El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

José de Arimatea

NO. 1789

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 6 DE JULIO DE 1884

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“José de Arimatea, miembro noble del concilio, que también esperaba el reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiese muerto; y haciendo venir al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. E informado por el centurión, dio el cuerpo a José, el cual compró una sábana, y quitándolo, lo envolvió en la sábana, y lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña, e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro”. Marcos 15: 43-46.

 

Fue un día muy sombrío para la iglesia de Dios y para la causa de Cristo pues, como el Señor Jesús estaba muerto, el sol de sus almas había marchado al ocaso. “Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron”. “Seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo”, fueron las tristes palabras de Jesús que se habían hecho realidad. Él pendía muerto en la cruz, y Sus enemigos esperaban que ese fuera Su fin mientras que Sus amigos temían que lo fuera. Unas cuantas mujeres que habían permanecido en torno a la cruz, fieles hasta el propio fin, dieron muestras de fidelidad hasta la muerte; ¿pero qué podían hacer para recobrar Su cuerpo sagrado y darle una honrosa sepultura? Esa carne inestimable parecía estar en peligro de correr la suerte que usualmente aguardaba a los cuerpos de los malhechores; de todos modos existía el temor de que fuera arrojado en la primera tumba que pudiera encontrarse para que lo resguardara. En aquel momento de riesgo, José de Arimatea, un ciudadano judío de quien no se tiene ninguna información previa y de quien no se vuelve a hablar nunca más, hizo de pronto su aparición. Él era justamente el varón que se necesitaba para la ocasión: era un hombre de valía, un hombre que poseía esa clase de influencia que prevalecía con Pilato; era un hombre rico, era un miembro del concilio, un miembro del Sanedrín y una persona de peso y carácter. Cada uno de los evangelistas lo menciona y nos informa algo acerca de él, y por esos informes sabemos que se trataba de un discípulo, de “un varón bueno y justo, que también esperaba el reino de Dios”. José había sido una persona reservada y probablemente fuera antes un cobarde; pero en aquel momento se aproximó a la cruz y vio cómo estaban las cosas, y entonces vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús que le fue concedido. Aprendamos de esto que Dios cuenta siempre con Sus testigos. Por más que el ministerio renuncie a la verdad, por más que quienes debieran ser líderes se vuelvan desleales, la verdad de Dios no deja de contar con amigos. Pudiera suceder con la iglesia lo mismo que sucede cuando un abanderado se acobarda y el regimiento está a punto de caer en el desaliento; pero se encontrarán otros abanderados y el estandarte del Señor ondeará sobre todos. Puesto que el Señor vive, también vivirá Su verdad; puesto que Dios reina, también reinará el Evangelio, aun cuando sea desde la cruz. “Decid entre las naciones: Jehová reina desde el madero”. Esta es una singular versión de un versículo en los Salmos que contiene una gloriosa verdad. Si bien Jesús pende muerto en la cruz, conserva todavía la posesión del trono y habrá de reinar por los siglos de los siglos.

 

Debes recordar esto para tener ánimo en el día nublado y sombrío. Si vives en cualquier lugar en donde los fieles escasean en medio de los hombres, no te retuerzas las manos llevado por la angustia ni te quedes sentado sumido en la desesperación, como si fuese el fin de la causa que amas. El Señor vive y Él mantendrá viva una simiente fiel en la tierra. Otro José de Arimatea se presentará en el momento de urgente necesidad; se encontrará al hombre justo cuando no podamos prescindir de él. Hubo en Egipto un José para Israel y hubo un José para Jesús en la cruz. Un José cumplió para Él el papel de un padre en Su nacimiento, y otro José hizo los arreglos para Su entierro. El Señor no se quedará sin amigos. Hubo un día sombrío en la historia del Antiguo Testamento cuando se oscurecieron los ojos de Elí, el siervo de Dios; y lo que es peor todavía fue que estaba casi tan ciego mentalmente como lo estaba físicamente, pues sus hijos se envilecieron y él no los estorbó. Parecía como si Dios tuviera que renunciar a Su Israel. ¿Pero quién es este niño que es llevado por su madre, este niño pequeñito que se va a quedar en el santuario para servir a su Dios mientras viva, aquel hombrecito tan pequeñito que viste una túnica pequeña que las manos de su madre le confeccionaron amorosamente? Miren ustedes que tienen los ojos de la fe, pues el profeta Samuel está ante ustedes, el siervo del Señor por cuyo santo ejemplo Israel será conducido a mejores cosas y será liberado de la opresión que castigaba las iniquidades de los hijos de Elí.

 

Dios tiene hoy en alguna parte –yo no sé dónde: pudiera ser en una oscura casita de alguna aldea inglesa, o en una lejana cabaña de madera ubicada en una región remota en los bosques de América, o en las viviendas insalubres de nuestros barrios bajos, o en nuestros palacios- Dios tiene hoy un hombre que cuando alcance una mayor madurez en la vida libertará a Israel, peleando las batallas del Señor. El Señor está preparando a Su siervo, y cuando llegue el momento, cuando la hora necesite al hombre, se dispondrá de un hombre para la hora. La voluntad del Señor se cumplirá, independientemente de lo que pudieran pensar los infieles y los escépticos. Yo veo en esta aparición de José de Arimatea justo en el momento requerido, un pozo de consuelo para todos los que llevan en sus corazones la causa de Dios. No necesitamos que nuestras mentes se preocupen respecto a quiénes habrán de suceder a los pastores y a los evangelistas de hoy; podemos confiar a nuestro Dios la sucesión apostólica.

