El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

“Tomad, comed”

NO. 2350

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 8 DE ENERO DE 1888

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,

Y TAMBIÉN LEÍDO EL DOMINGO 4 DE MARZO DE 1894.

 

“Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo”.  Mateo 26: 26

 

Todos nosotros estamos de acuerdo sobre este punto en particular: que la cena del Señor es un emblema de la muerte de Jesucristo y de la manera por  medio de la cual recibimos beneficios de Él. El pan representa Su cuerpo quebrantado, y la copa, Su sangre derramada; éstos, cada uno separadamente, representan Su muerte. La manera mediante la cual recibimos este pan y este vino es comiéndolo y bebiéndolo, y ésto representa la manera en que recibimos el mérito y la virtud del Señor Jesucristo, por una fe: que es como comer, y por una confianza: que es como beber, por la recepción de Cristo en nuestros corazones espiritualmente, tal como recibimos el pan y el fruto del vino en nuestros cuerpos en el plano físico.

 

Entonces, esas dos palabras, “Tomad, comed”, son las instrucciones prácticas relativas a la cena del Señor, y entendidas espiritualmente, son el Evangelio de la gracia de Dios. Cada discípulo del Señor Jesús puede oír una voz espiritual que le dice, concerniente a Cristo: “Toma, come”; y a ustedes, que temen no ser Sus discípulos, si desean serlo, si hay una gran urgencia en su corazón de poseerlo a Él, si están comenzando a buscarlo a tientas, me aventuro a decirles también a ustedes: “Tomen, coman”. Ésta es la manera de recibir a Cristo: tomarle, participar de Él. Entonces es suyo.

 

Ustedes probablemente recuerden la extraordinaria historia de la conversión de Agustín, quien, después de una vida de pecado, experimentó remordimientos de conciencia. Su aflicción de corazón era muy grande, y no encontraba la paz hasta que oyó una voz, que pudo haber sido probablemente la voz de un niño al otro lado de la pared –no podría decirlo- pero oyó esa voz, que le repetía una y otra vez: “Tolle, lege; tolle, lege; tolle, lege”; esto es, “Toma y lee; toma y lee”; y Agustín tomó el Libro, lo leyó, lo estudió con fe y encontró la paz con Dios.

 

Yo he orado pidiendo que pueda haber algún joven ‘Agustín’ aquí esta noche. En este momento su nombre pudiera ser ‘detestable’, pues vive en el pecado y la iniquidad. Oro pidiendo que sea atribulado en su conciencia y que pueda ser llevado a Cristo por estas palabras del texto, “Tomad, comed”. ¡Que este mandamiento cale hondamente en ustedes, que lo tomen y lo pongan en práctica y que mi Señor haga un gran santo del algún gran pecador -incluso un Agustín- que defienda valerosamente el Evangelio de la gracia de Dios, aunque ahora peque desesperadamente contra el amor todopoderoso! ¡Oh, que así sea!

 

Con ese objetivo en mente, paso a considerar mi texto. No podemos dividirlo en muchas partes, ¿no es cierto? No hay sino dos palabras sobre las cuales deseo hablar especialmente, así que ésas serán las divisiones de mi tema. Primero, “Tomad”, y en segundo lugar, “comed”.

 

I.   La primera palabra que quiero que noten es: “TOMAD”.

 

Así como un doctor puede escribir al comienzo de una receta, “Tomar tales y tales medicinas”, así también el Señor Jesús les dijo a Sus discípulos: “Tomad”. La palabra se traduce a menudo en nuestro Nuevo Testamento: “Recibid”. Jesús extiende Su mano con el pan, y dice: “Recíbanlo; tómenlo en sus manos”. “Tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió”, y luego presentándolo a Sus discípulos, les dijo: “Tomad, tomad, tomad”, y ellos lo tomaron, y el pan fue suyo.

 

Ésta es la manera en que los santos reciben las bendiciones: las toman. Ésta es la manera en que los pecadores reciben también bendiciones: por la gracia de Dios, las toman. Ellos no las hacen, ni las ganan, ni las merecen, antes bien, las reciben. Jesucristo les dice: “Tomad”, y ellos obedecen Su voz, y las toman.

