El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Dentro De Dos
Días Se Celebra
NO.
2522
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
EL SERMÓN FUE LEÍDO TAMBIÉN EL DOMINGO 20 DE
JUNIO DE 1897
“Sabéis que
dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado
para ser crucificado”. Mateo 26: 2.
A uno le gustaría saber
cómo se siente un gran comandante antes de una batalla. ¿Cuál es su condición mental
y cómo espera el combate del día siguiente? Mientras los platillos de la
balanza están vibrando todavía, ¿cómo actúa? ¿Cómo se comporta? Uno quisiera
conocer la condición del corazón del prójimo ante la inminencia de una gran
prueba. Alguien tiene que someterse a una delicada operación quirúrgica; ¿cómo
se puede apoyar a ese paciente ante la perspectiva del bisturí del cirujano y
del peligro que conlleva? O, tal vez, la muerte misma se esté acercando
rápidamente; ¿en qué condición de corazón se encuentra nuestro amigo que parte?
¿Cómo anticipa el gran cambio? Yo entiendo que a veces es más difícil presenciar
una batalla que pelearla, que es más difícil anticipar un mal que
experimentarlo; y, pudiera ser que la visión anticipada de la muerte sea mucho
más difícil que la muerte misma para un cristiano. ¿Podemos estar confiados
antes que la batalla comience? ¿Podemos estar tranquilos antes que las nubes
revienten en el tiempo de la tormenta? ¿Podemos descansar en Dios antes que la
puerta de hierro se abra y que la atravesemos para adentrarnos en el ignoto
mundo? Estas son preguntas que muy bien vale la pena hacernos.
Pensé que sería muy
provechoso para nosotros que tratemos de mirar a nuestro Señor en esta
condición –al gran Capitán de nuestra salvación antes de la batalla- al
grandioso Sacrificio conducido al altar en que Su sangre está a punto de ser
derramada. ¿Cómo se comporta? ¿No pudiera haber algo especialmente instructivo
en estas últimas palabras Suyas, cuando, por decirlo así, pareciera despojarse
de las ropas de maestro y de profeta y ponerse Sus vestiduras sacerdotales? ¿No
habrá algo que nos corresponda aprender del estado de Su mente y de Su
espíritu, y de Sus expresiones, justo antes de Su Pasión? Es tan solo una
ventanita pero puede dejar pasar grandes torrentes de luz. El Maestro les dijo
a Sus discípulos: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el
Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”.
I. Lo
primero que quiero decirles sobre estas palabras, amados en Cristo Jesús, es
esto: ADMIREN A SU SALVADOR. Óiganlo hablar, y mírenlo en santa contemplación
con el propósito de que se despierte en ustedes una gran admiración por Él.
Admiren Su serenidad. No hay ninguna señal de
ninguna perturbación mental, no hay evidencias de consternación, no hay ni
siquiera un estremecimiento de miedo en Él, ni el más mínimo grado de ansiedad
es detectable en Él. No habla jactanciosamente; de otra manera sospecharíamos
que carecía de valor. Habla muy solemnemente, pues le esperaba una terrible
prueba, mírese por donde se mire; pero aún así, con qué verdadera paz mental,
en qué tonos de apacible serenidad le dice a su pequeño séquito: “Sabéis que
dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado
para ser crucificado”.
Esta serenidad es muy
sorprendente porque Su cercana muerte rebosaba mucha amargura y crueldad: “El
Hijo del Hombre será entregado”. Al Salvador le dolía muy intensamente esa
traición; era una parte muy amarga de la mortífera poción que tenía que beber.
“El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar”, era una gota cargada
de veneno con destino directo a Su alma. David, en su gran aflicción tuvo que
decir: “Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó
contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú,
hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos
dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios”. Y fue algo
muy, muy, muy amargo para Cristo que Judas lo traicionara; sin embargo habla de
ello serenamente, y habla de ello cuando uno pensaría que no era absolutamente
necesario mencionar esa circunstancia incidental. Habría podido decir: “En dos
días seré crucificado”; pero más bien dijo: “En dos días el Hijo del Hombre
será entregado para ser crucificado”.
