El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Perseverancia en Santidad

NO. 2108

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 6 DE OCTUBRE DE 1889

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí”. Jeremías 32: 40.

 

Durante la mañana del domingo pasado fuimos llamados a realizar un profundo examen de conciencia. Fue un mensaje muy doloroso para el predicador, y no lo fue menos para muchos de mis oyentes. Muchos nunca olvidaremos aquella higuera estéril, cubierta con hojas extemporáneas, que fue condenada a servir de señal para los seres infructuosos de todas las épocas. Yo sentí que estaba en el quirófano, usando el bisturí. Sentí una gran ternura y la operación fue dolorosa para mi alma. Cuando se hizo uso del aventador para eliminar la paja, una parte del trigo no tenía el peso suficiente: el viento lo revolvió en su lugar, como para hacer temer que sería arrojado al fuego. Confío que hoy veremos que, a pesar de todo el zarandeo, ningún grano legítimo se perderá.

 

¡Que el propio Rey se acerque y agasaje a Sus santos hoy! ¡Que el Consolador que convenció de pecado, venga ahora para darnos ánimo con la promesa! En cuanto a la higuera, comentamos que fue confirmada en su esterilidad; no había producido ningún fruto, a pesar de que profesaba lo contrario, y fue reducida a permanecer como estaba.

 

Consideremos otra forma de confirmación: no la maldición de la continuidad en el arraigado hábito de hacer el mal, sino la bendición de la perseverancia en un establecido camino de gracia. ¡Que el Señor nos muestre cómo afirma a  Sus santos en la justicia, y cómo hace que las obras que ha comenzado en ellos permanezcan, y perduren e incluso sigan adelante hacia la perfección, de tal manera que no serán avergonzados en el día de Su venida!

 

Consideremos nuestro texto de inmediato. En el mundo hay hombres y mujeres con quienes Dios sostiene una relación de pacto. Mezclados con esas miríadas de personas que olvidan a Dios o que incluso desafían a Dios, hay un número de seres bajo un pacto, que piensan en Dios, que conocen a Dios, que confían en Dios y que incluso están aliados con Dios. Dios ha establecido un pacto con ellos. Es un prodigio de misericordia que Jehová realice un pacto con los hombres, pero lo ha hecho. Dios se ha comprometido con Su pueblo, y ellos, a su vez, por medio de Su gracia, se han comprometido con Dios. Estos son los ‘Firmantes del Pacto’ del cielo, envueltos en lazos de amistad, en alianza e incluso en unión con el Señor su Dios. Este pacto permanecerá cuando los montes se muevan y los collados tiemblen; no se trata de algo pasajero, sino que, como Su Autor, es eterno. ¡Dichosas las personas que están ligadas al Señor por un vínculo eterno!

 

Esas personas firmantes del pacto pueden ser reconocidas por ciertas marcas y evidencias. Es sumamente importante que sepamos si nosotros mismos pertenecemos a ese grupo. Según el texto, son personas a quienes Dios hace bien. Amigo, ¿percibes que te hace bien a ti? ¿Ha tratado el Señor contigo de manera clemente? ¿Se ha aparecido a ti y te ha dicho: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”? ¿Te ayudan a bien todas las cosas? Quiero decir, ¿son para tu bien espiritual? ¿Son para tu bien imperecedero? ¿Recibiste el mayor bien por la regeneración del Espíritu Santo? ¿Te ha dado a Cristo? ¿Te ha conducido a odiar el mal y a aferrarte a lo que es bueno? Si te han sido otorgados estos buenos dones, Él te ha hecho bien, pues esos dones son el resultado del pacto, y son seguras garantías de que ese pacto permanece firme entre Dios y tu alma.

 

Esas personas son reconocidas por tener el temor de Dios en sus corazones. Juzga tú si es así en tu propio caso. Ésta es la promesa del pacto: “Pondré mi temor en el corazón de ellos”. ¿Temes al Señor? ¿Reverencias a Jehová, nuestro Dios? ¿Deseas agradar al Señor? ¿Lo agradas? ¿Deseas ser semejante a Él? ¿Eres semejante a Él en algún humilde grado? ¿Te sientes avergonzado cuando ves cuán tristemente te quedas corto y eso te conduce a tener hambre y sed de justicia? ¿Es la agraciada presencia de Dios tu cielo en la tierra, y es también todo el cielo que deseas arriba? Si es así, ese temor de Dios en tu corazón es el sello del pacto para ti. Dios tiene pensamientos de amor para contigo que nunca cambiarán.

