El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
La Vanidades de la Tierra y las Verdades
del Cielo
NO. 2346
SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL JUEVES 7 DE NOVIEMBRE, 1889
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,
Y TAMBIÉN LEÍDO EL DOMINGO 4 DE FEBRERO DE 1894.
“Ciertamente como una sombra es el
hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las
recogerá. Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti. Líbrame de
todas mis transgresiones; no me pongas por escarnio del insensato”. Salmo 39:
6-8.
“Sí, como una
sombra anda el hombre…” Salmo 39: 6.
La Biblia de
las Américas.
Éstas son unas palabras solemnes. A veces
tenemos un tema más jovial que éste; pero yo creo que tanto espiritualmente como
naturalmente, mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete. Una
meditación serena sobre las cosas, no como son en la ficción, sino como
comprueban ser en la realidad, es siempre saludable. Hay una gran abundancia de
aflicción en el mundo, y todos nosotros nos encontramos, de vez en cuando, con
algo que apacigua nuestro espíritu y atempera nuestra sangre.
Entonces, si esta noche pensamos un poco en el
carácter fugaz de este mundo, y consideramos el mundo verdadero donde
únicamente se encuentra la certeza, y nos instruimos para aprender hechos y realidades,
con la bendición del Espíritu de Dios, podremos recibir un más duradero
refrigerio que si nuestros corazones fueran conducidos a saltar de gozo por
causa de una meditación sobre algún tema embelesador.
No voy a alargar el prefacio pues hay demasiado
contenido en el texto mismo como para ceder más tiempo a una larga
introducción. Por tanto, noten, primero, que David registra su visión de la vida humana: “Ciertamente como una
sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe
quién las recogerá”. Luego, a continuación, David
expresa sus propias emociones en la contemplación de estas cosas: “Y ahora,
Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti”. Y luego, en tercer lugar, David ofrece una oración apropiada y
necesaria, pues clama: “Líbrame de todas mis transgresiones; no me pongas
por escarnio del insensato”.
I. Primero, entonces, hemos de notar que, en
nuestro texto, DAVID REGISTRA SU VISIÓN DE LA VIDA HUMANA.
Ustedes advertirán que inserta dos veces en este
versículo la palabra “ciertamente”, y con el “ciertamente” que está al final
del versículo cinco, que tiene el mismo significado y puede ser traducido como
“ciertamente”, expresa la misma palabra tres veces, “ciertamente, ciertamente,
ciertamente”, o si así lo quieren, “de cierto, de cierto, de cierto”. Nos
recuerda a medias a su Hijo, que es más grandioso, al Hijo de David, cuyo
lenguaje fue enfatizado a menudo con esas sagradas palabras de confirmación: “De
cierto, de cierto os digo”.
David pareciera decirnos aquí que no hay nada
seguro excepto que nada es seguro. “Ciertamente” –dice él- “nada en la tierra
es seguro; ciertamente no hay verdad en ninguna parte aquí abajo”. Hay una
tierra de verdades, hay un hogar de seguridades y algunos de nosotros vamos en
camino hacia allá, y ya contamos con las arras de nuestra herencia; pero en
cuanto a ustedes, que tienen su porción en esta vida, ustedes tienen vanidad y
no verdad; el cambio está escrito sobre todas las cosas terrenales.
Habiéndonos dado así la tónica de la certeza
–pues el salmista no escribía al azar, antes bien escribía lo que conocía,
escribía lo que había experimentado, y escribía bajo la inspiración del
Espíritu de Dios- debemos considerar con más cuidado lo que ha escrito. Si es
tan cierto, debemos estar seguros de conocer su contenido.
Y, en primer lugar, me parece que se refiere a la
vida como un camino; y dice al respecto: “Sí, como una sombra anda el hombre”.
Luego habla de la vida como una zozobra; y de eso dice: “Ciertamente en vano se
afana”. Y luego habla de la vida como un éxito, según dicen los hombres, y de
eso dice: “Amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá”.
