El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Un Arpa de Diez Cuerdas

NO. 2219

 

UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,

Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL 30 DE AGOSTO DE 1891.

 

“Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Lucas 1: 46, 47.

 

Es evidente que María no estaba empezando algo nuevo, pues ella habla usando el tiempo presente, y en un tiempo que pareciera haber sido un presente durante un extenso lapso: “Engrandece mi alma al Señor”. Desde que recibió las maravillosas nuevas de la elección que Dios hizo de ella para su excelsa posición, comenzó a engrandecer al Señor; y una vez que un alma tiene un profundo sentido de la misericordia de Dios y comienza a engrandecerle, no cesa de hacerlo. Es algo que crece por lo que lo alimenta: entre más engrandeces a Dios, más puedes engrandecerlo. Entre más alto te posiciones, ves mejor; tu visión de Dios es incrementada en alcance; y si bien le alababas un poco cuando estabas al pie del monte, entre más te aproximas a la cima de Su bondad suma, cantas con más fuerza y tu alma engrandece al Señor más plena y exultantemente.

 

“Engrandece mi alma al Señor”. ¿Qué significa eso? El significado usual de la palabra “engrandecer” es: agrandar, o hacer que algo parezca grande. Cuando usamos el microscopio, decimos que magnifica al objeto un x número de veces. El insecto sigue siendo la misma cosa pequeña y diminuta, pero es aumentado para que podamos percibirlo. La palabra es muy apropiada en este contexto. No podemos hacer que Dios sea más grande de lo que es. Tampoco podemos tener ninguna concepción de Su grandeza real. Él está infinitamente por encima de nuestros más altos pensamientos. Cuando meditamos en Sus atributos:

 

“El supremo esfuerzo de la imaginación

Se extingue en asombro”.

 

Pero nosotros lo engrandecemos teniendo concepciones más elevadas, más grandes y más verdaderas con respecto a Él, dando a conocer Sus poderosos actos y exaltando Su glorioso nombre, de tal manera que otros, también, puedan exaltarlo en sus pensamientos. Eso es lo que María hacía: ella era una mujer que en los años siguientes solía entregarse a la meditación. Quienes oyeron lo que decían los pastores en cuanto al santo niño Jesús, se maravillaban; pero “María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Ellos se maravillaban y María meditaba. Son dos verbos que marcan una gran diferencia en cuanto a la actitud del alma, un cambio que va de un vago destello de interés a una profunda atención de corazón (1). Ella ponderaba; ella sopesaba el asunto; le daba vueltas en su mente; reflexionaba al respecto; estimaba su valía y resultado. Era ella como aquella otra María, una mujer meditativa que podía aguardar quietamente a los pies de su Señor para oír las agraciadas palabras y sorberlas con una fe anhelante.

 

Estar a solas de esa manera y engrandecer al Señor en sus propios corazones no es ninguna ocupación ociosa; hacerlo a Él grandioso para sus mentes, para sus afectos; hacerlo a Él grandioso en su memoria y grandioso en sus expectativas. Ese es uno de los más grandiosos ejercicios de la naturaleza renovada. En un momento así no necesitas pensar en los asuntos profundos de la Escritura, y puedes dejar las doctrinas abstrusas para las cabezas más sabias, si quieres; pero si tu propia alma está empeñada en magnificar a Dios para tu propia percepción, estarías dedicándole un tiempo a una de las ocupaciones más benéficas posibles para un hijo de Dios. Puedes estar seguro de que hay incontables influencias santas que fluyen del hecho de guardar habitualmente grandes pensamientos acerca de Dios, así como hay incalculables males que fluyen de nuestros pensamientos rastreros acerca de Él. Menospreciar a Dios es la raíz de la falsa teología, y la esencia de la verdadera teología es engrandecer a Dios, magnificarlo, y agrandar nuestras concepciones de Su majestad y de Su gloria a un grado supremo.

 

Pero, al engrandecer al Señor, María no tenía meramente la intención de enaltecerlo en sus propios pensamientos; siendo una verdadera poetisa, se proponía magnificar al Señor con sus palabras. No, debo rectificar lo dicho; no se proponía hacerlo; lo había estado haciendo todo el tiempo, lo estaba haciendo cuando llegó, jadeante y sin aliento, a la casa de su prima Elisabet. Ella dijo: “Engrandece mi alma al Señor. Estoy ahora en una condición tan favorecida que no puedo abrir mi boca para hablarte, Elisabet, sin hablar de mi Señor. Mi alma pareciera ahora llena de pensamientos acerca de Él. Debo hablar, antes que nada, acerca de Él, y decir las cosas de Su gracia y Su poder que pudieran ayudarte aun a ti, mi buena hermana mayor, a concebir pensamientos de Dios aún más grandes de los que hayas pensado jamás. Engrandece mi alma al Señor”.

