El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
NO.
2457
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y TAMBIÉN LEÍDO EL DOMINGO 22 DE MARZO DE 1896.
“Entonces Job
se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y
adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y
desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová
bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno”. Job
1: 20-22.
Job estaba sumamente
atribulado y no trataba de ocultar las señales externas de su dolor. No se
espera que un hombre de Dios sea un estoico. La gracia de Dios quita de su
carne el corazón de piedra pero no convierte su corazón en una piedra. Los
hijos de Dios experimentan delicados sentimientos; cuando tienen que aguantar
la vara sienten el dolor de sus azotes y Job sentía los golpes que llovían
sobre él. No te culpes si eres consciente del dolor y la aflicción y no pidas
volverte duro e insensible. Ese no es el método mediante el cual obra la
gracia; enfrentar la tribulación nos fortalece, pero es preciso enfrentarla; nos
da paciencia y sumisión, no estoicismo. Nosotros sentimos y nos beneficiamos
por sentir, y no hay ningún pecado en el sentimiento, pues en nuestro texto se
nos dice expresamente respecto al luto del patriarca: “En todo esto no pecó
Job”. Aunque él era un gran ser doliente –creo que puedo llamarlo
verdaderamente el principal ser doliente de
Adicionalmente, Job hizo
uso de señales muy manifiestas de luto. No solamente sintió aflicción en el
interior de su corazón sino que la indicó rasgando su manto, rasurando su
cabeza y postrándose en tierra como si buscase regresar al vientre de la madre
tierra como él mismo decía que debía hacerlo; y no creo que debamos juzgar a
aquellos de nuestros hermanos y hermanas que sienten que es correcto recurrir a
las señales comunes de luto. Si les producen algún tipo de solaz en su
aflicción, que recurran a ellas. Yo creo que a veces algunos llegan al exceso
en este sentido, pero no me atrevo a emitir una sentencia contra ellos porque leo
aquí: “En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno”. Aunque
el crespón negro se use durante un tiempo demasiado largo y aunque la aflicción
se nutra indebidamente, según juzgan algunos, a pesar de todo no podemos
establecer un estándar de lo que es correcto para otros. Cada quien tiene que
responder por su conducta ante su propio Señor. Yo recuerdo la benignidad de
Jesús para con los enlutados antes que su severidad en el trato con ellos. Él
siente mucha piedad por nuestra debilidad y yo desearía que algunos de Sus
siervos compartieran más del mismo espíritu. Si los que están afligidos
pudieran ser fuertes, si la mala hierba del luto pudiera apartarse, eso podría
indicar una mayor conformidad con la voluntad divina; pero si tú no sientes que
deba ser así contigo, Dios no quiera que nosotros te censuremos cuando tenemos
un texto como el que estamos considerando: “Job se levantó, y rasgó su manto, y
rasuró su cabeza, y se postró en tierra” y “en todo esto no pecó Job”.
Sin embargo quiero que
ustedes noten que el luto tiene que ser santificado siempre con devoción. Es
muy placentero observar que cuando Job hubo rasgado su manto siguiendo la
costumbre oriental, y rasurado su cabeza (de una manera que, en su día, no
estaba prohibido, pero que bajo la ley mosaica fue prohibido, pues no podían
cortar su cabello por causa del luto como lo hacían los paganos), cuando el
patriarca se hubo postrado en tierra, “adoró”. No refunfuñó; no se lamentó;
mucho menos comenzó a imprecar y a usar un lenguaje injustificable e impropio
sino que “se postró en tierra, y adoró”. ¡Oh, querido amigo, cuando tu dolor te
doble hasta el polvo, adora allí! Si ese sitio ha llegado a ser tu Getsemaní,
entonces presenta allí a tu Dios tu “gran clamor y lágrimas”. Recuerda las
palabras de David, “oh pueblos, derramad… vuestro corazón” –pero no te detengas
allí, termina la cita- “oh pueblos, derramad delante de él vuestro corazón”.
Pongan la vasija boca abajo; es algo bueno vaciarla pues este dolor puede
fermentarse y convertirse en algo más agrio. Pongan la vasija boca abajo, y
dejen que se escurra cada una de las gotas, pero que sea delante del Señor. “Oh
pueblos, derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio”.
