El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Padres en Cristo
NO. 1751
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 18 DE NOVIEMBRE, 1883
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
“Os escribo a vosotros, padres,
porque conocéis al que es desde el principio.”… “Os he escrito a vosotros,
padres, porque habéis conocido al que es desde el principio.” 1 Juan 2: 13, 14.
Observen la diferencia entre estos dos
versículos: Juan dice primero: “Os escribo”, y luego dice: “Os he escrito”.
Cuando prediqué en dos ocasiones anteriores sobre los mensajes del amado
apóstol a los jóvenes y a los hijitos, les expuse la más completa
interpretación de esa diferencia que pude elaborar, y no necesito repetirla
ahora. Se me ocurren ciertos pensamientos adicionales que voy a presentarles
para que el asunto sea todavía más claro.
El apóstol Juan dice: “Os escribo”, y casi
inmediatamente después afirma: “Os he escrito”. Esto demuestra, creo yo, la importancia de su tema. Si ya había
escrito al respecto, debió considerar que se trata de una verdad muy necesaria
y valiosa, ya que vuelve a escribir una vez más sobre el mismo asunto. Un
hombre no disertaría repetidamente sobre el mismo tema si tuviera otras muchas cosas
que decir -como era el caso de este inspirado escritor- a menos que considerara
necesario regresar una y otra vez al mismo tema hasta no haberlo grabado en las
mentes de quienes le escuchaban. Debido a esto, el apóstol no se siente
avergonzado de decir en efecto: “Escribo esto y no necesitan recordarme que ya
lo he hecho antes, pues en tanto que estoy en este cuerpo considero sabio recordarles
lo que ya les he dicho”. Los clavos que son importantes para una estructura
deben ser clavados con diligencia. Los cimientos deben ser colocados con un escrupuloso
cuidado, y la verdad, cuando es fundamental, debe ser repetida por el maestro
hasta que el discípulo la aprenda más allá de todo temor de que la olvide
alguna vez.
Esta forma de lenguaje revela también la convicción inconmovible del escritor, quien,
habiendo escrito una vez, se alegra de escribir las mismas cosas otra vez. Esto
muestra una mente resuelta y decidida de la que procede un testimonio
consistente. En estos volubles tiempos, algunos de nuestros públicos maestros
se deben de sentir incapaces de decir de cualquier tema: “Os escribo”, y “Os he
escrito”, pues, antes de que la tinta se seque, tienen necesidad de borrar lo
que han puesto sobre el papel y de escribir una enmendada versión de sus ideas
religiosas.
Difícilmente estos pensadores veleidosos
sostienen la misma posición por más de un mes: son estrellas tan fugaces que ningún
mapa podría establecer jamás su posición durante tres semanas consecutivas.
Podrían decir: “Os escribo, pero discúlpenme, pueblo amado, pues no sé qué fue
lo que escribí hace seis meses. Muy probablemente mi opinión anterior no sea
válida ahora, pues todas las cosas fluyen y mi cabeza va nadando con el resto.
Soy un hombre de progreso; siempre estoy aprendiendo y nunca llego al
conocimiento de la verdad. Olvídense de lo que escribí hace un año pero lean
con cuidado lo que escribo hoy”. A lo cual respondemos: “Querido amigo, no
podemos prestar mucha atención a lo que escribes ahora, porque, con toda
probabilidad, en una semana o dos te retractarás de todo ello, o lo mejorarás al
punto de hacerlo remontarse lejos de la tierra. No te prestaremos atención,
entonces, pues estarás modificando tu pensamiento tan pronto como lo hubieres
expresado. Nos negamos a aprender aquello que tendremos que desaprender. Nos
quedaremos con nuestro actual conocimiento hasta que alcances algo cierto para
ti mismo. Tal vez en el transcurso de veinte años, cuando hubieres plantado tu
tienda de gitano, valdría la pena que nos enteremos de su ubicación; pero ni
siquiera nos comprometemos a esa promesa pues, como el avance que estás logrando
es hacia más densas tinieblas, probablemente acabarás en un noche siete veces
más oscura”.
Queridos amigos, yo me gozo en la firmeza de la
fe del cristiano: no sé nada de mejoras ni desarrollos en el Evangelio del
Señor Jesús, resumido en estas palabras: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y
por los siglos”. Yo creo que Dios el Espíritu Santo nos ha dado en las Escrituras
una revelación perfecta e íntegra, que ha de ser recibida por todos los
cristianos sin ninguna adición ni disminución. Yo no creo que apóstoles,
mártires, confesores y maestros hayan estado viviendo de falsedades durante
estos mil novecientos años; prefiero la fe de los santos en gloria a las
quimeras de esos mequetrefes que en nuestros días reclaman guiarnos mediante su
“pensamiento”.
Compartimos el pensamiento de David cuando dijo:
“Aborrezco a los hombres hipócritas”. Bien dice la Escritura: “Jehová conoce
los pensamientos de los hombres, que son vanidad”. Si se trata de pensar, nosotros
podemos pensar tan bien como ellos, y nuestros pensamientos acerca de la
teología moderna están llenos de un angustiado desprecio. Tal vez la doctrina sea nueva -incluso
dudamos de ello- pero que sea nueva no la hace verdadera, pues la verdad tiene
que ser necesariamente antigua, como las colinas eternas. Observamos que la
palabra “meditación” es usada ahora muy raramente, y el ídolo moderno es el “pensamiento”.
