Él validó el testamento por Su muerte; pero, habiendo resucitado de nuevo, ha venido para comprobar que cada jota y tilde de él sean cumplidas. No tenemos que depender de un tercero para que ejecute la voluntad de nuestro Salvador moribundo. Él ha resucitado de los muertos, y está vestido de poder y potencia, para cumplir todo aquello que se propuso.

Pablo dice: "Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida." ¿Cómo puede ser mucho más? Yo respondo que, primero, porque cuando nuestro Salvador nos reconcilió por Su muerte, era el tiempo de Su debilidad.

Vean, Él está clavado en la cruz, la fiebre le quema, clama: "Tengo sed"; dice: "Yo soy gusano, y no hombre"; la debilidad le ha sobrevenido hasta el límite máximo; cierra Sus ojos en el último sueño terrible de la muerte. Bajan Su pobre cuerpo, lo envuelven en lino limpio con especias aromáticas y lo colocan en el sepulcro de José.

No podría haber una debilidad mayor que la que hubo en el Cristo crucificado, ¿no es cierto? Sin embargo, aún entonces, Él nos reconcilió: pero ahora está revestido de poder, es Cabeza de todas las cosas, Señor de los ángeles, Rey de reyes y todo el cielo resuena con Sus alabanzas. ¿Acaso no se dan cuenta del sentido de mi argumento? Si cuando se encontraba en suma debilidad, nos redimió por Su muerte, "mucho más" ahora que tiene todo Su poder y gloria, puede salvar a Su pueblo por Su vida.

Vean esta expresión nuevamente. Cuando nuestro Señor murió, estaba en el lugar de un siervo. Por nuestra causa, Él había hecho a un lado Su gloria; "Se despojó a sí mismo." Se vació. Se volvió como nosotros, débil y endeble; pero además de eso, estaba obligado a cumplir la voluntad del Padre, y a sufrirla hasta sus últimos rigores.

Como el Mediador entre Dios y el hombre, se había vuelto inferior a Dios; había asumido un lugar de subordinación, para que en verdad pudiera decir: "el Padre mayor es que yo." Pero recuerden, hermanos:

"La cabeza que fue una vez coronada de espinas,
Está ahora coronada de gloria;
Una diadema real adorna
Las poderosas sienes del Victorioso."

"El lugar más elevado que el cielo proporciona
Es Suyo, es Suyo por derecho,
Es Rey de reyes, y Señor de señores,
Y la luz eterna del cielo."

Ahora le cubre otra vez la gloria que tenía con Su Padre antes de que la tierra existiese. ¿Acaso no ven, entonces, que es "mucho más" lo que Él puede hacer por Su pueblo bajo tales circunstancias? Si nos reconcilió cuando asumió un lugar inferior y condescendió por nuestra causa a ser un siervo, de tal manera que:

"Con clamores y lágrimas ofreció
Su humilde traje de aquí abajo";

"Mucho más" puede salvarnos ahora cuando ha retomado Su gran poder, y con autoridad intercede delante del rostro de Su Padre: "Aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo."

Si puedo confiar mi alma a un Salvador moribundo, y sentirme perfectamente seguro haciéndolo, ¡cuán fácil es confiar en un Salvador viviente, y envolverme en Su amor todopoderoso, y sentirme eternamente seguro!

Además, queridos hermanos, cuando nuestro Señor asumió la obra de salvarnos, en un cierto sentido, cayó bajo el desagrado de Dios. No que haya sido desagradable a Dios jamás, pues en Él no había pecado, y el Padre no tuvo nunca mayor deleite en Cristo que cuando le ocultó Su rostro; sin embargo, de acuerdo a la Palabra de Dios, Jehová lo molió, y de Él escondió Su rostro de tal manera que Jesús clamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Cayó bajo maldición, pues "Maldito todo el que es colgado en un madero."

Por causa de ustedes y mía, Él soportó los azotes de la infinita justicia, y el rostro enojado de la ofendida majestad del cielo. Esto equivalió a sumergirse muy profundamente; y si, aún entonces, Él nos reconcilió con Dios, "mucho más" puede salvarnos ahora que el Hijo bienamado del Padre ha regresado otra vez a casa, y vive a la luz eterna del sol de la sonrisa de Su amado Padre, ahora que Dios se deleita en Él, y todo el cielo está iluminado con el brillo del gozo del Padre, y todo ángel se inclina delante de Él, y, noche y día el "¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!" se eleva al trono de gloria en perpetuas ondas de alabanza donde es adorado y reverenciado.

