El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
NO.
1698
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Cuando Jesús
nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a
Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha
nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle…
Ellos,
habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el
oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba
el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo”. Mateo 2: 1,
2, 9, 10.
¡Vean, queridos amigos,
la gloria de nuestro Señor Jesucristo aun en Su estado de humillación! Nace de
padres humildes que lo acuestan en un pesebre y lo envuelven en pañales; pero,
¡he aquí!, los principados y potestades en los lugares celestiales se
encuentran en un estado de conmoción. Primero desciende un ángel para proclamar
el advenimiento del Rey que ha nacido, y de pronto se le une una multitud de
las huestes celestiales que cantan gloria a Dios. La conmoción no se redujo a
los espíritus en lo alto, pues en los cielos que están arriba de esta tierra
hay un revuelo. Una estrella es comisionada en nombre de todas las estrellas -como
si fuese la enviada y delegada plenipotenciaria de todos los mundos- para que
las representara ante su Rey. A esta estrella se le encomienda la tarea de
esperar al Señor para que fuera heraldo Suyo ante gentes de comarcas lejanas, para
que fuera el ujier que las guiara a Su presencia y el guardaespaldas apostado
como centinela junto a Su cuna. La tierra se conmociona también. Los pastores
han venido para rendirle el homenaje de la gente sencilla; llenos de amor y de
gozo se postran ante el misterioso niño; y después de ellos, desde lejanas
tierras llega la flor y nata de los varones de su generación, las mentes más
ilustres de su tiempo. Completando un largo y arduo viaje, finalmente llegan
también los representantes de los gentiles. He aquí, los reyes de Sabá y de
Seba ofrecen dones: oro, incienso y mirra. Varones sabios, líderes de sus
pueblos, se postran delante de Él y rinden un homenaje al Hijo de Dios. Cristo
es honorable doquiera que esté. “Para vosotros, pues, los que creéis, él es
precioso”. En ‘el día de las pequeñeces’, cuando no se le presta atención a la
causa de Dios que permanece oculta detrás de cosas despreciadas, es, a pesar de
ello, sumamente gloriosa. Si bien Cristo es un niño, es aun así el Rey de
reyes; si bien está recostado entre unos bueyes, es aun así distinguido por Su
estrella.
Amados amigos, si los
sabios de la antigüedad vinieron a Jesús y le adoraron, ¿no deberíamos venir
nosotros también? Mi ardiente deseo esta mañana es que todos nosotros rindamos homenaje
a Aquel de quien cantamos: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado”.
Quienes hemos adorado por largo tiempo hemos de renovar nuestra adoración con
una reverencia todavía más humilde y un amor más intenso. Y que Dios nos
conceda –oh, que nos lo concediera- que algunos que están muy distanciados de
Él espiritualmente, así como los magos estaban distanciados físicamente, vengan
hoy y pregunten: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque
venimos a adorarle”. Que los pies que han estado acostumbrados a caminos anchos
pero desacostumbrados a la senda angosta, tomen ese sendero en este día hasta
llegar a ver a Jesús y postrarse delante de Él de todo corazón, encontrando en
Él la salvación. Esos magos llegaron naturalmente, atravesando el desierto; vayamos
nosotros espiritualmente, abandonando nuestros pecados. Ellos fueron guiados
por la visión de la estrella; seamos guiados nosotros por la fe en el divino
Espíritu, por la enseñanza de Su palabra y de todas esas benditas luces que usa
el Señor para atraer a los hombres. Sólo hemos de ir a Jesús. Fue bueno venir
al tierno niño Jesús guiados por los débiles rayos de una estrella; ustedes encontrarán
que es todavía más bendito venir a Él ahora que es exaltado en los más altos
cielos y que por medio de Su propia luz revela Su gloria perfecta. No se
demoren, pues en este día Él clama: “Venid a mí todos los que estáis trabajados
y cargados, y yo os haré descansar”.
Esta mañana procuraremos
hacer tres cosas. Primero, aprovechemos
la luz de la estrella; en segundo lugar, recabemos sabiduría de estos hombres sabios; y, en tercer lugar, actuemos como sabios guiados por nuestra
propia estrella particular.
I. Primero,
entonces, APROVECHEMOS
Yo supongo que cada uno
de ustedes tiene su propio concepto en cuanto a qué era aquella estrella. Da la
impresión que era algo completamente sobrenatural, y no una estrella o un
cometa del tipo común. No era una constelación, ni una singular conjunción de
planetas; no hay nada en
Pero aquí hay una
primera lección: si sucediera alguna vez
que los hombres dejaran de predicar el Evangelio, Dios puede conducir a las
almas a Su Hijo por medio de una estrella. ¡Ah!, no digamos únicamente por
medio de una estrella, sino también por medio de una piedra, de un pájaro, de
una hoja de hierba y de una gota de rocío.
“Recuerden que
Cuenta con siervos en todas partes”.
