El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Viene con las
Nubes
NO.
1989
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“He aquí que
viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los
linajes de la tierra harán lamentación por él Sí, amén”. Apocalipsis 1: 7.
Mientras leíamos el
capítulo observábamos cómo el amado Juan saludaba a las siete iglesias en Asia
de esta manera: “Gracia y paz a vosotros”. Los hombres bendecidos esparcen
bendiciones. Cuando la bendición de
Dios descansa en nosotros derramamos bendiciones en otros.
El corazón piadoso de
Juan se elevó de la bendición a la adoración
del grandioso Rey de los santos. Tal como lo expresa nuestro himno: “Lo
santo conduce a lo más santo”. Quienes son buenos bendiciendo a los hombres,
bendecirán a Dios con presteza.
Juan nos ha dado una
maravillosa doxología: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su
sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e
imperio por los siglos de los siglos. Amén”. A mí me gusta en este caso
Luego Juan habla de la
dignidad que el Señor nos ha conferido haciéndonos reyes y sacerdotes, y de
esto él atribuye realeza e imperio al Señor mismo. Juan había estado exaltando
al Grandioso Rey a quien llama: “El Soberano de los reyes de la tierra”. Esto
era ciertamente, y lo es, y lo será. Cuando Juan hubo mencionado esa realeza
que es natural a nuestro divino Señor, y ese imperio que le ha venido por
conquista y como un don del Padre como recompensa de toda Su aflicción,
prosiguió a notar que nos “hizo reyes”. Nuestro Señor esparce la realeza entre
Sus redimidos. Nosotros le alabamos porque Él es en Sí mismo un rey y también
porque Él es un hacedor de reyes, fuente de honor y majestad. Él no sólo tiene
suficiente realeza para Sí mismo, sino que entrega una medida de Su dignidad a
Su pueblo. Él hace reyes de un material tan común como el que encuentra en
nosotros, pobres pecadores. ¿No le adoraremos por esto? ¿No arrojaremos
nuestras coronas a Sus pies? Él nos dio nuestras coronas, ¿y acaso no se las
daremos a Él? “A Él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”.
¡Rey por naturaleza divina! ¡Rey por derecho filial! ¡Hacedor de reyes, del
muladar exalta al menesteroso para hacerle sentarse con príncipes! ¡Rey de
reyes por el unánime amor de todos los que has coronado! ¡Tú eres Aquel a quien
Tus hermanos alabarán! ¡Reina por los siglos de los siglos! Para ti sean los
hosannas de bienvenida y los aleluyas de alabanza. Señor de tierra y cielo, que
todas las cosas que son o que serán alguna vez te rindan toda la gloria en el
grado más excelso. Hermanos, ¿no arden sus almas al pensar en las alabanzas de
Emanuel? Yo llenaría gustosamente el universo con Su alabanza. ¡Oh, quién
tuviera mil lenguas para cantar las glorias del Señor Jesús! Si el Espíritu que
dictó las palabras de Juan ha tomado posesión de nuestros espíritus encontraremos
que la adoración es nuestro más excelso deleite. Nunca estamos más cerca del
cielo que cuando somos absorbidos en la adoración de Jesús, nuestro Señor y
Dios. ¡Oh, que pudiera adorarle ahora como lo haré cuando, librado de este
estorboso cuerpo, mi alma le contemple en la plenitud de Su gloria!
El capítulo nos deja la
impresión de que la adoración de Juan se vio incrementada por su expectación de la segunda venida del
Señor, pues clama: “He aquí que viene con las nubes”. Su adoración despertó su
expectación que todo el tiempo permanecía en su alma como un elemento de esa
vehemente calidez de amor reverente que derramó en su doxología. “He aquí que
viene”, dijo, y así reveló una fuente de su reverencia. “He aquí que viene”,
dijo, y esta exclamación fue el resultado de su reverencia. Él adoró hasta que
su fe concibió vívidamente a su Señor y se convirtió en una segunda y más noble
visión.
Creo, también, que su
reverencia se hizo más profunda y su adoración se hizo más ferviente por su
convicción de la prontitud de la venida de su Señor. “He aquí que viene”, o
está en camino: tiene la intención de aseverar que incluso ahora está en
camino. Así como los obreros son motivados a ser más diligentes en el servicio
cuando oyen las pisadas de su capataz, así, sin duda, los santos son
vivificados en su devoción cuando están conscientes de que Aquel a quien adoran
se está acercando. Él se ha ido al Padre por un tiempo y entonces nos ha dejado
solos en este mundo; pero Él ha dicho: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo”, y confiamos que guardará Su palabra. Dulce es el recuerdo de esa
amorosa promesa. Esa seguridad está derramando su olor en el corazón de Juan
mientras se encuentra adorando; y se vuelve inevitable, así como también sumamente
conveniente y adecuado, que su doxología en su conclusión le introduzca al
propio Señor y lo conduzca a clamar: “He aquí él viene”. Habiendo adorado en medio
de los puros de corazón, ve al Señor; habiendo adorado al Rey, le ve presidir
en el tribunal y aparecer en las nubes del cielo. Una vez que entramos en las
cosas celestiales no sabemos hasta dónde podemos llegar o qué tan alto podemos
escalar. Juan, que comenzó bendiciendo a las iglesias, ahora contempla a su
Señor.
