El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Su Lección.
NO.
2115
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y SELECCIONADO PARA SER LEÍDO EL DOMINGO 24 DE
NOVIEMBRE, 1889.
“Los nobles
enviaron sus criados al agua; vinieron a las lagunas, y no hallaron agua;
volvieron con sus vasijas vacías; se avergonzaron, se confundieron, y cubrieron
sus cabezas. Porque se resquebrajó la tierra por no haber llovido en el país,
están confusos los labradores, cubrieron sus cabezas. ¿Hay entre los ídolos de
las naciones quien haga llover? ¿Y darán los cielos lluvias? ¿No eres tú,
Jehová, nuestro Dios? En ti, pues, esperamos, pues tú hiciste todas estas
cosas”. Jeremías 14: 3, 4, 22.
El deseo de mi corazón y
mi oración sincera es que muchas de las personas presentes en esta casa puedan
decir con el profeta: “En ti, pues, esperamos”. Yo no me quedaría satisfecho por
haber predicado un discurso que ustedes hayan oído o que incluso hayan
aprobado, a menos que proviniera de él este fruto delicioso: que quienes están
alejados de Dios sean conducidos a acercarse a Él, y que digan, en verdad y de
todo corazón: “En ti, pues, esperamos”. Únicamente en Dios pueden los hombres vivir
felizmente y, si quieren ser rescatados de su estado caído, es al Señor su Dios
a quien han de volverse. ¡Oh, que esperaran en Él!
En el último versículo
tenemos la palabra “pues”, que muestra que quienes hablaban habían llegado a
esa conclusión a través de un razonamiento. En realidad ellos se habían visto
forzados a adoptar esa resolución por causa de un argumento muy doloroso y
personal que Dios había colocado delante de ellos en el orden de Su
providencia. Tanto por su sed como por su incapacidad de encontrar agua en alguna
parte, el Señor los había conducido a decir: “En ti, pues, esperamos”. Confío
que no será necesario que seamos exhortados a la conversión mediante unos
sufrimientos tan terribles. “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin
entendimiento”. Vengan voluntariamente, ya que el argumento para venir es claro
y convincente.
Me gustaría que esta
mañana recorran mentalmente todo el proceso a través del cual pasaron los
israelitas para llegar a esa agraciada conclusión: “En ti, pues, esperamos”.
Comencemos de inmediato
con el argumento, pidiéndole a Dios que persuada mediante Su buen Espíritu a
todos los corazones, para que podamos llegar a la conclusión deseada.
I. Primero,
consideren que el HOMBRE ES UNA CRIATURA MUY DEPENDIENTE. Es, en algunos
sentidos, la criatura más dependiente que Dios ha creado, pues el rango de sus
necesidades es muy amplio, y en mil puntos es dependiente de algo que está
fuera de sí mismo. Toda la creación existe por la voluntad del Señor, y si Su
voluntad cesara de enviar poder sustentador para mantener en la existencia a
las cosas creadas, dejarían de existir. Este gran mundo –el sol, la luna y las
estrellas- se disolvería por completo y, así como la espuma del instante se
disuelve en la ola que la transporta, así se perdería para siempre. Si el Señor
así lo quisiera, el universo desaparecería como esa burbuja que tu hijo soplaba
hace sólo un instante, y que ahora se ha esfumado sin dejar rastro alguno tras
de sí. Sólo Dios existe por Su propio poder. Todo lo demás depende de Él.
“La vida, la muerte, el infierno y mundos desconocidos
Penden de Su firme decreto:
Él no se sienta en ningún trono precario,
Ni pide permiso para existir”.
El hombre, como una criatura viva, es peculiarmente dependiente de Dios
en cuanto a las cosas temporales. Vemos en el texto que
cuando el rocío dejó de caer, y las lluvias fueron retenidas, los infelices
habitantes de Palestina sufrieron una sequía, y esa sequía trajo consigo la
desaparición de la cosecha, el hambre, la enfermedad y la muerte. Como reza un
dicho común nuestro: ‘la gente moría como moscas’. Caían por doquier por miles,
desfallecientes, hambrientos, condenados. ¡Cuán débil es el hilo del que pende
la vida humana! El agua, aunque en sí misma sea inestable, es necesaria para el
florecimiento de la vida humana, y sin ella, el hombre se muere. Muchos
animales pueden soportar la sed mejor que el hombre. Otras criaturas llevan sus
propias vestiduras con ellas, pero nosotros tenemos que estar endeudados con una
planta o con una oveja, para cubrir nuestra desnudez. Muchas otras criaturas
están dotadas de suficiente fuerza física para ganar su alimento teniendo que
luchar, pero nosotros tenemos que producir nuestro propio alimento del suelo.
Contemplen cómo venimos al mundo, indefensos y débiles, absolutamente
dependientes de los demás; y cuando se desarrolla nuestra fortaleza y se
perfecciona nuestra condición humana, sólo entramos en otra fase de dependencia
de nuestro entorno para nuestra alimentación; así pues, para nuestra vida,
dependemos de las gotas de lluvia. No podemos producir alimento de la tierra
sin el rocío y la lluvia. Sin importar cuán ingeniosamente hayan preparado su
terreno, y cuán cuidadosamente hayan seleccionado su semilla, todo saldrá mal
sin la lluvia del cielo. Aunque brotara su grano, rehusaría convertirse en
espiga si los cielos estuvieran secos. Tampoco ustedes podrían producir por sí
mismos ni un solo aguacero y ni siquiera una sola gota de rocío. Si Dios retiene
la lluvia, ¿qué podría hacer el labrador? ¿Citar a una reunión del parlamento;
reunir a un sínodo de científicos; convocar a un cónclave de príncipes? ¿Qué
podrían hacer? Sus actos, sus teorías y sus mandamientos son en vano. Cuando
los cielos son de bronce, la tierra es de hierro; cuando Dios está airado, las
nubes no esparcen ninguna bendición sobre nuestro campo y la tierra no da su producto
para el labrador.