Por tanto, no te
desanimes cuando te enteres de que un ministro ha dejado de predicar el
Evangelio, o que otro está luchando contra la verdad vital de Dios. Su
apostasía será para su propio perjuicio más bien que será un daño para Jesús y
para Su iglesia; y, triste como pudiera ser ver que las lámparas del santuario
están apagadas, Dios no depende de las luces humanas pues Él es la luz del Shekhiná de Su santa morada. Si las lenguas mortales rehúsan
predicar Su palabra verán sus lugares remplazados por libros en los torrentes
caudalosos y sermones en las piedras. El rayo de luz clamará desde la pared y
la madera le responderá. Cuando los principales sacerdotes y los escribas se
apartan del camino, el Señor comisiona a las estrellas, y una vez más los
cielos declaran de hecho la gloria de Dios, y el firmamento muestra la obra de
Sus manos. Antes que carecer de predicadores del Dios encarnado, los montes y
las colinas aprenderían elocuencia y prorrumpirían en testimonios. El mensaje
de Jehová será dado a conocer hasta los últimos confines de la tierra. Dios
tendrá a Sus elegidos. Él hará que Cristo vea el fruto de la aflicción de Su
alma y quede satisfecho. Su consejo permanecerá y ejecutará Su voluntad. ¡Aleluya!
Ahora bien, cuando el
Señor usa a una estrella como Su ministro, ¿cuál es el encargo para su
ministerio? Podemos aprender mediante esta pregunta qué tipo de ministerio quiere
Dios que sea el nuestro si somos estrellas en Su diestra. Nosotros brillamos
también como luces en el mundo; veamos cómo hacerlo.
Notamos, primero, que la
predicación de las estrellas es integralmente
acerca de Cristo. No sabemos cuál era el color de la estrella, ni la forma
de la estrella, ni qué magnitud había alcanzado; esos elementos no son consignados,
pero lo que sí está registrado es de mucha mayor importancia; los sabios
dijeron: “Su estrella hemos visto”. Entonces
la estrella que el Señor usará para conducir a los seres humanos a Jesús tiene
que ser la propia estrella de Cristo. El ministro fiel, igual que esta
estrella, le pertenece a Cristo; es un varón de Cristo en el sentido más
enfático. Antes de que podamos esperar ser convertidos en una bendición,
queridos amigos, nosotros mismos tenemos que ser bendecidos por el Señor. Si
queremos ser la causa de que otros pertenezcan a Jesús, nosotros mismos tenemos
que pertenecer enteramente a Jesús. Cada rayo de esa estrella brillaba para
Jesús. Era Su estrella,
constantemente y exclusivamente y completamente. No brillaba para sí misma,
sino solamente como Su estrella; como
tal era conocida y así se hablaba de ella: “Su estrella hemos visto”. Tal como
ya he dicho, no se señala que tuviera ninguna peculiaridad excepto esta: que
era la estrella del Rey.
Yo desearía que ustedes
y yo, sin importar cuáles pudieran ser nuestras excentricidades o nuestras
personalidades, no hagamos nunca algo tan grande de ellas como para atraer
hacia ellas la atención de los hombres. Que la gente no se fije nunca en
nuestros logros o en nuestras deficiencias, sino que observen siempre esta
única cosa: que somos varones de Dios, que somos embajadores de Cristo, que
somos siervos de Cristo, y que no intentamos brillar por nosotros mismos, o
hacernos conspicuos, sino que trabajamos arduamente para brillar para Él, para que
Su camino sea conocido en la tierra como también Su salud salvadora en todas
las naciones.
Hermano, es bueno que
nos olvidemos de nosotros mismos en nuestro mensaje y que nos sumerjamos en
nuestro Señor. Conocemos los nombres de varias estrellas, y con todo, cada una
de ellas podría envidiar a aquella estrella que permanece anónima pero que no
puede ser olvidada jamás porque los varones que buscaban al Rey de Israel la
conocían como “Su estrella”. Aunque
tú seas sólo una estrella muy pequeñita que titila por Jesús, por débil que sea
tu luz, que quede claro que tú eres Su estrella
de tal manera que si los hombres se preguntaran qué eres tú, no se puedan preguntar nunca de quién eres, pues en
tu misma frente estará escrito: “De quién soy y a quién sirvo”. Dios no
conducirá a los hombres a Cristo por nuestro medio a menos que seamos de Cristo
de corazón, integralmente y sin reservas. Nuestro Señor no usa utensilios
prestados en Su templo; cada tazón delante del altar ha de ser Suyo. No es
consistente con la gloria de Dios que use vasos prestados. No es tan pobre como
para eso. Esta lección es digna de toda aceptación. ¿Tienes prisa de predicar,
jovencito? ¿Estás seguro de que le perteneces a Cristo? ¿Piensas que es algo
bueno contar con un grupo de personas que oigan tus palabras? ¿Lo has visto
bajo otra luz? ¿Has sopesado la responsabilidad de tener que hablar como Cristo
quisiera que hablaras, y de que te entregues con tu personalidad integral a la
expresión de la mente de Dios? Tienes que estar consagrado y concentrado si
esperas ser usado por el Señor. Ya sea que tengas un rayo o diez mil rayos,
todos deben brillar con el designio de guiar a los hombres a Jesús. Tú no
tienes ahora nada que ver con ningún objeto, sujeto, designio o esfuerzo que no
sea únicamente Jesús; tienes que vivir a partir de ahora en Él, y por Él y para
Él, o nunca serás escogido por el Señor para conducir a Jesús ya sea a varones
sabios o a bebés. Mira bien que tengas la consagración perfecta.
