El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Más y Más, o Menos y Menos

NO. 1488

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 10 DE AGOSTO DE 1879

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. Mateo 13: 12.

 

Dos grandes principios generales son conspicuos en el Evangelio. El primero es que Dios da de Su gracia a los que están vacíos: “A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos”. El segundo principio es que una vez que ha dado cierta medida de gracia, es Su costumbre dar más: “Él da mayor gracia”. El Señor de amor no escatima en absoluto y no establece ningún límite a la abundancia de la gracia que pueden recibir los que acuden a Él. Él les da gracia a los que no tienen nada, y mayor gracia a quienes ya ha favorecido. Estos dos principios no se contradicen entre sí, sino que cada uno ayuda a completar al otro. En su orden apropiado exhiben ambas caras de una misma verdad, y nos instruyen con respecto a los tratos del Señor con respecto a dos etapas diferentes de la condición espiritual. Cada principio tiene su propio campo de acción. ¿Todavía no eres salvo? Entonces el principio con el que tienes que ver es este: que Dios llenará al que está vacío y dará de comer al hambriento. Tienes que acudir a Él sin nada que sea tuyo excepto tus necesidades y pedirlo todo de Sus manos. Tu sabiduría consiste en acudir apresuradamente al Salvador tal como estás, sin detenerte para reunir un precio que pudieras llevar contigo; debes recurrir al generoso Señor con tus manos vacías. En toda tu pecaminosidad tienes que poner tus ojos en Él para recibir perdón; en toda tu desnudez tienes que acudir presuroso a Él para tener ropa; en toda tu debilidad tienes que clamar a Él para recibir fuerzas; sí, en toda tu muerte has de volver la mirada a Él para tener vida, tal como Él lo ha dicho: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. Asegúrate de que este punto te quede muy claro, pues a menos que tu ojo sea bueno en esto, toda tu alma estará llena de tinieblas. La gracia es para los indignos, para los culpables, para los necesitados; de otra manera dejaría de ser gracia. El Evangelio no es la ley, por tanto, no exige un carácter santo como una condición para recibir sus bendiciones, sino que viene a los pecadores tal como están, los mira con un ojo compasivo, perdona sus pecados, y los vuelve nuevas y santas criaturas. Al tratar con el pecador, Dios actúa sobre el principio del amor y del favor inmerecidos. Trémulo pecador, tienes que acudir con tu cántaro para que Él lo llene en el pozo profundo de Su desbordante amor.

 

Cuando un hombre ha recibido gracia, o cuando profesa haberlo hecho, le corresponde el segundo principio. Tiene que asegurarse de que en realidad y en verdad haya recibido lo que Dios le ofrece en el Evangelio, pues si no recibe real y verdaderamente desde el propio principio la verdadera gracia de Dios, comenzará con falsedad y terminará en vergüenza. Tiene que asegurarse de que tiene los comienzos de la gracia, pues de otra manera no podría tener su crecimiento. Si hubiese un error en cuanto a la recepción real de Cristo en el corazón, pudiera haber una apariencia de tener a Cristo, y esta apariencia pudiera durar por un tiempo, pero como nada ha comenzado realmente no habría ninguna adición. Mientras sea como el suelo sin cultivar recibiré simplemente la simiente cuando sea esparcida; pero después del esparcimiento de la semilla, si creo haberla recibido, debo asegurarme de que no estoy engañado, debo vigilar que la palabra esté alojada en los surcos de mi alma, pues a menos que ese sea el caso, más allá de toda duda, lejos de obtener el crecimiento en la gracia, pronto voy a perder lo que creo tener y quedará públicamente demostrado que soy estéril e infecundo. Si he recibido la luz del cielo en el interior de mi alma, por pequeños que sean sus comienzos, el Señor agregará un generoso incremento, y mientras sigo conociéndole, seré como la luz de la aurora que va en aumento hasta  que el día es perfecto. Si simplemente lo aparento, voy a apagarme, pero si soy un sincero creyente, voy a resplandecer más y más. En este momento voy a esforzarme por usar este último principio para nuestra advertencia e instrucción. Que el Espíritu Santo lo bendiga grandemente para nuestros corazones, de manera que quienes profesan ser el pueblo de Dios puedan asegurarse de que su profesión está cimentada en la verdad, y que quienes son meros oidores del Evangelio sean turbados en sus conciencias y despertados del sueño de la muerte.

 

I.   Primero, vamos a estudiar este principio SEGÚN ES ILUSTRADO EN LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR. No dejarán de observar que estas palabras de nuestro Señor las registran tres evangelistas en conexión con la parábola del sembrador. Además de nuestro texto, las encontrarán en Marcos 4: 24; allí están al final de la parábola del sembrador y se encontrarán con ellas otra vez en Lucas 8: 18, siempre en conexión con la misma parábola. El principio debe ser muy importante, pues de otra manera nuestro Señor no se habría asegurado de que tres evangelistas las registraran; y debe de haber tenido el propósito de que las leyéramos a la luz de la parábola, o no las habría vinculado a ella.

 

Esa parábola fue relatada en referencia a la audición de la palabra, y es con respecto a la palabra de Dios y a sus bendiciones, que dice: “A cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. Para conocer la mente del Espíritu es siempre sabio ver un pasaje en su contexto; hacemos esto con los escritos de los hombres cuando deseamos entenderlos, y la propia razón nos enseña a hacer lo mismo con la palabra de Dios. Consideremos nuestro texto en su contexto original. Cada evangelista le ha dado un matiz diferente a su registro.

