El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
NO.
1971
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque esto
es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los
pecados”. Mateo 26: 28.
El Señor Jesucristo
vivía en aquel momento y estaba sentado a la mesa, y, con todo, señalando a la
copa llena de rojo vino, dijo: “Esto es mi sangre… que por muchos es derramada”.
Esto nos demuestra que no era Su intención decir que el vino era literalmente
Su sangre. Ciertamente ya no es necesario refutar más el burdo dogma carnal de
la transubstanciación, el cual es obviamente absurdo. Allí estaba el Señor,
vivo y sentado a la mesa de la cena, con Su sangre en Sus venas, y, en
consecuencia, el vino no podía ser literalmente Su sangre. Debe valorarse el
símbolo, pero confundirlo con la cosa simbolizada llevaría a la adoración
idolátrica de un trozo de pan.
Nuestro Señor habló de
Su sangre como ya derramada cuando todavía los clavos no habían atravesado Sus
manos y Sus pies y la lanza no había perforado Su costado. ¿No ha de explicarse
esto por el hecho de que nuestro Señor estaba tan ocupado pensando en nuestra
redención por Su muerte, que hablaba de lo que estaba resuelto a realizar como
algo ya consumado? Como disfrutaba de una amorosa comunión con Sus discípulos
escogidos, hablaba libremente; Su corazón no consideró tanto la precisión como
el sentimiento; y así, tanto en las palabras como en el sentimiento anticipó la
fecha de Su grandiosa obra de expiación y habló de ella como algo ya realizado.
Para explicar el futuro significado de la bendita ordenanza de
Mediante el uso de tal
lenguaje, nuestro Señor también nos muestra la presencia permanente del grandioso
sacrificio como un poder y una influencia. Él es el “Cordero que fue inmolado
desde el principio del mundo”, y, por tanto, habla de Su sangre como ya
derramada. En unas cuantas horas sería derramada literalmente; pero desde
largas edades previas, el Señor Dios lo había considerado como algo ya hecho.
Con una plena confianza en la grandiosa Fianza y sabiendo que nunca se
retractaría del perfecto cumplimiento de Sus compromisos, el Padre salvó a
multitudes en virtud de la futura ofrenda por el pecado. Él tuvo comunión con
miríadas de santos basándose en la fuerza de la purificación que sería
presentada por el grandioso Sumo Sacerdote en el cumplimiento del tiempo. ¿Acaso
no podía el Padre confiar en Su Hijo? Así lo hizo, y mediante ese acto nos dio
un gran ejemplo de fe. Dios mismo es verdaderamente el Padre de los fieles en
vista de que Él mismo puso una suprema confianza en Jesús, y con base en lo que
Jesús haría después derramando Su alma hasta la muerte, Dios “abrió el reino de
los cielos para todos los creyentes”. ¡Cómo, alma mía!, ¿no puedes confiar tú
en el sacrificio ahora que ya ha sido presentado? Si su visión anticipada era
suficiente para Dios, ¿no es suficiente para ti su consumación? “He aquí el
Cordero de Dios”, que aun antes de morir fue descrito quitando el pecado del
mundo. Si esto era válido antes de ir al Calvario, cuán seguramente es válido
ahora que ha dicho con absoluta verdad: “Consumado es”.
Queridos amigos, voy a
predicarles una vez más sobre la piedra angular del Evangelio. Me pregunto cuántas
veces lo habré hecho, con ésta. La doctrina de Cristo crucificado está siempre
conmigo. Así como el soldado romano en Pompeya se sostuvo firme en su puesto
aun cuando la ciudad estaba siendo destruida, así me sostengo fiel a la verdad
de la expiación aun cuando la iglesia está siendo enterrada bajo la lluvia de
lodo hirviente de la herejía moderna. Todo lo demás puede esperar, pero esta
verdad en particular debe ser proclamada con un sonido de trueno. Que otros
prediquen como quieran, pero este púlpito siempre resonará con la sustitución
de Cristo. “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo”. Algunos pueden predicar continuamente acerca de Cristo como un
ejemplo, y otros pueden disertar perpetuamente sobre Su llegada a la gloria:
nosotros predicamos también sobre ambos temas, pero principalmente predicamos a
Cristo crucificado, para los judíos
ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura, mas para los llamados,
Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.
Tienen ante ustedes una
copa llena de vino que Jesús acaba de bendecir y de presentar a Sus discípulos.
