El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Palabras desde
NO.
2562
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON
SPURGEON
EN
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 27 DE MARZO DE 1898.
“Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi
salvación, y de las palabras de mi clamor?” Salmo 22: 1
Contemplamos aquí al Salvador sumido en
las profundidades de Sus agonías y dolores. Ningún otro lugar como el Calvario muestra
mejor las congojas de Cristo, y ningún otro momento del Calvario está tan
saturado de agonía como cuando este clamor rasga el aire: “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?” La debilidad física que le sobrevino en aquel
momento por el ayuno y los azotes se sumó a la aguda tortura mental que
experimentó por causa de la vergüenza y la ignominia que tuvo que soportar. Como
culminación del dolor, sufrió una agonía espiritual inexpresable debido al
desamparo del que fue objeto por parte de Su Padre. Ésta fue la negrura y la
oscuridad de Su horror. Fue entonces cuando penetró en las profundidades de las
cavernas del sufrimiento.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?” En estas palabras de nuestro Salvador hay algo que tiene siempre el
propósito de beneficiarnos. La contemplación de los sufrimientos de los hombres
nos aflige y nos horroriza, pero los sufrimientos de nuestro Salvador, aunque nos
mueven al pesar, están revestidos de algo dulce y lleno de consolación. Aquí, incluso
aquí, en este negro sitio de dolor, mientras contemplamos la cruz encontramos
nuestro cielo. Este espectáculo que podría ser considerado horroroso, torna al
cristiano alegre y dichoso. Si bien lamenta la causa, se regocija debido a las consecuencias.
I. Primero, en nuestro texto, hay TRES PREGUNTAS
para las cuales pido su atención.
La primera es: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Por estas
palabras debemos entender que, en ese momento, nuestro bendito Señor y Salvador
se encontraba desamparado por Dios de una manera que nunca antes había estado.
Él había combatido con el enemigo en el desierto y tres veces lo venció y lo
derribó en tierra. Había pugnado contra ese enemigo durante toda Su vida, e
incluso en el huerto luchó con él hasta sentir que su alma estaba “muy triste”.
No es sino hasta ese momento que experimenta una profundidad de dolor que no
había sentido nunca antes. Era necesario que Él sufriera, en el lugar de los
pecadores, justo lo que los pecadores deberían haber sufrido. Sería difícil
concebir el castigo por el pecado si se prescindiera del ceño fruncido de
No hay ningún ser viviente que pudiera
explicar el pleno significado de esas palabras; nadie podría hacerlo ni en el
cielo ni en la tierra, y casi añadiría que ni en el infierno; no hay nadie que
pudiera captar esas palabras en toda la profundidad de su aflicción. Algunos
piensan, a veces, que nosotros podríamos
clamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Hay estaciones
cuando el brillo de la sonrisa de nuestro Padre se ve eclipsado por las nubes y
la oscuridad. Pero hemos de recordar que Dios realmente no nos desampara nunca.
En cuanto a nosotros es sólo un aparente desamparo, pero en el caso de Cristo
se trató de un desamparo real. Sólo Dios sabe cuánto nos dolemos algunas veces
por causa de un pequeño repliegue del amor de nuestro Padre; pero cuando Dios
aparta realmente Su rostro de Su Hijo, ¿quién podría calcular cuán profunda fue
la agonía que eso le provocó cuando clamó: “Dios mío, Dios mío, por qué me has
desamparado?”
En nuestro caso, este es el clamor de la
incredulidad; en Su caso, fue la expresión de un hecho, pues Dios se había
apartado realmente de Él por un tiempo. ¡Oh, tú, pobre criatura turbada, que
una vez viviste bajo el brillo del sol del rostro de Dios, pero que ahora estás
en tinieblas; andas ahora en el valle de sombra de muerte, oyes ruidos, y
tienes miedo; tu alma está sobresaltada dentro de ti, y tú estás sobrecogida de
terror al pensar que Dios te ha desamparado! Recuerda que Él no te ha
desamparado realmente, pues
“Los montes
cuando están envueltos en la oscuridad,
Son tan
reales como en el día”.