 

Debemos recordar el hecho de que María fue altamente distinguida y honrada. Ninguna otra mujer fue bendecida jamás como ella lo fue; tal vez ninguna otra habría podido sobrellevar el honor que fue puesto sobre ella: ser la madre de la naturaleza humana de nuestro Salvador. Era el honor más excelso posible que pudiera ser brindado a mortal alguno, y el Señor sabía dónde encontrar a una mujer candorosa y humilde a quien pudiera confiársele un tal don en el tiempo señalado, y, con todo, que no buscara hurtarle Su gloria. Ella no es altiva; no, pero un corazón falso le roba los ingresos a Dios, y compra con ellos la copa intoxicante de la autocongratulación. Entre más da Dios a un corazón verdadero, ese corazón le da más a Él. Como la barca de Pedro que entre más cargada de peces se encontraba más se hundía en las aguas, los verdaderos hijos de Dios se hunden en su propia estima en la proporción en que son honrados por su Señor. Cuando Dios nos otorga los dones conjuntamente con Su gracia, no nos ensoberbecen: nos edifican. Una modesta y humilde opinión de nosotros mismos se suma a una mayor estimación de Él. Entre más te da Dios, más lo magnificas a Él y no a ti mismo. Ésta debe ser tu regla: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. Sé tú menos y menos. Sé tú la humilde sierva del Señor, y con todo, osada y confiada en tu alabanza de Aquel que ha hecho grandes cosas por ti. A partir de ahora y por siempre, ésta ha de ser la descripción de tu vida: “Engrandece mi alma al Señor; no tengo otra cosa que hacer excepto engrandecerlo a Él, y regocijarme en Dios mi Salvador”.

 

Si intentara predicar sobre cada una de las partes del cántico de María podría emplear toda una semana benéficamente; pero con un propósito enteramente diferente a la vista, voy a presentarlo como un todo. Al poner ante ustedes este ‘decacordio’, voy a pedirles, sólo por un par de minutos, que pongan sus dedos sobre cada una de sus cuerdas conforme sean indicadas, y procuren despertar alguna melodía para alabanza del grandioso Rey, alguna armonía en Su honor; procuren, en esta buena hora, engrandecer al Señor y regocijarse en Dios su Salvador.

 

Lutero solía decir que la gloria de la Escritura debía ser encontrada en los pronombres; y eso es ciertamente válido en cuanto al texto. ¡Miren su toque personal, cómo se repite una y otra vez! “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.

 

En uno de los festivales del orfanato, expresé ante nuestros muchos amigos que se encontraban reunidos, varias razones por las que todo el mundo debería contribuir al sostenimiento de los niños; en verdad, dije, nadie debería salir del lugar sin donar algo. Me sorprendió un hermano que no tenía nada de dinero pero que me trajo su reloj y su cadena. “Oh” –le dije- “no me des eso; esos objetos se venden por muy poco dinero comparado con su valor real”; pero él insistió en que me quedara con ellos, y me dijo: “Los voy a redimir mañana, pero no puedo irme sin dar algo ahora”. Cuán contento estaría si cada hijo de Dios aquí presente fuera igualmente devoto en la adoración, y dijera: “yo voy a ofrecer a Dios alguna alabanza en este servicio: voy a extraer música de algunas de esas cuerdas; tal vez la extraiga de todas ellas. ¡Voy a esforzarme con todo mi corazón para decir, en algún punto del sermón, y siguiendo algún punto de vista, ‘Engrandece mi alma al Señor’!” ¿Acaso te oigo susurrar: “Mi alma está muy apesadumbrada”? Anímala, entonces, alabando al Señor; comienza un Salmo, incluso si al principio la melodía tuviere que estar en un tono menor; pronto el acorde cambiará, y el “Miserere” se convertirá en un “Coro de Aleluya”.

 

I.   La primera cuerda que María pareciera tocar, y que yo confío que nosotros también podamos alcanzar con la mano de la fe, es la del GRAN GOZO QUE HAY EN EL SEÑOR. “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Bendigamos a Dios porque la nuestra no es una religión lóbrega. No sé de ningún mandamiento en ninguna parte en la Escritura que diga: “Gemid en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Gemid!” Por la conducta de algunas personas casi podríamos imaginar que tienen que haber alterado su Nuevo Testamento en ese pasaje específico, cambiando tristemente la gloria del versículo original: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” Lo primero que conocí jamás de Cristo mi Señor, verdaderamente, fue cuando me descubrí al pie de la cruz y comprobé que la gran carga que me aplastaba había sido suprimida eficazmente. La busqué en torno mío y me preguntaba dónde podría estar y, ¡he aquí, iba rodando hacia Su sepulcro! ¡No la he visto nunca más desde entonces, bendito sea Su nombre, ni quiero verla jamás! Recuerdo muy bien los brincos de gozo que dí cuando por primera vez descubrí que toda mi carga de culpa había sido llevada por Él, y que estaba enterrada ahora en las profundidades de Su sepulcro.

 

“Muchos días han pasado desde entonces;

¡Muchos cambios he visto!”

