El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Dentro De Dos Días Se Celebra La Pascua

NO. 2522

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 1 DE NOVIEMBRE, 1885

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,

EL SERMÓN FUE LEÍDO TAMBIÉN EL DOMINGO 20 DE JUNIO DE 1897

 

“Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. Mateo 26: 2.

 

A uno le gustaría saber cómo se siente un gran comandante antes de una batalla. ¿Cuál es su condición mental y cómo espera el combate del día siguiente? Mientras los platillos de la balanza están vibrando todavía, ¿cómo actúa? ¿Cómo se comporta? Uno quisiera conocer la condición del corazón del prójimo ante la inminencia de una gran prueba. Alguien tiene que someterse a una delicada operación quirúrgica; ¿cómo se puede apoyar a ese paciente ante la perspectiva del bisturí del cirujano y del peligro que conlleva? O, tal vez, la muerte misma se esté acercando rápidamente; ¿en qué condición de corazón se encuentra nuestro amigo que parte? ¿Cómo anticipa el gran cambio? Yo entiendo que a veces es más difícil presenciar una batalla que pelearla, que es más difícil anticipar un mal que experimentarlo; y, pudiera ser que la visión anticipada de la muerte sea mucho más difícil que la muerte misma para un cristiano. ¿Podemos estar confiados antes que la batalla comience? ¿Podemos estar tranquilos antes que las nubes revienten en el tiempo de la tormenta? ¿Podemos descansar en Dios antes que la puerta de hierro se abra y que la atravesemos para adentrarnos en el ignoto mundo? Estas son preguntas que muy bien vale la pena hacernos.

 

Pensé que sería muy provechoso para nosotros que tratemos de mirar a nuestro Señor en esta condición –al gran Capitán de nuestra salvación antes de la batalla- al grandioso Sacrificio conducido al altar en que Su sangre está a punto de ser derramada. ¿Cómo se comporta? ¿No pudiera haber algo especialmente instructivo en estas últimas palabras Suyas, cuando, por decirlo así, pareciera despojarse de las ropas de maestro y de profeta y ponerse Sus vestiduras sacerdotales? ¿No habrá algo que nos corresponda aprender del estado de Su mente y de Su espíritu, y de Sus expresiones, justo antes de Su Pasión? Es tan solo una ventanita pero puede dejar pasar grandes torrentes de luz. El Maestro les dijo a Sus discípulos: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”.

 

I.   Lo primero que quiero decirles sobre estas palabras, amados en Cristo Jesús, es esto: ADMIREN A SU SALVADOR. Óiganlo hablar, y mírenlo en santa contemplación con el propósito de que se despierte en ustedes una gran admiración por Él.

 

Admiren Su serenidad. No hay ninguna señal de ninguna perturbación mental, no hay evidencias de consternación, no hay ni siquiera un estremecimiento de miedo en Él, ni el más mínimo grado de ansiedad es detectable en Él. No habla jactanciosamente; de otra manera sospecharíamos que carecía de valor. Habla muy solemnemente, pues le esperaba una terrible prueba, mírese por donde se mire; pero aún así, con qué verdadera paz mental, en qué tonos de apacible serenidad le dice a su pequeño séquito: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”.

 

Esta serenidad es muy sorprendente porque Su cercana muerte rebosaba mucha amargura y crueldad: “El Hijo del Hombre será entregado”. Al Salvador le dolía muy intensamente esa traición; era una parte muy amarga de la mortífera poción que tenía que beber. “El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar”, era una gota cargada de veneno con destino directo a Su alma. David, en su gran aflicción tuvo que decir: “Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios”. Y fue algo muy, muy, muy amargo para Cristo que Judas lo traicionara; sin embargo habla de ello serenamente, y habla de ello cuando uno pensaría que no era absolutamente necesario mencionar esa circunstancia incidental. Habría podido decir: “En dos días seré crucificado”; pero más bien dijo: “En dos días el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”.