Sí, y la vida misma se
esfumaría conforme el alimento de vida escaseara. Sería un cálculo instructivo -siempre
y cuando pudiera elaborarse con precisión- estimar cuánta reserva de alimentos hay
atesorada sobre la superficie de la tierra en un momento determinado. Si todas
las cosechas fueran a fallar a partir de esta fecha, si no hubiese cosechas en
Australia durante nuestro invierno, ni cosechas a principios del año en
Al igual que Dios dio el
maná en el desierto Dios, Él nos da en verdad el pan conforme lo necesitamos,
pero dependemos cada hora de Su generoso cuidado. Las botellas del cielo
contienen los jugos de la vida humana; si esas botellas fueran cerradas por
completo, ninguno de nosotros podría tolerar la quemante sequía y la
consecuente carestía.
Vean, entonces, la
absoluta dependencia que tienen de Dios, no solamente las naciones orientales,
sino todos los pueblos de la raza humana. Prescindiendo de cuál sea nuestra
actividad o profesión, todos somos alimentados por el fruto del campo, y
prescindiendo de lo que pudiera decirse acerca de las leyes de la naturaleza,
el Dios de la naturaleza no está restringido ni limitado por métodos de
procedimiento. Él puede operar tal como le agrade, y puede llenar nuestros graneros
al máximo de su capacidad, o detener los suministros del grano por el simple
método de dar o suprimir la lluvia. Nuestro aliento está en nuestra nariz; si
Él quitara ese aliento, nos morimos. Sin Su preservación, la raza entera del hombre
sería convertida en polvo y dejaría de existir en la tierra de los vivientes.
Esta dependencia es más evidente en las cosas espirituales. Hermanos,
si Dios nos bendice con Su salud salvadora, y con la visitación de Su Espíritu,
seremos como un campo que Dios ha bendecido, y nuestras vidas se alegrarán con
una cosecha para Su alabanza. Pero sin Dios, ¿qué podríamos hacer nosotros? En
el reino de las cosas espirituales, nosotros somos absoluta y enteramente
dependientes de Dios y, sin Su ayuda, somos como una tierra salada que está
desprovista de verdor. La salvación es de Jehová. Vana es toda confianza que no
esté edificada sobre Él.
¿Cómo podríamos procurar
las invaluables bendiciones de perdón y de gracia, aparte de Dios en Cristo
Jesús? ¿Cómo puede ser quitado el pecado, excepto por el Señor, que pasa por
alto la iniquidad? ¿Quién es aquél que puede absolver sino la persona contra
quien fue cometida la transgresión? ¿De dónde puede venir la limpieza de toda
mancha sino de esas amadas manos que fueron horadadas por nosotros? Cuando
nosotros y nuestros vestidos seamos lavados en Su sangre preciosísima, sólo
entonces seremos limpiados y toda la gloria será para Él como el Cordero
inmolado. ¿No son de Dios la justificación y la aceptación? ¿Qué podríamos
hacer, ustedes y yo, para justificarnos o para hacernos aceptables ante Dios?
Estos son los dones del pacto de gracia, y Dios puede otorgarlos; pero si no
los otorga, nosotros no podríamos obtenerlos nunca. Otorgar esos dones según el
designio de Su voluntad es Su regia prerrogativa.
Lo mismo sucede con la
vida y el poder del Espíritu de Dios, por los cuales somos capaces de recibir y
disfrutar las bendiciones del pacto; el Espíritu Santo, como el viento, sopla
de donde quiere, y sólo el Señor ordena Su operación. ¿Cómo podría venir a
nosotros la nueva vida mediante la cual recibimos al Señor Jesús, si no viniera
del propio Dios viviente? ¿Puede un hombre que está hundido en el pecado,
liberarse y purificarse a sí mismo? “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo
sus manchas?” “Os es necesario nacer de nuevo”. Pero ¿puede un hombre lograr
nacer de nuevo por sí solo? ¿Es imaginable que el nuevo nacimiento sea causado
por la propia persona que nace? El cambio obrado es misterioso, radical, perdurable;
¿quién podría obrarlo por sí solo? ¿Quién podría extraer algo limpio de algo
inmundo? Nadie. ¡La nueva vida tiene que venir de Dios! “El que no naciere de
nuevo, no puede ver el reino de Dios”. ¿De dónde provienen el nuevo corazón y
el espíritu recto? ¿Puede la mente carnal, que es enemistad contra Dios,
engendrar por sí sola un amor a Dios y un deseo de comunión con Él? Esas cosas
no pueden crearse por sí solas, pues son obra de las mismas manos que hicieron
los cielos y la tierra. El amor a la santidad y su búsqueda y la perseverancia
en esa búsqueda, ¿acaso esas cosas no nos vienen exclusivamente de Él, que ha
obrado todas nuestras obras en nosotros? Todo comienzo de bien, sí, todo anhelo
de bien, es obrado en nosotros por Dios, pues de lo contrario nunca se
encontraría en nosotros en absoluto. Nosotros somos absolutamente dependientes
de Dios, no solamente en cuanto a todos los dones espirituales, sino en cuanto
al poder de convertirnos en partícipes de ellos.
