El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Revestidos de Cristo

NO. 2132

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 23 DE FEBRERO, 1890

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”. Romanos 13: 14.

 

“Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y nos os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias”. Romanos 13: 14. Biblia de Jerusalén.

 

Cristo tiene que estar en nosotros antes de que podamos ser vestidos de Él. La gracia pone a Cristo en nuestro interior y nos capacita para que nos revistamos de Cristo en nuestro exterior. Cristo tiene que estar por fe en el corazón antes de que pueda estar en la vida por la santidad. Si necesitas la luz de una linterna, el primer paso es encender la vela que está en su interior y luego, como resultado, la luz resplandece desde adentro para ser vista por los hombres. Cuando Cristo, la esperanza de gloria, es formado en ti, no ocultes tu amor por Él, sino vístete de Él en tu conducta como la gloria de tu esperanza. Así como tienes a Cristo como tu Salvador en tu interior, el secreto de tu vida interior, así revístete de Cristo para que sea la hermosura de tu vida diaria. Que lo externo sea iluminado por lo interno y eso constituirá para ti esas “armas de la luz” con las que todos los soldados del Señor Jesús tienen el privilegio de contar. Así como Cristo es tu alimento que nutre al hombre interior, así también póntelo como tu vestido que cubre al hombre exterior.

 

“Vestíos del Señor Jesucristo”. Esta es una expresión muy asombrosa. Es sumamente condescendiente de parte de nuestro Señor que permita una exhortación de tal naturaleza. Pablo expresa la mente del Espíritu Santo  y la palabra está llena de significado. ¡Oh, que recibamos la gracia de aprender su enseñanza! Está llena de una advertencia muy solemne para nosotros, pues necesitamos un revestimiento divinamente perfecto como ese. ¡Oh, que recibamos la gracia de practicar el mandamiento de revestirnos! No es que el apóstol diga: “Tomen al Señor Jesucristo, y llévenlo con ustedes”, sino más bien “Revestíos del Señor Jesucristo”, y así, pónganselo como el vestido de su vida. Un hombre toma su báculo para un viaje o su espada para una batalla, pero vuelve a guardarlos después de un tiempo; pero tú tienes que revestirte del Señor Jesús así como te pones tu vestido, y de esa manera Él ha de cubrirte y ha de convertirse en una parte imprescindible de tu porte, en algo que es parte de tu propia identidad, en un componente visible de tu personalidad manifiesta.

 

“Vestíos del Señor Jesucristo”. Hacemos eso cuando creemos en Él; entonces nos vestimos del Señor Jesucristo como nuestro manto de justicia. Ese es un cuadro muy hermoso de lo que hace la fe. Fe encuentra desnuda, para su propia vergüenza, a nuestra condición humana; fe ve que Cristo Jesús es el manto de justicia que es provisto para nuestra necesidad, y fe, al mandato del Evangelio, se apropia de Él y, haciéndolo, recibe el beneficio de Él. Por fe el alma cubre su debilidad con Su fortaleza, su pecado con Su expiación, su locura con Su sabiduría, su fracaso con Sus triunfos, su muerte con Su vida, sus descarríos con Su constancia. Por fe, digo yo, el alma se oculta dentro de Jesús hasta que sólo Jesús es visto y el hombre es visto en Él. No sólo tomamos Su justicia como siendo imputada a nosotros, sino que lo tomamos a Él mismo para que sea realmente nuestro, y así, Su justicia se vuelve nuestra de hecho. “Por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos”. Su justicia es asignada a nuestra cuenta y se vuelve nuestra porque Él es nuestro. Yo, aunque he sido largamente injusto en mí mismo, creo en el testimonio de Dios concerniente a Su Hijo Jesucristo, y soy tenido por justo, tal como está escrito, “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”. Las riquezas de Dios en Cristo Jesús se vuelven mías cuando tomo al Señor Jesucristo para que sea todo para mí.

 

Pero ustedes pueden ver que el texto claramente no se refiere a este grandioso asunto, pues el apóstol no se está refiriendo a la justicia imputada de Cristo. El texto está en conexión con preceptos relativos a asuntos de la vida cotidiana práctica, y a esos asuntos se ha de referir. No es la justificación, sino la santificación, la que tenemos aquí. Además, no se puede decir de nosotros que nos revestimos de la justicia imputada de Cristo después de haber creído, pues esa justicia nos reviste tan pronto como creemos, y no necesitamos vestirnos de ella de nuevo. El mandamiento que tenemos ante nosotros es dado a aquellos que tienen la justicia imputada de Cristo, que son justificados, que son aceptos en Cristo Jesús. “Vestíos del Señor Jesucristo” es una palabra para ustedes, los que son salvos por Cristo y son justificados por Su justicia. Ustedes han de revestirse de Cristo y han de seguir revistiéndose de Él en la santificación de sus vidas para su Dios. Ustedes han de vestir el carácter de su Señor continuamente, cada vez más y más,  como el vestido de sus vidas.

 

Voy a tratar este tema respondiendo unas cuantas preguntas. Primero, ¿Adónde iremos por nuestro vestido cotidiano? “Vestíos del Señor Jesucristo”. En segundo lugar, ¿Cuál es este vestido cotidiano? “Vestíos del Señor Jesucristo”. En tercer lugar, ¿cómo hemos de actuar frente al mal cuando estamos revestidos de esa manera? “Y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias”. Y luego voy a terminar con la consideración de la pregunta: ¿Por qué debemos apresurarnos a ponernos ese vestido sin igual? Pues “La noche está avanzada, y se acerca el día… vistámonos las armas de la luz”.