 

Quiero hablar esta mañana con respecto a ese José de Arimatea, a ese miembro noble del concilio, orando para que pueda dirigirme a sus almas en todo momento. Como ya he dicho, no hay ninguna otra información sobre José fuera de lo que está registrado aquí. Él brilla cuando se le necesita, y en seguida desaparece; su expediente está en lo alto. No necesitamos mencionar las tradiciones que existen acerca de él, pues pienso que la práctica de citar leyendas tiene una tendencia perversa que puede apartarnos de la pura y genuina Palabra de Dios. ¿Qué tenemos que ver ustedes y yo con la tradición? ¿Acaso no nos basta la Escritura? Probablemente no haya ninguna verdad en las absurdas historias sobre José y Glastonbury; y si la hubiese, pudieran no ser relevantes  para nosotros; si algún hecho hubiese sido digno de la pluma de la inspiración, habría quedado por escrito, y como no está registrado, no tenemos ningún deseo de saberlo. Hemos de quedarnos satisfechos con hacer una pausa allí donde el Espíritu Santo detiene Su pluma.

 

Esta mañana voy a usar el caso de José de Arimatea de cuatro formas: primero, como una advertencia para nosotros: era un discípulo de Jesús, “pero secretamente por miedo de los judíos”; en segundo lugar, para nuestra instrucción: al final salió de la clandestinidad motivado por la cruz, con respecto a la cual el santo Simeón había declarado que por la muerte del Señor Jesús serían revelados los pensamientos de muchos corazones; en tercer lugar, para que despertemos: hubo una oportunidad para que José diera la cara, y hay una oportunidad ahora para que todos los tímidos se tornen valientes; y por último, para nuestra guía: para que si hemos sido de alguna manera tímidos y miedosos, demos la cara a la hora de la necesidad y nos comportemos tan valerosamente como lo hizo José de Arimatea en la víspera del día de guardar pascual.

 

I.   Primero, entonces, deseo considerar a José de Arimatea como UNA ADVERTENCIA PARA NOSOTROS. Él era un discípulo de Cristo, pero lo era secretamente, por miedo de los judíos; nosotros no le recomendamos a nadie que imite a José en eso. El miedo que nos conduce a esconder nuestra fe es una cosa mala. Sé un discípulo ciertamente, pero no secretamente: te pierdes de una gran parte del propósito de tu vida si lo fueras. Por encima de todo, no seas un discípulo secretamente por temor del hombre, pues el temor del hombre pondrá lazo. Si eres un esclavo de ese miedo, eso te degrada, te empequeñece e impide que le des la debida gloria a Dios.

 

“Témanle, ustedes, santos, y entonces

No tendrán nada más que temer”.

 

Pongan cuidado en darle la honra a Cristo y Él cuidará de la honra de ustedes. ¿Por qué razón José de Arimatea era tan reservado? Tal vez se debía a una disposición natural. Muchos hombres son por naturaleza muy osados; algunos lo son en extremo, pues llegan a ser impertinentes y agresivos, por no decir insolentes. He oído acerca de cierta clase de personas que “se aventuran donde los ángeles están renuentes a caminar”. Evitemos incurrir en culpa en ese sentido. Muchos, por otra parte, son demasiado retraídos; tienen que armarse de valor incluso para decir una buena palabra en favor del Salvador a quien aman. Si pudieran hacerlo, se pondrían en la última fila; esperan contarse entre los vencedores a la hora del reparto del botín, pero no son en extremo ambiciosos de estar entre los guerreros cuando hay que enfrentar al enemigo. Algunos de ellos son sinceros a pesar de su timidez. En los días de los mártires se hizo patente que algunos de los que soportaban más valerosamente en la hoguera eran naturalmente de un talante miedoso. Foxe hizo notar que algunos que se jactaban de cuán bien podrían soportar el dolor y la muerte por Cristo, huían y se retractaban; mientras que otros que temblaban en prisión al pensar en el fuego, actuaban como hombres valientes en la muerte, para la admiración de todos los que les rodeaban. Aún así, queridos amigos, no es algo deseable que fomenten la timidez cuando sean turbados por ella. El temor del hombre es una planta que debe ser arrancada y que no debe ser nutrida. Si pudiera, pondría a esa planta en un lugar donde recibiera muy poca agua y nada de sol, y al mismo tiempo buscaría una vara de un mejor árbol. Sería bueno que nos preparáramos a menudo con un himno como este:

 

¿Soy un soldado de la cruz,

Un seguidor del Cordero?

¿Y tendré miedo de reconocer Su causa,

O me sonrojaré al confesar Su nombre?

 

¿He de ser transportado a los cielos

Sobre floridos lechos de serenidad,

Mientras otros lucharon para ganar el galardón,

Y navegaron a través de mares sangrientos?

 

Si saben que su tentación acecha en la dirección del miedo, velen y luchen contra ella, y entrénense perennemente para adquirir un impávido coraje con la ayuda del Espíritu Santo.

