El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

¿Entiendes lo que Lees?

NO. 1792

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 11 DE MAYO DE 1884

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EXETER HALL.

 

“Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida”.

Hechos 8: 30-33

 

Cómo es que llegó a ser un prosélito este negro tesorero de la reina de Etiopía no lo sabemos. El libro que tanto le gustaba leer pudo haber sido el instrumento que le condujo a adorar al Dios de Abraham, pues ciertamente ha cumplido ese cometido miles de veces. En todo caso seguía la luz que tenía y aunque no había llegado todavía a la plena gloria del cristianismo, era más que probable que lo haría porque evidentemente estaba preparado para seguir a la verdad doquiera que su antorcha encendida guiara el camino. ¡Oh, que hubiese más objetividad entre los hombres en estos últimos días, y menos del prejuicio que pone escamas en los ojos de la mente!

 

Sé fiel a la verdad que recibas. Si Dios te da solamente la luz de una lámpara común, haz un buen uso de ella y Él despabilará tu vela hasta que brille como la luz de las siete lámparas de oro de Su lugar santo. Quienes están dispuestos a ver a Dios a la luz de la luna de la naturaleza pronto serán iluminados por el sol de la revelación. En vez de quejarse por no tener más luz, hagan buen uso de la que tengan. Muchos gimen por sus incapacidades, y con todo, nunca han utilizado al máximo sus capacidades; eso es pura hipocresía.

 

Habiéndose convertido en un prosélito de la fe de Israel, el eunuco realizó un largo y azaroso viaje a Jerusalén. Después de haber celebrado la solemne fiesta, iba de regreso a casa, y mientras volvía, iba leyendo la palabra de Dios. El libro del profeta Isaías había sido la porción escogida para su meditación. ¿No les llama la atención como algo notable que ya estuviera leyendo en aquel momento el mejor texto que Felipe hubiera podido seleccionar? Había llegado a una porción de la Escritura de la cual, sin la menor digresión, el evangelista le predicó a Jesús como el Cordero inmolado, como el Sacrificio voluntario por los hombres culpables. Una conjunción semejante de la providencia y del Espíritu ocurre constantemente en las conversiones. El predicador es a menudo inducido por el Espíritu de Dios a declarar desde el púlpito lo que la persona ha leído en el libro, pues Dios tiene siervos por doquier y les reparte Sus órdenes secretas de manera que todos esos siervos, aunque estén poco conscientes de ello, son conducidos a obrar conjuntamente para el mismo fin predestinado. ¡Con cuánta frecuencia las pláticas de los jóvenes a la vera del camino han sido reproducidas por el predicador, y tales coincidencias singulares han llamado su atención y han sido los medios de compungir sus corazones! Que Dios nos conceda que ocurra algo de esa naturaleza esta noche; yo sé que ocurrirá. A este salón entró inopinadamente hace años un joven descarriado; me oyó predicar, creyó en Jesús, y desde hace muchos años ha sido un honorable diácono de una iglesia suburbana. ¿No habrá aquí otros varones a quienes pudiera llegarles una salvación semejante?

 

Este eminente noble iba leyendo. Esa es una ocupación loable: la lectura es, en sí misma, una señal en cierto modo esperanzadora. En estos días necesitamos exhortar vigorosamente a nuestros jóvenes a la lectura. “Ocúpate en la lectura”, decía el sabio apóstol Pablo, y ese era un excelente consejo para Timoteo. Todos los varones cristianos deberían ser lectores. Pero la pregunta de Felipe contiene estas palabras: “lo que lees”, y eso sugiere una necesaria indagación. Me temo que mucho de lo que hoy se lee sería preferible que se quedara sin ser leído. Multitudes de libros son los frutos de un árbol maldito: el árbol del conocimiento del mal que es regado por los ríos de la perdición. Los frutos de este árbol de upas no producirán ningún beneficio para las mentes que de él se alimenten, sino más bien un grave daño ya que pervierten el juicio o contaminan la imaginación. Hay almas que han sido arruinadas para toda la eternidad por leer un libro infame. No consideren que sea algo sin importancia oír un lenguaje perverso; pero consideren que es un mal mucho mayor leer un mal libro que hiere su alma y deja una cicatriz en su conciencia. El escritor de un libro maligno es un envenenador deliberado que secretamente derrama muerte en los pozos donde abrevan los hombres. Los impresores y los editores de tales obras son cómplices del crimen. Jóvenes, ustedes deben leer -¿quién de nosotros desearía que no lo hicieran?- ¡pero pongan atención a lo que leen! Como alguien que ha leído más vorazmente que la mayoría de los hombres todo tipo de libros, yo doy mi testimonio de que la mejor de las lecturas es la lectura del mejor de los libros. Entre más leamos la Biblia y esos volúmenes que conducen a su comprensión, será mejor para nosotros. No me gusta ver que, en las bibliotecas que ofrecen el servicio de préstamo de libros a domicilio, las obras de ficción necesitan ser reencuadernadas hasta dos o tres veces mientras que los libros de escuetos hechos y de sólida enseñanza y las obras que hablan de las cosas eternas no han sido leídos nunca, puesto que ni siquiera les han cortado las páginas que vienen pegadas. Me temo que esta es la regla general si no es que la regla universal. “¿Entiendes lo que lees?” es una pregunta que yo difícilmente haría mientras un hombre no haya decidido que no leerá mera basura y falsedad, sino que leerá con profunda atención lo que es fiel, verdadero, piadoso y ennoblecedor. Lean. Pongan atención a lo que lean, y luego traten de entender lo que lean.