 

He ido a muchísimos pozos a sacar agua, pero una vez que la hube sacado y probado, resultó ser salobre como las aguas de Mara; pero siempre que me he acercado a este pozo –“mi Dios, mi Salvador”- nunca he sacado una sola gota que no fuera dulce y refrescante. Aquel que verdaderamente conoce a Dios tiene que alegrarse en Él; habitar en Su casa es seguir alabándolo; sí, podemos exultarnos en Él a lo largo de todo el día. Una palabra muy notable es la que se encuentra en boca de David: “el Dios de mi alegría y de mi gozo”. Otras cosas pueden proporcionarnos placer; podemos ser felices con los dones de Dios, y con Sus criaturas, pero Dios mismo, el manantial de todos nuestros gozos, es más grande que todos ellos. Por tanto, “Deléitate asimismo en Jehová”. Ese es el mandamiento; ¿y no es acaso un mandamiento encantador? Que nadie diga que la fe del cristiano no debe ser exultante; debe ser un deleite; y Dios desea que nos regocijemos en Él, tan grandemente, que al mandamiento le agrega una promesa, “Y él te concederá las peticiones de tu corazón”. ¡Qué religión es la nuestra, en la que el deleite se convierte en un deber, y en la que ser felices es ser obedientes a un mandamiento! Las religiones paganas no sólo exigen abnegaciones de un tipo apropiado, sino también torturas que los hombres inventan para acostumbrarse a la desventura; pero en nuestra santa fe, si nos mantenemos cerca de Cristo, aunque es cierto que cargamos con la cruz, también es cierto que la cruz deja de ser una tortura; de hecho, sucede con frecuencia que ella carga con nosotros a la vez que nosotros cargamos con ella; en el servicio de nuestro Señor descubrimos que “su yugo es fácil, y ligera su carga”, y es extraño decirlo, pero Su carga nos da descanso y Su yugo nos da libertad. Nunca hemos recibido nada de nuestro Señor que no haya tendido finalmente a nuestro gozo. Incluso cuando Su vara nos ha llevado a dolernos, Él ha tenido el propósito de que obre para nuestro bien, y así lo ha hecho. Alábenlo, entonces, por tal bondad.

 

La nuestra es una religión de santo gozo, especialmente en relación a nuestro Salvador. Entre más comprendemos esa gloriosa palabra: “Salvador”, más dispuestos estamos a danzar con deleite. “Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Las nuevas de gran gozo nos han llegado, y conforme nosotros, por Su gracia, las hemos creído, Él nos ha salvado del pecado y de la muerte y del infierno. Él no ha prometido simplemente hacerlo algún día, sino que lo ha hecho y hemos sido salvados. Es más, muchos de nosotros hemos entrado en el reposo por la fe en Él; la salvación es para nosotros una experiencia presente en esta hora, aunque esperamos todavía que su plenitud sea revelada en el mundo venidero.

 

¡Oh, vamos, regocijémonos en nuestro Salvador! Démosle gracias porque tenemos tantas cosas por las cuales darle gracias. Alabémosle porque hay tantas cosas de las que podemos regocijarnos; es más, tantas cosas de las que tenemos que regocijarnos. Adoremos Su amado nombre porque ha arreglado de tal manera el plan íntegro de la salvación, que está calculado para traernos el cielo mientras estemos aquí, y en el más allá, para llevarnos al cielo a quienes estamos aquí. Entonces alzamos nuestros corazones por el gran gozo que está reservado para nosotros en Dios. Esa es la primera cuerda: tóquenla ahora; piensen en todo el gozo que han tenido en Dios; alábenlo por todo el santo júbilo que les ha dado en Su casa; por la bienaventuranza de la comunión con Él a Su mesa; por los deleites del compañerismo con Él en secreto. Cántenle a Él con un corazón agradecido, diciendo: “Engrandece mi alma al Señor”.

 

II.   La segunda cuerda sobre la que quisiéramos poner nuestros dedos es LA DEIDAD DE NUESTRO SALVADOR. “Engrandece mi alma al Señor”. No tengo un Señor pequeño. “Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Yo sé que mi Salvador es un hombre, y me regocijo en Su humanidad; pero contenderemos hasta la muerte por ésto: que Él es algo más que un hombre; Él es nuestro Salvador. Un ser humano no podría redimir a otro, ni darle a Dios un rescate por su hermano. El brazo de un ángel no podría aguantar el tremendo peso del desastre de la Caída; pero el brazo de Cristo es más que angélico. Aquel a quien engrandecemos como nuestro Salvador no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse; y cuando asumió la portentosa tarea de la redención, trajo la Deidad con Él para que lo sustentara en aquella labor más que hercúlea. Nuestra confianza está en Jesucristo, Dios verdadero de Dios verdadero; nunca dejaremos, no sólo de creer en Él, sino de hablar de Él, de regocijarnos en Él, y de cantar sobre Él como la Deidad encarnada. ¡Cuán gélida es la religión que no contiene a la Deidad de Cristo! Seguramente han de ser hombres de un temperamento muy sanguíneo e imaginativo los que pretenden recibir algún consuelo de un cristianismo que no tiene al divino Salvador en su propio centro. Yo preferiría acudir a un témpano de hielo para calentarme que a una fe de ese tipo para buscar consuelo. Nadie podría alabar demasiado a Cristo por ustedes y por mí jamás; nunca podrían hablar demasiado sobre Su sabiduría, o Su poder. Cada atributo divino atribuido a Cristo nos hace elevarle un nuevo cántico, pues, sin importar lo que fuere para otros, para nosotros es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.