Ni más ni menos: nosotros meditamos en la verdad revelada, pero esa noción de pensamiento hace a un lado la verdad y
exalta a la mera fantasía. Rehusamos formar parte de ese errático grupo de
pensadores, pues pertenecemos a la raza establecida de los creyentes. Nosotros
podemos decir: “lo que hemos escrito, eso escribimos todavía; lo que hemos
predicado, eso predicamos todavía, pues como hemos predicado lo revelado en la
Santa Escritura, esa es la verdad que sostenemos y sostendremos con la ayuda de
Dios. Si viviéramos mil años, al término de la vida no tendríamos que decir
nada más ni nada menos que la verdad de Dios, fija, inmutable y eterna.
Esperamos entender mejor la verdad, pero nunca descubriremos una mejor verdad.
“Os escribo”, y “Os he escrito”, indican también
la necesidad permanente de los hombres: ellos
necesitan de vez en cuando la misma enseñanza. Yo supongo que Juan alude a su
Evangelio cuando dice: “Os he escrito”, y ahora, un poco más tarde, escribe su
Epístola y dice: “Os escribo” dando en cada caso la misma enseñanza. La naturaleza
de los hombres sigue siendo la misma, los conflictos espirituales de los
hombres y los peligros siguen siendo los mismos, y por esta razón, la misma
verdad es la adecuada, no sólo de un día a otro, sino de un siglo a otro. No
hay sino un solo alimento para el alma hambrienta, y
una sola ayuda en el peligro espiritual. El verdadero maestro viene
perennemente a los hombres con la misma verdad, porque los hombres siguen
expuestos a los mismos peligros, necesidades, aflicciones y esperanzas. Los
padres que previamente necesitaban que Juan les escribiera, seguían requiriendo
que les escribiera exactamente las mismas cosas. Aunque se hubieran vuelto más
paternales, no dejaban de necesitar la enseñanza apostólica. La primera verdad
sigue siendo válida para nuestros tiempos.
Hace muchos años, cuando algunos de nosotros éramos
simples muchachos, escuchamos el Evangelio de Jesús y nuestro corazón dio
saltos cuando lo abrazamos. Era la vida y el gozo de nuestro espíritu. Y hoy,
después de progresar bastante en la vida divina, si oímos uno de aquellos
sencillos sermones que al principio nos condujeron a Cristo, concernientes a la
sangre preciosa de Jesús y a la fe en Él que semeja la de un niño, es tan
adecuado ahora como en aquellos tempranos días.
He notado que cuando predico algún mensaje
puramente evangélico dirigido únicamente a los pecadores y sin ningún contenido
para la edificación y consuelo de los santos en plena madurez, las personas
cristianas maduras presentes lo absorben con igual deleite, como si ellos
mismos fuesen recién convertidos.
Después de todo, aunque ustedes y yo no nos alimentemos
ahora con leche, un trago de esa leche sigue siendo todavía para nosotros algo
sumamente refrescante. Aunque ahora podamos digerir el sólido alimento del
reino, el pan de los hijos no ha perdido nada de su gusto en nuestra
estimación. Las verdades elementales son todavía dulces para nuestros
corazones; sí, más dulces de lo que jamás lo fueron. Aunque hemos avanzado a
los cursos superiores del edificio del conocimiento santo, no cesamos nunca de
mirar con intenso deleite esas verdades fundacionales que conciernen a nuestro
Señor Jesús. Nos aferramos con pleno propósito de corazón a Él, de quien el
Señor Dios ha dicho: “He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una
piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable”. Jesús sigue
siendo para nosotros, “escogido, precioso”, y sabemos que así lo será hasta la
última hora de nuestra vida.
Sobre este texto voy a predicar principalmente a
los padres, y como la iglesia no tiene muchos padres, podría suponerse que
tendré una escasa audiencia, pero no es así, puesto que espero y confío que el
área de influencia del sermón incluya a los jóvenes, pues ustedes, hermanos
míos, aspiran a ubicarse a la delantera y ser contados entre los padres.
Incluso para ustedes, que son hijitos, el texto tiene su palabra de
instrucción, y se alegrarán al oír lo que saben los padres, pues ustedes
esperan pronto conocer lo mismo. La vida de Dios es tan similar en todas las
etapas, que la palabra que es provechosa para los padres tiene una aplicación
para los bebés, y lo que es dicho a los hijitos contiene una voz para los
jóvenes. ¡Que Dios el Espíritu Santo bendiga esta palabra para los corazones de
todo Su pueblo!
En relación a los padres, voy a preguntar tres
cosas esta mañana. Primero, ¿quiénes son
ellos? “Vosotros, padres”. En segundo lugar, ¿cuál es ésta característica peculiar? “Habéis conocido al que es
desde el principio”. Y, en tercer lugar, ¿cuál
es el mensaje para ellos? “Os he escrito a vosotros, padres”. ¿Qué es lo
que Juan ha escrito a los padres de la iglesia de Dios?
I. Primero, ¿QUIÉNES SON ESTOS PADRES?
Usualmente
de alguna manera asociamos esa idea con
la edad;
pero debemos tener cuidado de no cometer un error aquí, porque la edad, en la
gracia, aunque pudiera correr en paralelo en muchos casos con la edad de la
naturaleza, no siempre lo hace. En la iglesia de Dios hay niños que tienen
setenta años de edad. Sí, niñitos que manifiestan todas las debilidades de los
años que declinan. No es un espectáculo agradable ver a bebés de cabellos
grises, y sin embargo, he de confesar que he visto a personas que son así, e
incluso me he alegrado de poder llegar hasta el punto de esperar que fueran
bebés en Cristo. A uno no le gustaría decir de un hombre de ochenta años que
acababa de extraerse las muelas del juicio y, sin embargo, hay personas que
responden a ese perfil; escasamente salidos de los brazos de la nodriza a los sesenta
años de edad, necesitan justo tanto cuidado y consuelo como si fueran lactantes
de pecho.