Y, hermanos, ¿no nos
vienen de Dios nuestro Salvador todas las gracias que son agradables a Dios?
¿Acaso hay algún grano de fe en el mundo que Dios no haya producido? ¿Hay una
chispa de amor santo en cualquier pecho humano que Dios no haya generado? ¿Hay
alguna verdadera esperanza, en cualquier corazón, que el Dios de la esperanza
no haya implantado? ¿Hay alguna cosa en alguna parte que sea santa o amable o
de buen nombre que no proviniera primero del propio Dios y que no la
introdujera en el corazón del hombre?
Pecador, tú eres
absolutamente dependiente de Dios para poseer la gracia y para obtener la
salvación. Tú yaces como aquellos huesos secos en el valle, que eran abundantes
y que estaban muy secos. ¿Qué puedes hacer? ¿Por cuál poder pueden vivir los
huesos secos? El profeta del Señor, como un acto de fe en Dios, te ordena que
vivas; pero el profeta de Dios sabe que no vivirás por medio de tu propia
fuerza, ni por medio del poder de persuasión del propio profeta. No, él apela a
un poder que está más allá de él mismo y de ti. Da voces diciendo: “Espíritu,
ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán”. Él espera
que el Espíritu Santo genere vida en ustedes, y aparte de ese Espíritu, no
tiene esperanza en cuanto a ustedes.
Ampliando este caso –y
no puedo ampliarlo demasiado- no tengo miedo de exagerar ni de ir demasiado
lejos en eso: yo sé que en cuanto a las nubes, y a la lluvia y a la siega, los
hombres son absolutamente dependientes del Dios de la providencia; y yo sé
también que, para el don del Espíritu Santo y para el poder que salva a las
almas, dependemos enteramente del grandioso Dios que crea todas las cosas
buenas.
Aquí tenemos algo que es
lamentable: contra Dios, de quien somos
tan dependientes, hemos pecado y continuamos pecando. Somos dependientes de
Él, y sin embargo, nos rebelamos en Su contra. ¿Acaso el hombre que acepta de
mí su pan diario, alzará contra mí el calcañar? ¿Es posible que quien no podría
vivir sin mí, viva para hablar mal de mí? ¿Abusará de mi bondad convirtiéndola
en un medio para hacerme daño? Eso sería una atrocidad que sólo podría brotar
de un corazón negro e ingrato. Sí, cada pecador que continúa en el pecado está
actuando ingratamente. Quien continúa haciendo el mal a pesar de existir sólo
por Su infinita caridad, es ingrato en un grado supremo para con el Señor de amor.
Siendo ese el caso, la dependencia que tiene el hombre culpable de la gracia de
la soberanía divina y de la soberanía de la gracia divina, es resaltada más
todavía. Debido a que el hombre ha quebrantado el mandamiento de Dios y
continúa rebelándose contra Él, con mucha mayor razón se encuentra
absolutamente a la disposición de un Dios justo. El traidor no tiene ahora
ningún derecho; los ha perdido todos. No tiene ningún derecho a reclamar; él
mismo se ha proscrito.
Oh hombre impío, tú no
puedes apelar en absoluto a la justicia de Dios; pues si lo hicieras, Él debe adjudicarte
la destrucción eterna. Tú no puedes reclamarle ahora nada como si te lo
debiera, pues lo que se te debe es que seas condenado al castigo eterno. Tú
estás condenado delante de Él, en cuyas manos está el decidir sobre la vida o
la muerte. Tú estás en la mano de Dios de la misma manera que el prisionero
condenado a muerte está en manos del poder del rey; en verdad, tú lo estás de
manera más absoluta. Si fueras perdonado, tendría que ser por el ejercicio de
la soberana prerrogativa que está investida en Jehová, el Señor de todo, que
hace lo que parece bien a Sus ojos. Con tal de que pueda hacerse justamente, la
soberanía podría intervenir y rescatar al culpable de su condenación; pero este
es un asunto que depende únicamente de la voluntad del Señor. Si tú eres
ejecutado, la condenación está tan bien merecida que no puede decirse ni una
sola palabra contra la soberanía que cumplirá la sentencia. Si Dios hubiera
dejado que este mundo pecador pereciera en su pecado, nadie habría podido
culparlo; no es sino justo que mueran aquellos que han provocado a su Dios y
han incurrido en el castigo que Él amenazó contra el pecado. Si el Señor, en la
grandeza de Su amor, eligiera salvar a este hombre o a aquél, no le provoca
ningún daño a nadie, sino que enaltece Su misericordia en aquellos a quienes
redime de una merecida muerte. Si el Señor iluminara una isla, y dejara en la
oscuridad a todo un continente, ¿quién le acusaría? Si Él tomara a uno de una
ciudad y a dos de una familia, y los atrajera hacia Sí, mientras permite que
todos los demás sigan su propio camino y que continúen obstinadamente en
rebelión, ¿quién acusaría a Dios de parcialidad, o quién le diría: Qué haces
Tú? Él puede responderles a todos los que objetan Su camino de misericordia: “¿No
me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?” Él no deposita sobre ningún
hombre más de lo que es justo, y lo que Él decide perdonar por Su propia longanimidad,
no puede ser impugnado. Ya sea que les guste la doctrina o no, es cierto que,
como pecadores, ustedes son absolutamente dependientes de la misericordia
soberana de Dios. Yo desearía que pudieran ver y sentir esta grandiosa verdad,
pues tendería a humillarlos y a prepararlos para buscar Su favor. Pido al Espíritu
Santo que la grabe en todos los presentes que no hayan venido a Dios en Cristo
Jesús. Esto basta en cuanto a la primera verdad.