David primero se refiere a la vida como un andar. Parece que tuviera en mente la idea de una
gran procesión: “Sí, como una sombra anda el hombre”. Si decidieran ir al show
del señor Alcalde el próximo sábado, podrían ver un espectáculo vano y sabrían
con precisión qué quería decir David. Tales cosas eran más comunes en los
países orientales que en los nuestros; pero ya sea que se trate del show del
señor Alcalde o de cualquier otro, es un cuadro de lo que es esta vida mortal. La
procesión, si la vieran, o aunque no la vieran pero sólo leyeran u oyeran
respecto a ella, podría recordarles qué es la vida; todo lo que ven es un puro
espectáculo. Hay reyes en ese show, hay príncipes en ese show, y hay héroes de
tiempos antiguos en el show; pero, en realidad, allí no hay ni reyes, ni príncipes,
ni héroes. Es puro show; y así es, en gran medida, esta vida mortal.
En algunas clases de la sociedad, la ostentación
lo es todo; sus miembros tienen que “guardar las apariencias”. Justamente es
eso; y, en el mundo entero eso es casi todo lo que hay –“apariencias”- un
espectáculo vano. Si quisieran realidad, no podrían verla; la realidad es
invisible. Si quieren sombra, pueden verla: “Las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas”. Yo desearía que pudiéramos
captar esa idea como algo práctico, es decir, que todo lo que podemos ver es
una sombra, pero que lo que no podemos ver es la sustancia real.
Cuando hablamos acerca de la fe, los hombres nos
llaman: “visionarios”. Bien, bien, pueden llamarnos así si quieren, pues
tenemos una visión de un orden muy excelso; pero nosotros queremos devolverles
la palabra con su significado ordinario, pues si hacen su tesoro de lo que
pueden ver y manejar, entonces ustedes son los visionarios, pues el espectáculo
con el que ustedes se regocijan es vano, y eso que ustedes ven con sus ojos no
es sino una visión, un sueño que se esfuma cuando uno se despierta. ¡La vida
terrenal es sólo un show!
¡Oh, amigos, yo desearía que realmente consideráramos
eso! No seríamos tan violentos como somos, si nos dijéramos: “Éstas sólo son
sombras”. No estaríamos tan molestos ni afligidos como estamos, si nos
dijéramos con frecuencia: “Éstas son sombras; no podría verlas si no lo fueran.
Si fueran reales, no serían perceptibles para mis sentidos; sólo serían
perceptibles para la facultad superior de la fe”. “Ciertamente, como una sombra
anda el hombre”. Es un show, y nada más.
Pero es un espectáculo pasajero, pues David no
dice: “Ciertamente el hombre se sienta como si fuese una sombra, y permanece en
el mismo lugar”, sino que dice: “como una sombra anda el hombre”. La vida es como una procesión que pasa delante de
sus ojos. ¡Se acerca; escuchen los gritos de la gente! Estará aquí en unos
cuantos minutos. La gente llena las calles. Pero de pronto se ha desvanecido,
ha desaparecido. ¿No les da la impresión de que la vida es algo así? ¡Yo
recuerdo, oh, yo recuerdo tantas figuras en la procesión! Me ha parecido estar
como junto a una ventana, aunque eso sólo ha sido una impresión, pues yo
también he andado en la procesión. Recuerdo a los grandes hombres sinceros de
mi niñez, a quienes oía orar; ahora están cantando en el más allá. Luego,
cuando pienso en ustedes, queridos amigos, recuerdo una larga procesión de
hombres santos y mujeres piadosas que han pasado ante mí y se han ido a la
gloria. ¡Qué huestes de amigos tenemos en el mundo invisible: “que se han
reunido con la mayoría”! Conforme envejecemos, ellos realmente son la mayoría,
y nuestros amigos que están en la tierra son sobrepasados en número por
nuestros amigos que están en el cielo. Algunos de ustedes recordarán con afecto
a seres queridos que han pasado en la procesión, pero, por favor, tengan
presente que ustedes también van en la procesión. Aunque ellos parecieran haber
pasado antes que ustedes, ustedes han estado pasando con ellos, y podrían
alcanzar el punto de cesación en breve, y éste será el tema de conversación
entre la hermandad que ustedes aman: “Él, también, se ha ido”, o “Ella se quedó
dormida”; pues todos vamos caminando como en una procesión, y vamos
esfumándonos hacia la tierra de sustancia y realidad.
