El Púlpito de la Capilla New Park Street
Sansón Vencido
NO.
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SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON
SPURGEON
EN MUSIC HALL,
“Y le dijo: ¡Sansón, los
filisteos sobre ti! Y luego que despertó él de su sueño, se dijo: Esta vez
saldré como las otras y me escaparé. Pero él no sabía que Jehová ya se había
apartado de él. Mas los filisteos le echaron mano, y le sacaron los ojos, y le
llevaron a Gaza; y le ataron con cadenas para que moliese en la cárcel”. Jueces
16: 20, 21.
En muchos sentidos Sansón es uno de los
hombres más notables entre aquellos cuya historia quedó registrada en las
páginas de la inspiración. Sansón gozó de un privilegio singular que sólo le
fue concedido a otra persona más en el Antiguo Testamento. Un ángel predijo a
sus padres su nacimiento. Isaac fue prometido a Abraham y Sara por unos ángeles
a quienes habían ofrecido hospitalidad sin percatarse del hecho, pero con la
excepción de Isaac, Sansón fue el único cuyo nacimiento fue profetizado por un
mensajero angélico antes de la inauguración de la dispensación evangélica. Fue
dedicado a Dios antes de su nacimiento, siendo apartado como un nazareo. Ahora
bien, un nazareo era una persona consagrada enteramente a Dios, y en señal de
su consagración, se abstenía completamente del vino y dejaba crecer su cabello
sin que le pasaran navaja. Pueden entender, por tanto, que Sansón estaba
enteramente consagrado a Dios, y quienes le veían dirían: “Aquel hombre es un
varón de Dios, un nazareo, un consagrado”. Dios dotó a Sansón con una fuerza
sobrenatural, una fuerza que no podía haber sido jamás el resultado de un mero
poder muscular. No era la simple constitución física de Sansón la que le hacía fuerte;
no hería a los filisteos con el brazo o con el puño; era un milagro que moraba
en su interior, una continua emanación de la omnipotencia de Dios la que le
hacía más fuerte que miles de sus enemigos. Parece que Sansón descubrió muy
pronto la gran fuerza que poseía, pues “el Espíritu de Jehová comenzó a
manifestarse en él en los campamentos de Dan”. Sansón juzgó a Israel treinta
años, y lo liberó gloriosamente. ¡Cuán noble ser debe de haber sido! Mírenlo
cuando se aparta un momento de sus padres para entrar en la viña. Un león que
se halla agazapado allí salta sobre él, pero Sansón se le enfrenta
completamente desarmado, lo recibe en sus musculosos brazos y lo despedaza como
si se tratara de un cabrito. Véanlo tiempo después, cuando sus paisanos le
ataron y le hicieron descender de la peña y le entregaron a los miles de
filisteos. Apenas se está acercando a ellos cuando, sin ninguna arma, con su
propio pie comienza a patearlos y hallando una quijada de asno fresca toma esa
innoble arma, y barre con los hombres que tenían cascos en sus cabezas y sobre
sus piernas traían grebas de bronce. Y su vigor tampoco le falló años después,
pues murió en la flor de sus días. Realizó una de sus mayores hazañas en esta
etapa precisa de su vida. Sansón está encerrado en la ciudad de Gaza. Se queda
allí hasta la medianoche; está tan confiado en su fuerza que no tiene ninguna
prisa por partir, y en vez de atacar a los guardias y obligarlos a quitar los cerrojos,
arranca los dos pilares y se lleva las puertas con todo y cerrojos, y
transporta su pesada carga a lo largo de varias millas hasta la cumbre del
monte que está delante de Hebrón. En todos los sentidos debe de haber sido algo
grandioso ver a este hombre, especialmente si uno lo contaba como amigo. Si uno
hubiera sido su enemigo, era mucho mejor verlo desde muy lejos, pues nadie podía
escapar de él excepto quienes huían; pero tenerlo como amigo y estar con él en
el día de la batalla era sentir que tenías un ejército en un solo hombre, y que
tenías en un solo cuerpo lo que infundiría terror a miles de personas. Sin
embargo, aunque Sansón tenía una gran potencia física, sólo tenía una pequeña
fuerza mental y tenía todavía menos poder espiritual. Su vida entera es una
escena de milagros y de locuras. Tenía muy poca gracia y era fácilmente vencido
