El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Oficio
Primordial del Espíritu Santo
NO.
2382
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 14 DE
OCTUBRE, 1894.
“Él me
glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el
Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber”. Juan 16:
14, 15.
El oficio principal del
Espíritu Santo es glorificar a Cristo. Él hace muchas cosas, pero su propósito
en todas ellas es: glorificar a Cristo. Hermanos, tiene que ser bueno que
imitemos lo que hace el Espíritu Santo; por tanto, esforcémonos en glorificar a
Cristo. ¿A qué fines más excelsos podríamos dedicarnos que a algo a lo que Dios,
el Espíritu Santo, se dedica? Sea esta, entonces, su continua oración:
“¡Bendito Espíritu, ayúdame siempre a glorificar al Señor Jesucristo!”
Observen que el Espíritu
Santo glorifica a Cristo haciéndonos saber las cosas de Cristo. Es una gran
maravilla que Cristo reciba alguna gloria por mostrarse a tales pobres
criaturas como somos nosotros. ¡Qué! Hacernos ver a Cristo, ¿eso le glorifica?
Que nuestros débiles ojos le contemplen, que nuestros trémulos corazones le
conozcan y le amen, ¿esto le glorifica? Así es, pues el Espíritu Santo escoge
esto como Su principal manera de glorificar al Señor Jesús. Él toma de las
cosas de Cristo, no para mostrarlas a los ángeles, no para escribirlas con
letras de fuego a través de la frente de la noche, sino para mostrarlas a
nosotros. Dentro del pequeño templo de un corazón santificado, Cristo es
alabado, no tanto por lo que hacemos nosotros, o pensamos, como por lo que
vemos. Esto pone un gran valor en la meditación, en el estudio de
Aquí hay una palabra
evangélica en el propio inicio de nuestro sermón. Pobre pecador, consciente de
tu pecado, es posible que Cristo sea glorificado cuando es mostrado a ustedes.
Si le miras a Él, si le ves como un apropiado Salvador, como un Salvador todo
suficiente, si el ojo de tu mente lo internaliza, si es eficazmente mostrado a
ustedes por el Espíritu Santo, es glorificado por ello. Pecador como eres, aparentemente
indigno de convertirte en la arena de la gloria de Cristo, serás un templo en
el que la gloria del Rey será revelada, y tu pobre corazón, como un espejo,
reflejará Su gracia.
“Ven, Espíritu Santo, Paloma celestial,
Con todos tus poderes vivificadores”;
¡y
muestra a Cristo al pecador, para que Cristo sea glorificado en la salvación
del pecador!
Si esa grandiosa obra de
gracia es realizada realmente al comienzo del sermón, no me importaría aun si
nunca lo terminara. Dios el Espíritu Santo habrá obrado más sin mí que lo que
yo pudiera haber hecho, y para Jehová Trino será toda la alabanza. ¡Oh, que el
nombre de Cristo sea glorificado en cada uno de ustedes! ¿Les
ha mostrado el Espíritu Santo a Cristo, el Portador del pecado, el único
sacrificio por el pecado, exaltado en lo alto para dar arrepentimiento y
remisión? Si es así, entonces el Espíritu Santo ha glorificado a Cristo en
ustedes.
Procediendo ahora a
examinar el texto con un poco más de detalle, mi primera observación al
respecto es esta: el Espíritu Santo es el
Glorificador de nuestro Señor: “Él me glorificará”. En segundo lugar, las propias cosas de Cristo son Su mejor
gloria: “Él me glorificará”; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”;
y en tercer lugar, la gloria de Cristo es
la gloria de Su Padre: “Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que
tomará de lo mío, y os lo hará saber”.
I. Para
comenzar, entonces, EL ESPÍRITU SANTO ES EL GLORIFICADOR DE NUESTRO SEÑOR.
Quiero que guarden esta verdad en su mente, y que nunca la olviden; lo que no
glorifica a Cristo no es del Espíritu Santo, y lo que es del Espíritu Santo
invariablemente glorifica a nuestro Señor Jesucristo.