 

Me temo, también, que lo que ayudó a intimidar a José de Arimatea era el hecho de que era un varón rico. Una triste verdad se alberga en el interior de la solemne exclamación de nuestro Señor: “¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!” Las riquezas no fortalecen el corazón ni vuelven audaces a los hombres en pro de la buena causa. Si bien la riqueza es un importante talento que puede ser usado muy bien por el hombre que ha entrado en el reino del cielo, trae consigo trampas y tentaciones, y cuando un hombre no ha entrado todavía en el reino la riqueza es, en muchos sentidos, un terrible obstáculo para su entrada. “Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Los pescadores del Lago de Galilea dejaron sin demora sus pequeñas barcas y sus aparejos de pesca; pero José de Arimatea era un hombre rico, y por eso le costaba dejarlo todo por la causa de Cristo. La tendencia de las grandes posesiones puede verse en el caso del joven que se alejó del Señor Jesús con tristeza, cuando fue puesto a la inusual prueba de vender todo lo que poseía. Potentes nadadores han salvado sus vidas deshaciéndose de todo peso cuando el barco en que viajaban se había estrellado contra las rocas; mientras que otros se han hundido hasta el fondo porque ataron su oro alrededor de su cintura. El oro hunde a los hombres tan invariablemente como el plomo. Tenga cuidado cualquiera de ustedes que sea rico en este mundo, y no permita que la liberalidad de Dios sea una causa de deslealtad para con Él. Cuídate del orgullo de la vida, de los deseos de alcanzar un rango social, del deseo de acumular, pues cualquiera de esas cosas pudiera impedir tu servicio para tu Señor. Las riquezas inflan a la gente y les impide agacharse para encontrar la perla de gran precio. Un hombre pobre entra en un humilde santuario aldeano donde se predica a Cristo y encuentra la vida eterna; otro hombre que vive en la misma aldea está preocupado por su alma pero a él no le gusta asistir al pobre conventículo y se queda sin la bendición. Se mantiene alejado porque se pregunta: “¿Qué diría la gente si el principal terrateniente asiste para oír el Evangelio? ¡Qué conmoción habría si el hijo de un noble fuese convertido!” La riqueza de José de Arimatea le hacía indebidamente cauteloso, y posiblemente, sin que lo supiera, impedía que tomara partido con el vulgo que seguía al Señor Jesús. Su corazón iba en pos del galardón pero el gran peso de sus riquezas le obstaculizaba su carrera; fue un ejemplo de abundante gracia que fuera ayudado para correr bien al final.

 

Posiblemente, también fuera obstaculizado por el hecho de que ostentara un cargo y de que fuera honorable en su desempeño. Se requiere de grande gracia para soportar el honor humano; y, a decir verdad, no vale particularmente la pena soportarlo cuando lo tienes. Pues, ¿qué es la fama sino el aliento de la nariz de los hombres? ¡Es un pobre ingrediente si se quisiera utilizar como alimento para el alma! Si un hombre pudiera vivir de tal manera que lograra conquistar aplausos universales, si pudiera escribir su nombre con letras de oro a lo largo del cielo, ¿qué lograría con eso? ¿Qué hay en el aplauso de una irreflexiva multitud? Si se ganara mediante una virtud perseverante, la aprobación de unos hombres buenos sería más deseable que grandes riquezas; pero incluso en ese caso se puede convertir en una tentación, pues el hombre podría comenzar a preguntarse: ¿qué dirá la gente?, en vez de, ¿qué dirá Dios?, y en el instante en que cae en esa disposición de ánimo introduce un elemento debilitante en su vida. El “Bien, buen siervo y fiel” del propio labio del Maestro vale más que diez mil truenos del aplauso de príncipes y  senadores. La honra entre los hombres es, en el mejor de los casos, un peligro para las mejores personas. José era honrado en el concilio y eso propiciaba que el hombre fuera prudentemente lento. Cuando se ostenta un cargo se tiende a proceder con cautela más bien que con entusiasmo. Yo quisiera que quienes ocupan elevadas posiciones recordaran esto y juzgaran honestamente, por ellos mismos, si evadir la confesión pública de Cristo no pudiera ser una cobardía indigna de la posición en la que el Señor los ha colocado.

 

Parece claro que todas las cosas terrenales que los hombres ambicionan pudieran no ser tan deseables como parecieran serlo; y aquello por lo que los hombres darían sus ojos a cambio de alcanzarlo, sería de menor valor si sus ojos estuviesen abiertos.

 