 

En Mateo, de quien tomamos nuestro texto, las palabras son expresadas en referencia a oír la palabra -no cualquier modo de oír- sino al oír mismo. Lean el versículo nueve: “El que tiene oídos para oír, oiga”. Hay algunos que no oyen, pues “con los oídos oyeron pesadamente”, y hay otros de quienes está escrito, “Bienaventurados vuestros oídos, porque oyen”. Amados, hay que poner cuidado de oír verdaderamente lo que oímos, pues si no lo hacemos, pronto perderemos todo poder de oír; pero si oímos la verdad atentamente y de corazón, tendremos el privilegio de oírla aun más plenamente, y de obtener un mayor beneficio al oírla, tal como dice nuestro Señor: “Él respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más”.

 

El primer cuadro que presenta nuestro Señor en la parábola del sembrador es el de la semilla que cae junto al camino o en suelo duro. Había mucho tráfico a través del campo, un sendero que era pisoteado duramente por muchos pies que corrían de un extremo al otro, y un puñado de semilla cayó en él. Así el Evangelio cae sobre hombres que están ocupados con obstinaciones, prejuicios, empeños, ambiciones, cuidados, y estas cosas provocan tanto tráfico a través de sus mentes que se endurecen para el Evangelio; nunca alcanza al hombre interior, sino que yace sobre la dura superficie siendo una cosa rechazada. Cuando lo oyen, lo oyen y eso es todo: como dice el dicho: “entra por un oído y sale por el otro”. La verdad nunca penetra en el hombre. A ellos no les gustaría ausentarse por completo de los servicios religiosos, pero terminan haciendo algo muy parecido pues únicamente sus cuerpos están allí pero sus corazones están muy lejos, ocupados en temas muy diferentes. Ellos traen oídos que están sellados para el predicador, y ojos que tienen cortinas para impedir la entrada de la luz. Ven, pero no perciben; oyen, pero no entienden. ¿Cuál es el resultado seguro de esta audición simulada? En la parábola, el Salvador representa a los pájaros del aire como llevándose la semilla que cayó junto al camino y devorándola, y nos dice a manera de explicación que Satanás viene y arrebata la palabra para evitar que en cualquier momento posterior obtenga una entrada en el corazón. Así se cumple el texto: “Al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. ¡Cuántos de nuestros oyentes son de ese tipo! Pierden lo que tienen porque la verdad es que nunca lo tuvieron. Su asistencia a la adoración consiste en entrar y salir, entrar y salir, y nada más. Como un perro que entra y sale de la feria, no tienen nada que hacer cuando van a la casa de Dios. No son mejores por haber entrado y por haber salido que la puerta que oscila sobre sus goznes, y gira hacia dentro y hacia fuera, y luego se queda quieta en su lugar. Tales personas, como la tierra junto al camino, no reciben nada; y, al no recibir nada, siguen sin recibir nada; es más, incluso van de mal en peor, pues, aunque no recibieron nada al principio, al menos daban la impresión de haber recibido algo, y a su debido tiempo aun esa apariencia desaparece. Cada vez es menos probable que el Evangelio les beneficie, y se endurecen más y más en contra de él, mientras que quienes en verdad oyen y se embeben de la verdad se vuelven capaces de oír y de entender más; más misterios les son abiertos; verdades más profundas les son reveladas, y perciben una mayor dulzura y un poder más divino en la palabra de Dios. Quienes no reciben la palabra pierden el poco conocimiento conceptual de la palabra que alguna vez poseyeron. Aunque pudiera ser el mismo predicador y la misma predicación de las mismísimas doctrinas, con todo, los resultados son muy diferentes: para quienes tienen parte y suerte en el asunto, los caminos del Señor destilan grosura, mientras que para los oyentes incrédulos y descuidados el ministerio se convierte cada día en algo más pesado, hasta el punto que claman diciendo: “¡Oh, qué fastidio es esto!” Satanás está realizando su obra concienzudamente y está quitando del corazón empedernido todo deseo por la palabra y todo interés en ella.

 

