El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Ojos Abiertos
NO.
1461B
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Entonces Dios le abrió los ojos”. Génesis 21: 19.
Todo el tiempo hubo una
fuente de agua cerca de Agar aunque ella no la viera. Dios
no abrió la tierra para hacer que manaran nuevas aguas ni tampoco había
necesidad de eso. La fuente ya estaba ahí, pero para todo propósito práctico
bien podía no haber estado ahí, pues Agar no podía verla. Le faltó el agua del
odre, el hijo se estaba muriendo de sed, y ella misma estaba a punto de
desfallecer, y, sin embargo, el fresco manantial burbujeaba muy cerca de ese
punto. Era necesario que Agar viera la fuente, tan necesario como que el
manantial estuviera allí, y, por tanto, con gran compasión, el Señor la condujo
a verlo o como lo expresa el texto: “Dios le abrió los ojos”.
Esto era poca cosa
comparado con la creación de una nueva fuente, pero nuestro Dios realiza cosas
muy pequeñas así como cosas muy grandes cuando hay necesidad de ellas. El mismo
Dios que divide el Mar Rojo y hace que el Jordán se detenga, abre los ojos de
una pobre mujer. El mismo Dios que vino con todos Sus carros de fuego a Parán y
con todos Sus santos al Sinaí, y que hizo que el monte humeara completamente en
Su presencia, es Aquel de quien leemos, “entonces Dios le abrió los ojos”. El
infinito Señor se agrada en hacer cosas pequeñas. Él enumera las estrellas pero
también cuenta los cabellos de nuestras cabezas. Recuerden que el mismo Dios
que moldeó el orbe en el que moramos diseña también cada diminuta gota de
rocío, y Aquel que hace que el rayo recorra toda la extensión del cielo le da
alas a cada mariposa y guía a cada minúsculo pececillo
en el arroyuelo. Él preparó un gran pez para que tragara a Jonás, pero también
preparó un gusanito para que hiriera la calabacera. Cuán condescendiente es Él
ya que atiende cuidadosamente los asuntos menores para Sus hijos, y no sólo
mata para ellos el becerro engordado sino que pone zapatos en sus pies. Algunas
veces unas cosas que son muy pequeñas se vuelven absolutamente necesarias, pues
actúan como los goznes de la historia, como los pivotes sobre los que gira el
futuro. Cuán frecuentemente el curso entero de la carrera de un hombre se ha visto
afectado por el pensamiento de un instante. La palabra de un niño ha afectado
el destino de un imperio; la expresión fortuita de un orador, así como los
hombres hablan del azar, ha encendido a algunas razas con una nueva pasión, y
ha cambiado los tiempos y conmovido a los reinos. El Señor obra gloriosamente
por medio de agentes y de eventos pequeños y despreciados. Al abrir los ojos de
Agar, Dios aseguró la existencia de la raza de los ismaelitas que aún permanece
hasta este día. De lo pequeño proviene la grande.
Pudiera haber algunas
personas aquí presentes que necesitan tan sólo un poco para ser capacitadas
para entrar en la vida eterna: sólo necesitan que sus ojos sean abiertos. Que
el Señor les conceda ese favor. Oh, que ahora les indicara a muchas Agares que
vieran Su salvación. ¿Por qué habrían de esperar más tiempo las almas sedientas?
Todo está listo; están en la frontera de la salvación, pero necesitan que sus
ojos sean abiertos. Nuestro tema en este momento será la apertura de los ojos, tomando más bien un amplio vuelo ya que es
un tema amplio, y esperando que tanto para aquellos que ven como para aquellos
que no pueden ver venga una clemente apertura del ojo espiritual.
I. Nuestro
primer encabezado será que SI NUESTROS OJOS FUERAN ABIERTOS AÚN MÁS, EL RESULTADO
SERÍA MUY NOTABLE PARA CUALQUIERA DE NOSOTROS. En el presente el rango de
nuestra visión es limitado. Esto es válido en cuanto a nuestra visión natural o
visión física, en cuanto a nuestra visión mental y en cuanto a nuestra visión
espiritual; y en cada caso, una vez que el rango de visión es ampliado se
realizan descubrimientos muy notables. Le ha agradado a Dios abrir los ojos
naturales de la humanidad por medio de la invención de instrumentos ópticos. ¡Qué
descubrimiento fue aquél cuando por primera vez ciertas piezas de cristal
fueron acomodadas entre sí y los hombres comenzaron a asomarse a las estrellas!