 

Yo desearía poder cantar en vez de hablarles a ustedes acerca de Aquel que estaba con el Padre antes que comenzaran todos los mundos, cuyos deleites, aun entonces, estaban con los hijos de los hombres ante la perspectiva de su creación. Desearía poder contarles la maravillosa historia de cómo entró en pacto con Dios a favor de Su pueblo, y se comprometió a pagar las deudas de aquellos que Su Padre le dio. Asumió recoger en un rebaño a todas las ovejas que Él mismo se comprometió a comprar con Su sangre preciosa; se comprometió a traerlas de regreso de todos sus descarríos, y a guardarlas en las cimas de las Montañas Deleitables a los pies de Su Padre. Juró hacer eso; y se ha dedicado a Su tarea con un celo que lo cubre como un abrigo, y logrará el propósito divino antes de que entregue el reino al Dios y Padre. “No se cansará ni desmayará”. Es nuestro deleite oír que este Hijo de Dios, este Hijo de María, este asombroso Ser en Su compleja naturaleza como nuestro Mediador, sea engrandecido y exaltado, y sea puesto muy en alto. ¿No han sentido algunas veces que si el ministro predicara más acerca de Jesucristo, a ustedes les alegraría oírlo? Yo espero que esa sea su inclinación; con todo, me temo que hablamos mucho acerca de muchas otras cosas en vez de hablar acerca de nuestro Señor. Vamos, quiero oír hablar de Él; cántenme o háblenme de Jesús, cuyo nombre es miel en la boca, y música en el oído y el cielo en el corazón. ¡Oh, ha de haber más alabanza a Su santo nombre! Sí, algunos de nosotros podemos tocar esta cuerda, y decir con María: “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.

 

III.   La tercera cuerda tiene una música más delicada y más dulce y se puede adecuar mejor a nosotros que los temas más sublimes que ya hemos tocado. Cantemos y magnifiquemos LA AMOROSA CONDESCENDENCIA DEL SEÑOR, pues eso hizo la bendita virgen cuando continuó diciendo: “Porque ha mirado la bajeza de su sierva”. Aquí hay un tema sobre el cual cantar, pues el nuestro no sólo era un estado de bajeza, sino que, tal vez, algunos presentes habrían tenido que decir, como Gedeón: “Mi familia es pobre… y yo el menor en la casa de mi padre”, y, como él, habrías sido pasado por alto por la mayoría de la gente. Tal vez incluso en tu propia familia fueras considerado como un don nadie; si se profería alguna burla, tú eras el blanco seguro de ella, y eras generalmente malentendido y tus acciones eran malinterpretadas. Esa era una dura experiencia para ti; pero de ello has sido gloriosamente liberado. Pudiera haber sido que, como José, fueras un poco soñador, y tal vez fueras muy propenso a contar tus sueños. Con todo, aunque debido a eso te molestaban mucho, el Señor a la larga levantó tu cabeza sobre los que te rodeaban. Pudiera haber sido que tu suerte en la vida estuviera echada entre los más pobres y los más viles de la humanidad; sin embargo, el Señor te ha visto con infinita compasión, y te ha salvado. Entonces, ¿no lo engrandecerás?

 

Si Cristo quería un pueblo, ¿por qué no eligió a los reyes, y a los príncipes y nobles de la tierra? En vez de eso, toma a los pobres, y los hace conocer las maravillas de Su amor moribundo; y en vez de seleccionar a los hombres más sabios en el mundo, toma a los más necios, y los instruye en las cosas del reino.

 

“Los portentos de la gracia le pertenecen a Dios;

Repite Sus misericordias en tu canto”.

 

Todos los que hemos sido salvados por la gracia debemos entonar una nota todavía más tierna, pues estábamos llenos de pecado además de ser insignificantes. Nos descarriamos como ovejas perdidas; por tanto, engrandecemos al Señor, quien nos compró, y nos buscó y nos llevó de regreso a Su redil. Podría ser doloroso recordar lo que una vez éramos, pero es bueno algunas veces regresar en nuestros pensamientos al tiempo pasado cuando vivíamos en pecado, para que podamos apreciar mejor el favor del cual hemos sido hechos partícipes. Cuando el apóstol Pablo escribió un catálogo de aquellos que no heredarían el reino de Dios, añadió: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados”. ¡Oh, bendigamos el nombre del Señor, y engrandezcámoslo por esto! ¿Quién más podría habernos limpiado de nuestro pecado, o en qué otra fuente, salvo en esa fuente abierta a la casa de David, habríamos podido sumergirnos para librarnos de nuestra terrible contaminación? Él se inclina muy bajo, pues algunos de los elegidos de Dios fueron una vez las heces de todas las cosas; y aun cuando fueron convertidos, muchos de ellos siguieron siéndolo en la estimación del mundo, que escarnece a los humildes cristianos. Si los que profesan ser seguidores de Cristo se reúnen en algún edificio bonito, y adoran a Dios con música grandiosa y con un ritual bellísimo, entonces la gente del mundo los tolera y pueden ir tan lejos como auspiciarlos, aunque, aun entonces, su respeto es inspirado principalmente, no por la gente, sino por el edificio, por la bonita música y los carruajes. Los carruajes son especialmente importantes, pues sin un determinado número de ellos a las puertas, se considera imposible tener una apropiada ostentación del cristianismo cultivado. Pero entre más se aferra al Señor el pueblo de Dios, menos probable es que sean estimados por el juicio vulgar de hombres profanos. Sin embargo, ¡el Señor ha elegido a ésos; bendito sea Su nombre! Es un portento grande para mí que el Señor haya elegido a algunos de ustedes; pero es un portento mucho mayor que me haya elegido a mí jamás. Yo puedo entender, de alguna manera, Su amor por ustedes, cuando miro los agraciados puntos en su carácter, aunque estoy completamente consciente de que son obrados únicamente por gracia; pero no puedo entender el amor que me ha mostrado a mí, que soy el más insignificante de todos los santos. “¡Oh!”, -dices tú- “eso es lo que iba a decir respecto a mí mismo”. Sí, yo sé. Estoy tratando de ponerlo en sus bocas para que todos nos podamos unir en gratitud adoradora. Es un milagro de misericordia que Él haya amado a cualquiera de nosotros, o que se haya inclinado en Su gracia para levantar del muladar a tales mendigos como nosotros, para ponernos entre los príncipes a Su diestra.