Primero, entonces, tengan un ojo en esta verdad en todos los
consuelos. Si un consuelo que piensan
que necesitan, que les parece a ustedes que es muy dulce, no glorifica a
Cristo, mírenlo muy sospechosamente. Si, al conversar con un hombre
aparentemente religioso, parlotea acerca de una verdad que dice que es
consoladora, pero que no honra a Cristo, no tengan nada que ver con ello. Es un
dulce venenoso; podría encantarte por un momento, pero arruinará tu alma para
siempre si participas de eso. Pero benditos son esos consuelos que huelen a
Cristo, esas consolaciones en las que hay una fragancia de mirra, y áloes, y
casia, del palacio del Rey, el consuelo extraído de Su persona, de Su obra, de
Su sangre, de Su resurrección, de Su gloria, el consuelo tomado directamente de
ese lugar sagrado donde pisó solo el lagar. Este es vino del que puedes beber y
olvidar tu miseria, y ya no ser más infeliz; pero siempre mira con gran
sospecha cualquier consuelo que te ofrezcan, ya sea como un pecador o un santo,
que no venga claramente de Cristo. Di: “No voy a ser consolado hasta que Jesús
me consuele. Rehusaré hacer a un lado mi abatimiento hasta que Él quite mi
pecado. No voy a ir al señor Civilidad, o al señor Legalidad, para que me
quiten mi carga; ningunas manos alzarán jamás la carga del pecado consciente fuera
de mi corazón, sino aquellas que fueron clavadas a la cruz, cuando Jesús mismo
llevó mis pecados en Su propio cuerpo sobre el madero”. Por favor, lleva esta
verdad contigo por dondequiera que vayas, como un tipo de prueba decisiva por
la cual puedes probar todo lo que te sea presentado como un cordial o un
consuelo. Si no glorifica a Cristo, que no te consuele ni te agrade.
A continuación, tengan un ojo para esta verdad en todos los
ministerios. Hay muchos ministerios en el mundo, y son muy diversos los
unos de los otros; pero esta verdad te capacitará para juzgar lo que es recto
dentro de todo. Ese ministerio que engrandece a Cristo es del Espíritu Santo; y
ese ministerio que lo desaprueba, que lo ignora, o que lo relega al fondo en
cualquier medida no es del Espíritu de Dios. Cualquier doctrina que magnifica
al hombre, pero no al Redentor del hombre, cualquier doctrina que niegue la
profundidad de
Todos los ministerios,
por tanto, tienen que ser sujetados a esta prueba; si no glorifican a Cristo,
no son del Espíritu Santo.
Deberíamos tener también
un ojo para esta verdad en todos los
movimientos religiosos, y juzgarlos por esa norma. Si son del Espíritu
Santo, glorifican a Cristo. Hay grandes movimientos en el mundo cada vez y
cuando; estamos inclinados a mirarlos con esperanza, pues cualquier sacudida es
mejor que el estancamiento; pero, pronto comenzamos a temer, con unos celos
santos, cuáles serán sus efectos. ¿Cómo los vamos a juzgar? ¿A qué prueba los
someteremos? Siempre a esta prueba. ¿Glorifica a Cristo este movimiento? ¿Es
predicado Cristo? Entonces yo me regocijo en eso, sí, y me regocijaré. ¿Son
guiados los hombres a Cristo? Entonces este es el ministerio de salvación. ¿Es
Él predicado como primero y último? ¿Son los hombres invitados a ser
justificados por fe en Él, y luego a seguirle y a copiar su ejemplo divino? Es
bueno. Yo no creo que nadie levantara jamás la cruz de Cristo de una manera
dañina. Si es solo la cruz la que se ve, es la visión de la cruz, no de las
manos que la levantan las que traen la salvación. Algunos movimientos modernos
son anunciados con gran ruido, y algunos vienen tranquilamente; pero si
glorifican a Cristo, está bien. Pero, queridos amigos, si es alguna nueva
teoría la que es propuesta, si es un viejo error revivido, si es algo muy
deslumbrante y fascinante, y por un tiempo atrae y arrastra a las multitudes,
no piensen nada al respecto; a menos que glorifique a Cristo no es para ustedes
ni para mí. “Aliquid Christi”, como
uno de los antiguos padres dijo: “Cualquier cosa de Cristo a mí me encanta;
pero nada de Cristo, o algo contra Cristo, entonces puede ser muy fascinante y
encantador, altamente poético, y en consonancia con el espíritu de la época;
pero nosotros decimos de eso: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad donde no
hay ningún Cristo”. Donde Él es levantado hay todo lo que se necesita para la
salvación de una raza culpable. Juzguen cada movimiento, entonces, no por
aquellos que se adhieren a él, ni por aquellos que lo admiran y lo alaban sino
por esta palabra de nuestro Señor: “Él me glorificará”. El Espíritu de Dios no
está en ello si no glorifica a Cristo.