¡Qué cambio se ha dado en el conocimiento de nuestra raza por la invención del
telescopio! ¡Cuántos pensamientos verdaderamente devotos, y de adoración, y de
una reverencia intensa, profunda e inefable han surgido en el mundo por el
hecho de que el Señor ha abierto los ojos de los hombres en este sentido!
Cuando dirigió su telescopio hacia las nebulosas y descubrió que éstas eran
innumerables estrellas, qué himno de alabanza debe de haber brotado del corazón
del reverente astrónomo. ¡Cuán infinito eres Tú, Señor sobremanera glorioso!
¡Qué maravillas has creado! Que Tu nombre sea tenido en reverencia por los
siglos de los siglos.
Igualmente maravilloso
fue el efecto sobre el conocimiento humano cuando fue inventado el microscopio.
No habríamos podido imaginar nunca qué maravillas de habilidad y de gusto
serían reveladas por la lupa, y qué maravillas de belleza se encontrarían comprimidas
dentro de un espacio demasiado pequeño para ser medido. Quién imaginó que el
ala de una mariposa exhibiría arte y sabiduría y una delicadeza de las que
nunca sería rival la destreza humana. La más delicada obra de arte es áspera,
cruda y tosca cuando se la compara con el objeto más común en la naturaleza; la
una es la producción del hombre mientras que la otra es la obra de las manos de
Dios. Pasen una tarde viendo en el microscopio, y si su corazón fuera recto, volverían
su mirada del lente al cielo y exclamarían: “Grandioso Dios, Tú eres tan
maravilloso en lo pequeño como lo eres en lo grande, y has de ser alabado tanto
por lo diminuto como por lo magnífico”. Mientras decimos: “Grande eres, oh
Dios, pues Tú hiciste el grande y anchuroso mar, y a leviatán para que jugase
en él”, sentimos que también podemos decir: “Grande eres, oh Dios, pues Tú
hiciste la gota de agua y la has llenado de innumerables cosas vivientes”.
Nuestros ojos físicos abiertos así por cualquiera de esos instrumentos nos
revelan extrañas maravillas, y podemos inferir de este hecho que la apertura de
nuestros ojos mentales y espirituales nos descubrirá maravillas equivalentes en
otros dominios, incrementando así nuestra reverencia y nuestro amor para con
Dios.
Supongan, amados hermanos,
que nuestros ojos pudieran ser abiertos con respecto a todas nuestras vidas pasadas. Las hemos visto,
pues hemos viajado a través de ellas; pero estaba muy nublado cuando yo fui por
ese camino; yo no sé cómo les haya ido a ustedes. Ninguno de nosotros tiene los
ojos completamente abiertos todavía; hasta ahora hemos estado viajando por la
vida como hombres que transitan a través de la neblina. Aun las cosas que nos
han tocado de cerca y nos han afectado más, han estado escondidas, por decirlo
así, en aquello que no es luz, sino una oscuridad visible. Y ahora, si pudiéramos
recorrer con nuestra mirada toda la longitud de nuestra vida entera: cuarenta,
o cincuenta, o sesenta o setenta años con nuestros ojos abiertos, ¡cuán
singular se vería! Cuán diferente se vería ahora ese período de nuestra niñez
si la luz de Dios se proyectara en él. Esas primeras luchas por la
subsistencia: las considerábamos duras, pero ya comenzamos a ver cuánta
disciplina había en ellas y cuán necesarias eran para nosotros. Esas pérdidas y
cruces, vamos, incluso con nuestra presente vista parcial podemos ver en qué
medida eran para nuestro bien. Con todo permanecen en la vida algunas cosas
singulares que no podemos explicar todavía. ¿Por qué fue llevado el hijo
favorito justo cuando todas nuestras esperanzas se iban a cumplir en él? ¿Por
qué fue segada la vida del esposo cuando los hijitos dependían tanto de él? ¿Por
qué fue eliminada la esposa cuando más se necesitaba el cuidado de una madre? ¿Por
qué cayó enferma esa hija tan repentinamente? ¿Por qué nosotros mismos nos
vimos frustrados en el momento del éxito? Si nuestros ojos pudieran ser
abiertos de manera que pudiéramos ver qué habría sucedido si las cosas se
hubiesen desarrollado de manera diferente, todos nosotros le daríamos gracias a