 

I.   Pedimos que el Espíritu Santo nos ayude mientras nosotros respondemos, en primer lugar, a la pregunta: ¿ADÓNDE IREMOS POR NUESTRO VESTIDO COTIDIANO? Amados, sólo hay una respuesta para todas las preguntas que tienen que ver con nuestras necesidades. Acudimos al Señor Jesucristo para todo. Para nosotros “Cristo es el todo”. “El cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención”. Habiendo ido a Cristo para el perdón y la justificación, no han de ir a ninguna otra parte para lo que sigue. Habiendo comenzado con Jesús, han de continuar con Él hasta el fin, pues “vosotros estáis completos en él”, perfectamente guardados en Cristo, plenamente equipados en Él. “Agradó al Padre que en él habitase toda plenitud”. Cualquier necesidad que pueda apremiarnos entre esta Mara en el desierto y aquel mar de vidrio delante del trono, será satisfecha en Cristo Jesús. Tú preguntas: ¿qué he de hacer para tener un vestido que sea adecuado para los atrios del Señor, una armadura que me proteja de los asaltos del enemigo y un manto que me permita actuar como un sacerdote y un rey para Dios? La única respuesta para la pregunta que mucho abarca es: “Vestíos del Señor Jesucristo”. No tienen necesidad de ninguna otra cosa. No necesitan mirar a ninguna otra parte en busca de un hilo o de un cordón de zapatos.

 

Entonces, queridos amigos, yo deduzco de esto que si buscamos un ejemplo, no debemos mirar a ninguna otra parte salvo a nuestro Señor Jesucristo. No está escrito: “Vestíos de este hombre o de aquel”, sino “Vestíos del Señor Jesucristo”. El modelo para un santo es su Salvador. Somos muy propensos a seleccionar a algún varón sobremanera agraciado o útil para que nos sirva de modelo. Algo bueno pudiera resultar de un tal plan de acción, pero pudiera derivarse también algún mal. El más excelente de nuestros prójimos mortales tendrá siempre alguna falla; y como nuestra tendencia es caricaturizar las virtudes hasta convertirlas en fallas, así es nuestra mayor locura confundir los errores como si fueran excelencias, y copiarlos con cuidadosa exactitud y generalmente con abundante exageración. Mediante este plan, aun con las mejores intenciones, podríamos obtener muy malos resultados. Sigue a Jesús en el camino, y no errarás; haz que tus pies pisen exactamente sobre Sus huellas, y no resbalarás. Según nos capacite Su gracia, convirtamos en una realidad el hecho de que “como él es, así somos nosotros en este mundo”. No necesitas buscar un ejemplo más allá de tu Señor bajo ninguna circunstancia. Puedes consultarlo a Él como a un oráculo infalible. No necesitas preguntar jamás cuál es la costumbre general de quienes te rodean; el camino espacioso de muchos no es un camino para ti. No debes preguntar: “¿qué están haciendo los gobernantes de este pueblo?” No sigues el uso de los grandes sino el ejemplo del más grande de todos. “Vestíos del Señor Jesucristo” es para cada uno de nosotros. Si soy un comerciante, no he de preguntarme: ¿sobre cuáles principios conducen sus negocios otros comerciantes? Para nada. Lo que haga el mundo no es ninguna regla para mí. Si soy un estudiante no he de inquirir: ¿qué sienten otras personas por la religión? Que otros hagan lo que quieran, pero a nosotros nos corresponde servir al Señor. En toda relación, en el círculo doméstico, en el mundo literario, en la esfera de la amistad o en las conexiones de negocios, he de “vestirme del Señor Jesucristo”. Si estoy perplejo, estoy obligado a preguntarme: ¿qué haría Jesús?, y Su ejemplo ha de guiarme. Si no puedo concebir que Él hubiera actuado de una cierta manera, yo tampoco debo permitirme hacer eso; pero si percibo, partiendo de Su precepto, de Su espíritu, o de Su acción que Él seguiría tal y tal curso, he de apegarme a esa línea. No he de vestirme del filósofo, ni del político, ni del sacerdote ni del cazador de popularidad, sino que he de vestirme del Señor Jesucristo, tomando Su vida para que sea el modelo sobre el cual he de moldear mi propia vida.

 

Yo deduzco también de nuestro texto que hemos de ir al Señor Jesús en busca de estímulo. No sólo necesitamos un ejemplo, sino un motivo, un impulso y un poder constrictor para mantenernos fieles a ese ejemplo. Necesitamos vestirnos de celo como de un abrigo, y ser cubiertos de una santa influencia que nos impulse a seguir adelante. Acudamos al Señor en busca de motivos. Algunos se apresuran a ir a Moisés, y quieren ser motivados a cumplir con su deber por los truenos del Sinaí. Su intención en el servicio es ganar la vida eterna, o evitar la pérdida del favor de Dios. Entonces se sujetan a la ley y abandonan el verdadero camino del creyente, que es la fe. No es por el temor del castigo o por la esperanza de un sueldo que los creyentes sirven al Dios viviente; nosotros nos revestimos de Cristo, y el amor de Cristo nos constriñe. He aquí el manantial de la verdadera santidad: “El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. Una fuerza más potente que la ley se ha apoderado de ti: sirves a Dios, no como un siervo cuyo único pensamiento es la paga, sino como un hijo que tiene la mirada puesta en el padre y en su amor. Tu motivo es gratitud hacia Aquel por cuya sangre preciosa has sido redimido. Él se ha vestido de tu causa, y, por tanto, tú quieres adoptar Su causa. Yo les ruego que no vayan a las escarpadas laderas del Sinaí para encontrar motivos para la santidad, sino apresúrense a ir al Calvario, y encuentren ahí esas dulces hierbas de amor que serán la medicina de su alma. “Vestíos del Señor Jesucristo”. Cubiertos con una conciencia de Su amor, y, a cambio, encendidos en amor por Él, serán fuertes para ser, para hacer o para sufrir lo que el Señor disponga.