 

¿Por qué fui conducido a oír Tu voz,

Y a entrar cuando todavía había lugar;

Cuando miles hacen una desventurada elección,

Y prefieren morir de hambre antes que comer?

 

IV.   La siguiente cuerda, sin embargo, es LA GRANDEZA DE LA BONDAD DE DIOS, pues María continúa cantando: “Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones”. ¡Oh, el Señor ha hecho grandes cosas por Su pueblo! “Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre”. Dios los ha hecho bienaventurados. Ustedes estuvieron una vez bajo la maldición, pero no hay ahora ninguna condenación para ustedes, pues están en Cristo Jesús. Si la maldición los hubiera marchitado, como un roble impactado por el rayo, no habrían podido sorprenderse; pero, en vez de eso, el clemente Señor los ha plantado junto a las corrientes de aguas, y los hace dar su fruto en su tiempo, y su hoja no cae. “Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres”. Ser sacados de ese horrible pozo es una cosa tan grande que no podemos medirla, pero ser puestos sobre ese trono de misericordia sobrepasa nuestro pensamiento más excelso: ¿quién podría medir eso? Tomen su cuerda y vean si pueden medir la profundidad de una gracia tal, o medir la altura de una misericordia tal. ¿Acaso nos quedaremos callados cuando contemplamos una misericordia tan maravillosa? ¡Dios no lo quiera! ¡Prorrumpamos ahora en nuestros corazones con dichosos aleluyas para Aquel que ha hecho cosas tan maravillosas por nosotros!

 

Piensen, hermanos, que ustedes estaban ciegos; Él los ha hecho ver. Ustedes estaban inválidos; Él los ha hecho saltar. Peor todavía que eso: ustedes estaban muertos, pero Él los ha hecho vivir. Estaban en prisión, pero Él los ha liberado. Algunos de nosotros estábamos en el calabozo, con nuestros pies atados al cepo. ¿Acaso no puedo recordar bien cuando yo yacía en esa prisión interior, y gemía y me lamentaba sin que hubiese ninguna voz que me consolara, o incluso sin un rayo de luz que me animara en la oscuridad? Y ahora que Él me ha sacado, ¿acaso olvidaré dar mis más profundas gracias? Es más, voy a cantar un cántico de liberación para que otros lo oigan, y teman y se vuelvan al Señor. Pero eso no es todo. No sólo nos ha sacado de la prisión, sino que nos ha subido al trono; ustedes y yo podríamos entrar y salir del cielo esta noche, si Dios nos llamara allí, y cada uno de los ángeles nos trataría con respeto. Si entráramos en la tierra de gloria, aunque hubiéremos provenido del hogar más pobre en Londres, descubriríamos que los ángeles más excelsos son sólo siervos ministradores para el pueblo elegido de Dios. ¡Oh, Él ha hecho maravillas por nosotros!

 

No procuro tanto predicar como despertar la memoria suya, para que puedan pensar en la bondad de la gracia del Señor y decir: “¡Oh, sí, así es, y engrandece mi alma al Señor!” Ni una sola de las maravillas de la gracia divina ha sido obrada para nosotros sin que hubiese una profunda necesidad para su manifestación. Si la gracia más ínfima, que hasta aquí hubiera podido escapar a su atención, les fuera suprimida, ¿dónde estarían? Con frecuencia me encuentro con gente del pueblo de Dios que solía ser dichosa y feliz, pero que ha caído en el desaliento, y que habla ahora acerca de las misericordias del amor del pacto de Dios de tal manera que me hace sonrojar. Dice: “yo pensé que tuve una vez esa bendición, amigo, y me temo que no la poseo ahora, aunque no hay nada que pudiera desear más. ¡Oh, qué precioso sería ser capaz de acceder a Dios en la oración! Daría mis ojos por ser capaz de saber que realmente soy un hijo de Dios”. Con todo, quienes tenemos esas bendiciones las valoramos a medias; es más, hermanos, no las valoramos ni la milésima parte de lo que deberíamos valorarlas. Nuestro cántico constante debería ser: “Bendito el Señor; cada día nos colma de beneficios el Dios de nuestra salvación”. En vez de eso, a menudo recibimos, irreflexiva e ingratamente, los dones de Su mano. Cuando un hombre está en el mar puede tener mucha agua sobre su cabeza y no la siente; pero cuando sale del agua, si pones entonces una pequeña cubeta de agua sobre su cabeza, se convierte en un gran peso al llevarla. Así algunos de ustedes están nadando en la misericordia de Dios, se están sumergiendo en ella, y no reconocen el peso de la gloria que Dios les ha otorgado; pero si salieran una vez de este océano de dicha, y cayeran en un estado de tristeza de corazón, comenzarían a apreciar el peso de cualquiera de las misericordias que ahora no parecieran ser de mucha consecuencia, o que no exigen su gratitud. Sin esperar a perder el sentido de la gracia de Dios para conocer su valor, bendigamos a Aquel que ha hecho cosas inconcebiblemente grandes para nosotros, y digamos: “Engrandece mi alma al Señor”.