II. Nuestro
segundo comentario es éste: LOS HOMBRES PUEDEN VERSE REDUCIDOS A UNA CALAMITOSA
ANGUSTIA. Los hombres, siendo dependientes de Dios, pueden verse reducidos a
una calamitosa angustia si le desobedecen e incurren en Su justa desaprobación.
Amablemente síganme
mientras leemos los versículos anteriores a mi texto. Aquí encontramos una gran
angustia temporal: ¡la gente no tenía agua! Los más altos rangos de la sociedad
fueron conducidos a experimentar la terrible sequía. La ciudad entera era
atormentada por la sed, y los líderes implementaron una diligente búsqueda con
el fin de encontrar agua. Enviaron a revisar los grandes depósitos que Salomón
había construido en su época, los estanques de arriba y los de abajo, pero no
encontraron agua. Inspeccionaron una y otra vez, pero las aguas habían
desaparecido por completo, y entonces se vieron reducidos a la desesperación.
Cubrieron sus cabezas como hombres que se rendían a una muerte sin esperanza.
Terrible fue la sequía que Jehová envió a Su tierra debido al pecado de Su
pueblo; fue como si el día de Elías hubiera retornado, en el que no hubo ni
rocío ni lluvia durante tres años y seis meses.
Mis queridos oyentes, hay
una angustia espiritual de la que esta sequía es una figura. He aquí, como en
una parábola, hemos visto el estado al que muchos son conducidos cuando Dios
comienza a tratar con ellos: experimentan sequía de vida y hambruna de
esperanza. Amado oyente, ¿sabes lo que significa ‘los tratos de Dios con un
hombre’? ¿Recuerdas aquel pasaje en el libro de Bunyan, “El Progreso del
Peregrino”, donde un peregrino le dice al otro: “Iniciemos un buen discurso?
¿Dónde habremos de comenzar?” El otro le responde: “Donde Dios comenzó con
nosotros”. ¿Sabes lo que quiere decir eso? ¿Ha comenzado Dios contigo? Si es
así, podrás entenderme cuando digo que Dios hace consciente, al hombre
despierto y convicto, de la mayor necesidad concebible, es decir, de una sequía
en su propia alma. Estas gentes estaban conscientes de que necesitaban agua; y el
caso era peor que eso todavía, pues estaban atormentadas por la sed. Así viene
Dios a los hombres, y los hace sentir que necesitan el agua viva de Su gracia,
y los hace tener sed de ella. Ellos no conocían antes su necesidad, antes bien,
proseguían con bastante júbilo, contentos con los placeres del tiempo y del
sentido; pero ahora, habiendo sido vivificados, sienten un hambre intolerable y
tienen sed de cosas más excelsas y mejores. Son atormentados por un insaciable
deseo que no puede ser apaciguado ni lo será. ¿Acaso no hemos visto a esos seres
sedientos? ¿No hemos tenido compasión de ellos? ¿No les hemos indicado la única
y exclusiva fuente de suministro? ¿No nos hemos regocijado en secreto por ellos
cuando hemos anticipado hacia dónde tendía su angustia?
Procedamos un poco a
detalle con las palabras de mi texto: cuando el Señor hace que los pecadores
sientan la sequía espiritual, el orgullo
es humillado. “Los nobles enviaron sus criados al agua”. Generalmente la
nobleza se ocupa muy poco acerca del agua; pero durante una gran sequía, el rey
Acab y su mayordomo, Abdías, salieron ellos mismos a buscar agua. En este caso,
los nobles enviaron a sus siervos, es más, enviaron incluso a sus hijos y a sus
hijas, para que descubrieran alguna fuente de suministro.
Así Dios sabe cómo
enseñar a un hombre de tal manera que sus altivos pensamientos son humillados,
y su orgullo es abatido hasta el polvo. ‘Señoría ilustrísima’, tú te sentirías
como un don nadie si el Espíritu tratara contigo en convicción. No hace mucho
tiempo, ‘su excelencia’ miraba con desdén desde el asiento más elevado de la
sinagoga, pero ahora te sientas en el polvo, y consideras a todos como tus
superiores. El filósofo se convierte en un niñito y alegremente acepta el vaso
que anteriormente desdeñaba. Te oímos el otro día cantando a tu propio honor y
gloria, pero ahora no tienes ninguna canción que cantar, antes bien te cubres
los labios y musitas: “¡Inmundo, inmundo, inmundo!” Cuando el Señor pone Su
mano sobre un hombre, hace que su belleza se consuma como una polilla. El
hombre es conmovido de la cabeza a los pies; su alma se derrite dentro de él, y
toda su gloria rueda en el cieno. En el día de nuestra angustia nuestros
pensamientos más nobles se convierten en humildes rastreadores del agua de la
vida.