 

¿Acaso necesito decirles que no deben encontrar nunca una razón para hacer lo bueno con un deseo de ganar la aprobación de sus semejantes? No digan: “Debo hacer esto o aquello para agradar a mis compañeros”. La vida que es sustentada por el aliento proveniente de las narices de otros hombres es una pobre vida. Los seguidores de Jesús no se ponen la librea de la costumbre ni tiemblan ante la censura humana. El amor al encomio y el miedo a la desaprobación son motivos ruines y mezquinos; influyen en el ánimo de muchas personas débiles, pero no deben gobernar al varón en Cristo. Tienes que ser motivado por una consideración mucho más excelsa: tú sirves al Señor Cristo, y, por tanto, no has de convertirte en un lacayo de los hombres. Su gloria ha de ser tu único objetivo y por el gozo de ello debes tratar todo lo demás como algo de poca importancia. He aquí nuestro estímulo: “El amor de Cristo nos constriñe”.  

 

Amados, el texto quiere decir algo más que eso. “Vestíos del Señor Jesucristo”; esto es, encuentra en Jesús tu fortaleza. Aunque eres salvo y has sido vivificado por el Espíritu Santo para ser un hijo viviente del Dios viviente, con todo, no tienes ninguna fuerza para cumplir con tu deber celestial, excepto la que recibas de lo alto. Acude a Jesús para tener poder. Te exhorto a que no digas nunca: “Voy a hacer lo bueno porque yo he resuelto hacerlo. Yo soy un hombre de una mente fuerte; estoy decidido a resistir este mal, y sé que no cederé. Estoy decidido, y no hay temor de que me desvíe”. Hermano, si confías en ti mismo de esa manera, pronto se comprobará que eres una caña frágil. El fracaso pisa los talones de la confianza en sí mismo. “Vestíos del Señor Jesucristo”.

 

Yo te exhorto a que no confíes en lo que hayas adquirido en el pasado. No digas en tu corazón: “yo soy un hombre de experiencia, y por tanto, puedo resistir una tentación que aplastaría a gente más joven e inexperta. He pasado ahora tantos años haciendo el bien persistentemente que puedo considerarme fuera de peligro. ¿Es probable que ande por el mal camino alguna vez?” ¡Oh, amigo, es más que probable! Ya es un hecho. En el instante en que un hombre declara que no puede caer, ya ha caído de la sobriedad y de la humildad. Te has engreído, hermano mío, o no hablarías de tu perfección interna; y cuando la cabeza se vuelve engreída, los pies son muy inseguros. El engreimiento interior es la madre del pecado descarado. Haz que Cristo sea tu fortaleza, y no tú mismo, ni tus logros o experiencias. “Vístete del Señor Jesucristo” día a día, y no pretendas que los andrajos de ayer sean la indumentaria del futuro. Obtén una gracia siempre renovada. Di con David: “Todas mis fuentes están en ti”. Obtén de Jesús todo tu poder para la santidad y para la utilidad, y obtenlo únicamente de Él. “Ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza”. No confíes en resoluciones, promesas, métodos y oraciones, sino apóyate únicamente en Jesús como la fortaleza de tu vida.

 

“Vestíos del Señor Jesucristo”. Esta es una maravillosa palabra para mí porque me indica que en el Señor Jesús tenemos perfección. En unos momentos voy a mostrarles algunas de las virtudes y de las gracias que resplandecen en el carácter de nuestro Señor Jesucristo. Estas pueden compararse con diferentes partes de nuestra armadura o vestido: el casco, los zapatos, el peto. Pero el texto no dice: “Vestíos de esta cualidad o virtud del Señor Cristo”, sino “Vestíos del Señor Jesucristo”. Él mismo, como un todo, ha de ser nuestro atavío. No se trata de esta excelencia o de aquella otra, sino de Él mismo. Él ha de ser para nosotros un sagrado sobretodo. No sé de qué otra manera hacer resaltar mi significado: Él ha de cubrirnos de la cabeza a los pies. No nos limitamos a copiar Su humildad, Su benignidad, Su amor, Su celo, Su entrega a la oración, sino a Él mismo. Esfuércense por entrar en tal comunión con el propio Jesús que Su carácter es reproducido en ustedes. Oh, ser revestidos por completo de Él: sentir, desear y actuar, como Él sintió, deseó y actuó. ¡Qué indumentaria para nuestra naturaleza espiritual es nuestro Señor Jesucristo! ¡Cuán honorable manto es para ser usado por un hombre! Vamos, en ese caso, nuestra vida estaría escondida en Cristo, y Él sería visto cubriéndonos en una vida vivificada por Su Espíritu, influida por Sus motivos, endulzada por Su simpatía, una vida dedicada al ejercicio de Sus designios y que sigue Sus pasos. Cuando leemos: “Vestíos del Señor Jesucristo”, quiere decir: ‘Reciban el carácter íntegro de Cristo, y que la totalidad del carácter de ustedes sea conformado a Su voluntad. Cubran todo su ser con la totalidad del Señor Jesucristo’. ¡Qué maravilloso precepto! ¡Oh, que recibamos la gracia para cumplirlo! Que el Señor convierta el mandamiento en un hecho real. Que seamos más y más como Jesús a lo largo del resto de nuestras vidas, para que sea cumplido el propósito de Dios por el cual fuimos “predestinados para que fuésemos hechos conformes a la imagen de su Hijo”.