En Marcos 4: 25 nuestro texto es usado en referencia a la doctrina que ha de ser oída. El Salvador dice en el versículo 24: “Mirad lo que oís”. Quisiera recalcar esa importante exhortación ante todos ustedes como sumamente necesaria en estos tiempos. En la actualidad a la gente no le importa lo que oye. Si un varón puede hablar fluidamente, si puede ser retórico y sensacional, si puede contar muchas historias bonitas, si puede utilizar pretenciosas tonterías y discursos rimbombantes tendrá muchos oyentes. Hubo un tiempo con nuestros padres en que si un hombre se desviaba media pulgada de la ortodoxia, no querían saber nada de él; y aunque no quisiéramos que ustedes fueran tan criticones, pues no quisiéramos convertir a un hombre en un ofensor por una palabra, con todo quisiéramos que fueran celosos por la verdad. Si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que habéis recibido, yo los exhorto que no lo escuchen. Sean buenas ovejas del buen Pastor, de quien está escrito, “al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. Los falsos pastores procuran embelesarlos con su excelencia de lenguaje, pero han de prestar oídos sordos a sus encantos. La falsa doctrina es un plato envenenado sin importar cuán atractivamente pudiera ser servido. Los falsos maestros querrían, de ser posible, engañar a los propios elegidos; pero ustedes saben que el Salvador dijo: “Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas”. “Mirad lo que oís”. Un hombre no puede dar falso testimonio durante mucho tiempo sin salir lesionado por ello. Pudiera decir al principio: “Me cae bien ese varón, admiro su ingenio, aunque disiento mucho de lo que dice”. Esto es pisar un suelo traicionero, pues imperceptiblemente brota el mal de allí; “Su palabra carcomerá como gangrena”. No puedes exponer el suelo de tu corazón a una continua siembra de cizaña pues alguna que otra cizaña echará raíces, y más pronto que tarde, en vez de que el buen trigo crezca en tu alma, germinará la cizaña cuyo fin es ser quemada, y tú habrás perdido la cosecha que debía haberse producido en tu espíritu. El sabio dice: “Cesa, hijo mío, de oír las enseñanzas que te hacen divagar de las razones de sabiduría”. “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”. “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia”. Por tanto, ‘mirad lo que oís’.

 

Hay muchas personas que cuando oyen el Evangelio, son, de acuerdo al segundo cuadro de nuestro Señor, meros oyentes superficiales. Prestan alguna atención a su acto de oír, pero no a lo que han oído, pues si consideraran el valor y la dignidad de la palabra la pondrían más íntegramente en su corazón y afectaría permanentemente sus vidas. Estos son aquellos que reciben la palabra en pedregales. Cuando el Evangelio viene a ellos, lo captan sin mucha consideración; tienen ansiedad y avidez de recibirlo, y se regocijan porque tienen la oportunidad de oírlo, “al momento la recibe con gozo”. Cantan y dan voces de inmediato: “¡Dichoso día! ¡Dichoso día! Este es el evangelio para mí. He encontrado paz y cielo, y nunca volveré a estar ansioso”. Esas personas no han calculado el costo, ni han sopesado la verdad, ni han entrado en su significado interior y en su certeza espiritual. No ha habido ningún arrepentimiento de pecado, ningún sentido de culpa, ninguna humillación delante de Dios, ningún quebrantamiento de espíritu, ningún conflicto interior y ninguna obra del Espíritu Santo en el alma. Todo ha sido una suerte de asunto despreocupado en el que captaron lo que estaba a su disposición y prometía algo bueno. Pronto arrojarán lejos lo que han abrazado tan inconsideradamente; cuando el sol está en lo alto, la planta que no tiene raíces se marchita; cuando surge la persecución, el convertido que no es regenerado se escandaliza. Nuestro Salvador nos pone sobre aviso contra esto en el lenguaje del texto. Si realmente recibes lo que oyes, tendrás más, porque a cualquiera que tiene se le dará, y tendrá más; pero si, como el suelo pedregoso, tú no tienes realmente nunca la semilla sino que simplemente permites que brote en la superficie del suelo que oculta a la roca de tu naturaleza no regenerada, entonces debido a la prueba perderás lo que tienes; la germinación del grano tan prematuramente sólo concluirá en un marchitamiento igualmente rápido que desaparecerá. Oh, mis queridos oyentes, sean sinceros y sólidos en todas las cosas. Crean en lo que efectivamente creen, y asegúrense de que lo que creen es digno de creerse, y que es la propia verdad del Dios viviente. Dejen que se sumerja profundo en su alma y eche raíces allí. Yo ruego que no abracen la religión así como un hombre se pone su abrigo para quitárselo de nuevo; dejen que se enlace en la trama y en la urdimbre de su ser; dejen que sea parte y porción de ustedes mismos, extendiéndose como un hilo a lo largo de todos sus pensamientos, deseos y propósitos, de manera que si alguna otra cosa de ustedes pudiera ser arrancada, sería imposible arrancarles el bendito Evangelio, porque está en su interior y es de ustedes, un parte integrante de su ‘yo’ más verdadero. Si reciben así el Evangelio y se arraiga en ustedes, conocerán más y más sus bendiciones; pero si no lo reciben, sino que dejan que sea el brote sin raíces de una mera religión superficial, les será arrebatado cuando surjan la tribulación y la persecución.

 