Un espectáculo que se está esfumando es, en sí
mismo, vano, cuando es medido por esta vida mortal: “un espectáculo vano”. Para
un hombre que no tiene ninguna esperanza en el más allá, todo es “Vanidad de
vanidades, todo es vanidad”. Dentro de la estrecha circunferencia de este pobre
globo, no hay nada que valga lo suficiente como para que un hombre abra su boca
y lo pida o lo reciba. Tomen el círculo más amplio y más grande de los cielos,
y allí, dentro de la ilimitada circunferencia, hay algo que ha de encontrarse
que vale la pena encontrar. Si moran en Dios, tienen algo sustancial; si mueren
fuera de Dios, entonces se tiene “mucho ruido para nada”. La vida es un
espectáculo vano cuando es vivida separada de Dios.
Si lo consideraran por un minuto, verían
directamente que así es. Piensen en los ejércitos de Babilonia y de Asiria, en los
palacios que construyeron sus reyes, en las poderosas ciudades que edificaron;
¿dónde están ahora? Piensen en los medos y en los persas, con toda la pompa de
su poder; ¿dónde están sus glorias ahora? Y en Grecia, cuyos palacios y templos
son una desolación. Escuchen las pisadas de los ejércitos romanos acercándose
por la Via Sacra; oigan con atención
las aclamaciones del pueblo mientras se suben a los propios techos de las
chimeneas para ver a los vencedores cuando regresan a casa; ¿adónde se han ido
todos? La fama hizo tocar una vez la trompeta de bronce y los ecos resonaron
por un tiempo, pero luego se hizo el silencio. “Ciertamente, como una sombra anda
el hombre”. Imagínense una procesión, y habrán captado el pensamiento que David
quería transmitirles. De esa manera, con demasiada frecuencia, es la vida
entera del hombre: es el simple paso de un desfile, y nada más.
El salmista luego habla de la vida como de una aflicción, y dice: “Ciertamente en vano se
afana”. En efecto, así es. Cuán pocas personas están libres del espíritu de las
cosas de este mundo como para poder pasar por la vida apaciblemente. Si
pudiéramos vivir una vez en las eternidades, estaríamos tranquilos, y sosegados,
y descansados; pero vivimos de acuerdo al momento y al día, y estamos sumidos
en la preocupación, y en la inquietud, y en el apuro y en la irritación, y no
conocemos el descanso verdadero. El trabajo de este mundo, si es llevado a cabo
como si fuera únicamente para este mundo, está bien descrito aquí: “Ciertamente
en vano se afana”.
Miren cómo comienzan la vida, ávidos de sus
gozos, sus honores, su riqueza. Noten cómo trabajan laboriosamente, y se
afanan, y laboran. ¡Cuánto trabajo cerebral es efectuado a la luz del aceite de
la lámpara de la medianoche!
Muchos hombres agitan sus mentes y agotan sus
espíritus, hasta perder su vida buscando su manutención. Procuran vivir, y he
aquí, la vida se les va; y se despiertan, y se preguntan cómo es que la han
dejado ir y no han vivido realmente del todo. Algunos están completamente
inclinados a adquirir, y no pretenden gozar en ninguna medida; cuando tales
individuos consiguen lo suficiente, no es suficiente para ellos. Cuando obtienen
el doble, todavía están ávidos de más, y viven en una perpetua aflicción. Entonces
uno tiene más que otro e interviene la envidia, una de las más desgastantes de
todas las pasiones; y cuando un hombre tiene todo lo que pensaba que iba a
necesitar jamás, le entra el miedo de perderlo. Ahora está ansioso acerca de
ésto, y preocupado acerca de eso otro, e inquieto acerca de aquello.
Créanme que no hay personas que sufran más la
inquietud de la vida que aquellas que deberían tener el suficiente sentido para
estar libres de eso; “teniendo sustento y abrigo” no “están contentos con
esto”; y habiendo tomado todo lo que es bueno para llevar consigo, son como un
viajero que, teniendo un sólido bastón para ayudarle en su camino, necesita
llevar un manojo de varas con él, y así se carga innecesariamente. ¿Acaso no es
así?
