El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Solo, Pero No Solo
NO.
2271
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 28 DE
AGOSTO, 1892.
“Jesús les
respondió: ¿Ahora creéis? He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis
esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque
el Padre está conmigo”. Juan 16: 31, 32.
Nuestro Señor espera ver
la fe como el resultado de Su enseñanza, y me parece oírle decir al término de
cada servicio: “¿Ahora crees? Tú has escuchado; tú has aludido al predicador.
¿Ahora crees? Has sido inducido a sentir pues has enjugado tus lágrimas, pero,
¿ahora crees? Pues nada excepto la fe te puede proporcionar la salvación”.
Esta noche, me gustaría
hacerle a cada oyente presente en esta gran casa, la pregunta de mi texto. Tú
ya has escuchado sermones durante muchos años: “¿Ahora crees?” Tus cabellos se
están poniendo grises y tu oído ya está muy familiarizado con el Evangelio,
pues has escuchado su predicación durante muchos, muchos años; pero “¿Ahora
crees?” Según la respuesta que des verazmente a esta pregunta, puedes evaluar
tu condición ante Dios: “¿Ahora crees?”
Cristo ama la fe dondequiera
que la ve; para Él es algo precioso.
Para ustedes que creen,
Él es precioso, Él es honra; y quienes tienen fe confieren a Él todo el honor
que les es posible conferirle. La confianza de ustedes lo adorna con joyas; la
confianza de ustedes coloca la corona sobre Su cabeza. Pero nuestro Señor es
muy discriminador; Él distingue entre la fe y la presunción, entre la fe y
nuestra idea de la fe. Los discípulos le dijeron que ya estaban seguros: “Ahora
entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte”. “¡Sí!
¡Sí!”, -parecía decir el Salvador- “esa es la medida de la propia fe de
ustedes, pero Yo no la mido de la misma manera que ustedes la miden”.
Si hubiese alguien aquí que
dijera: “En materia de fe no necesito ser precavido; casi no necesito una
admonición, pues yo creo, ¡oh!, no podrías saber cuán firmemente”. No, mi
querido amigo, y tal vez ni tú sepas cuán débilmente crees. De cualquier
manera, no confundas tu creencia en tu propia fe con la fe en Cristo, pues la
creencia en tu propia fe pudiera ser sólo vanidad, pero la fe en Cristo da
gloria a Dios, y trae la salvación al creyente.
Para rebajarles el
orgullo, el Salvador les recuerda que, prescindiendo de la fe que tuvieran, les
había tomado mucho tiempo llegar a ella. “¿Ahora creéis? Tres años he estado enseñándoles;
tres años he obrado milagros en medio de ustedes; tres años me han visto y han
podido ver al Padre en Mí, pero, ¿después de todo este tiempo han llegado
finalmente a tener una pequeña fe?” ¡Oh, amigos!, no tenemos jamás ninguna razón
para jactarnos de nuestra fe, pues nos ha tomado mucho tiempo llegar a ella.
Ahora confiamos efectivamente en Cristo; yo espero que muchos de nosotros
podamos decir sinceramente que nos apoyamos enteramente en Él. Nosotros creemos
en Dios y creemos también en Su Hijo Jesucristo; pero le tomó meses sacarnos de
nuestra confianza en nosotros mismos; se necesitaron años para alzarnos de la
desesperación; le ha tomado todo este tiempo al Señor, en el poder de Su propio
Espíritu, obrar en nosotros la poca fe que tenemos.
Luego nuestro Señor les
recordó otra cosa más humillante todavía: que así como su fe había tardado en
llegar, así también podría irse muy rápidamente. “¿Ahora creéis?”, -dice- “he
aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su
lado, y me dejaréis solo”. Oh, amados, si surge un pequeño problema, si ocurre
una dificultad imprevista, ¿dónde está la fe de ustedes? Una pequeña
persecución, una burla trivial de un incrédulo, el sarcasmo de un agnóstico, ¿y
dónde está su fe? ¿No les sucede así a muchos, que mientras gozan de buena
compañía casi podrían alardear de su fe; pero si la compañía cambia,
ciertamente no tienen ninguna fe de la cual alardear? Los hombres que eran de una
lengua muy locuaz están callados ahora, y aunque antes usaban sus cascos adornados
con plumas, ahora los esconderían y ocultarían también sus cabezas si pudieran.