En Lucas 8: 18 este grandioso principio es usado en referencia a mirar cómo oímos. Nuestro Señor dijo: “Mirad, pues, cómo oís; porque a todo el que tiene, se le dará; y a todo el que no tiene, aun lo que piensa tener se le quitará”. Muchos están atentos al Evangelio, y tienen algún discernimiento, y no escucharán lo que es errado, de manera que efectivamente consideran lo que oyen, y no obstante tienen poca consideración a cómo lo oyen, y eso especialmente sobre un punto. La forma apropiada de oír el Evangelio es darle plena e íntegra posesión del corazón. El Evangelio es exclusivo. No acepta ser uno de dos maestros. Hermanos míos, yo quisiera que estuvieran entre “los hermanos exclusivos” en un sentido muy excelente y admirable del término. Nuestro Salvador nos da un cuadro de los que no son exclusivos, que son comparados con la semilla sembrada entre espinos. El suelo recibió la buena semilla en cierto modo, y luego recibió los cardos y espinos; y todos esos cardos y espinos y el trigo comenzaron a crecer juntos: una familia feliz, dirían algunos, pero un huerto del diablo estaría más cerca de la verdad. En estos días nuestros conferencistas públicos y nuestros escritores proyectan un huerto de ese tipo a gran escala. La iglesia y el mundo han de unificarse, y santos y pecadores han de mezclarse y ser uno en una ronda universal de asistencia al teatro. Personas que suponen ser cristianas nos urgen a renovar la vieja liga que fue establecida en los días de Noé, y que trajo el Diluvio, cuando los hijos de Dios y las hijas de los hombres se unieron en alianza, porque los hijos de Dios pensaban que mejorarían grandemente al mundo uniéndose a él. En este tiempo se nos dice que es erróneo de nuestra parte abandonar las diversiones degradantes de los impíos, pues si nos uniéramos a ellas podríamos mejorar su tono y calidad. Si el cielo descendiera al infierno, el infierno mejoraría grandemente. Vean cuán benevolente se ha vuelto Satanás, y cuán ansioso está de ser reformado.

 

Oigan la voz de Dios que va en otro sentido: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo”. “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. Tengan cuidado con presenciar dramas religiosos y obras teatrales piadosas, pues constituyen una trampa en la que únicamente caerán los vanos e insensatos. Los espinos son espinos y el trigo no debe intentar crecer en medio de ellos. ¡Vean ustedes aquel trozo de terreno; cuán encantador es su aspecto; el trigo está brotando con sus hojas verdes entre los espinos y los cardos! ¿Acaso no es una concesión deleitable? ¿Cuál fue el fin de esta conglomeración? Pues que el trigo murió; lo asfixiaron, y no pudo crecer en un ambiente tan incompatible. Sepan esto, que si reciben a Cristo tienen que desechar el amor del mundo. Cristo será aut Caesar aut nullus (o César o ninguno): o el rey o nadie. Él quiere tener o bien todo nuestro corazón o nada. Tenemos que entregarnos completamente a Su influencia y a Su dominio, pues si proclamamos a otro rey y le decimos: “Tú reinarás y Cristo reinará también”, Cristo no lo aceptará; se levantará y se irá, pues Sus celos no tolerarían un rival, y Su soberanía no soportaría un consorte. Miren cómo oyen el Evangelio; óiganlo sabiendo que es la única palabra que puede salvar sus almas. Recíbanla en su ser para que se vuelva todo para ustedes, pues si no lo hicieran, les será quitado ese Evangelio que ustedes creen tener, puesto que no le han concedido la recepción que exige y merece. Si le dicen al pecado, y al yo, y a todo lo demás: “¡Fuera de aquí! Mi corazón es únicamente para Cristo; esta buena semilla no debe ser acosada por tales hierbas como ustedes”, entonces la verdad está en ustedes, y será más y más plenamente evidente en su interior, produciendo abundantemente fruto según su género.

 

Entonces, la suma y sustancia de nuestro texto en conexión con esta parábola es esto: la palabra debe morar verdaderamente en nosotros, y después morará ricamente en nosotros; pero si no entra de hecho en el corazón la perderemos por completo en breve. El pueblo judío oyó predicar a Cristo el Evangelio, y debido a que nunca hombre alguno habló como Él, ellos le escuchaban, pero nunca recibieron Su palabra, pues no entendían Su significado; ellos únicamente captaban los símbolos en los que Él escondía los sagrados misterios, pero no conocieron los propios misterios; por consiguiente, después de un poco de tiempo, se enojaron con el mensajero divino del pacto; le persiguieron y le dieron caza a muerte. Mientras Él les daba panes y peces, y mientras se podía obtener algo por oírle, pendían de Sus labios formando muchedumbres, pero cuando no les ofreció más ningún otro alimento sino el pan del cielo, entonces de inmediato levantaron el calcañar contra Él y no quisieron saber nada de Él. En consecuencia, la predicación de la palabra cesó entre ellos. Los apóstoles se volvieron a los gentiles que de buen grado recibieron la verdad, y la nación judía se quedó en la ceguera en la que, ay, permanece hasta este día. Algo semejante está sucediendo entre nosotros ahora. Las personas oyen el Evangelio pero no lo reciben en sus corazones, y por tanto, después de un tiempo, les fastidia; se cansan de que se les recuerde perpetuamente de un peligro en el que no creen, y de ser invitados a un banquete que desprecian, por lo que giran sobre sus talones y se van. Si permanecen por la fuerza de la costumbre el Evangelio pareciera haber perdido todo poder sobre ellos, y no tienen ninguna apreciación de su ministerio. Lo que una vez tuvieron les es quitado, porque nunca lo tuvieron realmente; han sido cegados por la luz que rehusaron para ver; los bocadillos que debieron haber sido su alimento los han asfixiado, y han sido arrojados al infierno por la piedra sobre la que debieron haberse remontado al cielo. El que recibe, obtiene más; el que no recibe pierde lo que parecía tener. No hay ninguna inmovilidad pues hay un movimiento necesario en un sentido o en otro. En este asunto un hombre se vuelve más rico o más pobre diariamente. Este no es un mar estancado, la corriente arrastra hacia delante ya sea a los Buenos Puertos o al negro mar de la ruina eterna. He aquí el inevitable decreto: el que tiene, tendrá; el que supuestamente tiene, y no tiene, perderá incluso su poder de dar la apariencia que tiene.