Una vez más, hermanos,
les ruego que miren esta verdad cuando
estén bajo un sentido de gran debilidad física, mental o espiritual. Has
terminado de predicar un sermón, has completado una ronda con tus tratados, o
has concluido tu labor en la escuela dominical por otro domingo. Te dices: “Me
temo que lo he hecho muy pobremente”. Gimes cuando te retiras a tu cama porque
piensas que no has glorificado a Cristo. Es muy bueno que gimas si ese es el
caso. No lo voy a prohibir, pero voy a aliviar la amargura de tu turbación recordándote
que es el Espíritu Santo el que ha de glorificar a Cristo: “Él me glorificará”.
Si yo predico, y el Espíritu Santo está conmigo, Cristo será glorificado; pero
si yo fuera capaz de hablar con las lenguas de los hombres, y de ángeles, pero
sin el poder del Espíritu Santo, Cristo no sería glorificado. Algunas veces,
nuestra debilidad podría incluso ayudar a abrir paso para el mayor despliegue
del poder de Dios. Si es así, podemos gloriarnos en la debilidad, para que el
poder de Cristo esté en nosotros. No somos meramente nosotros los que hablamos,
sino el Espíritu del Señor es el que habla por nosotros. Hay un sonido de
abundancia de lluvia afuera del Tabernáculo; ¡quiera Dios que también hubiera
el sonido de la abundancia de lluvia dentro de nuestros corazones! ¡Que el
Espíritu Santo venga en este momento, y venga en todo tiempo siempre que Sus
siervos están tratando de glorificar a Cristo, y que haga Él mismo lo que tiene
que ser siempre su propia obra! ¿Cómo podemos ustedes y yo glorificar a alguien
y mucho menos glorificar a Aquel que es infinitamente glorioso? Pero el
Espíritu Santo, siendo Él mismo el glorioso Dios, puede glorificar al Cristo
glorioso. Es una obra digna de Dios; y nos muestra, cuando pensamos en ello, la
absoluta necesidad de que clamemos al Espíritu Santo para que nos tome en Su
mano, y nos use como un obrero usa su martillo. ¿Qué puede hacer un martillo
sin la mano que lo sujeta, y qué podemos hacer sin el Espíritu de Dios?
Sólo voy a hacer una
observación más sobre este primer punto. Si el Espíritu Santo ha de glorificar
a Cristo, yo les ruego que pongan un ojo en
esta verdad en medio de toda oposición y contenciones. Si sólo nosotros
tuviéramos la tarea de glorificar a Cristo, podríamos ser derrotados; pero como el Espíritu Santo es el Glorificador de Cristo,
Su gloria está en manos seguras. “¿Por qué se amotinan las gentes, y los
pueblos piensan cosas vanas?” El Espíritu Santo todavía está al frente; el
eterno propósito de Dios de establecer a Su Rey en el trono, y hacer que
Jesucristo reine por los siglos de los siglos, tiene que ser cumplido, pues el
Espíritu Santo ha asumido verlo cumplido. En medio de los tumultos ondulantes
de la batalla, el resultado del conflicto nunca está en duda ni por un
instante. Pudiera parecer como si la suerte de la causa de Cristo pendiera de
una balanza, y que los platillos estuvieran en equilibrio; pero no es así. La
gloria de Cristo nunca se desvanece; tiene que aumentar de día en día, conforme
es dado a conocer en los corazones de los hombres por el Espíritu Santo; y el
día vendrá cuando la alabanza de Cristo subirá de todas las lenguas humanas. Toda
rodilla se doblará ante Él, y cada lengua confesará que Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios el Padre. Por tanto, alcen las manos que están colgando, y
afirmen las rodillas débiles. Si tú has
fallado en glorificar a Cristo por tu discurso como querrías, hay Otro que lo
ha hecho, y que todavía lo hará, de acuerdo a las palabras de Cristo: “Él me
glorificará”. Mi texto pareciera ser una campana de plata, que resuena dulce
consuelo en el oído del obrero desalentado, “Él me glorificará”.
