El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Revestidos de
Cristo
NO.
2132
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Sino vestíos
del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”. Romanos 13:
14.
“Revestíos
más bien del Señor Jesucristo, y nos os preocupéis de la carne para satisfacer
sus concupiscencias”. Romanos 13: 14. Biblia de Jerusalén.
Cristo tiene que estar
en nosotros antes de que podamos ser vestidos de Él. La gracia pone a Cristo en
nuestro interior y nos capacita para que nos revistamos de Cristo en nuestro
exterior. Cristo tiene que estar por fe en el corazón antes de que pueda estar
en la vida por la santidad. Si necesitas la luz de una linterna, el primer paso
es encender la vela que está en su interior y luego, como resultado, la luz
resplandece desde adentro para ser vista por los hombres. Cuando Cristo, la
esperanza de gloria, es formado en ti, no ocultes tu amor por Él, sino vístete
de Él en tu conducta como la gloria de tu esperanza. Así como tienes a Cristo como
tu Salvador en tu interior, el secreto de tu vida interior, así revístete de
Cristo para que sea la hermosura de tu vida diaria. Que lo externo sea
iluminado por lo interno y eso constituirá para ti esas “armas de la luz” con
las que todos los soldados del Señor Jesús tienen el privilegio de contar. Así
como Cristo es tu alimento que nutre al hombre interior, así también póntelo
como tu vestido que cubre al hombre exterior.
“Vestíos del Señor
Jesucristo”. Esta es una expresión muy asombrosa. Es sumamente condescendiente
de parte de nuestro Señor que permita una exhortación de tal naturaleza. Pablo
expresa la mente del Espíritu Santo y la
palabra está llena de significado. ¡Oh, que recibamos la gracia de aprender su
enseñanza! Está llena de una advertencia muy solemne para nosotros, pues
necesitamos un revestimiento divinamente perfecto como ese. ¡Oh, que recibamos
la gracia de practicar el mandamiento de revestirnos! No es que el apóstol diga:
“Tomen al Señor Jesucristo, y llévenlo con
ustedes”, sino más bien “Revestíos del Señor Jesucristo”, y así, pónganselo como el vestido de su vida.
Un hombre toma su báculo para un viaje o su espada para una batalla, pero vuelve
a guardarlos después de un tiempo; pero tú tienes que revestirte del Señor Jesús
así como te pones tu vestido, y de esa manera Él ha de cubrirte y ha de
convertirse en una parte imprescindible de tu porte, en algo que es parte de tu
propia identidad, en un componente visible de tu personalidad manifiesta.
“Vestíos del Señor
Jesucristo”. Hacemos eso cuando creemos en Él; entonces nos vestimos del Señor
Jesucristo como nuestro manto de justicia. Ese es un cuadro muy hermoso de lo
que hace la fe. Fe encuentra desnuda, para su propia vergüenza, a nuestra
condición humana; fe ve que Cristo Jesús es el manto de justicia que es provisto
para nuestra necesidad, y fe, al mandato del Evangelio, se apropia de Él y,
haciéndolo, recibe el beneficio de Él. Por fe el alma cubre su debilidad con Su
fortaleza, su pecado con Su expiación, su locura con Su sabiduría, su fracaso
con Sus triunfos, su muerte con Su vida, sus descarríos con Su constancia. Por
fe, digo yo, el alma se oculta dentro de Jesús hasta que sólo Jesús es visto y
el hombre es visto en Él. No sólo tomamos Su justicia como siendo imputada a
nosotros, sino que lo tomamos a Él mismo para que sea realmente nuestro, y así,
Su justicia se vuelve nuestra de hecho. “Por la obediencia de uno, los muchos
serán constituidos justos”. Su justicia es asignada a nuestra cuenta y se
vuelve nuestra porque Él es nuestro.
Yo, aunque he sido largamente injusto en mí mismo, creo en el testimonio de
Dios concerniente a Su Hijo Jesucristo, y soy tenido por justo, tal como está
escrito, “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”. Las riquezas de
Dios en Cristo Jesús se vuelven mías cuando tomo al Señor Jesucristo para que
sea todo para mí.
Pero ustedes pueden ver
que el texto claramente no se refiere a este grandioso asunto, pues el apóstol
no se está refiriendo a la justicia imputada de Cristo. El texto está en
conexión con preceptos relativos a asuntos de la vida cotidiana práctica, y a
esos asuntos se ha de referir. No es la justificación, sino la santificación,
la que tenemos aquí. Además, no se puede decir de nosotros que nos revestimos
de la justicia imputada de Cristo después de haber creído, pues esa justicia
nos reviste tan pronto como creemos, y no necesitamos vestirnos de ella de
nuevo. El mandamiento que tenemos ante nosotros es dado a aquellos que tienen
la justicia imputada de Cristo, que son justificados, que son aceptos en Cristo
Jesús. “Vestíos del Señor Jesucristo” es una palabra para ustedes, los que son
salvos por Cristo y son justificados por Su justicia. Ustedes han de revestirse
de Cristo y han de seguir revistiéndose de Él en la santificación de sus vidas
para su Dios. Ustedes han de vestir el carácter de su Señor continuamente, cada
vez más y más, como el vestido de sus
vidas.
Voy a tratar este tema
respondiendo unas cuantas preguntas. Primero, ¿Adónde iremos por nuestro vestido cotidiano? “Vestíos del Señor
Jesucristo”. En segundo lugar, ¿Cuál es
este vestido cotidiano? “Vestíos del Señor Jesucristo”. En tercer lugar, ¿cómo hemos de actuar frente al mal cuando
estamos revestidos de esa manera? “Y no os preocupéis de la carne para
satisfacer sus concupiscencias”. Y luego voy a terminar con la consideración de
la pregunta: ¿Por qué debemos apresurarnos
a ponernos ese vestido sin igual? Pues “La noche está avanzada, y se acerca
el día… vistámonos las armas de la luz”.