 

Ésto nos conduce a una atenta consideración de nuestro texto. Advertimos en él, primero, el pacto eterno: “Haré con ellos pacto eterno”. En segundo lugar, percibimos reverentemente al Dios inmutable del pacto: “No me volveré atrás de hacerles bien”. En tercer lugar, vemos con gozo al pueblo perseverante en ese pacto: “Pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí”. Estoy seguro de que no voy a encontrar el lenguaje adecuado para un tema como éste, pero me anima pensar que, sin importar cuán pobres y simples puedan ser mis palabras, el asunto que comento basta en sí mismo para el deleite de todos los verdaderos creyentes. Si cuentan con una abundancia de alimento sólido para preparar una comida, no necesitan inquietarse si se pierden de los deleitables adornos de la mesa. Las personas hambrientas no están ávidas de un despliegue de vajillas ni de la mantelería de damasco y ni siquiera de un espectáculo de flores como adornos de mesa. Se quedan más satisfechos con el sólido alimento. En mi tema hay comida apropiada para reyes; prescindiendo de cuán pobremente pudiera yo presentarla, los que tengan apetito no dejarán de alimentarse de ella. ¡Que el Espíritu Santo haga que así sea!

 

I.   Primero, tenemos EL ETERNO PACTO: “Haré con ellos pacto eterno”.

 

En el capítulo anterior, en el versículo treinta y uno, este pacto es llamado: “un nuevo pacto”, y es nuevo en contraste con el pacto previo que hizo el Señor con Israel cuando lo sacó de Egipto. Es nuevo en cuanto al principio sobre el cual está basado. El Señor había dicho a Su pueblo que si guardaban Sus leyes y andaban en Sus estatutos, Él los bendeciría. Puso ante ellos una larga lista de bendiciones, ricas y plenas, y todas ellas serían su porción si escuchaban al Señor y obedecían Su ley. Verdaderamente Jehová fue un esposo para ellos, supliendo tiernamente todas sus necesidades, y sustentándolos en todas sus jornadas. Él los alimentó con alimento de ángeles. Los protegió del calor durante el día, y alumbró su ciudad constituida por tiendas de lona con una columna de fuego por la noche. Él mismo caminó en medio de ellos y se reveló a ellos como no lo había hecho con ninguna otra nación; era un pueblo cercano a Él, una nación amada por el Señor.

 

Pero aun en las circunstancias sumamente favorables en las que vivieron en el desierto, donde no tenían preocupaciones temporales ni vecinos que los desorientaran, no guardaron los estatutos de su Dios; es más, ni siquiera le permanecieron fieles reconociéndolo como su Dios, pues adoraron una imagen de fundición y compararon al Señor de Gloria con un buey que come hierba. Se inclinaron delante de la imagen de un becerro que tiene cuernos y pezuñas, y clamaron: “Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto”. Así invalidaron el pacto de la manera más disoluta y malvada. Un pacto de aquella índole fue fácilmente violado por un pueblo rebelde; por tanto, el Señor, en Su gracia inmensurable, resuelve hacer con ellos un pacto de un nuevo tipo que no puede ser invalidado así. El Señor fue fiel al antiguo pacto; la invalidación la llevó a cabo el pueblo, tal como leemos en Jeremías 31: 32: “Ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos”. Después de una prolongada paciencia, Él los visitó por sus iniquidades, y sus cadáveres cayeron en el desierto, pues no pudieron entrar en Su reposo. En épocas posteriores los entregó en manos de sus enemigos, que fueron un flagelo para ellos; hizo que fueran llevados cautivos y por último permitió que los romanos quemaran su ciudad santa y dispersaran al pueblo por todas las tierras. No quisieron guardar el pacto de Dios, y por tanto, recibieron el castigo de su traición.

 

Pero en estos días, en Cristo Jesús, el Señor ha hecho un nuevo pacto con la verdadera simiente de Abraham, es decir, con todos los creyentes, no según el tenor del antiguo, sino uno que no es susceptible de ser invalidado como lo era antes.

 

Hermanos, pongan atención para distinguir entre el antiguo pacto y el nuevo, pues nunca deben confundirlos. Muchos no captan nunca la verdadera idea del pacto de gracia. No entienden una alianza basada en una promesa pura. Hablan acerca de la gracia, pero la consideran como dependiente del mérito. Hablan acerca de la misericordia de Dios, y luego combinan con ella unas condiciones que la hacen más bien justicia que gracia. Distingan entre cosas que difieren. Si la salvación es por gracia, ya no es por obras, de otra manera la gracia ya no es gracia; y si por obras, ya no es gracia, de otra manera la obra ya no es obra. El nuevo pacto es todo por gracia, desde su primera letra hasta su última palabra, y tendremos que mostrarles ésto conforme avancemos.

 

Es un pacto “eterno”, sin embargo; ese es el punto sobre el que insiste el texto. El otro pacto fue de corta duración, pero éste es un “pacto eterno”. A pesar del pensamiento moderno, yo espero que se me permita creer que la palabra “eterno” quiere decir que dura para siempre. Mientras el lenguaje tenga algún significado, estaremos satisfechos con que “un pacto eterno” quiere decir un pacto que nunca terminará. ¿Por qué es eterno?