Ese es el primer punto,
el Espíritu Santo es el Glorificador de nuestro Señor. Mantengan el ojo de su
mente enfocado a esa verdad bajo todas las circunstancias.
II. Ahora,
en segundo lugar, LAS PROPIAS COSAS DE CRISTO SON SU MEJOR GLORIA. Cuando el
Espíritu Santo quiere glorificar a Cristo, ¿qué es lo que hace? No busca nada
afuera, sino que viene a Cristo mismo por aquello que será para la propia
gloria de Cristo: “Él me glorificará: “Él me glorificará; porque tomará de lo
mío, y os lo hará saber”. No puede haber ninguna gloria agregada a Cristo;
tiene que ser su propia gloria que ya tiene, que es hecha más aparente para los
corazones de los escogidos de Dios por el Espíritu Santo.
Primero que nada, Cristo no necesita que le glorifiquen nuevas
invenciones. Hemos dado con una nueva línea de cosas”, dice uno. ¿Lo has
hecho? “Hemos descubierto algo muy maravilloso”. Me atrevo a decir que sí; pero
Cristo, el mismo ayer, y hoy y por los siglos, no necesita ninguno de tus
inventos o descubrimientos, o adiciones a esta verdad. Un Cristo sencillo es
siempre el Cristo más codiciable. Vístelo, y lo habrías deformado y difamado.
Sácalo tal como es, el Cristo de Dios, nada más que Cristo, a menos que traigas
Su cruz, pues nosotros predicamos a Cristo crucificado; ciertamente, no puedes
tener al Cristo sin la cruz; pero predica a Cristo crucificado, y le habrás
dado toda la gloria que quiere. El Espíritu Santo no revela en estos últimos
tiempos ninguna ordenanza fresca, ni ninguna doctrina novel, o alguna nueva
evolución; pero Él simplemente trae a la mente las cosas que Cristo mismo
habló, trae las propias cosas de Cristo para nosotros, y de esa manera le
glorifica.
Piensen por un minuto en
la persona de Cristo como fue revelada
por el Espíritu Santo. ¿Qué le puede glorificar más que veamos Su persona,
Dios verdadero de Dios verdadero, y sin embargo, hombre verdadero? ¡Qué
asombroso ser, tan humano como nosotros mismos, pero tan divino como Dios! ¿Hubo
alguien alguna vez como Él? Jamás.
Piensen en Su encarnación, Su nacimiento en Belén. Hubo
mayor gloria entre los bueyes en el establo de la que haya sido vista jamás
donde esos que nacen en salones de mármol fueron envueltos en púrpura y lino
fino. ¿Hubo alguna vez otro bebé como Cristo? Nunca. No me sorprende que los
sabios cayeran de rodillas para adorarle.
Miren Su vida, la permanente maravilla de todas
las épocas. Los hombres que no le han adorado, le han admirado. Su vida es
incomparable, única; no hay nada parecido a ella en toda la historia de la
humanidad. La imaginación no ha sido capaz jamás de inventar algo que se
aproxime a la belleza perfecta de la vida de Jesucristo.
Piensen en Su muerte. Ha habido muchas muertes
heroicas y de mártires; pero no hay una sola que pudiera ponerse lado a lado
con la muerte de Cristo. Él no pagó la deuda de la naturaleza como lo hacen
otros; y sin embargo, Él pagó la deuda de nuestra naturaleza. Él no murió
porque tuviera que hacerlo; murió porque quiso. El único “tienes que” que le
sobrevino fue una necesidad de un amor que todo lo vence. La cruz de Cristo es
el portento más grande de realidad o de ficción; la ficción inventa muchas
cosas maravillosas, pero nada puede ser contemplado ni por un instante en comparación
con la cruz de Cristo.