 

La pregunta que Felipe le hizo a este caballero era muy incisiva. Aprovechó de manera honesta y audaz una rara oportunidad para alcanzar a uno de los miembros de la clase social más alta. Se nos hace tolerablemente fácil hacerle preguntas a un hombre que es pobre, pero ¿cómo abordaremos a los ricos? ¡Disponemos de sermones para las clases obreras, pero sería algo justo y útil contar con sermones para la Cámara de los Lores y con discursos evangelísticos para la Cámara de los Comunes! ¿Hay peores pecadores en cualquier otra parte que los que pudieran encontrarse en esas dos cámaras? Los ricos no son ni mejores ni peores que los pobres; las diversas clases albergan a malas y buenas personas en su interior, más o menos en la misma proporción. Estoy persuadido de que hay nobles Lores y honorables caballeros que serían mucho mejores si recibieran un poco de enseñanza sobre las cosas del reino de Dios. Por ejemplo, a muchos de ellos les haría bien oír un sermón sencillo acerca de: “Os es necesario nacer de nuevo”. ¿A qué se debe que somos tan propensos a hablar claramente con los obreros, y no con sus patronos? Yo admiro a Felipe por su franqueza con el tesorero real. Este caballero posee un carro. ¡Miren su séquito y su espléndida pompa! Es un personaje muy importante y sin embargo Felipe, quien no es nadie en especial sino sólo un pobre predicador de la Palabra, se aproxima rápidamente al carro y le pregunta solemnemente: “¿Entiendes lo que lees?” Jóvenes, no se irriten nunca cuando un siervo de Cristo les haga algunas sencillas preguntas, o de lo contrario no serían tan nobles como este tesorero etíope, y, jóvenes, si conocen al Señor, no se avergüencen de hacer  preguntas importantes a otras personas. Unas intrépidas preguntas a menudo ofenden menos que las expresiones más políticas e indirectas que la timidez sugiere. Me temo que el mundo raras veces puede acusar a la iglesia de ser demasiado violenta en sus llamados. Miren lo que los impíos querrían hacernos. ¿Dónde se puede vivir en alguna calle de Londres, especialmente en esta parte de la ciudad, sin que la noche se vuelva espantosa con sus ruidosos cantos y sus gritos licenciosos? Ellos nos imponen su irreligión; a cambio de eso, ¿no podemos introducir nuestra religión? Si abordamos directamente a un hombre y le hablamos en el nombre de Cristo, tal vez nos diga: “Usted está estorbando”. Bien, nosotros no somos los únicos que estorbamos, pues muchos nos estorban con sus inmundas lenguas cuando andamos en la calles, y fuerzan su infidelidad en nosotros en los rotativos diarios. El mundo establece la moda y si seguimos sus costumbres no tiene ningún derecho a quejarse. Cuando los malvados se vuelvan tan delicados que sientan temor de herir nuestros sentimientos con sus incrédulos discursos, podríamos considerar cómo podemos proceder con igual delicadeza. Mientras tanto, ¿hay algo que un hombre de Dios no tenga el derecho de decir si fuese la verdad y si tuviese por ferviente objetivo la salvación de sus semejantes?

 

Esta era la pregunta: ¿Entiendes lo que lees?” Ah, hermanos míos, ustedes y yo tenemos la necesidad de entender la Biblia. Voy a suponer que ustedes la leen -permítanme creer que no estoy equivocado- pero cuando la lean, por sobre todas las cosas esfuércense por entenderla. El Libro se escribió para que se entendiera. Es un libro que nos habla de nuestras vidas (pues el alma es la verdadera vida), y acerca de la bienaventuranza eterna y la manera de obtenerla. Tiene que haber sido escrito para que se entendiera pues sería una burla que Dios nos diera una revelación que no pudiéramos comprender. La Biblia tiene el propósito de que se entienda, y es de provecho en la medida en que comprendemos su significado. Las meras palabras de la Escritura que pasan por los oídos o delante de los ojos, no nos pueden hacer mucho bien. Con relación a una gran doctrina que yo sostengo que la Escritura enseña claramente, una vez oí decir a una persona que ella había leído de rodillas la Biblia de principio a fin –creo que dijo seis veces- pero que no podía encontrar esa doctrina. Yo le respondí: “Hermano, esa es una posición incómoda para leer la Biblia. Yo me hubiera sentado en una silla y habría estudiado la página en una postura natural y cómoda. Además, no hubiera galopado a través de ella al paso que tú debes de haber corrido a lo largo de los capítulos. Yo hubiera leído solamente un poco y habría tratado de entenderlo”.