por la tentación. Es seducido y llevado al descarrío. Se le corrige con
frecuencia pero aun así peca de nuevo. Por fin cae en las manos de Dalila. A
ella la sobornan con una enorme suma y entonces se esfuerza por sacarle el
secreto de su fuerza. Sansón juega insensatamente con el peligro y con su
propia destrucción. Por fin, acosado por la importunidad de ella, le descubre
el secreto que no debía haber confiado a nadie y que sólo a él le pertenecía. El
secreto de su fuerza se ocultaba en sus guedejas. No era que su cabello le
hiciera fuerte, pero su cabellera era el símbolo de su consagración y era la
prenda del favor de Dios para con él. Mientras no tocaron su cabellera, Sansón
fue un varón consagrado; tan pronto se la raparon, ya no estuvo más
perfectamente consagrado y entonces su fuerza le abandonó. Le cortaron su
cabellera. Le quitaron las guedejas que una vez le cubrieron y entonces se
redujo a ser un débil jovenzuelo como otros hombres. Ahora los filisteos
comienzan a oprimirle y le sacan los ojos con un hierro candente. ¡Cómo han
caído los valientes! ¡Cómo son atrapados los grandes en la red! Se ve a Sansón,
el gran héroe de Israel, arrastrando sus pies cuando se encamina a Gaza. Dije
que marcha arrastrando los pies porque acaba de quedarse ciego –que era algo nuevo
para él- por lo que todavía no había aprendido a caminar tan bien como aquellos
que habiendo sido ciegos durante años, aprenden por fin a poner firmemente su
pie sobre la tierra. Atados sus pies con cadenas de bronce -un modo inusual de
atar a un prisionero, pero adoptado en este caso porque se suponía que Sansón
seguía siendo muy fuerte y que cualquier otro tipo de cadenas sería
insuficiente- se le ve caminando en medio de una pequeña escolta hacia Gaza. Y
ahora llega a la propia ciudad de la cual había salido en todo su orgullo con
las puertas y su cerrojo a cuestas; y los niñitos salen, y las clases bajas del
pueblo le rodean y le señalan diciendo: “¡Sansón, el gran héroe, ha caído!
¡Divirtámonos con él!” ¡Qué espectáculo! El ardiente sol cae sobre su cabeza
desnuda que una vez estuvo protegida con aquellas exuberantes guedejas. Miren a
la escolta que lo custodia: un simple puñado de hombres; cómo hubieran huido
delante de él en sus días más brillantes; pero ahora hasta un niño podría
vencerle. Lo llevan a un lugar donde un asno está moliendo en el molino y
Sansón tiene que desempeñar esa misma innoble tarea. Vamos, él tiene que ser la
diversión y la burla de todos los que pasan por ahí y de todo necio que entre
para ver esa gran maravilla: el destructor de los filisteos reducido a trabajar
en el molino. ¡Ah, qué caída tuvo lugar, hermanos míos! Bien podemos detenernos
y llorar por el pobre ciego Sansón. Fue terrible que perdiera sus ojos; que
perdiera su fuerza fue peor; pero que perdiera el favor de Dios por un tiempo y
que se convirtiera en la diversión de los enemigos de Dios, fue lo peor de
todo. Por esto podemos llorar en verdad.
Ahora, ¿por qué he narrado esta historia?
¿Por qué querría dirigir su atención a Sansón? Por esta razón. Todo hijo de Dios es un hombre consagrado. Su
consagración no está tipificada por ningún símbolo externo; no se nos ordena
que dejemos crecer por siempre nuestro cabello, ni que nos abstengamos de
carnes o bebidas. El cristiano es un hombre consagrado, pero sus semejantes no
ven su consagración excepto en las obras externas que son su resultado.
Y ahora quiero hablarles a ustedes, mis
queridos amigos, como a hombres consagrados, como a nazareos, y creo que voy a
encontrar una lección para ustedes en la historia de Sansón. Mi primer punto
será la fuerza de los consagrados, pues
ellos son varones fuertes; en segundo lugar, el secreto de su fuerza; en tercer lugar, el peligro al que están expuestos; y en cuarto lugar, la ignominia que recaerá sobre ellos si caen
en este peligro.
I. Primero,
“Ha sido
concluida, la gran transacción ha sido concluida
Yo soy de mi
Señor, y Él es mío.
Él me atrajo,
y yo le seguí,
Alegre de
obedecer a la voz divina”.