Cuando contemplen sus rojas profundidades, óiganlo hablar de la copa como Su
sangre, pues de esta manera quiere enseñarnos una solemne lección.
I. Noten,
primero,
La sangre representa el
sufrimiento, pero va más allá, pues sugiere el sufrimiento hasta la muerte. “La
vida… es su sangre”, y cuando la sangre es derramada muy copiosamente, la
muerte queda sobreentendida. Recuerden que en la sagrada cena se tienen dos
emblemas separados: el pan como un emblema del cuerpo y luego el vino como un
símbolo de la sangre, y de esta manera se tiene un cuadro claro de la muerte,
puesto que la sangre ha sido separada de la carne. “Todas las veces que
comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis”.
Ambos actos son esenciales.
Se les invita a fijar su
atención en la muerte de Cristo, y únicamente en ella. En el sufrimiento de
nuestro Señor hasta la muerte vemos el ilimitado alcance de Su amor. “Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. Jesús no
podría amarnos más de lo que lo hizo entregándose la muerte, y muerte de cruz.
¡Oh Señor mío, en Tu sudor sangriento y en la perforación de Tus manos y pies y
costado, veo la prueba más sublime de Tu amor! En todo ello veo que Jesús “me
amó y se entregó a sí mismo por mí”.
Amados, yo les ruego que
consideren frecuente y amorosamente los sufrimientos de su Redentor hasta el
derramamiento de la sangre de Su corazón. ¡Acompáñenlo a Getsemaní, y de ahí a
la casa de Caifás y de Anás, y después al pretorio de Pilato y al lugar del
escarnio de Herodes! Contemplen a su Señor bajo los crueles azotes y en las
manos de los verdugos en el monte de la afrenta. No olviden ni una sola de las
aflicciones que fueron mezcladas en la amarga copa de Su crucifixión: su dolor,
su escarnio, su vergüenza. Fue una muerte reservada para esclavos y criminales.
Para que sus profundos abismos fueran absolutamente sin fondo, fue desamparado
incluso por Su Dios. Deja que la oscuridad de “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?”
oprima tu espíritu hasta que al hundirte en el sobrecogimiento te eleves
también en amor. ¡Él te amó más que a Sí mismo! La copa significa amor hasta
derramar Su sangre por ti.
Significa algo más. En
nuestro himno llamamos a nuestro Señor: “Dador de vida para vida”, y eso es lo
que esta copa significa. Entregó Su vida para que nosotros viviéramos. Ocupó
nuestro lugar y nuestra condición en el día de la ira de Jehová, recibiendo en
Su pecho el golpe de la espada de fuego que había sido desenvainada para
nuestra destrucción. El derramamiento de Su sangre hizo nuestra paz con Dios.
Jehová convirtió el alma de Su unigénito en una ofrenda por el pecado para que
el culpable fuera absuelto. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Eso es lo
que significa el vino en la copa: significa la muerte de Jesús en lugar nuestro.
Significa la sangre derramada del corazón del Dios encarnado para que podamos tener
comunión con Dios, habiendo expiado por Su muerte el pecado que nos separaba de
Él.
Nuestro bendito Salvador
quiere que tengamos en gran reverencia Su muerte: ha de ser nuestro principal recuerdo. Ambos
emblemas de
La otra ordenanza de
nuestra santa fe también declara la muerte de nuestro Señor. ¿No somos “sepultados
juntamente con él para muerte por el bautismo”? ¿No es el bautismo un emblema
de Su inmersión en las olas de la aflicción y de la muerte? El bautismo nos
muestra esa participación en el sufrimiento de Cristo por la cual comenzamos a
vivir;
Además, amados, sabemos
por
El otro día, cuando
indagaba acerca de la condición de una cierta congregación, mi informante me
decía que había habido pocas adiciones a la iglesia, a pesar de que el ministro
era un hombre hábil y diligente. Más adelante me hizo saber la razón de su
fracaso, pues agregó: “yo he asistido allí durante varios años, y en todo ese
tiempo no recuerdo haber oído ningún sermón sobre el sacrificio de Cristo. No niega
la expiación, pero la deja fuera”.