 

“¿Entiendes lo que lees?”, esa es la pregunta. “Yo leo un capítulo cada mañana”, declara alguien. Muy bien; sigue haciéndolo, pero “¿entiendes lo que lees?” “Bien, yo aprendo el texto del día”. Sí, pero “¿entiendes lo que lees?” Eso es lo primordial. Las mariposas vuelan en el jardín pero nada resulta de su fugaz aleteo; pero mira cómo se zambullen las abejas en el cáliz de las flores y cómo salen con sus patitas cargadas de polen y con sus estómagos llenos de la más dulce miel para sus panales. Esa es la manera de leer la Biblia: es preciso meterse en las flores de la Escritura, zambullirse en el significado íntimo y chupar esa secreta dulzura que el Señor ha puesto allí para nuestra nutrición espiritual. Un libro razonado requiere y merece una lectura detenida. Si le ha tomado al autor un largo tiempo escribirlo y si lo ha escrito después de mucha meditación, su obra amerita una lectura cuidadosa. Si los pensamientos humanos merecen eso, ¿qué diré de los supremos pensamientos de Dios que escribió para nosotros en este Libro? Inclinémonos ante el Libro; pidamos una mayor capacidad pero usemos la capacidad que ya tenemos para llegar hasta lo más íntimo del alma de la Palabra de Dios, para que podamos entenderla y alimentarnos de ella. Es posible entender la Biblia, se los aseguro. No diré que cualquier persona aquí presente la entienda toda. Yo no creo que haya ningún hombre con vida que lo haga. Yo mismo no podría creer en la Biblia si la entendiera por completo, pues entonces imaginaría que provino de alguien que es mi igual y no de esa suprema Mente creadora cuyos pensamientos son más altos que nuestros pensamientos así como son más altos los cielos que la tierra. Todo lo que es recto, todo lo que es fundamental, todo lo que es esencial para el eterno bien de nuestras almas, puede entenderse con la ayuda de Dios si deseamos entenderlo. Digieran la palabra, se los suplico. Estén preparados para responder a esta pregunta: “¿Entiendes lo que lees?” Deseando recalcar este asunto voy a hablar, más bien brevemente, sobre tres preguntas. La primera es, ¿Qué es lo más esencial que debemos entender de este Libro? La segunda es, ¿Cuál es la prueba de que un hombre lo ha entendido? Y, por último, ¿Qué puede hacerse para obtener ese entendimiento tan deseable?

 

I.   Entonces, ¿QUÉ ES LO MÁS IMPORTANTE QUE DEBEMOS ENTENDER DE ESTE LIBRO? Yo creo, en verdad, que se encuentra en el pasaje que el eunuco iba leyendo. Es un pasaje muy singular. Una sección de la Biblia comienza en Isaías 53 y continúa a lo largo de varios capítulos. Voy a leerles uno o dos versículos de esa parte que el eunuco habría leído a continuación si hubiese continuado escudriñando las palabras del profeta. Ya había leído este texto: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Allí había algo para él, pues se había descarriado y estaba consciente de su estado perdido. Vayan al capítulo 54, al versículo 3 y lean esto: “Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas”. Pudiera haber pensado, “Yo soy uno de los gentiles, y por tanto pertenezco a las naciones que la simiente heredará”. Al llegar al capítulo cincuenta y cinco, cómo brillarían sus ojos al comenzar a leer, “A todos los sedientos: Venid a las aguas”. Y esto, “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano”. Aquí, también, oiría la voz de Dios invitando a los hombres a venir a Su Ungido e identificaría esta promesa, “He aquí, llamarás a gente que no conociste, y gentes que no te conocieron correrán a ti, por causa de Jehová tu Dios”. Se regocijaría al ver que los etíopes estaban incluidos entre aquellos que no conocían al Cristo, pero que a pesar de todo, correrían a Él.

 

Les ruego que vayan al capítulo cincuenta y seis, y al versículo tercero. Supongo que el eunuco ya había leído antes esa porción. Debe de haber sido un pasaje favorito para él, pues dice así, “Ni diga el eunuco: He aquí yo soy árbol seco. Porque así dijo Jehová: A los eunucos que guarden mis días de reposo, y escojan lo que yo quiero, y abracen mi pacto, yo les daré lugar en mi casa y dentro de mis muros, y nombre mejor que el de hijos e hijas”. ¿Acaso no era eso notoriamente personal y no estaba lleno de consolación? No me sorprende que le agradara que lo encontraran leyendo un texto adyacente a una selecta promesa en la que veía la tierna compasión del Señor por seres que usualmente son despreciados.

 

El pasaje del cual fue tomado el texto de Felipe contiene lo más esencial que todo joven debe conocer. Debe conocer y entender el versículo seis del capítulo cincuenta y tres de Isaías; comienza con la palabra “todos” y termina con la palabra “todos”; por tanto guárdenlo en su memoria: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Lo que se necesita es que entendamos primero que todos nosotros nos descarriamos. Aquel que no sabe que se ha descarriado no le dará importancia al Pastor que viene para llevarlo de regreso. Un sentimiento que humilla y que compunge el corazón por nuestros personales descarríos con respecto al Señor es una fuerza primordial mediante la cual el Padre celestial nos conduce al Señor Jesús y a Su salvación. Yo quiero que todo joven conozca y entienda la verdad: que la salvación es el don de la divina misericordia para quienes son culpables, y no es nunca una recompensa al mérito humano. Cristo no vino para salvarte porque eres bueno, pues no eres bueno; tampoco porque tengas mérito, pues no tienes ningún mérito. No habría venido a salvarte si hubieses poseído mérito. ¿Por qué habría de hacerlo? No habría habido ninguna necesidad. Oigo la berlina del doctor que traquetea por la calle a gran velocidad, y me pregunto adónde se dirige. No se me ocurriría nunca que se apresuraba para visitar a un hombre saludable y robusto. Estoy persuadido de que va velozmente para ver a alguien que está muy enfermo, tal vez alguien que se encuentra en el trance de la muerte pues de otra manera no iría tan rápido. Sucede exactamente lo mismo con Jesucristo. Cuando va con prisa en alas del viento para rescatar a un hijo de hombre, estoy seguro de que el alma a la cual visita está enferma con la dolencia del pecado, y que el Médico se da prisa porque la enfermedad va progresando hasta convertirse en corrupción y muerte. Él no vino para “llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”.