 

La primera razón por la que es un pacto eterno es porque fue realizado con nosotros en Cristo Jesús. El pacto de obras fue establecido con la raza humana en el primer Adán; pero el primer Adán fue culpable y falló demasiado pronto; no pudo soportar el peso de su responsabilidad, así que ese pacto fue invalidado. Pero la fianza del nuevo pacto es nuestro Señor Jesucristo, y Él no tiene ningún defecto, antes bien, es perfecto. El Señor Jesús es la cabeza federal de Sus elegidos y ocupa el lugar de quienes son considerados como miembros de Su cuerpo, siendo Él su cabeza, su vocero, su representante. El Señor Jesús, como el segundo Adán, realizó un pacto con Dios a nombre de Su pueblo, y debido a que no puede fallar –pues en Él no hay ni debilidad ni pecado- el pacto del cual Él es el fiador debe permanecer. Él permanece para siempre en Su sacerdocio según el orden de Melquisedec, y en el poder de una vida perdurable. Tanto en Su naturaleza como en Su obra, Él está eternamente calificado para estar delante del Dios viviente. Goza de una absoluta perfección bajo cada faceta, y, por tanto, el pacto permanece en Él. Estando escrito: “He aquí que yo lo di por pacto a los pueblos”, vemos que el pacto no puede fallar, porque quien es su suma y su sustancia, no puede fallar. Debido a que el Señor Jesús representa en el pacto a todo Su pueblo creyente, el pacto es eterno.

 

A continuación, el pacto no puede fallar porque su lado humano ha sido cumplido. El lado humano puede ser considerado como su lado débil; pero cuando Jesús se convirtió en el representante del hombre, ese lado quedó asegurado. En esta hora ha cumplido al pie de la letra cada estipulación de la parte de la cual era la fianza. Engrandeció a la ley y la hizo honorable por Su propia obediencia a ella. Cumplió las demandas del gobierno moral y reparó los daños sufridos por la santidad debido a las ofensas del hombre. La ley es más glorificada por Su muerte expiatoria que deshonrada por el pecado del hombre. Este Hombre ofreció un sacrificio por los pecados para siempre, y eso fue tan eficaz para el cumplimiento del pacto, que está sentado a la diestra de Dios. Entonces, puesto que ya ha sido cumplido el lado del pacto correspondiente al hombre, sólo queda pendiente la parte que corresponde a Dios, que consiste en las promesas, en las promesas incondicionales y llenas de gracia y de verdad, tales como estas: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”. ¿Acaso no será Dios fiel con Sus compromisos? Sí, ciertamente. Cuando Él hace un pacto, y la parte de ese pacto que corresponde al hombre ya ha sido cumplida, pueden estar seguros de que de parte del Señor ninguna palabra caerá al suelo. Todo será cumplido al pie de la letra.

 

Además, el pacto tiene que ser eterno, pues está fundado sobre la gracia inmerecida de Dios. El primer pacto estaba condicionado a la obediencia de los hombres. Si guardaban la ley, Dios los bendeciría; pero fallaron por causa de la desobediencia y heredaron la maldición. La soberanía divina determinó tratar con los hombres, no según el mérito, sino según la misericordia; no de acuerdo al carácter personal de los hombres, sino de acuerdo al carácter personal de Dios; no dependiendo de lo que los hombres pudieran hacer, sino dependiendo de lo que el Señor Jesús llevaría a cabo. La gracia soberana declara que tendrá misericordia del que tenga misericordia, y que se compadecerá del que se compadezca. Esta base de soberanía no puede ser conmovida. El pacto que salva a los hombres de acuerdo a la voluntad y al beneplácito de Dios, está cimentado sobre roca, pues la gracia inmerecida de Dios es siempre la misma, y la soberanía de Dios está vinculada a la inmutabilidad, tal como está escrito: “Yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos”. El más ligero toque de mérito introduce un material perecedero en el pacto, pero si es por la pura gracia, entonces el pacto es eterno.

 

Además, en el pacto es provisto todo aquello que puede suponerse que es una condición. Es necesario que, para ser perdonado, el hombre se arrepienta, pero entonces el Señor Jesús es exaltado en lo alto para dar arrepentimiento y remisión de pecados. Es necesario que, para ser salvado, el hombre tenga fe en el Señor Jesucristo; pero la fe viene por la operación de Dios, y el Espíritu Santo obra en nosotros este fruto del Espíritu. Es necesario, antes que entremos al cielo, que seamos santos, pero el Señor nos santifica por medio de la Palabra, y produce en nosotros así el querer como el hacer por Su buena voluntad. Todo lo que es requerido es también suministrado. Si hubiere, en cualquier lugar en la Palabra de Dios, algún acto o gracia que sean mencionados como si fueran una condición para la salvación, en otra Escritura son descritos como un don del pacto que serán otorgados a los herederos de la salvación por Jesucristo. Así que la condición que pudiera parecer que pone en peligro al pacto, está tan seguramente provista que no puede surgir de allí ninguna falla o fisura.