 

No olviden, tampoco, la extraordinaria amargura que está concentrada en esa palabra: “crucificado”. De alguna manera nos hemos tenido que acostumbrar a la cruz, y la gloria que rodea a nuestro Señor ha suprimido de nuestras mentes mucho de la vergüenza que está asociada con el patíbulo pero que debería permanecer siempre. La cruz era el patíbulo del verdugo de aquellos días; implicaba toda la vergüenza que la horca podría implicar para nosotros el día de hoy, y más, pues un hombre libre puede ser colgado, pero la crucifixión era una muerte reservada para los esclavos. No se trataba simplemente de la vergüenza de la crucifixión, sino más bien de su gran dolor. Era una muerte sutilmente cruel en la que el cuerpo era atormentado en sumo grado durante un considerable período de tiempo, y en la que los clavos, cuando traspasaban la carne justo donde los nervios son más abundantes y cuando rompían y desgarraban completamente esas partes del cuerpo debido al peso sostenido por manos y pies, causaban una tortura de un tipo que no intentaré describir. Aunado a eso, recuerden que velada bajo las palabras “para ser crucificado” yacía la crucifixión interior y espiritual de nuestro Salvador, pues el abandono de Su Padre era la esencia, era la extrema hiel de la amargura que soportó. Quería decir que tenía que morir sobre el maldito madero, abandonado incluso por Su Padre; sin embargo hablaba verdaderamente de ello con toda solemnidad, pero sin el menor viso de sobresalto. “Sabéis” –les dijo a Sus discípulos- “que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”.

 

Admiren, entonces, el corazón aguerrido y sereno de su Divino Señor, consciente –mucho más consciente de lo que pudiéramos estar ustedes y yo- del alcance de las palabras cuando dijo que sería entregado y crucificado, sabedor de cada dolor que tendría que experimentar: el sudor sangriento, los azotes, la corona de espinas, la sed enfebrecida, la lengua pegada a Su paladar, y todo el polvo de la muerte que lo envolvería y lo ahogaría; con todo, Él habla como si no se tratase de un evento más inusual que la pascua misma: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”.

 

Quiero que admiren, en seguida, la inquebrantable determinación de su Salvador, Su firme propósito de pasar por todo ese sufrimiento para llevar a cabo nuestra redención. Si lo hubiese querido, habría podido hacer una pausa, habría podido desistir, habría podido abandonar la empresa. Ustedes saben cómo la carne, teniendo ante sí todo ese dolor y aflicción, clamaba: “Si es posible, pase de mí esta copa”; pero aquí vemos, antes que llegara la Pasión, esa determinación inquebrantable y firme y valiente la cual, cuando de hecho llegó la Pasión, no se acobardó ni dudó, y mucho menos se echó atrás. No habría querido ni habría podido hacerlo. Pudo sudar grandes gotas de sangre, pero no podía renunciar a la tarea que vino a cumplir. Él podía inclinar Su cabeza a la muerte, pero no podía ni quería dejar de amar a Su pueblo al que amó tanto como para terminar Su vida sobre el maldito madero por causa de ese pueblo. No hay lamentaciones ni claudicación. Nuestro Señor habla como ustedes y yo hablaríamos de algo acerca de lo cual nuestra mente está muy decidida, en relación a lo cual no hay cabida para argumento o debate: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. Si hubiese dicho: “Dentro de dos años”, yo podría entender algo de Su propósito respecto a un evento que estaba tan distante; pero ser traicionado dentro de dos días, ser entregado a la crucifixión dentro de cuarenta y ocho horas, y no obstante hablar de ello así, ¡oh mi Señor, verdaderamente es fuerte como la muerte Tu amor por nosotros y Tu celo vence aun al sepulcro mismo!

 

Admírenlo, entonces, queridos amigos; que lo más íntimo de su corazón le adore y le ame. Pero quiero que noten también cuán absorto estaba en Su entrega y Su muerte inminentes; esa verdad se hace evidente en las palabras de nuestro texto: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. ¡Ah, amado Señor, Tú dijiste la verdad! Ellos en verdad lo sabían, y con todo, Tú les hablaste con amoroso apego, pues ellos no lo sabían realmente. No entendían todavía que su Maestro debía morir, y que resucitaría de entre los muertos. Él les había repetido a menudo la certeza de que así sería; pero, de alguna manera, ellos no lo habían creído realmente, no lo habían captado, no lo habían asimilado. ¡Ah, pero Él sí! Él lo había hecho; y ustedes saben que los hombres que han captado una gran verdad tienen la costumbre de hablar con otros como si fuese tan real para los demás como lo es para ellos mismos. Ustedes recuerdan cómo la esposa les pregunta a los guardas de la ciudad: “¿Habéis visto al que ama mi alma?” Ella no les menciona ningún nombre, sino que habla de su Amado como si no hubiese otro “Él” en todo el mundo; y el Señor sabía muy bien y estaba tan enteramente involucrado en la grandiosa obra que le esperaba que les dijo a esos discípulos olvidadizos, a esos discípulos ignorantes: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. ¡Vamos, hacía muy poco tiempo habían caminado con Él a lo largo de las calles de Jerusalén! La gente había esparcido por el camino sus mantos y ramas de palmeras; todavía no se había desvanecido de los oídos de los discípulos el sonido de los hosannas del gentío, cuando Jesús les dice: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado; no han olvidado eso, ¿no es cierto?” ¡Ah, pero sí lo habían olvidado! Ellos soñaban aún con una soberanía terrena, y Él no estaba soñando con nada, antes bien puso solemne y severamente Su rostro como un pedernal para ir a prisión y a la muerte para obtener la redención de ellos y también la de ustedes y la mía, sagradamente resuelto a pasar por todo eso, e incluso “angustiado” hasta que Su bautismo de sangre fuese cumplido y fuese sumergido en ignotas profundidades de dolor y de sufrimiento. Teniendo todo Su pensamiento ocupado con ese tema, nuestro Señor les habló a Sus discípulos como si ellos también estuviesen ocupados en lo mismo. Este es el lenguaje de Uno que está completamente absorto en esta gigantesca tarea que Él ha convertido en la propia cima de Su ambición, aunque Él sabe que lo involucrará en la vergüenza y la muerte. Admírenlo, hermanos y hermanas, porque está tan ocupado en la pasión de ganar almas que olvida todo lo demás, y sólo tiene esto en Su mente y en Sus labios: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”.

