El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
La Dicha de los Hogares Santos
NO. 2539
SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
CON MOTIVO DE LA DEDICACIÓN DE LA ‘CASA DEL JUBILEO’ EN CONMEMORACIÓN DEL QUINCUAGÉSIMO CUMPLEAÑOS DEL AMADO PASTOR, EL 19 DE JUNIO DE 1884.
SELECCIONADO PARA SER LEÍDO EL DOMINGO 17 DE OCTUBRE DE 1897.
“Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos; la
diestra de Jehová hace proezas. La diestra de Jehová es sublime; la diestra de
Jehová hace valentías.” Salmo 118: 15, 16.
Un
creyente en Cristo no tarda mucho en encontrar la dicha. Está en la tierra que
fluye leche y miel, y muy pronto podrá dar un sorbo de su dulzura. Como
Nicodemo, viene a Jesús de noche, pero el sol está saliendo. Cuando se arroja
al pie de la cruz, su amanecer ha comenzado, y en breve caminará en la luz: justificado
por la fe, tendrá paz para con Dios. Y no sólo esto, sino que también aprende a
gozarse en Dios, por el Señor nuestro Jesucristo, por quien ha recibido ahora
la reconciliación. Este gozo permanece en él y abunda, de tal manera que
pertenece a un pueblo feliz. Es cierto que no todos los creyentes son
igualmente felices, pero cada uno de ellos tiene el derecho de estar sumamente
alegre. Algunos flotan sobre una pleamar de dicha, mientras que otros van a la
deriva sobre el reflujo; pero todos están metidos en la misma corriente que los
transporta al océano de la perfecta felicidad. Todos aquellos que confían en
Cristo como deben hacerlo, encontrarán que una medida de esta dicha brota en su
interior y acompaña a la nueva vida que el Espíritu Santo ha creado. La nuestra
es una paz que sobrepasa todo entendimiento y una dicha indecible.
Esta
dicha es contagiosa; se esparce como un oloroso perfume. Un hombre feliz hace
felices a otros. El hombre que está lleno de la bendición de Dios la derrama
para otros. La música no es solamente para quien la toca, sino para todos los
que tienen oídos. La influencia del hombre dichoso se siente primero en casa;
regresa a su hogar, a su propia familia, siendo un hombre convertido, y los miembros
de la familia pronto perciben el cambio. Les cuenta lo que el Señor ha hecho;
pero, aun si no lo hiciera, pronto descubrirían, por su amabilidad, por su
amor, su verdad y su santidad, que algo extraordinario le ha ocurrido. Sus acciones,
sus palabras, su carácter y su espíritu han cambiado muy singularmente, y
quienes le rodean pueden verlo. Él está alegre, y muy pronto ellos están
alegres también. Cuando el hombre es mejor, todos los que tienen que ver con él
se benefician por su progreso. Cuando el propio corazón del hombre se regocija,
entonces reparte gozo, igual que los discípulos de Cristo que, cuando recibían
panes y peces de las manos de su Señor, los repartían entre la multitud, “Y
comieron todos, y se saciaron.”
Yo
confío en que muchos de ustedes, queridos amigos, que son mis asociados en la
Iglesia de Dios, sienten que esto es válido en su propio caso, como yo estoy
seguro al confesar que es cierto en mi caso. Para la gloria de la gracia de
Dios he de dar mi testimonio. Nuestro propio Dios de bendición ha bendecido a
nuestras familias.
Ciertos
creyentes, sin embargo, esparcen el gozo en un gran número de familias; no
únicamente a aquellos a quienes pertenecen según la carne, sino diseminan
consuelo entre todas las familias de Sion. David, por ejemplo, cuando salía y
hería a los enemigos de su nación, hacía brotar un gran regocijo en todos los
tabernáculos de Israel; todo el pueblo escogido participaba en lo que el adalid
del Señor había hecho. Cuando alguien es bendecido por Dios, de tal manera que
puede enseñar la Palabra y predicarla con poder, derrama el gozo en todas las
familias con las que entra en contacto.
Aspiren,
amados hermanos, a brillar ampliamente como una vela que, puesta sobre un
candelero, alumbra a todos los que están en la casa. Primero, tienen que
asegurarse que ustedes mismos hayan sido verdaderamente salvados; luego clamen
al Señor pidiendo por sus propios parientes y amigos, y trabajen por ellos
hasta que sean conducidos a los pies del Redentor; y, entonces, dejen que su luz brille en derredor de donde
ustedes viven. La lámpara que no es vista fuera de su propio cristal es una
pobre lámpara. Brillen a lo largo de esa calle de donde poca gente asiste jamás
a la casa de Dios; brillen en esa fábrica donde la masa de los obreros mora en
las tinieblas; brillen en ese banco, donde muy pocos empleados caminan en la
luz de Dios. Oren para que puedan ser, no meramente luces nocturnas que sirven
para consolar a algún enfermo, sino que puedan ser como esas nuevas lámparas de
gas, que son colocadas en los cruces de caminos, y que generan una magnífica
iluminación a su alrededor. Tal vez el Señor los haya colocado a propósito en
una posición aflictiva para que sean de mayor servicio del que pudieran haber
sido bajo circunstancias más cómodas. Debemos ser felices de estar allí donde
podamos hacer felices a otros. Debe ser nuestra voluntad hacer la voluntad del
Señor, siendo útiles a nuestros semejantes. No debemos valorar nuestra posición
por la tranquilidad que nos proporciona, o la respetabilidad con que nos cubre,
sino por las oportunidades que nos depara para vencer al mal, y promover el
bien. Creo que muchos cristianos serían sabios si dudaran antes de mudarse del
lugar donde están ahora, aunque sea muy agradable vivir en una localidad más
elegante. Digo que deberían dudar de trasladarse, porque, si se fueran, la
propia luz del lugar sería apagada, y la esperanza de muchos pobres pecadores
se esfumaría. La sal no puede hacer nunca tanto bien en una caja como puede
hacerlo en contacto con los alimentos, que se descompondrían sin ella. Un
piloto, en la costa, puede ser muy hábil pero no puede ser útil a menos que
salga al mar. Un río es una bendición en Inglaterra, pero en Egipto o en el
Sudán es valorado más allá de toda medida; las Escrituras hablan de “arroyos de
aguas en tierra de sequedad”. Hemos de orar pidiendo ser hombres y mujeres
tales, que podamos bendecir nuestros propios hogares y, entonces, ser colocados
de tal manera en la providencia que podamos ser canales de bendición hasta el
límite de nuestra capacidad para un círculo que se amplía continuamente, del
cual somos su centro. Oh, que tuviéramos una participación en la bendición que
recayó en Abraham, “De cierto te bendeciré”; y también, “Te bendeciré, y
engrandeceré tu nombre, y serás bendición”; y además, “En tu simiente serán
benditas todas las naciones de la tierra”.