Si esto es así, ¿qué
pasará con las iglesias? Si la luz de la expiación es colocada bajo un almud, densas
serán las tinieblas. Al omitir a la cruz habrán cortado el tendón de Aquiles de
la iglesia: cuando ese tendón desaparece no puede moverse y ni siquiera puede
ponerse de pie. La obra santa rueda al suelo: languidece y perece cuando se
suprime la sangre de Jesús. Más que nunca la cruz tiene que ser puesta al
frente por los fieles, porque los infieles son muchos. Esforcémonos por
enmendar la deshonra hecha a nuestro divino Maestro por quienes niegan o infaman
Su sacrificio vicario. Permanezcamos fieles a esta fe aunque otros vacilen, y
prediquemos a Cristo crucificado aunque todos los demás se abstengan. ¡Gracia,
misericordia y paz sean para todos los que exaltan a Cristo crucificado!
Esta conmemoración de la
muerte de Cristo tiene que ser una
conmemoración constante.
Amados, tenemos que
mantener a la sangre preciosa de Cristo en
un recuerdo vivo. Hay para mí algo sumamente familiar en esa copa llena del
fruto de la vid. El pan de
Oh, bendito Maestro, ¿te
encargas de enseñarnos tan enérgicamente? Entonces debemos estar impresionados
con la realidad de la lección, y no debemos tratar nunca Tu pasión como una
cosa del sentimiento, ni convertirla en un mito, ni verla como un sueño de la
poesía. Tú serás sumamente real para nosotros en la muerte, como lo es esa copa
de la que bebemos.
Los amados recuerdos del
derramamiento de sangre de nuestro Señor tienen el propósito de ser un memorial personal. No hay Cena del
Señor a menos que el vino toque los labios y sea recibido en el propio ser del
comunicante. Todos deben participar. Él dice: “Bebed de ella todos”. No puedes
tomar
Amados, tenemos que entrar en un contacto
personal con la muerte de Cristo. Eso es esencial. Cada uno de nosotros debe
decir: “Él me amó a mí, y se entregó por mí”. Tienes que ser lavado
personalmente en Su sangre; tienes que ser reconciliado personalmente con Dios
por medio de Su sangre; tienes que tener acceso a Dios personalmente a través
de Su sangre, y por Su sangre tienes que vencer personalmente al enemigo de tu
alma. Así como la propia puerta del israelita debía ser embadurnada con la
sangre del cordero pascual, así debes participar individualmente del verdadero
Sacrificio, y cada uno debe conocer por sí mismo el poder de Su redención.
Como es algo personal,
es un hecho encantador que sea una conmemoración
feliz. Nuestra conmemoración de Cristo es sancionada con el arrepentimiento,
pero también es perfumada con la fe.
Además, nuestro Salvador
quería que sostuviéramos la doctrina de Su muerte y del derramamiento de Su sangre
para la remisión de pecados hasta el final de los tiempos, pues la constituyó
como una conmemoración perpetua.
Bebemos esta copa “hasta que Él venga”. Si el Señor Jesús hubiera previsto con
aprobación los cambios en el pensamiento religioso que serían introducidos por
la creciente “cultura”, Él habría arreglado seguramente un cambio de símbolos
que se adecuara al cambio de doctrinas. ¿Acaso no nos habría advertido que,
hacia el final del siglo diecinueve, los hombres se volverían tan “ilustrados”
que la fe de la cristiandad tendría necesariamente que tomar una nueva ruta, y
por tanto, habría señalado un cambio de los memoriales sacramentales? Pero Él
no nos ha advertido de la llegada de esos hombres eminentemente grandes y
sabios que han cambiado todas las cosas y que han abolido las verdades pasadas
de moda por las que murieron los mártires.
Hermanos, yo no creo en
la sabiduría de esos hombres, y aborrezco sus cambios; pero si hubiese habido
alguna base para tales cambios,
II. En
segundo lugar, noten bien
¿Cuál es este pacto? El
pacto es el que acabo de leerles en Jeremías 31: 33: “Este es el pacto que haré
con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su
mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me
serán por pueblo”. Vean también Jeremías 32: 40: “Y haré con ellos pacto
eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el
corazón de ellos, para que no se aparten de mí”. Busquen también en Ezequiel
11: 19: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y
quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de
carne”. Miren la misma profecía en Ezequiel 36: 26: “Os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón
de piedra, y os daré un corazón de carne”. ¡Qué magnífica Carta Magna es esta!
El antiguo pacto dice: “Cumple la ley y vive”. El nuevo pacto dice: “Tú
vivirás, y Yo te voy a conducir a cumplir mi ley, pues la escribiré en tu
corazón”. ¡Felices son los hombres que saben que están bajo este pacto!