I. Pedimos
que el Espíritu Santo nos ayude mientras nosotros respondemos, en primer lugar,
a la pregunta: ¿ADÓNDE IREMOS POR NUESTRO VESTIDO COTIDIANO? Amados, sólo hay
una respuesta para todas las preguntas que tienen que ver con nuestras
necesidades. Acudimos al Señor Jesucristo para todo. Para nosotros “Cristo es
el todo”. “El cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación
y redención”. Habiendo ido a Cristo para el perdón y la justificación, no han
de ir a ninguna otra parte para lo que sigue. Habiendo comenzado con Jesús, han
de continuar con Él hasta el fin, pues “vosotros estáis completos en él”,
perfectamente guardados en Cristo, plenamente equipados en Él. “Agradó al Padre
que en él habitase toda plenitud”. Cualquier necesidad que pueda apremiarnos entre
esta Mara en el desierto y aquel mar de vidrio delante del trono, será
satisfecha en Cristo Jesús. Tú preguntas: ¿qué he de hacer para tener un
vestido que sea adecuado para los atrios del Señor, una armadura que me proteja
de los asaltos del enemigo y un manto que me permita actuar como un sacerdote y
un rey para Dios? La única respuesta para la pregunta que mucho abarca es: “Vestíos
del Señor Jesucristo”. No tienen necesidad de ninguna otra cosa. No necesitan
mirar a ninguna otra parte en busca de un hilo o de un cordón de zapatos.
Entonces, queridos
amigos, yo deduzco de esto que si buscamos un
ejemplo, no debemos mirar a ninguna otra parte salvo a nuestro Señor
Jesucristo. No está escrito: “Vestíos de este hombre o de aquel”, sino “Vestíos
del Señor Jesucristo”. El modelo para un santo es su Salvador. Somos muy
propensos a seleccionar a algún varón sobremanera agraciado o útil para que nos
sirva de modelo. Algo bueno pudiera resultar de un tal plan de acción, pero
pudiera derivarse también algún mal. El más excelente de nuestros prójimos
mortales tendrá siempre alguna falla; y como nuestra tendencia es caricaturizar
las virtudes hasta convertirlas en fallas, así es nuestra mayor locura
confundir los errores como si fueran excelencias, y copiarlos con cuidadosa
exactitud y generalmente con abundante exageración. Mediante este plan, aun con
las mejores intenciones, podríamos obtener muy malos resultados. Sigue a Jesús
en el camino, y no errarás; haz que tus pies pisen exactamente sobre Sus
huellas, y no resbalarás. Según nos capacite Su gracia, convirtamos en una
realidad el hecho de que “como él es, así somos nosotros en este mundo”. No
necesitas buscar un ejemplo más allá de tu Señor bajo ninguna circunstancia.
Puedes consultarlo a Él como a un oráculo infalible. No necesitas preguntar
jamás cuál es la costumbre general de quienes te rodean; el camino espacioso de
muchos no es un camino para ti. No debes preguntar: “¿qué están haciendo los
gobernantes de este pueblo?” No sigues el uso de los grandes sino el ejemplo
del más grande de todos. “Vestíos del Señor Jesucristo” es para cada uno de
nosotros. Si soy un comerciante, no he de preguntarme: ¿sobre cuáles principios
conducen sus negocios otros comerciantes? Para nada. Lo que haga el mundo no es
ninguna regla para mí. Si soy un estudiante no he de inquirir: ¿qué sienten
otras personas por la religión? Que otros hagan lo que quieran, pero a nosotros
nos corresponde servir al Señor. En toda relación, en el círculo doméstico, en
el mundo literario, en la esfera de la amistad o en las conexiones de negocios,
he de “vestirme del Señor Jesucristo”. Si estoy perplejo, estoy obligado a
preguntarme: ¿qué haría Jesús?, y Su ejemplo ha de guiarme. Si no puedo
concebir que Él hubiera actuado de una cierta manera, yo tampoco debo
permitirme hacer eso; pero si percibo, partiendo de Su precepto, de Su
espíritu, o de Su acción que Él seguiría tal y tal curso, he de apegarme a esa
línea. No he de vestirme del filósofo, ni del político, ni del sacerdote ni del
cazador de popularidad, sino que he de vestirme del Señor Jesucristo, tomando
Su vida para que sea el modelo sobre el cual he de moldear mi propia vida.
Yo deduzco también de
nuestro texto que hemos de ir al Señor Jesús en busca de estímulo. No sólo necesitamos un ejemplo, sino un motivo, un
impulso y un poder constrictor para mantenernos fieles a ese ejemplo.
Necesitamos vestirnos de celo como de un abrigo, y ser cubiertos de una santa
influencia que nos impulse a seguir adelante. Acudamos al Señor en busca de
motivos. Algunos se apresuran a ir a Moisés, y quieren ser motivados a cumplir
con su deber por los truenos del Sinaí. Su intención en el servicio es ganar la
vida eterna, o evitar la pérdida del favor de Dios. Entonces se sujetan a la
ley y abandonan el verdadero camino del creyente, que es la fe. No es por el
temor del castigo o por la esperanza de un sueldo que los creyentes sirven al
Dios viviente; nosotros nos revestimos de Cristo, y el amor de Cristo nos
constriñe. He aquí el manantial de la verdadera santidad: “El pecado no se
enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. Una
fuerza más potente que la ley se ha apoderado de ti: sirves a Dios, no como un
siervo cuyo único pensamiento es la paga, sino como un hijo que tiene la mirada
puesta en el padre y en su amor. Tu motivo es gratitud hacia Aquel por cuya
sangre preciosa has sido redimido. Él se ha vestido de tu causa, y, por tanto, tú quieres adoptar Su causa. Yo les ruego que no vayan a las escarpadas laderas del
Sinaí para encontrar motivos para la santidad, sino apresúrense a ir al
Calvario, y encuentren ahí esas dulces hierbas de amor que serán la medicina de
su alma. “Vestíos del Señor Jesucristo”. Cubiertos con una conciencia de Su
amor, y, a cambio, encendidos en amor por Él, serán fuertes para ser, para
hacer o para sufrir lo que el Señor disponga.
