El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Un Arpa de Diez
Cuerdas
NO.
2219
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL 30 DE AGOSTO DE
1891.
“Entonces
María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi
Salvador”. Lucas 1: 46, 47.
Es evidente que María no
estaba empezando algo nuevo, pues ella habla usando el tiempo presente, y en un
tiempo que pareciera haber sido un presente durante un extenso lapso:
“Engrandece mi alma al Señor”. Desde que recibió las maravillosas nuevas de la
elección que Dios hizo de ella para su excelsa posición, comenzó a engrandecer
al Señor; y una vez que un alma tiene un profundo sentido de la misericordia de
Dios y comienza a engrandecerle, no cesa de hacerlo. Es algo que crece por lo
que lo alimenta: entre más engrandeces a Dios, más puedes engrandecerlo. Entre
más alto te posiciones, ves mejor; tu visión de Dios es incrementada en alcance;
y si bien le alababas un poco cuando estabas al pie del monte, entre más te
aproximas a la cima de Su bondad suma, cantas con más fuerza y tu alma
engrandece al Señor más plena y exultantemente.
“Engrandece mi alma al
Señor”. ¿Qué significa eso? El significado usual de la palabra “engrandecer”
es: agrandar, o hacer que algo parezca grande. Cuando usamos el microscopio,
decimos que magnifica al objeto un x número de veces. El insecto sigue siendo la
misma cosa pequeña y diminuta, pero es aumentado para que podamos percibirlo.
La palabra es muy apropiada en este contexto. No podemos hacer que Dios sea más
grande de lo que es. Tampoco podemos tener ninguna concepción de Su grandeza
real. Él está infinitamente por encima de nuestros más altos pensamientos.
Cuando meditamos en Sus atributos:
“El supremo esfuerzo de la imaginación
Se extingue en asombro”.
Pero nosotros lo
engrandecemos teniendo concepciones más elevadas, más grandes y más verdaderas
con respecto a Él, dando a conocer Sus poderosos actos y exaltando Su glorioso
nombre, de tal manera que otros, también, puedan exaltarlo en sus pensamientos.
Eso es lo que María hacía: ella era una mujer que en los años siguientes solía
entregarse a la meditación. Quienes oyeron lo que decían los pastores en cuanto
al santo niño Jesús, se maravillaban; pero “María guardaba todas estas cosas,
meditándolas en su corazón”. Ellos se maravillaban y María meditaba. Son dos
verbos que marcan una gran diferencia en cuanto a la actitud del alma, un
cambio que va de un vago destello de interés a una profunda atención de corazón
(1). Ella ponderaba; ella sopesaba el asunto; le daba vueltas en su mente;
reflexionaba al respecto; estimaba su valía y resultado. Era ella como aquella
otra María, una mujer meditativa que podía aguardar quietamente a los pies de
su Señor para oír las agraciadas palabras y sorberlas con una fe anhelante.
Estar a solas de esa
manera y engrandecer al Señor en sus propios corazones no es ninguna ocupación ociosa;
hacerlo a Él grandioso para sus mentes, para sus afectos; hacerlo a Él
grandioso en su memoria y grandioso en sus expectativas. Ese es uno de los más
grandiosos ejercicios de la naturaleza renovada. En un momento así no necesitas
pensar en los asuntos profundos de
Pero, al engrandecer al
Señor, María no tenía meramente la intención de enaltecerlo en sus propios
pensamientos; siendo una verdadera poetisa, se proponía magnificar al Señor con
sus palabras. No, debo rectificar lo dicho; no se proponía hacerlo; lo había estado haciendo todo el tiempo, lo
estaba haciendo cuando llegó, jadeante y sin aliento, a la casa de su prima Elisabet.