 

Además, el pacto tiene que ser eterno, porque no puede ser sustituido por nada más glorioso. En el orden de las obras de Dios, Él siempre avanza de lo bueno a lo mejor. La antigua ley fue suprimida porque Él la desaprobó, y por lo tanto, el nuevo pacto tiene que durar hasta que se encuentre una falla allí, lo cual no sucederá nunca. Esta es la gloria que sobresale: ningún brillo puede superar a la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo. No puede haber nada más lleno de gracia, nada más recto, nada más justo para Dios o más seguro para el hombre, que el plan de salvación que es proclamado en el pacto de gracia. La luna cede su puesto al sol, y el sol cede su puesto a un lustre que sobrepasará a la luz de siete días; ¡pero qué habría de reemplazar a la luz de la gracia inmerecida y el amor que muere, la gloria del amor que entregó al Unigénito para que nosotros pudiéramos vivir por medio de Él! El pacto de gracia hecho con nosotros en Cristo Jesús es la obra maestra de la sabiduría y del amor divinos, y está establecido sobre principios tan sólidos que tiene que perdurar para siempre.

 

Amados, confíen en el pacto de gracia como aquel que les proporciona la seguridad eterna y el consuelo ilimitado. Tiene que ser eterno puesto que fue divino en su concepción. Ciertamente el consejo del Señor permanecerá. ¿Quién más podría haber pensado en un pacto: “ordenado en todas las cosas, y será guardado”, para ser realizado con el hombre culpable? Fue divino también en su implementación y, por tanto, perdurará. ¿Quién podría haber provisto un Salvador como el Unigénito del Padre? ¿Quién podría haberlo dado por pacto sino el Padre? El pacto es divino en su permanencia. Noten bien la palabra del Señor: “Haré con ellos pacto eterno”. Él no dice: “Ellos harán un pacto conmigo”, sino: “Haré con ellos pacto eterno”. Que Dios sea el hacedor del pacto es una razón para su certeza y perennidad. El Dios fiel ha dado garantías que lo fijan firmemente y que son: Su promesa y Su juramento, esas dos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta. A través de ellas tenemos un consuelo eficaz, es decir, los que hemos huido a Cristo Jesús en busca de refugio. Esto basta en cuanto al primer punto, aunque es muy poco comparado con la grandeza del tema.

 

II.   En segundo lugar, tenemos que pensar devotamente en EL DIOS INMUTABLE DEL PACTO: “No me volveré atrás de hacerles bien”.

 

Por favor, adviertan aquí los términos usados: el Señor no dice simplemente: “No me volveré atrás”, sino, “No me volveré atrás de hacerles bien”. Él no dejará de hacerles bien a Sus elegidos. El Señor está siempre haciéndole bien a Su pueblo, y aquí promete que nunca dejará de bendecirlos. No sólo los amará siempre, sino que siempre demostrará Su amor a través de una benignidad y una bendición activas. Él está comprometido a continuar los dones y la obra de Su bondad. En efecto dice: “No dejaré de bendecirlos; continuamente, perennemente les haré bien”. Ahora, ¿por qué es que Dios es inmutable en Sus acciones para con Sus hijos bajo el pacto?

 

Él no se volverá atrás de hacerles bien, primero, porque lo ha dicho. Eso basta. Jehová habla y Su voz contiene el fin de toda controversia. Él dice: “No me volveré atrás de hacerles bien”, y estamos seguros de que no invalidará Su palabra. No necesito presentarles más razones; esta basta: el Señor lo ha dicho; lo ha dicho y ¿no lo hará?

 

Recordemos que no hay ninguna razón válida para que se vuelva atrás de hacerles bien. Ustedes me mencionan su propia indignidad. Sí, pero observen que cuando Él comenzó ha hacerles bien, ellos eran tan indignos como podían serlo. Comenzó a hacerles bien cuando estaban “muertos en sus delitos y pecados”. Comenzó a hacerles bien cuando eran enemigos, rebeldes, y cuando estaban bajo condenación. Cuando el pecador siente por primera vez el movimiento del amor divino en su corazón, no está en ningún estado encomiable. En algunos casos el hombre es un borracho, un blasfemo, un mentiroso o una persona profana. En ciertos casos el hombre ha sido un perseguidor como Manasés o Saúl. Si Dios cesara de bendecirnos por no ver nada bueno en nosotros, ¿por qué comenzó a hacernos bien cuando no teníamos ningún deseo de Él? Cuando comenzó a hacernos bien, éramos un cúmulo de miseria, un abismo de carencias y un muladar de pecados. Prescindiendo de lo que seamos ahora, no somos diferentes de lo que éramos cuando Él reveló por primera vez Su amor hacia nosotros. El mismo motivo que lo condujo a comenzar lo conduce a continuar, y ese motivo no es sino la gracia.

 

Además, no puede haber ninguna razón en la imperfección del creyente para que el Señor deje de hacerle bien, en vista de que Él vio anticipadamente todo el mal que habría en nosotros. Ningún hijo descarriado de Dios sorprende a su Padre celestial. Él conoció anticipadamente cada pecado que habríamos de cometer; Él se propuso hacernos bien a pesar de toda esa iniquidad que fue vista anticipadamente. Entonces, si entró en un pacto con nosotros, y comenzó a bendecirnos con todo nuestro pecado ante Su mente, nada nuevo puede brotar que pudiera alterar el pacto hecho una vez con todo y esos inconvenientes conocidos y tomados en cuenta. No hay ningún pecado escarlata que hubiere sido omitido, pues el Señor ha dicho: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana”. Él estableció un pacto de que no se volvería atrás de hacernos bien; y ninguna circunstancia ha surgido, o pudiera surgir, que le hubiere sido desconocida cuando comprometió así Su palabra de gracia.