Yo les preguntaría cordialmente en este momento (pues el sermón tiene la intención de ser personal en todo momento) si algunos de ustedes que aman a mi Señor y Maestro lo hacen secretamente por temor de los hombres. Ustedes no han confesado nunca su fe abiertamente, ¿y por qué no lo han hecho? ¿Qué te impide asumir una resuelta posición por el Señor? ¿Eres rico? ¿Eres honorable? ¿Ocupas una envidiable posición en la sociedad? ¿Y eres tú una criatura de un espíritu tan rastrero que te enorgulleces de esos relumbrantes ambientes cual niño que presume su traje nuevo? ¿Eres tan cobarde que no te pondrás de parte de los seguidores de la verdad y de la equidad sólo porque son personas de bajo rango? ¿Eres realmente tan vil? ¿No hay ninguna santa hidalguía en ti? ¿Es posible que sólo porque Dios te haya tratado tan bien y te haya confiado tantas cosas, tú le pagues negando a Su Hijo, violando tu conciencia y dándole la espalda a la verdad, y todo sólo por estar a la moda? Yo sé que puede parecer duro ser tratado con frialdad por la sociedad o que el dedo del escarnio te señale; pero inclinarse ante ese temor egoísta es indigno de un hombre, y es absolutamente ignominioso para un cristiano. “Oh, pero mi disposición es tan retraída”… Sí, pero no la solapes, te lo ruego, pues, si todos compartieran esa mentalidad, ¿dónde estarían los nobles avances de la verdad, sus reformas, sus avivamientos? ¿Dónde estaría nuestro Lutero, o nuestro Calvino, o nuestro Zwinglio? ¿Dónde estaría nuestro Whitefield, o nuestro Wesley, si hubiesen pensado que el principal objeto del deseo era caminar tranquilamente a lo largo del apartado y verde valle de la vida? Pasa al frente, hermano mío, por la verdad y por el Señor. Recuerda que lo que es correcto para ti sería correcto para el resto de nosotros: por ejemplo, si no te unes a la iglesia cristiana, cada uno de nosotros podría descuidar también ese deber, ¿y dónde estaría la iglesia visible de Cristo y cómo se guardarían las ordenanzas de nuestra santa fe como un testimonio entre los hijos de los hombres? Yo exhorto a todos los creyentes clandestinos a que reconsideren la inconsistencia de su clandestinidad y a que abandonen esa cobarde condición.

 

Estoy convencido de que José de Arimatea fue un gran perdedor por su reserva, pues adviertan que no vivió con Jesús como lo hicieron muchos otros discípulos. Durante aquel breve pero dorado período en que los hombres caminaron y hablaron y comieron y bebieron con Jesús, José no estaba con Él. No estuvo entre los doce como posiblemente hubiera estado si hubiese poseído más valor y decisión. José se perdió de muchas de aquellas conversaciones familiares que el Señor reservaba para los Suyos cuando despedía a las multitudes. Se perdió de aquel sagrado entrenamiento y fortalecimiento que equipaba a los hombres para llevar las nobles vidas de los santos primitivos. ¡Cuántas oportunidades debe de haberse perdido de trabajar para el Maestro y con el Maestro! Tal vez no nos enteramos de nada más de él porque no hizo nada más. Posiblemente esa única acción grandiosa que ha redimido su nombre del olvido es todo lo que está registrado porque fue realmente todo lo que era digno de registrarse. José debe de haber sido un hombre más débil, más triste y menos útil por haber seguido a Cristo de lejos. Pluguiese al cielo que unas reflexiones como estas atrajeran a nuestros amados hermanos cristianos que son verdaderamente fieles y honorables pero que han estado escondidos hasta ahora entre el bagaje y que no han salido para ponerse del lado de Jesús.

 

II.   En segundo lugar, habiendo considerado a José de Arimatea como una advertencia, voy a proceder a hablar de él como una lección para NUESTRA INSTRUCCIÓN.

 

José pasó al frente, después de todo, y también lo harán ustedes, amigos míos. Si son honestos y sinceros, tarde o temprano tendrán que confesar a su Señor. ¿No creen que sería mejor hacerlo cuanto antes en vez de hacerlo más tarde? El día vendrá cuando esa vergüenza que ahora temen caiga sobre ustedes. Con la misma certeza de que eres un creyente sincero te habrás de encontrar ese vituperio y esa burla que ahora te alarman; ¿por qué no enfrentarlos de inmediato y acabar con eso? Tendrás que confesar a Cristo delante de muchos testigos. ¿Por qué no comenzar a hacerlo de inmediato? ¿Cuál es la dificultad de ello? Resultará ser más fácil para ti, te traerá una mayor bendición y será más dulce en el recuerdo posteriormente, a que sigas posponiéndolo. ¿Qué fue lo que llevó a José de Arimatea a dar la cara? ¡Fue el poder de la cruz! ¿No es algo notable que toda la vida de Cristo no provocara una abierta confesión de este hombre? Los milagros de nuestro Señor, Sus maravillosos discursos, Su pobreza y Su abnegación, Su gloriosa vida de santidad y benevolencia, todo eso pudo haber ayudado a edificar a José en su fe secreta, pero no bastó para generar en él una valiente confesión de fe. La vergonzosa muerte en la cruz tuvo un mayor poder sobre José que toda la hermosura de la vida de Cristo. Veamos ahora, ustedes que son tímidos y retraídos, si la cruz no tendrá hoy la misma influencia sobre ustedes. Yo creo que la tendrá si la estudian cuidadosamente. Estoy seguro de que lo hará si el Espíritu Santo la confirma para su corazón. Yo supongo que para José de Arimatea la muerte de Cristo en la cruz pareció ser algo tan perverso que tuvo que salir en favor de Aquel que había sido tan maltratado. Él no dio su consentimiento para el acuerdo de los hombres del Sanedrín para condenar a muerte a Jesús; probablemente él y Nicodemo se retiraran juntos de la asamblea; pero cuando vio que el crimen había sido realmente cometido y que el varón inocente había sido entregado a la muerte, entonces dijo: “No puedo ser un testigo mudo de semejante crimen. Ahora debo estar del lado del santo y justo”. Por tanto salió, y dio muestras de ser un siervo dispuesto de su Señor crucificado. Sin importar lo que sucediera, José sentía que debía reconocer que estaba del lado de la justicia ahora que le habían quitado maliciosamente la vida al Señor Jesús. Era tarde, era tristemente tarde, pero no era demasiado tarde. Oh, discípulo clandestino, ¿no abandonarás tu escondite? ¿No te apresurarás a hacerlo? Tú que eres callado y reservado, si oyeras que el nombre de Jesús es blasfemado, como lo es en estos perversos días, ¿no lo defenderías? Cuando oyes que Su Deidad es negada, cuando Su condición de cabeza de la iglesia le es reconocida a alguien más, cuando Su propia persona es colocada como el blanco de las críticas de sujetos indecentes de la más baja calaña, ¿no hablarás a favor de Él? ¿No te escandalizará esa vil conducta al punto de llevarte a hacer una abierta confesión? La Suya es la causa de la verdad y de la justicia, de la misericordia y de la esperanza para los hijos de los hombres, por tanto, no puede ser injuriado mientras tú callas. Si otros lo hubiesen apoyado, tal vez tú podrías haber sido excusado de alguna manera por cohibirte; pero ahora que tantos se mofan de Él no puedes quedarte pasivo sin cometer un grave pecado. A pesar de que Jesús es digno de toda honra, lo cubren de escarnio. ¿No lo defenderás? Él es tu Salvador y Señor; oh, no te demores en reconocer que le perteneces. La cruz puso al descubierto el corazón de José: aborreció la iniquidad que inmoló al Santo y al Justo, y por tanto, se ciñó para convertirse en el guardián de Su cuerpo sagrado.