 

“El que quiera disponer debidamente de sus limosnas

Debe darlas a los pobres;

Nadie sino el paciente herido conoce

Los consuelos de una curación”.

 

Jesús no desperdiciaría Su gracia en quienes ya son buenos. “A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos”.

 

Oh, que ustedes también entendieran la segunda mitad del versículo de Isaías, ¡“Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”! Hay más filosofía contenida en esa declaración que en todas las enseñanzas de Aristóteles; en esa sola frase hay una verdad más digna de conocerse que en todos los libros de la Biblioteca de Alejandría. El Señor Jehová levantó el pecado del hombre y lo puso deliberadamente sobre Su amado Hijo. Su Hijo, llevando voluntariamente esa carga como nuestro Sustituto, subió al madero, y allí soportó todo lo que se debía por todo ese peso de pecado, aun el castigo de la oscuridad, la deserción y la muerte. Al llevar el castigo quitó el pecado y lo arrojó dentro de Su propio sepulcro donde quedó enterrado para siempre. Ahora todo hombre que cree en Jesús sabe que su pecado fue colocado sobre Cristo, y que fue cargado por Cristo y quitado por Cristo. Una cosa no puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Si mi pecado fue cargado sobre Cristo, ya no es colocado sobre mí. Dios no puede exigir dos castigos por la misma ofensa; si Él aceptó a Cristo Jesús como mi Sustituto, entonces no puede castigarme. La justicia de Dios no puede exigir dos veces el castigo:

 

“Primero de la mano de mi Fianza sangrante,

Y adicionalmente de la mía”.

 

Tal exacción sería una extraña confusión y una destrucción tanto del amor como de la justicia. Tal injusticia no puede darse jamás. Así es como te has de deshacer de tu pecado: no puedes cargar con él, pero Cristo lo cargó; tú debes aceptar a Cristo como el portador de tu pecado, y entonces puedes saber que tus pecados han desaparecido; que las profundidades los han cubierto; que no queda ni uno solo de ellos. Algunas veces pienso que con solo que los hombres entendieran esto, aceptarían con toda seguridad al Señor Jesús. Me enteré de un ministro en Edimburgo que fue a visitar a una de sus pobres ovejas. Él supo que ella sufría de extrema pobreza, y, por tanto, fue para llevarle ayuda. Cuando llegó a la casa de ella, no consiguió que alguien respondiera a los golpes que daba a la puerta a pesar de que tocaba fuerte y prolongadamente. Viéndola algún tiempo después, le dijo: “Janet, estuve llamando a tu puerta porque llevaba una ayuda para ti, pero tú no me oíste”. “¿A qué horas vino, señor?”, preguntó ella. “Fue alrededor de las doce”. “Oh” –dijo ella- “yo le oí, señor, pero pensé que se trataba del individuo que venía a cobrarme la renta”. Así es. Los hombres oyen los llamados de Cristo, pero se hacen los sordos deliberadamente porque creen que Él quiere que hagan algo. Pero Él no quiere nada de ustedes; sólo quiere que reciban lo que Él ya hizo. Viene cargado de misericordia, con Sus manos repletas de bendición, y toca a su puerta: sólo tienen que abrirla y Él entrará, y la salvación entrará con Él. Digan: “¡Entra, Viajero desconocido! ¿Qué tienes en tus manos? Alegremente acepto lo que traes”. ¿No cambiará su forma de pensar algún joven aquí presente que haya pensado que la religión es una dura exacción, ahora que entiende que es una abundantísima bendición? La salvación es un don, un don gratuito de Dios. “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. El Salvador descarga al hombre de su pecado y Él mismo lo carga, y entonces termina con ese pecado de una vez por todas por Su muerte en la cruz. Oh, oigan esto, todos los que son culpables: hay plena salvación que es ofrecida a ustedes en la palabra de Dios: ¡salvación de toda suerte de mal! Se les ayudará a vencer toda pasión maligna, a conquistar todo mal hábito, a ser dueños de sus propias mentes y señores de sus propios espíritus. Si lo aceptan, el Señor Jesucristo entrará en su corazón y echará fuera a Su enemigo y el de ustedes, y reinará en ustedes de ahora en adelante y para siempre, hasta que los haya hecho perfectos y aptos para morar con Él en la gloria. ¡Oh, que entendieran este punto vital, “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”!

 

II.   ¿CUÁL ES LA COMPROBACIÓN DE QUE UN HOMBRE ENTIENDE LA BIBLIA Y DE QUE ENTIENDE ESTE PASAJE EN PARTICULAR?

 

Yo respondo que la comprobación de que un hombre entiende esta parte importante de la Escritura es que Jesucristo es todo para él; pues Felipe, que lo entendía, cuando lo explicó al eunuco, le predicó a Jesús y nada más. Yo procuro predicar a mi Señor Jesucristo con todo mi poder, y me encanta encontrarme con personas que se deleitan en este tema. Ciertos críticos nos piden que prediquemos algo nuevo. También haré eso, pues he de predicar a Jesús y Él es siempre nuevo; no hay nada rancio en Él; tiene por siempre el rocío de Su juventud.