 

Ninguno de los que estaban a la mesa dijo: “Señor, no me atrevo a tomarlo”; mas cuando Jesús les dijo: “Tomad”, ellos lo tomaron. El mejor plan es aceptar siempre cualquier cosa buena que te fuere ofrecida. Si fueras un hombre muy pobre, y alguien te ofreciera un chelín (moneda), yo me aventuro a darte este consejo: debes tomarlo. No te quedes ahí diciéndole a la persona: “Mi querido señor, pienso que la caridad indiscriminada está mal; usted no ha investigado nunca mi carácter; usted no sabe si yo soy realmente uno de los desempleados”. Si alguien te ofreciera un chelín (moneda), amigo mío, es mejor que lo recibas.

 

Si tienes mucha hambre, y hay algún pan disponible que te ofrecen, es mejor que te lo comas. Si te lo ofrecen libremente, recíbelo libremente. Si ese fuera mi caso, yo no haría ninguna pregunta, no solamente por motivos de conciencia, sino por motivo de mi necesidad; y yo haría especialmente eso cuando, por la gracia de Dios, el don me fuere presentado por el Señor Jesucristo. Si Él dice: “Toma”, yo lo tomo. Nada hay más libre que un don, en verdad, excepto que tal vez soy más libre de tomar que de dar; pues nuestras pobres naturalezas están contraídas y no siempre somos libres de dar; pero, ciertamente, incluso el egoísmo puede hacernos libres de tomar. Un santo deseo de su propio bien y de su propia salvación, puede impulsarlos a decir: “Sí, Señor, si Tú das libremente, sin duda lo tomaré libremente”.

 

Y yo no supongo que el Maestro haya extendido Su mano a Pedro con ese trozo de pan, durante media hora. Él le dijo: “Toma”, y Pedro lo tomó. “Toma”, le dijo a Juan; y Juan lo tomó. “Toma”, le dijo a Felipe; y Felipe lo tomó de inmediato. Bienaventurados son quienes aceptan a Cristo la primera vez que oyen acerca de Él. Bienaventurados son todos aquellos que simplemente lo aceptan; pero tres veces bienaventurados son aquellos que, cuando Él dice: “Tomad”, por medio de Su gracia, responden prontamente: “¡Sí, Señor, eso haré; y te doy las gracias, también, de todo corazón!” Recuerden aquellas palabras que hemos cantado con mucha frecuencia:

 

“La vida se encuentra sólo en Jesús,

Sólo allí te es ofrecida,

Ofrecida sin dinero y sin precio,

Es el don de Dios enviado gratuitamente;

Toma la salvación

Tómala ahora, y sé feliz”.

 

Yo anticipo que alguien diga: “¿He de tener a Jesucristo al tomarlo simplemente?” Precisamente así es. ¿Necesitas un Salvador? Allí está Él; tómalo. ¿Deseas ser liberado del poder del pecado? Él puede liberarte; tómalo para que lo haga. ¿Deseas llevar una vida santa y piadosa? Aquí hay Uno que puede lavarte y hacerte capaz de vivir así. Tómalo, pues Él es tan libre como el aire; no tienes que pagar por Cristo más de lo que tienes que pagar por la siguiente bocanada de aire que ingrese en tus pulmones. Recíbelo dentro de ti; recíbelo dentro de ti; eso es todo lo que tienes que hacer. Si te oyera decir: “Difícilmente puedo pensar que yo, un pobre pecador indigno, tal como soy, y precisamente como soy, pueda tomar a Cristo”, yo te respondería: éste es el Evangelio que tengo que darte, pues Jesús dijo: “Tomad, comed”.

 

El Señor Jesús les dijo a Sus discípulos: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo”. Bien, entonces, antes que nada, vean cuán libre ha de ser Cristo para los pecadores, porque Él tenía un cuerpo. En una época, Él no tenía un cuerpo; el bendito Hijo de Dios era espíritu puro; pero condescendió a nacer de María. Me parece verlo como un infante acunado en el pesebre. El Señor de todo se abatió tan bajo que reposó en el pecho de una mujer, y permitió que le pusieran pañales como a cualquier otro bebé. El Señor de la vida y de la gloria ha asumido la naturaleza humana; vive en Nazaret como un niño, crece como un obrero, el reputado Hijo de un carpintero. ¡Obrero, tu Dios se hizo un Carpintero! Tómalo. Ciertamente, el propio hecho de que haya venido en medio de los hombres y que tomara un cuerpo como el nuestro, debería animarnos a sentir que podemos tomarlo libremente. Su nombre es Emanuel, Dios con nosotros; y si es Dios con nosotros, hueso de nuestro hueso y carne de nuestra carne; si ha llegado tan lejos como para bendecirnos, no hemos de dudar de que podemos tomar libremente lo que vino a traernos.