Dios porque nuestras vidas hubieran sido ordenadas como lo fueron. ¿No han oído
nunca acerca de alguien que se lamentaba dolorosamente por la muerte de su hijo
favorito, quien, quedándose dormido soñó que veía a su muchacho vivo de nuevo y
que contemplaba la vida que el hijo habría llevado? Era una vida tal que lloró
en su sueño, y al despertar bendijo a Dios porque su hijo no pudo actuar nunca
de acuerdo a lo que había visto en visión; era mejor que estuviera muerto. No
te quejes más, mi afligido amigo, pues eso que
hubieras guardado en tu pecho se habría podido convertir en una víbora y eso
que considerabas un tesoro habría podido arder en tu corazón como carbones de
fuego. La providencia ha ordenado todas las cosas sabiamente, y si nuestros ojos
fueran abiertos nos postraríamos en reverencia adoradora y engrandeceríamos al
Dios que ha hecho bien todas las cosas. Nuestra visión será fortalecida un día,
de tal forma que veremos el fin desde el principio, y entonces entenderemos que
el Señor hace que todas las cosas les ayuden a bien a los que le aman.
Y ahora supongan de
nuevo que nuestros ojos fueran abiertos en cuanto al futuro. Ay, ¿no quisieran espiar al destino? Probablemente mi
curiosidad es tan grande como la de ustedes, pero aun así está balanceada por
otra facultad, y yo protesto que si pudiera ver en el mañana yo rehusaría
mirar. Hay un deseo en el hombre por saber qué líneas estás escritas para él en
el libro del destino: si van a ser brillantes u oscuras. Ah, querido amigo, si
tus ojos pudieran ser abiertos en cuanto a todo lo que ha de suceder, ¿qué
harías? Si fueras sabio, y conocieras tu futuro, se lo encomendarías a Dios;
encomiéndaselo a Él aunque no lo conozcas. Si fueras sabio desearías invertir
ese futuro en Su servicio si lo conocieras; inviértelo en Su servicio aunque
esté oculto para ti. Si supieras qué pasaría sentirías una gran necesidad de
fe; tú no sabes qué pasará, pero tu necesidad de fe es precisamente la misma.
Confía en Dios, pase lo que pase. Esto es cierto: que vivir sin ser salvado y
sin ser perdonado es una condición muy peligrosa; que Dios les ayude a salir de
ella de inmediato acudiendo presurosos a Jesús para una salvación inmediata, y que
la encuentren en el acto. Si conocieran el futuro, eso podría volverlos
ociosos, cuando debería hacerlos diligentes; si conocieran el futuro, eso
podría volverlos vanos, cuando debería hacerlos humildes; si conocieran el futuro,
podría desalentarlos, cuando debería hacer que confiaran. De todos modos, sin
saber absolutamente nada al respecto, obedezcan la voz del Espíritu Santo que
dice: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu
justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía”.
Además, si nuestros ojos
fueran abiertos sobre otro punto, en cuanto a la existencia de los ángeles, veríamos maravillas. No vamos a
meternos en especulaciones, pero qué espectáculo habría ante nosotros si pudiéramos
contemplar de pronto a todas las criaturas que nos rodean. El profeta en la
antigüedad oraba por un joven para que sus ojos fueran abiertos e
inmediatamente ese joven vio caballos de fuego y carros de fuego que estaban
alrededor de Eliseo. Así circundan los ángeles al pueblo de Dios. “El ángel de
Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende”. “A sus ángeles
mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te
llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra”. “¿No son todos espíritus
ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la
salvación?” Millones de criaturas espirituales andan en esta tierra tanto
cuando dormimos como cuando estamos despiertos, y si nos asemejáramos más a
esos espíritus puros y estuviéramos más familiarizados con su Señor,
sentiríamos mayor gratitud por Él por ponerlos a nuestro alrededor. No tengas
miedo pues no estás solo, oh hijo de Dios; tu Padre conserva siempre a tu
escolta. El maligno viene para tentarte, pero el Señor ha puesto a Su ángel
centinela para que mantenga vigilancia y evite que algún mal se aproxime a ti.