Noten a continuación que
la verdadera predicación de la estrella conduce
a Cristo. La estrella era la propia estrella de Cristo, pero también
condujo a otros a Cristo. Lo hizo en gran medida porque se movía en esa
dirección. Es algo triste cuando un predicador es como un poste de señales que
indica el camino pero que nunca lo sigue personalmente. Así eran esos
principales sacerdotes en Jerusalén; podían decir dónde había nacido Cristo,
pero no fueron nunca a adorarle; eran completamente indiferentes a Él y a Su nacimiento.
La estrella que conduce a Cristo tiene que estar yendo siempre a Cristo. Los
hombres son mucho más atraídos por el ejemplo que cautivados por la
exhortación. Sólo la piedad personal es reconocida por Dios para la producción
de piedad en otros. “Vayan”, les dices tú, pero ellos no quieren ir. Diles:
“Vengan”, y dirige tú el camino y entonces vendrán. ¿Acaso las ovejas no siguen
al pastor? Quien quiera conducir a otros a Cristo tiene que ir delante de
ellos, y poner su rostro en dirección a su Maestro, sus ojos hacia su Maestro,
sus pasos hacia su Maestro y su corazón hacia su Maestro. Debemos vivir de tal
manera que podamos, sin jactarnos, instar a quienes nos rodean a que nos tengan
como ejemplo. Oh, que todos los que consideren que son estrellas se muevan ellos
mismos diligentemente en dirección al Señor Jesús. La estrella en el oriente
condujo a los magos a Cristo porque ella misma iba en esa dirección; en el
ejemplo hay una sabiduría que los hombres verdaderamente sabios perciben
pronto. Esta estrella tuvo tal influencia sobre los hombres escogidos que no
podían evitar seguirla; los embelesó a través del desierto. Un embeleso
semejante puede residir en ti y en mí, y nosotros podemos ejercer un poderoso
ministerio sobre muchos corazones si somos como imanes para ellos que los
atraigan al Señor Jesús. ¡Dichoso privilegio! No quisiéramos mostrar
simplemente el camino, sino inducir a nuestros vecinos a tomarlo. Leemos acerca
de alguien en la antigüedad, no que le hablaran de Jesús, sino que “lo trajeron
a Jesús”. Nosotros no sólo hemos de contar la historia de la cruz, sino que
hemos de persuadir a los hombres a que acudan presurosamente al Crucificado
para salvación. ¿No dijo acaso a sus siervos el rey en la parábola: “Fuérzalos
a entrar”? Ciertamente Él ciñe a Sus propios mensajeros con tal poder impelente
que los hombres no pueden resistirse por más tiempo, sino que tienen que seguir
su guía y postrarse a los pies del Rey. La estrella no atraía “por decirlo así como
con coyundas de carreta”, ni por medio de alguna fuerza material y física; con
todo, atrajo a los magos desde el remoto oriente hasta el pesebre del niño que
había nacido. Y así, aunque no tenemos ningún brazo de la ley que nos ayude, ni
ningún patrocinio, ni pompa de elocuencia, ni alarde de aprendizaje, tenemos un
poder espiritual gracias al cual atraemos a Jesús a miles de personas que son
nuestro gozo y corona. El hombre enviado por Dios sale de la presencia divina
permeado con un poder que hace que los hombres se vuelvan al Salvador y vivan.
¡Oh!, que tal poder pudiera salir de todos los ministros de Dios, sí, de todos
los siervos de Dios involucrados en la predicación en las calles, en las
escuelas dominicales, en la distribución de tratados, y en toda forma de santo
servicio. Dios usa a aquellos que tienen el propósito y la intención de atraer
a los hombres a Cristo. Él infunde Su Espíritu en ellos, y son ayudados por ese
Espíritu para proclamar al Señor Jesús como Alguien tan precioso y deseable que
los hombres corren a Él y aceptan Su gloriosa salvación. Brillar es poca cosa,
pero atraer es algo grande. Cualquier proscrito puede ser brillante; pero
únicamente el verdadero santo podrá atraer a la gente a Jesús. Yo no oraría
pidiendo ser un orador, pero sí ruego pidiendo ser un ganador de almas. Amados
hermanos, no apunten a nada que no sea conducir a los hombres a Jesús. No se
contenten con conducirlos a una doctrina ortodoxa, o a llevarlos meramente a
una creencia en esas convicciones que ustedes sostienen que son de
Además, la estrella que
Dios usó en este caso era una estrella que se
detuvo en Jesús; fue delante de los magos hasta que los llevó a Jesús y
luego se quedó quieta sobre el lugar donde el tierno infante se encontraba. Yo
admiro el comportamiento de esta estrella. Hay estrellas notables en el cielo
teológico en el momento presente; han conducido a los hombres a Jesús, eso
dicen ellos, y ahora los conducen a regiones más lejanas donde se encuentra un
pensamiento inexplorado todavía. El evangelio de los puritanos es “anticuado” y
esos individuos han descubierto que es inapropiado para los engrandecidos
intelectos de los tiempos, y así esas estrellas quisieran guiarnos más adelante
todavía. Yo no pertenezco a este orden de estrellas errantes, y confío no
pertenecer nunca: El progreso más allá del Evangelio no es algo que yo desee. “Lejos
esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Cuando la
estrella hubo llegado al lugar donde estaba el tierno infante, se quedó