¿Acaso necesito decirles
que no deben encontrar nunca una razón para hacer lo bueno con un deseo de
ganar la aprobación de sus semejantes? No digan: “Debo hacer esto o aquello
para agradar a mis compañeros”. La vida que es sustentada por el aliento
proveniente de las narices de otros hombres es una pobre vida. Los seguidores
de Jesús no se ponen la librea de la costumbre ni tiemblan ante la censura
humana. El amor al encomio y el miedo a la desaprobación son motivos ruines y
mezquinos; influyen en el ánimo de muchas personas débiles, pero no deben
gobernar al varón en Cristo. Tienes que ser motivado por una consideración
mucho más excelsa: tú sirves al Señor Cristo, y, por tanto, no has de
convertirte en un lacayo de los hombres. Su gloria ha de ser tu único objetivo
y por el gozo de ello debes tratar todo lo demás como algo de poca importancia.
He aquí nuestro estímulo: “El amor de Cristo nos constriñe”.
Amados, el texto quiere
decir algo más que eso. “Vestíos del Señor Jesucristo”; esto es, encuentra en
Jesús tu fortaleza. Aunque eres salvo
y has sido vivificado por el Espíritu Santo para ser un hijo viviente del Dios
viviente, con todo, no tienes ninguna fuerza para cumplir con tu deber
celestial, excepto la que recibas de lo alto. Acude a Jesús para tener poder.
Te exhorto a que no digas nunca: “Voy a hacer lo bueno porque yo he resuelto
hacerlo. Yo soy un hombre de una mente fuerte; estoy decidido a resistir este
mal, y sé que no cederé. Estoy decidido, y no hay temor de que me desvíe”.
Hermano, si confías en ti mismo de esa manera, pronto se comprobará que eres una
caña frágil. El fracaso pisa los talones de la confianza en sí mismo. “Vestíos
del Señor Jesucristo”.
Yo te exhorto a que no
confíes en lo que hayas adquirido en el pasado. No digas en tu corazón: “yo soy
un hombre de experiencia, y por tanto, puedo resistir una tentación que
aplastaría a gente más joven e inexperta. He pasado ahora tantos años haciendo
el bien persistentemente que puedo considerarme fuera de peligro. ¿Es probable
que ande por el mal camino alguna vez?” ¡Oh, amigo, es más que probable! Ya es
un hecho. En el instante en que un hombre declara que no puede caer, ya ha
caído de la sobriedad y de la humildad. Te has engreído, hermano mío, o no
hablarías de tu perfección interna; y cuando la cabeza se vuelve engreída, los
pies son muy inseguros. El engreimiento interior es la madre del pecado
descarado. Haz que Cristo sea tu fortaleza, y no tú mismo, ni tus logros o
experiencias. “Vístete del Señor Jesucristo” día a día, y no pretendas que los
andrajos de ayer sean la indumentaria del futuro. Obtén una gracia siempre
renovada. Di con David: “Todas mis fuentes están en ti”. Obtén de Jesús todo tu
poder para la santidad y para la utilidad, y obtenlo únicamente de Él. “Ciertamente
en Jehová está la justicia y la fuerza”. No confíes en resoluciones, promesas,
métodos y oraciones, sino apóyate únicamente en Jesús como la fortaleza de tu
vida.
“Vestíos del Señor
Jesucristo”. Esta es una maravillosa palabra para mí porque me indica que en el
Señor Jesús tenemos perfección. En unos
momentos voy a mostrarles algunas de las virtudes y de las gracias que
resplandecen en el carácter de nuestro Señor Jesucristo. Estas pueden
compararse con diferentes partes de nuestra armadura o vestido: el casco, los
zapatos, el peto. Pero el texto no dice: “Vestíos de esta cualidad o virtud del
Señor Cristo”, sino “Vestíos del Señor Jesucristo”. Él mismo, como un todo, ha
de ser nuestro atavío. No se trata de esta excelencia o de aquella otra, sino
de Él mismo. Él ha de ser para nosotros un sagrado sobretodo. No sé de qué otra
manera hacer resaltar mi significado: Él ha de cubrirnos de la cabeza a los pies.
No nos limitamos a copiar Su humildad, Su benignidad, Su amor, Su celo, Su
entrega a la oración, sino a Él mismo. Esfuércense por entrar en tal comunión
con el propio Jesús que Su carácter es reproducido en ustedes. Oh, ser
revestidos por completo de Él: sentir, desear y actuar, como Él sintió, deseó y
actuó. ¡Qué indumentaria para nuestra naturaleza espiritual es nuestro Señor
Jesucristo! ¡Cuán honorable manto es para ser usado por un hombre! Vamos, en
ese caso, nuestra vida estaría escondida en Cristo, y Él sería visto
cubriéndonos en una vida vivificada por Su Espíritu, influida por Sus motivos,
endulzada por Su simpatía, una vida dedicada al ejercicio de Sus designios y
que sigue Sus pasos. Cuando leemos: “Vestíos del Señor Jesucristo”, quiere
decir: ‘Reciban el carácter íntegro de Cristo, y que la totalidad del carácter
de ustedes sea conformado a Su voluntad. Cubran todo su ser con la totalidad
del Señor Jesucristo’. ¡Qué maravilloso precepto! ¡Oh, que recibamos la gracia
para cumplirlo! Que el Señor convierta el mandamiento en un hecho real. Que
seamos más y más como Jesús a lo largo del resto de nuestras vidas, para que
sea cumplido el propósito de Dios por el cual fuimos “predestinados para que
fuésemos hechos conformes a la imagen de su Hijo”.