Por otro lado, hay padres en la iglesia de Dios,
sabios, estables e instruidos, que son comparativamente hombres jóvenes. El
Señor puede hacer que Su pueblo crezca rápidamente, y que superen por mucho sus
años naturales. David, cuando muchacho, era más un padre en Dios que Elí en su
ancianidad. El crecimiento en la gracia no es un crecimiento con base en el
tiempo. En los asuntos eternos los años cuentan poco. El Señor da sutileza a
los simples, y a los jóvenes conocimiento y discreción. Salomón era sabio
cuando todavía era joven y en algunos aspectos era más sabio que cuando
envejeció. Algunos jóvenes han sido como José, hombres para con Dios antes de
que fueran hombres entre los hombres. José, según se nos informa en nuestra
versión, era más amado por Jacob que todos sus hermanos, “porque lo había
tenido en su vejez”; esto difícilmente podría ser una versión correcta, pues
Benjamín, que había nacido dieciséis años más tarde, tenía mucho más derecho de
ser llamado así. Otra interpretación, que pareciera ser más correcta, significa
que era un hijo de los Ancianos, e
implica que aunque era un niño, era compañero de las personas mayores, y que él
mismo era tan reflexivo, serio y bien instruido como para ser un hijo de edad
madura, un hombre-niño, lleno de sabiduría y prudencia inusuales.
Todavía son enviados algunos Josés a nuestra
iglesia de vez en cuando, y el Señor bendice grandemente a Su pueblo por su
medio. ¡Oh, que nos envíe más de ellos! Desde su más temprana juventud tienen
un discernimiento de la palabra de Dios, y una rapidez de entendimiento,
maravillosos de advertir. Más que eso, he observado que incluso se otorga a
ciertos creyentes jóvenes una profundidad de experiencia en tan corto tiempo que,
aunque sólo eran jóvenes en edad, ya eran padres en piedad.
Sin embargo, y como algo usual, debe esperarse
que el avance en la gracia vaya acompañado por el avance en los años, y sucede
tan a menudo así, que somos propensos a llamar a los que son idóneos para
cuidar a las almas de los demás: “los ancianos de la iglesia”, no
necesariamente debido a que sean hombres viejos, sino porque son instruidos en
las cosas de Dios.
Estos son los padres, entonces, hombres que han
envejecido en la gracia, que han llegado al pleno desarrollo de su hombría
espiritual, y que han sido confirmados en ese desarrollo por la prueba del
tiempo y las tribulaciones. Cuando los creyentes han mostrado en el transcurso
de los años que son capaces de trabajar y sufrir, son clasificados
adecuadamente entre los padres. ¿Por qué llamamos a los primeros escritores:
los padres de la iglesia? Yo creo que no es porque debamos más a su enseñanza
que a la de otros escritores de períodos posteriores, sino porque fueron los
primeros hombres, los pioneros, la vanguardia, y así fueron los padres de la
iglesia. Los primeros y los más antiguos miembros de una iglesia se convertirán
en padres a su debido tiempo, cimentados y establecidos, si continúan en la fe:
sus años de santidad perseverante les darán derecho al respeto.
Pablo menciona con honor a ciertas personas,
diciendo: “que también fueron antes de mí en Cristo”. Hay un honor en haber
sido un soldado de Cristo por largo tiempo. No fue un pequeño elogio para Sus
discípulos cuando Jesús dijo de ellos: “Habéis estado conmigo desde el principio”.
Nosotros vinculamos tanto la idea de padres con la idea de edad, que esperamos
y aguardamos que los creyentes que han estado en Cristo durante mucho tiempo hayan
aprendido bien su lección y hayan llegado a una plenitud de crecimiento en las
cosas de Dios.
Juzguen, mis hermanos cristianos, si pueden
clasificarse ustedes mismos entre los padres; y si no fueran capaces de
hacerlo, prosigan hacia la meta. Me atrevería a decir que en esta iglesia hay
una mayor proporción de esta clase de cristianos de la que he visto en otras
partes, y por ello doy gracias a Dios con todo mi corazón, pues son de un
máximo servicio para nuestras huestes.
Además, “padres”, son personas de madurez, hombres que no son novatos ni bisoños; no son
nuevos reclutas, desacostumbrados a marchar o a pelear, sino viejos legionarios
que ya han usado sus espadas contra otros, y ellos mismos muestran las
cicatrices de las heridas recibidas en conflicto. Estos hombres saben lo que
saben pues han reflexionado sobre el Evangelio, lo han estudiado, lo han
considerado y habiéndolo considerado así, lo han abrazado con una plena
intensidad de convicción.
Usualmente, con la expresión de “padres” nos
referimos a hombres que se han desarrollado en la gracia, que han madurado en
carácter, que han decidido con convicción, que son claros en sus expresiones y
precisos en su juicio. Pueden discernir entre cosas que difieren, y no son
engañados por filosofías que fascinan a los ignorantes. Conocen la voz del
Pastor, y no siguen a ningún extraño. Las personas jóvenes pueden ser
hechizadas de tal manera que no obedecen a la verdad; pero aquéllos no son
fascinados por el error. Los recién convertidos recurren a estos padres en sus
dificultades, pues las dudas que azoran al principiante son la sencillez misma
para quienes son enseñados por el Señor. Estos son los vigías que están sobre
los muros para detectar dónde se está introduciendo furtivamente una duda
insidiosa, dónde el error letal disfrazado de verdad está minando astutamente
la fe de la iglesia; para ese fin el Señor los ha instruido y les ha capacitado
para que tengan sus sentidos ejercitados para discernir entre el bien y el mal.