El Dios cubierto por las nubes es tan
Dios nuestro como cuando Él brilla con todo el lustre de Su benevolencia, pero
puesto que el solo pensamiento de que
nos ha desamparado nos provoca agonía, ¿cuál habría sido entonces la agonía del
Salvador cuando clamó: “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado”?
La siguiente pregunta es: “¿Por qué estás tan lejos de mi salvación?” Dios
ha ayudado a Su Hijo hasta aquí, pero ahora Él tiene que pisar solo el lagar y
ni siquiera Su propio Padre puede estar con Él. ¿No han sentido, algunas veces,
que Dios los ha conducido a realizar algún deber, pero que, no obstante, aparentemente
no les ha dado la fortaleza para realizarlo? ¿No han sentido nunca esa tristeza
de corazón que los induce a clamar: “Por qué estás tan lejos de mi salvación?”
Pero si Dios tiene el propósito de que realicen algo, ustedes pueden hacerlo,
pues Él les dará el poder. Tal vez el cerebro suyo se tambalee, pero Dios ha
ordenado que tienen que hacerlo y ustedes lo harán. ¿No han sentido como si
tuvieran que continuar incluso cuando cada paso que daban ustedes sentían miedo de poner el otro pie por temor de no tener un
firme apoyadero? Si han tenido cualquier experiencia de las cosas divinas, tiene
que haberles sucedido eso. Difícilmente podríamos adivinar qué fue lo que
nuestro Salvador sintió cuando dijo: “¿Por qué estás tan lejos de mi
salvación?” ¡
“Soportó todo
lo que el Dios encarnado podía soportar,
Con la
fortaleza suficiente, y nada que escatimar”.
La tercera pregunta es: “¿Por qué estás tan lejos de las palabras de
mi clamor?” La palabra traducida aquí como “clamor” quiere decir, en el
idioma hebreo original, ese profundo y solemne gemido que es provocado por
alguna seria enfermedad, y que es expresado por hombres que sufren mucho. Cristo
compara Sus oraciones con esos gemidos, y se queja de que Dios está tan lejos
de Él que no le oye.
Amados, muchos de nosotros podemos
identificarnos aquí con Cristo. ¡Cuántas veces le hemos pedido algún favor a
Dios de rodillas, y pensábamos que pedíamos con fe, pero no hubo ninguna
respuesta! Nos volvimos a poner de rodillas. Hubo algo que detuvo la respuesta;
y con lágrimas en nuestros ojos, luchamos de nuevo con Dios y suplicamos por
medio de Jesús, pero los cielos parecían como de bronce. En la amargura de
nuestro espíritu clamamos: “¿Es posible que haya
un Dios?” Y hemos dado la vuelta diciendo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado? ‘¿Por qué estás tan lejos de las palabras de mi clamor?’ ¿Así
eres Tú? ¿Desdeñas alguna vez al pecador? ¿Acaso no has dicho: ‘Llamad, y se os
abrirá’? ¿Estás renuente a ser amable? ¿Retienes Tu promesa?” Y cuando hemos estado
a punto de rendirnos teniendo aparentemente todo en contra nuestra, ¿acaso no
hemos gemido, y no hemos dicho: “Por
qué estás tan lejos de las palabras de mi clamor?” Aunque sepamos algo, no es
mucho lo que podemos entender verdaderamente al respecto de esos terribles
dolores y agonías que nuestro bendito Señor soportó cuando hizo esas tres
preguntas: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan
lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?”
II.
En segundo lugar, ahora
vamos a RESPONDER ESAS TRES PREGUNTAS.
Ya respondí antes a la primera pregunta.