Cuando estés inclinado bajo una pesada carga de aflicción, entonces adopta la
adoración al Señor, especialmente ese tipo de adoración que consiste en adorar
a Dios y en hacer una completa entrega de uno mismo a la voluntad divina, de
manera que puedas decir con Job: “Aunque él me matare, en él esperaré”. Ese
tipo de adoración que consiste en el sometimiento de la voluntad, el despertar
de los afectos, el zarandeo de toda la mente y el corazón y la presentación de
uno mismo a Dios en solemne y renovada consagración, tiene que tender a
endulzar la aflicción y a sacarle el aguijón.
También aliviará
grandemente nuestra aflicción si luego nos sumimos en serias contemplaciones, y
comenzamos a argumentar un poco y a revivir en nuestra mente los hechos
pertinentes. Evidentemente Job lo hizo, pues los versículos de mi texto están
llenos de pruebas de su reflexión. El patriarca trae a su propia mente al menos
cuatro temas de asidua consideración de los cuales extrajo gran consuelo. De igual
manera, ustedes harían bien, no meramente quedándose sentados y diciendo: “seré
consolado”, sino que tienen que mirar en torno suyo buscando temas sobre los
cuales pensar y meditar para provecho. Su pobre mente es propensa a ser sacudida
de un lado a otro por la presión de su aflicción, pero ustedes pueden arrojar
el ancla en algunas grandes verdades claramente confirmadas acerca de las
cuales no pueden tener ninguna duda posible, y pueden comenzar a derivar
consolación de ellas. “En mi meditación” –dijo David- “se encendió fuego”, y le
consoló y le calentó. Recuerden cómo se habló a sí mismo como si se tratara de
otro yo: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío”. ¡Ustedes
ven que hay dos Davides hablando el uno con el otro y dándose ánimo el uno al
otro! Un hombre debería ser siempre buena compañía para él mismo y debería ser también
capaz de catequizarse a sí mismo; quien no es apto para ser su propio maestro
no es apto para ser maestro de otras personas. Si no puedes catequizar tu
propio corazón y plantar una verdad en tu propia alma no sabes cómo enseñar a
otras personas. Yo creo que la mejor predicación del mundo es la que se realiza
en el hogar. Cuando un espíritu sufriente se ha consolado a sí mismo ha
aprendido el arte de consolar a otras personas. Job es un ejemplo de este tipo
de instrucción personal; tiene tres o cuatro temas que lleva a su mente y estos
tienden a consolarlo.
I. El
primero es, en mi opinión,
Observen lo que dice Job:
“Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá”. Él salió de la
madre tierra y espera volver para estar allí. Esa es la idea de la vida que
tiene Job, y es una idea muy cierta: “yo
salgo, y vuelvo de nuevo”. Alguien le preguntó a un varón de Dios un día:
“¿Podrías decirme qué es la vida?” El varón de Dios se detuvo sólo un momento y
luego se alejó deliberadamente. Cuando su amigo le encontró, al siguiente día,
le dijo: “Ayer te hice una pregunta, y tú no me la respondiste”. “Claro que la
respondí”, contestó el varón piadoso. “No”, argumentó el otro, “tú estabas allí
y te fuiste”. “Bien, tú me preguntaste qué era la vida, y esa fue mi respuesta.
¿Pude haberle dado una mejor respuesta a tu pregunta?” El varón de Dios
respondió y actuó sabiamente, pues ese es un resumen completo de nuestra vida
aquí abajo: Venimos y vamos. Aparecemos por un momento fugaz y luego nos
esfumamos. A menudo, en mi propia mente, yo comparo la vida con una procesión.
Yo los veo, queridos amigos, pasar a mi lado uno a uno, y desvanecerse, y otros
vienen atrás; pero el punto que soy propenso a olvidar –y ustedes hacen lo
mismo- es que yo estoy en la procesión, y ustedes también están en ella. Todos
nosotros consideramos mortales a todos los hombres salvo a nosotros mismos, sin
embargo, todos vamos marchando hacia ese país de cuyos confines ningún viajero
regresa.