Si el Señor abriera los ojos de Sus siervos grandemente amados para ver cuántas
de estas inteligencias poderosas están guardándolas silenciosamente, cesarían
de quejarse de soledad ya que están rodeados de un ministerio que es un tropel
de amigos dispuestos.
Además, ¿qué pasaría si
sus ojos pudieran ser abiertos para que miraran en el cielo? Dónde está, no lo sabemos. No está muy lejos. De todos
modos, los glorificados saben lo que hacemos aquí, pues se alegran por un
pecador que se arrepiente. Evidentemente no toma mucho tiempo viajar hacia
allá, pues fue al atardecer cuando Jesús le dijo al ladrón que ese mismo día
estaría con Él en el paraíso, y pueden estar seguros de que estuvo allí. Oh,
que pudiéramos ver el lugar de gloria visible y de pura bienaventuranza tal como
lo veremos en un instante cuando el mensajero de nuestro Padre, llamado muerte,
nos quite las escamas de nuestros ojos, o más bien, quite esta débil óptica con
la que vemos torpemente, y permita que nuestro espíritu desnudo contemple la realidad
de las cosas sin estos ojos que son un obstáculo y que sólo nos informan
respecto a su apariencia externa. ¡Oh, qué glorias veremos entonces! ¡Qué
esplendor, que sobrepasa a la luz del sol! ¡Qué música, más dulce que la de
arpistas tocando sus arpas! ¡Qué gloria! Salomón no conoció nada parecido a
esto. Allí está la luz de todas las luces, el deleite de todos los deleites, el
cielo de los cielos, el sol de nuestra alma, nuestro todo en todo: ¡Jesús en el
trono! ¡Qué bienaventuranza estar con Él, con Él por los siglos de los siglos!
¡Irrumpe, tú, mañana eterna! ¡Irrumpe ahora mismo! Quiera Dios que, al menos
por una vez, hasta que apunte el día y huyan las sombras, nuestros ojos fueran
abiertos para ver las glorias del más allá; entonces despreciaríamos este pobre
mundo, olvidaríamos sus dolores y placeres, nos elevaríamos por encima de todas
sus influencias, y progresaríamos hasta ser nosotros mismos celestiales.
Esperen un poco, hermanos. Esperen solamente un poco. “Esperen un poquito y no
se preocupen”, como dijo la mujer escocesa, y lo verán todo.
“Justo cuando Tú quieras, oh Esposo, di:
‘¡Levántate, amada mía, y ven conmigo!’
Ábreme Tu puerta de oro
Justo cuando Tú quieras, o pronto o tarde”.
Hasta aquí me he
desviado del texto, pero ahora, en mi segundo encabezado, voy a regresar a él.
II. NUESTROS
OJOS TIENEN QUE SER ABIERTOS RESPECTO A CIERTAS COSAS. Las cosas de las que ya
he hablado son deseables en alguna medida, pero estas son absolutamente
necesarias. Por ejemplo, nuestros ojos tienen que ser abiertos con respecto a
la salvación divina. El caso de Agar es extraño. Imagínenlo. Ella está
sedienta, y su muchacho se está muriendo; sus instintos han sido avivados por
el amor a su hijo, y, sin embargo, no puede ver una fuente cercana de agua.
¡Allí está! ¡Cerca de ella! ¿No la ven? Justo allí. No puede verla mientras sus
ojos no sean abiertos. Es algo que está a la vista, pero ella no lo percibe.