No olviden, tampoco, la
extraordinaria amargura que está concentrada en esa palabra: “crucificado”. De
alguna manera nos hemos tenido que acostumbrar a la cruz, y la gloria que rodea
a nuestro Señor ha suprimido de nuestras mentes mucho de la vergüenza que está
asociada con el patíbulo pero que debería permanecer siempre. La cruz era el
patíbulo del verdugo de aquellos días; implicaba toda la vergüenza que la horca
podría implicar para nosotros el día de hoy, y más, pues un hombre libre puede
ser colgado, pero la crucifixión era una muerte reservada para los esclavos. No
se trataba simplemente de la vergüenza de la crucifixión, sino más bien de su
gran dolor. Era una muerte sutilmente cruel en la que el cuerpo era atormentado
en sumo grado durante un considerable período de tiempo, y en la que los clavos,
cuando traspasaban la carne justo donde los nervios son más abundantes y cuando
rompían y desgarraban completamente esas partes del cuerpo debido al peso sostenido
por manos y pies, causaban una tortura de un tipo que no intentaré describir.
Aunado a eso, recuerden que velada bajo las palabras “para ser crucificado”
yacía la crucifixión interior y espiritual de nuestro Salvador, pues el abandono
de Su Padre era la esencia, era la extrema hiel de la amargura que soportó.
Quería decir que tenía que morir sobre el maldito madero, abandonado incluso
por Su Padre; sin embargo hablaba verdaderamente de ello con toda solemnidad,
pero sin el menor viso de sobresalto. “Sabéis” –les dijo a Sus discípulos- “que
dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado
para ser crucificado”.
Admiren, entonces, el
corazón aguerrido y sereno de su Divino Señor, consciente –mucho más consciente
de lo que pudiéramos estar ustedes y yo- del alcance de las palabras cuando
dijo que sería entregado y crucificado, sabedor de cada dolor que tendría que
experimentar: el sudor sangriento, los azotes, la corona de espinas, la sed enfebrecida,
la lengua pegada a Su paladar, y todo el polvo de la muerte que lo envolvería y
lo ahogaría; con todo, Él habla como si no se tratase de un evento más inusual
que la pascua misma: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el
Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”.
Quiero que admiren, en
seguida, la inquebrantable determinación de
su Salvador, Su firme propósito de pasar por todo ese sufrimiento para llevar a
cabo nuestra redención. Si lo hubiese querido, habría podido hacer una pausa,
habría podido desistir, habría podido abandonar la empresa. Ustedes saben cómo
la carne, teniendo ante sí todo ese dolor y aflicción, clamaba: “Si es posible,
pase de mí esta copa”; pero aquí vemos, antes que llegara
Admírenlo, entonces,
queridos amigos; que lo más íntimo de su corazón le adore y le ame. Pero quiero
que noten también cuán absorto estaba en
Su entrega y Su muerte inminentes; esa verdad se hace evidente en las
palabras de nuestro texto: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua,
y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. ¡Ah, amado Señor, Tú
dijiste la verdad! Ellos en verdad lo sabían, y con todo, Tú les hablaste con
amoroso apego, pues ellos no lo sabían realmente. No entendían todavía que su
Maestro debía morir, y que resucitaría de entre los muertos. Él les había
repetido a menudo la certeza de que así sería; pero, de alguna manera, ellos no
lo habían creído realmente, no lo habían captado, no lo habían asimilado. ¡Ah,
pero Él sí! Él lo había hecho; y ustedes saben que los hombres que han captado
una gran verdad tienen la costumbre de hablar con otros como si fuese tan real
para los demás como lo es para ellos mismos. Ustedes recuerdan cómo la esposa
les pregunta a los guardas de la ciudad: “¿Habéis visto al que ama mi alma?”
Ella no les menciona ningún nombre, sino que habla de su Amado como si no
hubiese otro “Él” en todo el mundo; y el Señor sabía muy bien y estaba tan
enteramente involucrado en la grandiosa obra que le esperaba que les dijo a
esos discípulos olvidadizos, a esos discípulos ignorantes: “Sabéis que dentro
de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser
crucificado”. ¡Vamos, hacía muy poco tiempo habían caminado con Él a lo largo
de las calles de Jerusalén! La gente había esparcido por el camino sus mantos y
ramas de palmeras; todavía no se había desvanecido de los oídos de los
discípulos el sonido de los hosannas del gentío, cuando Jesús les dice: “Sabéis
que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será
entregado para ser crucificado; no han olvidado eso, ¿no es cierto?” ¡Ah, pero
sí lo habían olvidado! Ellos soñaban aún con una soberanía terrena, y Él no
estaba soñando con nada, antes bien puso solemne y severamente Su rostro como
un pedernal para ir a prisión y a la muerte para obtener la redención de ellos
y también la de ustedes y la mía, sagradamente resuelto a pasar por todo eso, e
incluso “angustiado” hasta que Su bautismo de sangre fuese cumplido y fuese
sumergido en ignotas profundidades de dolor y de sufrimiento. Teniendo todo Su
pensamiento ocupado con ese tema, nuestro Señor les habló a Sus discípulos como
si ellos también estuviesen ocupados en lo mismo. Este es el lenguaje de Uno que
está completamente absorto en esta gigantesca tarea que Él ha convertido en la
propia cima de Su ambición, aunque Él sabe que lo involucrará en la vergüenza y
la muerte. Admírenlo, hermanos y hermanas, porque está tan ocupado en la pasión
de ganar almas que olvida todo lo demás, y sólo tiene esto en Su mente y en Sus
labios: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del
Hombre será entregado para ser crucificado”.