 

Habiendo tomado un cuerpo, además, recuerden a continuación que en ese cuerpo sufrió. Si tuviera que decirles que Jesucristo estaba dispuesto a morir para redimirlos, tal vez estaría probando su fe; pero cuando tengo que decirles que murió, que la obra de su redención ha sido consumada, que Jesús clamó: “Consumado es” antes de inclinar Su cabeza y entregar Su espíritu, que Él ha pagado la deuda suya hasta el último centavo, y que cargó con sus pecados en Su propio cuerpo sobre el madero, éstas son, en verdad, buenas nuevas; pues me conduce a decir además que, si Él ha hecho todo ésto, y murió, “el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”, podemos tomarle libremente, pueden estar seguros de ello. Dios ha establecido a Su Hijo para ser la propiciación por el pecado; por tanto, oigámosle decir: “Tomad, tomad, tomad”, y tomemos lo que nos es presentado libremente.

 

Mis queridos amigos, recuerden que como Jesús tenía un cuerpo, y murió en ese cuerpo, el propósito de esa muerte ha de estar fuera de Él mismo. Él no se hizo hombre para ganar algo con ello. Él no murió por cualquier propósito que tuviera que ver con Su gloria exclusivamente. Él no tenía ninguna necesidad de poner un velo a los esplendores de Su Deidad con un cuerpo mortal, y morir en ese cuerpo; entonces tuvo que haber muerto por otras personas; por tanto, tómenle, tómenle. ¿Acaso no ven que estos frutos no están en el árbol para el árbol mismo, sino para que el transeúnte hambriento pueda alzar su mano, y tomar y comer? ¡Oh, que tuvieran el sentido de ver que Cristo murió para expiar unos pecados que no son suyos, y que, por tanto, pueden tomarle, y tomarle de manera sumamente libre!

 

Además, Jesús mismo ofrece lo que se nos pide que tomemos. Noten el contenido del versículo: “Tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed”. Lo que Jesús da, tú puedes en verdad tomarlo. Yo no puedo ir y tomar los bienes de otro hombre; pero puedo tomar lo que Él me da. Si me arrestaran por robar algo, y yo pudiera decir verdaderamente: “Éste hombre me lo dio”, no sería un ladrón, ¿no es cierto? Y si Jesucristo te da la gracia, y tú la tomas, no eres ningún ladrón; de hecho, ningún hombre se aferra a Cristo sin un derecho legal para hacerlo. Si un perro se introduce en la carnicería, y se roba un trozo de carne, el carnicero podría tal vez quitárselo, e impedirle que coma lo que se ha robado; pero no hubo nunca ningún pecador que viniera y se asiera de la misericordia de Cristo, y que Cristo se la arrebatara luego. Tómala pecador, y la tienes garantizada; si te atreves a tomarla, Dios hace que la apropiación por fe sea algo adecuado, pues Él te pide que lo hagas. Tú nunca puedes tener un derecho para con Cristo, excepto este derecho: que Él les da libremente a los necesitados, conforme a las riquezas de Su gracia. Por tanto, oigan esta palabra que dice: “Tomad, tomad, tomad”. Reciban, acepten, agarren, aprópiense y tomen.

 

Cuando Jesucristo les dijo a Sus discípulos: “Tomad”, era su Maestro, y la palabra de Cristo era ley para los discípulos. No había ni uno solo de ellos que hubiera podido decir: “Yo no lo tomaré”, sin ser culpable de desobediencia. Oh, que alguna pobre alma que está aquí esta noche dijera: “¿Hay un Salvador? Entonces yo lo recibiré; yo lo tomaré”. Que el Espíritu de amor infinito se mueva en la mente de ustedes para hacerlos decir, impulsados por una especie de santa desesperación: “Yo voy a tomarlo ahora mismo. Ya sea que pueda o no pueda, yo lo tomaré. Aunque mi sentido de pecado me diga; ‘no debes hacerlo’, y aunque el diablo me diga: ‘no te atrevas’, yo lo tomaré. Yo creo en verdad, yo voy a creer, debo creer que Jesús murió por mí, y yo lo tomaré para que sea mi Salvador y me voy a apoyar entera y únicamente en Él”.

 

Si tú hicieras ésto, no perecerás nunca; pues a ti, y a todos los que son discípulos de Cristo, o que se conviertan en Sus discípulos, viene esta palabra de mando: “Tomad, tomad, tomad, tomad, tomad”. ¡Oh benditas nuevas, y dulce mandamiento; que el Divino Espíritu los conduzca ahora a obedecerlo, y a tomar a Cristo como su Salvador!