¡Que el Espíritu Santo
nos ayude a pensar reverentemente en la portentosa venida de nuestro bendito
Señor, cuando aparezca para deleite de Su pueblo y espanto de los impíos!
Hay tres cosas en el
texto. Para algunos de ustedes parecerán cosas comunes y corrientes, y,
ciertamente, son cosas comunes y corrientes de nuestra divina fe, y sin
embargo, no puede haber nada de mayor importancia. La primera es, nuestro Señor Jesús viene: “He aquí que
viene con las nubes”. La segunda es, la
venida de nuestro Señor Jesucristo será vista por todos: “Todo ojo le verá,
y los que le traspasaron”. Y, en tercer lugar, esta venida producirá gran aflicción: “Todos los linajes de la
tierra harán lamentación por él”.
I. ¡Que
el Espíritu Santo nos ayude mientras, en primer lugar, recordamos que NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO VIENE!
Este anuncio es
considerado digno de una nota de admiración. Como los latinos dirían, hay un “Ecce” que ha sido introducido aquí: “He aquí, que viene”. Así como en los
viejos libros los impresores ponían manos al margen que señalaban pasajes
especiales, ¡así es este “he aquí”! Es un Nota
Bene (Nótese Bien) que nos exhorta
a notar bien lo que estamos leyendo. Aquí hay algo que hemos de sostener y contemplar. Oímos ahora una voz que clama: “¡Venid y ved!” El
Espíritu Santo nunca usa palabras superfluas ni redundantes notas de
exclamación; cuando Él clama: “¡He aquí!”, es porque hay una razón para una
atención profunda y duradera. ¿Apartarás tu mirada cuando Él te pide que hagas
una pausa y ponderes, que te quedes y mires? Oh, tú que has estado contemplando
vanidad, ven y contempla el hecho de que Jesús viene. Tú que has estado
contemplando esto y contemplando aquello, y que no has estado pensando en nada
digno de tus pensamientos; olvida esas visiones y esos espectáculos pasajeros,
y por una vez contempla una escena que no tiene ningún paralelo. No se trata de
un monarca en su jubileo, sino del Rey de reyes en Su gloria. Ese mismo Jesús
que ascendió al cielo desde el monte del Olivar vendrá de nuevo a la tierra de
la misma manera que Sus discípulos le vieron subir al cielo. Vengan y vean este
grandioso espectáculo. Si ha habido alguna vez algo en el mundo digno de
mirarse, es esto. ¡Mirad y ved si hubo jamás gloria como Su gloria! Escuchen el
clamor de medianoche: “Aquí viene el esposo”. Tiene que ver prácticamente con
ustedes. “Salid a recibirle”. Esta voz es para ustedes, oh hijos de los
hombres. No se aparten descuidadamente, pues el propio Señor Dios exige su
atención; ¡el les manda que “Miren”! ¿Estarás ciego cuando Dios te ordena que
mires? ¿Cerrarás tus ojos cuando tu Salvador clama: “He aquí”? Cuando el dedo
de la inspiración señala el camino, ¿no se fijará tu ojo en el lugar hacia el
cual te dirige? “He aquí que viene”. Oh mis oyentes, miren aquí, se los
suplico.