Pues bien, debido a que
la vida es tan corta, ¿no ven de dónde viene el consuelo? Job se dice a sí
mismo: “yo vine y volveré, entonces, ¿por qué habría de preocuparme por lo que
he perdido? Yo voy a estar aquí sólo un poquito de tiempo, entonces, ¿qué
necesidad tengo de todos esos camellos y ovejas?” Entonces, hermanos, lo que
Dios nos ha dado es una determinada cantidad de viáticos para nuestro viaje,
para pagar nuestros pasajes y para ayudar a nuestros compañeros de viaje; pero
ninguno de nosotros necesita tanta riqueza como la que Job poseía. Él tenía
siete mil ovejas. ¡Válgame Dios! ¡Qué tarea debe de haber sido movilizar y
alimentar a un rebaño tan grande! “Y tres mil camellos y quinientas yuntas de
bueyes”. Esto es, mil bueyes. “Y quinientas asnas y muchísimos criados”. Nuestro
proverbio reza: “Entre más siervos, más plagas”, y yo estoy seguro de que es
cierto que entre más camellos, más caballos, más vacas, que entre más tenga un
hombre tales cosas, tiene más cosas que cuidar y más cosas que le causen
problemas. Entonces Job pareciera decirse: “Estoy aquí por un tiempo tan breve,
¿por qué me he de dejar llevar, como por una corriente, aun cuando estas cosas me
sean quitadas? Yo vengo y voy; por tanto tengo que estar satisfecho si otras
cosas vienen y van. Si mis reservas terrenales se esfuman, bien, yo me esfumaré
también. Son como yo; les salen alas y vuelan lejos; y muy pronto yo también
tendré alas y me habré ido”. Me he enterado de alguien que llamaba a la vida:
“la larga enfermedad de la vida”; y eso era para él, pues, aunque realizó una
gran obra para su Señor, siempre estaba enfermo. Bien, ¿quién quiere una larga
enfermedad? “Esta es la reflexión que hace que la calamidad tenga tan larga
vida”. Queremos sentir más bien que no es larga, que es breve, y dar poca
importancia a todas las cosas de aquí abajo y considerarlas como cosas que, como
nosotros mismos, aparecen sólo por un tiempo y pronto partirán.
Además, Job pareciera
reflexionar con especial consuelo en el pensamiento: “Voy a regresar a la tierra de la cual todas las partículas de mi
cuerpo vinieron originalmente; yo voy a regresar allá”. “¡Ah!”, dijo alguien,
cuando hubo visto los amplios y bellos jardines de un varón rico: “estas son
las cosas que hacen difícil morir”. Ustedes recuerdan cómo la tribu de Gad y la
tribu de Rubén fueron a Moisés y dijeron: “Si hallamos gracia en tus ojos, dése
esta tierra a tus siervos en heredad, y no nos hagas pasar el Jordán”. Por supuesto
que ellos no querían pasar el Jordán si podían obtener todas sus posesiones del
otro lado. Pero Job no tenía nada de este lado del Jordán, estaba totalmente
limpio, así que estaba dispuesto a partir. Y, realmente, las pérdidas que un
hombre experimenta que lo llevan a “tener deseo de partir y estar con Cristo,
lo cual es muchísimo mejor”, son ganancias reales. ¿Cuál es la utilidad de todo
lo que nos estorba aquí? Un hombre de grandes posesiones me recuerda de mi
experiencia cuando he ido a ver a un amigo en el campo, y él me ha llevado a
través de un campo arado, y cuando he caminado he tenido dos pesadas cargas de
tierra, una en cada pie. La tierra se pegaba a mí y hacía que caminar fuera
difícil. Sucede exactamente lo mismo con este mundo: sus cosas buenas nos
estorban, nos obstaculizan, se pegan a nosotros cual densa arcilla, pero cuando
quitamos estos obstáculos, nos consuela el pensamiento: “Vamos a retornar
pronto a la tierra de donde vinimos”. Nosotros sabemos que no es un simple
retorno a la tierra pues poseemos una vida que es inmortal que esperamos vivirla
en la verdadera tierra que fluye leche y miel, donde, como Daniel, estaremos en
nuestra parcela al fin de los días; por tanto, nos sentimos no sólo resignados
a retornar al vientre de la madre tierra, sino que algunas veces aun anhelamos el
tiempo de la venida de nuestro retorno. Un amado siervo de Dios, a quien todos
ustedes reconocerían si mencionara su nombre, hablaba conmigo respecto a
nuestro amado hermano que partió, Hugh Stowell Brown, y dijo: “Da la impresión
de que todos los hermanos de mi edad y de la tuya se están yendo a casa; están
falleciendo, los padres y los líderes se están yendo, y yo casi desearía”
–agregó- “que nuestro Padre Celestial registrara mi nombre como el siguiente
que debe partir”. Yo dije que yo deseaba que el Señor no hiciera eso, sino que
nuestro hermano fuera conservado para trabajar un poco más de tiempo aquí; pero
que si yo pudiera poner otro nombre, yo argumentaría por mí mismo para ir allá
en lugar suyo. Felizmente, nosotros no tenemos nada que ver con la fecha de
nuestra partida al hogar; está fuera de nuestras manos; con todo nos alegra
sentir que cuando el tiempo de nuestra partida llegue, no será ninguna
calamidad sino un claro avance que el Maestro nos indique el regreso al polvo
de donde vinimos. “Regresen, hijos de los hombres”, dirá Él, y nosotros
responderemos alegremente: “Sí, Padre, henos aquí, alegres de extender nuestras
alas y volar directamente a aquel mundo de dicha, esperando que aun nuestros
pobres cuerpos, muy pronto, con trompeta del arcángel, regresarán a ti, y
seremos como Tu Hijo unigénito, cuando le veremos tal como Él es”.