Entre ellos hay hombres que tienen un entendimiento de los tiempos para saber
qué es lo que tiene que hacer Israel.
Si ustedes son unos padres así, amados hermanos,
me gozo en ustedes; si no son así todavía, aspiren a esa eminencia y pídanle a
Dios que no tengan que esperar mucho antes de que lleguen a la madurez y a la
dulzura que pertenecen a los cristianos maduros que están preparados para la
gran recolección.
“Padres”, además, son hombres de estabilidad y fortaleza. Si unos ladrones están
planeando asaltar una casa, no se preocupan por los niños y consideran poca
cosa a los muchachos; pero si allí estuvieran los progenitores, los ladrones no
estarían ávidos de un encuentro. De igual manera el archiengañador tiene
esperanza de engañar a los hijitos y a los jóvenes; pero los robustos hombres
de Dios, que caminan en medio de la casa y son tenidos en estima por todos, no
son tan fáciles de ser arrastrados de un lado a otro. Así como los espartanos consideraban
a sus ciudadanos como los verdaderos muros de Esparta, así nosotros
consideramos a estos hombres sustanciales, como los muros de bronce y baluartes
de la iglesia bajo nuestro Dios. Los hombres que son bien enseñados,
confirmados, experimentados y entrenados por el Espíritu de Dios, son columnas
en la casa de nuestro Dios. Podría decirse de cada uno de ellos: “Le guarda, y
el maligno no le toca”. Estos son hombres en armas, que saben cómo llevar la
armadura que Dios ha provisto y usar la espada del Espíritu, que es la palabra
de Dios. Estos son hombres de fe firme y de firmes convicciones, hombres de
decisión y valor, hombres de prudente acción, que no tienen prisa por causa del
miedo y que tampoco experimentan excitación por causa de una falsa esperanza.
Estos no son hombres que se retracten, o que se anden con rodeos o que evadan,
sino que son testigos fieles y veraces que transmiten confianza, por su
tranquilo desafío del enemigo, a quienes son de una naturaleza más débil.
Oh, que todos los cristianos crecieran hasta
convertirse en unos santos sólidos. Muchas mentes ligeras, vanas y volátiles,
vienen a la iglesia y nos dan problemas indecibles para poder mantenerlos encarrilados
e infinitamente más problemas porque no quieren ser mantenidos encarrilados.
Oh, necesitamos más hombres de tal naturaleza que si el mundo entero errara,
ellos se apegarían a lo recto; hombres que no pueden ser arrastrados por la
superstición aunque se adorne con todas las bellezas del arte; hombres que
tampoco pueden ser doblegados por el escepticismo aunque haga alarde de toda la
pompa de su pretendida cultura y sabiduría. Estos padres saben y están seguros,
y han aprendido a ser resueltos y firmes por cuenta propia, pues no se moverán
más allá del “Escrito está”, ni provocarían la ruina eterna por construir sobre
las arenas movedizas de la hora. En este momento hay una gran necesidad de una
falange de hombres invencibles. ‘Estad firmes y constantes, creciendo en la
obra del Señor siempre’.
Pero hay algo más que eso en la paternidad
cristiana. Los padres de la iglesia son hombres de corazón que naturalmente se preocupan por las almas de
los demás. Es sobre el padre que recae el peso del hogar: sale por la
mañana a su cotidiana labor y regresa por la noche con el fruto de su trabajo
para mantener el hogar. No es para sí que vive, sino para esa amada familia que
está reunida en torno a él. No está encerrado por completo en su propio ego
personal, pues vive en toda la casa; vive especialmente en sus hijos. El
sufrimiento y la carencia de ellos serían el sufrimiento y la carencia de él.
Su corazón se ha expandido más que cuando era un niño o un joven, pues ahora su
corazón palpita en todo ese hogar, del cual él es la vida. Es algo grandioso
cuando los hombres y mujeres cristianos llegan a esto: que no están pensando
perpetuamente en su propia salvación y en que sus propias almas sean
alimentadas bajo el ministerio, sino que se preocupan sobre todo por aquellos
que son débiles y enclenques en la iglesia. Durante el servicio, sus
pensamientos se enfocan en aquellos que están congregados. Están ansiosos
porque aquél visitante sea impresionado por el sermón; cómo aquel ansioso
espíritu que está por allá pudiera ser consolado, cómo un hermano rebelde
pudiera ser restaurado, cómo uno que se está enfriando pudiera ser revivido.
Este cuidado paternal revela a un verdadero padre en la iglesia. Que el Señor
multiplique entre nosotros a quienes sientan que su obra vital es alimentar al
rebaño de Cristo.
Teniendo este cuidado sobre él, el padre llega a ser tierno; participa de algún
modo de la ternura de una madre, y es llamado así: un padre nutricio. Un
verdadero padre, tal como han de ser los padres, siente un tierno amor por
todos los hijitos. Él no les haría daño; por el contrario, estudia para
complacerlos y se entrega por el bien de ellos. Es una gran bendición para la
iglesia cuando los espíritus que guían son amorosos; no ásperos y groseros,
dominantes o fanfarrones, sino gentiles y semejantes a Cristo.