Ahora, esta es una representación gráfica de la posición de muchos pecadores
que están buscando. Allí está el camino de la salvación, y, si hay algo
evidente en este mundo, es ese camino de vida. El hecho de que dos por dos son
cuatro no es más claro que: cree en el Señor Jesucristo y serás salvo. Mira al
Hijo de Dios y vivirás; ¿qué puede ser más sencillo? Y, sin embargo, nadie
entendió jamás la doctrina de “cree y vive” si Dios no le hubiera abierto sus
ojos. La fuente está allí, pero el alma sedienta no puede verla. Cristo está
allí, pero el pecador no puede verlo. Ahí está la fuente llena de sangre, pero
él no sabe cómo lavarse en ella. Allí están las palabras, “Cree y vive”,
palabras sencillas que no necesitan de ninguna explicación, legibles a su
propia luz y tan claras que el viajero, aunque se tratara de un tonto, puede
comprenderlas; con todo, mientras la luz eterna no brille sobre los
entenebrecidos globos oculares del pecador, él no puede percibir y no percibirá
la verdad que es evidente por sí misma.
¿De dónde viene esta
incapacidad para ver? Yo supongo que la mirada de Agar estaba más o menos
entenebrecida por su dolor. Ella estaba acongojada, pobre mujer, y por tanto,
su mirada no tenía la claridad usual. Así también, algunas almas sienten tal
dolor por el pecado, tal aflicción por haber ofendido a Dios, tal temor por la
ira venidera, que no pueden percibir la verdad que los consolaría. ¿Qué tienes,
pobre alma? ¿Qué tienes? Es bueno que te aflijas por el pecado, pero Cristo
vino para quitarlo. Es bueno que te lamentes por tu estado perdido, pero Cristo
vino para salvarte, y ahí está justo frente a ti si sólo pudieras verle.
Lo que oscurecía también
los ojos de Agar era la incredulidad. Dios se le había aparecido años antes,
ustedes recordarán, cuando se encontraba en un aprieto muy parecido, y le dio
entonces una promesa de que haría de su hijo que habría de nacer una gran
nación. Ella pudo haber reflexionado que esto no sucedería jamás a menos que la
vida del muchacho fuese preservada, y puesto que él no podía vivir sin un trago
de agua, debió sentirse confiada de que el agua estaría disponible. Ella estaba
siendo incrédula, pero no nos corresponde juzgarla, pues, ay, nosotros somos
incrédulos también. Alma ansiosa, ¿es ese tu caso? ¡Oh, si pudieras creer!
Verdaderamente tú tienes una buena causa. No debería ser difícil creer lo que
Dios dice pues Él no puede mentir; pero, aún así, la incredulidad entenebrece
muchos ojos.
Hay muchos que no pueden
ver debido al engreimiento. Cuando el gran ‘yo’ complace al ojo con sus propias
buenas obras o con representaciones religiosas, por supuesto que no puede ver
el camino de la salvación que es únicamente por Cristo. Pobre pecador, que el
Señor te quite esas escamas de tus ojos, pues el ‘yo’ es un gran generador de
oscuridad. No hay nada que retenga más a un alma en la oscuridad que el orgullo
de sus propios poderes. Cómo desearía poder exponer el Evangelio de tal manera
que rescatara a los hombres de su ‘yo’. Yo predico el plan de salvación tan
claramente como me es posible hacerlo. Uso metáforas muy caseras. A veces he
llegado a utilizar lo que los más refinados llaman expresiones vulgares: yo
usaría expresiones más vulgares todavía, si mediante ello pudiera ayudar a un
alma a ver a Cristo. Yo te digo que Jesús está cerca de ti y a tu alcance, y
que la salvación está cercana a tu pie. Sólo tienes que confiar en el Señor
Jesucristo y serás salvo. Pero yo sé que, a fin de cuentas, si llegas a ver a
Cristo es porque el Espíritu Santo abre tus ojos. Yo no puedo abrirlos, ni
nadie más puede hacerlo, pues desde el comienzo del mundo no se ha sabido de
nadie que haya abierto los ojos de alguien que haya nacido ciego. Oh, que el
Señor se agradara ahora en abrir los ojos de cada pecador aquí presente para
que viera la salvación en la sangre expiatoria de Jesucristo, el Hijo de Dios.