Se avergüenzan ahora de aquel en quien antes se gloriaban. Oh, amigos, el que
se gloría, gloríese únicamente en el Señor. El creyente no debe jactarse nunca
de su fe, no vaya a ser que se le recuerde cuánto tiempo le tomó llegar a ella,
y cuán pronto podría verse privado de ella.
Los discípulos del Señor
no recibieron esta advertencia con mucha diligencia. No creo que ninguno de
ellos lo hiciera; ciertamente Pedro no lo hizo, y los demás se le asemejaban
mucho. Cuando Pedro le dijo a Jesús: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo
nunca me escandalizaré”, y, “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”,
leemos que: “Todos los discípulos dijeron lo mismo”. Nosotros podríamos decir
esta noche: “No hay nadie entre nosotros que vaya a ser jamás un traidor a
Cristo; no hay ninguna mujer aquí cuyo corazón se vaya a enfriar jamás”. Esa
sería una adulación para nuestras propias personas. Lo que otros hayan hecho,
sin importar cuán vil y bajo sea, nosotros también somos capaces de hacerlo. Si
pensáramos que no lo somos, es nuestro orgullo y sólo nuestro orgullo el que
nos induce a pensar así.
Por tanto, nuestro Señor,
para llamar la especial atención de Sus discípulos acerca de su peligro, no
dijo meramente: “La hora viene”, sino, “He aquí la hora viene”. Inserta un “¡He
aquí!”, un “¡Ecce!” Así como los
antiguos escritores solían poner una mano en el margen, o las iniciales N. B., nota bene, para llamar la atención hacia
algo en especial, así el Salvador inserta aquí un: “¡He aquí!”, “¡Miren aquí!”,
“Vean esto”. Ustedes que acaban de ponerse su armadura piensan que ya han
ganado la victoria. “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis
esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo”.
Por tanto, yo les ruego,
hermanos, -y me hablo a mí mismo a la par que a ustedes- que aprendamos la
lección de nuestra fragilidad; y aunque esta noche confiamos honestamente en
Cristo, cada uno de nosotros debe clamar: “Sosténme, y seré salvo”. De todos
los que ocupan estos balcones y de todos los que están sentados abajo en esas
bancas, de todos los más experimentados y de los más consolidados de ustedes,
así como también de aquéllos que sólo recientemente han sido conducidos a
conocer al Señor, debe elevarse una oración, y cada uno debe clamar: “¡Señor,
guárdame, pues yo no puedo guardarme a mí mismo!” ¡Ay! ¡Ay!, hemos visto caer
incluso a los portaestandartes, y cuando ése es el caso, ¡cuán tristemente se
lamentan los soldados rasos! Los que estaban firmes como rocas han sido
conducidos a titubear. ¡Dios, guárdanos! ¡Cristo de Dios, guárdanos por Tu
Espíritu eterno! Amén.
Ahora, vamos a dejar esa
consideración introductoria, pero seguiremos considerablemente en la misma
vena. Primero, aprendamos esta noche de nuestro Señor la lección de Su abandono: “Seréis esparcidos cada uno
por su lado, y me dejaréis solo”; en segundo lugar, Su confianza: “mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”; y
luego, en tercer lugar, Su ejemplo, pues
en todo ésto hemos de seguir Sus pasos. ¡Si experimentáramos el padecimiento
del Señor, que tuviéramos también Su confianza, debido a que imitamos Su
ejemplo!
I. Entonces,
noten primero EL ABANDONO DE NUESTRO SEÑOR, pues algo parecido pudiera
ocurrirles a ustedes.
