El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Palabras desde la Cruz

NO. 2562

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 2 DE NOVIEMBRE DE 1856

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN LA CAPILLA NEW PARK STREET CHAPEL, SOUTHWARK, LONDRES,

Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 27 DE MARZO DE 1898.

 

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?”  Salmo 22: 1

 

Contemplamos aquí al Salvador sumido en las profundidades de Sus agonías y dolores. Ningún otro lugar como el Calvario muestra mejor las congojas de Cristo, y ningún otro momento del Calvario está tan saturado de agonía como cuando este clamor rasga el aire: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” La debilidad física que le sobrevino en aquel momento por el ayuno y los azotes se sumó a la aguda tortura mental que experimentó por causa de la vergüenza y la ignominia que tuvo que soportar. Como culminación del dolor, sufrió una agonía espiritual inexpresable debido al desamparo del que fue objeto por parte de Su Padre. Ésta fue la negrura y la oscuridad de Su horror. Fue entonces cuando penetró en las profundidades de las cavernas del sufrimiento.

 

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” En estas palabras de nuestro Salvador hay algo que tiene siempre el propósito de beneficiarnos. La contemplación de los sufrimientos de los hombres nos aflige y nos horroriza, pero los sufrimientos de nuestro Salvador, aunque nos mueven al pesar, están revestidos de algo dulce y lleno de consolación. Aquí, incluso aquí, en este negro sitio de dolor, mientras contemplamos la cruz encontramos nuestro cielo. Este espectáculo que podría ser considerado horroroso, torna al cristiano alegre y dichoso. Si bien lamenta la causa, se regocija debido a las consecuencias.

 

I.   Primero, en nuestro texto, hay TRES PREGUNTAS para las cuales pido su atención.

 

La primera es: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Por estas palabras debemos entender que, en ese momento, nuestro bendito Señor y Salvador se encontraba desamparado por Dios de una manera que nunca antes había estado. Él había combatido con el enemigo en el desierto y tres veces lo venció y lo derribó en tierra. Había pugnado contra ese enemigo durante toda Su vida, e incluso en el huerto luchó con él hasta sentir que su alma estaba “muy triste”. No es sino hasta ese momento que experimenta una profundidad de dolor que no había sentido nunca antes. Era necesario que Él sufriera, en el lugar de los pecadores, justo lo que los pecadores deberían haber sufrido. Sería difícil concebir el castigo por el pecado si se prescindiera del ceño fruncido de la Deidad. Siempre asociamos el crimen con la ira, de tal manera que cuando Cristo murió, “el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”, cuando nuestro bendito Salvador se convirtió en nuestro Sustituto, por el momento se tornó en víctima de la justa ira de Su Padre, ya que le fueron imputados nuestros pecados para que Su justicia pudiera sernos imputada a nosotros. Fue necesario que experimentara la pérdida de la sonrisa de Su Padre, pues los condenados en el infierno deben de haber probado esa amargura; y por tanto, el Padre cerró los ojos de Su amor, puso la mano de la justicia delante de la sonrisa de Su rostro, y dejó que Su Hijo clamara: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

 

No hay ningún ser viviente que pudiera explicar el pleno significado de esas palabras; nadie podría hacerlo ni en el cielo ni en la tierra, y casi añadiría que ni en el infierno; no hay nadie que pudiera captar esas palabras en toda la profundidad de su aflicción. Algunos piensan, a veces, que nosotros podríamos clamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Hay estaciones cuando el brillo de la sonrisa de nuestro Padre se ve eclipsado por las nubes y la oscuridad. Pero hemos de recordar que Dios realmente no nos desampara nunca. En cuanto a nosotros es sólo un aparente desamparo, pero en el caso de Cristo se trató de un desamparo real. Sólo Dios sabe cuánto nos dolemos algunas veces por causa de un pequeño repliegue del amor de nuestro Padre; pero cuando Dios aparta realmente Su rostro de Su Hijo, ¿quién podría calcular cuán profunda fue la agonía que eso le provocó cuando clamó: “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?”