No puedo evitar agregar
una característica más por la que admiro al Salvador, y es: ¡cuán sabio fue al decirles esto a Sus
discípulos! Adviertan que lo único
que le importaba era el bien de ellos. No les mencionaba Su sufrimiento para
implorar su simpatía. No hay ningún indicio de que clamara, como Job: “¡Oh,
vosotros mis amigos, tened compasión de mí, tened compasión de mí! Porque la
mano de Dios me ha tocado”. No, nuestro Señor les dijo eso a Sus discípulos en
bien de ellos mismos; primero, para que no se sorprendieran cuando eso
sucediera, como si algo extraño les hubiese ocurrido; para que, cuando fuera
entregado y crucificado no fuera un agostamiento tan terrible de todas sus
esperanzas puesto que Él los había preparado para ello con antelación. Y,
además, tenía el propósito de fortalecerlos cuando entraran en la prueba, para
que dijeran: “Todo es tal como Él nos dijo que sería; ¡cuán veraz es Él! Él nos
habló acerca de esta aflicción con antelación; y, por tanto, si dijo la verdad
entonces, creeremos que todo lo demás que nos dijo es también verdad. ¿Y no
dijo que resucitaría de entre los muertos? Entonces, tengan la seguridad de que
lo hará. Él murió cuando dijo que moriría, y resucitará cuando dijo que
resucitaría”. Este dicho de nuestro Señor fue expresado atinada y sabiamente, para
que no presenciaran la crucifixión como algo que Él desconocía; antes bien,
cuando estuvieran en medio de la tribulación deberían recordar que les había
dicho todo en relación a ella, y entonces serían consolados.
Yo les pido, entonces,
queridos amigos, que piensen con reverente afecto en esta serena expresión de
su Divino Maestro, en esta expresión resuelta y determinada, en este pensamiento
Suyo plenamente envolvente concerniente a la compra de Su pueblo con Su sangre,
y esta generosa sabiduría Suya al dar a conocer todo por anticipado a quienes
le rodeaban y lo amaban verdaderamente. No quiero dejar ese pensamiento
mientras ustedes no hayan sentido en su propio corazón esta intensa admiración
por su Señor.
II. Pero,
en segundo lugar, quiero distraer un poco sus pensamientos –no desviarlos del
texto- sino de esa particular línea de meditación, y pedirles ahora que
CONSIDEREN SU SACRIFICIO.
El Maestro dice: “Sabéis
que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será
entregado para ser crucificado”. No puedo evitar leerlo de esta manera: “Sabéis
que dentro de dos días se celebra
Y, primero, he aquí un cordero. ¿Hubo alguien más que
hubiere vivido jamás que fuese tan digno de ser llamado un cordero, como lo fue
Jesucristo? No he oído ni he leído nunca acerca de algún personaje que encarne
tan plenamente lo que ha de querer decir: “el Cordero de Dios”. Otros hombres
han sido como corderos, pero hay un toque de tigre en todos nosotros a veces.
No había nada de eso en Él. Él era el Cordero de todos los corderos –el Cordero
de Dios- el hombre más semejante a un cordero de todos los hombres que hayan
vivido o muerto jamás, pues no había en Él ningún rastro de algo que fuese
contrario a la ternura, al amor y a la benevolencia. Había otras cualidades,
por supuesto, pero ninguna que fuese contraria a aquellas; había algunas que
eran tan necesarias para un carácter completo como lo era incluso la
benevolencia, y Él no falló en nada; pero aún así, si sólo lo vieras desde esa
única perspectiva de Su benignidad, no había nadie tan digno de ser llamado un
Cordero como Él.
El cordero de la pascua,
sin embargo, tenía que ser perfecto; tenía
que ser sin mancha y sin contaminación. ¿Y dónde puedes encontrar a alguien
semejante a Jesús que sea sin mancha y que sea perfecto en todos los sentidos?
