El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
NO.
1459B
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Pero veo
otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me
lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Romanos 7: 23.
Yo me pregunto si hay
quien se entienda a sí mismo aunque estoy completamente seguro de que ningún
cristiano puede hacerlo. En más de un sentido “Grande es el misterio de la piedad”.
El creyente es un gran enigma para quienes lo observan: “él no es juzgado de
nadie”. Es igualmente un enigma para sí mismo. No es nada sorprendente la
frecuencia con la que aparecen libros tales como “Paradojas Ortodoxas” de Venning
y el “Enigma del Creyente” del buen Ralph Erskine, pues pudieran elaborarse mil
enigmas sobre el cristiano ya que él es una paradoja
de principio a fin. Así como Platón solía decir de cada individuo que era dos
personas, así podemos decir enfáticamente de cada cristiano que es dos hombres
en uno. Con frecuencia para él mismo, el hombre malo en su interior pareciera ocupar
la posición prevaleciente, pero, a pesar de ello, por la gracia de Dios no
puede lograrlo nunca pues la victoria definitiva le pertenece a la nueva vida
espiritual. En cada cristiano se advierte lo que fue visto en la sulamita en el
Cantar, “algo como la reunión de dos campamentos”. El creyente no siempre sabe
acerca de esto cuando comienza la nueva vida. Cuando empieza, sabe que es un pecador
y que Jesús es su Salvador, pero conforme avanza descubre que es más pecador de
lo que pensaba. Muchas sorpresas le aguardan y algunas otras cosas que, si no
estuviera preparado para ellas, lo dejarían pasmado como si algo extraño le
estuviera sucediendo. Tal vez mi discurso sobre este tema pudiera evitar que
algún nuevo convertido se vea sorprendido por tormentas inesperadas, y tal vez
le ayude a resolver esta pregunta que surgirá entonces en su mente, “¿Pudiera
sucederme esto si yo fuera un hijo de Dios?”
Nuestro primer
encabezado será que HAY DOS PRINCIPIOS EN TODOS LOS CREYENTES. El apóstol habla
de la ley de su mente, y luego de otra ley en sus miembros que se rebela
contra la ley de su mente. El convertido es un nuevo hombre en Cristo Jesús pero
la vieja naturaleza sigue estando en su interior.
En orden cronológico, la
primera vida de un cristiano es la
naturaleza del viejo Adán. Está allí desde el principio. Nace de la carne y
con la carne, y sigue estando en nosotros después de que nacemos del Espíritu,
pues el segundo nacimiento no destruye en nosotros los productos del primer
nacimiento. La regeneración inserta en nosotros un nuevo y más elevado
principio que ha de destruir finalmente a la naturaleza pecaminosa, pero el
viejo principio permanece todavía y se esfuerza por retener su poder. Algunos
suponen que la mente carnal ha de ser mejorada, que ha de ser gradualmente
amansada y santificada, pero ella es enemistad contra Dios y no está
reconciliada con Dios, ni tampoco puede estarlo, en verdad. La vieja naturaleza
es de la tierra, terrenal, y tiene que ser crucificada con Cristo y sepultada
con Él, ya que es en suma demasiado mala para que pueda
tener remedio. Esta vieja naturaleza vive en nuestros miembros, es decir, el
cuerpo es su nido y obra por medio del cuerpo. Hay ciertos apetitos en nosotros
que son perfectamente permisibles, es más, que son incluso necesarios para la existencia;
pero esos apetitos pueden ser llevados muy fácilmente a extremos pecaminosos, y
entonces lo que legal y recto se convierte en un nido de lo que es ilegal e
indebido. Es algo encomiable que un hombre busque proveer para su propio hogar,
y sin embargo, cuántos crímenes y cuánta codicia entran en el mundo por culpa
de una indulgencia desordenada de ese deseo. Un individuo puede comer y beber,
y, con todo, es por medio de esos apetitos que miles de pecados son
engendrados. Cuando se encuentra en su recta condición un hombre pone un freno
en la boca de sus deseos y los sujeta como con cabestro y con freno; su naturaleza
superior gobierna sus apetitos corporales pero no sin un gran esfuerzo pues, desde
la caída de Adán, la máquina trabaja siempre irregularmente y no es controlada
apropiadamente por lo que debería ser su fuerza gobernante.