 

En nuestro caso, este es el clamor de la incredulidad; en Su caso, fue la expresión de un hecho, pues Dios se había apartado realmente de Él por un tiempo. ¡Oh, tú, pobre criatura turbada, que una vez viviste bajo el brillo del sol del rostro de Dios, pero que ahora estás en tinieblas; andas ahora en el valle de sombra de muerte, oyes ruidos, y tienes miedo; tu alma está sobresaltada dentro de ti, y tú estás sobrecogida de terror al pensar que Dios te ha desamparado! Recuerda que Él no te ha desamparado realmente, pues

 

“Los montes cuando están envueltos en la oscuridad,

Son tan reales como en el día”.

 

El Dios cubierto por las nubes es tan Dios nuestro como cuando Él brilla con todo el lustre de Su benevolencia, pero puesto que el solo pensamiento de que nos ha desamparado nos provoca agonía, ¿cuál habría sido entonces la agonía del Salvador cuando clamó: “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado”?

 

La siguiente pregunta es: “¿Por qué estás tan lejos de mi salvación?” Dios ha ayudado a Su Hijo hasta aquí, pero ahora Él tiene que pisar solo el lagar y ni siquiera Su propio Padre puede estar con Él. ¿No han sentido, algunas veces, que Dios los ha conducido a realizar algún deber, pero que, no obstante, aparentemente no les ha dado la fortaleza para realizarlo? ¿No han sentido nunca esa tristeza de corazón que los induce a clamar: “Por qué estás tan lejos de mi salvación?” Pero si Dios tiene el propósito de que realicen algo, ustedes pueden hacerlo, pues Él les dará el poder. Tal vez el cerebro suyo se tambalee, pero Dios ha ordenado que tienen que hacerlo y ustedes lo harán. ¿No han sentido como si tuvieran que continuar incluso cuando cada paso que daban ustedes sentían miedo de poner el otro pie por temor de no tener un firme apoyadero? Si han tenido cualquier experiencia de las cosas divinas, tiene que haberles sucedido eso. Difícilmente podríamos adivinar qué fue lo que nuestro Salvador sintió cuando dijo: “¿Por qué estás tan lejos de mi salvación?” ¡La Suya es una obra que nadie sino una Persona Divina hubiera podido realizar, y sin embargo, los ojos de Su Padre miraban hacia otro lado, mas no a Él! Con algo más que labores hercúleas frente a Él, pero sin que nada del poder del Padre le hubiere sido dado, ¡cuál no habrá sido la tensión que se cernía sobre Él! Ciertamente, como dice Hart:

 

“Soportó todo lo que el Dios encarnado podía soportar,

Con la fortaleza suficiente, y nada que escatimar”.

 

La tercera pregunta es: “¿Por qué estás tan lejos de las palabras de mi clamor?” La palabra traducida aquí como “clamor” quiere decir, en el idioma hebreo original, ese profundo y solemne gemido que es provocado por alguna seria enfermedad, y que es expresado por hombres que sufren mucho. Cristo compara Sus oraciones con esos gemidos, y se queja de que Dios está tan lejos de Él que no le oye.

 

Amados, muchos de nosotros podemos identificarnos aquí con Cristo. ¡Cuántas veces le hemos pedido algún favor a Dios de rodillas, y pensábamos que pedíamos con fe, pero no hubo ninguna respuesta! Nos volvimos a poner de rodillas. Hubo algo que detuvo la respuesta; y con lágrimas en nuestros ojos, luchamos de nuevo con Dios y suplicamos por medio de Jesús, pero los cielos parecían como de bronce. En la amargura de nuestro espíritu clamamos: “¿Es posible que haya un Dios?” Y hemos dado la vuelta diciendo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ‘¿Por qué estás tan lejos de las palabras de mi clamor?’ ¿Así eres Tú? ¿Desdeñas alguna vez al pecador? ¿Acaso no has dicho: ‘Llamad, y se os abrirá’? ¿Estás renuente a ser amable? ¿Retienes Tu promesa?” Y cuando hemos estado a punto de rendirnos teniendo aparentemente todo en contra nuestra, ¿acaso no hemos gemido, y no hemos dicho: “Por qué estás tan lejos de las palabras de mi clamor?” Aunque sepamos algo, no es mucho lo que podemos entender verdaderamente al respecto de esos terribles dolores y agonías que nuestro bendito Señor soportó cuando hizo esas tres preguntas: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?”

