El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Cristo
Inmutable
NO.
2358
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 29 DE ABRIL
DE 1894.
“Jesucristo
es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Hebreos 13: 8.
Permítanme leerles el
versículo que precede a nuestro texto. Es un buen hábito considerar siempre los
textos en su contexto. Creo que no es bueno tomar pequeñas porciones de
Observen, entonces, que
el pueblo de Dios es un pueblo reflexivo. Si es lo que debiera ser, ese pueblo
recuerda y considera mucho. Eso es lo fundamental de este versículo. Si han de
recordar y considerar a sus líderes terrenales, con mucha mayor razón han de recordar a ese grandioso Líder, el Señor Jesús, y
todas esas verdades inigualables que brotaron de Sus benditos labios. En estos
días yo desearía que los cristianos profesantes recordaran en verdad y consideraran
muchísimo más; pero vivimos con tal frenesí y tal prisa y tal preocupación que
no nos queda tiempo para pensar. Nuestros nobles antepasados de índole puritana
eran varones que contaban con una espina dorsal, y eran de paso firme,
independientes y autónomos, que podían defender su posición en el día del conflicto
y la razón era que se tomaban un tiempo para meditar, un tiempo para llevar un diario
de sus experiencias cotidianas y un tiempo para tener comunión con Dios en lo
secreto. Tomen la indicación y procuren pensar un poco más; en este agitado
Londres, y en estos días de prueba, recuerden y consideren.
Mi siguiente observación
es que el pueblo de Dios es un pueblo imitador, pues se nos dice aquí que ha de
recordar a quienes son sus líderes, a quienes le han hablado
Sin embargo, nuestro
texto nos proporciona una buena razón para imitar a los santos; consiste en que
nuestro Señor y Su fe son siempre los mismos: “Jesucristo es el mismo ayer, y
hoy, y por los siglos”. Vean, si el viejo cimiento cambiara, si nuestra fe
estuviera variando siempre, entonces no podríamos seguir a ninguno de los
santos que nos han antecedido. Si tuviéramos una religión específica para el
siglo diecinueve, sería ridículo que imitáramos a los varones del primer siglo,
y Pablo y los apóstoles serían sólo unos vejestorios que se habrían quedado
atrás en las épocas distantes. Si hemos de ir mejorando de siglo en siglo, yo
no podría señalarles a ninguno de los reformadores, o de los confesores, o de
los santos en los valientes días de la antigüedad, y decirles: “Aprendan de su
ejemplo”, porque si la religión ha cambiado por completo y ha mejorado, -es
algo curioso decirlo- entonces seríamos nosotros quienes deberíamos dar el
ejemplo a nuestros ancestros. Por supuesto que ellos no podrían seguirlo porque
ya se han marchado de la tierra, pero como nosotros sabemos tanto más que
nuestros padres no podríamos pensar en aprender nada de ellos. Como habríamos
dejado atrás a todos los apóstoles dedicándonos a algo completamente nuevo,
sería una lástima que no olvidáramos lo que ellos hicieron y lo que sufrieron,
y que no pensáramos que no eran sino un conjunto de simplones que actuaron
conforme a su propia luz, ¡pues no tenían la luz que nosotros tenemos en este
maravilloso siglo diecinueve! Oh, amados, hablar de esta manera maligna casi
hace brotar llagas en mis labios, pues no podría ser expresada jamás una
falsedad más vil que la insinuación de que hemos cambiado los eternos cimientos
de nuestra fe. En verdad, si estos cimientos fueran quitados podríamos
preguntar en muchos sentidos: “¿Qué harán los justos? ¿A quién imitarán? ¿A
quién seguirán? Habiendo desaparecido las señales prominentes, ¿qué nos queda del
santo tesoro de ejemplo con el que el Señor enriquece a los seguidores de
Cristo?”
I. Llegando
a nuestro texto, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, mi
primera observación es que el propio JESUCRISTO ES SIEMPRE EL MISMO.