Dejaron solo a nuestro Señor. ¡Vamos, esos once apóstoles
que le rodean y a quienes se dirige, seguramente no abandonarían a su Señor!
Están muy seguros de resistir cualquier andanada de fuego que pudiera ser
dirigida contra ellos y, con todo, ni uno solo de ellos permanecerá firme.
Todos le abandonarán y huirán. En el huerto, los tres que son Sus escoltas se
quedarán dormidos, y el resto de los discípulos hará lo mismo; y cuando Él
comparece ante Pilato y ante Herodes, ninguno de ellos estará allí para defenderlo;
ni una solitaria voz se alzará por Él.
A pesar de que estaban convencidos
de que serían solidarios, abandonaron a Aquel a quien creían en verdad, y
advirtamos que eran hombres honestos cuando hablaban tan confiadamente. No
había ninguna hipocresía en lo que decían, pues hablaban con toda sinceridad;
cada uno de ellos creía verdaderamente que podía ir a prisión y a la muerte, y
cada uno prefería sufrir eso a negar a su Señor. En su propia opinión, ellos no
alardeaban; hablaban con sinceridad.
Esta es la amargura de
la prueba para ti: que tus buenos y honestos amigos se marchen en tu hora de necesidad,
que tus amigos verdaderos desfallezcan y se cansen. No pueden seguirte el paso;
no pueden confrontar la tormenta que tú eres llamado a confrontar, y se marchan.
¡Ay, cuán doloroso fue para nuestro amado Señor! Quienes estaban muy confiados y
eran verdaderamente sinceros, fueron esparcidos, y Él se quedó solo.
Ellos también amaban
realmente a Cristo. Yo estoy seguro de que el amor de Pedro no era un incipiente
amor cuando le dijo: “Tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Pedro amaba en
verdad a su Maestro. Aun cuando negó a su Señor, en su corazón había amor hacia
Él. Lo mismo sucedía con los otros discípulos; todos ellos amaban a su Señor y,
sin embargo, todos lo abandonaron y, -pobres seres débiles como eran- le dieron
la espalda en el día de la batalla.
Para nuestros corazones
es muy doloroso ser abandonados por amigos buenos y amorosos. Yo no lo sé, pero
si ustedes hubieran estado seguros de que habían sido hipócritas, casi podrían
alegrarse de que se hubieran ido; pero sabiendo que eran veraces de corazón,
tan veraces como pudieran serlo esos pobres seres, se incrementa la amargura de
que los abandonen. Cuando experimenten eso, no necesitan pensar que algo
extraño les hubiera sucedido, pues Cristo fue abandonado así.
Noten, que fue abandonado por todos. “Seréis esparcidos
cada uno por su lado”; “cada uno”. Cuando llega la prueba, ¿no permanece Juan?
¿No recuerda ese amado pecho sobre el que apoyó su cabeza? ¿Se fue Juan? Sí,
“cada uno”. Cristo miró y no había nadie que estuviese junto a Él. Tenía que
confrontar a Sus acusadores sin un solo testigo a Su favor, pues todos se
habían ido. ¡Ah, eso fue una dura prueba, en verdad! Pero un verdadero amigo,
un Damón o un Pitias, es fiel para con el amigo incluso hasta la muerte, y
entonces la prueba no es tan demoledora. Pero no; cada uno se va por su lado, y
Cristo se queda solo; de los pueblos nadie había con Él, ni uno solo de los que
habían sido Sus más íntimos amigos.
¿Qué se proponían todos
ellos? Bien, cada individuo buscaba su
propia seguridad: “Seréis esparcidos cada uno por su lado”. ¿Acaso no es
esa la propia esencia del egoísmo y de la ruindad, “Cada uno por su lado”? Eso
es todo lo que Cristo obtuvo de Sus mejores seguidores; ellos lo abandonaron y
cada uno se fue por su lado, a su propia casa, para cuidar de su propia
seguridad, para proteger a su propia reputación, para preservar su propia vida.