Oh, hermanos míos que asumen el liderazgo, hemos
de soportar y contenernos y aguantar mil cosas molestas de los hijos que
nuestro Señor ha entregado a nuestro cuidado. Hagámonos siervos de todos. ¿No
es el padre el que trabaja para los hijos? ¿No atesora para ellos? ¿No es mejor
vista su superioridad porque hace más por la familia que nadie más? Haciéndose
grandemente útiles para otros es como los cristianos se vuelven grandes. Si eres
el esclavo de todos y estás dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de poder
ayudarles y hacerlos felices y santos, esto te hace un padre en la iglesia de
Dios. La preocupación compasiva y la ternura de corazón son dones del Espíritu
Santo y te brindarán una felicidad que te compensará ricamente por todas tus
aflicciones.
Todavía no he agotado la explicación del pleno
significado de un padre, pues el padre es el
autor, bajo Dios, del ser de sus hijos; y feliz es una iglesia que cuenta
con muchos que son padres espirituales en Sion por haber traído pecadores a
Cristo. Felices son los hombres por cuyas palabras, y acciones, y espíritu, y
oraciones y lágrimas, otros hombres han sido engendrados para Dios por medio de
Jesucristo nuestro Señor. ¡Cuán grande honor es ser un padre así! Algunos de
nosotros hemos sido llenados con este gozo hasta casi quebrantar nuestros
corazones incluso al solo pensar en ello, pues el Señor ha cumplido para
nosotros la promesa que le hizo a Abraham cuando le ordenó que alzara sus ojos
a las estrellas, y le dijo: “Así será tu descendencia”. Esto no podría corresponder
a la porción de todos, pero en la iglesia de Dios todo hombre debe orar para no
ser estéril ni infructífero. Todos nosotros tenemos que ser ganadores de almas;
no únicamente el ministro, no únicamente los maestros de la escuela dominical,
¡sino cada uno sin ninguna excepción! ¿Por qué cada santo no habría de traer a
alguien al Señor Jesús? Por lo menos, por medio de nuestras oraciones unidas y
de nuestras vidas piadosas, por medio de nuestro testimonio y de nuestra fidelidad unánimes, laboremos por la expansión del
reino del Mesías. Yo pienso que difícilmente podríamos clasificar a alguien
entre los padres mientras no haya ganado algún corazón para Jesús.
De esta manera he descrito a los padres. No son
nunca tan numerosos, nunca son tan numerosos como deberían ser. Pablo dice: “No
tendréis muchos padres”, pero dondequiera que estén, son la fortaleza de la
iglesia. He visto en el ejército a un número de veteranos marchando al frente,
y son un ornato y un honor para toda la compañía. Sus hombres de un breve
servicio vienen y van, pero estos hombres probados son fieles a los colores y
son la espina dorsal del regimiento. Si se ha de combatir en una lucha
peligrosa, debes apoyarte en hombres como esos. Como la Vieja Guardia de
Napoleón, no pueden ser sacudidos ni pueden ser puestos en retirada; el olor de
la pólvora no los alarma, y ni siquiera el silbido del disparo ni el rugido de
la artillería; ya han visto antes muchas cosas. Ellos también pueden esperar el
momento propicio y aguardar, lo cual es una gran cosa en un soldado; y cuando
por fin se les ordena que ataquen, saltan como leones sobre su presa, y el
enemigo es puesto en retirada delante de ellos. Contamos con tales hombres en
la iglesia de Dios, y necesitamos tales hombres; hombres que no sean adulados
por la oposición, ni llevados a perder la cabeza por la agitación. Creen en
Dios, y si otros dudan, no son infectados por su necedad. Ellos saben; tienen
certeza; han puesto su pie en firme y no se moverán de su persuasión. Cuando
llega el tiempo de la acción, están listos para ella y se entregan tan
denodadamente a la batalla que cada acometida lo revela. ¡Dios, envíanos más
regimientos de esos en estos tiempos malos y presérvanos los que tenemos!
II. En segundo lugar, ¿CUÁL ES LA CARACTERÍSTICA
PROMINENTE DE UN PADRE EN CRISTO? Lean el texto: “Os escribo a vosotros,
padres, porque conocéis al que es desde
el principio”. Repite la expresión sin alteración.
Observen aquí la concentración de su conocimiento. Dice dos veces: “Conocéis al
que es desde el principio”. Ahora, un bebé en la gracia sabe veinte cosas; un
joven en Cristo sabe diez cosas; pero un padre en Cristo sabe una cosa, y esa
única cosa la conoce a fondo. Es muy natural que al principio dividamos nuestro
pequeño riachuelo en muchas corrientes; pero conforme envejecemos en la gracia,
derramamos todo en un solo canal, y entonces corre con una fuerza eficaz para
nuestra obra vital. Yo creo que conozco muchas doctrinas, muchos preceptos y
muchas enseñanzas; pero mi conocimiento se concentra más y más en torno a mi
Señor, del modo que las abejas zumban en torno a su reina. Que todos nosotros
llegáramos a esto: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a éste crucificado”. Todo nuestro conocimiento debe estar
enfocado como un espejo ustorio sobre este único punto. Que la adorable persona
de Aquél que fue desde el principio llene el horizonte entero de nuestro pensamiento.
Oh, tener un corazón y unos ojos para nuestro único Señor y sólo para Él.