Ha habido cambios de
posición y de circunstancias en nuestro Señor, pero Él es siempre el mismo en Su gran amor por Su pueblo, al que
amó antes de la tierra. Antes que la primera estrella fuera encendida, antes que
la primera criatura viviente comenzara a cantar la alabanza de su Creador, Él
amó a Su iglesia con un amor eterno. La divisó con el lente de la
predestinación, la visualizó en su divino conocimiento anticipado y la amó con
todo Su corazón, y fue por esta causa que dejó a Su Padre y se hizo uno con
ella para redimirla. Fue por este motivo que anduvo con ella a lo largo de este
valle de lágrimas, saldó sus deudas y llevó sus pecados en Su propio cuerpo en
el madero. Por su causa durmió en la tumba, y con el mismo amor que lo hizo
descender, Él ha ascendido de nuevo, y con el mismo corazón que late fiel al
mismo bendito compromiso matrimonial ha entrado en la gloria, en espera del día
de la boda cuando vendrá de nuevo para recibir a su esposa perfeccionada que se
habrá preparado por Su gracia. Jamás ni por un instante, ya sea como Dios sobre
todo, bendito por siempre, o como Dios y hombre en una divina persona, o como
muerto y sepultado, o como resucitado y ascendido, jamás ha cambiado en el amor
que siente por Sus escogidos. Él es “Jesucristo el mismo ayer, y hoy, y por los
siglos”.
Por tanto, amados
hermanos, Él no ha cambiado jamás en Su
propósito divino para con Su amada Iglesia. Él resolvió en la eternidad
hacerse uno con ella, para que ella pudiera hacerse una con Él; y habiendo
resuelto al respecto de esto, cuando vino el cumplimiento del tiempo nació de
una mujer y nació bajo la ley, tomó sobre Sí la semejanza de carne de pecado, “y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz”. Con todo nunca abandonó Su propósito y
afirmó Su rostro para ir a Jerusalén; incluso cuando la amarga copa fue
acercada a Sus labios y Él parecía titubear por un instante, regresó a ella con
una firme resolución diciéndole a Su Padre: “Si es posible, pase de mí esta
copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Ese propósito es muy firme en
Él ahora pues por amor de Sion no callará, y por amor de Jerusalén no
descansará, hasta que salga como resplandor Su justicia, y Su salvación se
encienda como una antorcha. Jesús sigue insistiendo con Su gran obra y Él no
fallará ni se desanimará en ella. Él no se quedará contento hasta que todos
aquellos que compró con sangre se conviertan en glorificados por Su poder. Él
recogerá a todas Sus ovejas en el redil celestial, y pasarán otra vez bajo la
mano de Aquel que las cuenta, cada una de ellas siendo llevada allí por el
grandioso Pastor que entregó Su vida por ellas. Amados, Él no puede abandonar Su
propósito; no sería acorde con Su naturaleza que lo hiciera, pues Él es
“Jesucristo, el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
Él es también “el mismo
ayer, y hoy, y por los siglos”, en el
cumplimiento de Sus oficios para llevar a cabo Su propósito y dar curso a
Su amor. Él sigue siendo un profeta. Los hombres procuran hacerle a un lado. La
así llamada falsamente ‘ciencia’ pasa al frente y le pide que se calle; pero “las
ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino que
huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. Las enseñanzas del
Nuevo Testamento son tan sanas y verdaderas hoy como lo fueron hace mil
ochocientos años; no han perdido nada de su valor, nada de su absoluta certeza;
permanecen firmes como los montes eternos. Jesucristo era un Profeta y “es el
mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
Es el mismo, también,
como Sacerdote. Algunos se mofan ahora de Su sangre preciosa; ¡ay, que tenga
que ser así! Pero, para Sus elegidos Su sangre es todavía el precio de su
compra, por ella vencen, por medio de la sangre del Cordero obtienen la
victoria; y ellos saben que la alabarán en el cielo, cuando hayan lavado sus
ropas, y las hayan emblanquecido en la sangre del Cordero. Ellos nunca se
apartan de su grandioso Sacerdote y de Su portentoso sacrificio ofrecido una
sola vez por los pecados de los hombres y que es perpetuamente eficaz para toda
la raza comprada con sangre; ellos se glorían en Su sacerdocio eterno delante
del trono del Padre. En esto, en verdad, nos regocijamos, sí, y nos
regocijaremos porque Jesucristo es nuestro Sacerdote, y es “el mismo ayer, y
hoy, y por los siglos”.