¿Alguna vez entraron en la Bolsa de valores de
París, u oyeron alguna vez, por casualidad, el ruido de la Bolsa de valores de
Londres? Es más difícil ver este último lugar que el primero; pero cuando he
estado en el piso superior de la Bolsa de París, y he vuelto mi mirada hacia la
delirante multitud abajo, me he preguntado que si Bedlam fuera desalojado, si habría
aquí más ruido, más murmullos, más gritos, más empujones y prisas, primero de este
lado, y luego de aquél. No podía entender qué era lo que hacían; tal vez eso
hacía que la escena pareciera más desquiciante. Cada hombre se veía muy alerta,
y presto a consumir a todos los demás hombres del lugar; y yo creo que la Bolsa
no es sino un cuadro de la vida mercantil en cualquier lado: competencia,
competencia, todo mundo comprando barato, y triturando a cada quien que
trabaja, y luego quejándose de que, a su vez, él está siendo molido, también,
siendo medido con su propia medida. ¡Ay, qué vida es ésa!
Si David hubiera escrito este Salmo hoy, podría
haber escrito en letras mayúsculas: “CIERTAMENTE EN VANO SE AFANA”. ¡Oh, que
hubiera un poco de tranquilidad! ¡Oh, que hubiera tiempo para pensar! ¡Oh, que
hubieran oportunidades para acercarse a Dios, y exponer todos los pensamientos
y todas las preocupaciones delante de Él, y entonces salir sintiendo paciencia
entremezclada con gozo, y gozo con la expectación de una indecible
bienaventuranza que nos ayuda realmente a vivir, en lugar de ser inquietados en
vano!
Bien, en seguida, David prosigue a hablar de la vida como un éxito; y menciona a
quienes se suponía que habían sido exitosos en la vida; aunque, fíjense bien, acumular
riquezas, después de todo, no es tener éxito en la vida. Cuando lean en el
periódico La Noticias Ilustradas de
Londres que alguien murió y que “valía” tal cantidad, no lo crean. Un
hombre no vale lo que posee cuando muere; un hombre no podría valer ni dos
centavos, y aunque pueda poseer un millón, él mismo no vale nada, ¡pobre hombre
que lo ambicionaba todo! Pero ustedes dicen que tal y tal individuo murió y
dejó 200,000 libras esterlinas. Sí, hay varios entre nosotros que cuando
muramos, vamos a dejar mucho más que
eso. Yo voy a dejar todo el mundo tras de mí, y hay otras muchas personas aquí
que harán lo mismo, y dejarán todos los millones que hay, y todas las
propiedades que alguna vez existieron, y todos los tesoros del mundo; y yo
supongo que cada uno de nosotros, cuando muramos, dejará todo tras de sí, pues
los sudarios no tienen bolsas, y los hombres no se llevan nada con ellos a sus
tumbas.
Pero incluso cuando un hombre fuere exitoso en
acumular riquezas, vean cómo lo describe David: “Amontona riquezas”. Eso es
todo; no participa de ellas, no las usa, simplemente las acumula. Acumula sin
disfrute. Cuando un hombre tiene alimento y comida, tiene lo que necesita para
su comodidad y todo lo que tenga en exceso, si fuera contado por miles, mil
libras esterlinas bien podrían ser mil púas, en lo que a algún beneficio para
él se refiere. Pero la más grande acumulación no le dará más consuelo, pues
tendrá la ansiedad adicional de cuidarla.
Cuando las riquezas están consagradas a la
gloria de Dios, asumen un carácter muy diferente; pero ahora estoy hablando
acerca de este mundo y de la mera posesión de sus tesoros. David lo describe
como el amontonamiento de riquezas, y eso es todo lo que es: obtener un gran
montón, como lo hacen los niños a la orilla de mar, pues uno obtiene un montón
más grande de arena que otro niño, pero, ¿cuál es el beneficio de eso?
El salmista dice también que cuando el hombre
amontona riquezas, “no sabe quién las recogerá”. Acapara sin seguridad. Ésta es
probablemente una alusión al labrador que ha cortado su trigo y pone las
gavillas juntas; y luego en la noche, antes de poder reunirlas en el granero, y
mucho menos antes de poder trillar el grano, y molerlo, llega un merodeador, y
se va corriendo con todo. El avaro amontona su oro, pero no sabe quién lo
recogerá. ¿No hemos visto el fruto del trabajo de muchos años esfumarse en una
hora? La cosecha de toda una vida ha desaparecido por un pánico en un momento.