Ahora, el hombre que puede decir eso y
que está completamente consagrado a Dios, sea quien sea o lo que sea, es un
hombre fuerte que habrá de hacer portentos.
¿Necesito hablarles de las maravillas que
han realizado los hombres consagrados? Ustedes han leído las historias de
tiempos antiguos, cuando a nuestra religión se le daba caza como a una perdiz
en los montes. ¿Nunca oyeron cómo hombres y mujeres consagrados aguantaron
dolores y agonías inauditos? ¿No han leído cómo los echaban a los leones, cómo
fueron aserrados en mitades, cómo languidecieron en prisiones o se encontraron
con una muerte más rápida a filo de espada? ¿No han oído cómo andaban de acá
para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados,
maltratados, de los cuales el mundo no era digno? ¿No han oído cómo desafiaron
en su cara a los tiranos, cómo, cuando los amenazaban, se atrevían a reírse de
todas las amenazas del enemigo con gran valentía; cómo, estando en la hoguera,
aplaudían con sus manos en el fuego, y cantaban salmos de triunfo cuando
hombres peores que demonios se mofaban de sus miserias? ¿Cómo fue eso? ¿Qué
hizo que las mujeres fueran más fuertes que hombres y los hombres más fuertes
que ángeles? Vamos, pues fue esto: ellos estaban consagrados a Dios. Ellos
sentían que cada dolor que desgarraba su corazón estaba dándole la gloria a
Dios, que todos los padecimientos que soportaban en sus cuerpos no eran sino
las marcas del Señor Jesús, por las cuales patentizaban que estaban enteramente
dedicados a Él. Y no sólo en esto se ha evidenciado el poder de los
consagrados. ¿No han oído nunca cómo los santificados han realizado portentos?
Lean las historias de quienes no estimaron preciosa su vida para ellos mismos
con tal de honrar a su Señor y Maestro predicando Su Palabra, exponiendo el
Evangelio en tierras extrañas. ¿No han oído cómo los hombres han abandonado su
parentela y sus amigos y toda esa vida tan preciada, y han atravesado mares
tormentosos y se han adentrado en las tierras de los paganos donde los hombres
se devoraban unos a otros? ¿No se han enterado de cómo pusieron sus pies en
aquel país y vieron que el barco que los había transportado desaparecía en la
distancia, y con todo, sin ningún miedo moraron en medio de salvajes
incivilizados de los bosques, caminaron en medio de ellos, y les contaron la
simple historia del Dios que amó al hombre y murió por él? Ustedes han de saber
cómo esos hombres vencieron, cómo aquellos que parecían ser más fieros que
leones se encorvaron delante de ellos, escucharon sus palabras, y fueron
convertidos por la majestad del Evangelio que ellos predicaban. ¿Qué hizo que
esos hombres fueran héroes? ¿Qué los capacitó para que se separaran de sus
familias y de sus amigos, y se desterraran en tierras de pueblos extraños? Fue
porque eran consagrados, completamente consagrados al Señor Jesucristo. ¿Qué
hay en el mundo que el varón consagrado no pueda hacer? Tiéntalo; ofrécele oro
y plata; llévalo a la cima del monte y muéstrale todos los reinos del mundo, y
dile que los tendrá a todos si postrado adorare al dios de este mundo. ¿Qué
dice el varón consagrado? “¡Quítate de delante de mí, Satanás! Tengo más que
todo esto que tú me ofreces; este mundo es mío, y los mundos venideros; yo
desprecio la tentación; no me voy a postrar delante de ti”. Si los hombres
amenazan a un varón consagrado, ¿qué dice él? “Yo temo a Dios; por eso no puedo
tenerles miedo; juzguen si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes
que a Dios; pero, en cuanto a mí, yo no serviré a nadie más que a Dios”. Tal
vez hayas visto en tu vida a un varón consagrado. ¿Se trata de una personalidad
pública? ¿Qué es lo que no puede hacer él? Predica el Evangelio y mil enemigos
lo asedian de inmediato; lo atacan por todos lados; algunos por esta razón y
otros por aquella otra; sus virtudes reales son distorsionadas y son
convertidas en vicios, y sus más ligeras faltas son magnificadas y son
convertidas en los más grandes crímenes. Casi no tiene amigos; los propios
ministros del evangelio le rehúyen; es considerado tan raro que todo el mundo
debe evitarlo. ¿Qué hace él? En el interior de la cámara de su propio corazón
sostiene una conversación con su Dios, y se hace esta pregunta: “¿hago bien? La
conciencia da el veredicto: sí, y el Espíritu da testimonio a su espíritu de que
la conciencia es imparcial. “Entonces” –dice- “venga lo bueno o venga lo malo,
si estoy bien, no me voy a desviar ni a la derecha ni a la izquierda”. Tal vez
sienta en secreto lo que no expresará en público. Siente el dolor de la
deserción, de la deshonra y de la censura; clama:
“Si sobre mi
rostro, por causa de Tu amado nombre,
Recayeran la
vergüenza y el reproche
Saludaré al
reproche, y daré la bienvenida a la vergüenza
Si Tú me
recuerdas”.