detenida, y de igual manera la mente piadosa debe quedarse establecida, fija,
inconmovible. Los magos sabían dónde encontrar esa estrella, y dónde encontrar
al tierno niño por medio de ella; que así sea con nosotros. Oh, ustedes que
hasta aquí han sido diligentes conduciendo a las almas a Cristo, nunca
entretengan ni por un instante la idea de que necesitan una filosofía más
especulativa o una espiritualidad más profunda de las que han de ser encontradas
en Jesús. Quédense en Él. Clamen: “Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón
está dispuesto”. No hay nada más allá de Cristo que sea digno de que lo
consideremos ni siquiera por un instante. No pierdan su paraíso en Cristo por
querer probar otra vez del árbol del conocimiento del bien y del mal que arruinó
a nuestros primeros padres. Aférrense a los viejos puntos: que Cristo sea su
único tema, que llevar a los hombres a Cristo sea su único propósito, que la
gloria de Cristo sea la única gloria de ustedes. Quedándote junto a tu Señor, y
únicamente allí, desde ahora y hasta el último día, garantizarás una vida
dichosa, honrosa y santa. Decían de Grecia, después de su caída, que había
quedado tan devastada que podrías buscar a Grecia en Grecia sin poder
encontrarla; me temo que tengo que decir que algunos individuos que profesan
ser predicadores del evangelio han merodeado tan lejos de él que no puedes encontrar al
Evangelio en su evangelio, ni al propio Cristo en el Cristo que predican. Tan
lejos se han apartado de la grandiosa verdad esencial que salva a las almas,
más allá de la cual nadie debería atreverse a querer ir, que no retienen nada
del cristianismo excepto el nombre. Todo lo que está más allá de la verdad es
una mentira; cualquier cosa que esté más allá de la revelación, es en el mejor
de los casos un asunto nimio, y más probablemente se trata de una fábula de
viejas matronas, aun cuando quien la inventó pudiera pertenecer al género
masculino. No abandones tus colores, tú que esperas ser usado por el Señor. Has
de permanecer siendo de tal manera que los hombres te encuentren dentro de
veinte años brillando por Jesús y señalando el lugar donde el Salvador ha de
ser encontrado, tal como lo estás haciendo ahora. Que Jesucristo sea tu
ultimátum. Tu obra está concluida cuando llevas las almas a Jesús, y ayudas a
mantenerlas allí porque tú mismo eres “firme, inconmovible”. No debes
desprenderte de la esperanza de tu llamamiento, sino que debes retener la forma
de las sanas palabras, pues pudiera ser que si dejas ir la forma pudieras
perder también la sustancia.
II. Ahora
que nos hemos alegrado de alguna manera con la luz de la estrella, veamos si
podemos EXTRAER SABIDURÍA DE LOS MAGOS. Tal vez hayan oído de la “mucha plática”
de la tradición respecto a quiénes eran, de dónde venían, y cómo viajaron. En
la iglesia griega, yo creo, saben su número, sus nombres, el carácter de su
séquito, y qué tipo de ornamentos había en los cuellos de sus dromedarios.
Ustedes pueden optar por creer o descartar los detalles que no se encuentran en
la palabra de Dios, según les parezca, y serían sabios si optaran por no creer
demasiado. Nosotros sólo sabemos que eran unos magos, unos sabios del oriente,
posiblemente seguidores de la vieja religión parsi, estudiosos si no es que
adoradores de las estrellas. No vamos a especular respecto a ellos, sino que
vamos a aprender de ellos.
No se contentaron con
admirar a la estrella y compararla con otras estrellas, ni con tomar notas en
cuanto a la fecha exacta de su aparición, y cuántas veces titiló, y cuándo se
movió, y todo eso, sino que pusieron en
práctica la enseñanza de la estrella. Muchos son oyentes y son admiradores
de los siervos de Dios, pero no son lo suficientemente sabios para hacer un uso
adecuado y apropiado de la predicación. Notan la peculiaridad del lenguaje del
predicador, cuánto se parece a algún teólogo y cuánto difiere de otro teólogo;
si tose con demasiada frecuencia o si su voz es demasiado gutural; si habla
gritando o muy bajito; si no tiene un acento provincial, si no hay en él un
lenguaje muy común que se aproxima a la vulgaridad; o, por otro lado, si no es
demasiado florido en su dicción. Tonterías como esas son las observaciones
constantes de algunos seres humanos por cuyas almas laboramos. Ellos están
pereciendo, y sin embargo, están jugando con esos asuntos tan insignificantes. Eso
es todo para lo que van a la casa de Dios muchas personas: van para criticar de
esa miserable manera. Incluso los he visto venir a este lugar con binoculares
de ópera, como si vinieran aquí para inspeccionar a un actor que viviera y
trabajara para divertir sus ratos de ocio. Tal es el deporte de los necios;
pero estos varones eran hombres sabios, y por tanto, eran varones prácticos. No
se volvieron observadores de las estrellas, y no se quedaron en el punto de
admirar a la notable estrella, sino que dijeron: “¿Dónde está el rey de los
judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos
para adorarle”. Se dedicaron de inmediato a encontrar al Rey recién nacido, de
cuya venida era la señal la estrella.