 

V.   La quinta cuerda que me gustaría tocar es LA COMBINACIÓN DE GRACIA Y SANTIDAD que hay en lo que Dios ha hecho por nosotros. “Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre”. Tal vez ni siquiera aluda a la peculiar delicadeza del caso de María, pero ella sabía que era enteramente santo y puro. Ahora, cuando el Señor nos salvó tanto a ustedes como a mí, que no merecíamos ser salvados, realizó un acto muy maravilloso de gracia soberana al tratarnos de manera diferente, pero la misericordia es que Él lo hizo todo justamente. Nadie puede decir que no se debió haber hecho. En el último gran día, lo que Dios ha hecho en Su gracia soportará la prueba de la justicia, pues jamás, en el esplendor y largueza de Su amor, Él ha violado los principios de la eterna justicia ni siquiera para salvar a Sus propios elegidos. “Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre”. El pecado tiene que ser castigado y ya ha sido castigado en la persona de nuestro glorioso Sustituto. Nadie puede entrar al cielo a menos que sea perfectamente puro; quienes son redimidos no llevarán ninguna cosa inmunda adentro de las puertas. Toda regla y mandato del imperio divino serán observados. El Legislador no será el quebrantador de la ley ni siquiera para salvar al pecador; pero Su ley será honrada tan seguramente como que el pecador será salvado. Algunas veces pienso que yo podría tocar esa cuerda durante un par de horas. Aquí tenemos a la justicia engrandecida en gracia, y a la santidad regocijándose en la salvación de los pecadores. Los atributos de Dios son como el impresionante cristal que reluce con su clara luz blanca pero que todavía puede ser dividida en todos los colores del prisma; cada uno es diferente y todos ellos son muy bellos. La deslumbrante brillantez de Dios es demasiado gloriosa para nuestros ojos mortales, pero cada revelación nos enseña algo más de Su belleza y perfección. En la luz de color rubí de un sacrificio expiatorio somos capacitados para ver cómo Dios es justo y sin embargo es el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¡Gloria sea dada a Su nombre por el poder de la gracia combinada con la santidad! Mi alma magnifica en verdad al Señor por esta maravillosa salvación, en la que cada atributo recibirá su gloria: la justicia así como la misericordia, la sabiduría así como el poder. “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron”. ¿Quién habría podido inventar un plan así, y quién habría podido implementarlo una vez que fue concebido? Sólo Aquel que vino “de Bosra, con vestidos rojos”. “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.

 

VI.   La sexta cuerda debería ser dulce en todos los sentidos. María toca enseguida la cuerda de la MISERICORDIA DE DIOS. “Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen”. Los santos de la antigüedad tocaban esa cuerda en el templo. Con frecuencia la cantaban, elevando el refrán continuamente: “¡Para siempre es su misericordia!”

 

“Su misericordia permanecerá siendo

Siempre fiel, siempre segura”.

 

¡Misericordia! Pecador, esta es la campana de plata para ti: por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron Sus misericordias. Escuchen esa música celestial que los llama al arrepentimiento y a la vida. Dios se deleita en la misericordia. Él espera para ser clemente. ¡Misericordia! Santo, esta es la campana de oro para ti, pues tú todavía necesitas misericordia. Estando con tu pie sobre el umbral de jaspe del Paraíso, con la puerta de perla justo frente ti, todavía necesitarás que la misericordia te ayude en el último paso; y cuando entres en el coro de los redimidos, la misericordia será tu perpetua canción. En el cielo cantarás las alabanzas del Dios de gracia, cuya misericordia permanece para siempre.

 

¿Te lamentas por tus propias rebeldías? Dios tendrá misericordia de ti, querido hijo, aunque tú te hubieres descarriado desde que lo conociste. Regresa a Él en esta precisa hora. Él quiere arrullarte de nuevo. Él quiere estrecharte contra Su pecho. ¿Acaso no has sido restaurado con frecuencia, no te han sido quitadas tus iniquidades con frecuencia en los años ya transcurridos? Si es así, toca en este momento esta cuerda –el dedo de un niño puede extraerle música- tócala ahora. Dí: “Sí, concerniente a la misericordia, misericordia para el primero de los pecadores, mi alma en verdad engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.