Ella dijo: “Engrandece mi alma al Señor. Estoy ahora en una condición tan
favorecida que no puedo abrir mi boca para hablarte, Elisabet, sin hablar de mi
Señor. Mi alma pareciera ahora llena de pensamientos acerca de Él. Debo hablar,
antes que nada, acerca de Él, y decir
las cosas de Su gracia y Su poder que pudieran ayudarte aun a ti, mi buena
hermana mayor, a concebir pensamientos de Dios aún más grandes de los que hayas
pensado jamás. Engrandece mi alma al Señor”.
Debemos recordar el
hecho de que María fue altamente distinguida y honrada. Ninguna otra mujer fue
bendecida jamás como ella lo fue; tal vez ninguna otra habría podido sobrellevar
el honor que fue puesto sobre ella: ser la madre de la naturaleza humana de
nuestro Salvador. Era el honor más excelso posible que pudiera ser brindado a mortal
alguno, y el Señor sabía dónde encontrar a una mujer candorosa y humilde a
quien pudiera confiársele un tal don en el tiempo señalado, y, con todo, que no
buscara hurtarle Su gloria. Ella no es altiva; no, pero un corazón falso le
roba los ingresos a Dios, y compra con ellos la copa intoxicante de la
autocongratulación. Entre más da Dios a un corazón verdadero, ese corazón le da
más a Él. Como la barca de Pedro que entre más cargada de peces se encontraba más
se hundía en las aguas, los verdaderos hijos de Dios se hunden en su propia
estima en la proporción en que son honrados por su Señor. Cuando Dios nos otorga
los dones conjuntamente con Su gracia, no nos ensoberbecen: nos edifican. Una modesta
y humilde opinión de nosotros mismos se suma a una mayor estimación de Él.
Entre más te da Dios, más lo magnificas a Él y no a ti mismo. Ésta debe ser tu
regla: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. Sé tú menos y menos.
Sé tú la humilde sierva del Señor, y con todo, osada y confiada en tu alabanza
de Aquel que ha hecho grandes cosas por ti. A partir de ahora y por siempre,
ésta ha de ser la descripción de tu vida: “Engrandece mi alma al Señor; no
tengo otra cosa que hacer excepto engrandecerlo a Él, y regocijarme en Dios mi
Salvador”.
Si intentara predicar
sobre cada una de las partes del cántico de María podría emplear toda una
semana benéficamente; pero con un propósito enteramente diferente a la vista,
voy a presentarlo como un todo. Al poner ante ustedes este ‘decacordio’,
voy a pedirles, sólo por un par de minutos, que pongan sus dedos sobre cada una
de sus cuerdas conforme sean indicadas, y procuren despertar alguna melodía
para alabanza del grandioso Rey, alguna armonía en Su honor; procuren, en esta
buena hora, engrandecer al Señor y regocijarse en Dios su Salvador.
Lutero solía decir que
la gloria de
En uno de los festivales
del orfanato, expresé ante nuestros muchos amigos que se encontraban reunidos,
varias razones por las que todo el mundo debería contribuir al sostenimiento de
los niños; en verdad, dije, nadie debería salir del lugar sin donar algo. Me
sorprendió un hermano que no tenía nada de dinero pero que me trajo su reloj y
su cadena. “Oh” –le dije- “no me des eso; esos objetos se venden por muy poco
dinero comparado con su valor real”; pero él insistió en que me quedara con
ellos, y me dijo: “Los voy a redimir mañana, pero no puedo irme sin dar algo
ahora”. Cuán contento estaría si cada hijo de Dios aquí presente fuera
igualmente devoto en la adoración, y dijera: “yo voy a ofrecer a Dios alguna
alabanza en este servicio: voy a extraer música de algunas de esas cuerdas; tal
vez la extraiga de todas ellas. ¡Voy a esforzarme con todo mi corazón para
decir, en algún punto del sermón, y siguiendo algún punto de vista, ‘Engrandece
mi alma al Señor’!” ¿Acaso te oigo susurrar: “Mi alma está muy apesadumbrada”? Anímala,
entonces, alabando al Señor; comienza un Salmo, incluso si al principio la
melodía tuviere que estar en un tono menor; pronto el acorde cambiará, y el
“Miserere” se convertirá en un “Coro de Aleluya”.
