El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

La Necesidad de Todo Ser Humano

NO. 1455

 

UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Os es necesario nacer de nuevo”. Juan 3: 7.

 

Cuando los hombres están pereciendo en torno a uno, sería cruel desperdiciar el tiempo tratando de interesar sus mentes o de alimentar sus fantasías. Tenemos que hacer algo más práctico y atender con más diligencia a sus necesidades urgentes. ¿Los está matando el hambre? Entonces, démosles alimentos. ¿Los está matando el frío? Entonces, proporcionémosles cobijas. ¿Acaso es la enfermedad? Entonces, administrémosles medicinas. Cuando el caso es urgente hay que limitarse a las cosas necesarias y atender de todo corazón lo que debe recibir nuestra atención. Lo que pudiera ser puede esperar, pero lo que debe ser exige nuestra inmediata respuesta. Ahora bien, las necesidades espirituales de los seres humanos son urgentes y entre ellas la más apremiante es su regeneración: es necesario que nazcan de nuevo, o estarán perdidos. Por tanto, nos vamos a dilatar en este tópico en este momento y le vamos a dar toda nuestra consideración, dejando que otros asuntos interesantes esperen hasta que este importantísimo tema llegue a su feliz conclusión. Esto es algo indispensable, y debemos insistirles al instante sobre este punto con todo nuestro corazón. Nuestro sincero deseo es que haya una recolección de almas para el granero de la salvación, pero para que esto suceda es necesario que nazcan de nuevo. Hemos visto a muchos de ustedes revoloteando alrededor nuestro como pájaros alrededor del cazador, pero todavía no han sido atrapados en la red del Evangelio; este estado de cosas no puede dejarnos contentos; queremos ver que reciban a Cristo y que verdaderamente nazcan de nuevo. Ustedes han sido oyentes durante mucho tiempo, pero, ay, siguen siendo únicamente oidores y no “hacedores de la palabra”. Queremos decir que la culpa no ha de recaer sobre nosotros; si continúan siendo inconversos no será porque no hemos predicado el Evangelio. Nos hemos mantenido predicándolo y lo hemos predicado como un asunto de vida o muerte. Entonces, tenemos por objetivo un punto específico, un punto de absoluta necesidad: “Os es necesario nacer de nuevo”. Confiamos en que si una flecha no da en el blanco otra puede hacerlo; de todas formas, continuaremos apuntando a nuestro blanco: la conversión de sus almas. Oh, que el Espíritu Santo guíe en esta hora la flecha hacia ti, que aún no has sido llevado a conocer al Señor.

 

Y ahora vamos a tener una pequeña y sencilla plática acerca de la gran experiencia llamada regeneración -o el nuevo nacimiento- sin la cual nadie puede ver el reino del cielo y mucho menos entrar en él.

 

I.   Y vamos a comentar al respecto, en primer lugar, que el cambio que realiza en nosotros el nuevo nacimiento es SOBREMANERA COMPLETO: “Os es necesario nacer de nuevo”. Un nuevo nacimiento es el proceso más radical e integral concebible. Es, en efecto, algo más que un cambio, es una creación. La regeneración es algo que va más allá de ser una reforma de vida o de tener una religión apropiada, pues no dice: “os es necesario ser lavados, os es necesario ser mejorados, os es necesario ser elevados”; sino que dice: “os es necesario nacer”. No basta con que la vida presente, tal como se posee, sea renovada, ni que la naturaleza existente reciba un vigor renovado y una nueva tendencia, sino que “os es necesario nacer de nuevo”: tiene que recibirse una vida nueva y ninguna mejora de la vida presente ocupará su lugar.