Si leemos cuidadosamente
las palabras de nuestro texto, este “He aquí” nos muestra primero, que esta venida ha ser percibida vívidamente. Me
parece ver a Juan. Él está en el espíritu; pero de pronto parece sobresaltado y
llevado a una más intensa y más solemne atención. Su mente está más despierta
de lo usual, aunque él siempre fue un hombre de ojos radiantes que miraban a la
distancia. Lo comparamos siempre con el águila por la altura de su vuelo y la
agudeza de su visión; sin embargo, de pronto, aun él parece sobresaltado con
una visión más asombrosa. Él exclama: “¡He aquí! ¡He aquí!” Ha divisado a su
Señor. No dice: “Él vendrá pronto”, sino “Puedo verle, Él viene ahora”. Evidentemente
se ha dado cuenta del segundo advenimiento. Él ha concebido de tal manera la
segunda venida del Señor que se ha convertido en un asunto factual para él; en un
asunto del que hay que hablar e incluso del que hay que escribir. “He aquí que
viene”. ¿Nos hemos dado cuenta, ustedes y yo, de la venida de Cristo tan
plenamente como esto? Tal vez creamos que Él vendrá. Espero que todos hagamos eso. Si creemos que el Señor Jesús ha
venido la primera vez, creemos también que Él vendrá la segunda vez; pero, ¿son
éstas verdades confirmadas para nosotros? Quizás hemos comprendido vívidamente
el primer advenimiento: de Belén al Gólgota y del Calvario al monte del Olivar
hemos seguido los pasos del Señor, entendiendo ese bendito clamor: “¡He aquí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Sí, ‘el Verbo fue hecho carne
y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del
Padre, lleno de gracia y de verdad’. ¿Pero hemos captado con igual firmeza el
pensamiento de que Él viene por segunda vez sin relación con el pecado? Cuando
nos reunimos en feliz comunión, ¿nos decimos ahora unos a otros: “Sí, nuestro
Señor viene”? No sólo debería ser una profecía firmemente creída entre nosotros,
sino una escena proyectada en nuestras almas y anticipada en nuestros
corazones. Mi imaginación ha pintado esa terrible escena: pero mejor aún, mi fe
la ha captado. He oído las ruedas de los carros del Señor que se acercan y me
he esforzado en poner mi casa en orden para recibirle. He sentido la sombra de esa
gran nube que le acompañará enfriando el ardor de mi mundanalidad. Oigo aun
ahora en espíritu el sonido de la última trompeta, cuya tremenda resonancia
sobresalta mi alma y la conduce a una seria acción y fortalece mi vida. ¡Quiera
Dios que yo viva más completamente bajo la influencia de ese augusto evento!
Hermanos y hermanas, yo
los invito a esta comprensión. Yo desearía que fuéramos juntos en esto, hasta
que al salir de casa nos dijéramos unos a otros: “He aquí que viene”. Alguien
le dijo a su compañero después de que el Señor hubo resucitado: “Ha resucitado
el Señor verdaderamente”. Yo quiero que se sientan tan seguros esta noche de
que el Señor viene en verdad, y quisiera que se dijeran lo mismo unos a otros.
Estamos seguros de que Él vendrá, y que viene en camino; pero el beneficio de
una más vívida comprensión sería incalculable.
Esta venida ha de ser proclamada celosamente, pues
Juan no dice tranquilamente: “Él viene”, sino que clama vigorosamente: “He aquí
que viene”. Tal como el heraldo de un rey hace un prefacio a su mensaje por medio
de un sonido de trompeta que llama la atención, así también Juan clama: “He
aquí”. Así como el antiguo pregonero era propenso a decir: “¡Oh sí! ¡Oh sí! ¡Oh
sí!”, o a usar algún otro estribillo impactante que llamaba a los hombres a
prestar atención a su anuncio, así Juan está en medio de nosotros y clama: “He
aquí que viene”. Él llama la atención mediante esa enfática palabra: “He aquí”.
No es ningún mensaje ordinario el que trae y no quisiera que tratáramos su
palabra como un dicho que es una cosa común. Él pone su corazón en el anuncio.
Lo proclama en voz alta, lo proclama solemnemente, y lo proclama con autoridad:
“He aquí que viene”.
Hermanos, ninguna verdad
debería ser proclamada más frecuentemente después de la primera venida del
Señor, como esta segunda venida; y no se podrían exponer todos los fines y
conexiones de la primera venida si se olvidara la segunda. En
Y en seguida ha de ser aseverado incuestionablemente. “He
aquí que viene”. No es: “Quizás Él podría aparecer todavía”. “He aquí él viene”
debería ser afirmado dogmáticamente como una certeza absoluta que ha sido
comprendida por el corazón del hombre que la proclama. “He aquí él viene”.
Todos los profetas dicen que Él vendrá. Desde Enoc hasta el último profeta que
habló por inspiración declaran: “He aquí, vino el Señor con sus santas decenas
de millares”. No encontrarán a uno que haya hablado por la autoridad de Dios,
que, ya sea directamente o por implicación, no afirme la venida del Hijo del
hombre, cuando las multitudes nacidas de mujer sean convocadas a Su tribunal
para recibir la recompensa de sus actos. Todas las promesas están afanadas con
este pronóstico: “He aquí él viene”. Contamos con Su propia palabra para ello y
esto le proporciona una doble seguridad. Él nos ha dicho que vendrá de nuevo.