III. Debo
dejar este punto y concluir con otro. EN NUESTRO PRESENTE CASO ES MUY DESEABLE
QUE NUESTROS OJOS SEAN ABIERTOS. Para muchos es imperativamente necesario en
este preciso momento pues si no fueran restaurados de su ceguera morirán en sus
pecados. En esta gran muchedumbre hay algunos para quienes es preeminentemente
deseable que sus ojos sean abiertos de inmediato para que vean cuál será el
resultado inevitable de su presente modo de vida, pues su ceguera es una fuente
de gran peligro para ellos. Ese joven caballero que está gastando su dinero en
el hipódromo y en una sociedad licenciosa, yo diría que con sólo medio ojo
podría ver lo que resultará de su conducta. El diablo nunca hace circular
trenes expresos al infierno; no hay necesidad de ello, pues puedes ir allá lo
suficientemente rápido por las carreras de caballos. El césped del hipódromo ha
suministrado a muchos un método expreso de arruinar sus fortunas y sus almas.
Entra en esa línea de cosas, y todo lo que eso significa, y toda la sociedad
que la acompaña, y tu futuro no necesita de ningún profeta. Muchos jóvenes no
piensan hasta que es demasiado tarde para pensar. Me gustaría poder poner una
mano fría sobre esa frente hirviente y detener a ese joven y hacer que se quede
quieto y que considere. Oh, que el Señor abriera sus ojos. Y esa joven mujer
que ha comenzado a observar con atención (no mucha, hasta ahora) lo que se llama:
jolgorio. Ah, que el Señor te detenga, hermana mía, y que abra tus ojos antes
de que des otro paso, pues un paso más podría ser tu ruina. Y respecto a ese
comerciante que ha comenzado –no, no ha comenzado realmente todavía- pero que
está pensando en un tipo de comercio que hará que aterrice en algo más
vergonzoso que la bancarrota, yo le ruego al Señor que abra sus ojos para que
pueda ver las cosas a la verdadera luz. Veo ante mí a un hombre que está a
punto de cometer un suicidio moral. Oh, que reciba un rayo de luz justo ahora,
y un toque de ese dedo que puede abrir ojos ciegos. No puedo particularizar y
entrar en cada caso, pero tengo la fuerte impresión de que estoy hablándole a
algún joven cuyo futuro depende de que haga una pausa prudente y de que
considere cuidadosamente antes de dar un paso más. Un paso más y te caes. Yo te
imploro que te quedes inmóvil y oigas lo que Dios quiere decirte ahora.
Vuélvete, vuélvete de tu pecado y busca a tu Salvador ahora, y lo encontrarás
de inmediato, y habrá una vida honorable y brillante ante ti para Su gloria.
Pero si das un paso más hacia adelante en el camino en el que tentador ejerce
su fascinación, te seduciría, cual música de sirenas, y estarías perdido para
siempre. Por tanto, que Dios te ayude a detenerte y que se pueda decir de ti:
“Dios le abrió los ojos”.
Ahora, dejando todos
estos temas del pensamiento, quisiera recordarles que ustedes están a punto de
reunirse a la mesa de la comunión y quisiéramos sentarnos allí con ojos
abiertos. Quienes aman al Señor no pueden soportar sentarse como ciegos en Su
palacio, y más bien anhelan tener toda la visión que la gracia pueda darles.
Primero, quisiéramos
tener unos ojos abiertos para que podamos ver
que Jesús está muy cerca de nosotros. No
piensen acerca de Él en este momento como si estuviese lejos en el cielo. Él
está allá en Su gloriosa personalidad, pero Su presencia espiritual está también
aquí. ¿Acaso no dijo: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días”; y “Y si
me fuere… vendré otra vez”? Él permanece con nosotros por Su Espíritu por
siempre. Vamos, sentémonos mientras este festejo sacramental esté teniendo
lugar, y cantemos:
“En medio de nosotros está nuestro Amado,
Y nos pide que veamos Sus manos traspasadas;
Señala Sus pies y Su costado heridos,
Benditos emblemas del Crucificado.
Si ahora con ojos contaminados y débiles,
Vemos las señales pero no le vemos a
Él,
¡Oh, que Su amor haga caer las escamas,
Y nos invite a verle cara a
cara!