 

Pero, además, lo que hizo que José sintiera que no se podía esconder más pudo haber sido en parte la maravillosa paciencia de la muerte del Señor. ¿Le oiría decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”? ¿Le observaría cuando esos benditos labios dijeron: “Tengo sed”? ¿Piensas que contempló la procacidad y el escarnio que rodearon al moribundo Señor? ¿Y sentiría que las piedras gritarían si él no mostraba amabilidad a su mejor amigo? Como Jesús no habló para defenderse sino que estaba mudo como una oveja delante de sus trasquiladores, José se vio obligado a abrir su boca en favor de Él. Si Jesús no respondía y únicamente musitaba oraciones por Sus asesinos, el miembro noble del concilio debía reconocerle. ¡El sol le reconoció y cubrió su faz en cilicio! ¡La tierra le reconoció y se estremeció hasta su propio centro ante Sus sufrimientos! ¡La muerte le reconoció y devolvió los cuerpos que el sepulcro había retenido hasta entonces! ¡El templo le reconoció y en su horror rasgó su velo, cual mujer que tiene su corazón completamente quebrantado por los horrores que ha visto! Por tanto José tiene que reconocerle y no puede resistir el impulso. Oh, hermanos, si ustedes han sido reservados, que un motivo semejante los conduzca a unirse a la vanguardia del ejército.

 

Luego ocurrieron todos los portentos de esa muerte que José presenció, a los que ya he aludido. Bastaron para convencer al centurión de que Él era un hombre justo. Convencieron a otros de que Él era el Hijo de Dios; y aquel que ya era un discípulo de Cristo debe de haber sido grandemente confirmado en esa convicción por todo lo que vio en torno a la cruz. Había llegado el momento en que debía actuar valerosamente como un discípulo de Cristo. ¿No ha habido prodigios de conversión alrededor tuyo? ¿No ha habido respuestas a la oración? ¿No ha habido liberaciones providenciales? ¿No deberían esas cosas conducir a los reservados a declararse públicamente?

 

No creo que entendiera plenamente el designio de la muerte de nuestro Señor; tenía algún conocimiento al respecto, pero no el suficiente conocimiento como el que tenemos ahora que el Espíritu de Dios ha aparecido en toda Su plenitud y nos ha enseñado el significado de la cruz. ¡Oh, escuchen, señores, ustedes que no están abiertamente de Su lado, ustedes que no han llevado nunca Su librea ni han entrado manifiestamente a Su servicio: Él murió por ustedes! Todas esas heridas fueron por ustedes; fue enteramente por ustedes ese sudor sangriento del que todavía pueden verse los vestigios en el semblante del Crucificado. Por ustedes fueron la sed y la fiebre, por ustedes fue la inclinación de la cabeza y la entrega del espíritu; ¿y pueden avergonzarse de reconocerle? ¿No soportarán la censura y el escarnio por la amada causa de Aquel que soportó todo eso por ustedes? Habla ahora desde lo profundo de tu alma y di: “Él me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Si no puedes decir eso, no puedes ser feliz; pero si puedes decirlo, entonces, ¿qué sigue? ¿No has de amarle y entregarte por Él? La cruz es un imán prodigioso que atrae hacia Jesús a todo hombre de legítimo temple. Es un pendón izado en lo alto en torno al cual se han de congregar todos los que son leales. Esta cruz de fuego, llevada a través de todas las tierras, despertará a los valientes y los conducirá rápidamente al campo de batalla. ¿Pueden ver a su Señor sufriendo por ustedes hasta la muerte para luego darle la espalda? Oro pidiendo que no duden más, sino que clamen de inmediato: “registra mi nombre entre Sus seguidores, pues voy a luchar hasta el fin, hasta que le oiga decir:

 

‘Entra, entra;

Obtendrás la gloria eterna’”.

 

Aquí concluyen los comentarios basados en la vida de José de Arimatea por vía de instrucción. Si la cruz no saca a la persona de su escondite, ¿qué cosa lo hará? Si el espectáculo del amor agonizante no aviva en nosotros un valiente afecto por Él, ¿qué podría hacerlo?