¿Qué tiene que ver la
sangre de Jesucristo con este pacto? Tiene que ver con todo, pues el pacto no
hubiera podido realizarse aparte de la sangre de Jesús. La expiación se daba
como un hecho en el establecimiento del pacto. Nadie más podía haber estado
como nuestro representante para cumplir nuestro lado del pacto, excepto el
Señor Jesucristo; e incluso Él sólo pudo realizar ese pacto gracias al
derramamiento de Su sangre. En esa copa vemos el emblema de la sangre que hizo
posible el pacto.
Además, la sangre de
Jesús garantiza el pacto. Su muerte ha cumplido el lado humano del pacto, y la
parte de Dios está asegurada. La estipulación del pacto está cumplida en
Cristo, y ahora su tenor es la pura promesa. Noten que los “yo haré” y “se
hará” se suceden en rápida sucesión. Un arreglo de absoluta gracia de parte de
Dios para con los indignos hijos de los hombres está ahora en plena acción a
través del sacrificio de Cristo. El pacto de gracia, cuando es entendido
debidamente, ejerce una bendita influencia sobre las mentes de los hombres
conscientes de pecado.
El capellán de una
cárcel, un querido amigo mío, me contó una vez el sorprendente caso de una
conversión en el que un conocimiento del pacto de gracia fue el principal
instrumento usado por el Espíritu Santo. Mi amigo tenía bajo su cargo a un
hombre sumamente mañoso y brutal. Era singularmente repulsivo, incluso en
comparación con otros convictos. Había sido renombrado por su arrojo, y por la
completa ausencia de todo sentimiento al cometer sus actos de violencia. Creo
que había sido llamado “el rey de los estranguladores”. El capellán le había
hablado varias veces, pero no había tenido éxito en obtener respuesta alguna.
El hombre estaba ásperamente en contra de toda instrucción. Finalmente expresó
un deseo por un cierto libro, pero como no estaba disponible en la biblioteca,
el capellán le señaló
“Disuelto por Su bondad me postro en tierra,
Y lloro alabando la misericordia encontrada”.
¡Cuán amada y preciosa se
vuelve la sangre de Cristo, puesto que es la sangre del pacto eterno! Al
pertenecer a este bendito pacto, adoramos a partir de entonces la plenitud de
esa gracia que, a costa de la más preciosa de todas las vidas, ha hecho este
arreglo para hombres indignos.
Tal vez ustedes me
pregunten: “¿Por qué nuestros traductores usaron la palabra ‘testamento’ en
nuestra Versión Autorizada?” Ellos, en este caso, no fueron tan sabios como
suelen serlo, pues de las dos palabras, “pacto” es la que mejor traduce al
original; con todo, la idea de un testamento está incluida también allí. El
original podría significar cualquiera de las dos cosas. La palabra “convenio”,
que ha caído en desuso en nuestros días, fue empleada a menudo por nuestros
antecesores calvinistas cuando hablaban de la eterna alianza de gracia. La
palabra “convenio” podría significar tanto pacto como testamento: hay un pacto
de gracia, pero como la estipulación del pacto es cumplida por nuestro Señor
Jesús, el arreglo se convierte virtualmente en un testamento, a través del
cual, por la voluntad de Dios, se aseguran incontables bendiciones para los
herederos de la salvación. La sangre de Jesús es el sello del pacto, y transforma
sus bendiciones en legados de amor transmitidos a los creyentes. El convenio o
arreglo por el cual Dios puede ser justo y sin embargo ser el Justificador de
los impíos, y por el cual puede tratar con los creyentes, no sobre los términos
de la ley, sino sobre los términos de la pura gracia, es establecido por el
sacrificio de nuestro Señor. ¡Oh, hermanos míos, como personas bajo el pacto de
Dios, beban de la copa con gozo, y renueven su compromiso con el Señor su Dios!
III. Un
tercer punto surge muy manifiestamente en el texto:
¿De cuáles pecados? De todos los pecados de toda clase y
tipo, sin importar cuán atroces, agravados y multiplicados sean. La sangre del
pacto quita todo pecado, sea cual sea; no ha habido nunca ningún pecado
confesado con fe y llevado a Cristo que hubiere desconcertado a Su poder de
limpiarlo. Esta fuente nunca ha sido probada en vano. Asesinos, ladrones,
mentirosos, adúlteros y no sé qué otras cosas más han venido a Jesús a través
de la penitencia y de la fe, y sus pecados han sido quitados por medio del
mérito de Su sacrificio.