“Amontona riquezas, y no sabe quién las
recogerá”. Deja su riqueza sin placer. El salmista alude al hecho de que los
hombres no pueden decir qué será de sus posesiones cuando mueran. Estoy seguro
de que hay muchos hombres que se revolverían en sus tumbas si supieran qué es
lo que se estaba haciendo con sus riquezas ganadas duramente. Vivir enteramente
para enriquecer a otros acerca de cuyo carácter sabes tan poco, pareciera ser
un pobre objetivo en la vida; y, sin embargo, es el único objetivo que muchos
están persiguiendo. Sin prole o sin hijos, pudiera ser que los hombres prosigan
reuniendo riquezas para algún heredero desconocido que, si lo conocieran, sería
tal vez objeto de su desprecio; sin embargo, prosiguen trabajando como esclavos
para uno que nunca será agradecido con ellos cuando estén muertos.
Ahora, todas estas cosas puestas juntas, ¿no
constituyen un cuadro muy lamentable? Sin embargo, es muy cierto en cuanto a
los mundanos, en cuanto al hombre que no tiene esperanza en el más allá, al
hombre que nunca ha proyectado su alma a lo espiritual y al reino celestial,
mediante la gracia.
II. Y ahora, contento de alejarme de esta parte de
nuestro tema, les pido que notemos cómo EXPRESA DAVID SUS PROPIAS EMOCIONES EN
LA CONTEMPLACIÓN DE ESTAS COSAS.
Y, primero, ha
llegado a una decisión. Habiendo considerado estas cosas, comienza con la
expresión de sus propios sentimientos así: “Y ahora, Señor”. Me gusta ese modo
de hablar; es algo grandioso ir a Dios con un “ahora”. Ustedes saben cómo viene
el Señor a nosotros; Él dice: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta”. Me
gusta a veces que un hombre se acerque a Dios, y se siente, y parezca decir:
“Ahora, Señor, Tú ves que me he dado cuenta de la vanidad de este mundo; bien
puedo dejarlo ir todo, pues se derrite en mis manos; es una simple sombra que
no es digna de que se viva para ella, y yo tengo que vivir en la eternidad
contigo. Tengo que vivir en el cielo o en el infierno. ¡Oh, Dios mío, haz que
recupere mi cordura! Llévame muy cerca de Ti, y estemos a cuenta, para resolver
el dilema. ‘Y ahora, Señor’”.
Todo momento es solemne si quisiéramos volverlo
así; pero hay ciertos momentos decisivos en la vida, cuando los ojos del hombre
han sido abiertos para ver la falacia de sus búsquedas anteriores, cuando,
llegado al cruce de los caminos, mira las señales y dice: “Y ahora, Señor,
guíame; ayúdame a tomar la dirección correcta, a esquivar las sombras y a
buscar lo que es sustancial. Ahora, Señor”.
También me gusta esta expresión de las emociones
de David, porque consulta con Dios.
“Como una sombra anda el hombre: pero”, -dice- “y ahora, Señor, no hay vanidad
contigo, no hay impostura, no hay engaño contigo; he aquí, yo me alejo de este
espejismo que me acaba de engañar, y vengo a Ti, mi Dios, la Roca de mi
salvación, y miro a Ti. Y ahora, Señor”. Quiera Dios que alguien aquí diga:
“Tengo que pasar la eternidad en alguna parte. No voy a desperdiciar el tiempo
presente viviendo como si este mundo lo fuera todo; antes bien, voy a alzar mi
oración esta noche, y voy a decir: ‘Ahora, Señor, ahora ha pasado mi niñez, y
soy un joven; ahora que he cumplido veintiún años, ahora que tengo treinta,
cuarenta, cincuenta, ahora que mi cabello encanece, es tiempo que sea sabio si
he de serlo alguna vez, ahora, Señor’”.
Y si fuera tan infeliz como para tener a una
persona aquí que ha avanzado hasta el propio fin de su arrendamiento, y ya
tiene setenta años, y sin embargo, todavía siguiera viviendo para un mundo que
se le está escabullendo, quiera Dios que el Espíritu Santo le haga decir esta
noche: “Y ahora, Señor, ahora te busco, ahora me vuelvo a Ti”.