Además, observen la especialidad que es apreciable en este
vestido. Está especialmente adaptado para cada creyente individual. Pablo no le
dice solamente a una persona: “Vístete tú
del Señor Jesucristo”, sino a todos nosotros nos dice: “Vestíos vosotros del Señor Jesucristo”. ¿Pueden
vestirse de Cristo todos los santos, ya sean bebés, jóvenes o padres? No todos
ustedes podrían ponerse mi abrigo, estoy muy seguro de ello; y estoy igualmente
convencido de que no podría ponerme los vestidos de muchos de los jóvenes presentes
ahora; pero he aquí un vestido incomparable, que será encontrado apropiado para
cada creyente, sin necesidad de expandirlo o contraerlo. Quienquiera que se vista
del Señor Jesucristo se viste de un manto que será su gloria y su hermosura. El
ejemplo de Jesús es siempre admirablemente apropiado para ser copiado. Supongan
que un hijo de Dios fuera un rey; ¿qué mejor consejo podría darle cuando está a
punto de gobernar a una nación, que este: “Vestíos del Señor Jesucristo”? Sé el
rey que Jesús habría sido. Es más, copia Su regio carácter. Supón, por otro
lado, que la persona que está ante nosotros fuera una pobre mujer proveniente
de una casa de caridad; ¿le habré de decir lo mismo? Sí, y con igual propiedad,
pues Jesús era muy pobre, y es un ejemplo sobremanera apropiado para aquellos
que no tienen un hogar propio. ¡Oh obrero, vístete de Cristo, y llénate de
celo! ¡Oh persona que sufres, vístete del Señor Jesucristo, y abunda en
paciencia! Aquel amigo va a ir a la escuela dominical esta tarde. Bien, maestro,
con el objeto de ganar a esos amados niños para el Salvador “vístete del Señor
Jesucristo”, quien dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis”.
Vestido con Su manto sagrado serás un buen maestro. ¿Eres tú un predicador y
estás a punto de predicar a miles de adultos? ¿Cómo podría aconsejarte mejor
que diciéndote que te revistas de Cristo y que prediques el Evangelio en Su
propio estilo amoroso, suplicante y denodado? El modelo del predicador debe ser
su Señor. Esta es nuestra toga de predicar, nuestra sobrepelliz de orar,
nuestro manto pastoral: el carácter y el espíritu del Señor Jesús, que se
adapta admirablemente a cada forma de servicio.
Ningún ejemplo humano se
adaptará precisamente a su prójimo; pero en el carácter de Cristo hay esta
extraña virtud: que todos ustedes pueden imitarlo, y, con todo, que ninguno de
ustedes sería un simple imitador. Quien es perfectamente semejante a Cristo es
perfectamente natural. No tiene que haber ninguna afectación, ninguna dolorosa
restricción, ningún esfuerzo. En una vida moldeada así no habrá nada grotesco
ni desproporcionado, nada impropio de un hombre ni nada romántico. Jesús, el
Segundo Adán de la raza nacida de nuevo es tan maravilloso, que cada miembro de
esa familia puede mostrar una semejanza con Él, y con todo, puede exhibir una
clara individualidad. Un hombre avanzado en años y en sabiduría puede
revestirse de Él, y lo mismo puede hacer quien es menos instruido y quien es un
recién llegado entre nosotros. Por favor recuerden esto: podríamos no elegir
ningún ejemplo, pero cada uno está obligado a copiar al Señor Jesucristo. Tú,
querido amigo, tienes una personalidad especial; tú eres una persona tal que no
hay otra exactamente igual a ti, y estás colocado en circunstancias tan
peculiares que nadie más es probado exactamente como lo eres tú: a ti,
entonces, te es enviada esta exhortación: “Vístete del Señor Jesucristo”. Es absolutamente
cierto que, con tu singularidad personal y con tus circunstancias peculiares, para
ti no puede haber nada mejor que te vistas con este manto más que regio. Tú,
también, que vives en circunstancias ordinarias, y que eres probado únicamente
por tentaciones comunes, tú has de “vestirte del Señor Jesucristo”; pues Él
será conveniente para ti también. “¡Oh” –exclama uno- “pero el Señor Jesús no
estuvo nunca exactamente donde yo estoy!” Dices eso por falta de mayor
conocimiento o por falta de reflexión. Él fue tentado en todo según tu semejanza.
Hay ciertas relaciones que el Señor Jesús no podría ocupar literalmente; pero,
por otra parte, Él tomó su contraparte espiritual. Por ejemplo, Jesús no podía
ser un esposo según la carne. ¿Acaso alguien reclama cómo podría ser Él un
ejemplo para los esposos? ¡Presten atención! “Maridos, amad a vuestras mujeres,
así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. Él es tu
modelo en una relación que, naturalmente, Él nunca sostuvo, pero que, en
verdad, ha cumplido con creces. Dondequiera que pudieras estar, encuentras que
el Señor Jesús ha ocupado la contraparte de tu posición, de lo contrario la posición
es pecaminosa, y debe ser abandonada. En cualquier lugar, en cualquier hora,
bajo cualesquiera circunstancias, en cualquier asunto, puedes vestirte del
Señor Jesucristo, y no temer nunca que tu atavío sea inapropiado. Aquí tienes
un atuendo de verano y de invierno, bueno en la prosperidad así como también en
la adversidad. Aquí tienes un vestido para el aposento privado o para el foro
público, para la enfermedad o para la salud, para el honor o para el vituperio,
para la vida o para la muerte. “Vestíos del Señor Jesucristo”, y con esta
indumentaria de oro forjado puedes entrar al palacio del Rey, y estar entre los
espíritus de los justos hechos perfectos.