En cuanto a su carácter público, nadie
podría decir que le importan estas cosas, pues puede decir con Pablo: “De
ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal de
ganar a Cristo y de que acabe mi carrera con gozo”. ¿Qué no puede hacer un
varón consagrado? Yo en verdad creo que si tuviera al mundo entero en su
contra, demostraría ser más que un antagonista para todos ellos. Diría: “Un
montón, dos montones, con la quijada de un asno maté a mil hombres”. No me
importa cuán violento pueda ser su enemigo, ni cuán grande pudiera ser la
ventaja que ese enemigo le sacara; aunque el león pudiera haberse agazapado
para saltar, y pudiera estar saltando sobre él, lo desgarrará como si fuese un
cabrito, pues es más que vencedor por medio de Aquel que le amó. Sólo es así
quien está enteramente consagrado al Señor Jesucristo.
“Pero” –dice alguien- “¿podemos
consagrarnos a Cristo? Yo pensé que eso era únicamente para los ministros”.
“Oh, no, hermanos míos; todos los hijos de Dios deben ser seres consagrados. ¿A
qué te dedicas? ¿Estás involucrado en negocios? Si eres lo que profesas ser, tu
negocio tiene que estar consagrado a Dios. Tal vez no tengas ninguna familia;
tal vez estés involucrado en el comercio y estés ahorrando cada año alguna suma
considerable. Déjame contarte el ejemplo de un hombre que está completamente
consagrado a Dios. Vive en Bristol, (de nombre desconocido), un varón cuyos
ingresos son sustanciales; ¿y qué hace con ellos? Trabaja en negocios
continuamente para generar esos ingresos, pero de ellos, cada centavo, cada año,
es gastado en la causa del Señor excepto lo que requiere para las cosas necesarias
de la vida. Reduce sus necesidades al mínimo para disponer de más dinero para
darlo. Él es un varón de Dios en su negocio. Yo no los exhorto a que hagan lo
mismo. Pudieran encontrarse en una posición diferente; pero un hombre que tiene
una familia y que está en los negocios debería ser capaz de decir: “Bien, yo
gano tanto con mis negocios; tengo que proveer para mi familia pero no busco
amasar riquezas. Voy a hacer dinero para Dios y voy a gastarlo en Su causa. Cuando
me uní a la iglesia, dije:
“Todo lo que
soy, y todo lo que tengo,
Será Tuyo siempre;
Todo lo que
mi deber me pida dar
Lo entregarán
alegremente mis manos”.
Y lo dije con toda la intención. No
entiendo a algunas personas cristianas que cantan ese himno, pero luego reducen,
aprietan y recortan cualquier cosa cuando se trata de dar para la causa de
Dios. Si canto eso es porque tengo la intención de decirlo. No lo cantaría a
menos que así fuera. Si me uno a la iglesia, entiendo que me doy yo mismo y
todo lo que tengo a esa iglesia; no quisiera hacer una profesión mentirosa; no
quisiera hacer una confesión de una consagración que no tuviera la intención de
hacer. Si he dicho: “yo soy de Cristo”, por Su gracia seré de Cristo. Hermanos,
los que están en los negocios pueden estar tan consagrados a Cristo como el
ministro en su púlpito; ustedes pueden convertir sus transacciones ordinarias
de la vida en un solemne servicio a Dios. Muchos hombres han deshonrado una
sotana, pero muchos otros han consagrado una bata de obrero; muchos hombres han
manchado los cojines de su púlpito, pero muchos otros han convertido la horma
de zapatero en santidad al Señor. Dichoso el varón que es consagrado al Señor;
dondequiera que esté, es un consagrado y hará maravillas.