Pero, además, cuando el Salvador murió, había un cierto aspecto de derrota en lo relativo a Su muerte. Se quedó solo, en aquel terrible día, en un conflicto mortal con los poderes de las tinieblas. Todos los batallones del infierno fueron convocados, y condujeron un tremendo ataque contra el Príncipe de vida y gloria. Solo, combatió contra ellos, y Su propia diestra y Su brazo santo le brindaron la victoria. Pero, por un momento, pareció una derrota. Cerró Sus ojos en la muerte, diciendo: "Consumado es", y entregó el espíritu. Esas huellas de los clavos, y ese costado ensangrentado y ese rostro descolorido, hacían percibir como si la muerte hubiese obtenido la victoria, aunque realmente no fue así.

Sin embargo, amados, ¡Él nos reconcilió en esas condiciones! ¡Oh, si lo viésemos ahora! Supongo que no podríamos hacerlo; nuestros ojos no están preparados para esa visión beatífica. Pero ¡qué espectáculo sería si pudiésemos verlo con Sus ojos como llama de fuego, y Sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno! Uno dijo: "no podrías ver el rostro de Cristo y vivir"; y otro respondió: "bien, aunque así sea; entonces déjenme ver Su rostro y morir." Y yo he sentido con frecuencia que podría decir lo mismo, y he cantado, con el buen doctor Watts:

"¡Oh, anhelo una visión, una agradable visión,
Del trono de nuestro Padre Todopoderoso!
Allí se sienta nuestro Salvador coronado de luz,
Vestido con un cuerpo semejante al nuestro.

Los santos que le adoran le rodean,
Y tronos y poderes se postran delante de Él;
El Dios resplandece lleno de gracia a través del Hombre,
Y derrama dulces glorias sobre todos ellos.

¡Oh, qué sorprendentes gozos sienten
Mientras cantan acompañados de sus arpas,
Recostados en todas las colinas celestiales
Divulgando los triunfos de su Rey!

¿Cuándo, amado Señor, llegará el día,
En que me remonte para morar arriba,
Y estar y postrarme allí en medio de ellos,
Y ver Tu rostro, y cantar y amar?

Bien, ahora, si cuando yacía allí todo empapado en sangre y muerto, y según parecía, derrotado, nos reconcilió con Dios, hermanos míos, ¿qué no hará ahora que está en todo el esplendor de Su majestad, siendo el deleite del cielo y de todos los seres santos? Él debe ser capaz de salvarnos. Hacemos bien en confiarle nuestras almas, y decir, con el apóstol, "No me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día."

III. Así que ahora concluyo pidiéndoles que CONSIDEREN CÓMO PODEMOS USAR ESTA VIDA DE CRISTO.

Si Cristo vive todavía, y si hay en Su vida, en un cierto sentido, "mucho más" poder para salvar del que hubo en Su muerte para reconciliar, entonces, primero, todo miedo de ser vencidos debe ser desterrado. Él es victorioso; por tanto, nosotros seremos victoriosos. Cristo fue atacado por todos los poderes de la muerte y del infierno, y sin embargo, Él venció, y vive. Nosotros también venceremos, pues Él está en nosotros, está con nosotros, está sobre nosotros; y nosotros viviremos aunque muramos, y ganaremos aunque aparentemente seamos vencidos.

¿Cómo hemos de usar esta vida de Cristo? Bien, usémosla en la oración. Cuando sientan que no pueden orar, -y eso nos ocurre a veces a todos nosotros- digan entonces: "Él puede orar, pues vive siempre para interceder por ellos."

"Entrégale, alma mía, tu causa para que interceda,
Y no dudes de la gracia del Padre."

Cuando todo te resulte difícil estando de rodillas, y pareciera que no puedes prevalecer, entonces recuerda que Jesús está intercediendo, y Él debe prevalecer. Pon tu caso en Sus manos, y Él presentará Sus poderosos argumentos a nombre tuyo, y entonces no habrás luchado en vano. ¿Acaso no es ese un dulce pensamiento?