 

Además, observen la especialidad que es apreciable en este vestido. Está especialmente adaptado para cada creyente individual. Pablo no le dice solamente a una persona: “Vístete del Señor Jesucristo”, sino a todos nosotros nos dice: “Vestíos vosotros del Señor Jesucristo”. ¿Pueden vestirse de Cristo todos los santos, ya sean bebés, jóvenes o padres? No todos ustedes podrían ponerse mi abrigo, estoy muy seguro de ello; y estoy igualmente convencido de que no podría ponerme los vestidos de muchos de los jóvenes presentes ahora; pero he aquí un vestido incomparable, que será encontrado apropiado para cada creyente, sin necesidad de expandirlo o contraerlo. Quienquiera que se vista del Señor Jesucristo se viste de un manto que será su gloria y su hermosura. El ejemplo de Jesús es siempre admirablemente apropiado para ser copiado. Supongan que un hijo de Dios fuera un rey; ¿qué mejor consejo podría darle cuando está a punto de gobernar a una nación, que este: “Vestíos del Señor Jesucristo”? Sé el rey que Jesús habría sido. Es más, copia Su regio carácter. Supón, por otro lado, que la persona que está ante nosotros fuera una pobre mujer proveniente de una casa de caridad; ¿le habré de decir lo mismo? Sí, y con igual propiedad, pues Jesús era muy pobre, y es un ejemplo sobremanera apropiado para aquellos que no tienen un hogar propio. ¡Oh obrero, vístete de Cristo, y llénate de celo! ¡Oh persona que sufres, vístete del Señor Jesucristo, y abunda en paciencia! Aquel amigo va a ir a la escuela dominical esta tarde. Bien, maestro, con el objeto de ganar a esos amados niños para el Salvador “vístete del Señor Jesucristo”, quien dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis”. Vestido con Su manto sagrado serás un buen maestro. ¿Eres tú un predicador y estás a punto de predicar a miles de adultos? ¿Cómo podría aconsejarte mejor que diciéndote que te revistas de Cristo y que prediques el Evangelio en Su propio estilo amoroso, suplicante y denodado? El modelo del predicador debe ser su Señor. Esta es nuestra toga de predicar, nuestra sobrepelliz de orar, nuestro manto pastoral: el carácter y el espíritu del Señor Jesús, que se adapta admirablemente a cada forma de servicio.

 

Ningún ejemplo humano se adaptará precisamente a su prójimo; pero en el carácter de Cristo hay esta extraña virtud: que todos ustedes pueden imitarlo, y, con todo, que ninguno de ustedes sería un simple imitador. Quien es perfectamente semejante a Cristo es perfectamente natural. No tiene que haber ninguna afectación, ninguna dolorosa restricción, ningún esfuerzo. En una vida moldeada así no habrá nada grotesco ni desproporcionado, nada impropio de un hombre ni nada romántico. Jesús, el Segundo Adán de la raza nacida de nuevo es tan maravilloso, que cada miembro de esa familia puede mostrar una semejanza con Él, y con todo, puede exhibir una clara individualidad. Un hombre avanzado en años y en sabiduría puede revestirse de Él, y lo mismo puede hacer quien es menos instruido y quien es un recién llegado entre nosotros. Por favor recuerden esto: podríamos no elegir ningún ejemplo, pero cada uno está obligado a copiar al Señor Jesucristo. Tú, querido amigo, tienes una personalidad especial; tú eres una persona tal que no hay otra exactamente igual a ti, y estás colocado en circunstancias tan peculiares que nadie más es probado exactamente como lo eres tú: a ti, entonces, te es enviada esta exhortación: “Vístete del Señor Jesucristo”. Es absolutamente cierto que, con tu singularidad personal y con tus circunstancias peculiares, para ti no puede haber nada mejor que te vistas con este manto más que regio. Tú, también, que vives en circunstancias ordinarias, y que eres probado únicamente por tentaciones comunes, tú has de “vestirte del Señor Jesucristo”; pues Él será conveniente para ti también. “¡Oh” –exclama uno- “pero el Señor Jesús no estuvo nunca exactamente donde yo estoy!” Dices eso por falta de mayor conocimiento o por falta de reflexión. Él fue tentado en todo según tu semejanza. Hay ciertas relaciones que el Señor Jesús no podría ocupar literalmente; pero, por otra parte, Él tomó su contraparte espiritual. Por ejemplo, Jesús no podía ser un esposo según la carne. ¿Acaso alguien reclama cómo podría ser Él un ejemplo para los esposos? ¡Presten atención! “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. Él es tu modelo en una relación que, naturalmente, Él nunca sostuvo, pero que, en verdad, ha cumplido con creces. Dondequiera que pudieras estar, encuentras que el Señor Jesús ha ocupado la contraparte de tu posición, de lo contrario la posición es pecaminosa, y debe ser abandonada. En cualquier lugar, en cualquier hora, bajo cualesquiera circunstancias, en cualquier asunto, puedes vestirte del Señor Jesucristo, y no temer nunca que tu atavío sea inapropiado. Aquí tienes un atuendo de verano y de invierno, bueno en la prosperidad así como también en la adversidad. Aquí tienes un vestido para el aposento privado o para el foro público, para la enfermedad o para la salud, para el honor o para el vituperio, para la vida o para la muerte. “Vestíos del Señor Jesucristo”, y con esta indumentaria de oro forjado puedes entrar al palacio del Rey, y estar entre los espíritus de los justos hechos perfectos.

 

II.   En segundo lugar, confiando en el Espíritu Santo, inquiramos: ¿CUÁL ES ESTE VESTIDO COTIDIANO? Hemos de vestirnos del Señor Jesucristo. ¡Que el Espíritu de Dios nos ayude a hacerlo!