Me parece que oigo al Padre decirle a Cristo: “Hijo mío, te desamparé porque Tú estás en el lugar del pecador. Como
Tú eres santo, justo y veraz, Yo nunca te desampararía a Ti; nunca me apartaría de
Ti, pues incluso como hombre, Tú has sido santo, sencillo, sin mancha y
apartado de los pecadores; pero sobre Tu cabeza descansa la culpa de cada
penitente transferida de él a Ti, y Tú tienes que expiarla con Tu sangre.
Debido a que Tú estás en el lugar del pecador, no voy a mirarte hasta que hayas
soportado todo el peso de mi venganza. Entonces
te exaltaré en lo alto, muy por encima de todos los principados y
potestades”.
¡Oh, cristiano, haz una pausa aquí y
reflexiona! ¡Cristo fue castigado de esta manera por ti! ¡Oh, mira ese rostro
tan crispado de horror y entiende que esos horrores se juntan allí por ti! Tal
vez, en tu propia estimación, tú seas el más indigno de la familia;
ciertamente, el más insignificante; pero la más nimia oveja del rebaño de
Cristo fue comprada de igual manera que cualquier otra. Sí, cuando esa negra
oscuridad se condensó en torno a Su frente, y cuando clamó: “Eloi, Eloi”, en
las palabras de nuestro texto, pidiendo que el Señor Omnipotente le ayudara;
cuando expresó ese grito terriblemente solemne, fue porque te amaba, porque se entregó por ti,
para que tú pudieras ser santificado aquí, y pudieras morar con Él en el
más allá. Por tanto, Dios lo desamparó, primero, por ser el Sustituto del
pecador.
La respuesta para la segunda pregunta es:
“Porque quiero que Tú recibas toda la
honra para Ti; por tanto, no te voy a ayudar, no vaya a ser que tenga que
compartir el botín contigo”. El Señor Jesucristo vivió para glorificar a Su
Padre, y murió para glorificarse a Sí mismo en la redención de Su pueblo
escogido. Dios dice: “No, Hijo mío, Tú lo harás solo, pues Tú debes llevar solo
la corona y en Tu persona se encontrarán todos los regios distintivos de Tu
soberanía. Yo te daré toda la alabanza, y por tanto, Tú cumplirás con todo el
trabajo”. Debía pisar Él solo el lagar, y alcanzar la victoria y obtener únicamente
para Sí mismo la gloria.
La respuesta para la tercera pregunta es
esencialmente la misma que la respuesta para la primera. Haber escuchado las oraciones de Cristo en aquel momento habría sido
inapropiado. El hecho de que el Padre divino no haya escuchado la oración
de Su Hijo fue algo acorde con Su condición; por ser
III. Para concluir, voy a ofrecerles UNA
PALABRA DE AMONESTACIÓN Y DE AFECTUOSA ADVERTENCIA.
¿No les conmueve a algunos de ustedes que
Jesús tuviera que morir? Oyen la historia del Calvario, pero, ¡ay!, no brotan
lágrimas de sus ojos. No lloran nunca por eso. ¿Acaso no es nada la muerte de
Jesús para ustedes? ¡Ay!, pareciera que eso es válido para muchas personas. Sus
corazones no han latido nunca en sintonía con Él. Oh, amigos, ¿cuántos de
ustedes pueden mirar a Cristo, agonizando y gimiendo así, y decir: “Él es mi Rescate, mi Redentor”? ¿Podrían decir con Cristo: “Dios mío”? ¿O acaso Él es Dios de alguien más y no de ustedes? Oh, si
están sin Cristo, óiganme porque voy a decirles una palabra. ¡Es una palabra de
advertencia! Recuerden que estar sin Cristo es estar sin esperanza. Si
mueren sin ser rociados por Su sangre están perdidos. ¿Y qué es estar perdido? No voy a intentar explicarles el
significado de esa terrible palabra: “perdido”.