No hay nada redundante en Él, no hay nada que sea deficiente en Él; el carácter
del Cristo es absolutamente perfecto, hasta el punto que Sus propios enemigos
que han negado Su Deidad se han visto cautivados por Su humanidad; e incluso aquellos
que han procurado minar Su enseñanza, se han inclinado reverentemente ante Su
ejemplo. Él es el Cordero de Dios “sin mancha y sin contaminación”.
El cordero pascual
también tenía que ser inmolado. Ustedes
saben cómo fue inmolado Cristo; no hay ninguna necesidad de detenernos en los
sufrimientos y en la muerte de nuestro Bienamado. El Cordero tenía que ser asado al fuego. Ese era el método por el cual era preparado; y,
ciertamente, Cristo nuestra Pascua fue asado al fuego. ¡A través de qué sufrimientos
de fuego, a través de qué aflicciones consumidoras pasó Él! No había nada en Él
que estuviera impregnado de agua; cada parte Suya había sido asada en el fuego
del odio humano, y también en la ira justa, divina, del tres veces santo Dios.
Ustedes recuerdan
también que ni un solo hueso del cordero
pascual debía ser quebrado. Nuestro Señor estuvo en un inminente peligro de
que quebraran Sus huesos, pues provistos con barras de hierro los soldados
romanos vinieron a quebrar las piernas de las tres personas crucificadas para
que se murieran más rápidamente; pero Juan nos informa que: “Cuando llegaron a
Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero uno de los
soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua.
Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice
verdad, para que vosotros también creáis. Porque estas cosas sucedieron para
que se cumpliese
Pero ustedes saben,
queridos amigos, que el punto principal acerca del cordero pascual radicaba en la aspersión de la sangre. La sangre del
cordero era recogida en un lebrillo, y luego, el padre de familia tomaba un
manojo de hisopo, lo mojaba en la sangre, y untaba el dintel y los dos postes de
la casa, afuera de la puerta; y luego, cuando el ángel exterminador voló a
través de la tierra de Egipto para matar a los primogénitos de los hombres y
del ganado, desde el primogénito de Faraón que estaba en el trono hasta el
primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, pasó por alto cada casa que
estaba rociada con la sangre; y éstas son las memorables palabras del Señor
respecto a esa ordenanza: “Y veré la sangre y pasaré de vosotros”. La visión de
Dios de la sangre fue la razón para que pasara por alto a Su pueblo y no lo
matara. Y ustedes saben, amados, que la razón por la cual Dios no los hace
morir a ustedes por el pecado es que Él ve la sangre rociada de Jesús tras la
cual ustedes están refugiados. Esa sangre es rociada sobre ustedes y cuando
Dios la ve, Él sabe que la expiación ha sido consumada, que el sacrificio
sustitutivo ha sido inmolado, y pasa de largo. Así es Cristo -la verdadera
Pascua- aceptado en lugar de ustedes y ustedes son
salvados a través de Él.
Recuerden, también, que
el cordero pascual proveyó el alimento
para una cena. Era a la vez una
seguridad y una fiesta para el pueblo. La familia entera se reunió en torno a
la mesa aquella noche, y comió del cordero asado. Lo comieron acompañado de
hierbas amargas, como para recordarles la amargura de su esclavitud en Egipto;
con sus lomos ceñidos, y con sus báculos en sus manos, como individuos que
estaban a punto de abandonar sus hogares para comenzar un largo viaje sin
retorno; así estuvieron y comieron el cordero pascual. Todos ellos lo comieron,
y lo comieron todo, pues no podía quedar ni un residuo hasta la mañana. Si
había en demasía para una familia, entonces otros debían unirse para
compartirlo; y si quedaba algo, tenía que ser destruido por el fuego. ¿No es
esto, queridos amigos, justo lo que es Cristo para nosotros: nuestro alimento
espiritual, la comida para nuestras almas? Nosotros recibimos a un Cristo
integral, y nos alimentamos con un Cristo integral, a menudo con las hierbas
amargas del arrepentimiento y la humillación; pero aún así nos alimentamos de
Él, y todos nosotros ingerimos el mismo alimento espiritual, así como todos
somos rociados con la única sangre preciosa si en verdad somos el verdadero
Israel de Dios.