I. La
primera cuerda que María pareciera tocar, y que yo confío que nosotros también
podamos alcanzar con la mano de la fe, es la del GRAN GOZO QUE HAY EN EL SEÑOR.
“Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.
Bendigamos a Dios porque la nuestra no es una religión lóbrega. No sé de ningún
mandamiento en ninguna parte en
“Muchos días han pasado desde entonces;
¡Muchos cambios he visto!”
He ido a muchísimos
pozos a sacar agua, pero una vez que la hube sacado y probado, resultó ser
salobre como las aguas de Mara; pero siempre que me he acercado a este pozo
–“mi Dios, mi Salvador”- nunca he sacado una sola gota que no fuera dulce y
refrescante. Aquel que verdaderamente conoce a Dios tiene que alegrarse en Él;
habitar en Su casa es seguir alabándolo; sí, podemos exultarnos en Él a lo
largo de todo el día. Una palabra muy notable es la que se encuentra en boca de
David: “el Dios de mi alegría y de mi gozo”. Otras cosas pueden proporcionarnos
placer; podemos ser felices con los dones de Dios, y con Sus criaturas, pero
Dios mismo, el manantial de todos nuestros gozos, es más grande que todos
ellos. Por tanto, “Deléitate asimismo en Jehová”. Ese es el mandamiento; ¿y no
es acaso un mandamiento encantador? Que nadie diga que la fe del cristiano no
debe ser exultante; debe ser un deleite; y Dios desea que nos regocijemos en Él,
tan grandemente, que al mandamiento le agrega una
promesa, “Y él te concederá las peticiones de tu corazón”. ¡Qué religión es la
nuestra, en la que el deleite se convierte en un deber, y en la que ser felices
es ser obedientes a un mandamiento! Las religiones paganas no sólo exigen
abnegaciones de un tipo apropiado, sino también torturas que los hombres
inventan para acostumbrarse a la desventura; pero en nuestra santa fe, si nos
mantenemos cerca de Cristo, aunque es cierto que cargamos con la cruz, también
es cierto que la cruz deja de ser una tortura; de hecho, sucede con frecuencia
que ella carga con nosotros a la vez que nosotros cargamos con ella; en el
servicio de nuestro Señor descubrimos que “su yugo es fácil, y ligera su
carga”, y es extraño decirlo, pero Su carga nos da descanso y Su yugo nos da
libertad. Nunca hemos recibido nada de nuestro Señor que no haya tendido
finalmente a nuestro gozo. Incluso cuando Su vara nos ha llevado a dolernos, Él
ha tenido el propósito de que obre para nuestro bien, y así lo ha hecho.
Alábenlo, entonces, por tal bondad.
La nuestra es una
religión de santo gozo, especialmente en relación a nuestro Salvador. Entre más
comprendemos esa gloriosa palabra: “Salvador”, más dispuestos estamos a danzar
con deleite. “Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Las nuevas de gran gozo nos han llegado, y conforme
nosotros, por Su gracia, las hemos creído, Él nos ha salvado del pecado y de la
muerte y del infierno. Él no ha prometido simplemente hacerlo algún día, sino
que lo ha hecho y hemos sido salvados. Es más, muchos de nosotros hemos entrado
en el reposo por la fe en Él; la salvación es para nosotros una experiencia
presente en esta hora, aunque esperamos todavía que su plenitud sea revelada en
el mundo venidero.
¡Oh, vamos,
regocijémonos en nuestro Salvador! Démosle gracias porque tenemos tantas cosas
por las cuales darle gracias. Alabémosle porque hay tantas cosas de las que
podemos regocijarnos; es más, tantas cosas de las que tenemos que regocijarnos.