Piensen en la resurrección de nuestro Señor. Si esta
fuera una de las cosas que son tomadas, y mostradas a ti por el Espíritu Santo,
te llenará de santo deleite. Yo estoy seguro que podría ir a ese sepulcro,
donde fueron Juan y Pedro, y pasar una vida entera reverenciando al que derribó
las barreras de la tumba, y la convirtió en una vía de conexión con el cielo.
En vez de ser un calabozo y un callejón sin salida, al cual todos los hombres
parecían ir, pero ninguno podía salir jamás, Cristo, por Su resurrección ha
abierto un túnel justo a través de la tumba. Jesús, por Su muerte, ha dado
muerte a la muerte para todos los creyentes.
Luego piensen en Su ascensión. ¿Pero por qué necesito
llevarte por todas estas escenas con las cuales estás benditamente
familiarizado? ¡Qué sorprendente hecho ese, cuando la nube le ocultó de la
vista de los discípulos, los ángeles vinieron para escoltarlo a Su hogar
celestial!
“Trajeron Su carruaje de lo alto,
Para llevarlo a Su trono;
Batieron sus alas triunfantes, y clamaron,
La gloriosa obra está hecha”.
Piensen en Él ahora, a la diestra del Padre, adorado por
todas las huestes celestiales; y luego dejen que su mente vuele y avance a la
gloria de Su Segundo advenimiento, el juicio final con sus terribles terrores,
el milenio con su indescriptible bienaventuranza, y el cielo de los cielos, con
su esplendor sin paralelo y sin fin. Si el Espíritu Santo te muestra estas
cosas, las visiones beatíficas ciertamente glorificarán a Cristo, y tú te
sentarás, y cantarás con
Así, ustedes ven que las
cosas que glorifican a Cristo están todas en Cristo; el Espíritu Santo no
recupera nada de fuera, sino que toma de las cosas de Cristo, y nos las muestra
a nosotros. La gloria de los reyes radica en su plata y en su oro, en su seda y
sus joyas; pero la gloria de Cristo radica en Él mismo. Si queremos glorificar
a un hombre, le llevamos regalos; si deseamos glorificar a Cristo, tenemos que
aceptar regalos de Él. Así tomamos la copa de la salvación, invocando el nombre
del Señor y al hacer eso glorificamos a Cristo.
Noten, a continuación,
que estas cosas de Cristo son demasiado
brillantes para que las veamos hasta que el Espíritu nos las muestra. No
podemos verlas por su excesiva gloria, hasta que el Espíritu Santo tiernamente
nos las revela a nosotros, hasta que toma de las cosas de Cristo y nos las
muestra.
¿Qué quiere decir esto?
¿No significa, primero, que ilumina nuestros entendimientos? Es maravilloso
cómo el Espíritu Santo puede tomar a un necio y hacerle saber las maravillas del
agonizante amor de Cristo; y Él se lo hace saber muy rápidamente cuando
comienza a enseñarle. Algunos de
nosotros hemos sido aprendices muy lentos, con todo el Espíritu Santo ha sido
capaz de enseñarnos algo incluso a nosotros. Él abre las Escrituras, y también
abre nuestras mentes; y cuando hay estas dos aberturas juntas, ¡qué maravillosa
abertura es! Se vuelve como una nueva revelación; la primera es la revelación
de la letra que tenemos en el Libro; la segunda es la revelación del Espíritu,
que recibimos en nuestro propio espíritu. ¡Oh, mi querido amigo, si el Espíritu
Santo ha iluminado alguna vez tu entendimiento, tú sabes en qué consiste que
les muestre las cosas de Cristo!