Me he enterado de algunos
profesantes que sueñan con que el pecado está completamente destruido en ellos
y que ya no tienen más tendencias perversas ni malos deseos. No voy a
contradecir su creencia. Si así fuera, yo los felicito, y desearía grandemente
que a mí me sucediera lo mismo. Sin embargo, he tenido alguna experiencia con
esa gente perfecta y generalmente me han parecido las personas más desagradables,
quisquillosas y sensibles del mundo, y algunas de ellas han resultado ser
hipócritas tan detestables que más bien me da miedo una persona que no tenga
ninguna imperfección. Tan pronto como me doy cuenta de que un hermano declara que
ha vivido sin pecado durante largos meses, me pregunto si su vicio secreto es
la concupiscencia, o el robo, o la bebida, pero estoy seguro de que en una u
otra parte hay una vía de agua en el barco.
El pecado que asecha en
la carne se debilitará en la medida en que se fortalezca el santo principio del
cual debo hablar, y no debe ser tolerado o excusado en ningún momento sino que
debemos luchar contra él, y vencerlo, y finalmente habrá de ser destruido en
nosotros por completo; sin embargo, está allí, y el joven cristiano no debe
quedarse perplejo al encontrarlo allí.
Cuando nacemos de nuevo
llega a nuestra alma la simiente viva e
incorruptible de la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Se
asemeja a la naturaleza divina y no puede pecar porque es nacida de Dios; no
tiene ninguna tendencia a pecar y todos sus apetitos están orientados al cielo
y a Cristo. Nunca se rebaja desde su elevada posición; siempre está aspirando
al cielo. Tiene una enemistad mortal con la vieja naturaleza a la que terminará
por destruir, pero, como ya he dicho antes, tiene una tarea que cumplir y es una
tarea que aun con el auxilio de la fuerza divina no será cumplida de inmediato.
Es una guerra que cuando parece concluida tiene que ser retomada con frecuencia
ya que después de largas y victoriosas campañas el enemigo derrotado regresa al
campo de batalla.
Yo quisiera ahora que
cada cristiano tuviera la certeza de que tiene en él este segundo principio. Pudiera
ser débil, pudiera estar luchando por existir, pero allí está, hermano mío. Si
has creído en Jesús, tú tienes una vida que odia el pecado y que te conduce a
arrepentirte cuando has caído en él. Esa es la vida que clama “Abba, Padre”
cuantas veces piensa en Dios, es la vida que aspira a la santidad y que se
deleita en la ley de Dios. Este el principio nacido de nuevo que no te
permitirá estar en paz si cayeras en pecado, que no encuentra descanso excepto
en el pecho de ese Dios de quien vino, y a semejanza de ese Dios de quien
provino.
Estos son los dos
principios que constituyen el hombre dual: la carne y el espíritu, la ley de la
mente y la ley del pecado, el cuerpo de muerte y el espíritu de vida.
Notamos, en segundo
lugar, que
No estoy seguro de que
todos los jóvenes cristianos sientan al principio el conflicto entre la nueva y
la vieja naturaleza. La vida cristiana puede ser dividida con frecuencia en
tres etapas: el primer período es el del consuelo,
en el que el joven cristiano se regocija en el Señor, y su principal oficio
es cantar y anunciar lo que Dios ha hecho por él.
Entre más se experimente
eso, mejor. Después, muy a menudo viene la etapa del conflicto: en vez de ser hijos en el hogar, nos hemos convertido en
hombres y, por tanto, debemos ir a la guerra. Bajo la antigua ley, cuando un
hombre se desposaba con mujer o edificaba casa nueva, se le eximía de combatir
durante un tiempo, pero cuando ese período concluía, debía tomar su lugar entre
las filas de combatientes. Lo mismo sucede con el hijo de Dios: puede descansar
por un tiempo, pero está destinado a la guerra. Al período del conflicto le
sigue a menudo, especialmente en la ancianidad, una tercera etapa que podríamos
llamar de contemplación, en la que el
creyente se sienta a reflexionar en la bondad del Señor para con él, y en todas
las cosas buenas que le están reservadas. Esta es la tierra de Beula que John
Bunyan describe como ubicada en las márgenes del río y tan cercana a
Y déjenme advertirles
que la carne pudiera ser más dañina que nunca cuando pareciera que no está
haciendo ningún daño en absoluto. Durante la guerra los zapadores y los mineros
trabajan en las partes subterráneas de una ciudad, y los que están en su
interior dicen: “El enemigo está muy tranquilo; no oímos ningún rugido de
cañón, y no vemos ninguna captura de habitantes de Malakoff. ¿Qué pretenderá el
enemigo?” Ellos conocen su oficio lo suficientemente bien y están colocando sus
minas para dar golpes inesperados. Por esto un viejo teólogo solía decir que no
le tenía tanto miedo a algún diablo
como a ningún diablo. Es decir,
cuando Satanás no tienta esa es a menudo la peor tentación. Que lo dejen a uno
en paz tiende a engendrar una seca putrefacción en el alma. “Sobre su sedimento
ha estado reposado, y no fue vaciado de vasija en vasija”, dijo el profeta en
la antigüedad y eso lo dijo con respecto a uno que estaba bajo el furor divino.