II. En
segundo lugar, Job pareciera consolarse notando
Él mismo se siente muy
pobre, todo se ha perdido, está despojado; con todo, pareciera decir: “no soy más pobre ahora de lo que era cuando
nací”. Entonces no tenía nada, ni siquiera una ropa para mi espalda sino lo
que el amor de mi madre proveyó para mí. Yo estaba indefenso entonces; no podía
hacer nada por mí mismo en absoluto”. Alguien me dijo el otro día: “Todo se ha
perdido, amigo, todo se ha perdido, salvo la salud y el vigor”. Sí, pero no
teníamos ni siquiera eso cuando nacimos. No teníamos ninguna fuerza, éramos
demasiado débiles para realizar la menor de las funciones de nuestro pobre
cuerpo, aunque fuera la más necesaria. David a menudo reflexiona muy dulcemente
en su niñez, y todavía más en su infancia, y nosotros haríamos bien en
imitarle. Los ancianos llegan algunas veces a una segunda niñez. No tengas
miedo, hermano, si ese fuera tu caso; ya has atravesado un período que era más
infantil que lo que puede ser tu segundo; no serás más débil entonces de lo que
eras al principio. Supón que tú y yo seamos reducidos a extrema debilidad y
pobreza: no seremos ni más débiles ni más pobres de lo que éramos entonces. “Pero
yo tenía una madre”, dice alguien. Bien, hay algunos niños que pierden a su
madre en el propio momento de nacer; pero si entonces tenías una madre que
cuidara de ti, tienes ahora a un Padre que cuida de ti y, como hijo de Dios, tú
seguramente sientes que tu madre no era sino el agente secundario que vigilaba
sobre ti en tu debilidad; y Dios, que le dio ese amor a ella y la movió a
cuidarte, encontrará con seguridad almacenado todavía en Su propio pecho ese
mismo amor que fluyó de Él hacia ella, y te cuidará hasta el fin. No tengas
miedo, hermano mío, hermana mía, el Señor te ayudará. Es sorprendente que
después de que Dios ha sido misericordioso con nosotros durante cincuenta años,
no podamos confiar en Él por el resto de nuestras vidas; y en cuanto a ti que
tienes sesenta, setenta u ochenta años de edad, ¡qué!, ¿te ha traído hasta aquí
para avergonzarte? Te sustentó a través de esa parte sumamente débil de tu
vida, ¿y piensas que va a abandonarte ahora? David dijo: “Sobre ti fui echado
desde antes de nacer”, como si entonces no tuviera a nadie excepto a Dios que
le ayudara. ¿Y acaso Aquel que nos cuidó entonces no cuidará de nosotros hasta
el fin? Sí, eso hará; por tanto, tengamos buen ánimo, y si somos débiles y
pobres ahora, que la pobreza y la debilidad de nuestra infancia nos animen
cuando pensemos en ellas.
Luego Job agrega: “Por
pobre que sea ahora, no soy tan pobre como lo seré, pues desnudo voy a regresar
a la madre tierra. Si solo tengo un poco
ahora, pronto tendré todavía menos”. Nos hemos enterado de un campesino
que, al morir, puso en su boca una moneda de una corona porque dijo que no
quería estar sin dinero en el otro mundo; pero no era sino un payaso y todo el
mundo sabía cuán necio era su intento de proveer así para el futuro. Se han
contado historias de personas que mandaron que se cosiera su oro en sus
mortajas, pero no se llevaron ni un centavo con ellas a pesar de todos sus
esfuerzos. Nada podemos llevar con nosotros; tenemos que regresar a la tierra,
el más rico tan pobre como el más pobre, y el más pobre sin ser más pobre,
realmente, que el más rico. El polvo del grandioso César puede ayudar a tapar
un agujero a través del cual sopla la ráfaga de viento, y el polvo de su
esclavo no puede ser puesto a usos más innobles. No, pobres y débiles como
pudiéramos ser, no somos tan pobres y débiles como lo seremos pronto; así que
simplemente solacémonos con esta reflexión. Los dos extremos de nuestra vida
son desnudez; si su punto medio no fuera siempre de púrpura y lino fino ni de
hacer cada día banquete con esplendidez, no nos sorprendamos, y si pareciera
ser de una sola pieza, no seamos impacientes ni nos quejemos.