Y como Rey es siempre el
mismo. Él es supremo en
Así también,
adicionalmente, Él es el mismo en Su
relación con todo Su pueblo. Me gusta pensar que así como Jesús era el
Esposo de Su Iglesia en el pasado, sigue siendo todavía su Esposo pues Él
aborrece el repudio. Así como Él fue el Hermano en tiempo de angustia para Sus
primeros discípulos, Él sigue siendo todavía nuestro Hermano fiel. Así como fue
un Amigo más unido que un hermano para quienes fueron agudamente probados en
los tiempos medievales, Él es igualmente un amigo para nosotros a quienes han
alcanzado los fines de los siglos. No hay ninguna diferencia de ningún tipo en
la relación del Señor Jesucristo para con Su pueblo en ningún momento. Él está
tan dispuesto a consolarnos esta noche como estuvo dispuesto a consolar a
aquellos con quienes moró cuando estuvo aquí abajo. Hermana María, Él está tan
dispuesto a descender a tu Betania y ayudarte en tu dolor por Lázaro, como lo
estuvo cuando fue a Marta y María, a quienes amaba. Jesucristo está igualmente
presto a lavar tus pies, hermano mío, después de otro día de un cansado viaje a
lo largo de los sucios caminos de este mundo. Él está tan presto a tomar el
lebrillo, el aguamanil y la toalla, y darnos una amorosa limpieza, como lo
estuvo cuando lavó los pies de Sus discípulos. Justo lo que fue para ellos es
para nosotros. Es una dicha si ustedes y yo podemos decir: “Lo que fue para
Pedro, lo que fue para Juan, lo que fue para Magdalena, eso es Jesucristo para
mí, ‘el mismo ayer, y hoy, y por los siglos’”.
Amados, yo he visto que
los hombres cambian; ¡oh, cómo cambian! Una pequeña helada convierte al bosque
en bronce y cada hoja se desprende y cede ante la ráfaga de viento del
invierno. Así se esfuman nuestros amigos, y los más fervientes adherentes se
desvanecen en el tiempo de la tribulación; pero Jesús es para nosotros lo que
siempre fue. Cuando envejecemos y encanecemos, y otros les cierran las puertas
a los hombres que han perdido su anterior vigor porque ya no son adecuados para
ellos, entonces Él dirá: “Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os
soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré”, pues Él es
“Jesucristo, el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Con esto basta, amados, con respecto a Jesús mismo; Él es siempre el mismo.
II. Ahora
demos un paso adelante. JESUCRISTO ES SIEMPRE EL MISMO EN SU DOCTRINA.
Este texto debe
referirse a la doctrina de Cristo puesto que está vinculado a la imitación de
la fe de los santos: “Considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e
imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. No os
dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el
corazón con la gracia”. Es evidente, por el contexto, que nuestro texto se
refiere a la enseñanza de Cristo, quien es “el mismo ayer, y hoy, y por los
siglos”. Esto no va de acuerdo con la insensatez del “progreso”. La teología,
como cualquier otra ciencia, ha de crecer regada por la espléndida sabiduría de
esta época ilustrada, fomentada por la superlativa habilidad de los caballeros
que son luz y guía del tiempo presente, ¡tan superiores a todos los que
vinieron antes que ellos!
No lo creemos así,
hermanos; pues el Señor Jesucristo fue la
perfecta revelación de Dios. Él era la expresa imagen de la persona del
Padre, y el resplandor de Su gloria. En épocas previas, Dios nos habló por Sus
profetas; pero en estos últimos días nos ha hablado por Su Hijo. Ahora en
cuanto a eso que fue una revelación completa, es blasfemo suponer que pueda
haber algo más revelado de lo que ha sido dado a conocer en la persona y obra
de Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es el ultimátum
de Dios: por último, envía a Su Hijo. Si pueden concebir un despliegue más
brillante de Dios del que ha de ser visto en el Unigénito, le doy gracias a
Dios porque soy incapaz de seguirlos en una imaginación de ese tipo. Para mí,
Él es la última, la más excelsa y la más grandiosa revelación de Dios; y cuando
Él cierra el Libro que contiene la revelación escrita, les ordena que no se
atrevan a quitar de él, no sea que quite su nombre del Libro de la vida, y que
no se atrevan a agregarle, no sea que Él les agregue las plagas que están
escritas en este Libro.
En este momento la salvación de nuestro Señor Jesucristo es
la misma que ha sido en todas las épocas. Jesucristo salva todavía a los
pecadores de la culpa, del poder, del castigo, y de la contaminación del
pecado. Todavía “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos”. Jesucristo hace todavía nuevas todas las cosas. Él crea
nuevos corazones y espíritus rectos en los hijos de los hombres, y graba Su ley
en las tablas que una vez fueron de piedra pero que Él ha convertido en carne.