Adoremos Su amado nombre porque ha arreglado de tal manera el plan íntegro de
la salvación, que está calculado para traernos el cielo mientras estemos aquí,
y en el más allá, para llevarnos al cielo a quienes estamos aquí. Entonces
alzamos nuestros corazones por el gran gozo que está reservado para nosotros en
Dios. Esa es la primera cuerda: tóquenla ahora; piensen en todo el gozo que han
tenido en Dios; alábenlo por todo el santo júbilo que les ha dado en Su casa; por
la bienaventuranza de la comunión con Él a Su mesa; por los deleites del
compañerismo con Él en secreto. Cántenle a Él con un corazón agradecido,
diciendo: “Engrandece mi alma al Señor”.
II. La
segunda cuerda sobre la que quisiéramos poner nuestros dedos es
Yo desearía poder cantar
en vez de hablarles a ustedes acerca de Aquel que estaba con el Padre antes que
comenzaran todos los mundos, cuyos deleites, aun entonces, estaban con los
hijos de los hombres ante la perspectiva de su creación. Desearía poder
contarles la maravillosa historia de cómo entró en pacto con Dios a favor de Su
pueblo, y se comprometió a pagar las deudas de aquellos que Su Padre le dio.
Asumió recoger en un rebaño a todas las ovejas que Él mismo se comprometió a
comprar con Su sangre preciosa; se comprometió a traerlas de regreso de todos
sus descarríos, y a guardarlas en las cimas de las Montañas Deleitables a los
pies de Su Padre. Juró hacer eso; y se ha dedicado a Su tarea con un celo que
lo cubre como un abrigo, y logrará el propósito divino antes de que entregue el
reino al Dios y Padre. “No se cansará ni desmayará”. Es nuestro deleite oír que
este Hijo de Dios, este Hijo de María, este asombroso Ser en Su compleja naturaleza
como nuestro Mediador, sea engrandecido y exaltado, y sea puesto muy en alto.
¿No han sentido algunas veces que si el ministro predicara más acerca de Jesucristo,
a ustedes les alegraría oírlo? Yo espero que esa sea su inclinación; con todo,
me temo que hablamos mucho acerca de muchas otras cosas en vez de hablar acerca
de nuestro Señor. Vamos, quiero oír hablar de Él; cántenme o háblenme de Jesús,
cuyo nombre es miel en la boca, y música en el oído y el cielo en el corazón.
¡Oh, ha de haber más alabanza a Su santo nombre! Sí, algunos de nosotros
podemos tocar esta cuerda, y decir con María: “Engrandece mi alma al Señor; y
mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.
III. La
tercera cuerda tiene una música más delicada y más dulce y se puede adecuar
mejor a nosotros que los temas más sublimes que ya hemos tocado. Cantemos y
magnifiquemos
Si Cristo quería un
pueblo, ¿por qué no eligió a los reyes, y a los príncipes y nobles de la
tierra? En vez de eso, toma a los pobres, y los hace conocer las maravillas de
Su amor moribundo; y en vez de seleccionar a los hombres más sabios en el
mundo, toma a los más necios, y los instruye en las cosas del reino.
“Los portentos de la gracia le pertenecen a Dios;
Repite Sus misericordias en tu canto”.