 

No puedo evitar agregar una característica más por la que admiro al Salvador, y es: ¡cuán sabio fue al decirles esto a Sus discípulos!  Adviertan que lo único que le importaba era el bien de ellos. No les mencionaba Su sufrimiento para implorar su simpatía. No hay ningún indicio de que clamara, como Job: “¡Oh, vosotros mis amigos, tened compasión de mí, tened compasión de mí! Porque la mano de Dios me ha tocado”. No, nuestro Señor les dijo eso a Sus discípulos en bien de ellos mismos; primero, para que no se sorprendieran cuando eso sucediera, como si algo extraño les hubiese ocurrido; para que, cuando fuera entregado y crucificado no fuera un agostamiento tan terrible de todas sus esperanzas puesto que Él los había preparado para ello con antelación. Y, además, tenía el propósito de fortalecerlos cuando entraran en la prueba, para que dijeran: “Todo es tal como Él nos dijo que sería; ¡cuán veraz es Él! Él nos habló acerca de esta aflicción con antelación; y, por tanto, si dijo la verdad entonces, creeremos que todo lo demás que nos dijo es también verdad. ¿Y no dijo que resucitaría de entre los muertos? Entonces, tengan la seguridad de que lo hará. Él murió cuando dijo que moriría, y resucitará cuando dijo que resucitaría”. Este dicho de nuestro Señor fue expresado atinada y sabiamente, para que no presenciaran la crucifixión como algo que Él desconocía; antes bien, cuando estuvieran en medio de la tribulación deberían recordar que les había dicho todo en relación a ella, y entonces serían consolados.

 

Yo les pido, entonces, queridos amigos, que piensen con reverente afecto en esta serena expresión de su Divino Maestro, en esta expresión resuelta y determinada, en este pensamiento Suyo plenamente envolvente concerniente a la compra de Su pueblo con Su sangre, y esta generosa sabiduría Suya al dar a conocer todo por anticipado a quienes le rodeaban y lo amaban verdaderamente. No quiero dejar ese pensamiento mientras ustedes no hayan sentido en su propio corazón esta intensa admiración por su Señor.

 

II.   Pero, en segundo lugar, quiero distraer un poco sus pensamientos –no desviarlos del texto- sino de esa particular línea de meditación, y pedirles ahora que CONSIDEREN SU SACRIFICIO.

 

El Maestro dice: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. No puedo evitar leerlo de esta manera: “Sabéis que dentro de dos días se celebra LA PASCUA. Todas las otras pascuas habían sido pascuas de nombre solamente, pascuas en tipo, pascuas en emblema, pascuas que presagiaban la Pascua; pero dentro de dos días es la Pascua real, y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado”. De cualquier manera quiero que noten cuán cierto es que nuestro Señor Jesucristo es nuestra Pascua: “Porque nuestra pascua, Cristo es sacrificado por nosotros”. Lo que el cordero pascual fue para Israel en Egipto, eso es el Señor Jesucristo para nosotros. Pensemos en esto unos cuantos minutos. Junten a la pascua y a la cruz, pues son una en verdad.