 

Pudiera decirse: “Pero continuamente salen nuevas doctrinas”. Sí, pero se vuelven rancias en un mes; son una pobre versión del material de Covent Garden que tiene que sacarse en una carretilla rápidamente, pues de lo contrario se deteriora. He vivido para ver una veintena o más de tipos de teología moderna; todos ellos van y vienen pero Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.

 

Si tienen a Jesucristo, lo tienen todo: el límite superior, el límite inferior y también la parte central. Tengan a Cristo y nada más que a Cristo. No estarán a buen resguardo si descansan sin estar asidos firmemente a Jesús, el divino Salvador. “Bien” –pregunta alguien- “¿qué opinas de los socinianos y de los unitarianos?” Llego a la misma conclusión acerca de ellos a la que llegó un viejo ministro bautista que estaba grandemente afligido al ver que se estaba construyendo una capilla sociniana justo enfrente de la suya. Uno de sus diáconos comentó: “¡Esto es algo terrible; han abierto un local de la competencia al otro lado del camino!” “Yo no la llamo competencia en absoluto”, dijo el ministro. El diácono exclamó: “¡Vamos, son unitarianos; ellos no predican la Deidad de Cristo!” El anciano le respondió: “Si tú tuvieras una panadería, y alguien más pusiera una ferretería enfrente, eso no sería competencia, pues estaría en otra línea de negocios. Los que no predican la Deidad de Cristo están en otra línea de negocios completamente diferente. Si necesitas algo de la ferretería vas con ellos, pero si necesitas el pan del cielo tienes que mirar al Señor Jesús, el Hijo del Altísimo”. Entonces, si quieres entender la Escritura, haz la prueba con esto: ¿Es Jesucristo todo para ti?

 

“No puedes estar bien en todo lo demás,

                           A menos que pienses correctamente de Él”.

 

Entiendes bien la Escritura si conviertes al Señor Jesucristo en tu todo: si crees en Él con todo tu corazón y luego te entregas a Él de la manera que lo pide.

 

Cuando cree en Jesús, todo joven debe entregarse a Él, en alma y corazón, para siempre. “Ese joven vale lo que pesa en oro, pues es C y C”. Así habló cierta persona y cuando le preguntaron qué quiso decir, respondió: “Cabal y Completamente por Jesucristo”. Un varón de esos es valioso en estos días; sí, precioso como el oro de Ofir, Jesús estaba cabal y completamente a favor nuestro; Él nos amó, y se entregó a Sí mismo por nosotros, por lo que no debería haber ninguna tibieza en nuestros tratos con Él. Si hemos leído la Escritura correctamente no hemos recibido el tipo de cristianismo que nos santifica en el día domingo pero que nos permite ser deshonestos a lo largo de la semana. Los verdaderos santos tienen una religión que se ha metido en su propia sangre cambiando su naturaleza e impregnando todo su ser, de manera que es parte y porción de ellos mismos. El cristianismo práctico es el único cristianismo real. Si su religión puede hacerse a un lado yo les aconsejaría que se deshagan de ella, pues un cristiano verdadero no podría hacer a un lado a su piedad como tampoco podría desatornillar su cabeza.

 

Me cae bien este eunuco porque propuso ser bautizado. No se le aconsejó hacerlo, sino que él mismo lo propuso, y se entregó a su Señor y Maestro para cumplir de inmediato con el mandato del Señor, habiendo provisto la providencia de Dios el agua para que cumpliera en el acto el ordenamiento de su Maestro. Joven amigo, sea cual sea la manera en que la Escritura te ordena que te dediques a Dios, pon manos a la obra y hazlo de inmediato. Averigua cuál es la manera bíblica, y luego síguela sin demora, rindiéndote enteramente al Señor; no habrías leído las Escrituras con entendimiento si no lo hicieras.

 

Lo siguiente es que si has leído las Escrituras con un claro entendimiento, te han alegrado, pues este eunuco “siguió gozoso su camino”. El hombre que se pone de pie después de su lectura de la Biblia, y dice: “yo soy un creyente en Jesús; ¡cuán solemne es esto!”, y luego sale con la piadosa resolución de que en la medida que pueda hará que todo el mundo sea desdichado a lo largo de todo el día, necesita convertirse de nuevo. La fe de las Escrituras lleva de la mano al gozo y ahuyenta a la desesperación. Cuando llega la verdadera religión, su tendencia es hacer que nos regocijemos en el Señor siempre; y si no estamos tan felices como deberíamos estarlo, esa no es culpa de nuestra fe, sino de nuestra incredulidad. Donde Fe planta su pie brotan hermosas flores del paraíso; pero donde permanece la duda crecen abrojos. Nuestra indigestión o alguna otra dolencia podría deprimirnos, pero la fe debería hacer que nuestros cantos abunden mientras viajamos a través del desierto. Gozos inefables pueden ser nuestros antes de que:

 

“Lleguemos a los campos celestiales,

O caminemos en las calles de oro”.

 

No habrían leído su Biblia como para entenderla plenamente a menos que hayan aprendido a ser felices gracias a un dulce reposo en Jesús.