 

Además, quisiera que recordaran que Dios nos ve en este día bajo la misma luz de siempre. Él nos vio al principio bajo el pecado, caídos y  depravados, y, sin embargo, prometió hacernos bien.

 

“Él me vio arruinado en la caída,

Sin embargo, me amó a pesar de todo”.

 

Y si hoy soy pecador, si hoy tengo que gemir en razón de mi naturaleza malvada, con todo, sólo estoy donde estaba cuando me eligió, y me llamó y me redimió por la sangre de Su Hijo. “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”. Éramos indignos objetos sobre los cuales Él derramó Su misericordia por ningún otro motivo que el que extrajo de Su propia naturaleza, y si todavía somos indignos, Su gracia es todavía la misma. Si es así, es decir, si trata todavía con nosotros según la gracia, es evidente que todavía nos ve como indignos; ¿y por qué no habría de hacernos bien ahora, tal como lo hizo al principio? Puesto que la fuente es la misma, ciertamente el torrente continuará fluyendo.

 

Además, recuerden que Él nos ve ahora en Cristo. He aquí que Él ha puesto a Su gente en las manos de Su amado Hijo. Nos ha introducido en el cuerpo de Cristo: “Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos”. Nos mira que hemos muerto en Cristo, que hemos sido enterrados en Él y que en Él hemos resucitado. Como el Señor Jesucristo es agradable al Padre, entonces nosotros somos también agradables al Padre en Él, pues el hecho de estar en Él nos identifica con Él. Si nuestra aceptación para con Dios está basada en la aceptación de Cristo ante Dios, entonces permanece firmemente, y es un argumento inmutable para que el Señor Dios nos haga bien. Si estuviéramos delante de Dios en nuestra propia justicia individual, nuestra ruina sería segura e inaplazable, pero nuestra vida está escondida en Jesús más allá de todo peligro. Crean firmemente que Dios tendría que rechazar a Cristo para poder rechazar a Su pueblo; mientras no repudie a la expiación y a la resurrección, no puede echar fuera a ninguno de aquellos con quienes Él mismo ha establecido un pacto en el Señor Jesucristo.

 

El Señor no se volverá atrás de hacerle bien a Su pueblo, porque Él ya le ha mostrado mucha benevolencia; y todo lo que ha hecho se perdería si no terminara Su obra. Cuando entregó a Su Hijo, nos dio una segura garantía de que tenía la intención de terminar Su obra de amor. Se dice del  hombre que no completa su obra: “Este hombre comenzó a construir, y no fue capaz de terminar”, pero eso no se dirá nunca del Señor Jehová. El Señor Dios ha involucrado a Su Deidad entera para salvar a Su pueblo y ha entregado Su ser entero en la persona del Bienamado para nuestra redención; ¿y puedes creer que va a fallar en eso? Ciertamente la idea es blasfema. Algunos de nosotros hemos conocido ya demasiado amor para creer que cesará de fluir hacia nosotros alguna vez. Hemos sido tan favorecidos que no nos atrevemos a temer que Su favor hacia nosotros cese. El sentido del amor de Dios, cuando es revelado al alma, es tan celestial y tan divino, que no podemos creer que nos haya sido dado para burlarse de nosotros. Hemos sido transportados con tales torrentes de amor, que nunca hemos de creer que puedan secarse. El Señor ha tenido una comunión tan íntima con nosotros, que el secreto del Señor está con nosotros, y Él reconocerá por siempre esa señal mística por la cual nuestra unión ha sido sellada. Como Pablo, cada uno de nosotros puede decir: “yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. El costo en que ha incurrido nuestro Señor nos asegura que Él completará Sus designios de gracia.

 

Amados, nos sentimos seguros de que Él no cesará de bendecirnos porque hemos probado que incluso cuando Él ha ocultado Su rostro, no se ha vuelto atrás de hacernos bien. El Señor ha retirado la luz de Su rostro, pero nunca el amor de Su corazón. Cuando el Señor ha ocultado Su rostro de Su pueblo, ha sido para hacerles bien, haciendo que se enfermen del ego y que estén ávidos de Su amor. ¡Cuán a menudo nos ha rescatado de nuestro descarrío haciendo que sintamos el mal del pecado que contrista a Su Espíritu! Cuando hemos clamado: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!”, hemos sido grandemente bendecidos por la angustia de nuestra búsqueda. Ustedes mismos me son testigos, pueblo atribulado de Dios, que la disciplina del Señor ha sido siempre para su bien. Cuando el Señor los ha herido hasta que la herida se ha tornado amoratada, su corazón ha sido mejorado. Cuando el Señor les ha suprimido sus consuelos, les ha hecho bien al conducirlos más cerca del bien más excelso. El Señor los ha enriquecido a través de sus pérdidas, y los ha hecho saludables gracias a sus enfermedades. Entonces, si cuando es visto bajo los colores más oscuros, el Señor nuestro Dios no se ha vuelto atrás de hacernos bien, estamos persuadidos de que nunca cesará de saturarnos de beneficios diariamente.