Ahora
vamos a analizar más detenidamente el texto, y notamos en él, primero, que hay dicha en las familias de los justos. El
texto lo afirma, y la experiencia y la observación lo confirman; y, en segundo
lugar, esta dicha debe ser expresada: “Voz
de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos”. Luego, en
tercer lugar, esta dicha se relaciona con
lo que el Señor ha hecho: “La diestra de Jehová hace proezas. La diestra de
Jehová es sublime; la diestra de Jehová hace valentías.”
I.
Primero, hay DICHA EN LAS
FAMILIAS DE LOS JUSTOS.
Gracias
a Dios, eso es divinamente cierto. Una vez, el paraíso fue el hogar del hombre;
y ahora, para el hombre bueno, su hogar es el paraíso. Puedo decir que, hasta
cierto punto, esto es en proporción a la
salvación que es encontrada en la familia. Si una o dos personas son
convertidas dentro de una familia numerosa, es algo por lo que hay que alabar a
Dios, porque toma “uno de cada ciudad, y dos de cada familia”, y los introduce
en Sion; sin embargo, la dicha será más bien una suave melodía en vez de una
armonía exultante. Si la esposa es convertida como también el esposo, ¡qué
consuelo es para ambos! Ahora se ocuparán dos partes de la música, y el himno
será cantado más dulcemente. Si dos caballos jalan juntos un carruaje, cuán
bien se desplaza al rodar; pero si uno va hacia atrás y el otro hacia adelante,
habrá mucha molestia si es que no hay un daño. Yo he visto a dos bueyes en un
yugo, y he observado cómo trabaja coordinadamente un verdadero equipo de bueyes
en una yunta, al punto de echarse juntos, levantarse juntos, y moverse juntos
al mismo paso: donde no ocurre eso, la dificultad y la inconveniencia hacen que
arar sea una tarea difícil.
Si
el esposo y la esposa son ambos convertidos, están por alcanzar todavía una
dicha mayor, pues comenzarán a orar por sus hijos. Aquellos hijos que les son
dados constituirán su ansiosa preocupación hasta que ellos también nazcan para
Dios. Ellos experimentarán un gran
deleite cuando uno de sus seres queridos diga: “he entregado mi corazón a
Cristo”, y sea capaz de expresar su fe en Jesús, y dar una razón de la
esperanza que hay en él. La copa de la dicha se llenará aún más cuando otro
venga y diga: “quiero ser contado en el rebaño de Cristo.” Muchos de nosotros
podemos decir: “todos mis hijos son hijos de Dios: ellos van conmigo de mi mesa
a la mesa del Señor: tengo una iglesia en mi casa, y todos los miembros de mi
hogar están en la iglesia”. Aquí hay un cuadro, un patrón, un dechado, un
paraíso. Podríamos decir lo mismo que dijo una vez un ministro de Cristo acerca
de sus hijos espirituales: “no tengo mayor gozo que oír que mi hijos caminan en
la verdad”.
Es
mejor, querido padre, querida madre, que tus hijos y tus hijas sean herederos
de Dios a que pudieras hacerlos herederos de una vasta hacienda; es mejor que
sean buenos, que notables; es mejor que sean benevolentes, que famosos. Si
están casados con Cristo, no tienes que angustiarte por encontrarles cónyuges,
y si sirven al Señor, no necesitas preocuparte por sus asuntos. Mientras vivas,
serán tu consuelo, y cuando mueras, los dejarás en mejores manos que tus
propias manos. Su futuro está bien garantizado, puesto que está escrito: “En
lugar de tus padres serán tus hijos, a quienes harás príncipes en toda la
tierra.”
Yo
creo que es generalmente cierto que la dicha en una familia va mayormente en
proporción a la gracia que haya en sus miembros. Las circunstancias y las
pruebas peculiares podrían causar excepciones a la regla, pero, en general, esto
será válido. Entonces, busquen la salvación de todo su hogar.