 

Es también mucho más que algún cambio de opinión. Siempre he tenido miedo de aquellas personas que se glorían cuando son convertidas de un conjunto de opiniones religiosas a otro. Los mejores convertidos que se integran a una iglesia son aquellos que llegan directamente del mundo: los que migran de otras secciones del cristianismo no son a menudo las adquisiciones más valiosas. Algunas veces, tal como los convictos que abandonan su país por el bien del mismo, benefician más a su grupo abandonándolo que mostrándose ante la sección recién adoptada de la iglesia como una ganancia pura. El texto no dice: “Han de cambiar sus opiniones y absorber nuevos conceptos”, sino que dice: “Os es necesario tener una nueva naturaleza; os es necesario nacer de nuevo”. Los conceptos pueden ser modificados una y otra vez y, con todo, el hombre pudiera no estar más cerca de convertirse en un hijo de Dios; pero si el Espíritu Santo cambia la naturaleza, entonces se realiza el nuevo nacimiento. Esto, y nada que no llegue a esto, es lo que puede depositar a un hombre en el cielo; tiene que convertirse en una nueva criatura en Cristo Jesús. El proceso del nuevo nacimiento es tan completo que es muchísimo más que una modificación de la forma de pensar de un individuo, aunque fuera sobre el mejor de los tópicos. Un hombre puede considerar ahora que su deber es ser religioso cuando antes era un libertino; puede concebir ahora que su deber es ser sobrio cuando antes era un borracho; puede sentir que es su deber ahora ser diligente cuando antes era un holgazán; pero todas estas cosas tomadas en su conjunto no equivaldrían a un nuevo nacimiento. Nos regocijamos con una reforma del tipo que sea. Mientras menos pecado haya en el mundo mejor, pero, a pesar de todo eso, no se habría alcanzado el punto vital por medio de todas las alteraciones del pensamiento, y aun de la vida, de las que fuera capaz el hombre; pues el texto sigue vigente después de todas las renovaciones, conversiones y reformas que son posibles para la carne y la sangre, desprovistas de ayuda, y clama con voz severa e inalterable: “Os es necesario nacer de nuevo”.

 

La persona en cuestión puede haber pasado a través de una larga serie de ceremonias. Pudiera haber recibido una cálida bienvenida en una así llamada iglesia, y de las manos de quienes se consideran sacerdotes allí pudiera haber destilado la impostura acuosa (el agua bendita) que se dice que regenera el alma; pero se necesita algo más que los sacerdotes no pueden transmitir y que el agua no puede efectuar. Nuestro Señor Jesucristo se refería a algo muy diferente al abracadabra de una forma vacía cuando dijo: “Os es necesario nacer de nuevo”. Yo digo en presencia de todos los que han sido bautizados en la infancia, y de todos los que han sido bautizados en la edad adulta sin ser creyentes: a ustedes, sí, a ustedes, infieles bautizados, les digo: “Os es necesario nacer de nuevo”. Si han sido bautizados o rebautizados pero son todavía incrédulos y no tienen al Espíritu de Dios en sus almas, “Os es necesario nacer de nuevo”.

 

¿Qué quiere decir todo eso? ¿Y cuál es el significado de este cambio tan completo? ¿Acaso las palabras no quieren decir evidentemente que debe generarse en nosotros una nueva naturaleza? En relación a la vida, una naturaleza es el producto de un nacimiento. Una vida que no existía antes viene al mundo en el nacimiento. Una nueva vida tiene que ser implantada en nosotros para la que somos unos perfectos extraños por naturaleza; es algo que está mucho más allá de lo que nos pertenece al nacer según la carne; es una vida que no estaba latente en el infante y que no puede ser desarrollada gradualmente en la educación del niño, sino que es una vida que está completamente ausente hasta que la gracia divina la implanta allí. “Os es necesario nacer de nuevo”, tienen que ser creados nuevamente, o como lo dice la Escritura: “Renacidos para una esperanza viva”. La vida en su interior tiene que ser una creación tan nueva como lo fue la luz cuando Dios la generó con Su palabra, o como lo fue el mundo cuando Dios lo formó de la nada. Tiene que realizarse en ustedes una obra del poder divino igual a la que resucitó al Señor Jesús de los muertos y le dio gloria.