Pero ustedes observan
que cuando fueron humillados y reducidos a estar sedientos, esas personas acudieron a causas secundarias: llegaron
a los pozos o depósitos. Los depósitos, en el Oriente, son algunas veces
grandes cavernas encontradas en la roca natural, y en otras ocasiones son
excavados por obreros, o construidos con ciertas técnicas, y luego se canalizan
algunas corrientes y se hacen correr hacia esos depósitos que son capaces de
contener una gran cantidad de agua. Algunos de los hijos de los nobles pensaron
que ellos conocían algunas cavernas que los demás no habían visto, cisternas
subterráneas ocultas que habían sido olvidadas, y salieron para encontrarlas. Se
apresuraron al lugar donde esperaban encontrar esa agua invaluable; pero no
leemos que clamaran a Dios, o que buscaran la misericordia de Jehová, que
podría haberles dado lluvia de manera inmediata. Recurrieron a las causas
secundarias, pero no se volvieron a la mano que los había golpeado.
Así las almas, cuando
son despertadas, acuden a cincuenta cosas diferentes antes de acudir a Dios. Es
triste que, en superstición o en escepticismo, ellas busquen arroyos vivos.
Intentan la reforma de la conducta. Yo no tengo nada que decir en contra de
eso. Pero aparte de Dios, la reforma siempre concluye en desilusión. Buscan la
consolación de algún credo ortodoxo, acerca de lo cual yo podría tener mucho
que decir; pero si se confiara en una fe en un credo, es como si un hombre
buscara calmar su sed con una botella, pero sin preocuparse por verificar si
contenía agua o no. Un credo es una jarra en la que se almacena el agua, pero no
es el agua misma. Algunas personas intentan formas y ceremonias en abundancia,
y a todo eso agregan abnegaciones y penitencias; toleran cualquier cosa antes
que acudir a Dios en busca de Su gracia. La gracia es un puerto hacia el cual
ningún hombre timonea su barca mientras no se compruebe que es el único lugar
en el que puede entrar.
Oh corazón mío, corazón
mío, ¿cómo es que puedes ser tan renuente a acudir a tu Padre y a tu Dios? Oh,
ustedes, que andan deambulando en este momento yendo de la confianza de una
criatura a otra criatura, les ruego que pongan un término a su vagabundeo y
vengan a casa, a Dios, que es el único que puede ayudarles. No hay esperanza
para ustedes excepto en Dios, y el camino a Dios es a través de Su Hijo Cristo
Jesús. ¿Por qué deambulan tanto sin rumbo? Ir directamente a Dios es el camino
más seguro y más confiable; ¿por qué no lo toman? Dios es nuestro refugio y
nuestro cielo; ¿por qué somos tan renuentes a buscarlo? Oh, hombre, ¿por qué
quieres acudir a los santos, a los ángeles e incluso a los demonios, en vez de
acudir al Señor tu Dios? Pero yo te conozco, tu corazón está puesto en la
idolatría, y esta es la esencia de la idolatría: que tú buscas a la criatura en
vez de buscar al Creador.
Si continúan leyendo,
encontrarán que cuando acudieron a esos suministros secundarios, se vieron decepcionados: “Vinieron a las
lagunas, y no hallaron agua”. Encontraron lodo, negro lodo asqueroso, pero no
encontraron agua. Una vez anteriormente vieron el espumoso líquido en la fresca
cueva; pero ya había sido utilizado todo. Cuando las aguas podían ser
encontradas en cualquier otra parte, las cisternas estaban llenas; pero cuando
todo lo demás estaba seco, las cisternas estaban también secas. Se inclinaron,
exploraron en la oscuridad; intentaron obtener al menos un vaso lleno del
precioso líquido, pero está escrito: “No hallaron agua”. Decepcionados,
“volvieron con sus vasijas vacías”. Las mujeres, con sus cántaros de agua sobre
sus cabezas, presentaban un triste espectáculo cuando entraban por la puerta de
la ciudad, y una tras otra, todas ellas, suspiraban diciendo: “¡Vacía! ¡Vacía!”
Necesitaban beber para calmar la sed, pero no se encontró ni una sola gota que
refrescara sus lenguas.
Es algo terrible
regresar a casa con las vasijas vacías después de oír un sermón, o regresar con
las vasijas vacías tras levantarse de la mesa de la comunión sin haber
encontrado nada de agua viva. Cerrar
Ahora, en adición a esta
decepción, se siguió una gran confusión
mental; se volvieron distraídos: “Se avergonzaron, se confundieron”. A
espaldas de esa confusión vino la desesperación: “Cubrieron sus cabezas”. Los
orientales cubren sus cabezas cuando están sumidos en la aflicción más
profunda, como lo hizo David cuando atravesó el arroyo de Cedrón. Significa:
“No puedo darle la cara. No me miren en mi aflicción, ni esperen que yo los
mire a ustedes. Cubro mi cabeza pues mi aflicción me rodea por todas partes”.
Así yo me he encontrado a muchas personas que, después de recurrir a muchas
confianzas en alguien o algo, se han desilusionado de todas, y parecieran
listas a quedarse sumidas en la desesperación, y ya no hacen ningún esfuerzo.
Temen que Dios no las bendiga nunca, y que nunca entrarán en la vida eterna; y
así firman su propia sentencia de muerte. ¿Habré de confesar que me ha agradado
más ver a estas personas en esa condición, que escuchar sus jubilosos cantos de
otras ocasiones? ¿Es junto a la puerta de la desesperanza en uno mismo que los
hombres llegan a la esperanza divina? ¡Quiera Dios que muchas personas que son
como ‘Vana Confianza’, que están sentadas aquí, sean derribadas al suelo y forzadas
a terminar con sus altivas jactancias yendo de inmediato a Jesús exclusivamente!