Aquí
cometería una triste omisión si no dijera que es una mayor dicha si el círculo
salvado incluye, no únicamente a los padres y a los hijos, sino también a los
sirvientes. Un siervo servicial y fiel es un gran consuelo; y estar rodeado por
aquellos que temen al Señor, es una de las bendiciones más especiales de esta
vida mortal. No debemos estar contentos en tanto que un solo empleado doméstico,
en nuestro hogar, permanezca siendo inconverso. La niñera, la muchacha que
viene para trabajar una parte del día, el limpiabotas, y todos aquellos que son
empleados ocasionalmente para hacer trabajos extras, deben ser considerados por
la señora de la casa y por sus compañeros sirvientes. Deberíamos orar porque
todos aquellos que traspasan nuestro umbral tengan un nombre y un lugar en la
casa de Dios. ¿Por qué no habría de ser así? ¿No deberíamos censurarnos a
nosotros mismos, a menudo, porque hemos sido olvidadizos de aquellos que
ministran para nuestro consuelo? ¡Oh, que todos aquellos que nos sirven
sirvieran a Dios! ¡Oh, que todos aquellos que sirven a nuestra mesa coman pan
en el reino de nuestro Padre, y que todos aquellos que moran bajo nuestro
techo, tengan un lugar en las muchas mansiones de arriba!
Ahora
damos un paso hacia adelante, y comentamos que el gozo al que se alude aquí, es
principalmente espiritual. El temor
de Dios tiende a hacer feliz al hombre en todos los sentidos, mental, social y
espiritualmente. Es luz para los ojos, música para los oídos, y miel para la
boca. Es un endulzante universal. El trabajo ordinario de la vida se desarrolla
fácilmente cuando las ruedas son aceitadas con la gracia. Deberíamos ambicionar
que nuestro hogar sea un templo, que nuestras comidas sean sacramentos, que nuestros
vestidos sean ornamentos, y que nosotros mismos seamos sacerdotes para Dios, y
que nuestra vida entera sea un sacrificio de alabanza a Él.
Hay
hogares donde el Señor Jesús es el Maestro, tanto del jefe del hogar como de
los siervos, y donde el Espíritu Santo es el espíritu que preside en toda la
economía hogareña. Las dificultades que turban a otros nunca molestan allí,
pues el amor las previene. Todos son benevolentes; todos están ansiosos de ser
buenos, y de hacer el bien y de volverse buenos. Por consiguiente, las
pendencias y las riñas son desconocidas; no se permite que las pequeñas
diferencias se conviertan en disputas. Las envidias y los altercados, las
griterías y las pláticas no edificantes, son suprimidos; aunque estas cosas
brotan incluso entre quienes son parientes cercanos, sin embargo, los corazones
benevolentes no tolerarán su existencia. Cada uno otorga la debida consideración
a los demás: se mantienen los lugares apropiados según la regla del Nuevo
Testamento, y el resultado es que el ángel está en la casa, y el diablo ve la
señal sobre la puerta, y no se atreve a entrar.
“Bienaventurado es el hombre que tiene
temor
Y se deleita en el Señor,
Dios le dará como galardón
La riqueza, la riqueza que alegra
verdaderamente;
Y sus hijos
Serán bendecidos en torno a su mesa.”
Sí,
la dicha principal en las tiendas de los justos es de naturaleza espiritual; el
padre tiene gozo, porque es salvado en el Señor con una salvación eterna; la
madre tiene gozo, porque ella también ha visto abierto su corazón, como Lidia,
para oír y recibir la Palabra; los amados hijos tienen gozo, cuando ofrecen sus
pequeñas oraciones y cuando hablan con Jesús, a quien aman sus almas. No creo
experimentar un gozo mayor que cuando, a veces, tengo que recibir a una familia
entera en la iglesia. Una vez vinieron a verme cinco personas, de un mismo
hogar, un buen número de muchachos y muchachas. Es deleitable ver a nuestros
amados vástagos entregando sus corazones al Señor al inicio de sus vidas. ¡Allí
donde el Señor obra tan misericordiosamente, las madres son felices, los padres
son felices, los hermanos son felices y las hermanas son felices! ¡Si son
partícipes de ella, que puedan continuar por largo tiempo alabando y
bendiciendo Su nombre por esa singular bendición! Yo no conozco a nadie de la
familia de mi padre, ni de mi propia familia, que no sea salvo; y, por tanto,
yo puedo dirigirlos en la alabanza.
Este
tipo de dicha, en tanto que espiritual, no
depende de circunstancias externas; no depende de las riquezas ni del
honor. El gozo del Señor será encontrado en el palacio de un príncipe, si la
gracia de Dios está allí; pero con mucha más frecuencia medra en las casas
humildes y en los aposentos modestos, en donde viven los cristianos que
trabajan arduamente para ganarse el sustento, experimentando, con frecuencia,
las estrecheces de la pobreza. Se decía antiguamente que los filósofos podían
estar alegres sin la música, y yo estoy seguro de que eso más cierto todavía en
referencia a los cristianos, quiero decir que pueden ser felices en el Señor
cuando las circunstancias temporales están en su contra. Nuestras campanas no
necesitan cuerdas de seda para tocar, ni tampoco tienen que ser colocadas en
torres altas. Si nuestra dicha dependiera de acumular oro y plata o de la salud
y la fortaleza de todos los miembros de nuestra familia, o de nuestro rango y
linaje, podríamos ir llorando a nuestros lechos, y despertar en la mañana
cegados por las lágrimas; pero como nuestra dicha brota de otro manantial, y
sus gotas preciosas destilan de una fuente más pura, cuyas corrientes fluyen
tanto en verano como en invierno, podemos bendecir a Dios por nuestra constante
satisfacción. La llama de gozo que arde en las tiendas de los justos es
estable, pues es alimentada con óleo santo. Que Dios nos conceda que nunca
opaquemos su lustre por pecados de familia contra Dios, o por alguna
negligencia en nuestros deberes de los unos para con los otros; pero, ¡que la
lámpara sagrada del gozo santo esparza continuamente su brillo en nosotros de
generación en generación! Que se diga de nuestra habitación: “Jehová-sama”,
“Jehová allí”.