 

Hablando de nuestro nacimiento ordinario, con una nueva vida comienza una nueva experiencia. Para el niño recién nacido todo es nuevo. Cada dolor, cada sensación de placer, todo eso es una novedad para él; no ha conocido antes nada de todo eso. Y aunque cuando nacemos de nuevo pudiéramos haber alcanzado ya la madurez, o incluso la ancianidad, la vida espiritual es toda una nueva experiencia. Hay nuevos sentimientos de contrición, hay una nueva fe, hay un nuevo gozo, una nueva esperanza, todo es nuevo: “Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Aunque el hombre pudiera haber recorrido muchos caminos y experimentado muchas sensaciones, en el instante en que nace de nuevo es un extraño en una tierra extraña, y es conducido en un camino que no conoce y en sendas que no ha visto. Todas las almas jóvenes recién nacidas para Dios, por viejas que pudieran ser en cuanto al conteo corporal, se regocijan en la sagrada novedad de la nueva vida, y le dan gracias y bendicen a Dios que ha puesto Su mano a trabajar una segunda vez y los ha vivificado a una vida nueva.

 

Ahora bien, como hay una vida nueva y una nueva naturaleza y una nueva experiencia, así también hay tanto para el niño que ha nacido como para el hombre que ha sido regenerado un mundo nuevo. Todo es nuevo para el niño: sus hermanos y hermanas le asombran. Cuando sale al aire libre y contempla los verdes campos por primera vez, se queda maravillado. Para el pequeñito todo es nuevo. Vive como en un museo pues está rodeado de maravillas. Aun los juguetes que los adultos miran con tanto desprecio, son grandes maravillas para el pequeñito; está encantado con todos ellos. De igual manera un cristiano, un hombre que ha renacido, vive en un mundo nuevo. Todo es nuevo para él ahora, tal como recuerdo haber oído que dijo una jovencita cuando encontró por primera vez al Salvador. Cuando vino para confesar su fe en Cristo dijo: “O yo estoy completamente cambiada o el mundo lo está”; y no pude evitar decirle que yo esperaba que ambas opciones fueran válidas: yo esperaba que ella misma hubiera cambiado, y que este cambio hubiera producido el otro, de manera que todas las cosas se habían vuelto nuevas. Hay un nuevo cielo y una nueva tierra reservados para nosotros muy pronto, y aun ahora, mientras estamos en este mundo, ya no es más para nosotros lo que es para el hombre carnal. Para quien ha nacido dos veces el mundo está al revés. Las cosas que una vez amamos dejan de interesarnos y las cosas que ambicionábamos las consideramos ahora como escoria, mientras que las cosas que eran despreciables se han convertido para nosotros en objetos de suprema atención. Nuestros puntos de vista sobre todo lo que nos rodea son enteramente diferentes porque el Espíritu Santo nos ha cambiado. Esa tiene que ser tu experiencia, querido oyente, o vivirás como los hombres carnales y morirás en tus pecados. Tienes que experimentar esta creación divina, sin importar quién seas; no puede haber ninguna excepción, tienes que conocer este gran cambio o estarás perdido. Pudieras haber sido mecido en el regazo de la piedad; el nombre de Jesús pudiera haberse mezclado con el sosiego de la primera canción de cuna; tal vez no oyeras al principio casi ninguna música excepto la de himnos sagrados; pudieras haber recibido una enseñanza de moralidad y santidad mediante el ejemplo de muchas generaciones de antepasados; pero, seas quien seas, o hagas lo que hagas, tienes que recibir una vida nueva, tienes que pasar a través de una nueva experiencia y tienes que vivir en un mundo nuevo o estarás perdido. Tienes que vivir en el mundo espiritual donde todo es nuevo; tienes que tener una conversación con Dios, algo desconocido para ti hasta ahora; tienes que conversar con Su Hijo, para quien has sido un extraño; tienes que sentir el poder y la energía del Espíritu obrando en ti, un asunto que no has conocido hasta ahora, o no hay esperanza para ti.