¡Oh, mis queridos
oyentes, cómo deseo que todos ustedes sean sabios de esta misma manera! Yo
preferiría predicar el sermón más insulso que haya sido predicado jamás, que
predicar el discurso más brillante que haya sido pronunciado alguna vez, si por
medio de ese pobre sermón pudiera conducirlos muy lejos de mí para buscar al
Señor Jesucristo. Esa es la única cosa que me preocupa. ¿No me darán gusto
jamás preguntando por mi Señor y Maestro? Anhelo oírles decir: “¿De qué está hablando
este varón? Habla de un Salvador; queremos tener a ese Salvador. Habla respecto
a un perdón por medio de la sangre de Cristo; habla de que Dios descendió entre
los hombres para salvarlos; vamos a descubrir si hay alguna realidad en este
perdón, alguna verdad en esta salvación. Buscaremos a Jesús, y buscaremos para
nosotros las bendiciones que se declara que están guardadas en Él”. Si los
oyera a todos ustedes diciendo eso yo estaría dispuesto a morir de gozo.
¿Acaso no es éste un
buen día para que empiecen a encontrar a su Salvador? Algunos de ustedes han
pospuesto esto por largo tiempo, ¿no sería bueno que empezaran de inmediato
antes que este año agonizante hubiere visto su último día? Estos sabios
parecieran haberse puesto en camino tan pronto como descubrieron a la estrella;
no eran de los que tienen tiempo que desperdiciar en demoras innecesarias.
“Allí está la estrella”, dijeron; “partimos bajo su guía. ¡No estamos
satisfechos con una estrella; vamos a encontrar al Rey que es el dueño de la
estrella!” Y así se dieron a la tarea de encontrar a Cristo de manera inmediata
y resuelta.
Siendo sabios, perseveraron en su búsqueda del Rey. No
podríamos decir qué distancia recorrieron. Los viajes eran extremadamente
complicados en aquellos tiempos. Tenían que evadir tribus hostiles, tenían que
atravesar anchos ríos como el Tigris y el Éufrates, y tenían que penetrar en desiertos
inexplorados; pero para ellos no había ninguna dificultad o peligro. Salieron
con rumbo a Jerusalén, y a Jerusalén llegaron, buscando al rey de los judíos.
Si es cierto que Dios ha asumido nuestra naturaleza, deberíamos decidir
encontrarlo, sin importar cuál sea el costo. Si tenemos que circunnavegar el
globo para encontrar a un Salvador, la distancia y el costo no deberían ser nada
en tanto que podamos llegar a Él. Si el Cristo estuviera en las entrañas de la
tierra, o en las cimas del cielo no deberíamos descansar hasta llegar a Él. Los
sabios juntaron pronto todo lo que era necesario para su expedición, sin
importar los gastos, y partieron siguiendo a la estrella para descubrir al
Príncipe de los reyes de la tierra.
Después de un tiempo
llegaron a Jerusalén y allí los esperaban nuevas pruebas. Debe de haber sido un
grave problema para ellos que preguntaran: “¿Dónde está el rey de los judíos que
ha nacido?”, y la gente meneara su cabeza como si pensaran que la pregunta era
necia. Ni los ricos ni los pobres en la ciudad metropolitana sabían nada acerca
del Rey de Israel. La multitud procaz replicó: “Herodes es el rey de los judíos.
Fíjate cómo hablas de otro rey, o tu cabeza podría tener que responder por
ello. El tirano no tolera ningún rival”. Los magos deben de haber estado más
asombrados todavía cuando vieron que Herodes estaba turbado. Les alegraba
pensar que había nacido el que iba a introducir la edad de oro; pero la faz de
Herodes se ensombreció más que nunca ante la simple mención de un rey de los
judíos. Sus ojos echaron chispas y una nube de tormenta cubrió su frente; un
sombrío acto de matanza iba a resultar de eso, aunque por el momento él ocultara
su malicia. Hay un tumulto a lo largo de todas las calles de Jerusalén, pues
nadie sabe lo que el siniestro Herodes pudiera hacer ahora que ha sido alertado
por la pregunta: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?” Así se
produjo un fermento en Jerusalén que comenzó en el palacio; pero eso no detuvo
a los magos en su búsqueda del Príncipe prometido. No empacaron sus maletas ni
regresaron diciendo: “Es inútil tratar de descubrir este cuestionable personaje
que es desconocido aun en el país del cual es Rey, y que pareciera ser
terriblemente rechazado por quienes han de ser Sus súbditos. Debemos dejar para
otro día la solución de la pregunta: ‘¿Dónde está el rey de los judíos que ha
nacido?’”