 

Vemos cómo es descrito aquí el sagrado vestido con tres palabras. Los sagrados títulos del Hijo de Dios son desplegados en detalle: “Vestíos del Señor-Jesús-Cristo”. Vístete de Él como Señor. Llámalo tu amo y Señor, y harás bien. Has de ser Su siervo en todo. Somete cada facultad, cada capacidad, cada talento y cada posesión a Su gobierno. Somete a Él todo lo que tienes y todo lo que eres, y deléitate en reconocer Su derecho supremo y Su reclamo real sobre ti. Sé un hombre de Cristo; sé Su siervo encadenado a Su servicio para siempre, y encuentra allí vida y libertad. Que el dominio de tu Señor cubra el reino de tu naturaleza. Luego vístete de Jesús. Jesús quiere decir un Salvador: en cada parte sé cubierto por Él en esa bendita capacidad. Tú, un pecador, escóndete en Jesús, tu Salvador, quien te salvará de tus pecados. Él es tu santificador, que echa fuera el pecado, y tu preservador, que evita que el pecado regrese. Jesús es tu armadura contra el pecado. Tú vences por medio de Su sangre. Él es tu defensa de toda arma del enemigo. Él es tu escudo que te protege de todo mal. Él te cubre íntegramente como una armadura completa, de tal manera que cuando las flechas de la tentación vuelan como una lluvia de fuego, son apagadas sobre la cota de malla y permaneces incólume en medio de un aguacero de muertes. Vístete de Jesús, y vístete de Cristo. Tú sabes que Cristo significa: “ungido”. Ahora bien, nuestro Señor es ungido como Profeta, Sacerdote y Rey, y como tal nos vestimos de Él. ¡Qué cosa tan espléndida es vestirse de Cristo como el Profeta ungido, y aceptar Su enseñanza como nuestro credo! Yo lo creo. ¿Por qué? Porque Él lo dijo. Ese argumento basta para mí. A mí no me corresponde argüir, o dudar o criticar; el Cristo lo ha dicho, y yo, revistiéndome de Él, encuentro en Su autoridad el fin de toda contienda. Yo creo lo que Cristo declara; la discusión termina allí donde Cristo comienza. Vístete también de Él como tu Sacerdote. A pesar de tu pecado, de tu indignidad, de tu contaminación, acude al altar del Señor por Aquel que, como Sacerdote, ha quitado tu pecado, te ha vestido con Su mérito, y te ha hecho acepto para Dios. En nuestro grandioso Sumo Sacerdote entramos dentro del velo. Estamos en Él; por fe nos damos cuenta de eso, y así nos vestimos de Él como nuestro Sacerdote, y nos perdemos en Su aceptado sacrificio. Nuestro Señor Jesús es ungido también para ser Rey. ¡Oh, vístete de Él en toda Su majestad imperial, sometiendo cada uno de tus deseos y pensamientos a Su influencia! Entronízalo en tu corazón. Así como has sometido tu pensamiento y entendimiento a Su instrucción profética, somete tu acción y tu vida práctica a Su gobierno real. Así como te vistes de Su sacerdocio y encuentras en Él la expiación, así vístete de Su realeza y encuentra en Él la santidad.

 

Ahora deseo mostrar la descripción dada en Colosenses 3 a partir del versículo doce. Voy a llevarlos al guardarropa por unos instantes, y les voy a pedir que revisen los artículos de nuestro atuendo. Vean aquí, “Vestíos, pues”; pueden percibir que han de vestirse con todo; nada debe permanecer en los ganchos para ser roído por la polilla, ni nada debe permanecer en la ventana para ser objeto de miradas ociosas: vístete de toda la armadura de Dios. En la religión verdadera todo está diseñado para un uso práctico. No guardamos ningún vestido en el cajón; tenemos que ponernos todo lo que nos es provisto. “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad”. Aquí hay dos cosas selectas: misericordia y benignidad: ¡son, en verdad, mantos de seda! ¿Te los has puesto? Yo debo ser tan misericordioso, tan tierno de corazón, tan benigno, tan compasivo, tan amoroso para con mis semejantes como Cristo mismo lo fue. ¿He alcanzado ese punto? ¿Me he propuesto alcanzarlo? ¿Quién de nosotros se ha puesto estos guantes reales?

 

Vean lo que sigue –estas cosas selectas vienen en pares- “humildad, mansedumbre”. Estos vestidos escogidos no son tan estimados como deberían serlo. La tela de uno llamado “Altivo de corazón” está muy de moda, y los adornos del señor Despótico son muy solicitados. Es algo triste ver qué grandes varones son algunos cristianos. Ciertamente, el lacayo es mayor que su amo. ¡Cómo pueden fanfarronear y bravuconear algunos que quieren ser considerados santos! ¿Acaso eso es vestirse del Señor Jesucristo? Muéstrenme una palabra de nuestro Señor en la que haya increpado y tiranizado y pisoteado a alguien. Él era manso y humilde, Él, quien era el Señor de todo; ¿cómo deberíamos ser nosotros, que no somos dignos de desatar el calzado de Sus pies? Permítanme decirle a cualquier amado hermano que no tenga una naturaleza muy tierna y que sea naturalmente duro y áspero: “Vístete del Señor Jesucristo”, hermano mío, y no proveas para tu insensible naturaleza. Esfuérzate por ser de mente humilde, para que seas de espíritu benigno.