 

Y, primero, he aquí un cordero. ¿Hubo alguien más que hubiere vivido jamás que fuese tan digno de ser llamado un cordero, como lo fue Jesucristo? No he oído ni he leído nunca acerca de algún personaje que encarne tan plenamente lo que ha de querer decir: “el Cordero de Dios”. Otros hombres han sido como corderos, pero hay un toque de tigre en todos nosotros a veces. No había nada de eso en Él. Él era el Cordero de todos los corderos –el Cordero de Dios- el hombre más semejante a un cordero de todos los hombres que hayan vivido o muerto jamás, pues no había en Él ningún rastro de algo que fuese contrario a la ternura, al amor y a la benevolencia. Había otras cualidades, por supuesto, pero ninguna que fuese contraria a aquellas; había algunas que eran tan necesarias para un carácter completo como lo era incluso la benevolencia, y Él no falló en nada; pero aún así, si sólo lo vieras desde esa única perspectiva de Su benignidad, no había nadie tan digno de ser llamado un Cordero como Él.

 

El cordero de la pascua, sin embargo, tenía que ser perfecto; tenía que ser sin mancha y sin contaminación. ¿Y dónde puedes encontrar a alguien semejante a Jesús que sea sin mancha y que sea perfecto en todos los sentidos? No hay nada redundante en Él, no hay nada que sea deficiente en Él; el carácter del Cristo es absolutamente perfecto, hasta el punto que Sus propios enemigos que han negado Su Deidad se han visto cautivados por Su humanidad; e incluso aquellos que han procurado minar Su enseñanza, se han inclinado reverentemente ante Su ejemplo. Él es el Cordero de Dios “sin mancha y sin contaminación”.

 

El cordero pascual también tenía que ser inmolado. Ustedes saben cómo fue inmolado Cristo; no hay ninguna necesidad de detenernos en los sufrimientos y en la muerte de nuestro Bienamado. El Cordero tenía que ser asado al fuego. Ese era el método por el cual era preparado; y, ciertamente, Cristo nuestra Pascua fue asado al fuego. ¡A través de qué sufrimientos de fuego, a través de qué aflicciones consumidoras pasó Él! No había nada en Él que estuviera impregnado de agua; cada parte Suya había sido asada en el fuego del odio humano, y también en la ira justa, divina, del tres veces santo Dios.

 

Ustedes recuerdan también que ni un solo hueso del cordero pascual debía ser quebrado. Nuestro Señor estuvo en un inminente peligro de que quebraran Sus huesos, pues provistos con barras de hierro los soldados romanos vinieron a quebrar las piernas de las tres personas crucificadas para que se murieran más rápidamente; pero Juan nos informa que: “Cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron”. En todo esto Cristo es nuestro verdadero Cordero Pascual.

 

Pero ustedes saben, queridos amigos, que el punto principal acerca del cordero pascual radicaba en la aspersión de la sangre. La sangre del cordero era recogida en un lebrillo, y luego, el padre de familia tomaba un manojo de hisopo, lo mojaba en la sangre, y untaba el dintel y los dos postes de la casa, afuera de la puerta; y luego, cuando el ángel exterminador voló a través de la tierra de Egipto para matar a los primogénitos de los hombres y del ganado, desde el primogénito de Faraón que estaba en el trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, pasó por alto cada casa que estaba rociada con la sangre; y éstas son las memorables palabras del Señor respecto a esa ordenanza: “Y veré la sangre y pasaré de vosotros”. La visión de Dios de la sangre fue la razón para que pasara por alto a Su pueblo y no lo matara. Y ustedes saben, amados, que la razón por la cual Dios no los hace morir a ustedes por el pecado es que Él ve la sangre rociada de Jesús tras la cual ustedes están refugiados. Esa sangre es rociada sobre ustedes y cuando Dios la ve, Él sabe que la expiación ha sido consumada, que el sacrificio sustitutivo ha sido inmolado, y pasa de largo. Así es Cristo -la verdadera Pascua- aceptado en lugar de ustedes y ustedes son salvados a través de Él.

 

Recuerden, también, que el cordero pascual proveyó el alimento para una cena. Era a la vez una seguridad y una fiesta para el pueblo. La familia entera se reunió en torno a la mesa aquella noche, y comió del cordero asado. Lo comieron acompañado de hierbas amargas, como para recordarles la amargura de su esclavitud en Egipto; con sus lomos ceñidos, y con sus báculos en sus manos, como individuos que estaban a punto de abandonar sus hogares para comenzar un largo viaje sin retorno; así estuvieron y comieron el cordero pascual. Todos ellos lo comieron, y lo comieron todo, pues no podía quedar ni un residuo hasta la mañana. Si había en demasía para una familia, entonces otros debían unirse para compartirlo; y si quedaba algo, tenía que ser destruido por el fuego. ¿No es esto, queridos amigos, justo lo que es Cristo para nosotros: nuestro alimento espiritual, la comida para nuestras almas? Nosotros recibimos a un Cristo integral, y nos alimentamos con un Cristo integral, a menudo con las hierbas amargas del arrepentimiento y la humillación; pero aún así nos alimentamos de Él, y todos nosotros ingerimos el mismo alimento espiritual, así como todos somos rociados con la única sangre preciosa si en verdad somos el verdadero Israel de Dios.