“Cada uno por su lado”.
Oh, Jesús, ¿son ellos
Tus amigos? Amante de los hombres, ¿acaso son ellos Tus amantes? ¿Te asombra
si, algunas veces, encuentras que tus amigos querrían cuidarte, sólo que tienen
que cuidarse ellos mismos? Ellos querrían mantenerte, pero entonces tú cuestas
demasiado; ¡eres un amigo demasiado “caro”! El costo de tu amistad tiene que
ser considerado, y su ingreso no puede aguantarlo. “Cada uno por su lado”. Eso debió
sentir también el Salvador.
Y recuerden que ésto
sucedió cuando la hora especial de Cristo
había llegado. “La hora viene”, la hora de Cristo, la hora del poder de las
tinieblas. Fue entonces cuando ellos lo abandonaron. Cuando no necesitaba de su
amistad, ellos eran Sus muy buenos amigos. Fueron Sus fieles seguidores cuando
no podían hacer nada por Él, aunque lo intentaran. Pero la hora del tormento ha
llegado; ahora podrían vigilar con Él una hora, ahora podrían acompañarlo en
medio de la numerosa gentuza, y al menos podrían interponer el voto de la
minoría en contra de las masas; pero se esfuman. Como las golondrinas, desaparecen
tan pronto la primera helada cubre el torrente. Como las verdes hojas del
verano, ¿dónde están ellos ahora en este gélido tiempo invernal? ¡Ay, ay, por
la amistad si falla cuando es más necesaria! Y en verdad le falló entonces al
Salvador.
Él fue abandonado
también, en violación de todo vínculo. Estos
hombres que lo abandonaron se habían comprometido a serle fieles. Le habían
dado una promesa de morir con Él. Eran Sus compañeros escogidos; Él los había
llamado de sus barcas de pesca en Galilea, y los había hecho Sus discípulos. Eran
Sus apóstoles, los hombres principales en Su nuevo reino. Ellos debían sentarse
sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. A éstos los había
redimido para Sí; ellos habían de ser partícipes de Su gloria en el día de Su
venida. No hubo nunca hombres ligados a hombre, como ellos estaban ligados a
Cristo y, sin embargo, lo dejaron solo.
Querido amigo, no
esperes gratitud de tus semejantes; la gratitud es un bien muy escaso en este
mundo. Entre más hagas por los hombres, menor será su agradecimiento. No hablo
ahora como alguien que piensa mal de sus semejantes, pero, ¡ay!, yo sé que así
es en muchos casos; y si no fuera esa tu porción, puedes agradecer a Dios que
no lo sea, y debes sorprenderte de ser una excepción a la regla. Si poco a poco
perdieras tu posición en el mundo, y necesitaras la ayuda de los mismos a
quienes tú ayudaste en días pasados, como regla, ellos serán los últimos en
ayudarte y los primeros en pisotearte.
Ciertamente, en el caso
de nuestro Señor Jesucristo, aquéllos que estaban más cerca y que más le
debían, huyeron, y no obtuvo ningún socorro de ellos. Se fueron: “Cada uno por
su lado”, y lo dejaron solo, para ser atado y golpeado por Sus adversarios
insensibles y para ser arrastrado a la prisión y a la muerte.
Allí está la primera
división de nuestro tema: la prueba de nuestro Señor. Repito que un abandono
semejante podría ocurrirle a algunos de los presentes. Les ha correspondido a
menudo a algunos valerosos defensores de la fe comprobar que son los últimos
pilares que quedan para sostener el puente; es una tribulación aguda y severa
para el hombre que es llamado a soportarla.