 

Además, concluyo con este argumento: que Él ha involucrado Su honor en la salvación de Su pueblo. Si los elegidos y los redimidos del Señor fueran echados fuera, ¿dónde estaría la gloria de Su redención? ¿No diría el enemigo respecto al Señor: “No tuvo el poder para cumplir Su pacto, ni la constancia para continuar bendiciéndolos”? ¿Acaso se diría eso acerca del Señor alguna vez? ¿Perdería así la gloria de Su omnipotencia e inmutabilidad? No puedo creer que algún propósito del Señor pudiera fallar, ni tampoco concibo que pudiera retirar Sus declaraciones de amor para aquellos con quienes está en pacto. El Dios que adoramos y reverenciamos, el Dios de Abraham, el Dios y Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, no desfallece ni se fatiga con cansancio. “Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar?” “Para siempre se acordará de su pacto”. Acerca de nuestro Señor podemos cantar ciertamente:

 

“Su honor se ha comprometido a salvar

A la más insignificante de Sus ovejas;

Todo lo que Su Padre celestial le dio,

Sus manos lo guardarán seguramente”.

 

Si mis argumentos les parecen buenos o no, es de poca importancia, pues el texto es la inspirada Palabra de Dios, y no puede ser malentendido o cuestionado. Así dice el Señor: “No me volveré atrás de hacerles bien”.

 

III.   La tercera parte de nuestro tema nos conduce a ver AL PUEBLO PERSEVERANTE EN EL PACTO: “Pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí”.

 

Déjenme leer muy claramente estas palabras: “No se aparten de mí”. Si sólo hubiese ese texto en la Biblia, bastaría para demostrar la perseverancia final de los santos: “Que no se aparten de mí”. La salvación de quienes están en un pacto con Dios es provista aquí por una absoluta promesa del Dios omnipotente que debe ser cumplida. Es clara, llana, incondicional y positiva: “Que no se aparten de mí”.

 

No se cumple alterando el efecto de la apostasía. Si se apartaran de Dios, eso sería fatal. Supongan que un hijo de Dios se apartara completamente del Señor, y perdiera enteramente la vida de Dios: ¿qué pasaría entonces? ¿Sería salvado a pesar de ello? Yo respondo que su salvación radica en el hecho de que él nunca perderá por completo la vida de Dios. ¿Por qué habríamos de preguntar qué sucedería en algún caso que no puede ocurrir nunca? Pero si hemos de suponerlo, no somos tardos en decir que si el creyente fuera separado enteramente de Cristo, sin ninguna duda, debería perecer eternamente. Si un hombre no permanece en Cristo, es cortado como una rama y se seca. La Escritura es muy positiva al respecto. Si la gracia se fuera, la seguridad se iría también. “Buena es la sal; mas si la sal se hace insípida, ¿con qué la sazonaréis?” “… y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento”. Si la obra de la gracia pudiera fallar entera y completamente en algún hombre, el caso estaría más allá de todo remedio, puesto que, bajo esa suposición, el mejor instrumento habría sido probado y falló. Si el Espíritu Santo en verdad ha regenerado a un alma, y, a pesar de ello, esa regeneración no la salva de la apostasía total, ¿qué podría hacerse? Existe algo que se llama “nacer de nuevo”, pero no existe tal cosa como nacer una y otra vez. La regeneración es de una vez por todas; no puede repetirse. La Escritura no tiene ninguna palabra ni sugerencia de que pudiera repetirse. Si los hombres han sido lavados en la sangre de Jesús, y han sido renovados por el Espíritu Santo, y este proceso sagrado fracasare, no quedaría disponible nada más. Si todas las cosas viejas pasaron y todas las cosas fueron hechas nuevas, ¿podría imaginarse que esas cosas nuevas pudieran volverse viejas otra vez? Por tanto, ningún hombre puede decir: “Aunque regrese a mi viejo pecado, y deje de orar, o de arrepentirme, o de creer, o de tener alguna vida de Dios en mí, a pesar de todo, seré salvo porque una vez fui un creyente”. No, no, profano hablador; el texto no dice: “Serán salvados aunque se aparten de mí”, sino que dice: “Que no se aparten de mí”, lo cual es un asunto muy diferente. ¡Ay de aquéllos que se aparten del Dios viviente!, pues han de perecer, y con ellos no se ha hecho ningún pacto de paz.