 

¡Oh amados, bendigamos a nuestro Señor por la verdadera Pascua! Fue una noche inolvidable cuando Israel salió de Egipto; pero es una noche todavía más inolvidable cuando ustedes y yo, por la aspersión de la sangre de Jesús, fuimos perdonados de una vez por todas por el ángel de la justicia vengadora, y nosotros vivimos cuando otros mueren; una noche inolvidable cuando nuestros ávidos labios comienzan a alimentarse de Aquel cuya carne es verdadera comida, y comemos y vivimos para siempre. ¿Acaso no es esa la enseñanza de este texto? ¿Acaso no quiso decir esto el Salvador cuando dijo: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”? Estas dos cosas están entrelazadas en la misma ecuación; así como en matemáticas hay una suerte de signo de igual: “=” que es colocado entre dos cantidades para indicar que una es igual a la otra, de igual manera estas dos cosas son equiparadas: la fiesta de la Pascua, y el hecho de que el Hijo del hombre es entregado para ser crucificado.

 

III.   Ahora procedo a un tercer punto, y pienso que contaré con su más devota atención sobre eso porque contiene algo que nos interesa muy profundamente a todos los que pertenecemos a Cristo. Ya les he pedido que admiren a su Salvador, y que consideren Su sacrificio; ahora, queridos amigos, les pido que ADOREN A SU SALVADOR.

 

Yo les pido que adoren a su Señor, primero, por Su previsión. “Sabéis que dentro de dos días… el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. Nosotros no podemos profetizar respecto al futuro. El hombre que me pueda decir qué pasará dentro dos días tiene que ser algo más que un hombre. Cuando hay muchos eventos involucrados, es tan difícil prever lo que pasará dentro de dos minutos como prever lo que pasará dentro de dos siglos, a menos que haya algunas causas que operen para producir ciertos efectos. En el caso de nuestro Señor, todas las influencias parecían apuntar lejos de la traición y de la crucifixión. Él era extremadamente popular; al parecer mucha gente lo amaba y aun los escribas y fariseos que buscaban Su muerte le tenían mucho miedo; con todo, con esa clara visión anticipada del ojo que no brilla en ninguna cabeza sino en la que es Divina, Jesús dice: “Dentro de dos días el Hijo del Hombre será entregado”. Él ve todo como si ya hubiese sucedido; no solamente dice: “va a ser”, sino que lo ve tan plenamente y es un Vidente tal que lo ve como un hecho consumado y dice: “El Hijo del Hombre es entregado para ser crucificado”.

 

Ahora, amados, si Él previó así Su muerte y la traición de que iba a ser víctima, adorémosle, pues Él puede ver anticipadamente nuestras tribulaciones y muerte. Él sabe todo lo que va a sucedernos. Él sabe lo que va a pasarme dentro de dos días. Yo lo bendigo porque yo no lo sé; yo prefiero en gran medida que los ojos que contemplan el futuro estén en Su cabeza y no en la mía pues están más seguros allí. Pero, hermano, si dentro de dos días, o de dos meses, o de dos años, has de experimentar alguna amarga agonía, algunos azotes y golpes, lo cual parece muy improbable ahora, tal vez no veas que así pudiera ser, pero hay Uno que sí lo ve. Los mejores ojos de la oveja están en la cabeza del pastor; a la oveja le bastará si puede ver lo que está justo delante de ella, especialmente si puede ver a su pastor; eso es todo lo que necesita ver. Pero la visión del pastor puede prolongarse hasta el frío invierno, el pastor puede ver en el interior del bosque inhóspito donde acecha el lobo, el pastor puede ver todo. Queridos amigos, yo quiero que ustedes adoren a su Señor porque, si en Su humillación Él previó la traición de que sería objeto y Su muerte, desde el mirador de Su gloria Él puede ver ahora las aflicciones y los dolores que están por venir; y debería bastarles que Él sepa todo sobre ustedes. Él sabe cuál será la dificultad de ustedes, y hará oración por ustedes para que su fe no falte. Adoren a su Señor, entonces, por Su previsión.