Aquellos buscadores de
mentes resueltas no se desanimaron por los clérigos ni los eruditos cuando se
juntaron con ellos. A los principales sacerdotes y a los escribas se les hizo
la pregunta, y ellos la respondieron en lo que respecta a dónde nacería Cristo,
pero absolutamente nadie quiso acompañar a los magos para encontrar al Rey que
había nacido. ¡Extraña apatía! ¡Ay, cuán común es! Esos que debían haber sido líderes
no cumplieron con su papel; no querían ser ni siquiera seguidores de lo que es
bueno, pues no sentían ningún entusiasmo por Cristo. Los magos superaron este
serio desánimo. Si los clérigos no querían ayudarlos, ellos irían a Jesús por
sí solos. Oh, querido amigo, si eres sabio, dirás: “Voy a encontrar yo solo a
Jesús aunque nadie se una a mí; aunque tuviera que cavar hasta el centro de la
tierra, lo voy a encontrar; aunque tuviera que volar hasta el sol, lo voy a
encontrar; aunque todos los hombres me abandonen, yo lo voy a encontrar; aunque
los ministros del Evangelio me parezcan indiferentes, yo lo voy a encontrar; el
reino de los cielos desde tiempos antiguos sufre violencia, y los violentos lo
arrebatan, y eso haré yo”. Los primeros cristianos tenían que dejar atrás a
todos los maestros autorizados del día y salir solos; no sería nada extraño que
tuvieras que hacer lo mismo. Qué dicha será que estés resuelto a atravesar las
corrientes y las llamas para encontrar a Cristo, pues lo encontrarás. Entonces
aquellos hombres eran sabios porque habiendo iniciado la búsqueda, perseveraron
en ella hasta que encontraron al Señor y le adoraron. Noten que eran sabios
porque cuando vieron a la estrella de nuevo, “se regocijaron con muy grande gozo”. Mientras preguntaban entre
los sacerdotes de Jerusalén, estaban perplejos, pero cuando la estrella brilló
de nuevo, volvieron a estar tranquilos y se llenaron de dicha y expresaron ese
gozo, de tal manera que el evangelista lo dejó registrado. En estos días,
individuos muy sabios piensan que es necesario reprimir toda emoción, y dan la
impresión de ser hombres de piedra o de hielo. Sin importar lo que suceda son
estoicos y están muy por encima del entusiasmo de la gente vulgar. Es asombroso
cómo cambian las modas, y la locura toma el lugar de la filosofía. Pero esos
magos eran lo suficientemente infantiles como para estar alegres cuando su perplejidad
se extinguió y la clara luz resplandeció. Es una buena señal cuando un hombre
no se avergüenza de ser dichoso porque oye un testimonio claro e inconfundible
sobre el Señor Jesús. Es bueno ver al gran hombre descender de su pedestal, y, cual
tierno niño, que se regocije al oír la simple historia de la cruz. Denme al
oyente que no busca galas, sino que clama: “Condúceme a Jesús. Necesito un guía
que me lleve a Jesús, y ninguna otra cosa me satisfará”. Vamos, ciertamente, si
los hombres conocieran el valor de las cosas, se regocijarían más al ver a un
predicador del Evangelio que a un rey. Si los pies de los heraldos de la
salvación son bendecidos, cuánto más sus lenguas cuando declaran las buenas
nuevas de un Salvador. Aquellos magos, con todos sus conocimientos místicos, no
se avergonzaban de regocijarse porque una diminuta estrella les prestara sus
rayos para conducirlos a Jesús. Nos unimos a ellos en el regocijo por causa de
un claro ministerio evangelístico. Para nosotros todo lo demás es oscuridad,
aflicción y vejación de espíritu; pero lo que nos conduce a nuestro propio
glorioso Señor es espíritu, y luz y vida. Es preferible que el sol deje de
brillar en vez de que no se predique un claro Evangelio. Estimamos que un país
prospera o se desmorona según la luz del Evangelio sea revelada o retirada.
Ahora avancen con los
magos. Ellos han llegado a la casa donde se encuentra el tierno niño. ¿Qué es
lo que harán? ¿Se quedarán viendo a la estrella? No; ellos entran. La estrella se queda quieta pero ellos no temen
perder su resplandor si pueden contemplar al Sol de justicia. No exclamaron:
“Vemos la estrella, y eso nos basta; hemos seguido a la estrella y eso es todo
lo que necesitamos hacer”. Para nada. Levantan el pestillo y entran en la
humilde residencia del bebé. Ya no ven más a la estrella y no tienen ninguna
necesidad de verla, pues allí está Aquel que es el rey de los judíos que ha
nacido. Ahora la verdadera Luz ha resplandecido sobre ellos en el rostro del
niño; ahora contemplan al Dios encarnado. ¡Oh, amigos!, cuán sabios serán
ustedes si, una vez que hayan sido conducidos a Cristo por cualquier varón, no
descansan en su liderazgo sino que tienen que ver a Cristo por ustedes mismos.
Cuánto anhelo que puedan entrar en la comunión del misterio, que atraviesen la
puerta, y entren y contemplen al tierno niño y se postren delante de Él.
Nuestra aflicción es que tantas personas sean tan poco sabias. Nosotros sólo somos
sus guías, pero esas personas son propensas a convertirnos en su fin. Nosotros
indicamos el camino, pero ellos no siguen el camino; se quedan mirándonos. La
estrella se ha esfumado; hizo su trabajo y desapareció; Jesús permanece y los
sabios viven en Él. ¿Será tan necio alguno de ustedes como para pensar únicamente
en el predicador que perece y olvidar al Salvador que vive para siempre? Vamos,
sean sabios, y apresúrense a ir a su Señor de inmediato.
Por último, esos eran
hombres sabios, –y yo les recomiendo su ejemplo- porque cuando vieron al niño ellos le adoraron. La suya no era una curiosidad
satisfecha, sino una devoción cumplida. Nosotros debemos adorar también al
Salvador o no seremos nunca salvados por Él. Él no ha venido para quitar
nuestros pecados, y a pesar de ello, dejar que sigamos siendo impíos y
obstinados. ¡Oh, ustedes que no han adorado nunca al Cristo de Dios, que fueran
conducidos a hacerlo de inmediato! ¡Él es Dios sobre todas las cosas, bendito
por los siglos, adórenle! ¿Fue visto Dios en esa venerable forma anteriormente?