 

II.   Esto ha de bastar; y ahora, queridos amigos, procuremos destacar el mismo principio EN REFERENCIA A LA EXPERIENCIA DE TODAS LAS ALMAS BENDECIDAS. Nuestra experiencia certifica la verdad del texto, “A cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”.

 

Entre los hombres del mundo comúnmente se comenta que siempre llueve sobre mojado. Donde se ve una oveja generalmente hay un rebaño. El dinero engendra dinero. La pobreza sigue siendo pobre. La falta de capital trae la bancarrota. Una compañía empieza con un capital imaginario o prestado; arman un alboroto y hacen ruido, pero no prospera nunca. Pronto quiebra, y se pierde todo, y sin embargo, nunca tuvo nada propio que perder; así se comprueba al pie de la letra la verdad: ‘Al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado’. Ordinariamente, la prosperidad es una gallina a la que le gusta poner sus huevos en el nidal, y cuando una golondrina exitosa llega, otras la seguirán. Ciertamente hemos visto que sucede lo mismo con las cosas de la gracia; donde la gracia ha sido dada, allí llega más gracia; el capital espiritual bien trabajado multiplica el valor de la acción, y la riqueza espiritual se produce donde hay una sólida base para comenzar. Demos algunos ejemplos.

 

Cuando un hombre cree en el Evangelio en su forma más elemental, a ese hombre pronto se le enseñarán verdades más excelsas. Cuando comenzamos con algunas personas explicándoles el sencillo camino de la salvación, presentan dudas y subterfugios. “Pero” es su palabra favorita. Claman diciendo: “pero no puedo ver esto y no puedo entender eso”. Nosotros nunca pensamos que lo verían o que lo entenderían, pues generalmente quieren entender primero las partes más difíciles del Evangelio, como un hombre que quiere necesariamente estar en la cima del Monte Blanco antes de haber llegado al valle que está al pie.

 

Imaginen la locura de una conversación como ésta: “Aquí tienes tus letras, hijo mío; esta es la letra A”. “Maestro, no puedo aprender el A B C, pues aún no puedo leer ni una sola línea de la Ilíada de Homero”. “Vamos, entonces, hijo mío, aprende la tabla de multiplicar”. “Ay, maestro, no puedo hacerlo, pues todavía no estoy familiarizado con el Cálculo Diferencial”. Seguramente el niño se está burlando de nosotros y no está dispuesto a aprender. Se pueden dominar los rudimentos aunque no se hayan alcanzado los grados superiores de estudio. La mitad de las dificultades de los incrédulos son el resultado de la indisposición a recibir la enseñanza. Cuando un hombre dice: “yo entiendo muy poco, pero yo sé que soy un pecador y percibo que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, por tanto voy a confiar en que Él me salve”, ese hombre tiene algo, y tendrá más. Cuando un buscador confiesa: “yo soy muy tonto y comprendo con lentitud, pero percibo que necesito un nuevo corazón, y que únicamente el Espíritu de Dios puede renovarme, por lo que le pido Su gracia”, entonces es claro que tiene alguna fe, y a él se le dará de manera que tendrá más. Si estás luchando con la incredulidad has de estar dispuesto a creer lo que puedas creer; ten una voluntad tendiente a creer. Querido amigo, si todavía no puedes seguir al Señor en las profundidades, Él te salvará si le sigues en las partes poco profundas hasta donde puedas. Si hay alguna verdad que te deje confuso, no por eso rechaces a tu Señor, sino que has de estar dispuesto a aceptar lo que no te deje confundido. Toca el borde de Su manto si no puedes alcanzar a Su divina persona, y pronto encontrarás que tu fe en las verdades elementales del Evangelio, por la gracia del Espíritu Santo, te conducirá a un entendimiento de los misterios más profundos. Usa la luz de las estrellas que tienes disponible, y pronto contarás con la luz del sol.

 

Lo mismo que sucede con la fe sucede con la posesión de cualquier gracia real y genuina. Tomen el arrepentimiento, por ejemplo; un hombre puede decir: “Mi corazón es duro y no puedo arrepentirme como yo quisiera”. No, mi querido amigo, pero, ¿realmente odias el mal y te esfuerzas por evitar las faltas en las que caías anteriormente? ¿Deploras y lamentas los errores, las faltas y las transgresiones de las que estás convencido? Bien, entonces, tu arrepentimiento se profundizará; uno de estos días llegarás a ser muy sensible, y te disciplinarás aun por un pensamiento pecaminoso. Aunque ahora no puedas alcanzar la sensibilidad que anhelas, con todo, si tu arrepentimiento es real, aunque sea débil al principio, al que tiene, se le dará, y tu arrepentimiento crecerá. Si hubiera en tu corazón un evidente amor por el pecado es inútil que esperes que tu arrepentimiento aumente, pues no tienes ninguno. Tu laurel verde no es el sauce llorón, y nunca se convertirá en uno, sin importar cuánto se extienda; pero la ramita más pequeña del sauce, si fuera plantada junto a corrientes de aguas, prosperará con seguridad.