Algunos de ustedes podrían conocerlo antes de que el sol salga otra vez.
¡Que Dios nos conceda que no sean ustedes! ¿Desean saber cómo pueden ser
salvados? Escuchen. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna”. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Ser bautizado es
ser enterrado en el agua en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo. ¿Han creído en Cristo? ¿Han profesado la fe en Cristo? La fe es la
gracia que confía únicamente en Cristo. Todo aquél que quiera ser salvo, antes
que nada precisa sentirse perdido, reconocerse un pecador arruinado, y luego
precisa creer en ésto: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que
Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”, incluso al primerísimo
de ellos. No necesitan ningún mediador entre ustedes y Cristo. Ustedes pueden
venir a Cristo tal como están: culpables, malvados, pobres y, tal como están,
Cristo los recibirá. No hay necesidad de lavarse de antemano. No necesitan
riquezas. En Él tienen todo lo que
ustedes requieren y, no obstante, ¿insisten en aportar algo a “todo”? No necesitan vestidos, pues en
Cristo tienen una túnica inconsútil que bastará para cubrir con holgura incluso
al más grande pecador de la tierra, y también al menor.
Entonces,
vengan a Jesús de inmediato. ¿Acaso dicen que no saben cómo venir? Vengan tal como están. No esperen para hacer algo primero. Lo que necesitan
hacer es dejar de hacer y dejar que Cristo haga todo por ustedes. ¿Qué querrían
hacer si Él ya lo ha hecho todo? Toda la labor de sus manos sería incapaz de
cumplir jamás lo que Dios manda. Cristo murió por los pecadores, y ustedes
tienen que decir: “Ya sea que me hunda o nade, no voy a tener ningún otro Salvador
excepto Cristo”. Confíen plenamente en Él.
“Y cuando tu
ojo de la fe pierda intensidad,
Sigue
confiando en Jesús, ya sea que nades o te hundas;
Sigue
inclinándote humildemente ante Su escabel,
¡Oh pecador!
¡Pecador! ¡Póstrate ahora!”
Él es capaz de perdonarte en este instante.
Hay algunas personas aquí que saben que son culpables y gimen a consecuencia de
ello. Pecador, ¿por qué te demoras? “¡Ven, y sé bienvenido!”, es el mensaje de
mi Señor para ti. Si sientes que estás perdido y arruinado, entonces no hay
ninguna barrera entre el cielo y tú; Cristo la ha derribado. Si conoces tu
propio estado perdido, Cristo murió por ti; ¡Cree y ven! ¡Ven y sé bienvenido,
pecador, ven! ¡Oh, pecador, ven! ¡Ven! ¡Ven!
Jesús te pide que vengas y, como Su
embajador ante ti, yo te pido que vengas. Como alguien que moriría para salvar a sus almas si fuera necesario, como alguien
que sabe cómo gemir por ustedes, y llorar por ustedes, y que los ama como se
ama a sí mismo, yo como Su ministro, les digo, en el nombre de Dios, y en el
lugar de Cristo: “Reconciliaos con Dios”.
¿Qué dices? ¿Te ha dado Dios esa voluntad?
¡Entonces regocíjate! Regocíjate, pues no te ha dado la voluntad sin darte el poder
de hacer aquello que te ha hecho querer hacer. ¡Ven! ¡Ven! Si confías
plenamente en Cristo y no tienes ninguna otra cosa que alimente la confianza de
tu alma, excepto Jesús, en este instante puedes estar tan seguro del cielo como
si ya estuvieses allá.
Nota:
Este fue el primer sermón nocturno
predicado por el señor Spurgeon después de la fatal calamidad ocurrida en
Surrey Gardens Music Hall, quince días antes. Al comenzar su predicación, dijo:
“Las observaciones que tengo que hacer serán muy breves, tomando en cuanto que
después vamos a participar de
Traductor: Allan Román
9/Marzo/2011
www.spurgeon.com.mx