II. En
segundo lugar, confiando en el Espíritu Santo, inquiramos: ¿CUÁL ES ESTE
VESTIDO COTIDIANO? Hemos de vestirnos del Señor Jesucristo. ¡Que el Espíritu de
Dios nos ayude a hacerlo!
Vemos cómo es descrito aquí el sagrado vestido con tres palabras. Los sagrados títulos
del Hijo de Dios son desplegados en detalle: “Vestíos del Señor-Jesús-Cristo”. Vístete
de Él como Señor. Llámalo tu amo y
Señor, y harás bien. Has de ser Su siervo en todo. Somete cada facultad, cada
capacidad, cada talento y cada posesión a Su gobierno. Somete a Él todo lo que
tienes y todo lo que eres, y deléitate en reconocer Su derecho supremo y Su
reclamo real sobre ti. Sé un hombre de Cristo; sé Su siervo encadenado a Su
servicio para siempre, y encuentra allí vida y libertad. Que el dominio de tu
Señor cubra el reino de tu naturaleza. Luego vístete de Jesús. Jesús quiere decir un Salvador: en cada parte sé cubierto
por Él en esa bendita capacidad. Tú, un pecador, escóndete en Jesús, tu
Salvador, quien te salvará de tus pecados. Él es tu santificador, que echa
fuera el pecado, y tu preservador, que evita que el pecado regrese. Jesús es tu
armadura contra el pecado. Tú vences por medio de Su sangre. Él es tu defensa
de toda arma del enemigo. Él es tu escudo que te protege de todo mal. Él te
cubre íntegramente como una armadura completa, de tal manera que cuando las
flechas de la tentación vuelan como una lluvia de fuego, son apagadas sobre la
cota de malla y permaneces incólume en medio de un aguacero de muertes. Vístete
de Jesús, y vístete de Cristo. Tú
sabes que Cristo significa: “ungido”. Ahora bien, nuestro Señor es ungido como
Profeta, Sacerdote y Rey, y como tal nos vestimos de Él. ¡Qué cosa tan
espléndida es vestirse de Cristo como el Profeta
ungido, y aceptar Su enseñanza como nuestro credo! Yo lo creo. ¿Por qué?
Porque Él lo dijo. Ese argumento basta para mí. A mí no me corresponde argüir,
o dudar o criticar; el Cristo lo ha dicho, y yo, revistiéndome de Él, encuentro
en Su autoridad el fin de toda contienda. Yo creo lo que Cristo declara; la
discusión termina allí donde Cristo comienza. Vístete también de Él como tu Sacerdote. A pesar de tu pecado, de tu
indignidad, de tu contaminación, acude al altar del Señor por Aquel que, como
Sacerdote, ha quitado tu pecado, te ha vestido con Su mérito, y te ha hecho
acepto para Dios. En nuestro grandioso Sumo Sacerdote entramos dentro del velo.
Estamos en Él; por fe nos damos cuenta de eso, y así nos vestimos de Él como
nuestro Sacerdote, y nos perdemos en Su aceptado sacrificio. Nuestro Señor
Jesús es ungido también para ser Rey. ¡Oh,
vístete de Él en toda Su majestad imperial, sometiendo cada uno de tus deseos y
pensamientos a Su influencia! Entronízalo en tu corazón. Así como has sometido
tu pensamiento y entendimiento a Su instrucción profética, somete tu acción y
tu vida práctica a Su gobierno real. Así como te vistes de Su sacerdocio y
encuentras en Él la expiación, así vístete de Su realeza y encuentra en Él la
santidad.
Ahora deseo mostrar la descripción dada en Colosenses
Vean lo que sigue –estas
cosas selectas vienen en pares- “humildad, mansedumbre”. Estos vestidos
escogidos no son tan estimados como deberían serlo. La tela de uno llamado
“Altivo de corazón” está muy de moda, y los adornos del señor Despótico son muy
solicitados. Es algo triste ver qué grandes varones son algunos cristianos.
Ciertamente, el lacayo es mayor que su amo. ¡Cómo pueden fanfarronear y
bravuconear algunos que quieren ser considerados santos! ¿Acaso eso es vestirse
del Señor Jesucristo? Muéstrenme una palabra de nuestro Señor en la que haya
increpado y tiranizado y pisoteado a alguien. Él era manso y humilde, Él, quien
era el Señor de todo; ¿cómo deberíamos ser nosotros, que no somos dignos de desatar
el calzado de Sus pies? Permítanme decirle a cualquier amado hermano que no
tenga una naturaleza muy tierna y que sea naturalmente duro y áspero: “Vístete
del Señor Jesucristo”, hermano mío, y no proveas para tu insensible naturaleza.
Esfuérzate por ser de mente humilde, para que seas de espíritu benigno.
Vean, a continuación,
que hemos de vestirnos de paciencia y tolerancia. Algunas personas no tienen
paciencia con los demás; ¿cómo pueden esperar que Dios tenga paciencia con
ellas? Si no se hace todo como ellas esperan, se encienden en ira. ¡Oh, Dios
mío! ¿A quién tenemos aquí? ¿Es este un siervo de Marte o del dios del fuego? ¡Ciertamente
este hombre combatiente no profesa ser un adorador de Cristo! No me digas que
el varón perdió su compostura. Sería una misericordia si la hubiera perdido
como para no recuperarla nunca más. Él es egoísta, petulante, exigente, y fácilmente
irritable. ¿Tiene este hombre el espíritu de Cristo? Si fuese un cristiano,
sería un cristiano desnudo, y yo lo exhortaría a que se ‘vistiera del Señor
Jesucristo’ para que pudiera estar vestido apropiadamente. Nuestro Señor era
sobremanera paciente. “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de
pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”.