Él les aseguró a Sus discípulos a menudo que si se iba de ellos, vendría a
ellos otra vez; y nos dejó
Amados hermanos, ¿qué
hay que impida que Cristo venga? Cuando he estudiado y reflexionado en esta
palabra: “He aquí él viene”, sí, me he dicho a mí mismo, en verdad viene; ¿quién
lo detendría? Su corazón está con Su iglesia en la tierra. Él desea celebrar la
victoria en el lugar donde peleó la batalla. Sus delicias son con los hijos de
los hombres. Todos Sus santos están en espera del día de Su advenimiento y Él
está esperando también. La propia tierra en su aflicción y su gemir está con
dolores de parto por Su venida que ha de ser su redención. La creación fue
sujetada a vanidad por un corto tiempo, pero cuando el Señor venga otra vez, la
creación misma será libertada de la esclavitud de la corrupción a la libertad gloriosa
de los hijos de Dios. Podríamos cuestionar que venga una segunda vez si no
hubiera venido ya una primera vez; pero si vino a Belén, tengan la seguridad de
que Sus pies se posarán sobre el monte del Olivar. Si vino a morir, no duden
que vendrá a reinar. Si vino para ser despreciado y desechado entre los
hombres, ¿por qué habríamos de dudar de que venga para ser admirado por todos
aquellos que creen? Su segura venida ha de ser aseverada incuestionablemente.
Queridos amigos, este
hecho de que Él vendrá de nuevo, ha de
enseñarse como algo que exige nuestro interés inmediato. “He aquí que viene
con las nubes”. He aquí, mírenlo; mediten en ello. Vale la pena pensar en ello.
Te concierne. Estúdialo una y otra vez. “Él viene”. Como Él estará aquí tan
pronto, la afirmación está expresada en el tiempo presente: “Él viene”. Ese
sacudimiento de la tierra, esa extinción del sol y de la luna, esa huida del
cielo y de la tierra delante de Su rostro, todas esas cosas están aquí tan
cercanamente que Juan las describe como realizadas. “He aquí que viene”.
Hay un sentido que yace
en el trasfondo: que Él ya viene en
camino. Todo lo que Él está haciendo en providencia y en gracia es una
preparación para Su venida. Todos los eventos de la historia humana, todas las
grandes decisiones de Su augusta majestad mediante las cuales gobierna todas las
cosas, todo eso contribuye al día de su venida. No piensen que Él demora Su
venida, y que luego, de pronto, se apresurará a venir a toda prisa. Él ha
arreglado que tenga lugar tan pronto como la sabiduría lo permita. Nosotros no
sabemos qué pudiera motivar que la presente demora sea imperativa; pero el
Señor lo sabe y eso basta. Te sientes incómodo porque han pasado cerca de dos
mil años desde su ascensión y Jesús no ha venido todavía; pero tú no sabes qué
debía ser arreglado y hasta qué punto el lapso era absolutamente necesario para
los designios del Señor. Los asuntos que han llenado la gran pausa no son
asuntos insignificantes; los siglos que han transcurrido han estado llenos de
portentos. Mil cosas hubieran podido ser necesarias en el cielo mismo antes de
que se pudiera alcanzar la consumación de todas las cosas. Cuando nuestro Señor
venga se verá que vino tan pronto como pudo, hablando a la manera de Su
infinita sabiduría, pues Él no podría comportarse de otra manera que
sabiamente, perfectamente, divinamente. Él no puede ser motivado por el miedo o
la pasión como para actuar apresuradamente como tú y yo lo hacemos con
demasiada frecuencia. Él mora en el sosiego de la eternidad y en la serenidad
de la omnipotencia. No tiene que medir días, ni meses, ni años, ni lograr hacer
tanto en tal espacio o dejar inconclusa la obra de Su vida; pero de acuerdo al
poder de una vida sin fin Él prosigue firmemente adelante, y para Él mil años
son como un día. Por tanto tengan la seguridad de que el Señor está viniendo
incluso ahora. Él está haciendo que todo coincida en ese sentido. Todas las
cosas están obrando para ese grandioso clímax. En este momento y en todo
momento desde que se fue, el Señor Jesús ha estado regresando. “He aquí que
viene”. ¡Viene en camino! ¡Él está más cerca cada hora!
Y se nos informa que Su venida estará acompañada por una señal
peculiar. “He aquí que viene con las
nubes”. No tendremos ninguna necesidad de preguntar si es el Hijo del
hombre el que ha venido o si ha venido realmente. Esto no va a ser un asunto
secreto. Su venida será tan manifiesta como aquellas nubes. En el desierto la
presencia de Jehová era conocida por una columna de nube visible de día y por
una igualmente visible columna de fuego de noche. Esa columna de nube era la
señal segura de que el Señor estaba en su lugar santo, morando entre los
querubines. Así es la señal de la venida del Señor Cristo.
“Todo ojo oteará la nube,
La insignia del Hijo del hombre”.