 

A continuación quiero que lo adoren por Su maravillosa providencia. Hubo una providencia que rodeaba al Cristo de Dios en aquel momento; era acorde con el propósito  y voluntad divinos que Él muriera en la pascua, y en esa pascua en particular, y que muriera después de ser traicionado y de ser crucificado. Sin meternos en la pregunta de la responsabilidad y del libre albedrío de los hombres, estoy seguro de que la providencia de su Señor y Maestro obró todo esto. Me pregunto por qué no tomaron piedras para apedrearlo. Pero no podían hacerlo, pues Él tenía que ser crucificado. Me pregunto por qué no contrataron a un asesino, pues había muchos en aquellos días que lo hubieran apuñalado por un chelín. Pero no; Él tenía que ser crucificado. Me asombra que no lo hubieran inmolado desde mucho antes, pues tomaron piedras para lapidarlo repetidamente; pero Su hora no había llegado entonces. Una providencia estaba obrando todo el tiempo y estaba dándole forma a Su fin así como da forma al nuestro. Él era inmortal mientras Su obra no estuviese concluida. Pero cuando los dos días de los que habló se cumplieran, Él tenía que morir. Con crueles y perversas manos, y por su propia voluntad espontánea y perversa, ellos crucificaron y mataron al Cristo; no obstante, todo fue acorde con “el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”. Yo nunca he pretendido explicar cómo la libre agencia y la absoluta predestinación pueden ambas ser verdaderas, pero estoy seguro de que ambas son verdaderas, ambas están registradas en la Escritura, y ambas son un hecho. Reconciliarlas no es un asunto que nos corresponda a ustedes o a mí; pero admirar cómo son reconciliadas de hecho, es un asunto de ustedes y mío, y por tanto, hagámoslo ahora.

 

A continuación, quiero que admiren a su Señor reconociendo Su extraordinaria corrección como un Profeta. Permítanme prolongar la lectura más allá de mi texto: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado. Entonces los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote Caifás, y tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús, y matarle. Pero decían: No durante la fiesta”, -fíjense en esto- “No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo”. Ahora, adviertan esto. Ha de ser en el día de la fiesta, y será en el día de la fiesta; sin embargo, ellos decían: “No en el día de la fiesta”. Pero, ¿qué importa lo que digan ellos? ¿No observan ustedes cómo iban siendo acorralados por todas partes, cómo su propósito fue como el viento silbante, y el eterno propósito se mantuvo firme en cada detalle? Ellos dijeron: “Vamos a prender con engaño a Jesús, y lo vamos a matar”; pero no lo hicieron así, sino que lo tomaron por la fuerza. Ellos dijeron: “lo mataremos”; pero no lo hicieron, pues Él murió a manos de los romanos. Ellos tenían la intención de matarlo en privado, pero no pudieron hacerlo, pues Él tenía que ser colgado ante el pueblo en pleno mediodía. Y, sobre todo, ellos dijeron: “No durante la fiesta. No durante la fiesta”. Me parece que oigo allí al viejo Caifás, con toda su sabiduría y toda su astucia, diciendo: “No durante la fiesta”, y a Anás y a todos los sacerdotes unidos al coro: “No durante la fiesta. Pospónganlo un poco hasta que los millones se hubieren ido, todo ese vulgar gentío que, tal vez, haría un alboroto por Él”. Allí estaban con los extendidos flecos de sus mantos y sus filacterias ensanchadas, y ellos eran de la opinión que lo que Caifás había propuesto y que Anás había secundado, debía implementarse unánimemente: “No durante la fiesta”. Pero Cristo había dicho: “Dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. No sabemos cómo es que todo se adelantó en contra de la deliberada voluntad de aquellos; pero Judas corrió a ellos con gran prisa y les dijo: “¿Qué me queréis dar?”, y estaban tan ávidos de la muerte de Cristo que contravinieron sus propios planes. “Te asignaremos treinta piezas de plata”, le dijeron; y se las pesaron, sin pensar cuán rápidamente realizaría su maldito trabajo. Regresa pronto, y dice: “Él está en el huerto; pueden prenderle fácilmente allí mientras ora con unos cuantos de Sus discípulos; yo los llevaré allá”; y antes de que pase mucho tiempo el acto de las tinieblas se lleva a cabo. Esos hombres astutos y crueles habían dicho: “No durante la fiesta”; pero fue en el día de la fiesta, tal como Jesús había anticipado que sería.