Nuestros antiguos arrobamientos recordamos,
Cuando en Su compañía, en el santo monte,
Hicieron que nuestras almas tuvieran sed de nuevo,
De ver Su rostro desfigurado pero codiciable”.
Deseamos que puedan tener
sus ojos abiertos para que vean lo que
son en Cristo. Ustedes se quejan de que son negros en ustedes mismos; pero
piensen que son sumamente hermosos en Él. Se lamentan porque son muy descarriados:
sí, pero están asidos a Él. Gimen porque son muy débiles; con todo, ustedes son
fuertes en Él. Un buen hombre fue el otro día a visitar a un pobre niño que se
estaba muriendo, un niño a quien el Señor le había enseñado muchas cosas; y el
amado pequeñito, al tiempo que extendía su mano consumida dijo: “Tan fuerte en
Cristo”. Difícilmente podía levantar un dedo, y, sin embargo, sabía que su
debilidad estaba revestida de poder en Cristo. Nosotros somos pequeñas
criaturas insignificantes, pero podemos hacer todas las cosas por medio de
Cristo. Somos unas pobres criaturas insensatas, pero somos sabios en Cristo.
Somos criaturas que no sirven para nada; sin embargo, somos tan preciosos en
Cristo, tan valiosos para Dios en Cristo, como para ser contados entre Sus
joyas y conocidos como la peculiar porción del Señor. Nosotros somos criaturas
pecadoras en nosotros mismos, y, sin embargo, somos perfectos en Cristo Jesús y
estamos completos en Él. Estas son expresiones fuertes, pero como son
escriturarias, son verdaderamente ciertas. ¡Cuán benditos somos en nuestra
Cabeza del pacto! Que el Señor abra nuestros ojos para ver esto.
Por último, querido
amigo, que el Señor abra tus ojos para ver lo
que tú serás en Él. Ah, ¿qué serás en Cristo? En poquísimo tiempo estaremos
con Él. Muchos de nuestros miembros han ido a casa con Jesús, y un hermano muy
devoto y muy diligente en servir al Maestro, un joven de quien esperábamos
mucho, fue arrebatado por la marea baja mientras se bañaba en el mar, pero él
ha ido a su reposo, no lo dudo. Amigos mayores han ascendido también a Dios en
fechas muy recientes, regocijándose por entrar en el gozo del Señor. Desde
ahora hasta la comunión del próximo mes, probablemente algunos de nosotros
habremos partido al Padre. Que nuestros ojos sean abiertos para contemplar por
fe la gloria que ha de ser revelada pronto. Casi podría hacerlos reír de gozo el
pensar que su cabeza ostentará una corona, esa pobre cabeza de ustedes. Ya no
habrá más trabajo para estas pobres rodillas adoloridas y para estos pies
cansados. Ese pobre aposento escasamente amueblado, y esa dura condición, y
esos escasos medios, y esa labor agotadora, todas esas cosas serán
intercambiadas por mansiones de descanso, por pan de bienaventuranza, y por
mosto de deleite. Ustedes conocen cada una de las piedras del pavimento que se
extiende desde aquí hasta su casa, pues vienen con mucha frecuencia al
Tabernáculo, pero dentro de poco tiempo estarán recorriendo las calles de oro hasta
el eterno templo en lo alto. En vez de calles ruidosas atravesarán sendas de
reposo en medio de los cantos de los serafines y los salmos de los redimidos, y
eso, tal vez, será dentro de un mes. Sí, en menos de lo que le toma a la luna
llenar sus cuernos ustedes estarán donde el Señor Dios y el Cordero son la luz
eterna. Algunos de nosotros estamos más cerca del cielo de lo que pensamos. Que
nuestros corazones dancen de gozo ante el simple pensamiento de una felicidad tan
cercana. Prosigamos nuestro camino bendiciendo y engrandeciendo a Aquel que ha
abierto nuestros ojos para ver la gloria que Él ha preparado para aquellos que
le aman, que será nuestra en breve.
Que Dios los bendiga por
causa de Cristo.
Porción de
Traductor: Allan Román
31/Octubre/2013
www.spurgeon.com.mx