Quiero que noten,
también, lo que yo creo que estaba realmente en la mente de Job, que, no
obstante que no era sino polvo al comienzo y que sería polvo al final, con
todo, había un Job que existía todo el tiempo. “Yo estaba desnudo, pero yo era; desnudo voy a regresar allá,
pero yo estaré allí”. Algunos hombres
nunca se encuentran a sí mismos hasta que pierden sus bienes. Ellos mismos
están ocultos, como Saúl, entre el bagaje; su verdadera humanidad no puede
verse porque están vestidos tan elegantemente que la gente parece respetarlos
cuando son sus ropas las que son respetadas. Parecieran ser alguien, pero no
son nadie, a pesar de todo lo que poseen. El Señor condujo a Su siervo Job a sentir:
“Sí, cuando yo tenía esos camellos, cuando tenía esas asnas, cuando tenía esas
ovejas, cuando tenía esos siervos, esas posesiones no eran yo mismo; y ahora
que se han desvanecido, yo soy el mismo Job que siempre fui. Las ovejas no eran
una parte de mí mismo, los camellos no eran una parte de mí mismo; yo, Job,
estoy aquí todavía, yaciendo en mi integridad y unidad delante de Dios, siendo
tanto un siervo de Jehová en mi desnudez, como lo era cuando estaba cubierto de
armiño”. ¡Oh, señores, es algo grandioso cuando Dios nos ayuda a vivir por
encima de lo que tenemos y por encima de lo que no tenemos! Es entonces que nos
lleva a conocernos a nosotros mismos como somos, en nuestro Dios, sin depender
de cosas externas, sino mantenidos y fortalecidos por un alimento del cual el
mundo no conoce nada, que no proviene de leche de vacas. Entonces estamos
vestidos con una ropa que no viene de lana de ovejas, y poseemos una vida que
no depende del veloz dromedario, una verdadera existencia que no está ni en
rebaños, ni en manadas, ni en pastos, ni en campos, sino que se deleita en Dios
y se apoya en el Altísimo. “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo
volveré allá” –dice Job- pero, “sigo siendo yo, el bendito de Dios, Su mismo
siervo devoto que confiará en Él hasta el fin”. Esa era una buena plática para
el corazón de Job, ¿no es cierto? Aunque no todo se haya expresado en palabras,
no dudo de que algo parecido a eso o algo mucho mejor atravesara
la mente del patriarca y así se solazara en la hora de sus aflicciones y
pérdidas.
III. Pero
ahora, en tercer lugar, y tal vez esto es lo más bendito, es lo que dijo Job concerniente
a
Me agrada mucho pensar
que Job reconoció que la mano de Dios da
en todas partes. Dijo: “Jehová dio”. Job no dijo: “yo lo gané todo”. No
dijo: “Todos mis ahorros duramente ganados se han perdido”. “¡Ay de mí!”, pudo
haberse dicho, “todo el cuidado por esas ovejas, y el tremendo gasto de esos
camellos, y el problema en que me he metido por esos bueyes, y ahora lo he
perdido todo; realmente es algo muy duro”. Job no se expresa así, sino que
dice: “El Señor me los dio; fueron un regalo, y aunque se han perdido, fueron
un regalo de Aquel que tenía un derecho de quitarlos, pues todo lo que Él da es
sólo un préstamo. Dice el dicho: ‘Lo prestado debe regresar riendo a su casa’, y
si Dios me prestó estas cosas y ahora las pide de regreso, yo voy a bendecir Su
nombre por haberme permitido tenerlas tanto tiempo”.