II. Tendremos
una exposición más alegre en nuestro segundo encabezado, que es:
Observen, entonces, que
la confianza de Cristo era la confianza de que el Padre estaba con Él, y esta
confianza lo retuvo en Su propósito. Vean,
los discípulos huyeron; fueron esparcidos cada uno por su lado. Pero, ¿se fue
Cristo? No. Juan, Pedro, Santiago, Tomás, y todos los demás se fueron; pero, ¿se
fue Cristo? Él no. Él sigue allí. Lo dejaron solo pero allí está, permaneciendo
fiel a Su propósito. Él vino para salvar, y salvará. Él vino para redimir, y
redimirá. Él vino para vencer al mundo, y lo vencerá. Lo dejaron solo; no lo
llevaron con ellos. Él no es ningún cobarde. ¡No se arrepiente nunca de Su
propósito, bendito sea Su nombre! Él se mantuvo firme en aquella terrible hora
cuando todos lo abandonaron y huyeron. Esto fue gracias a Su confianza en Dios.
En seguida, observen que
esta confianza en Dios no sólo lo mantuvo firme en Su propósito, sino que lo sostuvo ante la perspectiva de la
tribulación. Noten cómo dice: “Me dejaréis solo; mas no estoy solo”. Cristo
no dice: “No estaré solo”. Eso sería cierto; pero dijo: “No estoy solo”. Me encanta leer la experiencia del hijo de Dios en
el tiempo presente; leer los dones, las gracias y las promesas de Dios en el
tiempo presente: “No estoy solo”. “Jehová es mi pastor”, y también: “Nada me falta”. “En lugares de
delicados pastos me hace descansar;
junto a aguas de reposo me pastorea”. Él
hace todo eso por mí ahora. El bendito Cristo dice que la perspectiva de que
Dios esté con Él a lo largo de toda Su prueba, y de que la presencia de Dios
esté con Él ahora, es Su consuelo ante la inminencia del abandono. Quienes
estuvieron presentes aquí esta mañana saben que predicamos un sermón muy triste,
basándonos en el texto: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Yo
elegí este texto para mi sermón de esta noche porque es la contraparte del que
predicamos esta mañana, pues nuestro Señor podía decirles realmente a Sus
discípulos: “Mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”.
La declaración de
nuestro Señor fue contradicha por las
apariencias. ¿Acaso no tuvo que decirle a Dios: “Por qué me has
desamparado?” Entonces, ¿cómo pudo decir: “El Padre está conmigo”? Era cierto,
y en una parte de mi sermón matutino procuré mostrarles que si bien Dios lo
desamparó en Su capacidad oficial como Legislador y como Ejecutor de la ley, con
todo, en Su relación personal para con Él, no lo desamparó, ni podía hacerlo.
El Padre estaba con Él. Oh, ¿no es bendito de parte de Cristo que se apegara a
eso? Él sabe que Su Padre está con Él, inclusive cuando siente que el Padre lo
ha desamparado en otro sentido.
Amado, si todo el mundo
te abandonara, y Dios pareciera dejarte solo, aun así aférrate a tu confianza
en Dios. No creas que Dios pueda desamparar a los Suyos; ni siquiera lo sueñes;
no puede ser. Él nunca abandonó a los Suyos; no puede hacerlo nunca ni nunca lo
hará. El Padre está con Jesucristo, incluso cuando sabe que tendrá que decir: “¿Por
qué me has desamparado?”
Sin embargo, fue fidedignamente cierto que el Padre
estaba con Cristo cuando fue dejado solo. Entonces, ¿cómo estaba el Padre con
Él? Amados, incluso cuando el Padre no se quedaba mirando a Cristo, o le
otorgaba una sonrisa, o una palabra de consuelo, todavía estaba con Él. ¿Cómo
es eso? Bien, estaba con Cristo en lo tocante a Sus propósitos y al pacto
eterno. Ellos habían hecho juntos un pacto para la redención de los hombres,
para la salvación de los elegidos, y habían estrechado manos, y se habían
comprometido mutuamente a llevar a cabo el divino propósito y el pacto eterno. Recuerdo
aquel pasaje acerca de Abraham, cuando se dirigía con Isaac al monte Moriah, donde
Isaac debía ser ofrecido. Está escrito: “Y fueron ambos juntos”. Lo mismo
hicieron el Padre Eterno y Su Bienamado Hijo cuando Dios estaba a punto de
entregar a Su propio Hijo a la muerte. No había ningún propósito dividido;
fueron ambos juntos. Toda la obra de Cristo era la obra del Padre, y el Padre
lo apoyaba con plenitud.