Oh, que pudieran llegar a esa santa y segura conclusión en la cual estoy
pensando todo el tiempo mientras les predico a ustedes, -que es la conclusión
escritural y lógica mencionada en mi texto- “En ti, pues, esperamos”.
Por último, cuando estas
personas llegaron a la desesperación, es muy notable cómo todo en torno a ellas parecía concordar con su miseria. Escuchen el
tercer versículo: “Cubrieron sus cabezas”. ¿Oyeron las últimas palabras del
cuarto versículo? Hicieron exactamente lo mismo: “Cubrieron sus cabezas”.
Seguramente el segundo versículo es el eco del primero. Así es: la tierra
siente simpatía por el hombre. La naturaleza refleja exteriormente nuestros
sentimientos interiores. Cuando Dios nos hace dichosos, “con alegría salimos, y
con paz somos vueltos; los montes y los collados levantan canción delante de nosotros,
y todos los árboles del campo dan palmadas de aplauso”. Pero cuando nos
encontramos sumidos en la desesperación, la naturaleza entera hace eco de
nuestra miseria. El sentido del texto hebreo es: “La tierra está desfallecida”;
la propia tierra está aterrorizada por la falta de lluvia, y abre su boca jadeando
de miedo. “La tierra está desfallecida pues no hubo lluvia en la tierra, y los labradores
estaban avergonzados y cubrieron sus cabezas”.
¿Se han encontrado
alguna vez en tal estado mental que sabían de su necesidad del agua de la vida,
pero eran incapaces de encontrarla en alguna parte? Si así fuera, ustedes han
sido indeciblemente miserables, y toda la creación está de duelo para hacerles
compañía. La naturaleza es susceptible de responderle al hombre, a quien el
Creador designó para que fuera su señor. La naturaleza hace resonar su repique
de bodas para proclamar la felicidad del hombre, o dobla a muerto para lamentar
los funerales de sus dichas. Si tú has cerrado las persianas de tu corazón, y
tu alma está sumida en la oscuridad, entonces los cielos están oscuros también;
o si no, la propia brillantez de la naturaleza pareciera ser otra forma de
negrura para ti, y sus dichas se burlan de tus angustias y restriegan sal en
tus heridas. Cuando los hombres están abatidos y sus rostros están cubiertos, la
naturaleza cubre también su rostro y todo el universo está triste. ¡Ay del día
cuando la mano del Señor es dolorosa para el alma! Entonces nuestra humedad se
convierte en la sequía del verano.
III. Hemos
considerado hasta aquí el argumento; ahora debo apresurarme a la conclusión. El
hombre es una criatura muy dependiente; el hombre puede verse reducido a una
horrenda angustia; y en tercer lugar, EL ÚNICO RECURSO SEGURO DEL HOMBRE ES SU
DIOS. “Dios es nuestro refugio”. Si yo me dirigiera a cualquier persona
presente que se encuentre en tal problema como el que he descrito, permítame
enfatizarle este pensamiento: el único lugar de refugio para ti está en Dios,
según se revela a Sí mismo en Cristo Jesús. ¡Apresúrate a ir a Él! ¡Aférrate a
Su poder! ¡Ocúltate bajo las alas de Su cuidado!
Pues, primero, no hay ayuda en ninguna otra parte. Lean
el versículo 22: “¿Hay entre los ídolos de las naciones quien haga llover?” No
dice: “los dioses de las naciones”; quienes eran ‘dioses’ en días mejores son
vistos que sólo son, en verdad, vanidades en el tiempo de necesidad. Hacer
llover es una prerrogativa divina; de aquí que los sacerdotes de los ídolos
pretendan hacerlo a nombre de sus falsas deidades. El ‘Hacedor de lluvia’ es
encontrado en todo país idólatra, pero yo creo que prácticamente nadie cree en
eso ahora. ¡Qué payasadas y trucos tienen que realizar los ‘Hacedores de lluvia’
para producir la lluvia, aunque no llega nunca, y sus dioses tampoco pueden
crear una nube! ¿Y dónde podría ir cualquiera de ustedes para obtener la gracia,
si rehusara mirar a Dios únicamente?
Hay un ‘hacedor de
lluvia’ por allá, en la ‘iglesia ritualista’, que puede producir un chaparrón en
el corazón de un niño, por el cual se convierte en “un miembro de Cristo, un
hijo de Dios, y un heredero del reino del cielo”. Pero yo confío que no sean tan
necios como para creer en él y, por tanto, no harían un viaje estéril hacia la
superchería sacerdotal. ¿Adónde irán? No vengan a nosotros, pobres predicadores
del Evangelio, pues en nosotros no encontrarán nada; nosotros sólo somos dedos
para indicarles a ustedes al Señor Jesús, en quien
mora toda plenitud. ¿Buscarás al sacerdote de larga genealogía de la iglesia de
Roma, que puede concederte la absolución por un centavo? ¿Acudirás a él? No,
todavía permanece algún discernimiento en ti, y sientes que ser absuelto por un
hombre no tranquilizaría tu conciencia. Los sacerdotes de Baal son de poca
relevancia cuando una sequía total y una terrible carestía están presentes en
la tierra. En los días de Elías clamaban a grandes voces, y se sajaban con
cuchillos, y decían: “¡Baal, respóndenos! ¡Baal, respóndenos!”, pero únicamente
el Dios que respondiera por fuego podía responder por agua; y Baal no podía
hacer ni lo uno ni lo otro. Por tanto, vamos a dejar a Baal en paz, y a todos
los profetas de Asera, con sus velas, y sus crucifijos, y su incienso, y sus
vestimentas. Yo sé dónde tienen la probabilidad de acudir ustedes, y es a sus
propias personas y sentimientos, a sus propias resoluciones y acciones. ¡Ay de su
insensatez! Oh, sí, ustedes quieren alcanzar la paz, y entonces dan su palabra,
y prometen que se volverán decentes, y sobrios y todo lo demás. ¿Qué son estas
confianzas sino vanidades de los paganos? Los mejores deberes que ustedes y yo
podamos cumplir, si ponemos nuestra confianza en ellos, son sólo falsas
confianzas y refugios de mentiras que no nos pueden proporcionar ninguna ayuda.