 

Noten que cada nacimiento pone en operación una nueva fuerza. Nace un nuevo trabajador; él es débil todavía, pero esos piececitos serán fuertes para correr, y esas diminutas manos se volverán diestras en algún oficio útil. Y así, cuando un alma nace para Dios siente un nuevo poder en su interior, y ella misma se convierte en una nueva fuerza. Obedece a un poder que nunca antes conoció, y se vale de una fuerza que no hubiera podido ejercitar antes y que ni siquiera entendía. Un nuevo poder llega entre los hombres cuando otra alma nace para Dios: el mundo espiritual es más fuerte y el mundo carnal es tanto más débil por el nacimiento de otro hombre espiritual.

 

Yo no sé cómo expresar el asunto de mejor manera pero creo que les he mostrado que la regeneración es un cambio sumamente integral. Nacer de nuevo no es ningún juego de niños. No basta que un hombre se levante influenciado por la predicación de un sermón y diga: “El sermón me ha impresionado y me ha conmovido, y yo creo que he sido convertido”. Hay una vasta diferencia entre decir: “he nacido de nuevo” y realmente experimentar el nacimiento celestial. No bastará con hacer una profesión y ni siquiera con mantenerla honrosamente durante años, pues, ay, algunos casi han parecido apóstoles, y con todo, han sido por completo hijos de perdición. Tienes que llegar a conocer vitalmente en tu propia alma, de hecho y en verdad, en qué consiste que la carne sea crucificada con Cristo y que una nueva vida sea implantada en ti sobrenaturalmente por obra del Espíritu Santo, o de lo contrario no puedes entrar en el reino de Dios. La obra es radical, espiritual, prodigiosa y divina.

 

II.   En segundo lugar es SOBREMANERA MARAVILLOSA. Es sobremanera maravillosa en el sentido de misterio: en cuanto a su manera. No es fácil predicar sobre este texto e intentar ir a los detalles minuciosamente, pues, si lo hiciéramos, podríamos aventurarnos a ir demasiado lejos. He leído tratados sobre el tema que eran en extremo carentes de delicadeza y que estaban calculados para producir aversión más bien que para impresionar. Nosotros no husmeamos y no debemos husmear en un secreto divino. “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”. ¿Quién podría saber cómo obra el Espíritu Santo? Sabemos que obra por medio de la palabra de Dios, que bendice la verdad que se lee en un libro o que se escucha del ministro: esto sabemos, pero cómo es que penetra en el corazón, cómo es que crea un espíritu en nuestro interior, cómo engendra en nosotros la vida espiritual, ¿quién podría decirlo sino únicamente Dios? Pero por otra parte no queremos saberlo; nos basta con que se nos asegure el hecho; no queremos husmear en cuanto a la manera. “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen”; ellos conocen en la práctica lo que es nacer de nuevo, pero ellos mismos no podrían explicar cómo es que sopla el viento sagrado, ni cómo opera el Espíritu en el corazón humano. Ha habido muchas discusiones con respecto a si el Espíritu de Dios, por decirlo así, entra en contacto directamente con la naturaleza del hombre, o si obra siempre en y por la verdad y el pensamiento, etcétera. No es necesario que nos adentremos en todo esto. Preferimos admirar, quedarnos asombrados y adorar, pues esto es mejor que comprender simplemente, ya que un hombre puede entender todos los misterios y, sin embargo, ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.