Así está escrito,
“Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces
lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo
sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria”. No puedo citar en este momento
todos esos múltiples pasajes de
Las nubes tienen la
intención de exponer el poderío, así
como la majestad de Su venida. “Atribuid poder a Dios; sobre Israel es su
magnificencia, y su poder está en las
nubes” (1). Esa fue la regia señal dada por Daniel, el profeta, en su capítulo
séptimo, en el versículo trece, “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí
con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre”. No menos que divina
es la gloria del Hijo de Dios, que una vez no tenía dónde reclinar Su cabeza.
Los objetos más sublimes en la naturaleza ministrarán de manera sumamente
apropiada a la manifiesta gloria del Rey de los hombres que regresa. “He aquí
que viene”, no con los pañales de Su infancia, no con el cansancio de Su edad
adulta, no con la vergüenza de Su muerte, sino con toda la gloriosa tapicería
de las excelsas cámaras del cielo. Los cortinajes de la sala del trono divino
ayudarán a resaltar Su magnificencia.
Las nubes denotan
también el terror de Su venida para los
impíos. Sus santos serán arrebatados juntamente con Él en las nubes para
recibir al Señor en el aire; pero para quienes permanecerán en la tierra las
nubes presentarán su negrura y el horror de las tinieblas. Entonces los
impenitentes contemplarán esta terrible visión: el Hijo del hombre que viene en
las nubes del cielo. Las nubes los llenarán de terror y el terror será
justificado abundantemente, pues esas nubes están henchidas de venganza y
estallarán en juicio sobre sus cabezas. Su gran trono blanco, aunque sea
brillante y lustroso con esperanza para Su pueblo, con su misma brillantez y
blancura de inmaculada justicia dejará muertas las esperanzas de todos los que
confiaron que podían vivir en pecado y, pese a ello, quedar sin castigo. “He
aquí que viene. Viene con las nubes”.
Felices circunstancias
me rodean esta noche porque mi tema no requiere de ningún esfuerzo de la
imaginación de mi parte. Entregarse a la fantasía en un tema así sería una
desventurada profanación de un asunto tan sublime que por su propia simplicidad
debería quedar claro para todos los corazones. Piensen claramente por un
momento hasta que el significado se vuelva real para ustedes. Jesucristo está
viniendo, y viniendo en un inusitado esplendor. Cuando Él venga estará
entronizado muy por encima de los ataques de Sus enemigos, de las persecuciones
de los impíos y de los escarnios de los escépticos. Él está viniendo en las
nubes del cielo y nosotros estaremos entre los testigos de Su advenimiento.
Reflexionemos en esta verdad.
II. Nuestra
segunda observación es ésta: TODOS VERÁN
Yo deduzco de esta
expresión, primero, que será un
advenimiento literal, y un espectáculo real. Si el segundo advenimiento
fuera a ser una manifestación espiritual, a ser percibida por las mentes de los
hombres, la fraseología sería, “Toda mente lo percibirá”. Pero no es así;
leemos, “Todo ojo le verá”. Ahora bien, la mente puede contemplar lo espiritual
pero el ojo sólo puede ver lo que es claramente material y visible. El Señor
Jesucristo no vendrá espiritualmente, pues en ese sentido Él está siempre aquí;
pero Él vendrá real y sustancialmente, pues todo ojo le verá, aun esos ojos
carnales que le contemplaron con odio y le traspasaron. No te alejes ni sueñes
diciéndote: “Oh, hay algún significado espiritual respecto a todo esto”. No
destruyas la enseñanza del Espíritu Santo con la idea de que habrá una
manifestación espiritual del Cristo de Dios, sino que un advenimiento literal está
fuera de toda duda. Eso sería alterar el registro. El Señor Jesús vendrá a la
tierra una segunda vez tan literalmente como vino una primera vez. El mismo
Cristo que comió parte de un pez asado y un panal de miel después de que hubo
resucitado de los muertos; el mismo que dijo: “Palpad y ved; porque un espíritu
no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”, este mismo Jesús, con un
cuerpo material ha de venir en las nubes del cielo. De la misma manera que fue
al cielo, así vendrá. Será visto literalmente. Las palabras no pueden ser
leídas honestamente de ninguna otra manera.
“Todo ojo le verá”. Sí,
yo en verdad espero ver literalmente a mi Señor Jesús con estos mis ojos, así
como lo esperaba ver aquel santo que hace mucho tiempo se quedó dormido
creyendo que aunque los gusanos devoraran su cuerpo, en su carne vería a Dios,
a quien sus ojos le verían por sí mismo, y no otro. Habrá una resurrección real
del cuerpo, aunque los modernos lo duden: será una resurrección tal que veremos
a Jesús con nuestros propios ojos. No nos encontraremos en una tierra de
sombras y de ensoñación de ficciones flotantes donde podemos percibir pero no
podemos ver. No seremos ‘nadas’ insustanciales, misteriosas, vagas e
impalpables; sino que literalmente veremos a nuestro glorioso Señor, cuyo
advenimiento no será ningún espectáculo de fantasmas, ninguna danza de sombras.