¡Oh amados, bendigamos a
nuestro Señor por la verdadera Pascua! Fue una noche inolvidable cuando Israel
salió de Egipto; pero es una noche todavía más inolvidable cuando ustedes y yo,
por la aspersión de la sangre de Jesús, fuimos perdonados de una vez por todas
por el ángel de la justicia vengadora, y nosotros vivimos cuando otros mueren;
una noche inolvidable cuando nuestros ávidos labios comienzan a alimentarse de
Aquel cuya carne es verdadera comida, y comemos y vivimos para siempre. ¿Acaso
no es esa la enseñanza de este texto? ¿Acaso no quiso decir esto el Salvador
cuando dijo: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del
Hombre será entregado para ser crucificado”? Estas dos cosas están entrelazadas
en la misma ecuación; así como en matemáticas hay una suerte de signo de igual:
“=” que es colocado entre dos cantidades para indicar que una es igual a la
otra, de igual manera estas dos cosas son equiparadas: la fiesta de
III. Ahora
procedo a un tercer punto, y pienso que contaré con su más devota atención
sobre eso porque contiene algo que nos interesa muy profundamente a todos los
que pertenecemos a Cristo. Ya les he pedido que admiren a su Salvador, y que
consideren Su sacrificio; ahora, queridos amigos, les pido que ADOREN A SU
SALVADOR.
Yo les pido que adoren a
su Señor, primero, por Su previsión. “Sabéis
que dentro de dos días… el Hijo del Hombre será entregado para ser
crucificado”. Nosotros no podemos profetizar respecto al futuro. El hombre que
me pueda decir qué pasará dentro dos días tiene que ser algo más que un hombre.
Cuando hay muchos eventos involucrados, es tan difícil prever lo que pasará
dentro de dos minutos como prever lo que pasará dentro de dos siglos, a menos
que haya algunas causas que operen para producir ciertos efectos. En el caso de
nuestro Señor, todas las influencias parecían apuntar lejos de la traición y de
la crucifixión. Él era extremadamente popular; al parecer mucha gente lo amaba
y aun los escribas y fariseos que buscaban Su muerte le tenían mucho miedo; con
todo, con esa clara visión anticipada del ojo que no brilla en ninguna cabeza
sino en la que es Divina, Jesús dice: “Dentro de dos días el Hijo del Hombre
será entregado”. Él ve todo como si ya hubiese sucedido; no solamente dice: “va a ser”, sino que lo ve tan
plenamente y es un Vidente tal que lo ve como un hecho consumado y dice: “El
Hijo del Hombre es entregado para ser
crucificado”.
Ahora, amados, si Él
previó así Su muerte y la traición de que iba a ser víctima, adorémosle, pues Él puede ver anticipadamente nuestras
tribulaciones y muerte. Él sabe todo lo que va a sucedernos. Él sabe lo que
va a pasarme dentro de dos días. Yo lo bendigo porque yo no lo sé; yo prefiero
en gran medida que los ojos que contemplan el futuro estén en Su cabeza y no en
la mía pues están más seguros allí. Pero, hermano, si dentro de dos días, o de
dos meses, o de dos años, has de experimentar alguna amarga agonía, algunos
azotes y golpes, lo cual parece muy improbable ahora, tal vez no veas que así
pudiera ser, pero hay Uno que sí lo ve. Los mejores ojos de la oveja están en
la cabeza del pastor; a la oveja le bastará si puede ver lo que está justo
delante de ella, especialmente si puede ver a su pastor; eso es todo lo que
necesita ver. Pero la visión del pastor puede prolongarse hasta el frío
invierno, el pastor puede ver en el interior del bosque inhóspito donde acecha
el lobo, el pastor puede ver todo. Queridos amigos, yo quiero que ustedes adoren
a su Señor porque, si en Su humillación Él previó la traición de que sería
objeto y Su muerte, desde el mirador de Su gloria Él puede ver ahora las
aflicciones y los dolores que están por venir; y debería bastarles que Él sepa
todo sobre ustedes. Él sabe cuál será la dificultad de ustedes, y hará oración
por ustedes para que su fe no falte. Adoren a su Señor, entonces, por Su
previsión.
A continuación quiero
que lo adoren por Su maravillosa
providencia. Hubo una providencia que rodeaba al Cristo de Dios en aquel
momento; era acorde con el propósito y
voluntad divinos que Él muriera en la pascua, y en esa pascua en particular, y
que muriera después de ser traicionado y de ser crucificado. Sin meternos en la
pregunta de la responsabilidad y del libre albedrío de los hombres, estoy
seguro de que la providencia de su Señor y Maestro obró todo esto. Me pregunto
por qué no tomaron piedras para apedrearlo. Pero no podían hacerlo, pues Él
tenía que ser crucificado. Me pregunto por qué no contrataron a un asesino,
pues había muchos en aquellos días que lo hubieran apuñalado por un chelín.