He aquí, Él inclina los cielos; cabalga sobre las alas del viento; esparce
flamas de fuego; Él habla y Su terrible artillería conmueve los montes; tú adoras
en terror. ¿Quién no adoraría al grandioso y terrible Jehová? ¿Pero no es mucho
mejor contemplarlo aquí, aliado a tu naturaleza, envuelto en pañales como otros
niños, tierno, débil, un pariente cercano a ti mismo? ¿No adorarás a Dios
cuando desciende a ti de esa manera y se convierte en tu hermano, nacido para
tu salvación? Aquí la naturaleza misma sugiere adoración: ¡oh, que la gracia la
produzca! Apresurémonos a adorar en donde los pastores y los magos y los
ángeles han guiado el camino.
Aquí debemos hacer que
mi sermón haga una pausa tal como lo hizo la estrella. ¡Entren en la casa y
adoren! Olviden al predicador. Que la luz de la estrella alumbre otros ojos.
Jesús nació para que tú puedas nacer de nuevo. Él vivió para que tú puedas
vivir. Él murió para que tú puedas morir al pecado. Él resucitó y hoy hace
intercesión por los transgresores para que puedan ser reconciliados con Dios a
través de Él. ¡Vengan, entonces; crean, confíen, regocíjense, adoren! Si no
tienen ni oro, ni incienso, ni mirra, traigan su fe, su amor, su
arrepentimiento, y postrados delante del Hijo de Dios, ríndanle la reverencia
de sus corazones.
III. Y
ahora voy a mi tercero y último punto, que es: ACTUEMOS COMO VARONES SABIOS
BAJO
¿No creen que haya alguna luz para ustedes en su vocación particular, algún
llamamiento de Dios en el llamamiento de ustedes? Escúchenme y luego escuchen a
Dios. Esos varones eran observadores de las estrellas; por tanto, una estrella
fue utilizada para llamarlos. Poco tiempo después, algunos otros varones eran
pescadores, y por medio de una asombrosa captura de peces el Señor Jesús los
hizo conscientes de Su poder superior, y luego los llamó para que se volvieran
pescadores de hombres. Para un observador de las estrellas, lo mejor es una
estrella; para un pescador, lo mejor es un pez. El Maestro-Pescador tiene una
carnada para cada uno de Sus elegidos y con mucha frecuencia Él selecciona un
punto en el propio llamamiento de ellos para que sea la punta del anzuelo. ¿Estabas
ocupado ayer detrás de tu mostrador? ¿No oíste ninguna voz que te dijera: “Compra
la verdad, y no la vendas”? Cuando cerraste la tienda anoche ¿no pensaste que
pronto tendrás que cerrarla por última vez? ¿Haces pan y no te preguntas nunca:
“ha comido mi alma el pan del cielo?” ¿Eres un hacendado? ¿Labras la tierra?
¿No te ha hablado nunca Dios por medio de esos campos atravesados por surcos y
estas cambiantes estaciones, y no te ha hecho desear que tu corazón sea labrado
y sembrado? ¡Escucha! ¡Dios está hablando! Oye, tú que eres sordo, pues hay
voces por doquier llamándote al cielo. No necesitas recorrer muchas millas para
encontrar un vínculo entre ti y la misericordia sempiterna; los cables
telegráficos están a ambos lados del camino, Dios y las almas de los hombres
están cercanos. Cómo deseo que su vocación común pudiera ser vista por ustedes
como ocultando en su interior la puerta para su excelsa vocación. Oh que el
Espíritu Santo convirtiera sus ocupaciones favoritas en oportunidades para Su
obra de gracia en ustedes. Si no entre las estrellas, sí entre las flores del
jardín, o el ganado de los montes, o las olas del mar, que encuentre Él una red
que los encierre para Cristo. Yo deseo que aquellos de ustedes que concluyan
que su llamamiento no podría llevarlos nunca a Cristo, se esmeraran en ver si
no pudiera ser así. Hemos de aprender de las hormigas, y de las golondrinas, y
de las grullas y de los conejos; ciertamente nunca debemos quedarnos cortos de
tutores. Parecía que una estrella hubiese sido realmente algo improbable para
que encabezara una procesión de magos orientales, y con todo, fue la mejor guía
que se hubiera podido encontrar; y así pudiera parecer que es algo improbable
que tu oficio te lleve a Jesús, y sin embargo, el Señor podría usarlo para eso.
Pudiera haber un mensaje del Señor para ti en muchas providencias siniestras;
una voz para darte sabiduría pudiera llegarte del hocico de un asno; un llamado
a una vida santa podría sorprenderte desde un arbusto, una advertencia podría
destellar sobre ti desde una pared, o una visión podría impresionarte en el
silencio de la noche cuando el sueño profundo cae sobre los hombres. Sólo
tienes que estar listo a oír y Dios encontrará la manera de hablarte. Responde
la pregunta a la manera como los sabios la habrían respondido, y di: “Sí, en
nuestro llamamiento hay un llamado a Cristo”.
Entonces, ¿qué podríamos hacer mejor ustedes y yo en
esta vida que buscar a Cristo? Los magos pensaban que cualquier otra
empresa era sin importancia comparada con esta. “¿Quién va a asistir a ese
observatorio y contemplar el resto de las estrellas?” Ellos mueven sus cabezas,
y responden que no saben; esas cosas deben esperar; han visto Su estrella y se aprestan a adorarle.