Se ha señalado a menudo que todos somos hombrecitos
en esta época. Hace cien años o más, si hubiéramos recorrido las iglesias,
habríamos encontrado fácilmente un número de ministros de gran nota. Pero ahora
todos somos hombrecitos, los babeantes hijos de unos “don nadie”; nuestros
nombres no serán recordados nunca pues no hacemos nada para merecerlo. Es raro
encontrar a un hombre vivo en esta tierra; se puede encontrar a muchos que se
autodesignan hombres, pero ellos son cáscaras de hombres; se han quedado sin
vida; el precioso núcleo pareciera haber partido. La pequeñez de los cristianos
de esta época resulta de la pequeñez de su consagración a Cristo. La época de
John Owen fue la era de grandes predicadores, pero déjenme decirles que esos
fueron los días de una gran consagración. Esos grandes predicadores cuyos
nombres recordamos, no consideraban nada como propio; les fueron suprimidas sus
prebendas porque no pudieron conformarse a
II. Ahora, en segundo lugar, veremos EL SECRETO
DE SU FUERZA. ¿Qué hace fuerte al varón consagrado? ¡Ah, amados!, no hay fuerza
en el hombre por sí mismo. Sansón sin Dios no era sino un pobre necio. El
secreto de la fuerza de Sansón consistía en esto: que en tanto que estuviera
consagrado sería fuerte; en tanto que estuviera entregado enteramente a su Dios
y no tuviera ningún objetivo sino el de servir a Dios, (y eso debía ser
indicado por el crecimiento de su cabellera), en tanto que así fuera, y nada
más, Dios estaría con él para ayudarle. Y ahora ustedes ven, queridos amigos,
que si tienen alguna fuerza para servir a Dios, el secreto de su fuerza se
esconde en el mismo lugar. ¿Qué fuerza tienes tú, salvo en Dios? ¡Ah!, he oído
que algunos hombres hablan como si la fuerza del libre albedrío de la naturaleza
humana fuera suficiente para llevar a los hombres al cielo. El libre albedrío
ha llevado a muchas almas al infierno, pero nunca ha llevado todavía a un alma
al cielo. Ninguna fuerza de la naturaleza puede bastar para servir al Señor
debidamente. Nadie puede decir que Jesús es el Cristo sino por el Espíritu
Santo. Nadie puede venir a Cristo si el Padre, que envió a Cristo, no le trajere.
Entonces, si el primer acto de la vida cristiana está más allá de toda fuerza
humana, ¿cuánto más están más allá de cualquiera de nosotros esos pasos más
elevados? ¿No expresamos una cierta verdad cuando decimos en las palabras de
III. En tercer lugar, ¿cuál es EL PELIGRO
PECULIAR DE UN HOMBRE CONSAGRADO? Su peligro es que sus guedejas sean cortadas,
es decir, que su consagración sea quebrantada. En tanto que está consagrado él
es fuerte; rompan eso, y se vuelve débil como el agua. Ahora, hay mil navajas
con las cuales el diablo puede rapar las guedejas de un varón consagrado sin
que se dé cuenta. Sansón está profundamente dormido; el barbero es tan astuto que
lo arrulla para que se duerma al tiempo que sus dedos recorren la cabeza, la
coronilla del necio, que está poniendo al desnudo. El demonio es aun mucho más
astuto que el hábil barbero; él puede rapar las guedejas del creyente casi sin
que se dé cuenta. ¿Quieren que les diga con qué navajas puede consumar esa obra?