Todos los que hemos sido
salvados por la gracia debemos entonar una nota todavía más tierna, pues
estábamos llenos de pecado además de ser insignificantes. Nos descarriamos como
ovejas perdidas; por tanto, engrandecemos al Señor, quien nos compró, y nos
buscó y nos llevó de regreso a Su redil. Podría ser doloroso recordar lo que
una vez éramos, pero es bueno algunas veces regresar en nuestros pensamientos
al tiempo pasado cuando vivíamos en pecado, para que podamos apreciar mejor el
favor del cual hemos sido hechos partícipes. Cuando el apóstol Pablo escribió
un catálogo de aquellos que no heredarían el reino de Dios, añadió: “Y esto
erais algunos; mas ya habéis sido lavados”. ¡Oh, bendigamos el nombre del
Señor, y engrandezcámoslo por esto! ¿Quién más podría habernos limpiado de
nuestro pecado, o en qué otra fuente, salvo en esa fuente abierta a la casa de
David, habríamos podido sumergirnos para librarnos de nuestra terrible
contaminación? Él se inclina muy bajo, pues algunos de los elegidos de Dios
fueron una vez las heces de todas las cosas; y aun cuando fueron convertidos,
muchos de ellos siguieron siéndolo en la estimación del mundo, que escarnece a
los humildes cristianos. Si los que profesan ser seguidores de Cristo se reúnen
en algún edificio bonito, y adoran a Dios con música grandiosa y con un ritual bellísimo,
entonces la gente del mundo los tolera y pueden ir tan lejos como auspiciarlos,
aunque, aun entonces, su respeto es inspirado principalmente, no por la gente,
sino por el edificio, por la bonita música y los carruajes. Los carruajes son
especialmente importantes, pues sin un determinado número de ellos a las
puertas, se considera imposible tener una apropiada ostentación del
cristianismo cultivado. Pero entre más se aferra al Señor el pueblo de Dios, menos
probable es que sean estimados por el juicio vulgar de hombres profanos. Sin
embargo, ¡el Señor ha elegido a ésos; bendito sea Su nombre! Es un portento
grande para mí que el Señor haya elegido a algunos de ustedes; pero es un
portento mucho mayor que me haya elegido a mí jamás. Yo puedo entender, de alguna
manera, Su amor por ustedes, cuando miro los agraciados puntos en su carácter,
aunque estoy completamente consciente de que son obrados únicamente por gracia;
pero no puedo entender el amor que me ha mostrado a mí, que soy el más
insignificante de todos los santos. “¡Oh!”, -dices tú- “eso es lo que iba a
decir respecto a mí mismo”. Sí, yo sé. Estoy tratando de ponerlo en sus bocas
para que todos nos podamos unir en gratitud adoradora. Es un milagro de
misericordia que Él haya amado a cualquiera de nosotros, o que se haya
inclinado en Su gracia para levantar del muladar a tales mendigos como nosotros,
para ponernos entre los príncipes a Su diestra.
“¿Por qué fui conducido a oír Tu voz,
Y a entrar cuando todavía había lugar;
Cuando miles hacen una desventurada elección,
Y prefieren morir de hambre antes que comer?”
IV. La
siguiente cuerda, sin embargo, es
Piensen, hermanos, que
ustedes estaban ciegos; Él los ha hecho ver. Ustedes estaban inválidos; Él los
ha hecho saltar. Peor todavía que eso: ustedes estaban muertos, pero Él los ha hecho
vivir. Estaban en prisión, pero Él los ha liberado. Algunos de nosotros
estábamos en el calabozo, con nuestros pies atados al cepo. ¿Acaso no puedo
recordar bien cuando yo yacía en esa prisión interior, y gemía y me lamentaba
sin que hubiese ninguna voz que me consolara, o incluso sin un rayo de luz que
me animara en la oscuridad? Y ahora que Él me ha sacado, ¿acaso olvidaré dar
mis más profundas gracias? Es más, voy a cantar un cántico de liberación para
que otros lo oigan, y teman y se vuelvan al Señor. Pero eso no es todo. No sólo
nos ha sacado de la prisión, sino que nos ha subido al trono; ustedes y yo
podríamos entrar y salir del cielo esta noche, si Dios nos llamara allí, y cada
uno de los ángeles nos trataría con respeto. Si entráramos en la tierra de
gloria, aunque hubiéremos provenido del hogar más pobre en Londres,
descubriríamos que los ángeles más excelsos son sólo siervos ministradores para
el pueblo elegido de Dios. ¡Oh, Él ha hecho maravillas por nosotros!