 

Es un misterio en cuanto al carácter sobrenatural de la operación, pues invariablemente la verdadera regeneración es siempre sobrenatural. No hay duda de que la persuasión moral hace mucho por los hombres, de que la influencia de las relaciones a menudo mejora las costumbres y los hábitos de los hombres, de que la educación puede producir grandes resultados especialmente si es del tipo correcto; y no hay duda de que en la humanidad puede llegar a desarrollarse mucho de lo que es admirable, honesto, amable y de buen nombre. Pero esto no es para nada pertinente, pues no es lo que nuestro Salvador quiso decir; es insuficiente para el nuevo nacimiento, y es en verdad algo completamente diferente. El Espíritu Santo, la tercera persona en la bendita Trinidad tiene que venir para obrar en nosotros de la misma manera que Dios obró en la creación de este mundo, o de lo contrario no nacemos de nuevo. No es suficiente que por nosotros mismos y en la energía de nuestra vieja naturaleza comencemos a orar, a arrepentirnos, y así sucesivamente, pues todo lo que provenga de nuestra carne seguirá siendo carne; pero en la regeneración, quien empieza por infundir la vida es el Espíritu y por eso la nueva naturaleza comienza a orar y a arrepentirse. Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es, y de aquí que el nuevo nacimiento deba ser una operación espiritual para producir esa naturaleza espiritual sin la cual no podemos ni ver ni entrar en las cosas de Dios. Este es un asunto solemne para ti, querido oyente, si es que simplemente has asistido a los medios de la gracia y has sido un amante de las formas externas de la religión. ¿Quiero decirte que tienes que experimentar un cambio que está más allá de tu propio campo de acción, que ni todos los hombres en este mundo ni todos los ángeles en el cielo podrían obrar en ti, sino que el propio Dios tiene que realizar? En efecto quiero decirte eso: no quiero decirte nada menos que eso. “¿He de entender –preguntas tú- “que una gran fuerza tiene que obrar en mí tanto como lo hizo en mi creación?” Quiero decir todo eso, y que se necesita tanto poder para hacer que nazcas de nuevo como se necesitó para crear un mundo; sí, y que se necesita en toda su plenitud el mismo poder que resucitó a Jesucristo de los muertos después que hubo dormido tres días en el sepulcro para resucitarte de tu muerte del pecado y tiene que activarse si es que has de ser resucitado alguna vez. Es algo maravilloso que el Espíritu de Dios condescienda a realizar esta obra y que Dios se involucre en la obra una segunda vez. Es sorprendente que cuando la vasija estaba estropeada y arruinada sobre la rueda, en vez de quebrarla y consignarla a la destrucción, empleara de nuevo todo Su poder y le diera forma a la arcilla según Su propio modelo. Él se digna hacer que nazcamos dos veces, que seamos recreados, engendrados de nuevo, para que al final llevemos la imagen de Jesús, el primogénito entre muchos hermanos. “Os es necesario nacer de nuevo”: el infinito Jehová tiene que dignarse a ser nuestro Creador una segunda vez o nosotros tenemos que perecer irremediablemente. Esta obra es maravillosa debido a la grandeza de la relación a la que nos introduce. El niño que nace tiene un padre por el mero hecho de su nacimiento, y los que nacemos de lo alto clamamos: “Abba, Padre”, por el simple hecho de que somos regenerados. La adopción nos da los derechos de hijos, pero únicamente la regeneración nos da la naturaleza de hijos. Como somos hijos, Dios envía el Espíritu de Su Hijo a nuestros corazones por el cual clamamos: “Abba, Padre”. Si he nacido de nuevo, sin importar cuál sea mi condición en la vida o mi posición en la sociedad, entonces Dios es mi Padre, y se sigue que Jesucristo es mi hermano; y esto no es meramente algo formal y nominal, tal como los hombres se llaman entre sí hermanos cuando no hay una relación real, sino que hay una relación real entre nosotros y Cristo Jesús y el Padre divino, pues somos hechos “participantes de la naturaleza divina”. Nosotros somos hijos de Dios, y si hijos de Dios, entonces somos hermanos de Cristo. Debe ser así, y se sigue de esto que, si somos hijos, entonces somos herederos, y si Cristo es el heredero, nosotros somos coherederos con Él. Hermanos míos, qué privilegios emanan de la relación que surge del nuevo nacimiento pues entonces nuestro Padre se compromete a apoyarnos, a consolarnos, a educarnos, y a todo lo que sea necesario para nuestra perfección en el día de nuestro regreso a casa cuando le veremos cara a cara. ¿Qué puede pasarle a un hombre que sea tan grande como nacer de nuevo? Supongan que algunos de los más pobres de la tierra que han barrido las calles por una suma ridícula y mezquina de dinero fueran elevados súbitamente por un favor real a ser pares del reino, o imaginen que por alguna revolución de la rueda de la providencia se convirtieran en emperadores y reyes; con todo, ¿qué hay con eso? El cambio sería extraordinario y provocaría el asombro de los hombres pues los pasajes de la historia que han sido considerados los más dignos de tomarse en cuenta han sido aquellos en los que los indigentes han ascendido del muladar al trono, y en los que los pescadores han arrojado a un lado sus ásperas ropas para cubrirse con la púrpura imperial. Pero estas zancadas de la nada a la grandeza son insignificantes y triviales comparadas con el cambio de pasar de ser un esclavo de Satanás a convertirse en un hijo de Dios. Ser promovidos por Dios mismo desde la oscuridad, la degradación y la esclavitud bajo las cuales somos colocados por la caída y por el pecado real hasta llegar a la libertad, a la gloria y a la bienaventuranza eterna de los hijos de Dios: esto sobrepasa toda concepción. Esto sólo puede ser nuestro debido a que nacemos de nuevo. Nuestro primer nacimiento nos hace hijos de Adán; nuestro segundo nacimiento nos hace hijos de Dios. Al nacer de la carne heredamos la corrupción; debemos nacer de nuevo por el Espíritu para heredar la incorrupción. Venimos a este mundo como herederos del dolor porque somos hijos del hombre caído; nuestra nueva vida entra en el nuevo mundo siendo heredera de la gloria porque desciende del segundo Hombre, del Señor del cielo. De esta manera he hablado sobre el carácter maravilloso de esta obra, así como también sobre cuán completa es.