 

Tomen a la fe de nuevo. Si tú crees realmente en Jesucristo y buscas en Él la salvación, esa fe, aunque sea muy débil, se volverá fuerte. Si hubiera aunque fuera un poquito, se volverá grande en el alma; pero si tú dices: “pienso que creo”, y sin embargo, no crees realmente, nunca crecerás en la fe; de hecho, la fe que piensas tener se desvanecerá por completo en el día de la tribulación, y te verás sumido en la desesperación. Si realmente confías en mi Señor y Maestro, aunque tu fe sea como un grano de mostaza, si fuera real, tendrás más y más hasta que tu fe pueda mover montañas y arrancar árboles. El plan de Dios es agregar más al primer depósito pequeño de fe, así como un maestro de obras agrega piedra sobre piedra hasta que la estructura queda completada.

 

Lo mismo sucede con el amor a Dios. ¿Quién de nosotros ama a Dios como desearía amarlo? Suspiramos diciendo:

 

“Sí, yo te amo y te adoro,

Oh, dame gracia para amarte más”.

 

Pero, amados, el punto que tienen que vigilar no es tanto la posesión del amor ardiente de un Samuel Rutherford o de una Madame Guyon, como el de asegurar aunque sea el más mínimo grado de un genuino amor por Jesús. Comprueben que sea cierto aunque sea débil. Una chispa de fuego es un verdadero fuego, y es más que suficiente para comenzar. Transforma en su propia naturaleza todo aquello con lo que entra en contacto, y se propaga por la fuerza de su propia intensidad. Lo mismo sucede con el amor. Si tú tienes un fuego real arderá, pero si sólo tienes un fuego pintado, no aumentará. Un amor pintado por Cristo, con lo cual quiero decir la mera imitación de un amor por Él, no aumentará, sino que eventualmente desaparecerá por completo. Asegúrate de amar verdaderamente a Jesús. Te imploro y te suplico que te preocupes por esto. No finjas amor, antes bien siente amor. Dale tu corazón entero, pues el amor de palabra es una burla. ‘¿Cómo puedes decir: te amo, cuando tu corazón no está conmigo?’

 

Lo mismo sucede con el celo por la gloria de Dios; ninguno de nosotros es tan celoso como debería serlo por Cristo, pero la forma de llegar a ser ardientemente celoso por Su nombre es ser verdaderamente celoso desde el principio. Si tú deseas Su gloria, por débil que sea ese deseo, se volverá más y más intenso. Si sientes que tienes que vivir para alabarle, si deseas que se te conceda estar dispuesto aun a morir para alabarle, pronto sentirás un celo seráfico. La verdadera gracia tiene que crecer, no hay temor acerca de su incremento. Si el bulbo del lirio está realmente vivo, la hermosa flor coronará pronto su tallo, pero si desde el comienzo es un bulbo muerto, puedes ponerlo en el mejor suelo y regarlo a cada momento, pero nada brotará de él. Una semilla puede ser tan pequeña que difícilmente se puede ver, y sin embargo, si es una semilla viva, nadie podría decir cuánto se desarrollará; pero si se tratara de una de esas semillas muertas que son demasiado abundantemente mezcladas en los paquetes del comerciante en semillas, puedes hacer lo que quieras con ellas, pero su único cambio será la corrupción. Vean, entonces, que donde hay verdadera gracia no deberíamos despreciar el día de las cosas pequeñas, sino buscar más gracia y una mayor manifestación del poder divino.

 

Es digna de observación la manera en que la promesa del texto es cumplida por nuestro benigno Dios. “A cualquiera que tiene, se le dará”. Si esto está vinculado con la parábola del sembrador se vuelve claro que Dios da más mediante un proceso de crecimiento; y entonces, tomando la verdad desde otra perspectiva, vemos que todo crecimiento sigue siendo un don de Dios, y no debemos olvidar que así es. Si tienes alguna fe, si has de volverte fuerte, la misma gracia que te dio la primera confianza en Cristo, tiene que darte más. Es muy cierto que hay un poder creciente en la vida interior, pero su creciente poder depende directamente de la obra de Dios. Si Él dejara de comunicar más gracia, la nueva vida tiene que dejar de crecer. Bien dice el apóstol: “Él da mayor gracia”. Tú creces, pero ese crecimiento es un don de Dios, y tienes que buscarlo en Él.

 

¿Por qué no nos dio el Señor la mayor medida de gracia desde el principio? ¿Por qué prometer mayor abundancia como un resultado posterior? Pienso que es porque valoramos más la gracia cuando nos llega poco a poco. Además, es para nuestro bien que nos ocupemos en obtener mayor gracia. A una pobre mujer se le permite que vaya y espigue en un campo; tu generosidad podría decir: “Vamos, mi buena mujer, yo te daré el grano, y no tendrás el problema de espigar”; pero esto pudiera ser algo no tan bueno para ella como permitirle que espigue el trigo por sus propios esfuerzos. Es a menudo mucho mejor permitir que los pobres se ayuden a sí mismos, que ayudarles sin que tengan que ocuparse por sí mismos. Dios es sabio con nosotros. Tiene el propósito de darnos el grano, pero Él decide que lo espiguemos y que así nos ejercitemos para la piedad. Hemos de volvernos ricos en gracia, pero ha de ser por un comercio espiritual. El crecimiento es un don, recuerden eso. La gracia de Dios se recibe, no como una cosa externa y muerta, sino como un brote, y para que haya un brote tiene que haber vida interior.