Pueden ver de inmediato que David siente que está fuera de lugar, pues dice: “Y ahora, Señor,
¿qué esperaré?” Dice: “¿qué espero? Puedo ver lo que estos necios están
esperando; están esperando tomar su lugar en el espectáculo, se ponen sus
vestidos de disfraces, y salen hacia allá para tomar parte en el desfile; pero
yo no iré allá. No pertenezco a ninguna de las clases que conforman ese
espectáculo. ¿Qué espero, entonces? Veo que los hombres en vano se afanan;
pero, Señor, yo he aprendido a confiar en Ti; entonces, ¿qué espero? Y, oh Dios
mío, veo cómo otros agarran firmemente el tesoro que no pueden guardar, que no
vale la pena tener, pues pronto habrán de dejarlo, o él los dejará pronto a
ellos; yo no voy en pos de ese tipo de cosas; ahora, Señor, ¿qué espero?”
Es como un pez fuera del agua, es un hombre que
está fuera de su país natal, es evidentemente un extranjero y un exilado que
está volviéndose a su Dios; es un forastero para con su Dios, y le dice:
“Ahora, Señor, ¿qué espero?”, una pregunta que únicamente Dios mismo puede
responder plenamente.
Observarán, también, que tiene su mirada puesta en el futuro. Es un hombre que espera algo.
La fe es una virtud excelsa, y la confianza en Dios es una flor que brota de
ella. “¿Qué espero? Todavía no lo he encontrado; estoy esperándolo, pues aquí
no tenemos una ciudad permanente, antes bien, buscamos una ciudad venidera”. Nuestro
tesoro no está aquí; está allá lejos, sobre los montes eternos, donde Cristo se
sienta a la diestra de Dios. El hombre descrito en nuestro texto es un hombre
que espera, cuyo principal deleite está ahora en un mundo venidero.
Y, por último, ustedes observan en este punto,
que es un hombre cuya esperanza está en
Dios: “Mi esperanza está en ti”. No tengo esperanzas terrenales; antes
bien, digo: “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza”.
“He abandonado desde hace mucho las esperanzas de encontrar algo aquí, alguna
vez, que me llene, o que me contente; y ahora, Señor, mi esperanza está en Ti.
Es únicamente a Ti, Dios mío, a quien deseo; y si te tengo a Ti, si estoy lleno
de Ti, si Tú moras en mí, si Tú me transformas a Tu imagen, si Tú te dignas
usarme para Tu gloria, si Tú me llevas a casa para morar contigo donde Jesús
está, ésto es lo que espero, y no espero nada más”.
Nosotros esperamos las buenas cosas venideras. No
somos habitantes de este país; somos ciudadanos de la Nueva Jerusalén que está
arriba; sólo somos náufragos aquí por un momento, y estamos exilados del hogar
hasta que el bote venga para transportarnos a través del río a la tierra donde
están nuestras verdaderas posesiones, y adonde nuestro Bienamado se ha ido. La
vida, y la luz, y el amor, y todo para nosotros, es Él, que ha ido como nuestro
Precursor al lugar que ha preparado para quienes le aman.
III. Ahora cierro notando que DAVID OFRECE UNA ORACIÓN
APROPIADA Y NECESARIA: “Líbrame de todas mis transgresiones; no me pongas por
escarnio del insensato”. Después de todo, estamos aquí, hermanos; no sabemos
cuánto tiempo más nos podríamos quedar aquí, y hay algunas cosas que
necesitamos mientras estamos aquí. Bien, ¿cuáles son? Envíen sus solicitudes;
¿qué necesitan?
David asienta lo que necesita: “Él quiere ser
liberado de problemas”, apunta alguien. No, él no dice nada al respecto; él ora
diciendo: “Líbrame de todas mis transgresiones”. “Él quiere ser librado de ese
dolor de cabeza, de ese dolor de corazón, de ese dolor en los miembros, de esa
depresión de espíritu”. Nada de eso; la oración de este hombre piadoso es: “Líbrame
de todas mis transgresiones”.