 

III.   Ahora, debemos comentar, en tercer lugar, que, maravilloso y misterioso como siempre es el nuevo nacimiento, es SUMAMENTE MANIFIESTO. El hogar sabe cuando ha nacido un hijo. Hay misterios que rodean su nacimiento, pero el hecho es lo suficientemente evidente. Pronto habrán de oír su llanto en el aposento destinado al niño, y en breve sus balbuceos en la sala; verán el gozo de los padres cuando abrazan a su vástago, y el cuidado con el que velan por su bien. Así también en el nuevo nacimiento no sabemos cómo obra el Espíritu pero sabemos que obra en efecto, y pronto vemos que un cambio maravilloso les ha ocurrido a aquellos a los que ha hecho poseedores de la simiente celestial, criaturas de la nueva vida. Los que conocen mejor a las personas convertidas se cuentan entre los primeros en percibir el milagro transformador de la gracia. ¿No creen ustedes que Elstow supo cuando John Bunyan había encontrado al Salvador? Los campaneros se enteraron pues ya no quebrantó más el día de guardar; y las escasas personas pobres que solían reunirse en Bedford se enteraron, pues se escabulló en su medio y comenzó a preguntarles sobre cosas que se habían convertido en el deleite de su alma. Algunas veces nos enteramos de que alguna persona nace de nuevo y no lo sabe, lo cual es un asunto más bien singular. Sin embargo, yo supongo que una situación de ese tipo ocurre hasta cierto punto muy comúnmente en la denominación episcopaliana, porque si las personas nacen de nuevo en el bautismo infantil, hay miles de ellas en Londres que han experimentado el cambio, pero estoy convencido de que no pueden estar seguras de ello, pues sus propias vidas no se lo dirían, y sus propias emociones y sentimientos no los conducirían a una convicción de ese tipo. La regeneración es un mal negocio si estos rebeldes bautizados son regenerados. Vamos, si eso es verdad, nuestras prisiones están atestadas con ladrones regenerados, y nuestras calles están infestadas con rameras regeneradas, y ocasionalmente tenemos asesinos regenerados, todos ellos nacidos de nuevo en su bautismo, y hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y herederos del reino del cielo. Esa mentira es repugnante: el diablo mismo se ríe de ella. De todas las falsedades obvias seguramente la de la regeneración bautismal es la más intolerable. Es sorprendente que hombres que viven y andan entre personas sanas caigan en ella. Ah, señores, ahí donde se encuentra la verdadera vida que da el cielo hay algo que la revela. ¿Alguien dice: “yo soy regenerado”? Vamos, entonces, amigo, ¿cuál es la diferencia que hay en ti? ¿Qué vida llevas? ¿Tienes un propósito más elevado que el que tienen los hijos ordinarios de los hombres? ¿Eres regido por motivos superiores? ¿Laten en tu alma impulsos más divinos que los que mueven a los corazones de los mundanos? “Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos” –los mejores de los mundanos- “no entraréis en el reino de los cielos”. Si el amor de Cristo en nuestro interior no nos hace mejores que los mejores de los hombres mundanos, no damos ninguna evidencia de haber experimentado la obra regeneradora de Dios el Espíritu Santo.