¿De qué naturaleza es la remisión? Es un perdón
libremente otorgado que actúa inmediatamente y que permanece para siempre, de
tal manera que no hay temor de que la culpa pueda volver a ser imputada a quien
ya ha sido perdonado. Nuestros pecados son borrados por medio de la sangre
preciosa, son arrojados en las profundidades del mar y son alejados de nosotros
cuanto está lejos el oriente del occidente. Nuestros pecados cesan de existir;
se les ha puesto un término; no pueden ser imputados en contra nuestra jamás.
¡Sí, escúchalo, escúchalo, oh vasta tierra! Que las alegres nuevas sobresalten
a los más tenebrosos escondrijos de la infamia: ¡hay remisión absoluta de
pecados! La sangre preciosa de Cristo limpia de todo pecado: sí, cambia el
color escarlata en una blancura que sobrepasa a la blancura de la nieve recién
caída; es una blancura que nunca puede ser manchada. Habiendo sido lavado por
Jesús, el más negro de los pecadores se presenta sin mancha ante el tribunal del
Juez que todo lo ve.
¿Cómo es que la sangre de Jesús efectúa eso? El
secreto radica en el carácter vicario o sustitutivo del sufrimiento y de la
muerte de nuestro Señor. Gracias a que Él estuvo en nuestro lugar, la justicia
de Dios es vindicada y la amenaza de la ley es cumplida. Ahora es justo que
Dios perdone el pecado. Que Cristo sufriera el castigo del pecado humano en
lugar de los hombres ha hecho que el gobierno moral de Dios sea perfecto en
justicia; ha puesto una base para la paz de la conciencia y ha convertido al
pecado en algo inmensurablemente odioso, aunque su castigo no recaiga en el
creyente. Ese es el gran secreto, esas son las nuevas celestiales, ese es el
Evangelio de salvación: que por medio de la sangre de Jesús el pecado es quitado
con justicia. ¡Oh, cuánto ama mi propia alma esa verdad! ¡Por eso la divulgo en
términos inconfundibles!
¿Y con qué propósito es garantizada esta remisión de pecados? Hermanos
míos, si la remisión de los pecados fuera un fin en sí misma, sería un
propósito noble, y valdría la pena predicarla cada día de nuestras vidas; pero
el asunto no termina allí. Nos equivocaríamos si pensáramos que el perdón de
los pecados es el propósito definitivo de Dios. No, no; no es sino un comienzo,
un medio para un propósito posterior. Él perdona nuestros pecados con el
designio de curar nuestra pecaminosidad. Somos perdonados para que nos volvamos
santos. Dios perdona el pecado para purificar al pecador. Si no hubiera tenido
como meta tu santidad, no hubiera habido una necesidad tan imperativa de una
expiación; pero para inculcar en ti la culpa del pecado, para hacerte sentir el
mal que el pecado ha obrado, para hacerte saber tu obligación para con el amor
divino, el Señor no te ha perdonado sin un sacrificio. ¡Ah, qué sacrificio! Él
tiene por objetivo la muerte de tu pecaminosidad y que a partir de entonces lo
ames, y le sirvas, y crucifiques a las lascivias que crucificaron a tu Señor.
El Señor tiene por objetivo formar en ti la semejanza de Su amado Hijo. Jesús te
ha salvado por Su abnegada obediencia a la justicia, para que tú pudieras
entregar tu alma entera a Dios, y para que estuvieras dispuesto a morir en
defensa del reino del amor y la verdad. La muerte de Cristo por ti te compromete
a estar muerto al pecado, para que por Su resurrección de los muertos tú puedas
resucitar a una vida nueva, y así te vuelvas como tu Señor. El perdón por la
sangre tiene ese objetivo. ¿Captas el pensamiento? Si tú crees en el Señor
Jesucristo, el propósito de Dios es hacerte semejante al Primogénito entre
muchos hermanos, y obrar en ti todo lo que sea adecuado y de buen nombre. Pero
eso no es todo: tiene el designio adicional de llevarte a una eterna comunión
con Él mismo. Él te está santificando para que puedas contemplar Su rostro y
para que seas apto para ser un compañero de Su unigénito Hijo a lo largo de
toda la eternidad. Tú has de ser el compañero escogido y amado del Señor de
amor. Él tiene un trono para ti, una mansión y una corona para ti, y una
inmortalidad de tan inconcebible gloria y bienaventuranza que si tú te formaras
aun la más lejana idea de ella, ninguna manzana de oro de la tierra te
apartaría de perseguir el premio de tu supremo llamamiento. ¡Oh, estar por
siempre con el Señor! ¡Yo soy incapaz de alcanzar la altura de este grandioso
argumento! Vean, hermanos míos, a qué los destina la sangre de su Señor. ¡Oh,
alma mía, bendice a Dios por esa copa especial que te recuerda el grandioso
sacrificio, y que te profetiza tu gloria a la diestra de Dios por siempre!