Me
enteré de un hombre acaudalado que era dueño de varias casas en diversos
lugares. Poseía una hermosa propiedad en el campo, que tenía en su centro una
magnífica mansión; poseía también un departamento en el West End (un barrio
aristocrático de Londres), una residencia junto al mar, y un pabellón de caza
en ‘the Highlands’ (país montañoso de Escocia), y que viajaba a menudo al
continente europeo. Se trasladaba de una casa a la otra, y no se supo que
permaneciera más de unas cuantas semanas en cualquiera de las residencias. A un
amigo le dijo que estaba tratando de encontrar la paz de su mente en alguna de
sus casas. ¡Qué vana empresa! Podría haber encontrado más rápido la piedra
filosofal, o el solvente universal. Yo he conocido a muchas personas que sólo
tenían un cuarto, y estaba pobremente amueblado, y, sin embargo, encontraron la
paz de la mente allí, porque la llevaban consigo.
Bienaventurado
es el hombre que lleva la esmeralda de la paz en su seno, aunque no esté
engastada en oro. Bienaventurados son aquellos cuya paz es semejante a un río
que tiene lejos su fuente, en las colinas, y una corriente clara como el
cristal, continua, que se va profundizando, que se va ensanchando, y que se
mueve silenciosamente hacia el océano de ilimitada felicidad.
Sí,
no se trata de dónde estamos, sino de lo que somos; no es qué tenemos, sino
dónde lo tenemos, si lo tenemos en nosotros mismos o en nuestro Dios, lo que
demuestra si somos realmente bienaventurados. La paz es la mejor posesión para
un individuo, la propiedad más rica para una familia, y el más hermoso legado
para los descendientes. Allí donde llega la salvación de nuestro Señor Jesús,
la paz y la dicha son seguros acompañantes: por tanto, se dice en nuestro texto
que “Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos.” Hechos
justos en carácter, podemos sentir más que nunca la naturaleza transitoria de
nuestra residencia temporal, y por tanto, preferimos morar en tiendas que en
mansiones; pero somos honrados por la compañía de estos dos huéspedes
celestiales: salvación y gozo, y, por tanto, no envidiamos a ningún César en el
Monte Palatino, ni a ningún monarca en su palacio de mármol.
El
gozo cristiano, ya sea en un individuo o en la familia, puede ser justificado abundantemente. Los creyentes pueden dar
siempre una razón del gozo que hay en ellos. Como hogares cristianos, ¿por qué
no habríamos de estar alegres en el Señor? Si Dios está complacido con
nosotros, muy bien podemos estar complacidos en Él. Si el Señor se regocija por
nosotros, ¿no deberíamos de alegrarnos por ese hecho? Dios mismo nos llama un
pueblo feliz; no hemos de vivir como si quisiéramos falsificar Su Palabra.
Vean,
hermanos y hermanas míos, cualesquiera que sean sus aflicciones temporales,
todas las cosas les ayudan a bien; ¿no podrían, entonces, regocijarse para
siempre? Aunque cada componente de la medicina incorporado en la mezcla sea
amargo, la poción completa es saludable; aunque cada evento pareciera estar en
tu contra, el curso íntegro de la providencia es positivo para ti de una manera
divinamente sabia y misericordiosa. Nada ocurre en la historia de tu familia,
sea nacimientos o muertes, venidas o llegadas, pérdidas o ganancias, gozos o
tristezas, enfermedad o salud, que no produzca al final el bien más excelso. No
juzgues cada rueda, sino observa el funcionamiento de toda la maquinaria. Para
mí es un pensamiento feliz que ni un solo grano de polvo en los vientos de
Marzo, ni una sola gota de lluvia en los chaparrones de Abril, son dejados al
azar, sino que la mano del Señor lo dirige todo; y, por tanto, yo confío que ni
en lo pequeño ni en lo grande, nada hará daño al hombre que mora bajo la
protección del Altísimo.
Junto
a esto, nos regocijamos por el pecado perdonado; esta es la primera bendición
de la que canta David en el Salmo ciento tres, y es la preparación para todas
las demás bendiciones. Si el pecado es perdonado, toda la amargura desaparece,
pues este es el verdadero ajenjo y la hiel real de la vida. Ahora que Goliat de
Gat ha sido herido en la frente, el resto de los filisteos es de poca
consideración. Cuando el pecado ha desaparecido, la negra nube que amenazaba
con una tempestad eterna es borrada, y el sol disuelve el resto de las nubes de
la misma manera que dispersa la neblina matutina. Incluso la muerte pierde su
terror cuando el pecado ha sido quitado; es una abeja sin aguijón, y nos
asomamos para encontrar miel en su cercanía. Si entra en la casa, y se lleva a
nuestros seres queridos, ellos están con Cristo, que es mucho mejor; y cuando
nos lleva a nosotros, nuestra muerte será ganancia, pues “así estaremos siempre
con el Señor.” Así como la vida entera recibe otro color cuando el pecado es
perdonado, así el creyente en Jesús ve la muerte de manera diferente; ese
asunto solemne queda tan modificado que incluso podemos:
“Anhelar la noche para desvestirnos,
Para descansar con Dios.”