En el diseño y en el
método de la expiación, el Padre y el Hijo estaban juntos. “De tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”; pero de tal manera amó Jesús
al mundo que se entregó a Sí mismo. La expiación fue el don del Padre, pero fue
la obra del Hijo. En todo lo que sufrió pudo decir: “El Padre está conmigo en
esto. Estoy haciendo lo que le glorificará, y le contentará”. Él no fue solo a
la prisión y a la muerte. En todas las cosas, hizo lo que agradó al Padre, y el
Padre estaba con Él en todo.
Todos los decretos de
Dios respaldaban a Cristo. Está escrito en el libro sellado, pero ¿quién habrá
de leerlo excepto el Cristo? Todo lo que está escrito allí, está escrito en
apoyo de Cristo. No hay ningún decreto en el libro del destino que no obre para
la gloria de Cristo, y de acuerdo a la mente de Cristo. No solamente hay doce
legiones de ángeles detrás de la cruz, sino que el Dios de los ángeles está
allí, también. No sólo las fuerzas de
Desde entonces, ha sido manifestado que Dios estaba con
Cristo. Lo demostró resucitándolo de los muertos. ¿Acaso el Padre no demostró
también que estaba con el Hijo enviando al Espíritu Santo en Pentecostés, con
diversos signos y portentos? Jesús no está solo. Toda la obra del Espíritu
Santo desde entonces, convenciendo a los hombres de pecado y conduciéndolos a
Jesús, es una prueba de que no está solo.
Amados, toda la historia
de
“Miren ustedes, santos, pues la visión es gloriosa,
Vean al ‘Varón de dolores’ ahora,
Que ha regresado victorioso de la lid;
Toda rodilla a Él se inclinará:
Corónenle, Corónenle;
Las coronas son idóneas para la frente del Vencedor”.
Jesús es el centro de
todo poder y sabiduría. Dios está con Él, y viene el día cuando aparecerá en Su
gloria. En Su reino milenial, entre los hijos de Dios, se verá que Él no está
solo; y cuando venga en la gloria del Padre y todos Sus santos ángeles con Él,
entonces podrá decir inclusive con un mayor énfasis: “No estoy solo, porque el
Padre está conmigo”. Y cuando se siente sobre el gran trono blanco y divida a
la humanidad, Sus amigos a la derecha, Sus enemigos a la izquierda, y pronuncie
ira eterna sobre los rebeldes y abra el cielo a los creyentes, entonces todos
los mundos sabrán que el Hombre de Nazaret no está solo. ¿Solo? Pareciera que
debo reír ante ese mero pensamiento. Todo el cielo y la tierra, las cosas
presentes y las cosas venideras, el tiempo y la eternidad, la vida y la muerte,
todo está con Él. Los hombres pueden abandonarlo, pero Él no está solo.
III. Ahora,
en tercer lugar, quiero enseñarles las lecciones del EJEMPLO DE NUESTRO SEÑOR.
Como mi tiempo casi se ha agotado, debo hablar muy brevemente sobre estas
lecciones.
Primero, aprendan la fidelidad cuando otros fallan. ¿Eres
tú un cristiano? ¿Confías en Cristo? ¿Lo amas? Entonces, no lo abandones nunca.
“¡Oh!, pero”, -dirá alguien- “la corriente va en sentido contrario ahora”.
Hermano, déjala que corra; desaparecerá cuando haya terminado de correr. Yo
creo en Aquel que resucitó de los muertos, cuya justicia en verdad me
justifica, cuya sangre en verdad me lava y me deja más blanco que la nieve.