No procuro tanto
predicar como despertar la memoria suya, para que puedan pensar en la bondad de
la gracia del Señor y decir: “¡Oh, sí, así es, y engrandece mi alma al Señor!” Ni
una sola de las maravillas de la gracia divina ha sido obrada para nosotros sin
que hubiese una profunda necesidad para su manifestación. Si la gracia más
ínfima, que hasta aquí hubiera podido escapar a su atención, les fuera
suprimida, ¿dónde estarían? Con frecuencia me encuentro con gente del pueblo de
Dios que solía ser dichosa y feliz, pero que ha caído en el desaliento, y que
habla ahora acerca de las misericordias del amor del pacto de Dios de tal manera
que me hace sonrojar. Dice: “yo pensé que tuve una vez esa bendición, amigo, y
me temo que no la poseo ahora, aunque no hay nada que pudiera desear más. ¡Oh,
qué precioso sería ser capaz de acceder a Dios en la oración! Daría mis ojos
por ser capaz de saber que realmente soy un hijo de Dios”. Con todo, quienes
tenemos esas bendiciones las valoramos a medias; es más, hermanos, no las
valoramos ni la milésima parte de lo que deberíamos valorarlas. Nuestro cántico
constante debería ser: “Bendito el Señor; cada día nos colma de beneficios el
Dios de nuestra salvación”. En vez de eso, a menudo recibimos, irreflexiva e
ingratamente, los dones de Su mano. Cuando un hombre está en el mar puede tener
mucha agua sobre su cabeza y no la siente; pero cuando sale del agua, si pones
entonces una pequeña cubeta de agua sobre su cabeza, se convierte en un gran
peso al llevarla. Así algunos de ustedes están nadando en la misericordia de
Dios, se están sumergiendo en ella, y no reconocen el peso de la gloria que
Dios les ha otorgado; pero si salieran una vez de este océano de dicha, y
cayeran en un estado de tristeza de corazón, comenzarían a apreciar el peso de
cualquiera de las misericordias que ahora no parecieran ser de mucha
consecuencia, o que no exigen su gratitud. Sin esperar a perder el sentido de
la gracia de Dios para conocer su valor, bendigamos a Aquel que ha hecho cosas
inconcebiblemente grandes para nosotros, y digamos: “Engrandece mi alma al
Señor”.
V. La
quinta cuerda que me gustaría tocar es
VI. La
sexta cuerda debería ser dulce en todos los sentidos. María toca enseguida la
cuerda de
“Su misericordia permanecerá siendo
Siempre fiel, siempre segura”.
¡Misericordia! Pecador,
esta es la campana de plata para ti: por la misericordia de Jehová no hemos
sido consumidos, porque nunca decayeron Sus misericordias. Escuchen esa música
celestial que los llama al arrepentimiento y a la vida. Dios se deleita en la
misericordia. Él espera para ser clemente. ¡Misericordia! Santo, esta es la
campana de oro para ti, pues tú todavía necesitas misericordia. Estando con tu
pie sobre el umbral de jaspe del Paraíso, con la puerta de perla justo frente
ti, todavía necesitarás que la misericordia te ayude en el último paso; y
cuando entres en el coro de los redimidos, la misericordia será tu perpetua
canción. En el cielo cantarás las alabanzas del Dios de gracia, cuya
misericordia permanece para siempre.
¿Te lamentas por tus
propias rebeldías? Dios tendrá misericordia de ti, querido hijo, aunque tú te
hubieres descarriado desde que lo conociste. Regresa a Él en esta precisa hora.
Él quiere arrullarte de nuevo. Él quiere estrecharte contra Su pecho. ¿Acaso no
has sido restaurado con frecuencia, no te han sido quitadas tus iniquidades con
frecuencia en los años ya transcurridos? Si es así, toca en este momento esta
cuerda –el dedo de un niño puede extraerle música- tócala ahora. Dí: “Sí,
concerniente a la misericordia, misericordia para el primero de los pecadores, mi
alma en verdad engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.