Ningún día será más real que el día del juicio; ningún espectáculo será más
verdadero que el Hijo del hombre en el trono de Su gloria. Llévense esta
declaración a casa para que sientan su fuerza. En estos días nos estamos
alejando a demasiada distancia de los hechos y nos estamos adentrando en el
reino de los mitos y de las opiniones. “Todo ojo le verá”, y en esto no habrá
ningún engaño.
Noten bien que Él será visto por toda clase de hombres
vivientes: todo ojo le verá: el rey y el campesino, los más ilustrados y
los más ignorantes. Los que antes estaban ciegos le verán cuando venga. Yo
recuerdo a un hombre que nació ciego y que amaba a nuestro Señor muy
intensamente, que estaba habituado a gloriarse en esto: que sus ojos habían
sido reservados para su Señor. Decía él: “al primero que veré jamás será el
Señor Jesucristo. La primera visión que salude a mis ojos recién abiertos será
el Hijo del hombre en Su gloria”. Hay gran consuelo en esto para todos los que
son ahora incapaces de contemplar el sol. Como “todo ojo le verá”, tú también
verás al Rey en Su hermosura. Escaso placer es este para los ojos que están
llenos de inmundicia y altivez: a ti no te importa ese espectáculo y sin
embargo tendrás que verlo ya sea que quieras o no. Hasta aquí has cerrado los
ojos a las cosas buenas, pero cuando Jesús venga tendrás que verlo. Todos los que moran sobre la faz de la tierra,
si no al mismo tiempo, sí con la misma certeza, contemplarán al Señor que una
vez fue crucificado. No podrán ocultarse, ni esconderlo para que los ojos de
ustedes no le vean. Ellos temerán esa visión, pero vendrá sobre ellos así como
el sol brilla en el ladrón que se deleita en las tinieblas. Ellos se verán
obligados a reconocer consternados que están contemplando al Hijo del hombre; estarán
tan sobrecogidos por la visión que no habrá forma de negarlo.
Será visto por aquellos
que han estado muertos desde hace mucho tiempo. ¡Qué espectáculo será para Judas,
y para Pilato, y para Caifás y para Herodes! ¡Qué visión será para quienes en
vida dijeron que no había ningún Salvador y que no había necesidad de uno o que
Jesús era un simple hombre, y que Su sangre no era una propiciación para el
pecado! Los que se mofaban y le vilipendiaban murieron hace mucho tiempo, pero
todos ellos resucitarán, y resucitarán a esta herencia entre el resto: que
verán a Aquel contra quien blasfemaron sentado en las nubes del cielo. Los
prisioneros se turban a la vista del juez. La trompeta del juicio final no trae
ninguna música para los oídos de los criminales. ¡Pero tú tendrás que oírla, oh
pecador impenitente! Aun en tu tumba tendrás que oír la voz del Hijo de Dios, y
vivir, y salir de la tumba para recibir lo que hayas hecho mientras estabas en
el cuerpo, sea bueno o sea malo. La muerte no puede ocultarte, ni la bóveda del
sepulcro puede esconderte, ni la podredumbre y la corrupción pueden liberarte.
En tu cuerpo estás obligado a ver al Señor que te juzgará tanto a ti como a tus
compañeros.
Se menciona que le verán especialmente quienes le
traspasaron. En esto está incluido todo el conjunto de hombres que le clavó
al madero, junto con aquellos que tomaron la lanza y le abrieron Su costado; en
verdad, todos los que tuvieron que ver con Su cruel crucifixión. Incluye a todos
esos, pero también abarca a muchos más. “Y los que le traspasaron” no son de
ninguna manera unos cuantos. ¿Quiénes le han traspasado? Pues bien, aquellos
que una vez profesaron amarle pero que se han regresado al mundo. A esos que una
vez corrían bien, “¿Qué los estorbó?” Y ahora usan sus lenguas para hablar en
contra de Cristo a quien profesaron amar una vez. También le han traspasado
aquellos cuyas vidas inconsistentes han acarreado deshonra al sagrado nombre de
Jesús. También le han traspasado aquellos que rehusaron Su amor, que ahogaron sus
conciencias y rechazaron sus reprensiones. ¡Ay, que tantos entre ustedes estén
traspasándole ahora por su vil descuido de Su salvación! Aquellos que iban cada
domingo a oír acerca de Él, y que siguieron siendo oidores únicamente, destruyendo
sus propias almas antes que ceder a Su infinito amor: estos traspasaron Su
tierno corazón. Queridos oyentes, yo desearía poder argumentar eficazmente con
ustedes esta noche, de manera que no siguieran perteneciendo por más tiempo al
número de aquellos que le traspasaron. Si miran a Jesús ahora, y lamentan por su
pecado, Él quitará su pecado y entonces no se avergonzarán de verle en aquel
día. Aunque le traspasaron, serán capaces de cantar: “Al que nos amó, y nos
lavó de nuestros pecados con su sangre”. Pero recuerden que si siguieran
traspasándole y continuaran luchando en contra de Él, todavía tendrían que
verle en aquel día, para su terror y desesperación. Ustedes le verán y yo
también, por mal que nos portemos. ¡Y qué horror nos provocará esa visión!