Vístanse del Señor Jesucristo y sean pacientes y tolerantes. Soporten gran cantidad
de cosas que no les deberían ser infligidas realmente, y estén listos para
tolerar todavía más, antes que ofender o sentirse ofendidos.
“Soportándoos unos a
otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la
manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. ¿Acaso no es ésta
una enseñanza celestial? Pónganla en práctica. Vístanse de su Señor. ¿Han caído
en desacuerdos entre ustedes? ¿Acaso oí gruñir a uno de ustedes diciendo: “voy
a, voy a, voy a _ _”? ¡Alto, hermano! ¿Qué harás? Si eres fiel al Señor
Jesucristo no te vengarás con tu mano, sino que dejarás lugar a la ira. Recubre
del Señor Jesucristo tu lengua, y no hablarás tan amargamente; recubre de Él tu
corazón, y no sentirás tan fieramente; vístete de Él en la totalidad de tu
carácter, y perdonarás fácilmente, no sólo esta única vez, sino hasta setenta
veces siete. Si has sido tratado injustamente por alguien que debería haber
sido tu amigo, aparta la ira y comienza de nuevo; y tal vez tu hermano comenzará
también de nuevo, y ambos, por amor, vencerán al mal. “Vestíos del Señor
Jesucristo”.
“Y sobre todas estas
cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto”. El amor es el cinturón que
ciñe todas las demás prendas de vestir, y mantiene a todas las otras gracias
bien preparadas y en sus debidos lugares. Vístanse de amor: ¡qué hermoso
cinturón de oro! ¿Estamos todos nosotros vistiéndonos de amor? Hemos sido
bautizados en Cristo, y profesamos habernos vestido de Cristo; pero, ¿procuramos
vestirnos diariamente de amor? Nuestro bautismo no fue verdadero si es que no
estamos sepultados a todas las viejas enemistades. ¡Pudiéramos tener muchas
grandes fallas, pero que Dios nos conceda que estemos llenos de amor por Jesús,
por Su pueblo, y por toda la humanidad!
¡Cuánto desearía que
todos pudiéramos vestirnos del siguiente artículo de este guardarropa y que
pudiéramos conservarlo puesto! “Y la paz de Dios gobierne en vuestros
corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed
agradecidos”. ¡Oh, que tuviéramos una mente pacífica! ¡Oh, que descansáramos en
el Señor! Yo recomiendo esa última expresión: “Sed agradecidos”, para los
hacendados y para otros cuyos intereses están deprimidos. Podría recomendarla
igualmente para ciertos comerciantes cuyo negocio es tan bueno como pudiera
esperarse. “Las cosas están un poco
mejor”, me dijo una persona y en ese momento estaba amasando muchas riquezas.
Cuando las cosas son sobremanera buenas, la gente dice que están “regulares”, o
que van un “poco mejor”; pero cuando hay una pequeña caída, ellos claman acerca
de que “nada funciona, que hay estancamiento, que es una ruina universal”. El
agradecimiento es una rara virtud pero el amante del Señor Jesús ha de abundar
en agradecimiento. Tener la mente en paz, quedarse callado, calmado, ecuánime,
contento, ese es un bendito estado, y Jesús estaba en tal estado, por tanto, “Vestíos
del Señor Jesucristo”. Él nunca mostró disgusto o impaciencia. Nunca estaba
apresurado o preocupado; nunca se quejó o ambicionó. ¿Acaso no había nada que
le preocupara? Más de lo que te preocupa a ti, hermano. ¿Acaso no había muchas
cosas que lo turbaran? Más que a todos nosotros juntos. Con todo, Él no se
alteraba, sino que mostraba una calma principesca, una serenidad divina. De
esto quiere el Señor que nos vistamos. Él nos deja Su paz, y quiere que Su gozo
sea cumplido en nosotros. Él desea que vayamos por la vida con la paz de Dios
que guarda nuestros corazones y mentes de los asaltos del enemigo. Quiere que
estemos tranquilos y que seamos fuertes: que seamos fuertes porque estamos
tranquilos y que estemos tranquilos porque somos fuertes.
He leído acerca de un
gran hombre a quien le tomaba dos horas y media vestirse cada mañana. En eso mostraba
más bien pequeñez que grandeza, pero si cualquiera de ustedes se viste del
Señor Jesucristo puede tomarse todo el tiempo que quiera en acicalarse. Les
tomará todas sus vidas, hermanos y hermanas míos, para vestirse plenamente del Señor
Jesucristo, y para conservarlo puesto. Pues déjenme decirles de nuevo que no
sólo han de ponerse todos estos vestidos que les he mostrado en el guardarropa
de Colosenses, pero, más que esto, han de ponerse todo lo demás que constituye
a Cristo mismo. ¡Qué vestido es este! “Vestíos de Cristo”, dice el texto.
Vístanse del Señor
Jesucristo como su vestido cotidiano. No sólo en los días de fiesta y en los
días de guardar, sino en todo tiempo y todo el tiempo. Vístanse del Señor
Jesucristo en el día del Señor, pero no lo hagan a un lado durante la semana.
Las damas tienen joyas que se ponen ocasionalmente para ostentarlas en las
grandes ocasiones; como regla, estas joyas están guardadas en un joyero. Cristianos,
ustedes deben ostentar sus joyas siempre. Vístanse del Señor Jesucristo, y no
oculten ninguna parte de Él en algún cofre. Vístanse de Cristo y manténganlo
puesto.