El estancamiento es una de las peores cosas que pudiera sucedernos, y entonces
sucede que no estamos seguros nunca.
Así, queridos amigos,
les he mostrado que hay un conflicto en el interior y permítanme felicitarlos
si es que hubiera un conflicto. Los
impíos no conocen tal guerra intestina. Ellos pecan, y les encanta hacerlo,
pero la gracia de Dios está presente ahí donde hay un conflicto espiritual.
Nosotros efectivamente pecamos, pero odiamos el pecado; caemos en pecado, pero
lo aborrecemos y luchamos contra él, y todo verdadero hijo de Dios puede decir
honestamente que no hay nada en este mundo que tema tanto como contristar a su
Dios. Si estuvieras muerto en el pecado no tendrías ningún problema al
respecto; pero esas punzadas internas de remordimiento, esas profundas
emociones, esos amargos suspiros y clamores, ese grito de “¡Miserable de mí!
¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”, todas esas cosas hablan de una
vida espiritual. Si bien yo simpatizo con tu aflicción, te felicito por
sentirla, pues esa es una de las señales de un hijo de Dios. No olvides que en
los hombres regenerados hay dos fuerzas que se oponen y que obligan a una
guerra vitalicia.
En tercer lugar, tenemos
que notar ahora que esta guerra NOS CONDUCE ALGUNAS VECES A
A veces el cautiverio de
un cristiano consiste en la pérdida de su
goce debido a la rebelión de la carne. Digo algo que estoy seguro que conocen
muchos de los hijos de Dios que están presentes. Ustedes se están regocijando
en el Señor y triunfan en Su nombre, pero poco a poco alguna corrupción lucha
por alcanzar el dominio. “No se levantará”, dices tú. La derribas, pero se
esfuerza y tú también te esfuerzas, y en la lucha pareciera que te es
arrebatado el gozo del Señor que era tu fuerza. Te aterra un sentido del
terrible hecho de la presencia de la lepra en la casa de barro en la que vives,
y estás tan ansioso por eliminar la lepra de las paredes que preferirías ver
que la vieja casa se desmoronara haciéndose polvo antes que vivir donde el mal
se te acerca tan fácilmente. Este espectáculo del pecado engendrado en tu interior
es una influencia deprimente para tu gozo. Quieres cantar las loas de Dios pero
la tentación viene justo en ese preciso instante, y tienes que combatir con
ella, y el canto cede su lugar al grito de batalla. Es tiempo de orar y tú
estás en una actitud de devoción, pero de alguna manera no puedes controlar tus
pensamientos; andan vagando por aquí y por allá bajo el dominio de la carne.
Mis pensamientos semejan con frecuencia muchos potros desbocados que destrozan
irrestrictamente los campos de mi alma. En la santa contemplación tratas de
concentrar tus pensamientos en el tema a la mano, y no puedes; muy probablemente
alguien toca a la puerta en ese mismo momento o un niño comienza a gritar o un
hombre comienza a tocar un órgano bajo tu ventana, y, ¿cómo puedes meditar?
Todas las cosas parecen estar en contra tuya. Cositas externas que son
nimiedades para otros a menudo comprueban ser terribles perturbadoras para tu
espíritu y lo que hace sonreír a otros a ti te hace llorar, pues la carne se
asirá de las preocupaciones más mezquinas para impedir que entres en comunión
con el Señor tu Dios. De esta manera, al arrebatar nuestro gozo y al arrebatar
nuestra comunión, la vieja corrupción en nuestro interior nos conduce a la
cautividad.
Pero, ah, hermanos, eso
no es todo, pues no siempre escapamos del
pecado real. En momentos de olvido hacemos lo que quisiéramos deshacer de
buena gana, y decimos lo que de buena gana quisiéramos desdecir. El espíritu
está dispuesto a ser perfecto, pero la carne es débil, y entonces la
consecuencia para un hijo de Dios es que se siente cautivo. Ha cedido a halagos
traicioneros y ahora, como a Sansón, sus guedejas le han sido recortadas. Sale
para liberarse como lo hacía antes, pero los filisteos están sobre él, su Dios
no está con él, y sería algo dichoso para él si no perdiera sus ojos y no llegara
a moler en el molino como un esclavo. Oh, cuánta necesidad tenemos de vigilar y
buscar la fuerza en el fuerte, pues esta vieja naturaleza en nuestro interior
nos llevaría al cautiverio si pudiera, y nos retendría allá.