Es más, miren: según el
texto si olvidamos al Señor, no hay ninguna ayuda para nosotros incluso
en los medios usuales de gracia. Lean la segunda pregunta: “¿Y darán los
cielos lluvias?” Las lluvias vienen de los cielos, pero los cielos no pueden
producir lluvias aparte de Dios. El cielo oriental, sin lluvia, es azul,
brillante, hermoso; pero después de meses de una despiadada sequía, cuando
ninguna lágrima de compasión ha brillado en los ojos de los cielos, el color
azul se convierte en la enseña de la melancolía, y si ésto continúa mes tras
mes, se convierte en el color de la desesperación. Mientras el Señor no abra
las ventanas del cielo para derramar la bendición, ni el sol, ni la luna ni las
estrellas pueden ayudar a la necesidad del hombre. Si el Señor no te ayudara,
oh alma ansiosa y atribulada, los sacramentos son todos vanos, aunque fueran
ordenados por el cielo; y la predicación y la lectura, la liturgia y el canto,
todo eso sería en vano para traer el rocío refrescante de la gracia. Job en
verdad dijo: “Dios no volverá atrás su ira, y debajo de él se abaten los que
ayudan a los soberbios”. Si el propio Dios no te salvara, oh hombre, todo lo
que pudiera ser hecho por los hombres o por los ángeles a lo largo de las
edades, no podría ayudarte nunca ni siquiera una sola jota. ¡Tú estás perdido,
perdido, perdido, si un brazo más fuerte que el del hombre no fuere extendido
para ayudarte!
Pero en Dios está todo el poder. Está la misericordia: “¿No
eres tú, Jehová, nuestro Dios? En ti, pues, esperamos, pues tú hiciste todas
estas cosas”. Vean en cuán breve tiempo Él cubre los cielos de nubes, y derrama
una abundancia de lluvia hasta convertir el desierto en una laguna y la tierra
seca en manantiales de agua. ¡Él puede; Él puede! Él puede alcanzar la
extremidad de la debilidad y del dolor de los hombres. ¿Qué es lo que no podría
hacer? Nada es demasiado difícil para el Señor; y para ti, pobre pecador, que
estás seco como la arena del desierto, Dios puede hacer en una hora, sí, en un
instante, que tu corazón sea inundado con Su gracia. Él es el Creador que hace
todas las cosas de la nada, y Él puede crear en ti de inmediato el corazón
tierno, el espíritu de amor, la mente de fe y la naturaleza santificada. Qué
importa que no tengas ninguna gracia esta mañana, no, ni siquiera una sola
gota; Él puede abrir manantiales en el desierto. Tú no puedes encontrar dentro
de ti, sin importar dónde busques, ninguna traza de amor, o de un sentimiento
santo o de algo que sea bueno; ¡sin embargo, Él puede darte todo, puede darte
todo por nada, y puede dártelo justo ahora! Si tú crees que Él puede, y confías
en Él según revela Su amor en el Señor Jesús, Él te salvará. Él puede darte el
poder de creerlo, y conducirte ahora a arrojarte sobre Él. Él puede, pero depende
de Su voluntad. ¿No dice acaso: “Tendré misericordia del que yo tenga
misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca”? Un Dios sin una
voluntad no es ningún Dios en absoluto; y si no tuviera ninguna voluntad en la
materia de la salvación, entonces estaría destronado de su más selecto imperio,
y el hombre es erigido por sobre el propio Dios de la gracia. Eso no puede ser.
Bien, entonces, ¿qué
sigue de ésto? Si Dios tiene todo este poder, nuestra sabiduría consiste en esperar en Él, pues sólo Él puede
ayudarnos. Extraemos esta conclusión: “En ti, pues, esperamos”. Oh, mi amado
oyente, si nunca has sido convertido, yo le pido al Espíritu Santo que te
conduzca a tomar una decisión, para que de inmediato busques al Señor. Toda
ruta está cerrada excepto el camino de la gracia soberana. Tú no tienes ningún
mérito, ni tienes poder alguno; tú no puedes tener nunca ningún mérito, ni
puedes tener ningún poder propio. Dios debe salvarte, o estarás perdido para
toda la eternidad; Él puede salvarte para glorificar Su propia gracia, y dar a
conocer Su propia misericordia, y revelar Su gran poder para convertir los
corazones de piedra en corazones de carne. Él puede salvarte. Sométete a Él,
entonces, y ven a Él y di, con el “pues” de mi texto: “En ti, pues, esperamos”.