Pero a continuación Él
hace esto mediante una obra en el alma entera. Quiero decir esto. Cuando el
Espíritu Santo nos convence de pecado, nos volvemos aptos para ver a Cristo, y
así el bendito Espíritu nos muestra a Cristo. Cuando estamos conscientes de
nuestra debilidad, entonces vemos la fuerza de Cristo; y así el Espíritu Santo
nos lo muestra. A menudo, las operaciones del Espíritu de Dios pudieran parecer
no ser directamente el mostrarnos a Cristo, pero ya que nos preparan para
verle, son una parte de la obra.
El Espíritu Santo
algunas veces nos muestra a Cristo por Su poder de vivificar la verdad. Yo no
sé si pueda decirles lo que quiero decir; pero algunas veces he visto una
verdad de manera diferente de como la he visto antes. Lo sabía desde hacía
tiempo, lo reconocía como parte de la revelación divina; pero ahora me doy
cuenta, lo sujeto, lo agarro, o lo que es mejor, parece que me sujetara más
bien a mí, y me agarrara con sus poderosas manos. ¿No han tenido sumo gozo
algunas veces con una promesa que nunca les pareció que fuera algo antes? O una
doctrina que ustedes creían, pero que nunca apreciaron plenamente, se ha convertido súbitamente en
una joya de la más alta calidad, un verdadero Koh-i-Noor, o, “Montaña de Luz”.
El Espíritu Santo tiene una manera de enfocar la luz, y cuando cae de esta
especial manera en un cierto punto, entonces la verdad es revelada a nosotros.
Él tomará de las cosas de Cristo y os las hará saber. ¿No han sentido nunca que
están listos a saltar de gozo, listos a dar un salto de su silla, listos a
sentarse en su cama en la noche, y cantar alabanzas a Dios sobre la influencia
abrumadora de alguna vieja verdad grandiosa que les ha parecido ser de manera
súbita e inmediata muy nueva para ustedes?
El Espíritu Santo
también nos muestra las cosas de Cristo en nuestra experiencia. Conforme
continuamos viajando en la vida, pasamos una colina y luego un valle, a través
de la brillante luz del sol y a través de unas oscuras sombras, y en cada una
de esas condiciones aprendemos un poco más de Cristo, un poco más de Su gracia,
un poco más de Su gloria, un poco más de la carga del pecado, un poco más de Su
gloriosa justicia. Bienaventurada es la vida que es precisamente una larga lección
sobre la gloria de Cristo; y yo pienso que así es como debería ser cada vida
cristiana. “Toda línea oscura y sinuosa” en nuestra experiencia debería
encontrarse en el centro de la gloria de Cristo, y debería conducirnos más
cerca y más cerca del poder de gozar de la bienaventuranza a Su diestra por los
siglos de los siglos. Así el Espíritu Santo toma de las cosas de Cristo, y nos
las muestra, y así glorifica a Cristo.
Amados, la lección
práctica que hemos de aprender es esta: procuremos
permanecer bajo la influencia del Espíritu Santo. Para ese fin, pensemos
muy reverentemente en Él. Algunos no piensan en Él para nada. ¡Cuántos sermones
hay sin siquiera una sola alusión a Él! ¡Qué vergüenza para los predicadores de
tales discursos! ¡Si algunos oyentes vienen sin orar pidiendo la asistencia del
Espíritu Santo, qué vergüenza para tales oyentes! Sabemos y confesamos que Él
es todo para nuestra vida espiritual; entonces, ¿por qué no lo recordamos con
mayor amor y le adoramos con un más grande honor, y pensamos en Él
continuamente con mayor reverencia? Tengan cuidado de no cometer el pecado
contra el Espíritu Santo. Si alguno de ustedes siente algún toque suave de Su
poder cuando estás escuchando un sermón, ten cuidado no sea que endurezcas tu
corazón contra él. Siempre que el sagrado fuego viene como una chispa no
apagues al Espíritu Santo, sino ora pidiendo que la
chispa se pueda convertir en una flama. Y tú, pueblo cristiano, clama a Él
pidiendo que no lean sus Biblias sin Su luz. ¡No oren sin que sean ayudados por
el Espíritu; sobre todo, que nunca prediquen sin el Espíritu Santo! Parece una
lástima cuando un hombre pide ser guiado por el Espíritu en su predicación, y
luego saca un manuscrito y lo lee. El Espíritu Santo puede bendecir lo que lee;
pero no puede guiarle muy bien cuando se ha atado a lo que ha escrito. Y será
lo mismo con el expositor si sólo repite lo que ha aprendido, y no deja ningún
espacio para el Espíritu para que le dé un nuevo pensamiento, una fresca
revelación de Cristo; ¿cómo puede esperar la bendición divina bajo tales
circunstancias? ¡Oh, sería mejor que nos
sentáramos tranquilos hasta que algunos fuéramos movidos por el Espíritu a
levantarnos y hablar, en vez de que prescribamos los métodos por los cuales Él debería
hablarnos, e incluso escribamos las propias palabras que tenemos la intención
de expresar! ¿Qué espacio hay entonces para las operaciones del Espíritu?