No hay ninguna salvación nueva; algunos podrían hablar como si la hubiera, pero
no la hay. La salvación significa hoy para ustedes lo que significó para Saulo
de Tarso en el camino a Damasco; si piensan que tiene otro significado, se han
perdido de ella por completo.
Y, además, la salvación por Jesucristo viene a los
hombres de la misma manera que siempre vino. La tienen que recibir ahora
por fe; en los días de Pablo los hombres eran salvos por fe, y ahora no son
salvados por obras. En la época apostólica comenzaron por el Espíritu, y ahora
no hemos de comenzar por la carne. No hay ninguna indicación en el Libro ni hay
ninguna indicación en la experiencia de los hijos de Dios que deba haber alguna
vez alguna alteración en cuanto a la manera en la que recibimos a Cristo y
vivimos por Él. “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios”, un don de Dios hoy tanto como siempre lo fue, pues
Jesucristo “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
Adicionalmente esta salvación es justamente la misma en
cuanto a las personas a quienes es enviada. Ha de ser predicada ahora, como
siempre, a toda criatura bajo el cielo; pero apela con un poder peculiar a los
que son culpables y que confiesan su culpa, a corazones que han sido
quebrantados, a hombres que están trabajados y cargados. Es a éstos que el
Evangelio viene con gran dulzura. Yo les he citado antes a ustedes esas
extrañas palabras de Joseph Hart:
“Un pecador es una cosa sagrada,
El Espíritu Santo lo ha hecho así”.
Lo es; el Salvador es
únicamente para los pecadores. Él no vino a salvar a los justos, Él vino a
buscar y a salvar a los perdidos, y todavía “a vosotros es enviada la palabra
de esta salvación”; y esta declaración sigue siendo verdadera todavía: “Este a
los pecadores recibe, y con ellos come”. No hay ningún cambio en esta afirmación:
“a los pobres es anunciado el evangelio”, y viene a los que están más alejados
de Dios y de la esperanza, y los inspira con un poder y energía divinos.
Amados, yo puedo dar
testimonio de que el Evangelio es el
mismo en sus efectos en los corazones de los hombres. Todavía quebranta,
todavía sana; todavía hiere, y todavía cura; todavía mata, y todavía revive;
todavía pareciera arrojar a los hombres al infierno en su terrible experiencia
del mal del pecado, pero todavía los alza a un extático
gozo hasta ser casi exaltados hasta el cielo cuando se aferran a él y sienten
su poder en sus almas. El Evangelio que fue un Evangelio de nacimientos y
muertes, de matar y hacer vivir, en los días de John Bunyan, tiene hasta este
día justo el mismo efecto en nuestros corazones, cuando viene con el poder que
Dios ha puesto en él por Su Espíritu. Produce los mismos resultados y tiene la
misma influencia santificante que siempre tuvo.
Mirando más allá de la
estrecha corriente de la muerte, podemos decir que los eternos resultados producidos por el Evangelio del Señor Jesucristo
son los mismos que siempre fueron. La promesa es cumplida en este día para
aquellos que le reciben tanto como a cualquiera que nos antecedió; la vida eterna
es su herencia; se sentarán con Él en Su trono; y, por otro lado, la amenaza
igualmente tiene un seguro cumplimiento: “Irán éstos al castigo eterno”. “El
que no creyere, será condenado”. Cristo no ha hecho ningún cambio a Sus
palabras de promesa o de amenaza, ni Sus seguidores se atreverían a hacerlo,
pues Su doctrina es “la misma ayer, y hoy, y por los siglos”.
Si trataran de
reflexionar sobre este asunto e imaginar por un minuto que el Evangelio
realmente hizo un giro y cambió con los tiempos, sería muy extraordinario.
Vean, aquí está el evangelio para el primer siglo; hagan una marca, y noten
cuán lejos llega. Luego hay un evangelio para el segundo siglo; hagan otra
marca, pero entonces recuerden que tienen que cambiar el color a otro matiz. O
estas personas tuvieron que cambiar, o de lo contrario un efecto muy diferente
tiene que haberse producido en el mismo tipo de mentes. En la eternidad, cuando
todos ellos lleguen al cielo por estos diecinueve evangelios, en los diecinueve
siglos, habrá diecinueve conjuntos de personas, y ellas cantarán diecinueve
cánticos diferentes y tengan la seguridad de que su música no armonizará. Algunos
cantarán acerca de la “gracia libre y el amor que muere”, mientras que otros
cantarán de “evolución”. ¡Qué discordancia habría, y también qué cielo sería! Yo
rechazaría ser un candidato para ir a un lugar así. No, a mí déjenme ir adonde
alaban a Jesucristo y solo a Él, cantando: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre… a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos.