¿Oigo acaso que alguien
dice: “Cómo me gustaría orar”? Sí, esa es la manera de venir a Dios. Ven a Él por la oración en el nombre de
Jesús. ¿Necesitas una oración? Este capítulo está lleno de peticiones, y
hay una oración que yo te indicaría. Aquí tienes una breve oración para ti
(versículo 7), “Aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh
Jehová, actúa…”. “Actúa”. “Señor, yo no puedo producir gracia en mi propio corazón,
como tampoco puedo hacer que la lluvia descienda desde el cielo, pero actúa”. “Señor,
yo no puedo venir a Ti, ven Tú a mí; actúa”. ¿Acaso no es esa una maravillosa
oración? Hay más contenido en ella del que piensas; entre más la consideres, más
grande la verás. Tres sílabas: “¡Ac-tú-a!” Y luego observen el argumento: cinco
palabras de unas cuantas sílabas, “Por amor de tu nombre”. No por causa mía,
sino debido a Cristo, quien es la manifestación de Tu nombre. Por causa de Tu
propia gloria, pues Tu gloria es Tu nombre. ¡Señor, hazme ver que Tú puedes
salvar a un gran pecador, salvándome a mí! Señor, glorifica Tu misericordia
perdonándome a mí, pues, oh, si salvaras a un pobre desgraciado indigno como
yo, incluso el cielo mismo resonará con Tus alabanzas; e incluso en el infierno
dirán: “¡Vean lo que puede hacer Dios! Él salvó a uno que estaba maduro para el
fuego eterno, y colocó al rebelde entre Sus hijos”. “Actúa por amor de tu
nombre”. De todo corazón recomiendo esta oración para toda alma presente que
esté buscando al Señor. ¡Que el Espíritu la escriba en sus corazones! Yo no
podría darles una mejor oración. “Actúa por amor de tu nombre”.
Bien, entonces, a
continuación, si van a esperar realmente en el Señor, deben hacerlo a través de un Mediador. Estas
personas culpables de Jerusalén tenían a Jeremías para que orara por ellas.
Jeremías, con los ojos llorosos, tipifica adecuadamente a uno mayor que
Jeremías. ¡Recuerden al Varón de dolores, al Experimentado en quebranto! El
Señor de Jeremías debe ser el Intercesor suyo. Ruéguenle que sea su Mediador.
Ustedes no pueden ir directamente a un Dios absoluto; necesitan un Mediador. Un
Mediador es provisto. Él ha presentado un sacrificio aceptable e intercederá
por las causas de tu alma. Confía en Su sangre en vez de confiar en tus
lágrimas. Deja que Su muerte limpie tu vida. Pon tu caso en las manos del
grandioso Mediador, pues si crees en Él, Él será tu fiador y Él nunca falla. Irá
al tribunal de
Permíteme aconsejarte
que hagas una plena confesión de pecado.
Lee el versículo 20: “Reconocemos, oh Jehová, nuestra impiedad… porque contra
ti hemos pecado”. Confiesa todo, descubre el pasado, revela el presente. No
pienses en cubrir el pecado. Ocultar el pecado es arruinarte tú mismo;
confesarlo, es encontrar misericordia. Colócate entre los culpables, pues allí
la misericordia puede alcanzarte convenientemente.
Cuando hayas hecho eso, encórvate delante de tu Dios, “En ti,
pues, esperamos”. Ven a través de Cristo, creyendo en el poder de Su sangre
preciosa, y entonces puedes acercarte a Dios. Aunque estuvieras cargado con
suficientes pecados que pudieran hundir a un mundo de pecadores en el infierno,
si creyeras en la misericordia de Dios por medio de Cristo Jesús y te arrojaras
a Sus pies, y permanecieras allí, Él nunca te diría: “Apártate”. Jesús ha dicho:
“Al que a mí viene, no le echo fuera”. Si pereces, es debido a que no vienes, y
no debido a que, viniendo, Él te rechaza.
Oh, seres queridos, yo
no conozco a algunos de ustedes, aunque a otros sí los conozco; pero ya sea que
sean mis conocidos o no, los estoy mirando ahora con ojos amorosos, y les digo:
‘Vengan a mi Señor’. ¿No les dice su corazón: “Me levantaré e iré a mi padre”?
Entonces, eso me alegra. Ustedes han probado a los ciudadanos de este país que
los han enviado a los campos para alimentar a los cerdos y lo único que han
comido es algarrobas. Han gastado su dinero y han desperdiciado su riqueza
viviendo perdidamente; ahora no pueden encontrar ningún placer sin importar
dónde vayan. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad! Aléjense de las vanidades,
y busquen las verdades. Vuélvanse a su Dios. ¡Vuélvanse inmediatamente! ¡Vuelvan
al punto de partida! ¡Vuelvan al punto de partida! Se han adentrado demasiado
lejos en el camino del mal. Un precipicio se encuentra ante ustedes. Un paso
más, sí, un paso más, y se hundirán en él, y su ruina eterna será irremisible.
¡Vuelvan al punto de partida tan rápidamente como puedan, al grandioso Dios de
quien se han alejado! Vengan ahora, ahora mismo, pues Él los está invitando: “Venid
luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la
grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí,
vendrán a ser como blanca lana”. Mientras Él habla de esta manera, yo espero
que ustedes respondan al llamamiento y se inclinen a Sus pies de inmediato. “Si
oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Que sean asidos por el
Espíritu Santo, para que puedan aferrarse a Jesús. ¡Que Dios nos lo conceda,
por Cristo nuestro Señor! Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
3/Febrero/2011
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