¿Qué
hay sobre la tierra que pudiera turbar a quienes temen a Dios? “Vamos” –dices
tú– “podríamos mencionarte mil tribulaciones.” Sí, pero cuando hubieres terminado,
yo te diría que no hay ninguna base para estar turbado por ninguna de ellas,
pues escrito está, “Ninguna arma forjada contra ti prosperará.” “No quitará el
bien a los que andan en integridad”; y también, “todo es vuestro: sea Pablo,
sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo
presente, sea lo porvenir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de
Dios.” “Son linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos.”
Por tanto, hemos de cuidarnos de no ser como los egipcios cuando temblaban en
las tinieblas que podían sentirse, sino más bien seamos como era la gente en
los días de Salomón, cuando comían y bebían y se alegraban, y la paz no tenía
término.
Yo
quisiera preguntarle a cualquiera de ustedes, jóvenes, que están recién casados
y acaban de comenzar una nueva vida, ¿cómo pueden esperar tener la felicidad a
menos que la busquen en Dios? Ustedes han entregado sus corazones el uno al
otro; ¡oh, que hubieran dado sus corazones a Cristo también, pues entonces
estarían unidos con Uno de quien no podrían ser separados nunca! Si son uno en
Cristo, tendrán una base de unión más firme que las bases que el afecto natural
pudiera proporcionarles. Cuando uno de ustedes sea llevado a casa, habrá una
breve separación del cuerpo, pero se encontrarán de nuevo y morarán para
siempre en el mismo cielo. Las uniones en el Señor son uniones que tienen la
bendición del Señor. Asegúrense de comenzar como tienen la intención de
continuar; es decir, con esa bendición que enriquece, y que no trae ninguna
aflicción con ella. Si su hogar ha de ser feliz, si los hijos que Dios les dé
han de ser su consuelo y su deleite, primero sus propias almas han de ser
rectas con Dios. Si el Señor es el Dios de los padres, Él será el Dios de su
simiente. El Dios de Abraham será el Dios de Isaac, y será el Dios de Jacob, y
será el Dios de José, pues Él guarda Su fidelidad de generación en generación
de aquellos que le aman. Él no echa fuera a Su pueblo, ni tampoco a sus hijos.
Si tú eres un Ismael, ¿qué serán tus hijos? Si estás apartado de Dios, ¿cómo
esperas que tu posteridad esté cerca de Él?
Regresando
a mi primer punto, el pueblo de Dios es un pueblo feliz, y su familia es una
familia feliz. Si hay aquí alguna persona cristiana que se queje: “no soy feliz
en casa”, me gustaría preguntarle: “¿no es esa tu propia culpa, querido amigo?
Es más, no se enojen porque estoy obligado a hacer la pregunta, pues a menudo
encuentro que quienes se quejan de infelicidad en sus propios hogares, son la
causa principal de esa infelicidad.
La
mayoría de las criaturas ven según su naturaleza, y los hombres a menudo
reciben en su pecho lo que dan a otros. Cuando me encuentro con alguien que
clama: “no hay amor en la iglesia”, puedo convertir esa expresión a un español
sencillo y leerla así: “no hay amor en mí”. Cuando una persona dice: “todo el
mundo en mi casa está mal a excepción mía”, te sientes seguro de que esa
persona ha mantenido abiertos sus ojos a las fallas de otros, pero nunca se ha
visto realmente a sí misma. Si usas lentes de colores, todas las cosas a tu
alrededor serán de colores.
“¡Ay!”,
–clama otro– “yo no soy feliz, aunque anhelo serlo”. ¿Conoces, querido amigo,
el secreto para obtener la felicidad? La respuesta es muy sencilla: no intentes
hacerte feliz, sino esfuérzate por hacer felices a otros. Sé un hombre alegre,
y alegra a quienes te rodean. Yo bendigo a Dios porque nunca caí en el engaño
de creer que hay virtud en un semblante apesadumbrado. Algunos podrían pensar
que es bueno ser “un miserable pecador”, pero ciertamente es mejor ser un santo
feliz. Lleven consigo el brillo de la luz del sol a través del mal tiempo. No
piensen que, en la piedad, empujar sea
lo mismo que atraer. Un ceño fruncido
puede beneficiar a unos cuantos, pero una sonrisa puede influenciar a un mayor
número de personas. Un famoso estadista francés tenía un semblante tan
aterrorizador que un muchacho le preguntó una vez si su rostro no le hacía
daño. Ciertamente se les podría hacer la misma pregunta a ciertas personas muy
“decorosas”, pues habitualmente están revestidas de tal tenebrosidad que uno
pensaría que todo era noche en su interior.
No
debe ser así en cuanto a nosotros, sino que la luz del amor debe circundar
nuestro sendero causando que las florecillas de la alegría broten a ambos lados
del camino. Hay suficientes sauces llorones juntos a nuestros arroyos; yo
quisiera que rebosaran con lirios de agua. Mayor gracia nos capacitaría para
glorificar más al Señor, y regocijarnos con una dicha más constante.
Esto
basta en cuanto a nuestro primer testimonio: hay dicha en las familias de los
justos.
II.
En segundo lugar, ESTA DICHA
DEBE SER EXPRESADA; “Voz de júbilo y
de salvación hay en las tiendas de los justos.”