“Pero los filósofos nos dicen que eso no es científico”. Entonces yo no soy un
científico y me alegra no serlo. “¡Oh, pero los pensadores profundos dicen que
eso es inconsistente con el progreso!” Bien, que sea inconsistente con el
progreso. “¡Oh, pero todo el mundo lo niega!” Tanto peor para el mundo. Que
niegue la verdad si quiere. Fue grande el espíritu de Atanasio cuando dijo: “Athanasius contra mundum”, esto es,
“Atanasio contra el mundo entero”. Y todo cristiano puede ser de este espíritu,
y debería ser de este espíritu. ¿Es veraz este Libro? ¡Qué importa que algún
necio diga que es una mentira! Que los necios digan eso si quieren; pero es
verdad, y apéguense a él. Si Dios el Espíritu Santo les ha enseñado a confiar
en Cristo, confíen en Cristo, sin importar lo que otras personas hagan. ¡Cómo!
¿Vives acaso del hálito de las narices de otras personas? ¿Cuentas las cabezas
y luego te unes al mayor número? ¿Es esa tu forma de proceder? Vamos, un hombre
así difícilmente es digno de ser salvado. ¿Es un hombre o no es más bien un
gato que debe mirar antes de saltar? No, si eres un hombre, y crees en Cristo, defiende
a Cristo.
“¡Defiendan! ¡Defiendan a Jesús!
¡Ustedes, soldados de la cruz!
Alcen muy en alto Su regio pendón;
No debe sufrir ninguna pérdida:
De victoria en victoria
Él guiará a Su ejército,
Hasta que todo enemigo sea vencido,
Y Cristo sea en verdad Señor.
¡Defiendan! ¡Defiendan a Jesús!
Obedezcan el llamado de la trompeta;
Avancen al nutrido conflicto,
En este Su glorioso día;
Ustedes que son valientes, sírvanle ahora,
Luchando contra los innumerables enemigos;
Su valor ha de aumentar con el peligro,
Opongan potencia a la potencia”.
Y cuando los muchos se
desbanden, párense con mayor firmeza y con mayor confianza, pues su confianza y
su arrojo son más necesarios en tales circunstancias. El Señor no abandonó Su
gran misión cuando todos los hombres lo abandonaron a Él. No renuncien a la
obra de su vida y de su fe, aunque todos los demás presenten su renuncia.
En seguida, con su
Maestro, crean que Dios se basta a Sí
mismo. Lean esto: “Seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis
solo; mas no estoy solo, porque” -¿por qué?- “¿Porque habrá una media docena de
fieles”? No. “¿Porque tres de ustedes me serán solidarios? No. “Porque el Padre
está conmigo”. Oh, no contamos como deberíamos hacerlo. Hay un millón en contra
de ustedes. ¿Está Dios por ustedes? Bien, entonces ustedes son la mayoría. ¿Qué
es un millón, después de todo, sino un uno y muchos ceros? Confíen en Dios, y
dejen que los millones sigan su camino. Dios basta. Cuando aquél que
discurseaba en la academia se dio cuenta de que todos se iban y que lo dejaban
hablando solo, excepto Platón, aun así continuó su plática; y alguien le dijo:
“Conferencista, ya no te queda ninguna audiencia, excepto Platón”. “¿Ninguna
audiencia, excepto Platón?, dice; Platón basta para cincuenta oradores”.
Entonces, en verdad, si tú no tienes ningún otro ayudador excepto Dios,
permanece allí donde estás, pues Dios no sólo basta para ti, sino para todos
los fieles, por débiles que sean.