 

Yo pienso que no han entendido la Biblia a menos que los induzca a preocuparse por la salvación de otros, pues no me cabe la menor duda de que cuando este noble etíope llegó a casa propagó el Evangelio por toda su tierra natal; él fue, probablemente, el fundador de la iglesia en Abisinia. Cualquier joven que lea debidamente este Libro se vuelve un joven de gran corazón; no puede retener a su alma dentro de los estrechos límites de sus costillas, sino que su gran corazón escudriña para ver dónde puede esparcir beneficios. Si tú puedes dejar que otra persona se condene sin que hagas ningún esfuerzo por evitarlo, me temo que ese será tu propio fin; si tú puedes quedarte tranquilo cuando crees que tu hermano está al borde de la ruina eterna, me temo que tú mismo estás al borde de la ruina. Uno de los más santos instintos que nace en un hombre regenerado es el anhelo de salvar a otros. Habiendo sido salvados, deseamos cooperar con el Salvador en Su misericordiosa obra. Un entusiasmo misionero es el resultado natural de una clara percepción del verdadero estado de las cosas en referencia al mundo que yace bajo el maligno. Los paganos mueren sin esperanza; ¿habrá de ser siempre así? ¿No rescatará ningún joven a los que perecen? Te pregunto desde lo más profundo de mi alma, ¿no clamarás: “Heme aquí, envíame a mí”?

 

Has leído este Libro de manera que lo entiendes si tu mensaje para otros es lo que el mensaje fue para ti: Cristo, Cristo, Cristo, Cristo. No tienes otra cosa que usar como instrumento para hacer el bien excepto la salvación por medio de Jesús, y no hay otra cosa que valga la pena decir. El otro día me enteré de una congregación que era tan pequeña que casi nadie asistía para oír al predicador. En vez de echarse la culpa y de predicar mejor, el ministro dijo que pensaba que no estaba haciendo mucho bien por medio de los sermones y las reuniones de oración, y que por tanto, fundaría un club, y si las personas entraban y jugaban a las damas, eso podría hacerles bien. ¡Cuántas cosas como esas están siendo probadas ahora! Vamos a convertir almas con un nuevo sistema, ¿no es cierto? ¿Vamos a tener también un sustituto del pan? ¿Vamos a tener una bebida más sana que el agua pura? Como no podemos salvar a los hombres por la fe en Jesucristo, entonces parece que vamos a probar nuevos trucos que son el producto de nuestra invención. Segaremos pequeñas y escasas gavillas de esas miserables semillas. Si puedes hacer el bien de cualquier manera, haz el bien de cualquier manera; pero esperar llevar alguna vez a los pecadores a la santidad y al cielo mediante cualquier otra enseñanza excepto aquella que comienza y termina en Jesucristo es un puro engaño. No hay otro nombre dado a los hombres en que puedan ser salvos. Si tienen que tratar con personas altamente instruidas y educadas, nada es mejor para ellas que predicarles a Jesucristo; y si las personas son ignorantes y degradadas, nada es mejor para ellas que la predicación de Jesús. Un joven le dijo a otro joven el otro día: “Voy a ir a predicar a tal y tal lugar; ¿qué clase de personas hay allí? ¿Qué tipo de doctrina será apropiada para ellas?” Habiendo oído la pregunta, yo le di este consejo: “Predica a Jesucristo, y estoy seguro de que eso será apropiado para ellas; si son personas instruidas, será adecuado para ellas, y si son ignorantes, será apropiado para ellas, si Dios lo bendice”. Cuando el eminente comentarista de la Biblia, Bengel, estaba a punto de morir, mandó llamar a un joven estudiante de teología, a quien le dijo: “Estoy deprimido; dime algo bueno para animarme”. “Mi querido señor” –dijo el estudiante- “yo soy una persona muy insignificante; ¿qué puedo decirle a un hombre eminente como usted?” “Pero si tú eres un estudiante de teología” –dijo Bengel- “deberías tener una buena palabra que compartir con un hombre moribundo; te ruego que la digas sin miedo”. “Bien, señor” –dijo él- “¿qué puedo decirle sino que la sangre de Jesucristo limpia de todo pecado?” Bengel le dijo: “Dame tu mano, joven amigo; esa es precisamente la palabra que necesitaba”. Un sencillo texto evangélico es la palabra que necesita todo hombre que tenga miedo de la ira divina, y ese hombre pudiera estar sentado junto a ti en este momento, o pudiera encontrarse en la misma oficina contigo y necesita que le hables acerca de Cristo. Haz eso, y bendice su alma. Que todos ustedes entiendan las Escrituras de esta manera y que Dios los convierta en una gran bendición para quienes los rodean.