 

Ahora, amados, cuando nuestro Señor nos dice algo, debemos creerlo siempre. No importa lo que pareciera estar en contra de Sus declaraciones, no le daremos ninguna importancia. En aquel tiempo un hombre en Jerusalén hubiera podido decir: “Al Cristo no se le puede dar muerte a menos que estos escribas y ancianos del pueblo lo acuerden; y ustedes pueden ver que ellos han resuelto que no se haga durante la fiesta. Él no será crucificado en la pascua, todo el tipo se desmoronará, y quedará demostrado que Él no es lo que profesaba ser”. Ah, pero ellos pueden decir: “No durante la fiesta”, hasta enronquecer, pero Él ha dicho: “Dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”; y así fue como sucedió.

 

Nuestro Señor ha dicho que Él vendrá otra vez; sin embargo, los hombres preguntan: “¿Dónde está la promesa de Su venida?” Hermanos, tengan la seguridad de que Él vendrá. Él ha guardado siempre Su palabra, y vendrá tal como dijo. Ah, pero ellos dicen que no vendrá para castigar a los impíos que lo han desafiado; ¡pero lo hará! El Hijo del Hombre se sentará en Su trono de gloria, y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos, y dirá a los de la izquierda: “Apartaos de mí, malditos”, tan ciertamente como dirá a los de Su derecha: “Venid, benditos”. Cada jota y tilde que hayan brotado jamás de los labios de Cristo sucederán con seguridad, pues ustedes saben que Él dijo: “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán”. Confíen en el eterno propósito de Dios y en la fiel promesa de Cristo, que nunca fallarán; pues ni una sola de las palabras de Cristo caerá al suelo incumplida. Adorémosle, entonces, como nuestro verdadero Profeta. ¡“Dios verdadero de Dios verdadero”, “el Testigo fiel y verdadero”, “El Soberano de los reyes de la tierra”, nosotros te adoramos en esta misma hora!

 

IV.   Ahora, por último, en cuarto lugar, queridos amigos, quiero que IMITEN A SU MODELO.

 

No los detendré sobre este punto más de un minuto o dos; pero quiero que hasta donde su Señor sea imitable, lo imiten en el espíritu de este versículo. Les he dicho que no había jactancia en Él, sino que había una profunda serenidad y una firme determinación aun ante la inmediata perspectiva de una cruel y vergonzosa muerte; y yo pienso que deben imitar a su Señor en este sentido. Supongan que en dos días venga un “correo” de la nueva Jerusalén a decirles que la cadena de plata está a punto de quebrarse, y el cuenco de oro está a punto de romperse, y que su espíritu tiene que regresar a Dios que lo dio. En un caso así, te incumbe, amado seguidor de Cristo, recibir ese mensaje con tanta serenidad como la serenidad con la que Cristo pronunció Su propia sentencia de muerte, aunque debía ser pronunciada en un lenguaje como este: “Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. No va a funcionar así con ustedes, pero pudiera ser que dentro de dos días la tuberculosis termine en hemorragia, o que la vejez desmonte la frágil tienda de tu mortalidad, o que la enfermedad que ahora te asedia te arrastre a la tumba. Bien, si fuese así dentro de dos días, ¡ah, si así fuera dentro de dos horas, o dos minutos!, al hijo de Dios le corresponde decir: “Hágase tu voluntad”, tal como lo hizo el Maestro. Feliz era aquella mujer que decía: “Cada mañana, antes de bajar las escaleras, meto mi pie en el río de la muerte, y no tendré miedo de sumergirme en él por última vez”. Quienes mueren diariamente, como deberíamos hacerlo todos, están siempre listos a morir. Me gusta la idea de Bengel sobre la muerte. Dice: “No creo que un cristiano deba hacer mucho alboroto con respecto a la muerte. Cuando estoy con algunas personas, y alguien viene a la puerta, y dice: ‘Busco al señor Bengel’, yo dejo que el grupo prosiga con su charla, y yo salgo fuera y parto. Tal vez, después de un momento, ellos digan: ‘el señor Bengel ha partido’. Sí, eso es todo; y así es como yo quisiera morir, que Dios toque a mi puerta, y que me vaya sin hacer mucho ruido al respecto”.

 

“Venimos a esta vida como extranjeros,

Y morir no es sino el regreso a casa”.