 

Vean, a continuación, que hemos de vestirnos de paciencia y tolerancia. Algunas personas no tienen paciencia con los demás; ¿cómo pueden esperar que Dios tenga paciencia con ellas? Si no se hace todo como ellas esperan, se encienden en ira. ¡Oh, Dios mío! ¿A quién tenemos aquí? ¿Es este un siervo de Marte o del dios del fuego? ¡Ciertamente este hombre combatiente no profesa ser un adorador de Cristo! No me digas que el varón perdió su compostura. Sería una misericordia si la hubiera perdido como para no recuperarla nunca más. Él es egoísta, petulante, exigente, y fácilmente irritable. ¿Tiene este hombre el espíritu de Cristo? Si fuese un cristiano, sería un cristiano desnudo, y yo lo exhortaría a que se ‘vistiera del Señor Jesucristo’ para que pudiera estar vestido apropiadamente. Nuestro Señor era sobremanera paciente. “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. Vístanse del Señor Jesucristo y sean pacientes y tolerantes. Soporten gran cantidad de cosas que no les deberían ser infligidas realmente, y estén listos para tolerar todavía más, antes que ofender o sentirse ofendidos.

 

“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. ¿Acaso no es ésta una enseñanza celestial? Pónganla en práctica. Vístanse de su Señor. ¿Han caído en desacuerdos entre ustedes? ¿Acaso oí gruñir a uno de ustedes diciendo: “voy a, voy a, voy a _ _”? ¡Alto, hermano! ¿Qué harás? Si eres fiel al Señor Jesucristo no te vengarás con tu mano, sino que dejarás lugar a la ira. Recubre del Señor Jesucristo tu lengua, y no hablarás tan amargamente; recubre de Él tu corazón, y no sentirás tan fieramente; vístete de Él en la totalidad de tu carácter, y perdonarás fácilmente, no sólo esta única vez, sino hasta setenta veces siete. Si has sido tratado injustamente por alguien que debería haber sido tu amigo, aparta la ira y comienza de nuevo; y tal vez tu hermano comenzará también de nuevo, y ambos, por amor, vencerán al mal. “Vestíos del Señor Jesucristo”.

 

“Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto”. El amor es el cinturón que ciñe todas las demás prendas de vestir, y mantiene a todas las otras gracias bien preparadas y en sus debidos lugares. Vístanse de amor: ¡qué hermoso cinturón de oro! ¿Estamos todos nosotros vistiéndonos de amor? Hemos sido bautizados en Cristo, y profesamos habernos vestido de Cristo; pero, ¿procuramos vestirnos diariamente de amor? Nuestro bautismo no fue verdadero si es que no estamos sepultados a todas las viejas enemistades. ¡Pudiéramos tener muchas grandes fallas, pero que Dios nos conceda que estemos llenos de amor por Jesús, por Su pueblo, y por toda la humanidad!

 

¡Cuánto desearía que todos pudiéramos vestirnos del siguiente artículo de este guardarropa y que pudiéramos conservarlo puesto! “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos”. ¡Oh, que tuviéramos una mente pacífica! ¡Oh, que descansáramos en el Señor! Yo recomiendo esa última expresión: “Sed agradecidos”, para los hacendados y para otros cuyos intereses están deprimidos. Podría recomendarla igualmente para ciertos comerciantes cuyo negocio es tan bueno como pudiera esperarse. “Las cosas están un poco mejor”, me dijo una persona y en ese momento estaba amasando muchas riquezas. Cuando las cosas son sobremanera buenas, la gente dice que están “regulares”, o que van un “poco mejor”; pero cuando hay una pequeña caída, ellos claman acerca de que “nada funciona, que hay estancamiento, que es una ruina universal”. El agradecimiento es una rara virtud pero el amante del Señor Jesús ha de abundar en agradecimiento. Tener la mente en paz, quedarse callado, calmado, ecuánime, contento, ese es un bendito estado, y Jesús estaba en tal estado, por tanto, “Vestíos del Señor Jesucristo”. Él nunca mostró disgusto o impaciencia. Nunca estaba apresurado o preocupado; nunca se quejó o ambicionó. ¿Acaso no había nada que le preocupara? Más de lo que te preocupa a ti, hermano. ¿Acaso no había muchas cosas que lo turbaran? Más que a todos nosotros juntos. Con todo, Él no se alteraba, sino que mostraba una calma principesca, una serenidad divina. De esto quiere el Señor que nos vistamos. Él nos deja Su paz, y quiere que Su gozo sea cumplido en nosotros. Él desea que vayamos por la vida con la paz de Dios que guarda nuestros corazones y mentes de los asaltos del enemigo. Quiere que estemos tranquilos y que seamos fuertes: que seamos fuertes porque estamos tranquilos y que estemos tranquilos porque somos fuertes.

 

He leído acerca de un gran hombre a quien le tomaba dos horas y media vestirse cada mañana. En eso mostraba más bien pequeñez que grandeza, pero si cualquiera de ustedes se viste del Señor Jesucristo puede tomarse todo el tiempo que quiera en acicalarse. Les tomará todas sus vidas, hermanos y hermanas míos, para vestirse plenamente del Señor Jesucristo, y para conservarlo puesto. Pues déjenme decirles de nuevo que no sólo han de ponerse todos estos vestidos que les he mostrado en el guardarropa de Colosenses, pero, más que esto, han de ponerse todo lo demás que constituye a Cristo mismo. ¡Qué vestido es este! “Vestíos de Cristo”, dice el texto.

 

Vístanse del Señor Jesucristo como su vestido cotidiano. No sólo en los días de fiesta y en los días de guardar, sino en todo tiempo y todo el tiempo. Vístanse del Señor Jesucristo en el día del Señor, pero no lo hagan a un lado durante la semana. Las damas tienen joyas que se ponen ocasionalmente para ostentarlas en las grandes ocasiones; como regla, estas joyas están guardadas en un joyero. Cristianos, ustedes deben ostentar sus joyas siempre. Vístanse del Señor Jesucristo, y no oculten ninguna parte de Él en algún cofre. Vístanse de Cristo y manténganlo puesto.