 

Entonces, ustedes que creen que tienen un poco de gracia genuina en sus almas, bien pueden cobrar ánimo. Que la verdad contenida en el texto les sirva de aliento: a ustedes se les dará, y tendrán más. No piensen que porque sólo tienen un poco de fe han de estar dudando y temblando siempre. Dejarás eso atrás, hermano mío, conforme tu fe se afirme. No supongas que debido a que tus manos han sido débiles y tus rodillas han sido trémulas, siempre han de ser así. No siempre habremos de ser infantes en brazos, pues diariamente nos estamos acercando a la plenitud de la estatura. Tú estás muy contento de tener pequeñitos en casa. Ellos pudieran ser unos diminutos y amados bebés, pero no estás insatisfecho del todo porque sean pequeñitos en vista de que lo correcto es que así sean. No se espera que un bebé de seis meses sea muy alto. Te agrada tener un hijo aunque sea pequeño, y admiras incluso su pequeñez. Pero supón que tu hijo viviera veinte años, y que siguiera siendo un bebé en estatura; entonces tú estarías muy afligido, y dirías: “Ciertamente mi hijo es un enano. Qué triste es que mi muchacho sea tan deforme”. Ustedes, jóvenes principiantes, no necesitan preocuparse por ser pequeños; se espera que lo sean; pero no se vale que ustedes, personas mayores, que han sido cristianas estos veinte años, sigan siendo bebés, pues, si así fuera, comenzaríamos a temer que ustedes no son hijos de la propia familia del Señor, pues la vida divina crece. Un poste muerto que vimos en el terreno hace veinte años sigue siendo el mismo poste, ni más grande, ni más pequeño, y su único cambio es que su base se está pudriendo. Pero cuán diferente es el árbol que vimos hace veinte años. Era entonces un joven árbol que se podía doblar, pero ahora se ha vuelto como una columna de hierro, y no hay forma de moverlo. Lo mismo debería suceder con nosotros, y tenemos que aspirar a que así sea. Que Dios el Espíritu Santo lo realice en nosotros, por Jesús nuestro Señor.

 

Sin embargo, el punto principal que viene es este: ¿hemos obtenido realmente el primer principio viviente? ¿Tenemos realmente la simiente celestial en nuestras almas? No puedo predicarles en este momento como quisiera, porque no es tanto un tema para un sermón como para uso personal, o para un ojo discernidor que mire a través de una ventana directo en el corazón de cada uno de ustedes. La mayoría de ustedes profesa ser el pueblo de Dios, pero, ¿realmente lo son? Yo no tengo ninguna razón para sospechar de ustedes, pero, ¿tienen alguna razón para sospechar de ustedes mismos? Ustedes dicen que fueron convertidos, pero ¿fue conversión o no lo fue? Ustedes dicen: “yo creo en verdad en Jesús”, pero ¿se trata de esa fe real que depende solamente de Él? Ustedes saben que un individuo puede profesar durante mucho tiempo sin descubrir que se ha engañado a sí mismo incluso durante muchas decenas de años; y me temo que hay algunos que nunca abrirán sus ojos a su autoengaño intencional hasta que se vean en el infierno, cuando ese descubrimiento llegue demasiado tarde. Oh, no sigamos incrementando el número de la iglesia sin escudriñarnos debidamente para ver si verdaderamente pertenecemos al número de los fieles. Un príncipe puede llenar su baúl de piedras brillantes, pero ¿qué si todas resultaran ser joyas de imitación? Un coleccionista de monedas podría acumular una multitud de ellas; hay proveedores que gratificarán su gusto y le suministrarán un interminable número de falsificaciones, pero si un maestro de la ciencia revisara sus tesoros y los condenara como meras imposturas, ¡qué desilusión le embargaría! Hermanos y hermanas, cada uno de nosotros ha de ponerse en el laboratorio de pruebas; pidamos al Señor que nos escudriñe, no vaya a ser que seamos encontrados faltos de gracia. A cualquiera que tiene, se le dará, y si no tenemos verdadera gracia, no se nos dará, sino que aun perderemos la que tenemos.

 

III.   Ahora debo concluir tristemente con LA OTRA CARA DE LA VERDAD EJEMPLIFICADA EN LA EXPERIENCIA DEL INSINCERO. Hombres y mujeres insinceros descubren que lo que tenían les es quitado. Voy a ilustrar este punto muy rápidamente. Es de esta manera.

 

Muchos que oyen el Evangelio fueron educados para hacerlo desde su niñez; pero si no reciben el Evangelio de todo corazón en muchos casos renuncian a asistir a los medios externos de la gracia cuando se alejan de las restricciones de la sociedad religiosa. Encuentran que es una actividad aburrida sentarse durante tanto tiempo y escuchar las soñolientas oraciones y las aburridas predicaciones. Encuentran que es incómodo entrar en atiborradas congregaciones, que es frío estar en las pequeñas, y poco saludable sentarse en la atmósfera cerrada de una casa de reunión. Esas personas ven muchas fallas en el servicio, y se quejan con mucho tino. Al principio se ausentan una parte del día. Una vez es más que suficiente para ellas, eso dicen; no pueden asistir dos veces. Luego, pronto encuentran cualquier excusa para quedarse en casa. Algunas veces llueve, en otro momento se sienten indispuestas; estas cosas no les impedirían trabajar, pero basta muy poco para excusar que un hombre se quede en casa el día domingo. A la larga dejan de ir por completo. Así les es quitado lo que realmente no tuvieron; no oyeron realmente, y ahora no oyen nominalmente. Hay miles de personas en casa hoy en Londres, que ni se han vestido aun a esta hora, a quienes les es quitado todo deseo de oír el Evangelio.