Noten a continuación, la peculiaridad de su conocimiento en cuanto a su objeto: ellos
conocen “al que es desde el principio”. ¿No conocen al Señor Jesús los bebés en
Cristo? Sí, lo conocen, pero no lo conocen en Su pleno carácter. Lo conocen
como el que ha perdonado sus pecados, y eso es mucho, pero no es todo. Allá
está el Cristo bendito, y yo, un pobre pecador, le miro cuando viene a mí, y
soy aligerado de mi carga y me convierto en uno de Sus hijitos. Sí, y conforme
crezco y me convierto en un joven me acerco más a Jesús, y tengo otra visión de
Él, pues venzo al Maligno tal como Él lo hizo, y así estoy a Su lado en el
conflicto. Pero si me convierto en un padre, entro en comunión con el propio
grandioso Padre, pues es la unión con Dios el Padre lo que convierte a un
hombre en padre en Dios. Entonces, por decirlo así, no sólo miramos hacia Jesús
que viene para salvar, sino que consideramos a Cristo desde el punto de vista
del Padre. El pecador mira a Jesús viniendo a Él, pero el Padre mira a Jesús
como enviado por Él. Cuando crecemos en la gracia, a nuestra medida, vemos a
Jesús desde el punto de vista de Dios; es decir, le vemos como “al que es desde
el principio”, y a su debido tiempo fue manifestado para quitar el pecado. Estos
son “registros antiguos”, dirá alguien. Justamente de eso se trata, pues los
padres son también hombres ancianos y las cosas profundas de Dios son adecuadas
para ellos.
Los creyentes ven a Cristo de una manera similar
a la suya propia. Casi no necesito aludir a lo que les he mencionado con
frecuencia, que todo hombre en el Antiguo Testamento que vio al Señor le vio en
un carácter semejante al suyo. Abraham, el peregrino, vio a Cristo como un
peregrino. Jacob, el luchador, vio al ángel del pacto luchando con él a lo
largo de la noche. Moisés, el representante de un pueblo probado como por fuego
pero sin consumirse, vio al Señor como una zarza que ardía en fuego. Josué, el
valiente guerrero, vio al Príncipe del ejército del Señor como un hombre con
una espada desenvainada en su mano. Los tres santos varones vieron al Hijo de
Dios en el horno de fuego ardiendo, tal como ellos se encontraban. Cuando te
conviertes en un padre en Cristo, ves a Cristo desde el punto de vista del
Padre; no como recién venido para salvar, sino como “desde el principio” el
Salvador de los hombres.
El padre en la gracia se regocija de contemplar
al Señor Jesús como Dios; contempla la gloria de Su adorable persona para
siempre con el Padre o antes de que la tierra existiera. Sabe que sin Él no se
hizo nada de lo que fue hecho y, por tanto, lo contempla dándole forma a todo
en el yunque de Su poder. Sabe que “sus salidas son desde el principio, desde
los días de la eternidad”, y se deleita al verle planeando desde el principio
la salvación de Sus escogidos. Es un espectáculo glorioso. El creyente maduro
medita en el pacto, en los acuerdos de la gracia en la antigua eternidad. Los pobres
bebés en Cristo se tropiezan frecuentemente con la misteriosa verdad de Dios y
la llaman ‘doctrina elevada’; pero cuando un hombre crece y llega a ser un
padre, ama la verdad del pacto y se alimenta de ella. Es una señal de gracia
avanzada que las sublimes verdades que conciernen a la eternidad sean valoradas
cada vez más. En la agraciada madurez el cristiano ve a las benditas personas
de la Divina Trinidad entrando en un pacto para la salvación de los hombres, y
ve al Hijo de Dios mismo desde el principio actuando como el representante de
Sus elegidos, y asumiendo sobre Sí mismo responder al Padre a nombre de ellos.
Ve al Hijo Eterno convirtiéndose, allí y entonces, en el patrocinador y la
fianza de Sus elegidos, comprometiéndose a pagar su deuda y ofrecer una
recompensa a la lesionada justicia de Dios por cuenta de sus pecados. Él ve ese
pacto, incluso desde la antigüedad, ‘ordenado en todas las cosas, y será
guardado’ en mano de Aquél que fue desde el principio.
Hay un punto en el que el padre en Cristo se
deleita en reflexionar, es decir, que la venida de Cristo al mundo no fue un
recurso adoptado después de un desastre inevitable e imprevisto para recuperar
la honra de Dios; sino que entiende que el esquema íntegro de todos los eventos
fue planeado, en el propósito de la sabiduría divina, para la glorificación de
Cristo, por lo que desde el principio fue parte del plan de Jehová que Jesús
asumiera una naturaleza humana y manifestara en esa naturaleza todos los
atributos del Padre. Fue el plan original que el Dios encarnado revelara una
infinita gracia y un ilimitado amor, entregando Su vida por los pecadores, “el
justo por los injustos, para llevarnos a Dios”. El Unigénito Hijo no es
introducido en la economía divina como una decisión tardía, sino que todo el
arreglo es diseñado con un ojo puesto en Él, que fue antes que todas las cosas,
y para quien todas las cosas fueron creadas. Agradó al Padre exaltar a la
creación uniendo a la criatura y el Creador en una persona, y ennoblecer
nuestra naturaleza, que es una combinación de lo espiritual y de lo material,
al asumir un cuerpo y llevarlo al trono de Dios.
¡Oh, plan sin igual, por el cual los redimidos
son ennoblecidos y Dios mismo es glorificado! Oh, padres, si han visto esto
alguna vez, sé que dirán: “el predicador lo describe a medias”. En efecto, lo
describo a medias; desearía poder describirlo bien, pero ni el tiempo ni la
habilidad están presentes para apoyarme. Aun así, me deleito en las glorias
sempiternas del Señor Jesús, que es desde el principio. Grandemente amados para
mi propio corazón son “el fruto más fino de los montes antiguos, con la
abundancia de los collados eternos”. Yo creo que mi Señor Jesucristo no es
segundo de nadie, y creo en Él como el Rey y Señor desde el principio, el cual,
aunque fue despreciado y desechado entre los hombres, es aun así, Dios sobre
todas las cosas, bendito por los siglos, y lo será por los siglos de los
siglos. Aunque “se amotinen las gentes, y los pueblos piensen cosas vanas”,
Jehová ha puesto a Su Hijo como Rey en Su santo monte de Sion, y el decreto de
Dios permanecerá. Quien es el Alfa será la Omega: quien es desde el principio
será hasta el fin Rey de reyes y Señor de señores. Mi corazón clama: “Aleluya”.