 

El otro día vi a un misionero procedente del gélido norte, el cual vestía un abrigo de piel de alce que había usado entre los ‘pieles rojas’. “Es un abrigo imprescindible”, -comentó- “no hay nada como la piel. Lo he usado durante once años”. En la región ártica a través de la cual había viajado, había usado esa pieza de vestir, tanto de día como de noche, pues el clima era demasiado frío para que pudiera desprenderse de alguna prenda.

 

Hermanos, el mundo es demasiado frío para que nos permitamos quitarnos a Cristo ni siquiera durante una hora. Están volando tantas flechas en torno nuestro que no nos atrevemos a quitarnos ni una sola pieza de nuestra armadura ni siquiera por un instante. Gracias a Dios porque tenemos en nuestro Señor un atuendo que podemos usar siempre. Podemos vivir en él, y morir en él; podemos trabajar en él, y descansar en él, y, tal como el vestido de Israel en el desierto, no envejecerá nunca. Vístanse de Él más y más.

 

Si se han puesto algo de Cristo, pónganse más de Cristo. Yo no me atrevo a decir mucho para encomiar la vestimenta, aquí en Inglaterra, pues la tendencia es sobrepasarse en esa dirección; sin embargo, noté el otro día el comentario de un misionero de las Islas de los Mares del Sur, que conforme los paganos se convertían, comenzaban a usar vestidos, y conforme adquirían sensibilidad de conciencia y delicadeza de sentimiento, prestaban mayor atención a su atavío, usando más ropa y de un mejor tipo. Como quiera que fuera en cuanto al vestido para el cuerpo, es ciertamente así en cuanto al vestido del alma. Conforme progresamos espiritualmente, tenemos más gracias y más virtudes que al principio. Antes nos conformábamos con llevar la fe únicamente, pero ahora nos ponemos esperanza y amor. Si antes nos poníamos la humildad, dejábamos de ponernos el agradecimiento; pero nuestro texto nos exhorta a usar un vestido completo, un traje para la corte, pues hemos de “vestirnos del Señor Jesucristo”. No puedes ponerte demasiado de Él. Estén cubiertos de Él de la cabeza a los pies.

 

Vístanse del Señor en todo tiempo de tribulación. No se lo quiten cuando llegue el momento de la prueba. El ingenioso Henry Smith dice que algunas personas se visten del Señor Jesucristo tal como un hombre usa su sombrero el cual se quita ante cada persona que se encuentra. Me temo que conozco a algunas personas de ese tipo, que se visten de Cristo en privado, pero que se despojan de Él cuando están en compañía, especialmente en la compañía de la gente del mundo, de los sarcásticos y de los incrédulos. Vístete de Cristo con la intención de no quitártelo nunca. Cuando seas tentado, probado o ridiculizado, oye en tu oído esta voz: “Vestíos del Señor Jesucristo”. Póntelo más en la medida que otros te tienten para que te lo quites.

 

III.   Mi tiempo se agota y debo notar apresuradamente, en tercer lugar, CÓMO HEMOS DE ACTUAR EN ESTE VESTIDO RESPECTO AL MAL. El texto dice: “Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias”. La carne describe aquí la parte malvada de nosotros, a la cual ayudan grandemente los apetitos y deseos del cuerpo. Cuando una persona se viste de Cristo, ¿tiene todavía presente a la carne en él? ¡Ay, así es! Oigo que algunos hermanos afirman que no tienen ningún remanente de corrupción en ellos. Yo exijo la libertad de creer lo que yo quiera de los enunciados del hombre en cuanto a su propio carácter personal. Cuando da testimonio con respecto de sí mismo, su testimonio pudiera ser cierto o no. Cuando un hombre me dice que él es perfecto, oigo lo que tiene que decirme, pero tranquilamente pienso en mi interior que si lo hubiese sido, no habría sentido la necesidad de divulgar esa información. “El buen vino no necesita ser recomendado”, y una vez que nuestra ciudad contenga a un hombre perfecto dentro de sus límites no habrá necesidad de hacerle publicidad. Los bienes que son elogiados exageradamente probablemente requieren una publicidad exagerada. Hermanos, me temo que todos nosotros tenemos mucho de la carne en nosotros, y por tanto, necesitamos estar en guardia contra ella. ¿Qué dice el apóstol? “Y no proveáis para los deseos de la carne”. Quiere decir varias cosas con esto.

 

Primero, que no ha de tolerarse en absoluto. No digan: “Cristo me ha santificado hasta ahora; pero, mira, yo tengo por naturaleza un mal carácter, y no se puede esperar que desaparezca”. Amado hermano, no proveas para refugiarte de esa manera y para perdonar a uno de los enemigos de tu alma. Otro exclama: “Tú sabes que yo siempre he estado muy desanimado, y, por tanto, jamás puedo sentir mucho gozo en el Señor”. No abras espacio para tu incredulidad. Si encuentras una perrera para este perro, se quedará por siempre allí. “Pero” –dice otro- “a mí me encantó siempre la alegría, y por eso debo mezclarme con el mundo”. Bien, si cocinas una cena para el diablo, ocupará un asiento en tu mesa. Eso es proveer para la carne para satisfacer sus concupiscencias. No hagas eso, antes bien elimina a los cananeos, quiebra sus ídolos, derriba sus altares y tala sus bosques.