 

Yo no creo que deba haber ninguna brusca sacudida en los metales cuando lleguemos a la estación celestial; simplemente rodamos directamente hasta el cobertizo donde la máquina se detiene, es más, hasta la gloria donde reposaremos por los siglos de los siglos. Me parece haber oído acerca de un capitán que era tan hábil que una vez que había preparado todo el plan de navegación del barco, no tenía que alterar ni un solo punto a lo largo de miles de millas; y cuando llegaba a la bahía de su destino, había conducido el barco de tal manera que navegaba directamente al punto. Si ustedes suben al Señor Jesucristo a bordo del barco de su vida, descubrirán que Él es un piloto tan hábil que nunca tendrán que alterar el curso. Él orientará la proa del barco de tal manera que entre aquí y el cielo no habrá nada que hacer sino seguir adelante; y luego, de pronto, oirán una voz diciendo: “¡Recojan las velas; suelten el ancla!” Oirán el pequeño cascabeleo de la cadena, y el barco se quedará quieto para siempre en ese puerto que verdaderamente es llamado ‘Buenos Puertos’.

 

Es así como debería ser, y voy a concluir diciendo que yo creo que es así como será. Si yo les dijera que así debe ser, ustedes tal vez me digan: “¡Ah, amigo, pero yo estoy sometido con frecuencia a la servidumbre debido al temor de la muerte!” Sí, pero no lo estarás cuando estés al borde de la muerte. ¡Oh, pobre ‘Poca Fe’, tú quieres tener ahora fortaleza para morir! Pero Dios sabe que no vas a morir sino hasta dentro de algún tiempo; entonces, ¿qué harías con la gracia para morir si Él fuera a dártela ahora? ¿Adónde la empacarías y adónde la almacenarías? El tiempo de recibir la gracia para morir será cuando estés a punto de morir. ¿Acaso no he visto a algunas viejas personas inquietas que han sido verdaderamente un problema para quienes les rodean debido a que se preocupan y se angustian demasiado? Pero de pronto les ha sobrevenido una hermosa quietud. Los familiares han dicho: “¡Oh, nuestra abuela es tan diferente! Algo va a suceder, estamos seguros”. Un día, no había nada que turbara a la abuela. Todo el mundo podía ver que ella estaba seriamente indispuesta; pero sus seniles ojos amados chispeaban con inusual brillantez, y casi había una sonrisa sobrenatural en su faz, y ella dijo en la noche: “me siento más indispuesta de lo usual; pienso que mañana por la mañana voy a descansar hasta más tarde”. Y lo hizo; así que subieron a verla. Ella dijo que había tenido una noche bendecida; no sabía si había dormido, pero que había visto en la noche un espectáculo sumamente prodigioso, aunque no podía describir de qué se trataba. Todos los familiares se congregaron en torno a su lecho, pues percibían que algo muy misterioso le había sucedido; y ella los bendijo a todos, y les dijo: “Adiós; nos vemos en el cielo”, y partió. Y ellos me dijeron algún tiempo después: “nuestra querida abuela anciana solía tener miedo a morir; pero realmente no fue mayor cosa cuando se murió, ¿no es cierto? Yo he visto con frecuencia que así es; lo que les estoy contando ahora no es una historia extraña. Un cristiano había sido tan poco sabio como para estar temiendo siempre que haría el papel de tonto cuando llegara al punto de morir; y sin embargo, cuando llegó el tiempo de la noche, el amado hijo de Dios, que había estado largo tiempo sumido en tinieblas, recibió su vela; su Señor le dio su vela para su aposento, y él subió las escaleras, y guiado por su luz murió y se marchó a la tierra donde no se necesita una vela, ni la luz del sol, sino que el Señor les da la luz. Yo creo que muchos de nosotros moriremos de esa manera; yo creo que tú morirás así, amada hermana. Yo creo que tú morirás así, amado hermano mío. Como tus días serán tus fuerzas; y según sea tu último día, así será tu fuerza. Y no me sorprendería que uno de estos días tú o yo estemos diciendo: “Ahora, queridos amigos, el doctor me ha dicho que no puedo vivir mucho. Le pregunté cuánto tiempo y él me ha respondido: ‘tal vez una semana’ y yo me quedé un poco decepcionado que tuviera que esperar tanto tiempo”. No me sorprendería que quienes nos rodean nos oyeran decir: “Bien, es sólo dentro de dos días de acuerdo a su cálculo, y tal vez no sea dentro de dos días”. Pienso que partiré el próximo domingo por la mañana, justo cuando las campanas estén repicando para llamar a la gente a la casa de oración en la tierra. Justo entonces, yo voy a oír repicar las campanas del cielo, y voy a decir: ‘Adiós’, y voy a estar donde a menudo he anhelado estar, donde está mi tesoro, donde está mi Bienamado. ¡Que así sea con todos ustedes, por nuestro Señor Jesucristo! Amén.  

 

 

Traductor: Allan Román

7/Febrero/2013

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