Yo no me sentía apto
para predicarles esta noche, pero el último domingo dije que predicaría esta
noche si sentía que podía hacerlo de alguna manera. Casi no parecía posible,
pero no podía hacer menos que mantener mi palabra; también anhelaba estar con
ustedes por causa de ustedes mismos pues pudiera ser que quedaran pocas ocasiones
en las que se me permita predicar el Evangelio entre ustedes. Con frecuencia
estoy enfermo; ¡quién sabe cuán pronto voy a llegar a mi fin! Yo quisiera usar
toda la fortaleza física y la oportunidad providencial que me quedan. Nunca
sabemos cuán pronto podemos ser cortados, y entonces nos alejamos para siempre
de la oportunidad de beneficiar a nuestros semejantes. Sería una lástima tener
que partir sin haber aprovechado una oportunidad de hacer el bien. Entonces
quisiera argumentar apasionadamente con ustedes bajo la sombra de esta gran
verdad: yo quisiera exhortarlos a que se preparen, puesto que tanto ustedes
como yo contemplaremos al Señor en el día de Su venida. Sí, yo voy a estar en
esa gran multitud. Ustedes también estarán allí. ¿Cómo se sentirán? Tal vez no
estén acostumbrados a asistir a un lugar de adoración; pero ustedes estarán
allí y el lugar será muy solemne para ustedes. Pudieran ausentarse de las
asambleas de los santos, pero no serán capaces de ausentarse de la asamblea de
aquel día. Tú estarás allí, en esa gran multitud y verás a Jesús el Señor tan
ciertamente como si fueras la única persona delante de Él, y Él te verá a ti
tan ciertamente como si fueras la única persona que fue convocada a su
tribunal.
Al concluir con mi
segundo encabezado te pido amablemente que pienses en todo esto. Repite en
silencio las palabras, “Todo ojo le verá, y los que le traspasaron”.
III. Y
ahora tengo que concluir con el tercer encabezado, que es doloroso, pero que
necesita ser explicado: SU VENIDA CAUSARÁ GRAN AFLICCIÓN. ¿Qué dice el texto
acerca de Su venida? “Todos los linajes de la tierra harán lamentación por él”.
“Todos los linajes de la
tierra”. Entonces esta aflicción será muy
general. Tú pensabas, tal vez, que cuando Cristo viniera, vendría a un
mundo alegre que le daba la bienvenida con cantos y música. Tú pensabas que
podría haber unas cuantas personas impías que serían destruidas por el aliento
de Su boca, pero que la mayoría de la humanidad le recibiría con deleite. Mira
cuán diferente: “Todos los linajes de la tierra”, esto es, toda clase de
hombres que pertenecen a la tierra; todos los hombres terrenales, hombre
provenientes de todas las naciones y linajes y lenguas llorarán y se
lamentarán, y crujirán sus dientes a Su venida. ¡Oh, señores, esta es una
triste perspectiva! No podemos profetizar cosas halagüeñas. ¿Qué piensan de
esto?
Y, en seguida, esta aflicción será muy grande. Harán
lamentación. No puedo expresar en inglés el pleno significado de esa palabra
que es sumamente expresiva. Si la pronuncian detenidamente transmitirá su
propio significado. Es como cuando los hombres se retuercen las manos y estallan
en un fuerte grito o como cuando las mujeres orientales, en su angustia, rasgan
sus ropas y alzan sus voces con las notas más fúnebres. Todos los linajes de la
tierra harán lamentación: se lamentarán como una madre se lamenta por su hijo
muerto; se lamentarán como un hombre podría lamentarse al verse encarcelado sin
esperanza y condenado a morir. Así será el dolor desesperanzado de todos los
linajes de la tierra ante la visión del Cristo en las nubes; aunque sigan
siendo impenitentes no serán capaces de quedarse callados; no serán capaces de
reprimir u ocultar su angustia, sino que se lamentarán o darán abiertamente
rienda suelta a su horror. ¡Qué sonido será ese que subirá al alto cielo cuando
Jesús se siente en la nube y en la plenitud de Su poder los convoque a juicio!