 

III.   Ahora tengo que mencionar, en tercer lugar, algo QUE NOS AYUDE A DESPERTAR. Tal vez se digan en su corazón que la época en la que José vivió fue un tiempo que exigía imperativamente que abandonara su escondite y que entrara a Pilato, pero que ustedes no están bajo ese imperativo. Escuchen, amigos; muchas personas no son fieles a sus circunstancias cualesquiera que éstas pudieran ser; no consideran que han llegado al reino para un tiempo como este. El Señor Jesús no pende hoy de la cruz ni necesita sepultura; pero existen otras acuciantes necesidades que requieren de los esfuerzos de ustedes. Las necesidades de esta hora demandan imperiosamente que cada persona que sea recta de corazón reconozca a su Señor y le sirva. Toda persona que ame a Cristo debe demostrarlo con sus acciones en esta hora.

 

Una boya colocada cerca de la costa de Mumbles en Gales del Sur lleva una campana que tiene el propósito de avisar a los marineros la existencia de rocas peligrosas. Esa campana no suena si el clima no lo amerita; pero cuando los vientos se desatan y las gigantescas olas avanzan hacia la costa, sus repiques solemnes se escuchan por millas a la redonda cuando se balancea de un lado al otro en los brazos del mar. Yo creo que hay hombres legítimos que callan cuando todo está en calma, pero que se verán forzados a hablar cuando lo vientos desencadenados comiencen a soplar. Permítanme asegurarles que se está desencadenando ahora una tormenta que va empeorando más y más. Si leo correctamente los signos de los tiempos, es conveniente que toda campana repique su nota de advertencia, no sea que las almas se pierdan y se estrellen contra las rocas del error. Ustedes que se han quedado rezagados porque la lucha no parecía requerirlos deben abandonar su posición de comodidad. Yo los convoco a la guerra en el nombre del Señor. El Señor los necesita. Si no vienen en Su ayuda contra los valientes, una maldición se posará sobre ustedes. O bien ha de ser escrito a sus espaldas cobardes pusilánimes, o bien apoyarán solemnemente hoy la causa de Jesús. ¿Les diré por qué?

 

Les diré por qué se necesitaba a José, y era precisamente porque los enemigos de Cristo habían ido por fin demasiado lejos. Cuando le acosaban y cuando tomaron piedras para apedrearle fueron bastante lejos; cuando dijeron que tenía un demonio y que estaba loco fueron mucho más lejos; cuando aseveraron que echaba fuera demonios por Beelzebú, el príncipe de los demonios, eso ya constituía una blasfemia; pero ahora, ahora ya rebasaron la línea de una manera sumamente fatal; tomaron de hecho al Rey de Israel y lo clavaron a una cruz y está muerto; y por tanto, José no puede tolerarlo más. Abandona su compañía y se une al Señor Jesús. Vean cuán lejos están yendo los hombres en estos días. En el mundo de afuera tenemos infidelidad de un carácter tan vil y brutal que es indigna de la civilización y mucho más indigna del cristianismo de nuestra época. Ustedes que son temerosos, den ahora un paso al frente y rehúsen ser contados con el mundo incrédulo. Además, en la iglesia cristiana visible vemos hombres que habiendo eliminado toda doctrina que consideramos valiosa, asedian ahora a la inspiración de la propia palabra de Dios. Nos dicen claramente que no creen lo que dicen las Escrituras más allá de donde deciden hacerlo. Para ellos la Biblia es un buen libro, pero es más bien anticuado. Ahora bien, si tú puedes quedarte callado, yo no. La ciudadela del cristianismo está siendo atacada ahora. Que ningún valiente rehúse defenderla. Si pueden quedarse callados al ver que la fe es despedazada, yo no puedo. Vamos, eso basta para hacer que cada varón se ciña su arma y se apresure al combate.

 

Hace años, cuando decían que los franceses iban a invadir a Inglaterra, una anciana se puso muy indignada y amenazó con una resistencia letal. Cuando se le preguntó qué podían hacer las damas inglesas, ella respondió que harían el papel de hombres. Yo no tengo la menor duda de que harían lo más que pudieran en una emergencia como aquella. Cada hierro de la chimenea, ya fuera un atizador o una pala, serían utilizados para defender nuestros hogares y nuestras casas; y lo mismo sucede ahora que el error no conoce límites: tenemos que salir en defensa de la verdad. Puesto que ellos empujan al error a los extremos, nos compete aferrarnos a cada partícula de la fe. En lo que a mí concierne, yo no renunciaré a ningún entresijo de mi credo por nadie. Aun si pudiéramos estar preparados para modificar algunas expresiones si la época fuera diferente, no tenemos ese estado de ánimo ahora. Una generación de víboras tendrá que morder una lima desnuda. No modificaremos nada. Si la verdad tiene un aspecto severo, no le pondremos un velo. Si hubiese una ofensa en la cruz, no la ocultaremos. Esta será mi respuesta para quienes quisieran que nos pongamos a tono con el espíritu de la época: yo no conozco sino un Espíritu, y Él es inmutable en cada época. La extravagancia de su duda no tendrá ninguna influencia sobre nosotros excepto para hacer que enlacemos más estrechamente a nuestros corazones el Evangelio. Si les cediéramos una pulgada ustedes se tomarían un par de kilómetros; por eso no se les dará ni una sola pulgada. Nuestro propósito es vivir para el Libro, según lo que está escrito, para el Evangelio, según nuestra confianza en él, para el Señor, según la expiación que realizó y para el reino, según su gobierno sobre todos. Yo le ruego a cada trémulo cristiano que tenga ánimo, que se ponga la librea del Señor y que avance a la refriega. ¡Pasa al frente ahora, si no lo hiciste antes! Pasa al frente si hay algo de virilidad en ti, en estos días de blasfemia y de vituperio.