¡Cuán dulce es, queridos
hermanos y hermanas, que puedan sentir que todo lo que tienen en este mundo es
un regalo de Dios para ustedes! Ustedes saben que no podrían sentir eso si lo
obtuvieron deshonestamente. No, entonces no es un don de Dios y no viene
acompañado de bendición; pero lo que es
honestamente el resultado y fruto de una alegre diligencia pueden
considerarlo como venido de Dios; y si, en adición, han santificado realmente
su riqueza y han dado su justa proporción para ayudar al pobre y al necesitado,
como lo hacía Job, si pueden decir que han causado que el corazón de la viuda
cantara de gozo cuando aliviaron sus necesidades, entonces todo lo que tienen
es un don de Dios. La providencia de Dios es la herencia del hombre, y su
herencia les ha venido de la providencia de Dios. Velo todo como un regalo de
Dios; endulzará incluso ese pequeño bocado de pan y ese trocito de mantequilla
–que es todo lo que tendrás para comer hoy o mañana- si lo consideras como un
don de Dios. Ablandará ese duro lecho sobre el cual yaces, deseando estar mejor
cubierto del frío, si piensas en eso como un don de Dios. Un raquítico ingreso
nos proporcionará gran contento si podemos verlo como un don de Dios.
No hemos de considerar
únicamente como dones de Dios nuestro dinero y nuestros bienes, sino también nuestra
esposa, nuestros hijos y nuestros amigos. ¡Cuán preciosos dones son a menudo!
Un hombre que tiene una buena ayuda idónea es verdaderamente rico y el que
cuenta con hijos piadosos es rico realmente. Aunque pudieran costarle muchos
cuidados, es reembolsado abundantemente por su afecto, y si crecen en el temor
del Señor, ¡constituyen un don muy selecto! Hemos de considerar todo eso como un don de
Dios; no hemos de verlos a ellos o a cualquier otra cosa en la casa sin
sentimiento: “mi Padre me dio esto”. Seguramente tenderá a aminorar toda
aflicción aguda si, mientras han disfrutado de la posesión de sus cosas buenas,
han visto la mano de Dios en la dádiva de ellas para ustedes.
¡Ay!, algunos de ustedes
no saben nada acerca de Dios. Lo que tienen no es considerado por ustedes como
un don de Dios. Se pierden de la propia dulzura y gozo de la vida al pasar por
alto este reconocimiento de la mano divina en la dádiva de todas las cosas
buenas para que las disfrutemos ricamente.
Pero entonces, Job vio igualmente la mano de Dios en
quitárselas. Si no hubiese sido un
creyente en Jehová, habría dicho: “¡Oh, esos sabeos detestables! Alguien
debería ir y destrozar a esos caldeos”. Ese es a menudo nuestro estilo, ¿no es
cierto? Culpar a los agentes secundarios. Job no tiene nada que decir respecto
a los sabeos o a los caldeos, o al viento o al rayo. “Jehová” –dijo él- “el
Señor quitó”. Yo creo que Satanás pretendía hacer que Job sintiera que era Dios
quien estaba obrando cuando su mensajero le dijo: “Fuego de Dios cayó del
cielo, que quemó las ovejas”. “¡Ah!”, dijo Satanás, “verá que Dios está en
contra suya”. El demonio no tuvo el éxito que pensó tener, pues Job podía ver
que era la mano de Dios, y eso suprimió el aguijón del golpe. “Jehová quitó”.
Aaron calló cuando supo que el Señor lo había hecho, y el salmista dijo: “Enmudecí,
no abrí mi boca, porque tú lo hiciste”; y Job sintió justo eso. “Jehová es;
haga lo que bien le pareciere”. No te preocupes por los agentes secundarios, no
gastes tu fuerza en dar coces contra este mal hombre o aquel; él es responsable
ante Dios por todo el mal que ha hecho, pero detrás de estos agentes libres hay
una predestinación divina, hay una mano que gobierna y prevalece, y aun aquello
que en los hombres es malo puede ser atribuido claramente, bajo otra luz, a la
mano del Altísimo. “Jehová dio, Jehová quitó”.
¿Recordarán eso con
relación a sus hijos? Si Job hubiera perdido únicamente a su hijo mayor, habría
podido necesitar mucha gracia para decir: “el Señor lo dio, y el Señor lo ha
quitado”. Job había perdido a su hijo
mayor, pero había perdido seis hijos más, y había perdido también a sus tres
hijas. He sabido de una madre que ha dicho: “Mis dos amados hijos enfermaron y
murieron en un plazo de una semana; soy la mujer más atribulada que haya vivido
jamás”. No tanto, no tanto, querida amiga; ha habido otros que te han
sobrepasado en este sentido. Job perdió a sus diez hijos de un golpe. ¡Oh
Muerte, qué insaciable arquero fuiste aquel día, cuando diez tuvieron que caer
a la vez! Sin embargo Job dice: “Jehová quitó”. Eso es todo lo que tiene que
decir al respecto: “Jehová quitó”. No necesito repetirles la historia del
jardinero que descubrió que le faltaba una rosa favorita, pero que no podía
quejarse porque el señor de la casa la había arrancado. ¿Sientes que sucedería
precisamente lo mismo con todo lo que tienes si Él lo quitara? ¡Oh, sí!, ¿por
qué no habría de quitarlo? Si yo hiciera un recorrido por mi casa y descolgara
un adorno o cualquier cosa de las paredes, ¿me diría alguien alguna palabra?