 

II.   El segundo encabezado del sermón es COMED: “Tomad, comed”.

 

Comer es una cosa tan simple que no creo que deba tratar de explicarlo. Regresen a casa y tomen su cena, y lo entenderán; cada hombre hambriento, es más, cada hombre viviente, sabe qué es comer. Bien, ¿qué es comer?

 

Comer es la recepción de tipo más íntimo. Es introducir, dentro de su propio ser, el alimento puesto ante ustedes. Bien, ahora, ustedes que son Sus discípulos, tomen a Cristo; tomen a Cristo mismo, a Su obra, Su sangre, Su justicia; tómenlo en su propio interior. Digan: “Ésto es para mí; lo tomo para mí”. Yo no tengo un socio en nada de lo que como; lo que he comido, lo he comido para mí. Yo no puedo comer por tu esposa o por tu hijo; debes hacer eso por ti mismo.

 

Ahora, querido corazón, ¡sé lo suficientemente valeroso para tomar a Cristo todo para ti mismo! Di; “Este Salvador moribundo es mío, este Salvador resucitado es mío. Yo espero que multitudes de otras personas lo tomen, pero en cuanto a mí, yo voy a tomarlo”. Cuando como, estoy haciendo una acción para mí mismo; ha de ser así. Y ahora, por fe, tomo al bendito Hijo de Dios, que se hizo hombre, y vivió, murió y resucitó y lo tomo para mí dentro de mí. Yo les suplico que hagan eso esta noche.

 

“Es una acción egoísta”, dirán ustedes. ¡Ah, pero es una acción necesaria! Ustedes han pecado personalmente y deben tomar personalmente a Cristo. Ustedes están personalmente hambrientos y deben comer personalmente. ¿Quién ha de condenarlos por ello? Ustedes no podrían ser egoístas para con otros si ustedes mismos no comieran, porque no estarían vivos durante largo tiempo para ser egoístas o no. Vean con cuidado esto, entonces. “Tomad, comed”. Reciban a Cristo con la más íntima recepción.  

 

Comer es también un tipo de recepción muy familiar. Es algo que puede ser llevado a cabo por un obrero así como por un noble; en verdad, pienso que es realizado mejor por el obrero que por el noble. ¡Cómo pueden comer, algunos de ellos! ¡Y cómo pueden comer las personas de sencillo corazón cuando vienen a Cristo! Si quieren ver comer, no traigan a “mi señor y a mi señora” a los exquisitos bocadillos de un festín; antes bien inviten a muchos hombres pobres y de rudo trabajo, quiero decir, hombres que no han tenido suficiente que comer durante un mes; y hay muchas de esas personas a nuestro alrededor. Siéntenlos y pónganles enfrente un buen trozo de carne y verán cómo comen.

 

Comer es un tipo de acción muy familiar; y, por tanto, en relación a la gran salvación de Jesucristo, nosotros decimos: “Tomad, comed”; introdúzcanlo dentro de ustedes; pueden hacer ésto igual que toman sus comidas; así como los que están hambrientos y famélicos devoran su alimento, así tomen dentro de ustedes al Señor Jesucristo, confiando en Él, recibiéndolo dentro de ustedes, diciendo: “Él es y Él será completamente mío”.

 

Ahora, cuando tiene que comerse la comida, no sólo se trata de tragarla, sino que tiene que ser masticada. Está en la boca, y se le da vueltas y vueltas de tal manera que se discierne su sabor. Piensen mucho en el Señor Jesucristo y en Su obra redentora de esta manera, ahora. Lean, reflexionen, aprendan y digieran internamente la verdad. Si piensan que no pueden creer, piensen mucho en lo que deben creer, y en Aquel en quien deben creer. Esta masticación será una admirable forma de alimentarse del alimento celestial. Jesús murió por los pecadores; Jesús murió en el lugar, en la posición y en sustitución de los pecadores. Mastiquen esa gran verdad, y denle vueltas y vueltas; muerdan esa grandiosa doctrina con los dientes de su pensamiento, hasta que introduzcan en sus almas su propia médula y su propia esencia.