“Harán lamentación por él”.
¿Se oirá tu voz en esa
lamentación? ¿Se quebrantará tu corazón en esa consternación general? ¿Cómo
escaparás? Si eres uno de los linajes de la tierra y sigues siendo impenitente,
lamentarás con el resto de ellos. A menos que acudas presurosamente a Cristo
ahora y te ocultes en Él, y así te conviertas en uno de los del linaje del
cielo –uno de Sus escogidos y uno de los lavados con sangre que alabarán Su
nombre por lavarlos de sus pecados- a menos que hagas eso, habrá lamentos en el
tribunal de Cristo, y tú estarás lamentándote.
Entonces queda muy claro que los hombres no serán universalmente
convertidos cuando Cristo venga; porque si lo fueran, no
lamentarían. Entonces elevarían el grito: “¡Bienvenido, bienvenido, Hijo de
Dios!” La venida de Cristo sería como lo expresa el himno:
“¡Escuchen esas explosivas aclamaciones!
¡Escuchen esos resonantes acordes triunfantes!
Jesús asume la más excelsa posición.
¡Oh, cuánto gozo proporciona el espectáculo!”
Esas aclamaciones
provienen de Su pueblo. Pero de acuerdo al texto la multitud de la humanidad
llorará y hará lamentación, y por tanto, ellos no estarán entre Su pueblo.
Entonces no busquen la salvación posponiéndola para un día venidero, sino crean
en Jesús ahora, y encuentren en Él a su Salvador de inmediato. Si te gozas en
Él ahora te regocijarás más en Él en aquel día; pero si tienes motivos para
hacer lamentación a Su venida, será bueno que te lamentes de inmediato.
Noten una verdad
adicional. Es muy cierto que cuando Jesús venga en esos últimos días los hombres no estarán esperando grandes
cosas de Él. Tú sabes la plática que sostienen en estos días acerca de “una
esperanza más grande”. Hoy engañan a la gente con el inútil sueño de un
arrepentimiento y de una restauración después de la muerte, una ficción que no
está sustentada en la más pequeña tilde de
¿Por qué hacen
lamentación por él? ¿No será porque
le verán en Su gloria, y recordarán que lo menospreciaron y le desecharon? Verán
que viene para juzgarlos y recordarán que una vez estuvo a su puerta con
misericordia en Sus manos, y decía: “Ábreme”, pero no quisieron admitirlo.
Rechazaron Su sangre: rehusaron Su justicia: menospreciaron Su nombre sagrado;
y ahora tienen que rendir cuenta de esta maldad. Lo alejaron con escarnio, y
ahora, cuando venga, descubrirán que no pueden menospreciarlo más. Los días de
juegos de niños y de necia demora han terminado; y ahora tienen que rendir
solemnemente cuentas de su vida. ¡Miren, los libros son abiertos! Están
cubiertos de consternación al recordar sus pecados, y saben que están
registrados con una pluma fiel. Tienen que rendir cuentas; y sin ser lavados y
perdonados no pueden rendir esas cuentas sin saber que la sentencia será:
“Apartaos de mí, malditos”. Esta es la razón por la que lloran y hacen
lamentación por Él.
Oh, almas, mi amor natural
por la comodidad me conduce a desear que pudiera predicarles cosas agradables;
pero esas cosas no están en mi comisión. Sin embargo casi no necesito desear predicar
un evangelio benévolo, pues tantos ya lo están haciendo a costa de ustedes. Como
amo a sus almas inmortales no me atrevo a adularlos. Como tendré que responder
por ello en el último gran día, tengo que decirles la verdad.
“Ustedes, pecadores, busquen el rostro de Aquel
Cuya ira no pueden soportar”.
Busquen la misericordia
de Dios esta noche. Yo he venido adolorido aquí para implorarles que se
reconcilien con Dios. “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el
camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él
confían”.
Pero si no quieren
recibir a mi Señor, Él viene de todas maneras para eso. Él está en camino
ahora, y cuando venga ustedes harán lamentación por Él. ¡Oh, que lo hicieran su
amigo y entonces lo recibirían con júbilo! ¿Por qué habrían de morir? Él da
vida a todos aquellos que confían en Él. Crean y vivan.
Que Dios salve sus almas
esta noche, y Él recibirá la gloria. Amén.
Porción de
Nota
del traductor:
(1) La palabra nubes
en cursiva está tomada de la traducción ofrecida por
Traductor: Allan Román
10/Julio/2014
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