“Ven, Espíritu Santo, Paloma celestial”,
No puedo evitar
prorrumpir en esta oración: “Bendito Espíritu, permanece con nosotros, toma de
las cosas de Cristo y muéstranoslas, para que así Cristo sea glorificado”.
III. Sólo
voy a hablar un minuto o dos sobre el último punto. Es un tema muy profundo,
demasiado profundo para mí. Soy incapaz de llevarlos a las profundidades de mi
texto y no pretenderé hacerlo; yo creo que hay significados aquí que
probablemente no entenderemos nunca hasta que lleguemos al cielo. “Lo que yo
hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después”. Pero este es el
punto,
Primero, Cristo tiene todo lo que el Padre tiene. Piensa
en eso, por favor. Ningún simple hombre se atreve a decir: “Todo lo que tiene
el Padre es mío”. Toda
Y, adicionalmente, el Padre es glorificado en la gloria de
Cristo. No caigamos nunca en el falso concepto de que si magnificamos a
Cristo, estamos depreciando al Padre. Si algunos labios han hablado alguna vez
concerniente al Cristo de Dios como para depreciar al Dios de Cristo, que esos
labios se cubran de vergüenza. Nosotros nunca predicamos a Cristo como
misericordioso, y al Padre como sólo justo, o Cristo como convenciendo al Padre
para que sea clemente. Esta es una calumnia que ha sido arrojada sobre
nosotros, pero no hay ni un solo átomo de verdad en ello. Hemos sabido y creído
lo que Cristo mismo dijo: “Yo y el Padre uno somos”. Entre más glorioso es
Cristo, más glorioso es el Padre; y cuando los hombres que profesan ser
cristianos comienzan a hacer a un lado a Cristo, hacen a un lado a Dios el
Padre en gran medida. La irreverencia para con el Hijo de Dios pronto se
convierte en irreverencia para con el propio Dios. Pero, queridos amigos, nos
deleita honrar a Cristo y continuaremos haciéndolo. Aun cuando estemos en el
cielo de los cielos, delante del ardiente trono del infinito Jehová, cantaremos
alabanzas a Él y al Cordero, poniendo a los dos por siempre en esa divina
conjunción en la que siempre han de ser encontrados.
Así, ustedes ven que
Cristo tiene todo lo que el Padre tiene, y cuando es glorificado, el Padre es
también glorificado.
A continuación, el Espíritu Santo tiene que conducirnos a
ver esto, y estoy seguro de que lo hará. Si nos entregamos a Su enseñanza,
no caeremos en ningún error. Será un gran misterio, pero sabremos lo suficiente
de tal manera que nunca nos turbará. Si te sientas y procuras estudiar el
misterio del Eterno, bueno, yo creo que entre más mires, más te asemejarás a
personas que miran al mar desde una gran altura, hasta que se marean, y están a
punto de caer y ahogarse. Crean lo que el Espíritu les enseña, y adoren a su
Divino Maestro; entonces Su instrucción se tornará fácil para ustedes. Yo creo
que conforme nos volvemos viejos, llegamos a adorar a Dios como Abraham lo
hacía, como Jehová, el grandioso YO SOY. Jesús no se desvanece en el fondo pero
la gloriosa Deidad pareciera volverse más y más aparente para nosotros. La
palabra de nuestro Señor a Sus discípulos: “Creéis en Dios, creed también en
mí”, conforme envejecemos, pareciera convertirse en esto: “Creéis en mí, creed
también en Dios”. Y cuando llegamos a una plena confianza en el glorioso Señor,
el Dios de la naturaleza, y de la providencia, y de la redención, y del cielo,
el Espíritu Santo nos da a conocer más de las glorias de Cristo.