Esto es, primero oró pidiendo liberación de los pecados cometidos. “Señor, quita
todo mi pecado, para que esté limpio completamente de cada brizna de pecado que
he cometido alguna vez”. ¿Acaso eso puede ser? ¡Oh, sí; eso nos ha sucedido a
muchos de nosotros! Hemos sido limpiados en la sangre del Cordero; y ese
lavamiento es un lavamiento perfecto; no deja ninguna mancha tras de sí. Si tú
crees en el Señor Jesucristo, Él ha tomado tu pecado sobre Sí; Él ha quitado tu
pecado por el grandioso derramamiento de sangre; ya no está más en ti; ha
cesado de ser, según este portentoso texto: “La maldad de Israel será buscada,
y no aparecerá; y los pecados de Judá, y no se hallarán”. ¡Cuán grande
bienaventuranza es vivir sin ninguna nube de ningún tipo entre tu alma y tu
Dios, saber que cada pecado es borrado por la expiación de Cristo, y que tu
Padre celestial te mira con deleite y favor, como a un hijo de Dios, y que no
te reprocha! ¡Oh, feliz, feliz, feliz es el hombre que camina en la luz, como
Dios está en la luz, y así tiene comunión con Dios, cuando la sangre de
Jesucristo, Su Hijo, nos limpia de todo pecado! La primera oración de David es
para pedir liberación de los pecados cometidos. Si la petición es respondida en
tu caso, no caminarás en un espectáculo vano, y no te afanarás en absoluto, y
mucho menos “te afanarás en vano”.
A continuación, ora para ser liberado de los asaltos del pecado. ¿Quién hay aquí
que no sea tentado? Si alguien dijera: “yo estoy por encima de la tentación, o
más allá de la tentación”, bien, esa persona está muy adentrada en el orgullo y
en la seguridad carnal; está carcomida por la lepra del autoengaño. Todos
nosotros somos tentados, y cada día necesitamos orar: “No nos metas en
tentación, mas líbranos del maligno”. “Líbrame de todas mis transgresiones.
Señor, no permitas que peque; no dejes que te ofenda de corazón, o de
pensamiento, o de palabra o de obras”.
¡Oh, que pudiéramos ser perfectos, como para no
manifestar nunca un feo temperamento, no decir nunca una palabra sarcástica, no
tener nunca un mal pensamiento! ¡Oh, que pudiéramos ser perfectos! ¡Ah,
señores, estas son las riquezas que codiciamos: ser perfectamente libres de
toda tendencia a pecar! Si pudiéramos conseguir eso, entonces habríamos llegado
al cielo, pues eso es el cielo: ser perfectamente liberados del pecado. Bien,
bien, tendremos esa perfección; Dios nos la dará; pero hagamos de ésto el tema
de nuestra oración diaria: “Líbrame de todas mis transgresiones”.
David también oraba por la liberación de pecados peculiarmente peligrosos. Permítanme
poner un énfasis en una pequeña palabra de mi texto: “Líbrame de todas mis transgresiones”. Me temo que
todos nosotros tenemos algún pecado especial que es más nuestro pecado que el
pecado de otro, alguna tendencia hereditaria, tal vez, alguna propensión a una
forma particular de pecado. Yo creo que si algunos hermanos fueran tentados
alguna vez a experimentar una alegría exuberante, no pecarían en esa dirección,
pues nacieron en el mes de Noviembre, y tienen una niebla en su propia alma.
Hay otros que, si fueran tentados a una gran depresión, no pecarían de esa
manera, pues tienen la luz del sol en sus almas, y sus ojos parpadean con un
júbilo natural. Algunos hombres no son tentados a ser avaros; sería una
misericordia si lo fueran, pues son unos tremendos derrochadores. Algunos
hombres nunca son tentados a ser pródigos; yo casi desearía que el demonio, o
alguien mejor, los tentara de esa manera, pues son muy mezquinos y es muy difícil
obtener de ellos aunque sea tres centavos para ayudar a la mejor de las causas.
Satanás nos conoce muy bien; él ve las junturas
de nuestro arnés, él sabe a cuáles pecados estamos especialmente inclinados; y
si es así en cuanto a los pecadores, también lo es en cuanto a los santos.
Todos nosotros tenemos la necesidad de orar: “Líbrame de todas mis transgresiones; especialmente de los pecados con los que
estoy más comprometido. Señor, sálvame de ellos”. Yo te invito, querido amigo,
a hacer esta oración de David.
Y luego hagan también la otra oración: “No me
pongas por escarnio del insensato. Si he de ser escarnecido, que sea
escarnecido por los sabios; pero no me pongas por escarnio del insensato”.