Pero no; Él tenía que ser crucificado. Me asombra que no lo hubieran inmolado
desde mucho antes, pues tomaron piedras para lapidarlo repetidamente; pero Su
hora no había llegado entonces. Una providencia estaba obrando todo el tiempo y
estaba dándole forma a Su fin así como da forma al nuestro. Él era inmortal
mientras Su obra no estuviese concluida. Pero cuando los dos días de los que
habló se cumplieran, Él tenía que morir. Con crueles y perversas manos, y por
su propia voluntad espontánea y perversa, ellos crucificaron y mataron al
Cristo; no obstante, todo fue acorde con “el determinado consejo y anticipado
conocimiento de Dios”. Yo nunca he pretendido explicar cómo la libre agencia y
la absoluta predestinación pueden ambas ser verdaderas, pero estoy seguro de
que ambas son verdaderas, ambas están registradas en
A continuación, quiero
que admiren a su Señor reconociendo Su extraordinaria
corrección como un Profeta. Permítanme prolongar la lectura más allá de mi
texto: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del
Hombre será entregado para ser crucificado. Entonces los principales
sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio
del sumo sacerdote Caifás, y tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús,
y matarle. Pero decían: No durante la fiesta”, -fíjense en esto- “No durante la
fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo”. Ahora, adviertan esto. Ha de
ser en el día de la fiesta, y será en el día de la fiesta; sin embargo, ellos
decían: “No en el día de la fiesta”. Pero, ¿qué importa lo que digan ellos? ¿No
observan ustedes cómo iban siendo acorralados por todas partes, cómo su
propósito fue como el viento silbante, y el eterno propósito se mantuvo firme
en cada detalle? Ellos dijeron: “Vamos a prender con engaño a Jesús, y lo vamos
a matar”; pero no lo hicieron así, sino que lo tomaron por la fuerza. Ellos
dijeron: “lo mataremos”; pero no lo hicieron, pues Él murió a manos de los
romanos. Ellos tenían la intención de matarlo en privado, pero no pudieron
hacerlo, pues Él tenía que ser colgado ante el pueblo en pleno mediodía. Y,
sobre todo, ellos dijeron: “No durante la fiesta. No durante la fiesta”. Me
parece que oigo allí al viejo Caifás, con toda su sabiduría y toda su astucia,
diciendo: “No durante la fiesta”, y a Anás y a todos los sacerdotes unidos al
coro: “No durante la fiesta. Pospónganlo un poco hasta que los millones se
hubieren ido, todo ese vulgar gentío que, tal vez, haría un alboroto por Él”. Allí
estaban con los extendidos flecos de sus mantos y sus filacterias ensanchadas,
y ellos eran de la opinión que lo que Caifás había propuesto y que Anás había
secundado, debía implementarse unánimemente: “No durante la fiesta”. Pero
Cristo había dicho: “Dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del
Hombre será entregado para ser crucificado”. No sabemos cómo es que todo se
adelantó en contra de la deliberada voluntad de aquellos; pero Judas corrió a
ellos con gran prisa y les dijo: “¿Qué me queréis dar?”, y estaban tan ávidos
de la muerte de Cristo que contravinieron sus propios planes. “Te asignaremos
treinta piezas de plata”, le dijeron; y se las pesaron, sin pensar cuán
rápidamente realizaría su maldito trabajo. Regresa pronto, y dice: “Él está en
el huerto; pueden prenderle fácilmente allí mientras ora con unos cuantos de
Sus discípulos; yo los llevaré allá”; y antes de que pase mucho tiempo el acto
de las tinieblas se lleva a cabo. Esos hombres astutos y crueles habían dicho:
“No durante la fiesta”; pero fue en
el día de la fiesta, tal como Jesús había anticipado que sería.
Ahora, amados, cuando
nuestro Señor nos dice algo, debemos creerlo siempre. No importa lo que
pareciera estar en contra de Sus declaraciones, no le daremos ninguna importancia.
En aquel tiempo un hombre en Jerusalén hubiera podido decir: “Al Cristo no se
le puede dar muerte a menos que estos escribas y ancianos del pueblo lo
acuerden; y ustedes pueden ver que ellos han resuelto que no se haga durante la
fiesta. Él no será crucificado en la pascua, todo el tipo se desmoronará, y
quedará demostrado que Él no es lo que profesaba ser”. Ah, pero ellos pueden
decir: “No durante la fiesta”, hasta enronquecer, pero Él ha dicho: “Dentro de
dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser
crucificado”; y así fue como sucedió.