¡Oh, ustedes, padres, clamen: “Aleluya” conmigo!
Sí, pero además quiero que adviertan que este conocimiento es, en sí mismo, especial:
el conocimiento es en sí mismo notable así como también lo es el objeto del
conocimiento. “Habéis conocido al que
es”. La otra noche se sentó junto a mí en esta plataforma un amado siervo de
Dios: él pertenece a otra rama muy distinta de la iglesia de Cristo, pero me
comentó esto acerca de tal y tal persona: “¿sabes, amado hermano?, ése es uno
que conoce al Señor; no se trata de un simple cristiano, sino que conoce a
nuestro Señor; tú y yo sabemos lo que eso significa, ¿no es cierto?” Sólo pude
mirarle con una profunda mirada de amoroso aprecio.
Sí, nosotros, en verdad, conocemos al Señor como
una realidad viva y resplandeciente, como un amigo cotidiano, un consejero, un
compañero. Los verdaderos padres en la gracia meditan en Cristo, se alimentan
de la Escritura, le extraen su jugo y disfrutan internamente de su sabor. La
gente dice que son golosos. Es algo bueno ser goloso por el Señor Jesucristo.
No solamente conocen al Señor por medio de mucha meditación sobre Él, sino que
le conocen por una relación real: caminan con Él, hablan con Él. Esos santos
están más con Cristo que con nadie más; a nadie le dicen tanto como lo que le
han dicho a Él; y nadie les ha dicho jamás tanto como lo que Jesús les dice,
pues “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará
conocer su pacto”. Pregúntenles: “¿quién es tu amigo más cercano?”, y ellos
responderán: “El Bienamado es mi pariente más cercano, mi más amado compañero”.
Conocen al Señor mediante una relación y han llegado a conocerle ahora porque
sienten una intensa identificación con Él. Sienten como siente Jesús acerca de
los asuntos, y así, le conocen; Su tierna piedad por los pecadores agita sus
corazones, no en el mismo grado, pero sí de manera semejante de conformidad a
su medida. Sienten a menudo que pudieran morir por los pecadores. Uno de estos
padres dijo: “Deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis
hermanos, los que son mis parientes según la carne”. Ellos no consideran los
asuntos desde la perspectiva del hombre, sino desde la perspectiva de Cristo, y
por esto entienden mucho acerca de los caminos del Señor, que en otro tiempo
fueron oscuros para ellos. Quien simpatiza profundamente con un hombre, le
conoce bien. Aprendiendo por fe a esperar con quietud y con fe el evento, estos
padres calmadamente esperan que todas las cosas les ayuden a bien y de aquí que
entiendan la inquebrantable serenidad del corazón de Jesús, y le conozcan en
Sus alegrías así como en Sus aflicciones. Tales santos saben en qué consiste
llorar por la ciudad con Jesús, y regocijarse por los pecadores que regresan
con el buen Pastor; sí, saben qué es sentarse con Él en Su trono esperando
hasta que Sus enemigos sean convertidos en el escabel de Sus pies. Están
tranquilos con Jesús, pues han bebido del significado del texto: “Preciso es
que él reine”. Sí; preciso es que Él reine; preciso es que Él reine hasta que
todos Sus enemigos estén bajo Sus pies. Este conocimiento de quien es desde el
principio es la principal característica del padre en Cristo.
III. En tercer lugar, queridos amigos, ¿CUÁL ES EL
MENSAJE PARA LOS PADRES? Quisiera indicar ese mensaje muy brevemente, refiriéndolos
al contexto. Juan ha estado diciéndoles a ustedes, queridos padres, y en
verdad, a todos nosotros que estamos en Cristo, que hemos de amarnos los unos a los otros. Si ustedes
son en verdad padres, no pueden evitar amar a toda la familia; el instinto
paternal es amor, y los padres en Cristo deben desbordar ese amor. Los
pequeñitos deben ser inducidos por nuestro amor a acercarse a nosotros,
sintiendo que si nadie más los ama, nosotros sí los amamos, si nadie más se
preocupa por ellos, nosotros sí nos preocupamos.
Yo he conocido a un padre en Cristo a quien un
convertido hablaría de buen grado más de lo que les hablaría a su propio padre
o a su propia madre terrenales. Yo supongo que ven una
invitación en los rostros de estos padres. No sé exactamente cómo lo descubren,
pero de alguna manera los convertidos sienten que ése es un hombre al que
pueden dirigirse, o una mujer con quien pueden hablar. Estos padres y madres en
Israel están llenos de amor, y su conversación delata ese hecho. Yo conozco a
algunos hombres que son como grandes abrigos para los barcos: un alma sacudida
por la tempestad corre hacia ellos como hacia un puerto abrigado. Los corazones
quebrantados dicen: “Oh, que pudiera contarle mi problema, y pedirle sus
oraciones”. Que ustedes y yo seamos justo esas personas, y que el Espíritu
Santo nos use para el bien de nuestros semejantes.