Debemos
prestar una lengua a nuestros goces, y dejar que hablen. La voz debe ser
escuchada diariamente, de la mañana a la noche y hasta que el silencio del
sueño se escabulla en todo; pero nunca debe dejar de resonar en las reuniones diarias para la oración en
familia. Debe constituir una ocasión feliz cuando nos reunimos para leer la
Palabra de Dios, y para orar juntos. Sería muy bueno si pudiéramos cantar
también en esos momentos. Matthew Henry dice, en relación a la oración
familiar: “los que oran, hacen bien; los que oran y leen las Escrituras, hacen
todavía mejor; los que oran, y leen las Escrituras, y cantan un himno, hacen lo
mejor de todo.” En esto, fue sabio y preciso como siempre; yo desearía que sus
palabras recibieran una mayor atención. Si no pueden abarcar la última de las
tres cosas buenas, combinen la alabanza con su oración haciéndola más llena de
gozo y de agradecimiento que lo usual. No permitan nunca que la devoción
doméstica degenere en una insulsa formalidad, antes bien involucren un vivo
deleite emocionado en ello, de tal manera que sea un gozo acercarse al Señor y
no un fastidio. Donde no hay oración de familia, no podemos esperar que los
hijos crezcan en el temor del Señor, ni el hogar puede esperar la felicidad.
Tal
vez, algunos de ustedes no han comenzado la oración en familia, pues han sido
convertidos recientemente. Comiencen a hacerla de inmediato, si les fuera posible;
no permitan que concluya este día sin hacer el intento de orar en familia. Pero
oigo que alguien dice: “Nunca he orado en voz alta”. Entonces comienza de
inmediato, hermano mío. “Pero me da miedo”. ¿Le tienes miedo a tu esposa? Eso,
en verdad, es una verdadera lástima; lo siento mucho por tu condición de
hombre, pues ella es la última mujer de quien deberías tener miedo. “¡Oh, pero
es que yo hablaría de manera entrecortada!” Eso no sería una gran calamidad;
una oración entrecortada es a menudo la mejor forma de suplicación. ¿No será
que esta objeción brota de tu orgullo? No te gusta orar delante de tu familia a
menos que lo hagas bien, para recibir así su aprobación. Despréndete de ese
espíritu, y piensa en Dios únicamente, a quien te debes dirigir. Las palabras
seguirán al deseo, y muy pronto tendrás que tener más miedo de tu fluidez que
de tu brevedad. Sólo rompe el hielo; pídele al Señor Jesús que eche fuera al
espíritu mudo, y Él te liberará de su poder. Si el esposo no dirige la
devoción, entonces que lo haga la esposa; pero no dejen pasar ni un solo día
sin la oración en familia; un hogar sin ella es un hogar sin techo, y un día
sin ella es un día sin bendición. ¿Me comentas: “¡Ay!, querido señor, mi esposo
no es convertido”? Entonces, mi querida hermana, esfuérzate por tener oración
con los hijos, y ora tú misma.
Yo
recuerdo que cuando mi padre se ausentaba del hogar para predicar el Evangelio,
mi madre suplía siempre su lugar en el altar de la familia; y en mi propia
familia, si yo he tenido que ausentarme y mi amada esposa ha estado enferma,
mis hijos, siendo muchachos todavía, no dudaban en leer las Escrituras y orar.
No podíamos tener un hogar sin oración; eso sería pagano o ateo.
Habrá
frecuentes ocasiones de santa dicha en todas las familias cristianas, y estas
ocasiones deben disfrutarse muy cordialmente. La dicha santa no engendra ningún
mal, por mucho que la disfrutemos. Tú podrías comer fácilmente demasiada miel,
pero nunca podrías disfrutar de demasiado deleite en Dios. Los cumpleaños y los
aniversarios de todo tipo, y las diversas reuniones familiares deberían
hacernos vivir la vida muy cordialmente al compás de la música.
Además,
sería bueno que sus hogares resonaran más
generalmente con cantos. Cuando los miembros de un hogar están
acostumbrados a cantar individual y colectivamente, eso echa fuera los monótonos
cuidados, ayuda a evitar los malos pensamientos, e induce a una exultación
general. Por supuesto que debe haber un sentido común en esto, como en todas
las demás cosas, pero así como los mundanos son capaces de cantar canciones,
nosotros podemos con la misma facilidad cantar salmos.
He
conocido a algunas personas muy felices que siempre estaban tarareando salmos e
himnos y cánticos espirituales. Conocí a una sirvienta que cantaba cuando
estaba lavando, y decía que eso aligeraba su trabajo. Es algo muy importante
cantar cuando estás trabajando. Trata de silbar un poco si no puedes cantar;
esa es una palabra que recibí de un viejo metodista primitivo. Solía
encontrármelo en las mañanas; él tarareaba y tarareaba y tarareaba mientras
caminaba. Mientras trabajaba en el campo, hacía exactamente lo mismo. Yo le
pregunté qué era lo que le hacía cantar. Él respondió: “Bien, yo no le llamo
cantar a lo mío, sólo tarareo; pero para mí es lo mismo que cantar, es cantar
en mi corazón; yo canto de esta manera porque me siento muy feliz en el Señor.
Dios me ha salvado, y me puso en el camino al cielo, entonces, ¿por qué no
habría de cantar?”
¡Qué
ruido hacen a veces los impíos cuando están sirviendo a su dios! Vuelven odiosa
la noche con sus cantos, y con sus gritos y blasfemias; entonces, ¿por qué no
habríamos de hacer una algarabía de júbilo para el Señor nuestro Dios? Les
recomiendo que lo intenten en sus propias casas, que literalmente alaben al
Señor con sus voces con canto santo.