En seguida, aprendan
otra lección. Confíen en Dios a pesar de
las apariencias. ¿Eres muy pobre? ¿Eres débil? ¿Eres calumniado? ¿Estás
siendo azotado con la vara más pesada de Dios? Con todo, no des coces contra
Él, sino haz como nuestro Señor hizo. Él dijo: “El Padre está conmigo”,
inclusive cuando tuvo que clamar: “¿Por qué me has desamparado?” Cree en Él
cuando no puedas verle; cree en Él cuando no te sonría; cree en Él cuando te
frunza el ceño; cree en Él cuando te golpee; cree en Él cuando mate, pues el
clímax de todo es decir como Job: “He aquí, aunque él me matare, en él
esperaré”. A Él le corresponde hacer lo que le agrade; a mí me corresponde
confiar en Él, prescindiendo de que haga lo que
quiera. Yo rodeo con mis brazos a mi Dios, y le digo: “Dios mío, Dios mío”,
incluso cuando no se sienten gozos sensibles, y estoy obligado a caminar por
fe.
Por último, combatiente
hijo de Dios, estando firme por la verdad y por lo recto, has de esperar que tu tribulación no dure mucho. ¿Advertiste cómo
lo expresa Cristo: “He aquí la hora viene”? Sólo una hora. “He aquí la hora
viene”. No se trata de un año, hermano, no se trata de un año; no se trata de
un mes; no se trata de un día; no es sino una hora. “La hora viene”. Para
Cristo fue ciertamente una larga hora, cuando colgó de la cruz; pero Él llama a
todo el período desde el sudor sangriento hasta la muerte de cruz: “la hora”. A
la fe le corresponde acortar los días en horas. A ustedes les corresponde, esta
noche, recordar que si tienen que sufrir y quedarse solos por Cristo, que es
sólo una hora. ¡Cómo hemos esperado de buen grado cuando ha sido sólo por una
hora! ¡Cuán alegremente nos hemos quedado a oscuras cuando sabíamos que era
únicamente por una hora! ¡Nuestra tribulación es solamente por una hora!
Literalmente, antes de que dé una nueva hora, algunos de nosotros podríamos
estar con Dios; pero si así fuera para nosotros, o no, todavía podemos cantar:
“No importa que la duda y el peligro se opongan a mi progreso,
Sólo hacen que el cielo sea más dulce al final:
Venga gozo o venga aflicción, lo que me toque,
Una hora con Dios lo compensará todo”.
Pero si no fuera
literalmente solo una hora, el más prolongado reino de la persecución es
ciertamente muy breve. Una vez que llegamos a casa todo concluye. Yo pienso que
contribuirá a la celebración de un dichoso día de fiesta en la tierra que fluye
leche y miel, cuando nos sentemos junto a alguno de esos arroyuelos ondeantes y
digamos: “Yo recuerdo cuando Fulano de Tal me abandonó, pero yo permanecí firme
en la verdad que conocía y que creía. Todos ellos me abandonaron, y eso me pareció
duro de sobrellevar en aquel momento; pero mi soledad no duró mucho y pronto
pasó; y cuando el Señor dijo: ‘Bien, buen siervo y fiel’, no pareció entonces
que hubiera sido una hora, sino sólo el guiño de un ojo, o como cuando, en la
noche, la vela se apaga y se enciende de nuevo con su propio humo, pues el
tiempo de la oscuridad fue muy breve”. Así en el cielo parecerá como si nunca
hubiéramos sufrido algo por Cristo. El mártir irá en un carro ardiente al rojo
vivo desde la hoguera, y cuando llegue al cielo habrá olvidado que fue incinerado
hasta la muerte, en medio del sumo gozo de contemplar a su Señor. Sólo tomará
una hora y nos reuniremos delante del trono de oro, y estaremos sobre el mar de
vidrio, y cantaremos perdurablemente: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él
sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”.
Nota del traductor:
DAMÓN (s. IV a. C.). Filósofo pitagórico, de los tiempos de
Dionisio el Joven, célebre
por su amistad con Pitias. Condenado éste a muerte, Damón consintió en que
pudiera irse a arreglar sus asuntos y, en caso de no volver, ser condenado en
su lugar. Llegada la hora del suplicio, se presentó Pitias a tomar su puesto.
Conmovido, Dionisio perdonó al condenado.
Traductor: Allan Román
13/Abril/2011
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