VII. El
tiempo se nos acabaría si tratáramos de demorarnos algún rato en estos temas
asombrosos; así que pasamos a la siguiente cuerda, a la número siete,
VIII. La
siguiente cuerda despertará un eco de respuesta en sus corazones y es EL PODER
DE DIOS. “Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento
de sus corazones”. Esta cuerda nos proporciona una profunda música de bajo, y
requiere de una mano pesada para arrancarle alguna melodía. ¡Qué portentos de
poder ha obrado Dios en favor de Su pueblo desde los días de Egipto, cuando
arrojó al Mar Rojo al caballo y su jinete, hasta ahora! ¡Cuán fuerte es Su
brazo para defender a Su pueblo! En estos días algunos de nosotros hemos sido
conducidos a mirar ese poder, pues toda otra ayuda ha fallado. Ustedes saben
cómo era en
IX. La
siguiente cuerda no es del gusto de algunos amigos; por lo menos no dicen mucho
acerca de ella: es
“¿Qué había en ti que pudiera ameritar estima,
O que pudiera deleitar al Creador?
‘Sí, Padre’, has de cantar siempre,
‘Porque así te agradó’”.
¿No es extraño que el
Señor no tomara a los reyes y poderosos, sino que dispusiera que se les
predique a los pobres el Evangelio? Dios es Rey de reyes, y Señor de señores; y
Él actúa como un rey. “Él no da cuenta de ninguna de sus razones”. Pero nos deja
ver muy claramente que no siente ningún respeto por la grandeza y la imaginaria
bondad del hombre. Él hace lo que le agrada y le agrada dar Su misericordia a
los que le temen y a los que se inclinan ante Él. Dispensa
Sus favores a quienes tiemblan en Su presencia, a quienes vienen humildemente a
Sus pies y reciben Su misericordia como un don gratuito; a quienes miran a Su
amado Hijo porque no tienen ninguna otra cosa que mirar, y, como pobres y
culpables gusanos, encuentran en Cristo su vida, su sabiduría, su justicia y su
todo. ¡Oh, el esplendor de este grandioso Rey!
X. La
décima cuerda es
Amados, ¿está alguno de
ustedes en problemas? Que escudriñe las Escrituras hasta encontrar alguna
promesa que se adapte a su caso, y cuando la tenga, no debe decir: “yo espero
que esto sea verdad”. Eso es un insulto para su Dios. Debe creerla y debe
creerla íntegramente. Debe hacer lo mismo que he visto que hacen los muchachos
en una alberca pública: debe zambullirse e ir directo al torrente de la misericordia
de Dios; debe hundirse lo más profundo que pueda; no hay forma de ahogarse
allí. Esas son “aguas para nadar en ellas”; y entre más te sumerjas en ese
bendito torrente cristalino de la misericordia prometida, será mejor. Saldrás
de allí como salen las ovejas del lavadero; te sentirás refrescado más allá de
toda medida al haberte arrojado sobre Dios. Cuando fallen las promesas de Dios,
que nos lo hagan saber; pues algunos de nosotros hemos vivido tanto tiempo
dependiendo de esas promesas que no nos interesa depender de ninguna otra cosa,
y si se pudiera demostrar que son falsas, preferimos renunciar a la vida por
completo. Pero nos deleita saber que son absolutamente ciertas: lo que les dijo
a nuestros padres sigue siendo válido para sus hijos, y será válido hasta el
final de los tiempos, y para toda la eternidad.