El otro día vi a un
misionero procedente del gélido norte, el cual vestía un abrigo de piel de alce
que había usado entre los ‘pieles rojas’. “Es un abrigo imprescindible”, -comentó-
“no hay nada como la piel. Lo he usado durante once años”. En la región ártica
a través de la cual había viajado, había usado esa pieza de vestir, tanto de
día como de noche, pues el clima era demasiado frío para que pudiera
desprenderse de alguna prenda.
Hermanos, el mundo es
demasiado frío para que nos permitamos quitarnos a Cristo ni siquiera durante una
hora. Están volando tantas flechas en torno nuestro que no nos atrevemos a
quitarnos ni una sola pieza de nuestra armadura ni siquiera por un instante.
Gracias a Dios porque tenemos en nuestro Señor un atuendo que podemos usar
siempre. Podemos vivir en él, y morir en él; podemos trabajar en él, y
descansar en él, y, tal como el vestido de Israel en el desierto, no envejecerá
nunca. Vístanse de Él más y más.
Si se han puesto algo de
Cristo, pónganse más de Cristo. Yo no me atrevo a decir mucho para encomiar la
vestimenta, aquí en Inglaterra, pues la tendencia es sobrepasarse en esa
dirección; sin embargo, noté el otro día el comentario de un misionero de las
Islas de los Mares del Sur, que conforme los paganos se convertían, comenzaban
a usar vestidos, y conforme adquirían sensibilidad de conciencia y delicadeza
de sentimiento, prestaban mayor atención a su atavío, usando más ropa y de un
mejor tipo. Como quiera que fuera en cuanto al vestido para el cuerpo, es
ciertamente así en cuanto al vestido del alma. Conforme progresamos
espiritualmente, tenemos más gracias y más virtudes que al principio. Antes nos
conformábamos con llevar la fe únicamente, pero ahora nos ponemos esperanza y
amor. Si antes nos poníamos la humildad, dejábamos de ponernos el
agradecimiento; pero nuestro texto nos exhorta a usar un vestido completo, un
traje para la corte, pues hemos de “vestirnos del Señor Jesucristo”. No puedes
ponerte demasiado de Él. Estén cubiertos de Él de la cabeza a los pies.
Vístanse del Señor en
todo tiempo de tribulación. No se lo quiten cuando llegue el momento de la
prueba. El ingenioso Henry Smith dice que algunas personas se visten del Señor
Jesucristo tal como un hombre usa su sombrero el cual se quita ante cada
persona que se encuentra. Me temo que conozco a algunas personas de ese tipo,
que se visten de Cristo en privado, pero que se despojan de Él cuando están en
compañía, especialmente en la compañía de la gente del mundo, de los
sarcásticos y de los incrédulos. Vístete de Cristo con la intención de no
quitártelo nunca. Cuando seas tentado, probado o ridiculizado, oye en tu oído
esta voz: “Vestíos del Señor Jesucristo”. Póntelo más en la medida que otros te
tienten para que te lo quites.
III. Mi
tiempo se agota y debo notar apresuradamente, en tercer lugar, CÓMO HEMOS DE
ACTUAR EN ESTE VESTIDO RESPECTO AL MAL. El texto dice: “Revestíos más bien del
Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus
concupiscencias”. La carne describe aquí la parte malvada de nosotros, a la
cual ayudan grandemente los apetitos y deseos del cuerpo. Cuando una persona se
viste de Cristo, ¿tiene todavía presente a la carne en él? ¡Ay, así es! Oigo
que algunos hermanos afirman que no tienen ningún remanente de corrupción en
ellos. Yo exijo la libertad de creer lo que yo quiera de los enunciados del
hombre en cuanto a su propio carácter personal. Cuando da testimonio con
respecto de sí mismo, su testimonio pudiera ser cierto o no. Cuando un hombre
me dice que él es perfecto, oigo lo que tiene que decirme, pero tranquilamente
pienso en mi interior que si lo hubiese sido, no habría sentido la necesidad de
divulgar esa información. “El buen vino no necesita ser recomendado”, y una vez
que nuestra ciudad contenga a un hombre perfecto dentro de sus límites no habrá
necesidad de hacerle publicidad. Los bienes que son elogiados exageradamente
probablemente requieren una publicidad exagerada. Hermanos, me temo que todos
nosotros tenemos mucho de la carne en nosotros, y por tanto, necesitamos estar
en guardia contra ella. ¿Qué dice el apóstol? “Y no proveáis para los deseos de
la carne”. Quiere decir varias cosas con esto.
Primero, que no ha de tolerarse en absoluto. No
digan: “Cristo me ha santificado hasta ahora; pero, mira, yo tengo por
naturaleza un mal carácter, y no se puede esperar que desaparezca”. Amado
hermano, no proveas para refugiarte de esa manera y para perdonar a uno de los
enemigos de tu alma. Otro exclama: “Tú sabes que yo siempre he estado muy desanimado,
y, por tanto, jamás puedo sentir mucho gozo en el Señor”. No abras espacio para
tu incredulidad. Si encuentras una perrera para este perro, se quedará por
siempre allí. “Pero” –dice otro- “a mí me encantó siempre la alegría, y por eso
debo mezclarme con el mundo”. Bien, si cocinas una cena para el diablo, ocupará
un asiento en tu mesa. Eso es proveer para la carne para satisfacer sus concupiscencias.
No hagas eso, antes bien elimina a los cananeos, quiebra sus ídolos, derriba
sus altares y tala sus bosques.
Además, no le des ningún tiempo al pecado. No le
des ninguna licencia a tu obediencia. No te digas: “En cualquier otro momento
soy riguroso, pero una vez al año, en una reunión familiar, me tomo una pequeña
libertad”. ¿Para ti pecar es libertad? Me temo que hay algo podrido en tu
corazón. “¡Ah!”, exclama alguien, “yo sólo me permito ocasionalmente una o dos
horas de compañía cuestionable. Yo sé que me hace daño, pero todos nosotros debemos
tener un poco de descanso y la plática es muy divertida, aunque un poco disoluta”.