He hablado con ustedes
tan bien como podía sobre este sublime tema, y si no supiera que el Espíritu
Santo glorifica a Cristo, regresaría a casa en un estado miserable, pues no he
sido capaz de glorificar a mi Señor como querría; pero yo sé que el Espíritu
Santo puede tomar lo que acabo de decir del fondo de mi corazón, y puede
ponerlo en sus corazones, y puede agregar a ello todo lo que yo he omitido.
Vayan ustedes que aman al Señor, y glorifíquenlo. Traten de hacerlo con sus
labios y con sus vidas. Vayan ustedes, y predíquenlo, prediquen más de Él, y
predíquenlo más alto todavía, y más alto, y más alto. La anciana dama de la que
me he enterado, cometió un error en lo que dijo, con todo había una verdad
detrás de su pifia. Ella había asistido a una pequeña capilla bautista, donde
predicaba un alto calvinista, y al salir dijo que le gustaban más los
predicadores del “Elevado Calvario”. A mí también. Denme un predicador del “Elevado
Calvario”, uno que hará del Calvario el más alto de los montes. Yo supongo que
no era una colina del todo, sino solo un montículo; con todo, alcémoslo más
alto y más alto, y digan a todos los demás montes: “¿Por qué observáis, oh
montes altos, al monte que deseó Dios para su morada? Ciertamente Jehová
habitará en él para siempre”. El Cristo crucificado es más sabio que toda la
sabiduría del mundo. La cruz de Cristo contiene más novedad que todas las cosas
frescas de la tierra. ¡Oh creyentes y predicadores del Evangelio, glorifiquen a
Cristo! ¡Que el Espíritu Santo les ayude a hacerlo!
Y ustedes, pobres
pecadores, que piensan que no pueden glorificar a Cristo del todo, y confiar en
Él,
“Vengan desnudos, vengan inmundos, tal como están”,
y
crean que Él los recibirá; pues eso le glorificará. ¡Cree, incluso ahora, oh
pecador que estás a las puertas de la muerte, que Cristo puede hacerte vivir
pues tu fe le glorificará! Mira hacia fuera desde las terribles profundidades
del infierno al cual te ha arrojado la conciencia, y cree que Él puede
arrancarte de ese terrible pozo y fuera de la ciénaga de lodo, y poner tu pie
sobre una roca; ¡pues tu confianza le glorificará! Está en poder del pecador
darle a Cristo la mayor gloria, si el Espíritu Santo le capacita a creer en el
Señor Jesucristo. Tú puedes venir, tú, que estás más leproso, más enfermo, más
corrupto que cualquier otro; y si lo miras a Él, y Él te salva, ¡oh, entonces
tú le alabarás! Tú compartirás la mente de aquel de quien he hablado muchas
veces, que me dijo: “Amigo, tú dices que Cristo puede salvarme. Bien, si lo
hace, nunca dejará de oír al respecto”. No, y Él nunca dejará de oír al
respecto. Bendito Jesús:
“Y yo te voy a amar en vida, y te voy a amar en muerte,
Y te alabaré en tanto que me prestes aliento;
Y cuando el rocío de la muerte yazca frío sobre mi frente,
Si alguna vez te amé, Jesús mío, es ahora.
En mansiones de gloria y deleite sin fin,
Siempre te adoraré en el cielo tan brillante;
Cantaré con la reluciente corona sobre mi frente,
Si alguna vez te amé, Jesús mío, es ahora”.
No haremos ninguna otra
cosa que alabar a Cristo, y glorificarle, si nos salva del pecado. ¡Que Dios
nos conceda que así sea para cada uno de nosotros, por causa del Señor
Jesucristo! Amén.
Traductor: Allan Román
2/Octubre/2014
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