Supongan que mi querida esposa le preguntara a la sirvienta: “¿qué pasó con ese
cuadro?”, y la sirvienta le respondiera: “¡oh, su esposo lo quitó!” ¿Me
culparía? ¡Oh, no! Si hubiera sido algún sirviente el que lo descolgó, o algún
extraño el que lo quitó, habría podido decir algo; pero no si yo lo quité, pues
es mío. Y ciertamente reconocemos que Dios es Señor en Su propia casa. Él toma
lo que le agrada de todo lo que nos ha prestado por un tiempo, ya que somos
únicamente los hijos. Es fácil estar aquí y decirlo; pero, hermanos y hermanas,
procuremos decirlo si alguna vez nos ocurriera como un asunto real que el Señor
que dio también lo quitara. Pienso que Job hizo bien en solicitar que se
prestara atención a esta bendita verdad: que la mano de Dios está obrando en
todas partes, ya sea dando o quitando; no conozco nada que tienda más a
reconciliarnos con nuestras presentes aflicciones, y pérdidas y cruces, que
sentir esto: “Dios lo ha hecho todo. Hombres malvados fueron los agentes, pero
aun así Dios mismo lo ha hecho. Hay un gran misterio al respecto que no puedo
aclarar, y que no quiero aclarar. Dios lo ha hecho, y eso me basta. ‘Jehová
dio, y Jehová quitó’”.
IV. El
último consuelo de Job estribaba en esta verdad: que DIOS ES DIGNO DE SER
BENDECIDO EN TODAS LAS COSAS: “Sea el nombre de Jehová bendito”.
Queridos amigos, no le robemos nunca a Dios Su alabanza, por
negro que sea el día. Es un día fúnebre, tal vez; ¿pero no debería ser Dios
alabado cuando hay un funeral así como cuando hay una boda? “¡Oh, pero yo lo he
perdido todo!” ¿Y es este uno de los días cuando no se le debe ninguna alabanza
a Dios? La mayoría de ustedes sabe que los impuestos de la reina tienen que ser
pagados, y la oficina fiscal de nuestro grandioso Rey tiene un derecho
prioritario sobre nosotros. No le robemos a nuestro Rey el ingreso de Su
alabanza. “Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el
nombre de Jehová”. “¡Oh, pero yo he perdido un hijo!” Sí, pero Dios ha de ser
alabado. “Pero yo he perdido a mi madre”. Sí, pero Dios ha de ser alabado.
“Tengo un terrible dolor de cabeza”. Sí, pero Dios ha de ser alabado. Alguien
me dijo una noche: “Deberíamos tener oración familiar, mi querido señor, pero
ya es más bien tarde; ¿se siente ustedes muy cansado para dirigirla?” “No”, le dije,
“nunca estuve demasiado cansado para orar con mis hermanos, y espero no estarlo
nunca”. Aunque sea medianoche, no nos retiremos a la cama sin hacer oración y
alabanza, pues no le debemos robar a Dios Su gloria. “Hay una turba en la
calle”, pero no le debemos robar a Dios Su gloria. “Nuestros bienes se están
volviendo más y más baratos, y estaremos arruinados en el mercado”, pero no le
robemos a Dios Su gloria. “Va a haber algo que va a suceder, no sé qué, muy
pronto”. Sí, pero no le debemos robar a Dios Su gloria.
“Sea el nombre de Jehová
bendito”. Job quiere decir que el Señor
ha de ser bendecido por dar y por quitar. “Jehová dio”, sea bendito Su
nombre. “Jehová quitó”, sea bendito Su nombre. Ciertamente se ha reducido a
esto entre el pueblo de Dios, que Él tiene que actuar como queremos o de lo
contrario no le alabaremos. Si Él no nos complace cada día y no cede a nuestros
caprichos y no satisface nuestros gustos, entonces no queremos alabarle. “Oh,
pero yo no entiendo Sus tratos”, dice uno. ¿Y eres realmente tan extraño para
con Dios y es Dios tan extraño para contigo que a menos que entre en
explicaciones, tú tienes miedo de que no está tratando justamente contigo? Oh,
amigo, ¿has conocido al Señor durante veinte años y no puedes alabarle por todo?