Nuestro Señor ha dicho
que Él vendrá otra vez; sin embargo, los hombres preguntan: “¿Dónde está la
promesa de Su venida?” Hermanos, tengan la seguridad de que Él vendrá. Él ha
guardado siempre Su palabra, y vendrá tal como dijo. Ah, pero ellos dicen que
no vendrá para castigar a los impíos que lo han desafiado; ¡pero lo hará! El
Hijo del Hombre se sentará en Su trono de gloria, y serán reunidas delante de
Él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las
ovejas de los cabritos, y dirá a los de la izquierda: “Apartaos de mí,
malditos”, tan ciertamente como dirá a los de Su derecha: “Venid, benditos”. Cada
jota y tilde que hayan brotado jamás de los labios de Cristo sucederán con
seguridad, pues ustedes saben que Él dijo: “El cielo y la tierra pasarán pero
mis palabras no pasarán”. Confíen en el eterno propósito de Dios y en la fiel
promesa de Cristo, que nunca fallarán; pues ni una sola de las palabras de Cristo
caerá al suelo incumplida. Adorémosle, entonces, como
nuestro verdadero Profeta. ¡“Dios verdadero de Dios verdadero”, “el Testigo
fiel y verdadero”, “El Soberano de los reyes de la tierra”, nosotros te
adoramos en esta misma hora!
IV. Ahora,
por último, en cuarto lugar, queridos amigos, quiero que IMITEN A SU MODELO.
No los detendré sobre
este punto más de un minuto o dos; pero quiero que hasta donde su Señor sea
imitable, lo imiten en el espíritu de este versículo. Les he dicho que no había
jactancia en Él, sino que había una profunda serenidad y una firme determinación
aun ante la inmediata perspectiva de una cruel y vergonzosa muerte; y yo pienso
que deben imitar a su Señor en este sentido. Supongan que en dos días venga un
“correo” de la nueva Jerusalén a decirles que la cadena de plata está a punto
de quebrarse, y el cuenco de oro está a punto de romperse, y que su espíritu
tiene que regresar a Dios que lo dio. En un caso así, te incumbe, amado
seguidor de Cristo, recibir ese mensaje con tanta serenidad como la serenidad
con la que Cristo pronunció Su propia sentencia de muerte, aunque debía ser
pronunciada en un lenguaje como este: “Sabéis que dentro de dos días se celebra
la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. No va a
funcionar así con ustedes, pero pudiera ser que dentro de dos días la
tuberculosis termine en hemorragia, o que la vejez desmonte la frágil tienda de
tu mortalidad, o que la enfermedad que ahora te asedia te arrastre a la tumba.
Bien, si fuese así dentro de dos días, ¡ah, si así fuera dentro de dos horas, o
dos minutos!, al hijo de Dios le corresponde decir: “Hágase tu voluntad”, tal
como lo hizo el Maestro. Feliz era aquella mujer que decía: “Cada mañana, antes
de bajar las escaleras, meto mi pie en el río de la muerte, y no tendré miedo
de sumergirme en él por última vez”. Quienes mueren diariamente, como
deberíamos hacerlo todos, están siempre listos a morir. Me gusta la idea de Bengel
sobre la muerte. Dice: “No creo que un cristiano deba hacer mucho alboroto con
respecto a la muerte. Cuando estoy con algunas personas, y alguien viene a la
puerta, y dice: ‘Busco al señor Bengel’, yo dejo que el grupo prosiga con su
charla, y yo salgo fuera y parto. Tal vez, después de un momento, ellos digan:
‘el señor Bengel ha partido’. Sí, eso es todo; y así es como yo quisiera morir,
que Dios toque a mi puerta, y que me vaya sin hacer mucho ruido al respecto”.
“Venimos a esta vida como extranjeros,
Y morir no es sino el regreso a casa”.
Yo no creo que deba haber
ninguna brusca sacudida en los metales cuando lleguemos a la estación celestial;
simplemente rodamos directamente hasta el cobertizo donde la máquina se detiene,
es más, hasta la gloria donde reposaremos por los siglos de los siglos. Me
parece haber oído acerca de un capitán que era tan hábil que una vez que había
preparado todo el plan de navegación del barco, no tenía que alterar ni un solo
punto a lo largo de miles de millas; y cuando llegaba a la bahía de su destino,
había conducido el barco de tal manera que navegaba directamente al punto. Si
ustedes suben al Señor Jesucristo a bordo del barco de su vida, descubrirán que
Él es un piloto tan hábil que nunca tendrán que alterar el curso. Él orientará
la proa del barco de tal manera que entre aquí y el cielo no habrá nada que
hacer sino seguir adelante; y luego, de pronto, oirán una voz diciendo:
“¡Recojan las velas; suelten el ancla!” Oirán el pequeño cascabeleo de la
cadena, y el barco se quedará quieto para siempre en ese puerto que verdaderamente
es llamado ‘Buenos Puertos’.