 

La perseverancia de los santos tampoco se da por la supresión de la tentación. No dice: “Voy a ponerlos donde no serán tentados; voy a darles el sustento suficiente para que no sean probados por la pobreza, y al mismo tiempo nunca serán tan ricos como para que conozcan las tentaciones de la riqueza”. No, el Señor no saca del mundo a Su gente, antes bien, permite que luche la batalla de la vida en el mismo campo que los demás. Él no nos quita del conflicto, sino que “nos da la victoria”. Somos tentados como lo fue nuestro Señor, pero se nos ha provisto una vía de escape. Nuestro corazón es propenso a descarriarse, y no se nos ahorra la escena del posible descarrío. Pero lo que se dice es esto: “Que no se aparten de mí”. ¡Cuán bendita seguridad! Pueden ser tentados, pero no serán vencidos. Aunque pequen en alguna medida, no pecarán como para apartarse de Dios. Todavía se asirán a Él, y vivirán en Cristo por la morada en ellos del Espíritu Santo.

 

Entonces, ¿cómo son preservados? Bien, no como algunos dicen falsamente que nosotros predicamos: “que el hombre que es convertido puede vivir como le plazca”. Nunca hemos dicho eso; nunca hemos ni siquiera pensado eso. El hombre que es convertido no puede vivir como quiera; o, más bien, es tan cambiado por el Espíritu Santo, que si pudiera vivir como quisiera, no pecaría nunca, sino que viviría una vida absolutamente perfecta. ¡Oh, cuán profundamente anhelamos ser guardados libres de todo pecado! Nosotros no predicamos que los hombres pueden apartarse de Dios y que, sin embargo, pueden vivir, sino que no se apartarán de Él.

 

Esto se efectúa poniendo un principio divino dentro de sus corazones. El Señor dice: “Pondré mi temor en el corazón de ellos”. El temor nunca podría ser encontrado allí, si Él no lo pusiera allí. Nunca brotaría naturalmente en ningún corazón. “Pondré mi temor en el corazón de ellos”, esto es, la regeneración y la conversión. Él nos hace temblar ante Su ley. Nos hace sentir el dolor y la amargura del pecado. Hace que recordemos al Dios que olvidamos una vez, y que obedezcamos al Señor que una vez desafiamos. “Pondré mi temor en el corazón de ellos” es el primer gran acto de la conversión, y es continuado a lo largo de la vida por el perpetuo obrar del Espíritu en el corazón. La obra que comienza en la conversión es debidamente continuada en los convertidos, pues el Señor pone todavía Su temor en sus corazones. No podemos decir cómo obra el Espíritu de Dios; tiene maneras de actuar directamente sobre nuestras mentes, que son únicas de Él y que nosotros no podemos entender. Pero sin violar la libertad de nuestra naturaleza y dejándonos ser los seres que éramos antes, Él sabe cómo hacer que continuemos en el temor de Dios. Esta es la gran cuerda con la que Dios sujeta a Su pueblo: “Pondré mi temor en el corazón de ellos”.

 

¿Cuál es este temor de Dios? Es, primero, un santo temor reverente del grandioso Dios. Instruidos por Dios, llegamos a ver Su infinita grandeza y el hecho de que Él está presente en todas partes con nosotros; y luego, llenos de un devoto sentido de Su Deidad, no nos atrevemos a pecar. Como Dios está cerca, no podemos ofender. Las palabras, “mi temor”, también indican temor filial. Dios es nuestro Padre y nosotros sentimos el espíritu de adopción por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!” Este amor infantil enciende en nosotros el temor de contristar a Aquel a quien amamos, y, por tanto, no tenemos ningún deseo de apartarnos de Él. También existe en nuestros corazones un profundo sentido de una agradecida obligación. Si Dios es tan bueno conmigo, entonces, ¿cómo puedo pecar? Si Él me ama tanto, ¿cómo puedo vejarlo? Él me favorece tan grandemente día a día que no puedo hacer lo que sea contrario a Su voluntad. ¿Recibieron en alguna ocasión alguna misericordia escogida y especial? Esa ha sido mi porción con frecuencia y cuando las lágrimas se han asomado a mis ojos ante un favor tan grande, he sentido que si me viniera una tentación, vendría en un momento cuando no tendría ni corazón, ni ojos, ni oídos para ella. La gratitud tranca la puerta contra el pecado. El gran amor recibido vence a la gran tentación de descarriarse. Nuestro clamor es: “El Señor me baña en Su amor, Él me consiente con una comunión muy íntima y muy amorosa consigo mismo y, ¿cómo podría cometer esta gran maldad y pecar contra Dios?” Amados por Él tan especialmente, y unidos a Él mediante un pacto eterno, ¿cómo podemos huir ante un amor tan prodigioso? Ciertamente no podemos encontrar ningún placer en ofender a un Dios tan clemente, antes bien, es nuestro gozo obedecer Sus mandamientos y oír con atención la voz de Su palabra.

 

Vean, amados, esta perseverancia de los santos es una perseverancia en santidad: “Que no se aparten de mí”. Si la gracia de Dios te ha cambiado realmente, entonces estás cambiado radical y perdurablemente. Si tú has venido a Cristo, Él no ha puesto en ti un mero vaso de agua de vida, sino que Él mismo lo ha dicho: “El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. La obra cumplida en la regeneración no es una obra temporal, por medio de la cual un hombre es reformado por un tiempo, sino que es una obra perdurable por la cual el hombre nace para el cielo. Hay una vida implantada en el nuevo nacimiento que no puede morir, pues es una simiente viva e incorruptible que vive y permanece para siempre. La gracia continuará obrando en un hombre hasta conducirlo a la gloria.