 

“Ustedes, que son hombres, sírvanle ahora,

Contra incontables enemigos;

Acrecienten su valor ante el peligro,

Y a la fuerza opongan la fuerza”.

 

Cuando José de Arimatea se reveló como un discípulo de nuestro Maestro, los amigos de nuestro Señor habían huido en su mayoría; casi podríamos decir que todos ellos se habían marchado. Entonces José se dijo: “Voy a entrar y voy a pedir el cuerpo”. Cuando todo el mundo huye es cuando el varón tímido se vuelve valiente; y yo he notado a menudo que cuando ha habido una amplia deserción de la fe, entonces los débiles se han tornado fuertes. Esas pobres almas que habían dicho: “Es difícil saber si somos el pueblo de Dios del todo, pues somos muy indignos”, se han arrastrado fuera de sus guaridas y se han vuelto valientes en la lucha poniendo en huida a los ejércitos extranjeros. Se le pidió a una hermana que expusiera su experiencia ante la iglesia pero ella no pudo hacerlo; sin embargo, cuando se retiraba, se volteó y dijo: “yo no puedo hablar por Cristo, pero podría morir por Él”. “¡Regresa!”, –le dijo el ministro- “¡tú eres bienvenida aquí!” Esos que están escondidos se comportan gloriosamente en los días en los que somos propensos a temer que ningún testigo por la verdad siga vivo. ¡Oh, que sean más resueltos a servir fielmente al Señor Jesús ustedes que viven donde la religión va en declive!

 

Y luego ustedes saben que en el tiempo de José el pueblo que era fiel al Señor era un grupo muy débil. Los que no eran absolutamente pobres –las mujeres que podían ministrarle de sus riquezas- eran incapaces de reunirse con Pilato y pedirle el cuerpo. Él no las habría recibido, y si lo hubiese hecho, ellas eran demasiado tímidas para solicitar una entrevista; pero José era rico y era un miembro del concilio, y, por tanto, parecía decir: “estas apreciadas y buenas mujeres necesitan de un amigo; ellas solas no pueden rescatar de la cruz el precioso cuerpo. Iré al gobernador romano. Junto con Nicodemo voy a proveer el lino y las especias, y las mujeres nos ayudarán a bajar a Jesús del madero y a colocarlo en mi nuevo sepulcro y a envolver Su cuerpo en lino y especias para embalsamarlo honorablemente”. Algunos de ustedes viven en aldeas del campo donde los que son fieles a Dios son muy pobres y no tienen mucha capacidad en su medio. Si algo debiera motivarlos a ser más decididos, tendría que ser ese hecho. Se requiere de valentía para ayudar a un grupo débil; cualquiera persona común irá en pos del éxito, pero el hombre verdadero no se avergüenza de una causa despreciada si se trata de la causa de la verdad. Ustedes que tienen talento y riqueza deberían decir: “Iré ahora y les ayudaré. No puedo dejar la causa del Señor a esa gente pobre. Sé que hacen lo más que pueden, pero como eso es poco, voy a unirme a ellos y voy a dedicarme a ayudarles por causa de mi grandioso Señor”.

 

¿Acaso no pueden ver cuál es mi intención? Mi único deseo esta mañana es inducir a cualquiera de ustedes que haya flaqueado por un instante, a que vaya “a la carga, a la carga por Jesús”, y por todas partes, en cada lugar que pudiera sugerírselo la sabiduría, que confiese este nombre amado y sagrado. Tal vez ustedes sean capullos que no puedan florecer sino hasta que la luz se oscurezca, como la pitahaya que florece en la noche o como la primavera nocturna. Ahora es su hora. La noche ha llegado ya; florezcan, mis queridos amigos, y llenen el aire con la deleitable fragancia de su amor. Cuando otras flores están cerradas, preocúpense por abrirse al rocío. ¡En estas tenebrosas horas, brillen, ustedes, estrellas! ¡El sol se ha puesto; si no fuera así podrían permanecer ocultas; pero ahora, permitan que las veamos! José y Nicodemo no se habían dejado ver a la luz del día cuando Jesús vivía; pero cuando el sol se puso debido a Su muerte, entonces su fulgor brilló a plenitud. ¡Oh, hermano mío vacilante, ahora es tu tiempo y tu hora; sírvete valientemente de eso, para la causa de nuestro grandioso Señor!

 

IV.   Por último, hay algo en este tema que es para NUESTRA GUÍA. Alguien dice: “¿Qué quieres decir con dar la cara? Puedo ver lo que hizo José; ¿qué he de hacer yo? Yo no vivo en Arimatea y no hay ningún Pilato en estos días”.