Algunas veces toma la filosa navaja del orgullo,
y cuando el cristiano se queda dormido y se descuida, viene con ella y
comienza a pasar sus dedos sobre las guedejas del cristiano, y le dice: ¡Cuán
excelente eres tú como persona! ¡Qué portentos has realizado! ¿Acaso no destrozaste
hábilmente al león? ¿Acaso no fue una gran hazaña que hirieras cadera y muslo a
los filisteos? ¡Ah!, se hablará de ti mientras el tiempo dure por llevarte a
cuestas las puertas de Gaza. No tienes que temer a nadie”. Y así la navaja
prosigue su obra y caen una guedeja tras otra, pero Sansón no se da cuenta. Él
sólo piensa en su interior, “¡Cuán valiente soy! ¡Cuán grande soy!” Así funciona
la navaja del orgullo: rapa, y rapa y rapa, y él se despierta para descubrirse
calvo y que toda su fuerza ha desaparecido. ¿No han pasado nunca esa navaja por
tu cabeza? Yo confieso que la pasan sobre mi cabeza. Después que han sido
capaces de soportar aflicciones, ¿no han oído nunca una voz que les dice:
“¡Cuán paciente fuiste!?” Después que han rechazado alguna tentación, y han
sido capaces de mantenerse en el curso inamovible de la integridad, ¿no les ha
dicho Satanás: “Eso que hiciste es algo excelente; actuaste con valentía”? Y en
todo ese tiempo no te dabas cuenta de que era la astuta mano del maligno la que
estaba rapando tus guedejas con la filosa navaja del orgullo. Observen pues que
el orgullo vulnera nuestra consagración. Tan pronto comienzo a volverme
orgulloso por lo que hago o por lo que soy, he de preguntarme: ¿de qué estoy
orgulloso? Vamos, hay en ese orgullo el acto de quitarle a Dios Su gloria. Yo
prometí que Dios debía recibir toda la gloria, ¿y no es esa una parte de mi
consagración? Y yo la estoy tomando para mí. He vulnerado mi consagración; mis
guedejas han desaparecido y yo me vuelvo débil. Observa esto, cristiano: Dios
no te dará nunca fuerzas para que te glorifiques a ti mismo. Dios te dará una
corona, pero no para que la pongas sobre tu cabeza. Tan pronto como un
cristiano comienza a escribir sobre su propio escudo de armas sus hazañas y sus
triunfos y toma la gloria para sí, Dios le abatirá hasta el polvo.
Otra navaja que usa también es la autosuficiencia. “Ah”, dice el diablo al
tiempo que rapa tus guedejas, “Has hecho muchísimo. Ves que te ataron con mimbres
verdes y tú los hiciste pedazos: simplemente olieron el fuego y se rompieron.
Entonces tomaron cuerdas nuevas para atarte; ¡ah!, aun a ellas las venciste,
pues tú hiciste pedazos las cuerdas como si se trataran de un hilo. Luego
tejieron las siete guedejas de tu cabeza, pero tú arrancaste la estaca del
telar con la tela y te alejaste. Tú puedes hacer cualquier cosa, no tengas
miedo; tú tienes la suficiente fuerza para hacer cualquier cosa; puedes
realizar cualquier hazaña que te propongas”. Cuán delicadamente el diablo hará
todo eso; cómo frota la cabeza mientras la navaja se desliza suavemente sobre
su superficie y las guedejas caen al suelo y él las pisa en el polvo. “Tú has
realizado todo esto, y puedes hacer cualquier otra cosa”. Cada gota de gracia
destila del cielo. Oh hermanos míos, ¿qué tenemos que no hayamos recibido? No
debemos imaginar que nosotros podemos crear una fuerza con la cual ceñirnos. “Todas
mis fuentes están en ti”. En el
momento en que comenzamos a pensar que es nuestro propio brazo el que nos ha
alcanzado la victoria, todo habrá concluido para nosotros: nuestras guedejas de
la fuerza serán rapadas y la gloria se apartará de nosotros. Vean, entonces,
que tanto la autosuficiencia como el orgullo pueden ser la navaja con la que el
enemigo rapa nuestra fuerza.
Hay todavía otro peligro aun más
palpable. Cuando un hombre consagrado comienza a cambiar su propósito en la vida y a vivir para sí, esa navaja rapa su
cabeza completamente. He ahí un ministro; cuando comenzó su ministerio podía
decir: “Dios es mi testigo de que sólo me he puesto un objetivo: estar limpio
de la sangre de cualquiera de mis oyentes y que pueda predicar el Evangelio
fielmente y honrar a mi Señor”. En breve, tentado por Satanás, cambia su tono y
habla de esta manera: “Debo conservar mi congregación. Si predico una doctrina
dura, no vendrán. ¿No me criticó uno de los periódicos, y no se fueron algunos de
mis congregantes debido a eso? Debo preocuparme respecto a qué persigo. Debo
mantener esto en marcha. Debo tener mucho más cuidado y pulir más mi lenguaje.