Si
realmente no pueden cantar del todo, sin embargo, la voz de júbilo y de
salvación puede estar en sus tiendas por
una constante alegría que se sostiene bajo el dolor y la pobreza, las pérdidas
y las cruces. No estés abatido, amado hijo de Dios; o, si estás abatido,
regáñate a ti mismo, y di: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro
de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.” La
dicha es la condición normal de un cristiano; cuando es lo que debe ser, su
corazón se regocija en el Señor. ¿Acaso el mandato apostólico no va en este
sentido: “Regocijaos en el Señor siempre”? Si alguna vez se salen fuera de esa
palabra: “siempre”, entonces podrían abandonar el regocijarse; pero eso no
pueden hacerlo, por tanto, obedezcan el precepto de Pablo: “Regocijaos en el
Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” Amontonen las dichas la una sobre
la otra; gócense y regocíjense, y luego regocíjense todavía más.
“¿Por qué habrían
de ir los hijos de un Rey
Lamentándose todos sus días?”
¿Por
qué los hijos del Rey no deberían ir regocijándose todos sus días, y expresando
su gozo de tal manera que otros lo conozcan también? ¡Ah, queridos amigos, si
entráramos en algunas casas en las que Dios no es conocido, oiríamos un sonido
muy diferente a la voz de júbilo y salvación! Tienen la horrible voz del
borracho, que hiere el oído de la mujer a quien prometió amar y proteger, pero
cuya vida hace indeciblemente miserable, mientras incluso los hijitos corren a
su aposento para apartarse del paso del padre alcohólico. Es algo terrible
cuando un hogar es así; y hay muchos hogares de esa índole; y en otros lugares,
donde no hay borrachera, hay muchos individuos sin el temor de Dios, que entran
a su casa y amedrentan e intimidan a los demás, como si todos tuvieran que ser
sus esclavos. Hay una mujer, tal vez, que es una persona desaseada y
desaliñada, y que hace infeliz al hogar por causa de su murmuración y de su
holgazanería y hace que se desvanezca toda idea de felicidad. Estas cosas no
deberían suceder, y no deben ser.
¡Que
Dios te conceda que tu hogar no sea así; antes bien, que todos los que entren
en tu casa se vean forzados a reconocer que Dios está allí, y a reconocerlo principalmente
por el hecho de que tú eres un cristiano feliz, jovial, alegre y agradecido,
que hablas bien del nombre de Dios, y que no te avergüenzas ante nadie de profesar
que eres un soldado de la cruz, un seguidor del Cordero! ¡Que Dios les dé más y
más de este espíritu en todos sus hogares! La iglesia entera será bendecida
cuando cada familia sea conducida de esta manera a ser feliz en el Señor y en
Su gran salvación.
III.
Concluyo notando brevemente
que este regocijo de los hogares santos es UN GOZO RELATIVO A LO QUE EL SEÑOR
HA HECHO.
Ustedes
ven, queridos amigos, que tengo un texto que es demasiado extenso para ser
tratado en un sermón, así que consideraremos el resto otro día. Pero he de
pedirles que noten el cántico que cantan los hogares santos; es este: “La
diestra de Jehová hace proezas. La diestra de Jehová es sublime; la diestra de
Jehová hace valentías.” Es un acorde triple; nosotros y nuestros hijos hemos
aprendido a bendecir al Dios Trino. “¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu
Santo; como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos!
Amén.”
¡Cómo
deberíamos alegrarnos en Dios, en nuestras familias, cuando pensamos en todo lo que Él ha hecho venciendo
al pecado y a Satanás, a la muerte y al infierno! Cristo llevó cautiva a la
cautividad; por tanto, cantemos al Señor, pues ha triunfado gloriosamente. En
esa gran victoria en la cruz, en verdad, la diestra del Señor fue exaltada, la
diestra de Jehová-Jesús hizo proezas a favor nuestro, y por ello debemos estar
alegres por siempre y alabar Su nombre.
Luego,
pensemos en lo que el Señor ha hecho por
cada uno de nosotros individualmente. Nosotros estábamos cautivos bajo el
dominio del pecado y de Satanás, pero Él nos sacó con mano fuerte, y con brazo
extendido, de la misma manera que liberó a Israel de los Egipcios. Entonces
nuestros pecados nos persiguieron, y estábamos listos a desesperar; pero el
Señor obró de nuevo nuestra liberación, y nos arrancó de las manos de nuestros
poderosos enemigos, y nos puso gloriosamente en libertad. En verdad, “la
diestra de Jehová hace proezas.”
Desde
entonces, el Señor nos ha ayudado en Su
providencia, y nos ha liberado de las fieras tentaciones, y ha hecho que
permanezcamos firmes cuando el adversario ha arremetido agresivamente en contra
nuestra para hacernos caer. “La diestra de Jehová es sublime; la diestra de
Jehová hace valentías.” Cuando considero mi vida con una mirada retrospectiva,
nunca sé dónde comenzar a alabar a Dios; y, cuando comienzo, estoy convencido
de no saber dónde dejar de hacerlo. “Marcha, oh alma mía, con poder”. También
en tu caso, querido amigo, la diestra del Señor es sublime dándote fuerzas en
medio de la debilidad, y ayudándote a pesar de las muchas caídas y fallas; ¿no
podría ver cada uno de ustedes, en su esfera separada, algo que la diestra del
Señor está haciendo por ustedes? Por tanto, ¿no piensan que sus familias
deberían entonar alegres cánticos de acción de gracias?