Si alguno de ustedes no
ha sido capaz de tocar ni siquiera una sola de estas cuerdas, yo le pediría que
se ponga de rodillas, y clame a Dios, y diga: “¿Por qué razón no puedo
engrandecerte, oh Dios?” No me sorprendería si descubrieran que la razón sea
que ustedes mismos son demasiado grandes. Quien se engrandece a sí mismo nunca
engrandece a Dios. Empequeñécete y engrandece a tu Dios. Abate al yo hasta las
más hondas profundidades, y enaltece más y más tus pensamientos acerca de Dios.
Pobre pecador, tú que
todavía no te has asido de Dios, hay una dulce música incluso para ti en el
cántico de la virgen. Talvez estés diciendo: “yo no soy nada sino un manojo de
pecado y un montón de miseria”. Muy bien, deja el manojo de pecado y el montón
de miseria y deja que Cristo sea tu todo en todo. Entrégate a Cristo. Él es un
Salvador; deja que cumpla con Su oficio. Si un hombre se promueve como un
abogado, y yo tengo un caso en la corte, no pensaría en darle el caso, para
luego, posteriormente, presentarme en la corte y comenzar a intervenir yo mismo
en el caso. Si lo hiciera, él diría: “debo abandonar tu caso si sigues
interviniendo”. Algunas veces podría venirte la idea a la mente que tú puedes
hacer algo para salvarte, y tener alguna participación en la gloria de tu
salvación. Si no te deshaces de esa idea, estarás perdido. Entrégate a Cristo,
y deja que Él te salve; y luego Él producirá en ti así el querer como el hacer
por Su buena voluntad, mientras que tú harás melodía en tu corazón para el
Señor, y de esta arpa de diez cuerdas provendrá una melodía tan deleitable que
muchos la escucharán muy arrobados y acudirán a tu Señor y tomarán clases de
esta música celestial.
¡Que el Señor los
bendiga, amados, y los despida felices en Él!
Porción de
Notas del traductor:
(1) En el sermón en
inglés el pastor Spurgeon lo expresa así:
“They
wondered; Mary pondered. It
is only the change of a letter”; etc. Sólo se trata de un
cambio de letra, es decir la w por la p. Eso es intraducible al español porque
tendría que haber un verbo de la categoría de asombrar que se distinguiera por
una sola letra de otro verbo de la categoría de ponderar o meditar.
Decacordio:
(Heb. Nêbel âÑôr [o ambas palabras separadas], "diez cuerdas").
Instrumento de cuerdas con un gran cuerpo o caja en forma de media pera y un mástil largo. Se lo tocaba por medio de la pulsión de sus cuerdas. Los decacordios existieron en el mundo desde tiempos remotos, como lo revelan las pinturas, los relieves y los instrumentos encontrados en las tumbas.
Pero no se sabe a ciencia cierta si éste sería el instrumento mencionado en la Biblia.
En 2 pasajes (Sal. 33:2; 144:9) el heb. Nêbel, "arpa",* está modificado por âÑôr, "diez", por lo que entonces la frase se traduce "arpa de diez cuerdas"(BJ) o "decacordio" (RVR). En Sal. 92:3 sólo aparece âÑôr como el nombre del instrumento musical y ambas versiones la vierten como en los pasajes anteriores. Se ha sugerido que esta "arpa de diez cuerdas" o "decacordio" puede ser la cítara,* que conocían los fenicios, vecinos de Israel. Dos cítaras de 10 cuerdas, tocadas por 2 mujeres, están grabadas en un joyero de marfil encontrado en Nimrûd. También una extraña carta ilustrada atribuida a Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, muestra una cítara fenicia de 10 cuerdas bajo el título de Psalterium decachordum 310, a la que se añadió la explicación: "Tiene diez cuerdas, como está escrito: Te alabaré con el salterio* de diez cuerdas".
Bib.: Curt Sachs, The History of Musical Instruments [La historia de los instrumentos musicales] (Nueva York, 1940), p 118.
Cítara fenicia de 10 cuerdas (de acuerdo con Jerónimo).
Traductor: Allan Román
29/Septiembre/2011
www.spurgeon.com.mx