 

Luego hay una asimilación interna que va con los alimentos. Pasando a nuestras partes más interiores, comienza a reconstruir nuestro cuerpo, hasta que el alimento que era pan hacía un rato, se convierte en carne y sangre. Retengan a Cristo en su pensamiento, en su fe y en su corazón, hasta que al fin Cristo se haga uno con ustedes, y alimente su alma así como su alimento reconstituye su cuerpo. “Tomad, comed”. Ustedes saben que toda la actividad de comer es, después de todo, introducir los alimentos dentro de la persona. Ese es el punto principal, introducirlo de tal manera que se vuelva propio y sea parte de uno.

 

Ahora, hagan eso con el bendito Señor Jesucristo y con toda Su obra portentosa por los pecadores. Tómenlo hasta que se introduzca en ustedes, y se vuelva parte y porción de ustedes mismos, y tengan vida por ello. “Tomad, comed”.

 

Me parece que oigo decir a alguien: “¡Oh, pero parece ser algo  demasiado extraordinario que yo, un pobre ser, un ser indigno, haya de tomar a Cristo para que sea mío, igual que tomo un pedazo de pan para que sea mi alimento!” Bien, escucha ésto: Él ordena que lo hagas; ésa garantía te basta. Aunque yo fuera el más indigno ser que todavía está fuera del infierno, si Jesús me pide que confíe en Él, puedo confiar en Él. Su mandato es suficiente garantía para que yo lo haga. ¡Oh hijo de Dios, y oh tú que deseas en verdad ser Su hijo, Él les ordena que coman; yo les suplico que no vacilen, y que Su mandato sea la garantía de ustedes!

 

Jesucristo condesciende a compararse con el pan; pero ¿cuál es el bien del pan si no fuera comido? ¿Por qué se elabora el pan excepto para ser comido? ¿Por qué es colocado en hileras en las panaderías? ¿Para ser mirado? ¡Cómo! ¿Habiendo hombres hambrientos en las calles, el pan es puesto allí como un ornamento sólo para ser contemplado? No, la propia confección del pan significa alimento para los hombres, y cuando el Señor Jesucristo se compara con el pan, quiere decirnos que Él se ha puesto en esa figura y en esa forma en el pacto de gracia, porque pretende que lo recibamos. Pan que no es comido, ¿en qué puede convertirse? El maná del desierto que no era comido, sino almacenado, engendraba gusanos y apestaba. Nuestro Señor Jesucristo no es útil a menos que los pecadores sean salvados por Él. ¡Un Salvador que no salve a nadie! ¡Vamos, es como un hombre que abre una tienda pero que no vende ningún bien nunca, o como un doctor que llega a un pueblo, pero que nunca recibe a ningún paciente! Cristo debe salvar a los pecadores, quiere salvar a los pecadores y anhela salvar a los pecadores. Vengan y tómenlo, entonces. Vengan y coman de ese pan que deja de cumplir su propósito, su designio y su objetivo, si no es comido. Cristo como pan, pero que no es comido, se vuelve un Cristo deshonrado.

 

“Tomad, comed”. Bien, ¿qué significa comer? Yo les diré. Cuando dos hombres, en el oriente, tomaban una pieza de pan, y la partían, y uno comía una pieza, y el otro comía la otra pieza, eso significaba amistad. Si yo entrara en la tienda de un árabe, no podría decir de qué clase de individuo se trataba. Podría matarme durante la noche, y robarme; pero si me ofrece un pedazo de pan, y yo como con él, no me hará daño. Los derechos de hospitalidad han asegurado mi seguridad, y hay amistad entre él y yo.

 

Ahora, vean, Dios se deleita grandemente en Jesucristo; ¿acaso no se han de deleitar ustedes también en Él? Entonces, vean, han partido juntos el pan, pues ustedes se deleitan en la misma Persona. Dios confía Su honor a Cristo; ¿confiarán ustedes su alma a Cristo? Entonces ustedes han partido el pan con Dios. “Tomad, comed”, dice Jesús, y en el momento en que lo hagan, hay una amistad, es más, hay un pacto establecido entre ustedes y el grandioso Padre. Yo sé que Dios ama a Jesucristo más que yo; pero pienso que casi podría decir que Él no lo ama más verdaderamente que yo. ¡Oh, cuán grande Cristo es Él para mi alma! Y Dios le ama también, así que Él y yo estamos de acuerdo en una cosa; estamos de acuerdo sobre un precioso Salvador, y hay un lugar donde estrechamos nuestras manos y somos amigos para siempre. Nuestro pacto es realizado sobre el sacrificio de Cristo. En el instante en que has comido de Cristo por la fe, hay una eterna amistad establecida entre tu Dios y tú.