 

II.   En segundo lugar, ahora vamos a RESPONDER ESAS TRES PREGUNTAS.

 

Ya respondí antes a la primera pregunta. Me parece que oigo al Padre decirle a Cristo: “Hijo mío, te desamparé porque Tú estás en el lugar del pecador. Como Tú eres santo, justo y veraz, Yo nunca te desampararía a Ti; nunca me apartaría de Ti, pues incluso como hombre, Tú has sido santo, sencillo, sin mancha y apartado de los pecadores; pero sobre Tu cabeza descansa la culpa de cada penitente transferida de él a Ti, y Tú tienes que expiarla con Tu sangre. Debido a que Tú estás en el lugar del pecador, no voy a mirarte hasta que hayas soportado todo el peso de mi venganza. Entonces te exaltaré en lo alto, muy por encima de todos los principados y potestades”.

 

¡Oh, cristiano, haz una pausa aquí y reflexiona! ¡Cristo fue castigado de esta manera por ti! ¡Oh, mira ese rostro tan crispado de horror y entiende que esos horrores se juntan allí por ti! Tal vez, en tu propia estimación, tú seas el más indigno de la familia; ciertamente, el más insignificante; pero la más nimia oveja del rebaño de Cristo fue comprada de igual manera que cualquier otra. Sí, cuando esa negra oscuridad se condensó en torno a Su frente, y cuando clamó: “Eloi, Eloi”, en las palabras de nuestro texto, pidiendo que el Señor Omnipotente le ayudara; cuando expresó ese grito terriblemente solemne, fue porque te amaba, porque se entregó por ti, para que tú pudieras ser santificado aquí, y pudieras morar con Él en el más allá. Por tanto, Dios lo desamparó, primero, por ser el Sustituto del pecador.

 

La respuesta para la segunda pregunta es: “Porque quiero que Tú recibas toda la honra para Ti; por tanto, no te voy a ayudar, no vaya a ser que tenga que compartir el botín contigo”. El Señor Jesucristo vivió para glorificar a Su Padre, y murió para glorificarse a Sí mismo en la redención de Su pueblo escogido. Dios dice: “No, Hijo mío, Tú lo harás solo, pues Tú debes llevar solo la corona y en Tu persona se encontrarán todos los regios distintivos de Tu soberanía. Yo te daré toda la alabanza, y por tanto, Tú cumplirás con todo el trabajo”. Debía pisar Él solo el lagar, y alcanzar la victoria y obtener únicamente para Sí mismo la gloria.

 

La respuesta para la tercera pregunta es esencialmente la misma que la respuesta para la primera. Haber escuchado las oraciones de Cristo en aquel momento habría sido inapropiado. El hecho de que el Padre divino no haya escuchado la oración de Su Hijo fue algo acorde con Su condición; por ser la Fianza del pecador, Su oración no debía ser oída; como Fianza del pecador, podía decir: “Ahora que estoy aquí, muriendo en el lugar del pecador, Tú sellas Tus oídos para que no penetre mi oración”. Dios no escuchó a Su Hijo porque sabía que Su Hijo estaba muriendo para acercarnos a Dios, y por tanto, el Hijo clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

 

III.   Para concluir, voy a ofrecerles UNA PALABRA DE AMONESTACIÓN Y DE AFECTUOSA ADVERTENCIA.

 