Pero, ¿quién atenderá a sus esposas y familias, y todo lo demás, mientras
realizan este largo viaje? Ellos replican que cualquier cosa menor ha de
subordinarse a todo lo superior. Los asuntos deben valorarse en su debida proporción,
y la búsqueda del rey de los judíos, quien es el deseo de todas las naciones,
es tan grande más allá de toda proporción que todo lo demás pasa a un segundo
plano. ¿No eres tú también lo suficientemente sabio para juzgar de esta misma
manera sensible? ¿No piensan, queridos amigos, que sería bueno usar todo el día
de mañana para buscar a Jesús? Será un día feriado, ¿podrías pasarlo mejor que
buscando a tu Redentor? Si fueras a tomar una semana, y entregarla enteramente
a tu propia alma buscando a Cristo, ¿no estaría bien invertida? ¿Cómo puedes
vivir con tu alma en peligro? Oh, que dijeras: “Tengo que entender muy bien
esto; es un asunto sobremanera importante, y tengo que verlo alcanzado”. Esto
no sería más que puro sentido común. Si estás manejando un carruaje y se
rompieran los arreos, ¿no detendrías el caballo, y arreglarías el arnés? ¿Cómo,
entonces, puedes seguir con el carro de la vida cuando todo su arnés es
inservible y una caída significa tu ruina eterna? Si dejas de conducir para
arreglar un cinturón por miedo de un accidente, yo te pediría que detengas
cualquier cosa y todas las cosas para ocuparte de la seguridad de tu alma. Mira
cómo revisa el ingeniero la válvula de seguridad; ¿estás contento de correr
unos riesgos más peligrosos? Si tu casa no estuviera asegurada y realizaras una
actividad riesgosa, la probabilidad es que te sentirías extremadamente ansioso
mientras no hubieras arreglado ese asunto; pero tu alma no está asegurada y
podría arder perennemente, ¿no le prestarás atención a eso? Yo te suplico que
seas justo contigo mismo, que seas amable contigo mismo. ¡Oh!, ocúpate de tu
bienestar eterno. No tienes certeza de que llegarás a casa para cenar esta
noche. La vida es frágil como una telaraña. ¡Podrías estar en el infierno antes
de que tu reloj dé la una! Recuerda eso. No hay ni un paso entre tú y la separación
eterna de la presencia de Dios si todavía no has sido regenerado; y tu única
esperanza es encontrar al Salvador, confiar en el Salvador, obedecer al
Salvador. Por tanto, igual que estos magos, haz todo a un lado, y comienza a
hacer ahora un esfuerzo sincero, decidido y perseverante para encontrar a
Jesús. Estaba a punto de decir: resuelve encontrar a Jesús o morir; pero voy a
cambiar las palabras, y voy a decir: resuelve encontrarlo a Él y vivir.
Cuando lleguemos cerca
de Jesús hagámonos esta pregunta: “¿Vemos
más en Jesús de lo que ven otras personas?”, pues si lo hacemos, somos
elegidos de Dios, instruidos por Dios, iluminados por Su Espíritu. Leemos en
las Escrituras que cuando estos magos vieron al tierno niño, se postraron y le
adoraron. Otras personas podrían haber entrado y podrían haber visto al niño y
haber dicho: “Muchos niños son tan interesantes como el bebé de esta pobre
mujer”. Sí, pero cuando esos varones miraron, ellos vieron: no todos los ojos son tan bendecidos. Los ojos que ven son
dones del Ser que todo lo ve. Los ojos carnales son ciegos; pero estos varones
vieron al Infinito en el infante;
Por último, aprendan de
estos magos que cuando ellos adoraron no permitieron que fuera una mera
adoración con las manos vacías. Pregúntate: “¿Qué
le entregaré al Señor?” Postrados delante del tierno niño, ofrecieron “oro,
incienso y mirra”, lo más selecto de los de los metales y lo más selecto de las
especias; una ofrenda de oro para el Rey; una ofrenda de incienso para el
sacerdote; una ofrenda de mirra para el niño. Los sabios son hombres liberales.
La consagración es la mejor educación. Hoy se piensa que ser sabio es estar
siempre recibiendo; pero el Salvador dijo: “Más bienaventurado es dar que
recibir”. Dios juzga nuestros corazones por aquello que proviene
espontáneamente de ellos; de aquí que la caña aromática comprada por dinero es aceptable
para Él cuando es ofrecida libremente. Él no sobrecarga a Sus santos ni los
hace fatigar con incienso, antes bien se deleita viendo en ellos ese amor que
no puede expresarse con simples palabras, sino que tiene que usar oro y mirra,
obras de amor y actos de abnegación que sirven de emblemas de su gratitud.
Hermanos, ustedes no van
a penetrar nunca en el corazón de la dicha mientras no se vuelvan abnegados y
generosos; ustedes solamente han mascado las cáscaras de la religión que a
menudo son amargas, pero no han comido nunca de la dulce semilla mientras no
hayan sentido el amor de Dios que los constriñe a hacer un sacrificio. No hay
nada al alcance del verdadero creyente que no haría por su Señor, nada en
nuestra riqueza que no le daríamos a Él, nada en nosotros mismos que no
dedicaríamos a Su servicio.
¡Que Dios les dé a todos
ustedes la gracia para venir a Jesús, aun cuando sea por medio de la luz
estelar de este sermón, por amor de Su nombre! Amén.
Traductor: Allan Román
12/Diciembre/2012
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