El siguiente mensaje sigue inmediatamente al
texto: “No améis al mundo, ni las
cosas que están en el mundo”. Oh, amados padres, no deben amar al mundo, pues
pasa, y esto es particularmente válido para ustedes. Aunque algún cristiano amara
al mundo, y yo espero que ninguno lo haga, ciertamente los padres no deben
hacerlo. Ustedes saben tanto de Cristo que harían bien en despreciar al mundo;
e irán tan pronto a casa que deben dar poca importancia a estas cosas
pasajeras. Ustedes muestran todas las señales de lo que llaman ‘los años declinantes’;
yo los llamo los años ascendentes: pronto partirán del mundo y sus cambiantes
vanidades, por tanto, no pongan su amor en tesoros terrenales. Sostengan a la
riqueza con una mano displicente y estén listos para partir, ya que pronto
partirán. Antes de la vigilia de la mañana podrían partir a la casa del Padre
en lo alto. “No améis al mundo”.
Otro deber de los padres es mencionado también
aquí. Así como no deben amar al mundo, deben cuidarse de no ser víctimas de alguna de las concupiscencias de este presente mundo
malvado, tales como los deseos de la carne. ¿Pueden los padres caer alguna
vez en ese sentido? Es muy triste, pero tenemos que hablar muy solemnemente y
admitir que el santo más avanzado necesita todavía ser advertido en contra de
los deseos de la carne y la indulgencia en los apetitos que tan fácilmente
conducen a los hombres al pecado. Luego están los deseos de los ojos. David
cayó en eso cuando se quejó por causa de la prosperidad de los impíos, y se vio
obligado a confesar: “Tan torpe era yo, que no entendía”. Él miraba a los prósperos
impíos hasta comenzar a alterarse por causa de ellos. Esos deseos de los ojos
que desean más para ti y envidian a quienes tienen más, no deben ocurrirle
nunca a un padre. Y la vanagloria de la vida: esa sed de ser considerado
respetable, esa emulación de otros, esa persecución del honor y cosas
parecidas, tales cosas no deben existir en un padre. Ustedes son hombres y
deben desechar las cosas pueriles.
Mis queridos y honorables hermanos, no sean
presa de las vanidades, pues esos juguetes son para los niños del mundo mas no
para ustedes que están tan cerca de la gloria del Señor. Ustedes han madurado
en gracia y pronto entrarán en el cielo, por tanto, vivan conforme a eso. Hagan
que todas las cosas terrenales permanezcan a sus pies como chucherías de bebés
mientras ustedes se elevan a la madurez de su alma.
La siguiente exhortación para los padres es que
deben vigilar, pues, el apóstol dice:
“Y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos
anticristos”. Oh, valientes padres, mantengan la vigilancia y la posición
defensiva. Me asombra mucho que los miembros de las iglesias estén de acuerdo
en la elección de ministros que no tienen una sana fe, es más, que no
parecieran tener ninguna fe del todo. ¿Cómo es que puede suceder esto? Solíamos
tener en nuestras iglesias bautistas hombres sustanciales que antes hubieran
tolerado a Satanás a su propia mesa que a un predicar errado en el púlpito.
Solía haber un grupo en el norte de Escocia
llamado “los hombres”. Vamos, si la herejía hubiere sido predicada ante ellos,
habrían sido tan provocados como lo fue Janet Geddes cuando arrojó su bajo
taburete a la cabeza del predicador. Ellos no habrían tolerado estas modernas
herejías como lo está haciendo la presente generación afeminada. Los nuevos
teólogos pueden tener la libertad de predicar lo que les plazca en su propio
territorio, mas no en nuestros púlpitos. ¡Ay!, los miembros líderes de muchas
iglesias son cristianos sin una espina dorsal, maleables, esponjosos; yo los
llamaría ‘caracoles’, sólo que no tienen la consistencia de la concha del
caracol. Están dispuestos a tragarse cualquier cosa mortal si el predicador
parece talentoso y elocuente. El talento y la elocuencia, ¡fuera con ellos para
siempre! Si no es la verdad de Dios, entre más talentosa y elocuentemente se
predica, más condenable es. Hemos de recibir la verdad y sólo la verdad, y yo
exhorto a los padres en Cristo a lo largo de toda Inglaterra y América que se
preocupen por esto. Suban a su atalaya y guarden su rebaño, para que las ovejas
no sean destruidas mientras se encuentran durmiendo.
Por último, es un deber de los padres prepararse para la venida del Señor. Cuán
hermosamente está expresado en el versículo veintiocho: “Permaneced en él, para
que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos
alejemos de él avergonzados”. Eso está dirigido a todos ustedes, pues todos
ustedes son hijitos, pero les incumbe especialmente a quienes son padres. ¡Despierten
todas sus facultades! Velen para la venida del Señor, y mantengan sus lomos
bien ceñidos. Jesús podría venir hoy; este domingo pudiera ser el último
domingo de esta dispensación; sin embargo, pudiera ser que no viniera en los
próximos diez mil años, quién sabe; por lo tanto, no se cansen aunque esperen a
través de una larga noche. No digan que Él demora Su venida, pues regresará en
el día establecido. Sólo debemos conservar lo que hemos recibido, y quedarnos
esperando el clamor de medianoche; Él vendrá, y no tardará; por tanto, salgan a
recibirle.
“Defiendan el
fuerte, pues Yo vengo,
Jesús nos
indica todavía;
Envíen la
señal de la respuesta al cielo,
‘Con Tu
gracia lo haremos’”.
Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón:
1 Juan 2.
Nota del
traductor:
Espejo ustorio: espejo cóncavo que, puesto de
frente al sol, refleja sus rayos y los reúne en un punto llamado foco,
produciendo un calor capaz de quemar, fundir y hasta volatilizar los cuerpos
allí colocados.
Traductor: Allan Román
29/Octubre/2009
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