¿No les conmueve a algunos de ustedes que Jesús tuviera que morir? Oyen la historia del Calvario, pero, ¡ay!, no brotan lágrimas de sus ojos. No lloran nunca por eso. ¿Acaso no es nada la muerte de Jesús para ustedes? ¡Ay!, pareciera que eso es válido para muchas personas. Sus corazones no han latido nunca en sintonía con Él. Oh, amigos, ¿cuántos de ustedes pueden mirar a Cristo, agonizando y gimiendo así, y decir: “Él es mi Rescate, mi Redentor”? ¿Podrían decir con Cristo: “Dios mío”? ¿O acaso Él es Dios de alguien más y no de ustedes? Oh, si están sin Cristo, óiganme porque voy a decirles una palabra. ¡Es una palabra de advertencia! Recuerden que estar sin Cristo es estar sin esperanza. Si mueren sin ser rociados por Su sangre están perdidos. ¿Y qué es estar perdido? No voy a intentar explicarles el significado de esa terrible palabra: “perdido”. Algunos de ustedes podrían conocerlo antes de que el sol salga otra vez. ¡Que Dios nos conceda que no sean ustedes! ¿Desean saber cómo pueden ser salvados? Escuchen. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Ser bautizado es ser enterrado en el agua en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¿Han creído en Cristo? ¿Han profesado la fe en Cristo? La fe es la gracia que confía únicamente en Cristo. Todo aquél que quiera ser salvo, antes que nada precisa sentirse perdido, reconocerse un pecador arruinado, y luego precisa creer en ésto: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”, incluso al primerísimo de ellos. No necesitan ningún mediador entre ustedes y Cristo. Ustedes pueden venir a Cristo tal como están: culpables, malvados, pobres y, tal como están, Cristo los recibirá. No hay necesidad de lavarse de antemano. No necesitan riquezas. En Él tienen todo lo que ustedes requieren y, no obstante, ¿insisten en aportar algo a “todo”? No necesitan vestidos, pues en Cristo tienen una túnica inconsútil que bastará para cubrir con holgura incluso al más grande pecador de la tierra, y también al menor.

 

Entonces, vengan a Jesús de inmediato. ¿Acaso dicen que no saben cómo venir? Vengan tal como están. No esperen para hacer algo primero. Lo que necesitan hacer es dejar de hacer y dejar que Cristo haga todo por ustedes. ¿Qué querrían hacer si Él ya lo ha hecho todo? Toda la labor de sus manos sería incapaz de cumplir jamás lo que Dios manda. Cristo murió por los pecadores, y ustedes tienen que decir: “Ya sea que me hunda o nade, no voy a tener ningún otro Salvador excepto Cristo”. Confíen plenamente en Él.

 

“Y cuando tu ojo de la fe pierda intensidad,

Sigue confiando en Jesús, ya sea que nades o te hundas;

Sigue inclinándote humildemente ante Su escabel,

¡Oh pecador! ¡Pecador! ¡Póstrate ahora!”

 

Él es capaz de perdonarte en este instante. Hay algunas personas aquí que saben que son culpables y gimen a consecuencia de ello. Pecador, ¿por qué te demoras? “¡Ven, y sé bienvenido!”, es el mensaje de mi Señor para ti. Si sientes que estás perdido y arruinado, entonces no hay ninguna barrera entre el cielo y tú; Cristo la ha derribado. Si conoces tu propio estado perdido, Cristo murió por ti; ¡Cree y ven! ¡Ven y sé bienvenido, pecador, ven! ¡Oh, pecador, ven! ¡Ven! ¡Ven!

 

Jesús te pide que vengas y, como Su embajador ante ti, yo te pido que vengas. Como alguien que moriría para salvar a sus almas si fuera necesario, como alguien que sabe cómo gemir por ustedes, y llorar por ustedes, y que los ama como se ama a sí mismo, yo como Su ministro, les digo, en el nombre de Dios, y en el lugar de Cristo: “Reconciliaos con Dios”.

 

¿Qué dices? ¿Te ha dado Dios esa voluntad? ¡Entonces regocíjate! Regocíjate, pues no te ha dado la voluntad sin darte el poder de hacer aquello que te ha hecho querer hacer. ¡Ven! ¡Ven! Si confías plenamente en Cristo y no tienes ninguna otra cosa que alimente la confianza de tu alma, excepto Jesús, en este instante puedes estar tan seguro del cielo como si ya estuvieses allá.

 

Nota:

 

Este fue el primer sermón nocturno predicado por el señor Spurgeon después de la fatal calamidad ocurrida en Surrey Gardens Music Hall, quince días antes. Al comenzar su predicación, dijo: “Las observaciones que tengo que hacer serán muy breves, tomando en cuanto que después vamos a participar de la Cena del Señor. No voy a hacer ninguna alusión a la reciente catástrofe, que ha sido tema de mis pensamientos cotidianos y de mis sueños nocturnos desde que ocurrió. Con todo, espero usar ese evento en algún período futuro”. El señor Spurgeon hizo eso en muchos memorables comentarios que fueron incluidos en Volumen II de su Autobiografía.   

 

 

Traductor: Allan Román

9/Marzo/2011

www.spurgeon.com.mx