 

III. Ahora, en unas cuantas palabras, quiero responder a la pregunta: ¿QUÉ PUEDE HACERSE PARA OBTENER UNA TAN DESEABLE COMPRENSIÓN DE LAS ESCRITURAS? “Yo leo la Biblia” –dice uno- “y me confunde grandemente”. Déjame aconsejarte que cuando leas un pasaje de las Escrituras que no entiendas, lo releas hasta que lo entiendas. “Debería leer a menudo”. Bien, eso no te haría daño. “Pero supón que no la entienda nunca”. Continúa leyéndola de todas maneras. “¿Pueden hacernos algún bien los pasajes de la Escritura que no entendemos cuando los leemos?” Sí, se filtran gradualmente en nuestras almas y al considerarlos por largo tiempo proyectan alguna luz. He allí un muchacho cuyo padre es un artesano que usa una gran cantidad de términos técnicos cuando habla de su trabajo. El muchacho es un aprendiz del oficio y quiere saber todo acerca de ese oficio, y por tanto, escucha a su padre, y cuando acaba el día se dice: “oí que mi padre decía muchas cosas, pero no entiendo mucho”. “¿Pero sí entendiste un poco?” “Oh, sí”. Es fiel a esa pequeña cantidad, y día a día añade a su reserva de información, y aprende más con la ayuda de la parte que ya conoce. Oye que su padre habla de nuevo al día siguiente, pero todavía no entiende mucho; pero, puesto que oye los términos con frecuencia y medita en ellos, al fin irrumpe la luz y puede hablar como su padre, usando las mismas palabras y comprendiéndolas. Me he dado cuenta de que así es. Cuando no entiendo un capítulo, digo: “”Esto es probablemente comprensible; por tanto, voy a oír hablar a mi grandioso Padre aunque no entienda al principio lo que tenga que decirme, y voy a seguir oyéndole hasta que por fin capte Su significado. Me temo que no entendemos algunos pasajes porque no los hemos leído con la suficiente frecuencia, ni hemos meditado en ellos con plena concentración mental. Una o dos veces pasan ante la mente y no producen ninguna impresión; observémoslos una vez más y entonces su efecto será profundo y permanente. Hagan como hace el fotógrafo, cuando permite que un objeto se pose largamente delante de la cámara hasta que obtiene un retrato bien definido. Que su mente se quede en un pasaje hasta que al fin se haya fotografiado en su alma por la luz de Dios.

 

El siguiente consejo que quisiera darles es que lean siempre con un deseo de entender; siempre tengan un cascanueces con ustedes para romper las nueces, para que puedan alimentarse de sus semillas. Algunos podrían decir al leer la Biblia: “Ese pudiera ser un pasaje muy bendito, pero no sé lo que significa en absoluto”. No te contentes con dejar el texto en esa condición. Llora mucho porque ningún hombre puede abrir el libro, y desatar sus siete sellos. Oren para entender las palabras, y estúdienlas una y otra vez, hasta que al fin lleguen a la esencia del texto. Leyendo con esa mira se asombrarán de cuán pronto obtendrán la comprensión que buscan.

 

A continuación, asegúrate de orar pidiendo la iluminación del Espíritu Santo. Si quieres entender un libro pero encuentras dificultades en él, haz lo que yo he hecho en varias ocasiones con mis contemporáneos: les escribo y les pregunto qué quieren decir con sus palabras. De esa manera he obtenido información muy valiosa. ¿Podemos hacer eso con la Biblia? Seguramente podremos hacerlo si sabemos cómo orar. Nada le agrada más al Autor de la Biblia que vayamos directamente a Él para preguntarle qué es lo que quiere decir. Él se pone a la disposición de todo ávido estudiante para abrir por medios por Él conocidos esas Escrituras que Él mismo ha dictado. “Consulté a un docto comentarista”, dice alguien. Muy bien; pero recurrir a un comentarista acerca de un libro es un procedimiento que no es ni la mitad de seguro como acudir al propio autor del libro. Busquen la instrucción del bendito Espíritu mediante una humilde oración.

 

Recuerden que pueden recurrir también al Creador de su mente y Él puede abrirla para que reciban la verdad. La mente de ustedes no funciona, y eso no es una sorpresa considerando el grave daño ocasionado por la Caída y por la atmósfera de pecado que la rodea en este presente mundo malo. Yo sé que es muy probable que mi mente se encuentre en un estado desordenado; ha estado trabajando continuamente durante cincuenta años, y pienso que a estas alturas debe de ser como un viejo reloj que se ha cubierto de herrumbre o de polvo. Me doy cuenta de que mi cerebro necesita un poco de limpieza y creo que ese es también el caso de ustedes, jóvenes. Ustedes están muy ocupados o son muy descuidados y el polvo del descuido o de la negligencia se esparce en su cerebro. ¿Quién puede rectificar el cerebro? El Creador que hizo el cerebro. El Espíritu Santo tiene un poder maravilloso para limpiar el intelecto. Ustedes pueden estudiar durante un mes y no lograr ningún avance; pero si oran a Dios con respecto a una verdad espiritual, será clara para ustedes en un minuto. Hay multitudes de casos en que los hombres le han dado vueltas en sus mentes una y otra vez a problemas oscuros pero no los han resuelto nunca por sus propios esfuerzos mentales; pero un rayo de la luz divina ha hecho que todo sea brillante como el mediodía. Confía, entonces, en el Autor del Libro, y luego confía en tu propio Autor, y di: “Señor, así como Tú abres las Escrituras, así abre mi entendimiento para que pueda percibir su significado”.