 

He aquí otra forma de lo mismo. El hombre continúa oyendo, pero no habiendo recibido el Evangelio pierde todo poder para apreciarlo. “No sé qué le ha pasado a nuestro ministro” –dice- “en un tiempo yo solía sentir algo cuando él predicaba, pero no sucede así ahora. Está envejeciendo y se encuentra prácticamente agotado”. Sin embargo, otras personas no comparten eso, pues han sido convertidas y bendecidas bajo su ministerio. ¿Qué ha ocurrido? Pues bien, que este hombre ha perdido lo que parecía tener, es decir, el poder de apreciar el Evangelio. Se acuerda de los días cuando solía estar de pie en los pasillos todo el tiempo, anhelando captar cada sílaba, y entonces regresaba a casa y se ponía de rodillas y oraba pidiendo misericordia. Nada le afecta ahora. Tiemblen, mis queridos oyentes, si es ese su caso, pues se dirigen rápidamente a la perdición, sin nada que los detenga. Están muriendo de raíz y continuarán perdiendo toda sensación hasta que la muerte termine en corrupción.

 

En ciertas personas esto adopta aún otra forma. Ellos recibieron la gracia de Dios y se produjo un efecto en ellos, pero todo eso desapareció. He visto a un inconverso admirablemente reformado por un tiempo por oír la Palabra. Ha renunciado a la copa del borracho y el lenguaje sucio ha cesado; hubo una gran mejoría moral gracias a la cual todos nosotros nos alegramos mucho; pero, ay, no duró. A menos que la obra del Evangelio sea una obra interna en el corazón y si únicamente se basa en una reforma externa, la persona regresa a menudo a ser peor de lo que antes era. El espíritu maligno que había salido de él regresa, y toma consigo otros siete espíritus más malvados que él mismo, y entran y moran allí, y el último fin de ese hombre es peor que el primero. Si el Evangelio no te salva, podría llegar a hacerte peor al final; si no es olor de vida para vida, se volverá olor de muerte para muerte.

 

Una versión más de esta misma verdad y habré concluido. Algunos parecieran recibir la Palabra incluso más profundamente que aquellos en quienes produce una reforma externa, pues hacen una confesión de fe en Cristo; oran, y tal vez predican; sus voces se escuchan en las asambleas cristianas, y aparentan vivir una vida cristiana. He visto que incluso se vuelven eminentes por una supuesta santidad, pero si no han recibido real y verdaderamente la Palabra ¡cuán miserables han de ser sus vidas! No reciben el secreto consuelo de la verdadera religión, y sin embargo, deben mantener la apariencia de ella. Ciertamente la gente más pobre en el mundo es la que tiene que guardar las apariencias y no tiene los medios para hacerlo; siempre está contrayendo deudas, y sin embargo, tiene que mirar a todo el mundo a la cara. Siempre me compadezco de un noble sin dinero, del Conde de Ningún Lado, del Señor Sin Tierra. Muchos profesantes se encuentran en una situación similar, tienen nombres de que viven, y están muertos. No creen realmente en lo que profesan creer. Tienen una aguda sospecha de que no todo está bien en el interior, y por eso, no obtienen ningún consuelo de toda su plática y de su comportamiento religioso; es una tarea, una monótona y triste tarea. No tienen ninguna prueba en sus propios corazones de la verdad del Evangelio pues carecen de la evidencia interna, que es la mejor de todas. Su religión no los ha transformado nunca, ni ha removido las profundidades de su ser, y al final se vuelve imposible mantener la impostura. Justo como le sucede a un varón que continúa viviendo más allá de sus medios, que llega un momento que tiene que caer en bancarrota, así llega un momento para el engañador espiritual cuando no puede seguir así por más tiempo. Miren a Judas; él vendió su alma por treinta piezas de plata y una soga; esa fue su manera de salir de su profesión. Otros se han convertido en escépticos más burdos y en más viles odiadores de Cristo que otros; su hipocresía se ha coagulado en blasfemia. Otros se han establecido en la total indiferencia, dureza y descuido y se han quedado dormidos hasta entrar en el infierno. ¡Donde la trampa se mantiene hasta el fin, qué despertar espera al engañador! Cuando tenga que pasar de oír el Evangelio a los aullidos de los perdidos, de su reclinatorio en la casa de Dios a su lugar en el Tofet; cuando tenga que ser arrastrado lejos de la copa del Señor para beber de hecho la copa de los demonios; cuando quede fuera de la congregación de los santos para morar para siempre con los condenados; cuando ese Dios a quien profesaba adorar lo rechace, y Jesús mismo le diga: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Que Dios nos salve de tal condenación, por causa de Su nombre. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Mateo 13: 1-23.

 

Nota del traductor:

Nidal: huevo que se deja en cierto sitio para que las gallinas se acostumbren a ir a él a poner.    

 

Traductor: Allan Román

12/Diciembre/2013

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