Hermanos, algunos de nosotros le hemos conocido durante cuarenta años, y tal
vez algunos de ustedes han conocido al Señor durante cincuenta años; ¿están
necesitando que se les diga siempre el capítulo, y el versículo y las
explicaciones de parte de Él antes de que le alaben? No, no, yo espero que
hayamos superado con creces esa etapa.
Sin embargo, debemos alabar especialmente a Dios siempre
que seamos provocados por el diablo a maldecir. Satanás le había dicho al
Señor concerniente a Job: “Extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y
verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia”; y pareciera como si Dios
hubiera insinuado a Su siervo que esto era lo que el diablo pretendía.
“Entonces”, dijo Job, “yo le bendeciré”. Su esposa le sugirió después que
debería maldecir a Dios, pero él no haría tal cosa. Job le bendeciría.
Usualmente es algo sabio hacer exactamente lo opuesto de lo que el maligno te
sugiera. Recuerda la historia de un hombre que iba a donar una libra esterlina
a alguna institución caritativa. El diablo le dijo: “No, no te lo puedes
permitir”. “Entonces” –dijo el hombre- “daré dos libras esterlinas; no voy a
permitir que se me controle de esta manera”. Satanás exclamó: “tú eres un
fanático”. El hombre respondió: “voy a dar cuatro libras esterlinas”. “¡Ah!”,
dijo Satanás, “¿qué dirá tu esposa cuando llegues a casa y le digas que te
deshiciste de cuatro libras?” “Bien”, dijo el hombre, “voy a dar ahora ocho
libras esterlinas; y si no te importa lo que estás haciendo, me tentarás a que
dé dieciséis”. Así que el diablo se vio obligado a detenerse, porque entre más
le tentaba, más hacía lo contrario. Nosotros debemos hacer lo mismo. Si el
demonio quisiera conducirnos a maldecir a Dios, bendigámosle más todavía, y
Satanás será lo suficientemente sabio para abandonar la tentación cuando
descubra que, entre más intenta tentarnos, más nos vamos en la dirección
opuesta.
Todo esto tiene el
propósito de ser una plática dulce y reanimante para los sufridos santos; ¡cómo
desearía que todo el mundo aquí tuviera un interés en ello! ¿Qué harán algunos
de ustedes, qué están haciendo algunos de ustedes, ahora que han perdido todo:
esposa muerta, hijos muertos, y ustedes se están volviendo viejos, y a pesar de
todo están sin Dios? ¡Oh, ustedes, pobre gente rica, que no tienen ningún interés
en Dios, su dinero tiene que quemar sus almas! Pero ustedes, gente pobre,
pobre, pobre, que no tienen nada aquí, y no tienen ninguna esperanza en el más
allá, ¡cuán triste es su caso! ¡Que Dios, por Su rica misericordia, les dé aun
un poco de sentido común, pues, ciertamente, el sentido común los conduciría a
Él! Algunas veces, al distribuir el alivio temporal, nos encontramos con personas
que han estado sin trabajo y que están llenas de problemas y que no han tenido
pan para comer, y les decimos: “¿Clamaste alguna vez a Dios pidiendo ayuda?”
“No, amigo, nosotros no oramos nunca en toda nuestra vida”. ¿Qué pretendes? He
aquí un niño arrastrándose por la casa, temblando por carencia de pan y ropa.
“¿Nunca le pediste a tu padre nada?” “No, nunca”. Vamos, amigo, ¿Dios te hizo,
o creciste sin Él? ¿Te creó Dios? Si Él te hizo, Él tendrá respeto por la obra
de Sus manos. Anda y pruébalo, incluso en ese bajo terreno. Anda y busca Su
rostro como Su criatura, y mira si no te ayuda. ¡Oh, incredulidad, a qué locura
llegas, que aun cuando los hombres son conducidos a la inanición, no se quieren
volver a Dios! ¡Oh, Espíritu de Dios, bendice a los hijos de los hombres! Aun a
través de sus miedos y aflicciones y pérdidas, ¡bendícelos y llévalos en
penitencia a los pies del Salvador, por causa de Su amado nombre! Amén.
Traductor: Allan Román
19/Junio/2014
www.spurgeon.com.mx