¿Es mala la relajación para ti? Debería ser peor que la esclavitud. ¡Qué prueba
es para un hijo de Dios la plática necia! ¿Cómo puedes encontrar placer en
ella? No le permitas ninguna licencia a la carne; no puedes saber qué tan lejos
puede llegar. Mantenla siempre bajo sujeción, y no des espacio para su
indulgencia.
No proveas ningún alimento para ella. No le asignes
ninguna ración. Déjala morir de hambre; de cualquier manera, si necesita
forraje, que lo busque en otra parte. Cuando distribuyas tu provisión para el
cuerpo, para el alma y para el espíritu, no les distribuyas nada a las pasiones
depravadas. Si la carne dice: “¿Qué hay para mí?”, dile: “Nada”. A algunas personas
les gusta un poco de lectura para la carne. A algunas personas les gusta un
poco de lo que llaman: alimento “más bien sublime”, así que a estas personas
les encanta una porción de doctrina contaminada, o de moralidad cuestionable.
De esta manera proveen para la carne, y la carne se cuida de alimentarse de
eso, y de darle su alimento a sus concupiscencias. He conocido a personas
profesantes, a quienes no me atrevería a juzgar, que se ocupan ‘sólo un poco’
en cosas que les prohibirían a los demás, pero que consideran permisibles para
ellos mismos, si son hechas en secreto. “No tienes que ser demasiado riguroso”,
dicen. Pero el apóstol dice: “No proveáis para los deseos de la carne”. No le
den ni una pequeña porción; ni siquiera le permitan las migajas que caen de su
mesa. La carne es ambiciosa y nunca tiene lo suficiente, y si le das alguna
provisión, se robará mucho más.
“Vestíos del Señor
Jesucristo”, y entonces no le dejarán ningún lugar a las concupiscencias de la
carne. La parte que Cristo no cubra está desnuda para el pecado. Si Cristo es
mi librea, y yo la llevo puesta, y soy conocido así como Su siervo declarado,
entonces me coloco enteramente en Sus manos eternamente y para siempre, y la
carne no tiene ningún derecho de ningún tipo sobre mí. Si antes de vestirme de
Cristo podía hacer alguna salvedad y el deber no me llamaba, ahora que el Señor
Jesucristo me cubre, he acabado con las excepciones, y soy abierta y
profesamente de mi Señor. “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados
en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?” Siendo sepultados con Él,
estamos muertos para el mundo, y vivimos sólo para Él. Que el Señor nos eleve a
esa pauta por Su poderoso Espíritu, y Él recibirá la gloria por ello.
IV. Si
ese es el caso, y en verdad nos hemos “vestido del Señor Jesucristo”, daremos
gracias a Dios eternamente; pero si no es así, no nos demoremos en vestirnos
con ese atavío. ¿POR QUÉ DEBEMOS APRESURARNOS A VESTIRNOS DE CRISTO? Un momento
es todo lo que queda. Está oscuro. He ahí una armadura hecha de sólida luz. Pongámonos
ese atuendo de inmediato. Entonces la noche será luz en torno nuestro, y otros
que nos contemplan glorificarán a Dios y solicitarán el mismo vestido. Con una
noche tan densa como la que nos rodea, el hombre necesita vestirse con luminosas
ropas; necesita vestirse de la luz de Dios pues necesita ser protegido así
prácticamente de la tinieblas circundantes.
“Vestíos del Señor
Jesucristo”, además, pues la noche pronto acabará: pronto vendrá la mañana. Los
harapos del pecado, las sórdidas ropas de la mundanalidad no son un atuendo
apropiado para la mañana celestial. Vistámonos para recibir al sol naciente.
Salgamos a recibir a la aurora cubiertos con vestidos de luz.
¡“Vestíos del Señor
Jesucristo”, pues Él viene, el amado de nuestras almas! Sobre los montes oímos
resonar las trompetas; los heraldos están dando voces: “¡El esposo viene! ¡El
esposo viene!” Aunque pareciera haberse demorado, siempre ha estado viniendo
apresuradamente. Oímos hoy las ruedas de Su carro en la distancia. Su
advenimiento está más y más cercano. No durmamos como los demás.
Bienaventurados lo que estén preparados para la boda cuando venga el Esposo.
¿Cuál es ese vestido de bodas que nos permitirá estar preparados? Nada puede
hacernos más aptos para recibir a Cristo y estar con Él en Su gloria, que nos
vistamos hoy de Cristo. Si llevo a Cristo como mi vestido le hago un gran honor
a Cristo como mi Esposo. Si lo tomo como mi gloria y mi hermosura mientras
estoy aquí, puedo estar seguro de que Él será todo eso y más para mí en la
eternidad. Si me complazco en Jesús aquí, Jesús se complacerá en mí cuando nos
encontremos en el aire, y me lleve a lo alto para morar con Él eternamente.
¡Pónganse el vestido de bodas, ustedes, amados del Señor! ¡Pónganse el vestido
de bodas, ustedes, esposas del Cordero, y pónganselo de inmediato, pues he aquí
que Él viene! ¡Apresúrense, apresúrense, ustedes, vírgenes adormiladas!
¡Levántense y despabilen sus lámparas! Pónganse sus ropas, y estén listas para
contemplar Su gloria y para participar en ella. Oh, ustedes, almas vírgenes,
salgan a recibirlo; salgan con gozo y alegría, llevándolo a Él mismo como su
hermoso ropaje, apto para las hijas de un Rey. ¡Que el Señor los bendiga, por
Cristo nuestro Señor! Amén.
Porciones de
Traductor: Allan Román
27/Septiembre/2012
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