IV. No
puedo olvidar notar, para concluir,
Jesús no murió
únicamente por los clérigos. Yo recuerdo haber leído en la vida de Martín
Lutero que vio en una iglesia católica un cuadro del Papa y de cardenales y de
obispos y de sacerdotes y de monjes y de frailes, todos ellos viajando a bordo
de un barco. Todos iban a salvo, cada uno de ellos. En cuanto al laicado, pobres
infelices, luchaban en el mar y muchos de ellos se ahogaban. Sólo se salvaban
aquellos para quienes los buenos hombres que iban en el barco eran tan amables
de extenderles una cuerda o una tabla. Esa no es la enseñanza de nuestro Señor:
Su sangre es derramada “por muchos”, y no por unos cuantos. Él no es el Cristo
de una casta, o de una clase, sino el Cristo de todas las condiciones de
hombres. Su sangre es derramada por muchos pecadores, para que sus pecados
puedan ser remitidos.
Los que estaban en el
aposento alto eran todos judíos, pero el Señor Jesucristo les dijo: “mi sangre
es derramada por muchos”, para
hacerles ver que Él no murió sólo por la simiente de Abraham, sino por todas
las razas de hombres que moran sobre la faz de la tierra. “Derramada por
muchos”. Sus ojos, no lo dudo, miraban a estas islas lejanas, y a las vastas
tierras ubicadas más allá del mar occidental. Pensaba en África, y en India y
en la tierra de Sinim. Una multitud que nadie puede contar alegraba los ojos
del Redentor que veían previsoramente y anticipaban todos los acontecimientos.
Él hablaba con un gozoso énfasis cuando dijo: “por muchos es derramada para
remisión de los pecados”. Crean en los inmensurables resultados de la
redención. Siempre que estemos haciendo arreglos para la predicación de esta
sangre preciosa, hagámoslos a gran escala. La mansión del amor debe ser edificada
para una gran familia. No debemos cantar diciendo:
“Nosotros somos un jardín amurallado,
Mantengamos los muros muy firmes y seguros”.
Esperemos ver que
grandes números entren en el sagrado recinto. Todavía tenemos que abrirnos paso
a la derecha y a la izquierda. Las masas han de ser compelidas a entrar. Esta
sangre es derramada por muchos. Un grupo de media docena de convertidos nos
alegra mucho, y así debería ser; pero, ¡oh, anhelamos tener seis mil
convertidos de inmediato! ¿Por qué no? Esta sangre es derramada “por muchos”. Echemos
la gran red al mar. ¡Ustedes, jóvenes, prediquen el Evangelio en las calles de
esta populosa ciudad, pues está destinado para muchos! Los que van de puerta en
puerta no piensen que pueden ser demasiado optimistas, puesto que la sangre de
su Salvador es derramada por muchos, y los “muchos” de Cristo son una gran
cantidad. Es derramada por todos los que han de creer en Él, derramada por ti,
pecador, si confías en Él ahora. Si confiesas tu pecado y confías en Cristo,
ten la certeza de que Jesús murió en tu lugar y en tu condición. Es derramada
por muchos, de tal manera que ningún hombre ni ninguna mujer confiarán en Él en
vano jamás, ni descubrirán que la expiación es insuficiente para ellos. ¡Oh,
pidamos tener una magnánima fe, para que mediante un esfuerzo santo alarguemos
nuestras cuerdas, y reforcemos nuestras estacas, esperando ver que la casa de
nuestro Señor se llene de gente! Verá el fruto de la aflicción de su alma, y
quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y
llevará las iniquidades de ellos. Reflexionen en esa palabra: “muchos”, lo cual
ha de fortalecerlos para labores de largo alcance.