Amén”. Eso es lo que los santos del primer siglo cantan; sí, y es lo que los
santos de cada siglo cantarán, sin ninguna excepción y no habrá nunca ningún
cambio en este cántico. Los mismos resultados fluirán del mismo Evangelio hasta
que pasen el cielo y la tierra, pues Jesucristo es “el mismo ayer, y hoy, y por
los siglos”.
III. Por
un momento podemos hacer sonar la misma nota de nuevo porque JESUCRISTO ES EL
MISMO EN CUANTO A SUS MODOS DE OBRAR: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y
por los siglos”.
¿Cómo salvó almas
Jesucristo antaño? “Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”; y si
revisan a lo largo de la historia de la iglesia encontrarán que doquiera que ha
habido un gran avivamiento de la religión ha estado vinculado con la
predicación del Evangelio. Cuando los metodistas comenzaron a hacer tanto bien,
¿cómo llamaron a los hombres que provocaron tal conmoción? ¿No decían:
“predicadores metodistas”? Ese era siempre el nombre: “Aquí viene un predicador
metodista”. Ah, mis queridos amigos, el mundo no será salvado jamás por
doctores metodistas, ni por doctores bautistas ni nada de ese tipo; pero las
multitudes serán salvadas, por la gracia de Dios, por medio de predicadores. Es
al predicador a quien Dios le ha confiado esta grandiosa obra. Jesús dijo: “Predicad
el evangelio a toda criatura”. Pero los hombres se están cansando del plan
divino; ¡ellos van a ser salvados por el sacerdote, van a ser salvados por la
música, van a ser salvados por las funciones teatrales, y nadie sabe qué más! Bien,
pueden probar estas cosas cuanto les plazca; pero nada puede resultar de todo
eso sino un completo desengaño y confusión, Dios siendo deshonrado, el
Evangelio siendo parodiado, los hipócritas siendo manufacturados por miles, y
la iglesia siendo arrastrada hacia abajo al nivel del mundo. Sostengan sus
armas, hermanos, y continúen predicando y enseñando sólo
Pero recuerden que tienen
que darse siempre las oraciones de los
santos con la predicación del Evangelio. Tienen que haber notado con
frecuencia el pasaje en Hechos concerniente a los nuevos convertidos en el día
de Pentecostés, “Perseveraban en la doctrina de los apóstoles”: pensaban mucho
en doctrina en aquellos días. “En la comunión”: pensaban mucho en la comunión
de la iglesia en aquellos días. “En el partimiento del pan”: no descuidaban la
bendita ordenanza de la cena del Señor en aquellos días: “En el partimiento del
pan”. ¿Y luego qué sigue? “Y en las oraciones”. Algunos dicen en estos días que
las reuniones de oración son recursos religiosos muy desgastados. ¡Ah, válgame
Dios! ¡Qué recurso religioso fue ese que trajo Pentecostés, cuando todos
estaban unánimes reunidos en un lugar, y cuando la iglesia entera oró, y
súbitamente el lugar fue sacudido, y oyeron el sonido como de un viento recio
que soplaba, eso reveló la presencia del Espíritu Santo! Bien, pueden intentar
prescindir de las reuniones de oración si les parece; pero mi solemne
convicción es que en la medida en que esas reuniones declinen, el Espíritu de
Dios se apartará de ustedes y la predicación del Evangelio será poco eficaz. El
Señor quiere que las oraciones de Su pueblo acompañen a la proclamación de Su
Evangelio si es que va a ser poder de Dios para salvación, y no hay ningún
cambio en este asunto desde los días de Pablo. Jesucristo es “el mismo ayer, y
hoy, y por los siglos”. Dios aún será solicitado por la casa de Israel para
hacerles esto y Él concede todavía bendiciones en respuesta a la oración
creyente.