Pero tengo que concluir
con una reflexión: que ESTA GUERRA Y ESTE TRIUNFO OCASIONAL DE
Amados, siempre que hay
un debate entre el diablo y yo con respecto a si soy un hijo de Dios, he
renunciado a buscar evidencias en mi propio favor o a recurrir a mi experiencia
para demostrar que yo estoy en un estado de gracia, pues ese astuto y viejo
abogado sabe más de mis debilidades que yo, y muy pronto puede rebasarme con
sus argumentos. Mi actitud constante es decirle al acusador: “Bien, si no soy
un santo, soy un pecador, y Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,
por tanto, voy a ir a Cristo, y voy a mirarlo de nuevo. El diablo mismo no
puede responder a eso. Ustedes que son los de mayor edad en la vida divina –y les
hablo a algunos que han conocido al Señor durante estos cincuenta años- estoy
seguro de que encuentran momentos en los que ninguna marca, evidencia, o
experiencia vale un centavo para ustedes en el sentido de ser una fuente de
consuelo, y son conducidos a adoptar el simple recurso que les he recomendado a
todos los que son tentados. Será sabio vivir de Jesús siempre. Comiencen de
nuevo al pie de la cruz, donde comenzaron al principio, con el viejo clamor:
“Nada en mis manos traigo,
Simplemente a Tu cruz me aferro”.
Esta es la manera de
vencer al pecado así como también de dominar la desesperación, pues, cuando la
fe en Jesús regrese a tu alma, serás fuerte para luchar con tus corrupciones y
obtendrás la victoria que nunca alcanzarías si permitieras que tus luchas con
tus pecados te alejaran de tu Salvador. Recurramos, entonces, a Cristo que nos
da la victoria, y entre más vivamos más hemos de alabar a Cristo. Ustedes,
jóvenes cristianos, no saben todavía cuán valioso Salvador han encontrado.
Ustedes saben que le han encontrado, pero es un Cristo mayor de lo que piensan
que es. Ustedes estaban desnudos y Él los vistió; sí, Él los ha vestido con la
armadura que repelerá los dardos del archienemigo. Ustedes estaban hambrientos,
y Él los ha alimentado; sí, pero Él los
ha alimentado con pan inmortal y está nutriendo una vida divina en el interior
de sus almas. Él les ha dado la paz, y ustedes están agradecidos por ello; sí,
pero Él les ha dado una paz que sobrepasa todo entendimiento y que guardará sus
corazones y sus mentes. Dices que es dulce tenerlo contigo. Sí lo es, pero oh, cuán
dulce será tenerlo contigo cuando pases por los fuegos y no te quemes, cuando
pases por las aguas y no te ahogues, cuando entres en el combate final y no
tengas miedo. Oh, amados, podemos descubrir más de nuestras carencias, y
seguramente lo haremos, pero vamos a descubrir más de la plenitud de Cristo que
basta para todo. La tormenta se volverá más terrible, pero el poder del timonel
para gobernar esa tormenta sólo se hará más patente. El barco puede mecerse a
un lado y al otro hasta que todo su maderamen esté a punto de romperse y su
quilla amenace con partirse en dos, pero
“Él lo preservará, Él lo gobierna
Aun cuando el barco se bambolee más.
Las tormentas son el triunfo de Su arte”.
Él llevará a Su gente de
manera segura a través del aullante desierto y de la tierra seca. No tengan
miedo, ustedes que han comenzado el peregrinaje divino, pues Su columna de
fuego y de humo los acompañará. Es cierto que hay dragones, pero con la espada
del Espíritu herirán al dragón así como fue herido en el Mar Rojo en la
antigüedad. Habrá que luchar con la muerte, pero Cristo murió y ustedes saldrán
victoriosos sobre la tumba. Esperen el conflicto; no se sorprendan cuando
llegue, pero con la misma confianza esperen la victoria y den voces
anticipándola. Tan ciertamente como el Señor los ha llamado a esta guerra
celestial, Él los sustentará a lo largo de ella. Ustedes cantarán al otro lado
del Jordán a Aquel que los amó y los lavó de sus pecados en Su sangre. Cantarán
las loas de Dios y del Cordero en el puerto seguro de los bienaventurados, en
la tierra del más allá, en el hogar de los santos, donde descansan los cansados.
Quisiera Dios que este
sermón tuviera una relación con todos aquellos que lo oigan o lo lean, pero me
temo que no es así. Que Dios les conceda que no se queden tranquilos en el
pecado, pues estar en paz con el pecado es dormirse camino al infierno. Que
Dios los despierte, para que puedan acudir presurosos a Cristo en busca de
misericordia en este mismo instante, y habrá gozo en Su presencia. Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
25/Noviembre/2013
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