 

Además, no le des ningún tiempo al pecado. No le des ninguna licencia a tu obediencia. No te digas: “En cualquier otro momento soy riguroso, pero una vez al año, en una reunión familiar, me tomo una pequeña libertad”. ¿Para ti pecar es libertad? Me temo que hay algo podrido en tu corazón. “¡Ah!”, exclama alguien, “yo sólo me permito ocasionalmente una o dos horas de compañía cuestionable. Yo sé que me hace daño, pero todos nosotros debemos tener un poco de descanso y la plática es muy divertida, aunque un poco disoluta”. ¿Es mala la relajación para ti? Debería ser peor que la esclavitud. ¡Qué prueba es para un hijo de Dios la plática necia! ¿Cómo puedes encontrar placer en ella? No le permitas ninguna licencia a la carne; no puedes saber qué tan lejos puede llegar. Mantenla siempre bajo sujeción, y no des espacio para su indulgencia.

 

No proveas ningún alimento para ella. No le asignes ninguna ración. Déjala morir de hambre; de cualquier manera, si necesita forraje, que lo busque en otra parte. Cuando distribuyas tu provisión para el cuerpo, para el alma y para el espíritu, no les distribuyas nada a las pasiones depravadas. Si la carne dice: “¿Qué hay para mí?”, dile: “Nada”. A algunas personas les gusta un poco de lectura para la carne. A algunas personas les gusta un poco de lo que llaman: alimento “más bien sublime”, así que a estas personas les encanta una porción de doctrina contaminada, o de moralidad cuestionable. De esta manera proveen para la carne, y la carne se cuida de alimentarse de eso, y de darle su alimento a sus concupiscencias. He conocido a personas profesantes, a quienes no me atrevería a juzgar, que se ocupan ‘sólo un poco’ en cosas que les prohibirían a los demás, pero que consideran permisibles para ellos mismos, si son hechas en secreto. “No tienes que ser demasiado riguroso”, dicen. Pero el apóstol dice: “No proveáis para los deseos de la carne”. No le den ni una pequeña porción; ni siquiera le permitan las migajas que caen de su mesa. La carne es ambiciosa y nunca tiene lo suficiente, y si le das alguna provisión, se robará mucho más.

 

“Vestíos del Señor Jesucristo”, y entonces no le dejarán ningún lugar a las concupiscencias de la carne. La parte que Cristo no cubra está desnuda para el pecado. Si Cristo es mi librea, y yo la llevo puesta, y soy conocido así como Su siervo declarado, entonces me coloco enteramente en Sus manos eternamente y para siempre, y la carne no tiene ningún derecho de ningún tipo sobre mí. Si antes de vestirme de Cristo podía hacer alguna salvedad y el deber no me llamaba, ahora que el Señor Jesucristo me cubre, he acabado con las excepciones, y soy abierta y profesamente de mi Señor. “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?” Siendo sepultados con Él, estamos muertos para el mundo, y vivimos sólo para Él. Que el Señor nos eleve a esa pauta por Su poderoso Espíritu, y Él recibirá la gloria por ello.

 

IV.   Si ese es el caso, y en verdad nos hemos “vestido del Señor Jesucristo”, daremos gracias a Dios eternamente; pero si no es así, no nos demoremos en vestirnos con ese atavío. ¿POR QUÉ DEBEMOS APRESURARNOS A VESTIRNOS DE CRISTO? Un momento es todo lo que queda. Está oscuro. He ahí una armadura hecha de sólida luz. Pongámonos ese atuendo de inmediato. Entonces la noche será luz en torno nuestro, y otros que nos contemplan glorificarán a Dios y solicitarán el mismo vestido. Con una noche tan densa como la que nos rodea, el hombre necesita vestirse con luminosas ropas; necesita vestirse de la luz de Dios pues necesita ser protegido así prácticamente de la tinieblas circundantes.

 

“Vestíos del Señor Jesucristo”, además, pues la noche pronto acabará: pronto vendrá la mañana. Los harapos del pecado, las sórdidas ropas de la mundanalidad no son un atuendo apropiado para la mañana celestial. Vistámonos para recibir al sol naciente. Salgamos a recibir a la aurora cubiertos con vestidos de luz.

 

¡“Vestíos del Señor Jesucristo”, pues Él viene, el amado de nuestras almas! Sobre los montes oímos resonar las trompetas; los heraldos están dando voces: “¡El esposo viene! ¡El esposo viene!” Aunque pareciera haberse demorado, siempre ha estado viniendo apresuradamente. Oímos hoy las ruedas de Su carro en la distancia. Su advenimiento está más y más cercano. No durmamos como los demás. Bienaventurados lo que estén preparados para la boda cuando venga el Esposo. ¿Cuál es ese vestido de bodas que nos permitirá estar preparados? Nada puede hacernos más aptos para recibir a Cristo y estar con Él en Su gloria, que nos vistamos hoy de Cristo. Si llevo a Cristo como mi vestido le hago un gran honor a Cristo como mi Esposo. Si lo tomo como mi gloria y mi hermosura mientras estoy aquí, puedo estar seguro de que Él será todo eso y más para mí en la eternidad. Si me complazco en Jesús aquí, Jesús se complacerá en mí cuando nos encontremos en el aire, y me lleve a lo alto para morar con Él eternamente. ¡Pónganse el vestido de bodas, ustedes, amados del Señor! ¡Pónganse el vestido de bodas, ustedes, esposas del Cordero, y pónganselo de inmediato, pues he aquí que Él viene! ¡Apresúrense, apresúrense, ustedes, vírgenes adormiladas! ¡Levántense y despabilen sus lámparas! Pónganse sus ropas, y estén listas para contemplar Su gloria y para participar en ella. Oh, ustedes, almas vírgenes, salgan a recibirlo; salgan con gozo y alegría, llevándolo a Él mismo como su hermoso ropaje, apto para las hijas de un Rey. ¡Que el Señor los bendiga, por Cristo nuestro Señor! Amén.

 

Porciones de la Escritura leídas antes del sermón: Romanos 12; 13: 8-14.

 

 

Traductor: Allan Román

27/Septiembre/2012

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