 

Además, cuando Jesús dice; “Tomad, comed”, Sus palabras nos declaran que Él ha de convertirse en el verdadero alimento de nuestra alma. Las almas tienen que ser nutridas por la verdad de Dios, que es su alimento espiritual; y el Señor Jesucristo se convierte en el alimento de nuestro corazón y en el sustento de nuestro espíritu, cuando pensamos en Él y meditamos en Él. Entonces piensen mucho en Él; confíen mucho en Él; mediten mucho sobre Él, pues así se volverán fuertes en el Señor y serán reconstituidos para alcanzar la estatura de un varón perfecto en Cristo Jesús. Esto es lo que quiere decir el texto: “Tomad, comed”.

 

Ésto también retrata la maravillosa unión que hay entre Cristo y Su pueblo. Aquello de lo que el hombre se ha alimentado se convierte en algo unido indisolublemente a él mismo. No puedes quitarle a un hombre lo que comió ayer; se ha convertido en una parte de él mismo. Me he enterado de un sacerdote que le quitó un Nuevo Testamento a un niñito irlandés. El muchacho le dijo: “Hay diez capítulos que no me puede quitar”. “¿Por qué?”, le preguntó el sacerdote. “Porque me los aprendí de memoria”. Y así, cuando ustedes reciben a Cristo dentro de su corazón, no puede ser apartado de ustedes. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Hay tal unión entre Cristo y el creyente, que no puede haber una separación entre ellos sin la destrucción de Cristo y también del creyente. Están tan entretejidos, enlazados y entremezclados, que no hay ninguna posibilidad de separarlos. Entonces, el Salvador les dice a ustedes, que son Sus discípulos, y a ustedes, que desean serlo: “Tomad, comed”. Cuando nos vean tomar el pan y comerlo en unos momentos más, sentados a la mesa de la comunión, así tomen ustedes a Cristo y aliméntense de Él, pues Él les ordena hacerlo así. “Tomad, comed”.

 

Queridos corazones, no se les dice nada en relación a ganarlo, no se les dice nada en relación a comprarlo, no se les dice nada acerca de estar preparado para ello; vengan entonces, tomen al Señor Jesucristo, y Él es suyo.

 

“¡Oh!”, dice uno: “yo voy a confiar en Cristo, yo lo voy a tomar ahora”. Ustedes, jóvenes y jovencitas que están presentes aquí esta noche, en el primer domingo de mi retorno después de mi descanso: sería una noche muy feliz para mí si se atrevieran a tomar a Cristo. Cuando experimentaba turbación de alma, me parecía como si no debería tomar a Cristo. Hace años, cuando era un muchacho de quince años, ese solía ser mi problema. No me atrevía a pensar que Cristo murió por mí, y tenía miedo de confiar en Él con mi alma. Gradualmente caí en la cuenta de que, si me atrevía a hacerlo, podría hacerlo; y que, si en verdad lo hacía, estaría hecho y nunca sería deshecho; que si aprovechaba la oportunidad de que cuando Jesucristo pasara yo tocara el borde de Su manto, aunque fuera una terrible muestra de presunción como parecía serlo, sería, a pesar de todo, una presunción santa y bendita, y Cristo no se enojaría conmigo por ello. Y yo sé que, cuando creí por primera vez, parecía ser un ladrón que había robado una salvación; pero luego el Señor Jesús nunca me la quitó. Me aventuré, me arriesgué, me atreví a decir: “Yo creo en verdad que Él puede salvarme, y que me ha salvado”. Me apoyé en Él, y entonces encontré la paz. Hagan eso esta noche. Jesús dijo: “El que cree en mí, tiene vida eterna”. La posee ahora, es eterna y nunca la perderá. El que cree en Jesucristo no es condenado, a pesar de toda su culpa y de sus pecados pasados. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Ahora les he dado el Evangelio completo; así es como el Maestro lo expuso, y yo no he dejado fuera ninguna cláusula. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”.

 

“Tomad, comed; tomad, comed; tomad, comed”. Me gustaría decirles estas palabras de tal manera que ustedes, que están allá arriba en los balcones, las oyeran dentro de veinte años, si vivieran; de tal manera que, cuando recuerden estas lámparas y estas hileras de personas, les parezca oír todavía una voz que clama, tal vez, desde mi tumba: “Tomad, comed”. Pero no esperen veinte años, “Tomad, comed”; háganlo esta noche. ¡Que Dios les ayude a todos a hacerlo, por Jesucristo nuestro Señor! Amén.  

 

 

 

Traductor: Allan Román

22/Julio/2010

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