Otro uso que puede hacerse de la vida de Cristo es este. ¿Te sientes muy solitario? En esta moderna Babilonia que es Londres, hay muchas personas que están muy solas; y no hay una soledad tan terrible como la que puede encontrarse en una gran ciudad. Tal vez vivas en una calle donde hay cientos de cristianos, pero tú no conoces a ninguno de ellos. Yo te diré qué debes hacer; Jesús vive, acude a Él, pues no hay compañía comparable a la suya.

Si Él entra a tu cuartito, será como un templo. El templo de Salomón, en toda su gloria, no fue nunca tan brillante como ese aposento alto tuyo lo será cuando Cristo vaya allí. Yo sé cómo tienes que hilvanar todo el día para ganar un parco ingreso. Yo sé, también, cómo algunas veces no puedes dormir en la noche debido al severo dolor que te agobia; pero si tu Señor se encuentra allí, será un dulce trabajo, y un dulce sufrimiento, también, ya que está sentado junto a ti el mejor de los obreros y de los sufridores.

¡Jesús vive! ¡Jesús vive! No tienes que ir al Calvario para pensar acerca de Su cruz; no tienes que ir al sepulcro, y llorar allí porque está muerto. Él vive, y está siempre con Su pueblo, hasta el fin del mundo. Por tanto, en tus oraciones, y en tu soledad, consuélate.

Yo supongo, también, que muchos de ustedes son tentados gravemente. ¿Hay algún cristiano o cristiana entre nosotros que no sea tentado por el diablo? Bien, Jesús vive, y Él fue tentado en todos los puntos a semejanza nuestra, aunque sin pecado. Él puede identificarse contigo, pues Él también fue cercado por la debilidad. Acude a tu Sumo Sacerdote que vive; cuéntale lo que el diablo está tratando de hacer contigo. Es aconsejable no disputar nunca con el diablo.

He oído que, si un hombre presenta una demanda contra ti, es mejor que no le digas absolutamente nada, sino que transfieras todo el asunto a tu abogado, y si el hombre te escribe, debes decirle: "no tengo que ver nada en ese asunto; debes acudir a mi asesor legal, pues él verá este caso por mí." "El que es su propio abogado, tiene a un insensato por cliente," reza uno de nuestros proverbios; así, siempre que el diablo venga a ti, recuerda que él sabe mucho más que tú, y si tratas de responderle, pronto te hará dar un tropiezo. Es mejor que le digas: "no tengo nada que ver contigo, Satanás. Te refiero a mi Procurador, a mi Abogado."

Entonces el diablo te preguntará Su nombre, y cuando le des el nombre del Señor Jesucristo, abandonará ese caso, pues ha sufrido a menudo muchas severas derrotas ante ese mismo Jesús, desde edades inmemoriales. El demonio recuerda el desierto, y cómo el Maestro lo hizo alejarse muy pronto; de tal forma que ustedes deben referirlo a Cristo. No seas tu propio campeón; deja que Cristo sea el Campeón por ti, y todo estará bien.

En conclusión, queridos hermanos y hermanas, puesto que Cristo vive, vivamos con Él, y hagamos que el Señor Jesucristo sea nuestro Compañero diario. Yo sé que hay algunos cristianos que no pueden entender este consejo, o que no pueden creer que puedan ponerlo en práctica. Pero no conocerán el propio jugo y la médula del Evangelio mientras no entiendan esto, y lleguen a sentir que Cristo no es un mero Personaje histórico que estuvo sobre la tierra hace cientos de años, sino que es un Cristo vivo y personal, que es accesible incluso ahora, al que se le puede hablar, y que puede respondernos, y con quien podemos vivir incluso ahora.

¡Oh, si pudiesen entrar en contacto personal con Jesucristo, entonces habrían aprendido cómo vivir! Entonces el Salvador moribundo sería inexpresablemente amado para ustedes, pero, entonces el Cristo vivo sería también, si fuese posible, aún más amado, y vivirían por medio de Él, con Él, para Él, y Él viviría en ustedes. ¡Que Dios nos conceda todo esto, por nuestro Señor Jesucristo! Amén.