Tengo que adoptar un estilo más suave, o predicar una doctrina de nuevo diseño
pues tengo que mantener mi popularidad. ¿Qué será de mí si me voy a pique? La
gente dirá: ‘subió como un cohete y bajó como una vara’, y entonces todos mis
enemigos se reirán”. Ah, cuando un hombre se comienza a preocupar con respecto
al mundo hasta por un chasquido de los dedos, todo ha terminado para él. Si puede
subir a su púlpito y decir: “He recibido un mensaje que tengo que entregar, y
ya sea que lo oigan o que no lo oigan, voy a entregarlo tal como Dios lo pone
en mi boca; no voy a cambiar el punto de una ‘i’ o la tilde de una ‘t’ ni
siquiera por el hombre más grande que viva, o para atraer a la congregación más
numerosa que se hubiera sentado jamás a los pies de un ministro”, ese hombre es
poderoso. No permite que los juicios humanos lo muevan y él va a mover al
mundo. Pero dejen que se desvíe y que piense acerca de su congregación y cómo
será conservada: ¡ah, Sansón, cómo son rapadas tus guedejas! ¿Qué puedes hacer
ahora? Esa falsa Dalila te ha destruido; te sacaron los ojos y suprimieron tu
comodidad, y tu futuro ministerio será como la molienda de un asno alrededor del
molino que gira continuamente; no tendrás ni reposo ni paz nunca jamás. O dejen
que se desvíe de otra manera. Supongan que dijera: “Tengo que obtener una
prebenda, o riqueza, tengo que cuidarme muy bien, tengo que enriquecerme
aprovechando mi posición, ese tiene que ser el objetivo de mi vida”. No estoy
hablando ahora meramente del ministerio, sino de todos los consagrados; y tan
pronto como comenzamos a hacer del yo el
objetivo primordial de nuestra existencia, nuestras guedejas son recortadas.
“Ahora” –dice el Señor- “Yo le di fuerza a ese hombre, pero no para que la use
para sí mismo. Luego lo puse en una alta posición, pero no para que se cubra de
gloria; lo puse allí para que mire por mi causa, por mis intereses; y si no
hace primero eso, caerá”. Ustedes recuerdan a la reina Ester: ella es exaltada
y pasa de ser una humilde doncella a convertirse en la esposa del gran monarca
Asuero. Bien, Amán consigue un decreto en contra de la nación de ella que
establece que será destruida. El pobre Mordecai viene a Ester y le dice: “Tienes
que ir a hablar con el rey”. “Bien” –responde ella- “pero si voy, moriré”.
“Ah”, -dice él- “si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación
vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre
pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” Ester no fue
elegida como la reina Ester para que ella se hiciera gloriosa, sino para que ocupara
una posición para salvar a los judíos; y si ahora se prefiriera a su país entonces
todo habría acabado para ella; la suerte de Vasti sería como nada comparada con
su destrucción.
Y así, si tú vives en este mundo y Dios
te prospera, alcanzas tal vez una posición, y dices: “heme aquí; voy a cuidar
de mí mismo; antes he estado sirviendo a la iglesia pero ahora voy a cuidarme
un poco”. “Vamos, vamos”, dice la naturaleza humana; “tienes que cuidar a tu
familia”, (que quiere decir: tienes que cuidarte a ti mismo). Muy bien, hazlo,
amigo, como tu principal objetivo, y entonces eres un hombre arruinado. “Buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas”. Si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz. Aunque
pareciera que habías suprimido la mitad de la luz por tener ese ojo bueno, con
todo, tu cuerpo estará lleno de luz. Pero si comienzas a tener dos señores y a
servir a dos objetivos, no servirás a ninguno; no prosperarás en este mundo, ni
en el mundo venidero. Oh, cristiano, por sobre todas las cosas cuida tu consagración.
Has de sentir siempre que estás enteramente entregado a Dios, y únicamente a
Dios.
IV. Y ahora, por último, está
Y en cuanto a ustedes que no se han
entregado a Dios y que no están consagrados a Él, sólo puedo hablarles como a
filisteos y advertirles que llegará el día cuando Israel será vengado de los
filisteos. Un día pudieran estar reunidos en el piso alto de sus placeres, gozando
de salud y fuerza; pero hay un Sansón llamado: Muerte, que derribará las
columnas de su tabernáculo, y tendrán que caer y ser destruidos, y grande será
su ruina. Que Dios les dé gracia para que puedan consagrarse a Cristo, de
manera que viviendo o muriendo, se regocijen en Él y compartan con Él la gloria
de Su Padre.
Traductor: Allan Román
30/Enero/2014