Cuando la obra del Señor está
prosperando, cuando regresas a casa
después de una reunión en la iglesia en la que muchos han confesado su fe en
Cristo, cuando ves la fosa del bautismo removida por muchos que han llegado
para ser enterrados simbólicamente con Cristo, cuando ves la iglesia
desarrollándose a izquierda y derecha, cuando se abren nuevas estaciones de
misión y más escuelas dominicales, y más obreros están ocupados en la obra del
Señor, ¿no deberían danzar de gozo sus corazones al cantar: “La diestra de
Jehová hace proezas; la diestra de Jehová es sublime; la diestra de Jehová hace
valentías”?
Y cuando ves a grandes pecadores convertidos, cuando
el borracho abandona sus copas, cuando el blasfemo lava su inmunda boca y canta
las alabanzas de Dios, cuando un hombre escéptico, endurecido e irreligioso, se
inclina como un niño a los pies de Jesús, ¿no deberían nuestros familiares ser
notificados con esos hechos, y no debería ser un tema de gozo en el altar
familiar? Estoy seguro de que debería serlo; y cuando oyes a los misioneros
reportando sus éxitos, cuando el pagano se vuelve al Señor y las naciones
comienzan a recibir la luz de Cristo, ¿no deberíamos tener un día solemne de
jubileo, y decir: “Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos
en él”? Quiero que nuestras familias participen más y más en el júbilo de la gran
familia de Dios, hasta que nuestras pequeñas familias sean fundidas en la gran
familia única del cielo y de la tierra; hasta que nuestras tribus separadas
formen parte del único Israel grandioso de Dios; hasta que nosotros y todos
nuestros familiares cercanos seamos un cuerpo en Cristo, y alabemos a ese Señor
que es nuestra gloriosa Cabeza.
¡Ah,
queridos amigos, pero cada uno de nosotros debe comenzar por ejercitar la fe
personal en el Señor Jesucristo! Algunos aquí presentes no conocen todavía al
Señor. No pueden hacer felices a otras personas mientras ustedes mismos estén
sin el verdadero secreto de la felicidad; sin embargo, ustedes desean ser una
fuente de bendición para otros, ¿no es cierto? Ustedes no desean hacerles daño,
¿no es cierto? No obstante, ustedes, buenas personas morales, que no entregan
sus corazones a Dios, hacen un gran daño si su conducta conduce a otras
personas a decir: “es bastante suficiente ser morales y rectos; no hay
necesidad de que vayamos a Cristo para confesar nuestro pecado, y recibir de Él
un nuevo corazón y un espíritu recto.” Ustedes los impulsan a hablar así
dándoles un ejemplo muy malo.
En
cuanto a ustedes, que entran y salen de la casa de oración todos los años, y
raramente piden una bendición para sus comidas, y mucho menos llaman a sus
niños a su regazo para hablarles acerca de Cristo, recuerden que tendrán que
enfrentarse con esos niños en el día del juicio. ¿Qué les dirán a ustedes,
padres, si descuidan sus almas? Ustedes trabajan muy duro, tal vez, para ganar
el pan diario para ellos, y para poner vestidos sobre sus espaldas, y los aman
mucho; pero el amor que sólo ama al cuerpo y no ama al hijo real, al alma que
está dentro, es un pobre amor. Si en medio de la noche, alguien te despertara,
y te dijera: “tu Juanito no está en casa”, habría una conmoción en el hogar muy
rápidamente; perderías el sueño si tu pequeño Juanito estuviera afuera, en el
frío.
Yo
quisiera poder despertar a algunos de ustedes, padres, que son salvos, pero que
tienen hijos que no son convertidos. Tienen que orar para que sean salvados
antes de que abandonen su techo.
El
otro día me reuní con una mujer que vino para unirse a la iglesia, y su gran
aflicción era que sus hijos eran todos impíos, y ahora no podía hablarles como
una vez hubiera podido hacerlo cuando estaban en su casa. Ella nunca buscó su
salvación entonces, y aquel tiempo se acabó, pues ya eran hombres y mujeres
maduros, y tenían poco respeto ahora por la palabra de una madre.
Siempre
me agrada oír lo que me dijeron dos hijos hace sólo quince días; uno me dijo:
“yo encontré la paz en el regazo de mi madre”; y el otro me dijo: “yo encontré
la paz con Dios en el regazo de mi madre”. El regazo de una madre es un lugar
encantador para que un hijo encuentre al Salvador; su regazo ha de estar
consagrado así hasta que sus hijos se acerquen a Dios allí. ¿No los tomarán
individualmente, y orarán con ellos, y no hablarán con ellos acerca de sus
almas? Si lo hicieran, creo que puedo aventurarme a prometerles que tendrán
éxito en casi cada caso. Siempre que me entero de que los hijos de buenos
padres han salido malos, cuando he tenido la oportunidad de escudriñar la
causa, he descubierto que ha habido generalmente una buena razón para ello.
Me
enteré que los hijos de un ministro eran todos malos sujetos; pero cuando
comencé a analizar la vida de esa familia, me pregunté cómo se atrevió a subir al
púlpito ese ministro, pues su propio carácter no era de una naturaleza que
propendiera a conducir a sus hijos al Salvador. Pudiera no ser así en cada
caso; pero yo creo que, allí donde se da la oración en familia, y hay un hogar
feliz, y hay un santo ejemplo, y mucha suplicación sincera con los hijos y por
los hijos, la declaración de Salomón es válida todavía: “Instruye al niño en su
camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.
¡Ah,
queridos amigos, que el texto se convierta en una realidad para todos ustedes!
¡Que el Señor lo conceda así por Jesucristo nuestro Señor! Amén.
Pleamar:
fin o término de la creciente del mar.
Reflujo:
Movimiento de descenso de la marea.
Traductor:
Allan Román
20/Mayo/2009
www.spurgeon.com.mx