V. Ahora
noten
Si tienes alguna
pregunta referente a si has bebido, yo te diré cómo resolverla: ¡bebe de nuevo! Si has estado comiendo y
has olvidado realmente si comiste o no –tales cosas les ocurren a hombres
ocupados que sólo comen un poco- si, repito, quisieras estar seguro de que has
comido, ¡come de nuevo! Si quieres
tener la seguridad de que has creído en Jesús, ¡cree de nuevo! Siempre que tengas alguna duda acerca de si Cristo
es tuyo, apodérate de Él. A mí me gusta comenzar de nuevo. Con frecuencia
encuentro que la mejor forma de seguir adelante es regresar a mi primera fe en
Jesús y como pecador renovar mi confianza en mi Salvador.
“Oh” –dice el diablo-
“tú eres un predicador del Evangelio, pero tú mismo no lo conoces”. Antes yo
solía argumentar con el acusador; pero ni lo merece, ni es nada provechoso para
nuestro propio corazón. Nosotros no podemos ni convertir ni convencer al
diablo; es mejor referirlo a nuestro Señor. Cuando el diablo me dice que no soy
un santo, yo respondo: “Bien, ¿qué soy, entonces? “Un pecador”, responde él. “¡Bien,
tú también lo eres!” “¡Ah!”, –dice él- “tú estarás perdido”. “No” –digo yo- “la
razón por la que no estaré perdido es que Jesucristo vino al mundo para salvar
a los pecadores, y, por tanto, yo confío en que Él me salve”. Eso es lo que
Martín Lutero llama cortarle la cabeza al diablo con su propia espada, y es el
mejor camino que puedes seguir.
Dices: “Si yo tomo para
mí a Cristo como un hombre toma una copa y bebe sus contenidos, ¿soy salvo?”
Sí, lo eres. “¿Cómo puedo saberlo?” Lo sabes porque Dios dice que así es. “El
que cree en el Hijo tiene vida eterna”. Si bien no sentía una palpitación de
esa vida (no la sentía al principio), con todo, yo creía que la tenía,
simplemente debido al argumento de la confirmación divina. Desde mi conversión,
he sentido las pulsaciones de una vida más fuerte y vital que la vida del joven
más vigoroso que haya corrido jamás sin cansancio; pero hay momentos en los que
no es así. Justo ahora yo siento la vida celestial saltando gozosamente dentro
de mí; pero cuando no la siento, me apoyo en esto: Dios ha dicho: “El que cree
en el Hijo tiene vida eterna”. ¡Las palabras de Dios contra todos mis
sentimientos! Podría sufrir un ataque de desfallecimiento, y mis circunstancias
podrían afectar mi corazón, así como este clima cálido afecta mi cuerpo y me
hace sentir embotado y soñoliento; pero esto no deja sin ningún efecto a
Recuerdo una historia
sobre William Dawson, a quien nuestros amigos wesleyanos solían llamar Billy
Dawson, uno de los mejores predicadores que haya subido jamás a un púlpito. En
una ocasión eligió como su texto: “Por medio de él se os anuncia perdón de
pecados”. Cuando hubo anunciado su texto se dejó caer sobre el piso del
púlpito, de tal manera que no se le podía ver, y sólo se oía una voz que decía:
“No por medio del hombre en el púlpito; él está fuera de la vista, sino del
Hombre en el Libro. El hombre descrito en el Libro es el Hombre por medio de
quien les es predicado a ustedes el perdón de los pecados”. Ustedes y yo y
todos los demás nos ocultamos, y les predico la remisión de los pecados
únicamente a través de Jesús. Quisiera cantar con los niños: “Nada sino la
sangre de Jesús”. Cierren sus ojos a todas las cosas excepto a la cruz. ¡Jesús
murió y resucitó y fue al cielo, y toda la esperanza de ustedes ha de ir con
Él! ¡Vamos, querido oyente, toma a Jesús mediante un claro acto de fe esta
mañana! ¡Que Dios el Espíritu Santo te constriña a hacerlo, para que luego
prosigas tu camino regocijándote! Que así sea en el nombre de Jesús.
Porciones de
Jeremías 31: 31-37.
Nota del traductor:
Traductor: Allan Román
6/Octubre/2011
www.spurgeon.com.mx