Recuerden, también, que
el Señor Jesucristo ha estado siempre inclinado a trabajar por medio del poder espiritual de Sus siervos. Nada
sale de un hombre que no esté primero en él. No encontrarán que los siervos de
Dios hagan grandes cosas por Él a menos que Dios obre poderosamente en ellos,
así como por medio de ellos. Tú tienes que estar dotado primero de poder de lo
alto, o de lo contrario el poder no se manifestará en lo que hagas. Amados,
necesitamos que los miembros de nuestra iglesia sean mejores hombres y mejores
mujeres; necesitamos que los bebés cristianos se conviertan en hombres
cristianos y necesitamos que los hombres cristianos entre nosotros sean “fortalecidos
en el Señor, y en el poder de su fuerza”. Dios obrará por medio de Sus siervos
cuando estén adaptados a Su servicio y Él hará que Sus instrumentos sean aptos
para Su obra. No es en ellos mismos que tienen alguna fuerza; su debilidad se
convierte en la razón por la cual Su fuerza es vista en ellos. Pese a ello, hay
una adaptación, hay una aptitud para Su servicio, hay una limpieza que Dios
pone en Sus instrumentos antes de que obre cosas poderosas por medio de ellos; y
Jesucristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, también en este asunto.
Todo el bien que es
realizado en todo momento en el mundo es obrado por el Espíritu Santo; y así como el Espíritu Santo honra a Jesucristo,
así también Él pone gran honor en el Espíritu Santo. Si ustedes y yo, ya sea
como una iglesia o como individuos, tratamos de actuar sin el Espíritu Santo,
Dios prescindirá pronto de nosotros. A menos que le adoremos reverentemente y
confiemos creyentemente en Él, descubriremos que seremos como Sansón cuando le
fueron cortadas sus guedejas. Él se sacudió como lo había hecho anteriormente,
pero cuando los filisteos cayeron sobre él, no pudo hacer nada contra ellos.
Nuestra oración debe ser siempre: “¡Espíritu Santo, mora en mí! ¡Espíritu
Santo, mora con Tus siervos!” Nosotros sabemos que somos completamente
dependientes de Él. Esa es la enseñanza de nuestro Maestro, y Jesucristo es “el
mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
IV. No
quiero cansarlos, mis queridos hermanos, ¡pero pido recibir ayuda de lo alto,
sólo por unos momentos, para expresar un cuarto punto! JESUCRISTO TIENE SIEMPRE
LOS MISMOS RECURSOS, pues Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
Voy a repetir lo que
dije, que Jesucristo tiene siempre los mismos recursos. Nosotros nos sentamos,
algunas veces, muy afligidos, y decimos: “Los tiempos son muy tenebrosos”. No
creo que podamos exagerar mucho su tenebrosidad; y están llenos de presagios
amenazadores, y no creo que ninguno de nosotros pueda realmente exagerar esos
presagios pues son muy terribles. Pero aun así es cierto que “El Señor vive, bendita
sea mi roca” (1).
¿Siente
Él tiene también los
mismos recursos de gracia. El
Espíritu Santo sigue siendo igualmente capaz de convertir a los hombres, de
revivir, de iluminar, de santificar y de instruir. No hay nada que Él haya
hecho que no pueda hacer de nuevo; los tesoros de Dios están tan repletos y
desbordantes ahora como lo estuvieron al principio de la era cristiana. Si no
vemos cosas tan grandiosas, ¿dónde radica la fuerza restrictiva? Está en
nuestra incredulidad. “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”. Antes
de que acabe este año Dios puede provocar una ola de avivamiento que rompa en
Inglaterra, Escocia e Irlanda, de un extremo al otro, sí, y Él puede inundar al
mundo entero con el Evangelio si nosotros clamamos a Él pidiéndoselo y si Él
quiere hacerlo, pues Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, en los
recursos de Su gracia.
V. Entonces
concluyo mi sermón con este quinto encabezado sobre el cual voy a ser muy breve
en verdad, JESUCRISTO ES SIEMPRE EL MISMO PARA MÍ: “ayer, y hoy, y por los
siglos”. Yo no voy a hablar de mí mismo excepto para ayudarles a pensar en
ustedes mismos. ¿Desde hace cuánto han conocido al Señor Jesucristo? Tal vez
sólo sea un corto tiempo; posiblemente, muchos años. ¿Recuerdas cuando le
conociste por primera vez? ¿Puedes señalar el pedazo de tierra donde Jesús te
encontró? Ahora, ¿qué era Él para ti al principio? Yo les diré lo qué fue para
mí.
Jesús fue para mí al
principio mi única confianza. Yo me
apoyé en Él con todas mis fuerzas entonces, pues tenía un gran peso que llevar.