Así, David
oró pidiendo la liberación de la merecida deshonra. ¡Oh, que Dios nos
conceda que ninguno de ustedes -a quienes ha llamado a una vida más excelsa y
mejor y que ha conducido a anhelar la gloria y la eternidad- haga jamás que el
enemigo blasfeme y le dé una razón real para que los desprecie! ¡Que Dios nos
guarde de caer! ¡Oh, hombres cristianos, Cristo ha sido herido más por Sus
amigos que por Sus enemigos! A nosotros no nos preocupa lo que el infiel tenga
que decir; al menos, no nos preocuparía si ustedes no le ayudaran en ciertos
momentos a decir cosas tristes por su inconsistencia. Sentimos la punta de la
flecha, y la punzada de la herida es aguda; pero es un dolor más penetrante
sentir que tus maldades pusieron las plumas de la flecha que disparó el enemigo
desde su arco. ¡Que Dios nos guarde de ese mal! ¡Que no le prestemos nunca una
pluma de nuestras alas con la cual se dispare una flecha contra Cristo o Su
causa!
David
también oró para ser preservado de la indebida difamación: “No me pongas por
escarnio del insensato”. Si vivieran la vida de un ángel, las personas necias
pronto esparcirían una historia perversa en contra de ustedes. A menos que el
Señor detenga sus lenguas, ellos no las detendrán. Oren, entonces, para ser
preservados de la calumnia. Si viniera, que sea una calumnia real, y que no
contenga ninguna verdad; pero que Dios los preserve incluso de eso, pues ¡es
algo cruel, y hiere en lo más vivo!
Además, David
oró pidiendo liberación de la desilusión espiritual; ¡y que seamos
preservados también de todas las desilusiones concernientes a nuestra confianza
en Dios! Si confiáramos en Dios, y Él no nos liberara, seríamos, en verdad, el
reproche del necio. Nosotros salimos valerosamente por la verdad de Dios, y
estamos solos, y sin embargo, si esa verdad no nos vindicara nunca, ¡entonces
seríamos puestos por escarnio del insensato! Oramos pidiendo que no seamos
puestos en vergüenza, y que el brazo desnudo de Dios defienda Su propia causa,
y nosotros creemos que así será.
Y lo último es que, en su oración: “No me pongas
por escarnio del insensato”, David
implora la liberación de las terribles burlas al final. ¡Que nunca me pierda
y entonces tenga que aguantar este escarnio para siempre! Saben, algunas veces me
ha asaltado el pensamiento de que, si no soy veraz, y si en el último gran día
el Señor dijera: “Nunca os conocí; apartaos de mí, malditos”, aquéllos que
tendrían que alejarse conmigo, cómo se volverían y me dirían: “¿Y tú, y tú? Tú nos hablabas; tú nos predicabas; y, sin embargo, tú mismo
estás aquí”. Ésto sería sufrir una vergüenza como la que sufrió el rey de
Babilonia cuando descendió al abismo y los reyes a quienes había matado
comenzaron a decirle: “¿Llegaste a ser como nosotros?” ¡Cómo se gloriaban por
causa de su conquistador, él mismo encerrado en el infierno, vencido por el
Dios Todopoderoso! Profesantes, yo les suplico que digan esta oración esta
noche: “No me pongas por escarnio del insensato”.
Sean sinceros y hombres veraces, para que en el
último día no sólo no tengan que soportar la ira de Dios, sino la vergüenza y
el desprecio sempiterno que sus compañeros pecadores amontonarán sobre ustedes,
mientras ustedes permanecen, después de haber profesado, siendo unos
desechados.
¡Que el Señor les conceda Su bendición a
aquéllos que van a ser bautizados esta noche! ¡Que sean fieles hasta el fin; y
que otros en medio de nosotros, que han confesado a Cristo desde hace años,
sean guardados del pecado! ¡Que todos nosotros confiemos en Cristo esta noche!
Si nunca antes hemos confiado en Jesús, comencemos a confiar de inmediato, y
que cada uno diga: “Ahora, Señor, ¿qué espero? Mi esperanza está en ti”. ¡Que
todos vayamos a Jesús, y encontremos vida eterna en Él! Amén y amén.
Nota del
traductor:
Bedlam
es un hospital siquiátrico de Londres. La palabra bedlam significa tumulto y confusión. El hospital fue notorio por
crueldad y trato inhumano con sus pacientes. Era el epítome de una “casa de
locos”. El pastor Spurgeon compara a la Bolsa de valores con una casa de locos.
Si el hospital quedara vacío, la Bolsa lo supliría.
Traductor: Allan Román
7/Julio/2010
www.spurgeon.com.mx