 

Si alguien difiere de lo que he dicho, no puedo impedirlo; pero yo le pediría que no difiera del texto; pues la Escritura no puede ser quebrantada. Léanla: “Pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí”. Allí está: “Para que no se aparten de mí”. Pero si ustedes preguntaran: ‘¿Por cuál medio mantiene Dios este temor en los corazones de Su pueblo?’ Yo respondería: ‘es por la obra del Espíritu de Dios’; pero el Espíritu Santo obra usualmente utilizando medios. El temor de Dios es conservado vivo en nuestro corazón gracias a que oímos la Palabra, pues la fe viene por el oír y el santo temor viene por medio de la fe.

 

Sean diligentes, entonces, en oír la Palabra. Este temor es mantenido vivo en nuestros corazones por la lectura de las Escrituras, pues al alimentarnos de la Palabra, ella inspira en nosotros ese temor de Dios que es el principio de la sabiduría. Este temor de Dios es conservado en nosotros por la fe en la verdad revelada, y por su mediación. Estudien las doctrinas de la gracia, y sean instruidos en la analogía de la fe. Conozcan el Evangelio bien y exhaustivamente, y eso aportará combustible para el fuego del temor de Dios en sus corazones. Pasen mucho tiempo en la oración privada, pues eso remueve el fuego, y lo hace arder más y más. En resumidas cuentas, busquen vivir cerca de Dios, busquen permanecer en Él, pues conforme permanezcan en Él, y Sus palabras permanezcan en ustedes, producirán mucho fruto, y entonces serán Sus discípulos.

 

Yo encuentro que esta preciosa doctrina de la perseverancia de los santos es muy fructífera. Un jueves por la noche, no hace mucho tiempo, prediqué sobre esta doctrina con todo mi poder, y muchas personas fueron consoladas por ella; pero, mejor aún, muchos fueron conducidos a reflexionar y fueron conducidos a volver sus rostros a Cristo. Algunos predican una doctrina que tiene una puerta muy ancha, pero es solamente una puerta, y cuando entran, no hay nada que se pueda obtener; no están más seguros que cuando estaban fuera. Las ovejas no tienen prisa de entrar donde no hay pastos. Algunos han pensado que mi doctrina es estrecha aunque yo estoy seguro de que no lo es; pero si una puerta pareciera estrecha, y con todo, hubiera algo digno de poseerse al entrar, muchos buscarían ser admitidos. Hay tales bendiciones portentosas provistas en el pacto de gracia, que aquellos que son sabios están ansiosos de obtenerlas.

 

“¡Oh!”, -dirá alguien- “si la salvación es algo perdurable, si esta regeneración significa un cambio tal de naturaleza que nunca puede ser deshecha, quiero tenerla. Si la salvación es un mero artículo enchapado, que se desgasta, no la quiero; pero si  es integralmente plata pura, ansío tenerla”.

 

¿Acaso el don de la gracia nos hace partícipes de la naturaleza divina, y hace que escapemos de la corrupción que hay en el mundo a través de la lascivia? Entonces queremos poseerla. Yo oro pidiendo que algunos aquí presentes deseen la salvación, porque asegura una vida de santidad. La golosina que me atrajo a Cristo fue esta: yo creía que la salvación era un seguro de carácter. ¿De qué mejor manera puede un joven limpiar su vida que poniéndose en las santas manos del Señor Jesús, para ser protegido de caer? Yo me dije: si me entrego a Cristo, Él me salvará de mis pecados. Por tanto, vine a Él y Él me guarda. ¡Oh, cuán musicales son estas palabras: “Que no se aparten de mí”!

 

Para usar una antigua figura: asegúrense de comprar un boleto que cubra la ruta completa. Muchas personas sólo han creído que Dios las salva temporalmente, en tanto que sean fieles, o en tanto que sean denodadas. Amados, crean que Dios los guarda fieles y denodados toda su vida; compren un boleto por el trayecto completo. Obtengan una salvación que cubra todos los riesgos. No hay ningún otro boleto emitido por parte de la oficina autorizada excepto un boleto por la ruta completa. Cualquier otro boleto es una falsificación. Quien no pueda conservarlos perdurablemente, no puede conservarlos por un día. Si el poder de regeneración no dura toda la vida, podría no durar ni siquiera una hora. La fe en el pacto eterno agita la sangre de mi corazón, me llena de gozo agradecido, me inspira confianza y me enardece de entusiasmo. No podría renunciar nunca a mi creencia en lo que el Señor ha dicho: “Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí”. ¡Que Dios los bendiga, por Cristo nuestro Señor! Amén.

 

Porciones de la Escritura leídas antes del sermón:

Hebreos 8; 9: 12-39.

 

 

Traductor: Allan Román

21/Julio/2011

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