 

VII.   El tiempo se nos acabaría si tratáramos de demorarnos algún rato en estos temas asombrosos; así que pasamos a la siguiente cuerda, a la número siete, LA INMUTABILIDAD DE DIOS, porque en el versículo que ya hemos considerado, hay dos notas. María dijo: “Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen”. Aquel que tuvo misericordia en los días de María, tiene misericordia hoy: “de generación en generación”. Él es el mismo Dios. “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos”. Ustedes, que una vez se deleitaron en el Señor, no supongan que Él ha cambiado. Él todavía los invita a venir y a deleitarse en Él. “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. ¡Qué pobre fundamento tendríamos para nuestra esperanza si Dios pudiera cambiar! Pero Él ha confirmado Su palabra por medio de un juramento “para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros”. El Dios de mi abuelo y el Dios de mi padre es hoy mi Dios; el Dios de Abraham, Isaac y Jacob es el Dios de cada creyente; Él es el mismo Dios, y está dispuesto a hacer lo mismo, a ser el mismo para nosotros que fue para ellos. Consideren su propia experiencia; ¿acaso no han encontrado que Dios es el mismo? Vengan, protesten contra Él si han encontrado que haya cambiado alguna vez. ¿Ha cambiado el propiciatorio? ¿Fallan las promesas de Dios? ¿Ha olvidado Dios ser clemente? ¿Ya no será más favorable? Sí, incluso “si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo”; y cuando todas las cosas se derritan, esta única roca eterna permanecerá; por tanto, “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Estamos tocando una bendita cuerda. Si tuviéramos tiempo, tocaríamos en ella, y evocaríamos tales armonías que harían que los ángeles quisieran unirse a nosotros en el coro.

 

VIII.   La siguiente cuerda despertará un eco de respuesta en sus corazones y es EL PODER DE DIOS. “Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones”. Esta cuerda nos proporciona una profunda música de bajo, y requiere de una mano pesada para arrancarle alguna melodía. ¡Qué portentos de poder ha obrado Dios en favor de Su pueblo desde los días de Egipto, cuando arrojó al Mar Rojo al caballo y su jinete, hasta ahora! ¡Cuán fuerte es Su brazo para defender a Su pueblo! En estos días algunos de nosotros hemos sido conducidos a mirar ese poder, pues toda otra ayuda ha fallado. Ustedes saben cómo era en la Edad Media: parecía como si las tinieblas del papado no se desvanecerían nunca; pero ¡cuán pronto se desvanecieron cuando Dios llamó a Sus hombres a dar testimonio de Su Hijo! ¡Cuánta razón tenemos para regocijarnos porque “esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones”! Ellos pensaron que podrían quemar fácilmente a los herejes, y poner un fin a este Evangelio suyo; pero no pudieron hacerlo. Y hoy hay una oscura conspiración para erradicar a la fe evangélica. Primero, de parte de algunos que siguen a sus supersticiones, plantan el crucifijo para ocultar a la cruz, y dirigen a los hombres a los sacramentos en vez de dirigirlos al Salvador. Y luego, peor aún, están aquellos que minan nuestra fe en la Santa Escritura, que arrancan del Libro este capítulo y aquel otro, que niegan esta gran verdad y aquella otra, y tratan de poner las invenciones del hombre en el lugar que debería ser ocupado por la verdad de Dios. Pero el Señor vive: el brazo de Jehová no se ha acortado. Pueden estar seguros de que antes de que pasen muchos años Él se hará cargo de la contienda de Su pacto, y pondrá de nuevo al frente al viejo estandarte. Todavía nos regocijaremos al oír que el Evangelio es predicado en los términos más sencillos, acentuado por el Espíritu Santo mismo en los corazones de Su pueblo. Toquemos esta cuerda de nuevo. El Dios Todopoderoso no está muerto. “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír”.

 

IX.   La siguiente cuerda no es del gusto de algunos amigos; por lo menos no dicen mucho acerca de ella: es LA SOBERANÍA DIVINA. Escúchenla. Ustedes saben cómo Dios la pronuncia en tono fulminante. “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca”. La voluntad de Dios es suprema. Sin importar lo que pudieran ser las voluntades de los hombres, Dios no será destronado, ni Su cetro será hecho temblar en Sus manos; después de todos los actos rebeldes de los hombres y los demonios, Él será eterno y supremo, con Su reino gobernando sobre todo. Y así la virgen canta: “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos”. ¿Quién podría decir las maravillas de Su gracia soberana? ¿Acaso no fue extraño que te hubiera elegido jamás?

 

¿Qué había en ti que pudiera ameritar estima,

O que pudiera deleitar al Creador?

‘Sí, Padre’, has de cantar siempre,

‘Porque así te agradó’”.

 

¿No es extraño que el Señor no tomara a los reyes y poderosos, sino que dispusiera que se les predique a los pobres el Evangelio? Dios es Rey de reyes, y Señor de señores; y Él actúa como un rey. “Él no da cuenta de ninguna de sus razones”. Pero nos deja ver muy claramente que no siente ningún respeto por la grandeza y la imaginaria bondad del hombre. Él hace lo que le agrada y le agrada dar Su misericordia a los que le temen y a los que se inclinan ante Él. Dispensa Sus favores a quienes tiemblan en Su presencia, a quienes vienen humildemente a Sus pies y reciben Su misericordia como un don gratuito; a quienes miran a Su amado Hijo porque no tienen ninguna otra cosa que mirar, y, como pobres y culpables gusanos, encuentran en Cristo su vida, su sabiduría, su justicia y su todo. ¡Oh, el esplendor de este grandioso Rey!

 

X.   La décima cuerda es LA FIDELIDAD DE DIOS. “Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre”. Dios recuerda lo que ha dicho. Tomen esas tres palabras: “la cual habló”. Todo lo que diga, aunque hubiera sido hace mil años, permanece firme por los siglos de los siglos.