Es así como debería ser,
y voy a concluir diciendo que yo creo que es así como será. Si yo les dijera
que así debe ser, ustedes tal vez me digan: “¡Ah, amigo, pero yo estoy sometido
con frecuencia a la servidumbre debido al temor de la muerte!” Sí, pero no lo
estarás cuando estés al borde de la muerte. ¡Oh, pobre ‘Poca Fe’, tú quieres
tener ahora fortaleza para morir! Pero Dios sabe que no vas a morir sino hasta
dentro de algún tiempo; entonces, ¿qué harías con la gracia para morir si Él
fuera a dártela ahora? ¿Adónde la empacarías y adónde la almacenarías? El
tiempo de recibir la gracia para morir será cuando estés a punto de morir.
¿Acaso no he visto a algunas viejas personas inquietas que han sido
verdaderamente un problema para quienes les rodean debido a que se preocupan y
se angustian demasiado? Pero de pronto les ha sobrevenido una hermosa quietud.
Los familiares han dicho: “¡Oh, nuestra abuela es tan diferente! Algo va a
suceder, estamos seguros”. Un día, no había nada que turbara a la abuela. Todo
el mundo podía ver que ella estaba seriamente indispuesta; pero sus seniles
ojos amados chispeaban con inusual brillantez, y casi había una sonrisa
sobrenatural en su faz, y ella dijo en la noche: “me siento más indispuesta de
lo usual; pienso que mañana por la mañana voy a descansar hasta más tarde”. Y
lo hizo; así que subieron a verla. Ella dijo que había tenido una noche
bendecida; no sabía si había dormido, pero que había visto en la noche un
espectáculo sumamente prodigioso, aunque no podía describir de qué se trataba.
Todos los familiares se congregaron en torno a su lecho, pues percibían que
algo muy misterioso le había sucedido; y ella los bendijo a todos, y les dijo:
“Adiós; nos vemos en el cielo”, y partió. Y ellos me dijeron algún tiempo
después: “nuestra querida abuela anciana solía tener miedo a morir; pero
realmente no fue mayor cosa cuando se murió, ¿no es cierto? Yo he visto con
frecuencia que así es; lo que les estoy contando ahora no es una historia
extraña. Un cristiano había sido tan poco sabio como para estar temiendo
siempre que haría el papel de tonto cuando llegara al punto de morir; y sin
embargo, cuando llegó el tiempo de la noche, el amado hijo de Dios, que había
estado largo tiempo sumido en tinieblas, recibió su vela; su Señor le dio su
vela para su aposento, y él subió las escaleras, y guiado por su luz murió y se
marchó a la tierra donde no se necesita una vela, ni la luz del sol, sino que
el Señor les da la luz. Yo creo que muchos de nosotros moriremos de esa manera;
yo creo que tú morirás así, amada hermana. Yo creo que tú morirás así, amado
hermano mío. Como tus días serán tus fuerzas; y según sea tu último día, así
será tu fuerza. Y no me sorprendería que uno de estos días tú o yo estemos
diciendo: “Ahora, queridos amigos, el doctor me ha dicho que no puedo vivir
mucho. Le pregunté cuánto tiempo y él me ha respondido: ‘tal vez una semana’ y
yo me quedé un poco decepcionado que tuviera que esperar tanto tiempo”. No me
sorprendería que quienes nos rodean nos oyeran decir: “Bien, es sólo dentro de
dos días de acuerdo a su cálculo, y tal vez no sea dentro de dos días”. Pienso
que partiré el próximo domingo por la mañana, justo cuando las campanas estén
repicando para llamar a la gente a la casa de oración en la tierra. Justo
entonces, yo voy a oír repicar las campanas del cielo, y voy a decir: ‘Adiós’,
y voy a estar donde a menudo he anhelado estar, donde está mi tesoro, donde
está mi Bienamado. ¡Que así sea con todos ustedes, por nuestro Señor
Jesucristo! Amén.
Traductor: Allan Román
7/Febrero/2013
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