 

Yo le pediría encarecidamente a toda persona que desee entender la Biblia que considere en este momento el punto vital de su condición natural, y el camino de salvación para esa condición. Tú estás perdido, querido amigo. Si tú eres un inconverso todavía estás perdido y no te puedes salvar a ti mismo; es imposible que lo hagas. Tal vez habrás oído la historia de aquel filósofo que estaba en una ocasión en el techo de una casa, cuando de pronto se puso detrás de él un hombre fuerte con un látigo gigantesco y le ordenó que saltara al suelo. El resultado habría sido una muerte segura. Aquel hombre estaba loco. El filósofo percibió ese terrible hecho en un instante, así que le dijo muy sabiamente: “Mira, cualquier tonto puede saltar al suelo, pero lo grande sería saltar hacia arriba. Bajemos y saltemos hacia arriba”. Bajaron, pero nunca saltaron hacia arriba pues el caballero aprovechó para escaparse. ¿No habrá algunos aquí que estén saltando hacia abajo? ¿Algunos jóvenes que estén dando un brinco desesperado a un pecado u otro? Cualquier tonto puede saltar hacia abajo; pero si alguno de ustedes ya está abajo, lo desafío a que salte hacia arriba de nuevo. No, tú necesitas un mayor poder del que posees para poder ascender a las alturas de la santidad. Si has tratado de saltar hacia arriba, yo sé, joven amigo, que has vuelto a caer en la desesperación. El descenso al infierno es fácil ya que la gravitación de nuestra naturaleza va en ese sentido; pero desandar lo andado, ese es el problema, esa es la dificultad. Apliquen a eso sus mentes, y digan: “Si hay una salvación disponible, puesto que yo no puedo realizar mi propio rescate sin la gracia divina, voy a confiar en Jesús”. ¡Oh, que buscaran Su gracia de inmediato!

 

Acabo de intentar predicar el Evangelio; permítanme exponerlo de nuevo sencillamente. Un hombre de color lo expresó así: “Si Cristo morir, yo no morir”, y ese es el Evangelio. Cristo muere para que tú no mueras. Basta que confíes en Él, y serás salvo.

 

Ya que estés en eso, mi joven amigo, yo te suplico que confíes en Cristo cabal y completamente. Una parábola casera ilustrará lo que quiero decir. Se cuenta que un padre tenía que caminar una noche al borde de un precipicio escarpado y muy resbaloso. Sus dos hijos pequeños iban con él, y cuando comenzó a caminar, uno de los hijos le dijo: “padre, voy a sujetar tu mano”. Así lo hizo, y parecía que fue muy sabio por hacerlo. El otro hijo le dijo: “padre, sujeta mi mano”, y, según se dieron las cosas, esa fue una acción mucho más prudente pues el primer muchacho sujetó la mano de su padre hasta que se cansó, y cuando estaban en un lugar muy espantoso dejó de sujetarse, y se fue abajo; pero el otro, si bien avanzaba con dificultad, lo hacía muy alegremente, pues no dependía de cómo se sujetaba de la mano de su padre sino que todo dependía de que el padre le sujetara la mano. Anda, joven amigo, y comienza de la manera que tienes la intención de continuar. Ponte directamente en la mano del Señor Jesús para que Él te guarde. Cuando yo era un adolescente oí decir a un predicador que Cristo daba a Sus ovejas vida eterna y que nunca perecerían pues Él las guardaría hasta el fin. Eso me encantó. Yo anhelaba encontrar esa segura salvación. Pensé para mí: “Yo conozco a Santiago tal y tal, y a Tomás tal y tal, que se fueron a Londres, y que eran aproximadamente un año mayores que yo, y ellos, después de una media docena de años, se adentraron tanto en el vicio como les fue posible. Cuando estaban en la escuela eran mejores muchachos que yo, y sin embargo, se inclinaron al mal. Yo pudiera ir y hacer lo mismo que ellos hicieron, a menos que alcance esta salvación eterna. Yo pudiera perder mi condición o pudiera ser encontrado despilfarrando, o algo por el estilo, pues tengo un corazón tan malo como el de ellos”. Yo miraba a la salvación como un seguro espiritual que garantizaría mi carácter. Así que probé la promesa, y ahora, a la edad de cincuenta años me pongo bajo el cuidado del Señor Jesús igual que lo hice a los quince años. Él me ha guardado hasta este día, y yo creo que no me dejará ir nunca sin importar cuánto tiempo viva. ¡Oh, joven amigo, sujétate plenamente y fervientemente a esa amada mano perforada! Tu lema debe ser: “Sólo Jesús”. Si confías en Cristo un poquito, y en ti otro poquito, entonces, como el hombre que pone un pie sobre la roca y el otro sobre arenas movedizas, pronto te hundirás. Confía únicamente en Él, y Él te sujetará firmemente. Si Jesús no me salva, estaré perdido, pues no puedo salvarme a mí mismo. Su oficio es salvarme, pues por nombre y por oficio Él es Jesús, el Salvador; y yo reposo muy felizmente en Él.

 

Cuando nos reunamos en el cielo, alabaremos al Señor por hacernos entender lo que leemos. Que Dios los bendiga a todos, por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Hechos 8: 26-40.

 

Notas del traductor:

1) Upas tree: árbol de upas, es un árbol nativo del sudeste asiático que produce un látex extremadamente venenoso.

2) Berlina: coche de caballos cerrado con cuatro ruedas y, generalmente, dos asientos.

3) Exacción: acción y efecto de exigir.

4) Socinianos: socinianismo: Sistema teológico creado y difundido por Lelio y Fausto Socini, que negaba los dogmas de la Trinidad, Encarnación y pecado original.

5) Unitarianos: En su sentido genérico el nombre designa a todos los que no creen en la Trinidad, sean cristianos o no;

 

       

 

Traductor: Allan Román

12/Septiembre/2013

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