 

Amados, ¿está alguno de ustedes en problemas? Que escudriñe las Escrituras hasta encontrar alguna promesa que se adapte a su caso, y cuando la tenga, no debe decir: “yo espero que esto sea verdad”. Eso es un insulto para su Dios. Debe creerla y debe creerla íntegramente. Debe hacer lo mismo que he visto que hacen los muchachos en una alberca pública: debe zambullirse e ir directo al torrente de la misericordia de Dios; debe hundirse lo más profundo que pueda; no hay forma de ahogarse allí. Esas son “aguas para nadar en ellas”; y entre más te sumerjas en ese bendito torrente cristalino de la misericordia prometida, será mejor. Saldrás de allí como salen las ovejas del lavadero; te sentirás refrescado más allá de toda medida al haberte arrojado sobre Dios. Cuando fallen las promesas de Dios, que nos lo hagan saber; pues algunos de nosotros hemos vivido tanto tiempo dependiendo de esas promesas que no nos interesa depender de ninguna otra cosa, y si se pudiera demostrar que son falsas, preferimos renunciar a la vida por completo. Pero nos deleita saber que son absolutamente ciertas: lo que les dijo a nuestros padres sigue siendo válido para sus hijos, y será válido hasta el final de los tiempos, y para toda la eternidad.

 

Si alguno de ustedes no ha sido capaz de tocar ni siquiera una sola de estas cuerdas, yo le pediría que se ponga de rodillas, y clame a Dios, y diga: “¿Por qué razón no puedo engrandecerte, oh Dios?” No me sorprendería si descubrieran que la razón sea que ustedes mismos son demasiado grandes. Quien se engrandece a sí mismo nunca engrandece a Dios. Empequeñécete y engrandece a tu Dios. Abate al yo hasta las más hondas profundidades, y enaltece más y más tus pensamientos acerca de Dios.

 

Pobre pecador, tú que todavía no te has asido de Dios, hay una dulce música incluso para ti en el cántico de la virgen. Talvez estés diciendo: “yo no soy nada sino un manojo de pecado y un montón de miseria”. Muy bien, deja el manojo de pecado y el montón de miseria y deja que Cristo sea tu todo en todo. Entrégate a Cristo. Él es un Salvador; deja que cumpla con Su oficio. Si un hombre se promueve como un abogado, y yo tengo un caso en la corte, no pensaría en darle el caso, para luego, posteriormente, presentarme en la corte y comenzar a intervenir yo mismo en el caso. Si lo hiciera, él diría: “debo abandonar tu caso si sigues interviniendo”. Algunas veces podría venirte la idea a la mente que tú puedes hacer algo para salvarte, y tener alguna participación en la gloria de tu salvación. Si no te deshaces de esa idea, estarás perdido. Entrégate a Cristo, y deja que Él te salve; y luego Él producirá en ti así el querer como el hacer por Su buena voluntad, mientras que tú harás melodía en tu corazón para el Señor, y de esta arpa de diez cuerdas provendrá una melodía tan deleitable que muchos la escucharán muy arrobados y acudirán a tu Señor y tomarán clases de esta música celestial.

 

¡Que el Señor los bendiga, amados, y los despida felices en Él!

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Lucas 1: 39-80.

 

Notas del traductor:

 

(1) En el sermón en inglés el pastor Spurgeon lo expresa así:

 

“They wondered; Mary pondered. It is only the change of a letter”; etc. Sólo se trata de un cambio de letra, es decir la w por la p. Eso es intraducible al español porque tendría que haber un verbo de la categoría de asombrar que se distinguiera por una sola letra de otro verbo de la categoría de ponderar o meditar.   

 

Decacordio:

Diccionario bíblico: Decacordio

(Heb. Nêbel âÑôr [o ambas palabras separadas], "diez cuerdas").
 
Instrumento de cuerdas con un gran cuerpo o caja en forma de media pera y un mástil largo.  Se lo tocaba por medio de la pulsión de sus cuerdas.  Los decacordios existieron en el mundo desde tiempos remotos, como lo revelan las pinturas, los relieves y los instrumentos encontrados en las tumbas. 
Pero no se sabe a ciencia cierta si éste sería el instrumento mencionado en la Biblia.
 
En 2 pasajes (Sal. 33:2; 144:9) el heb. Nêbel, "arpa",* está modificado por âÑôr, "diez", por lo que entonces la frase se traduce "arpa de diez cuerdas"(BJ) o "decacordio" (RVR).  En Sal. 92:3 sólo aparece âÑôr como el nombre del instrumento musical y ambas versiones la vierten como en los pasajes anteriores.  Se ha sugerido que esta "arpa de diez cuerdas" o "decacordio" puede ser la cítara,* que conocían los fenicios, vecinos de Israel.  Dos cítaras de 10 cuerdas, tocadas por 2 mujeres, están grabadas en un joyero de marfil encontrado en Nimrûd.  También una extraña carta ilustrada atribuida a Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, muestra una cítara fenicia de 10 cuerdas bajo el título de Psalterium decachordum 310, a la que se añadió la explicación: "Tiene diez cuerdas, como está escrito: Te alabaré con el salterio* de diez cuerdas".
 
Bib.: Curt Sachs, The History of Musical Instruments [La historia de los instrumentos musicales] (Nueva York, 1940), p 118.
 
Cítara fenicia de 10 cuerdas (de acuerdo con Jerónimo).




Traductor: Allan Román

29/Septiembre/2011

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