Yo me tendí junto con mi peso a Sus pies. Él era todo en todo para mí. No tenía
ni una hilacha de esperanza fuera de Él, ni ninguna confianza más allá de Él
mismo, crucificado y resucitado por mí. Ahora, amados hermanos y hermanas, ¿han
ido más allá de eso? Espero que no; yo sé que yo no le hecho. No tengo ni un
matiz de sombra de confianza en ninguna parte sino en la sangre y la justicia
de Cristo. Me apoyé fuertemente en Él al principio, pero ahora me apoyo más
fuertemente. Algunas veces me desmayo en Sus brazos; he muerto en Su vida; me
pierdo en Su plenitud, Él es toda mi salvación y todo mi deseo. Hablo por mí
mismo, pero creo que estoy hablando por muchos de ustedes, también, cuando digo
que Jesucristo es para mí “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Su cruz,
ante mi vista cansada, será mi consuelo en mi muerte así como es mi fuerza
viviente.
¿Qué fue Jesucristo para
mí al principio? Él fue el objeto de mi
amor más ardiente; ¿no les sucedió lo mismo a ustedes también? ¿No fue
señalado entre diez mil, todo Él codiciable? ¡Qué encantos y qué bellezas había
en ese amado rostro Suyo! ¡Y qué frescura, qué novedad, qué deleite que
encienden todas nuestras pasiones! Así fue en aquellos tempranos días cuando
íbamos en pos de Él al desierto. Aunque todo el mundo alrededor era árido, Él
era todo en todo para nosotros. Muy bien, ¿qué es Él hoy? Es más hermoso para
nosotros ahora que antes. Es la única joya que poseemos; todas nuestras otras
joyas resultaron ser sólo vidrio, y las hemos desechado del estuche, pero Él es
el diamante Kohinoor en el que se deleita nuestra alma; todas las perfecciones
reunidas para hacer una perfección absoluta; todas las gracias que le adornan y
se desbordan hacia nosotros. ¿Acaso no es esto lo que decimos de Él? “Jesucristo
es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
¿Qué era Jesucristo para
mí al principio? Bien, Él era mi gozo más
excelso. En los días de mi juventud, ¡cómo danzaba mi corazón al sonido de
Su nombre! ¿No pasaba lo mismo con muchos de ustedes? Pudiéramos tener una voz
más ronca y un cuerpo más pesado, y ser más lentos en el movimiento de nuestro
cuerpo, pero Su nombre tiene tanto encanto para nosotros como siempre lo tuvo.
Había una trompeta que nadie podía hacer sonar excepto uno que era el verdadero
heredero, y no hay ninguno que pueda jamás arrancarnos verdadera música sino
nuestro Señor, a quien pertenecemos. Cuando me acerca a Sus labios, ustedes
pensarían que yo soy una de las trompetas de los siete ángeles; pero no hay
nadie más que me pueda hacer sonar de esa manera. No puedo producir una música
como esa por mí mismo; y no hay ningún tema que pueda embelesar a mi corazón,
no hay materia que pueda sacudir a mi alma, hasta que llego a Él. Creo que me
pasa lo que le sucedió a Rutherford cuando al comenzar a predicar acerca de Cristo
el duque de Argyle le interrumpió diciendo: “Ahora,
hombre, estás tocando la cuerda correcta, apégate a ella”. El Señor Jesucristo
conoce cada llave en nuestras almas, y Él puede despertar nuestro ser entero a
armonías de música que harán resonar al mundo con Sus alabanzas. Sí, Él es
nuestra dicha, nuestro todo, “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
Caminemos, entonces,
hacia el Salvador que no cambia a través de las cosas cambiantes del tiempo y
del sentido; y pronto lo encontraremos en la gloria, y Él será inmutable incluso
allí, tan compasivo y amoroso para nosotros cuando lleguemos a Él al hogar y le
veamos en Su esplendor, como lo fue para con Sus pobres discípulos cuando Él
mismo no tenía donde reclinar Su cabeza y era un ser sufriente en medio de
ellos.
Oh, ¿le conocen? ¿Le
conocen? ¿Le conocen? ¡Si no fuera así, que esta noche Él se revele a ustedes,
por causa de Su dulce misericordia! Amén.
Nota del traductor:
(1) La cita es del Salmo
18: 46 y está tomada de
Traductor: Allan Román
3/Julio/2014
www.spurgeon.com.mx