 

Al reconocer a su Señor, José se expuso a un riesgo personal. Un esclavo cristiano cuyo amo fue ejecutado por ser un cristiano, fue al juez y le pidió el cuerpo de su amo para sepultarlo. El juez le preguntó: “¿por qué deseas el cuerpo de tu amo?” “Porque él era un cristiano y yo también lo soy”. El esclavo cristiano fue también condenado a morir por esa confesión. Pudiera haber sucedido lo mismo con Pilato pues los gobernantes judíos odiaban a José y anhelaban su muerte. Se había reservado durante mucho tiempo, pero ahora arriesgaba su vida en manos de los judíos y acudía osadamente a Pilato. Leemos: “Pidió el cuerpo de Jesús”; pero como bien dice un comentarista, él no era ningún cobarde aunque imploró que le entregaran el cuerpo. Simplemente suplicó, rogó por el cuerpo, imploró para recobrarlo, y el procurador cedió a su deseo. Ahora, ¿crees tú que si fuese necesario poner en peligro tus mejores intereses terrenales por causa de Cristo, podrías hacerlo? ¿Perderías el nombre que tienes para la cultura y el valor confesando la antigua fe en estos días apóstatas? ¿Puedes dejarlo todo por Jesús? Aunque destruyera los vínculos más queridos, aunque destrozara las más brillantes perspectivas, ¿podrías tomar la cruz y seguir a tu Señor? Aquel que murió por ti merece que calcules el costo y que lo consideres como nada por Su causa amada, si es que le puedes honrar.

 

Recuerda, además, que este buen hombre, José de Arimatea, cuando tomó el cuerpo de Jesús atrajo sobre sí la contaminación ceremonial. Pudiera parecerte algo muy insignificante, pero para un judío era muy grave, especialmente durante la semana de la pascua. José tocó ese bendito cuerpo y según el juicio de los judíos se contaminó. Pero, oh, yo les garantizo que no consideró que fuera ninguna contaminación tocar la bendita persona de su Señor aun cuando la vida hubiera partido de ese cuerpo sin par. Y no era ninguna contaminación. Era un honor tocar ese cuerpo santo, ese cuerpo preparado por Dios. Sin embargo, te dirán que te rebajas si das la cara por Cristo y te unes con Su pueblo. Te señalarán, y te endilgarán un nombre oprobioso, y te acusarán de fanatismo. Asume esa bendita vergüenza, y di, como lo hizo David: “Aun me haré más vil”. La deshonra por Cristo es honor y la vergüenza por Él es la propia cumbre de la gloria. No te quedarás rezagado, así confío, sino que darás un paso al frente y confesarás tu fe aunque te conviertas por ello en la escoria de todas las cosas.

 

Y luego, habiendo arriesgado su vida y habiendo renunciado a su honra, este hombre estaba contento con incurrir en un gran costo en el sepelio de Cristo. Fue y compró lino fino y renunció alegremente a ese sepulcro cavado en la roca cuya posesión era la ambición de todo israelita, para que el Señor fuese sepultado allí. Ahora bien, siempre que reconozcas a Cristo, reconócelo en la práctica. No le niegues tu bolsa, ni pienses que puedes decir: “yo soy Suyo” sin hacer nada por Él. Leí la historia de un diácono anciano en Maine, en Estados Unidos, que entró a una reunión después de que se había realizado una colecta para las misiones. Allí mismo el ministro le pidió a “nuestro buen hermano Sewell” que orara. Sewell no oró, sino que metió su mano en su bolsillo y hurgó a tientas. “Traigan la caja”, dijo; y cuando le llevaron la caja y cuando hubo metido su dinero, el ministro le dijo: “Hermano Sewell, yo no le pedí que contribuyera con algo, sólo deseaba que orara”. “Oh” –dijo él- “no podía hacerlo mientras no hubiera dado algo”. Se sentía obligado a hacer algo primero por la gran obra de las misiones, y habiendo hecho eso, pudo orar. ¡Oh, que todo el pueblo de Cristo sintiera la justicia de esa línea de conducta! ¿Acaso no es sobremanera natural y apropiado? Cuando el Salvador necesitó una sepultura, José no podía dejar de serle fiel dejándolo insepulto. Y ahora que el Salvador no necesita ser sepultado sino que necesita ser predicado entre los hijos de los hombres en todo Su poder viviente, si le amamos, tenemos que hacer todo lo que esté de nuestra parte para propagar el conocimiento de Su nombre. ¡Den un paso al frente entonces, pasen al frente entonces, ustedes que están escondidos detrás del bagaje! Algunos de ustedes son forasteros que vienen del campo, que han vivido en la aldea y que han asistido a los servicios, pero que nunca se han unido a la iglesia; no dejen que amanezca otro domingo sin que hayan sometido su nombre para ser contados con el pueblo de Dios. Y cualquiera de ustedes que haya venido con frecuencia al Tabernáculo y diga que nadie le ha hablado, que le hable simplemente a alguien más y que reconozca lo que el Señor ha hecho por él. José de Arimatea, ¿dónde estás? ¡Pasa al frente, hombre! ¡Pasa al frente; tu tiempo ha llegado! ¡Pasa al frente ahora! ¡Si has seguido a Cristo secretamente, lanza el sigilo a los vientos! A partir de ahora, has de estar entre los más valientes de los valientes, entre los escoltas de Cristo que le siguen dondequiera que va. No tengas ningún miedo ni pienses en el miedo, sino más bien considera que todo es un gozo si caes en múltiples tribulaciones por causa del nombre de Aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Juan 19: 23-42.  

 

Traductor: Allan Román

21/Marzo/2013

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