 

La vida celestial es muy manifiesta, y lo es más por el hecho de que hay ciertos signos que siempre acompañan y atestiguan el nuevo nacimiento. Las personas pueden haber nacido de nuevo, y con todo, pudieran no ser capaces de ver con nosotros ciertos puntos de doctrina; pero hay algunas cosas sobre las que todos los regenerados están de acuerdo. Para comenzar, toda alma que es nacida de nuevo se arrepiente de su pecado. Si un hombre vive en su pecado tal como solía hacerlo, no debe pretender que es un hombre que ha nacido dos veces, o se engañará grandemente. Si puede mirar al pecado a la misma luz que lo hacía antes, si puede encontrar placer en él, sí, si no se aparta de él sinceramente y no lo desprecia y busca la misericordia de Dios para que lo borre, no sabe nada de lo que es la regeneración. Además todos los regenerados tienen fe; todos ellos concuerdan en que la única base de su esperanza es la sangre y el mérito de Jesús. En cualquier parte que los encuentres te dirán que no tienen ninguna confianza excepto en la sangre preciosa del Salvador. Él es toda su salvación y todo su deseo. Cada uno de ellos se apoya sobre esta roca; y prescindiendo de cuán excelsos profesantes pudieran ser y de qué elevados oficios tuvieran en la iglesia, si Cristo no es su única y exclusiva confianza, no saben lo que es haber nacido de nuevo.

 

En adición a esto, todos los que han pasado de muerte a vida, oran. Cuando brota realmente del corazón, la oración es una señal infalible del nuevo nacimiento; y si puede decirse de un hombre: “él no ora”, entonces él está todavía muerto en sus pecados y el Espíritu de Dios no ha renovado su alma. Yo podría mencionar algunas otras santas evidencias que son las compañeras inseparables del nuevo nacimiento, pero estas tres bastarán para todos los propósitos prácticos. Pueden examinarse ustedes mismos, amados, por medio de ellas. ¿Te has arrepentido? ¿Tiene fe en Dios? ¿Te regocija acercarte a Dios en oración? Si estas cosas están en ti, son señales de la nueva vida pues nunca se encuentran en los que están muertos espiritualmente. ¿Gimes por el pecado? Un cadáver no gime: una piadosa lamentación por la transgresión es una de las evidencias más seguras de la vida espiritual interna. La confianza en Jesús es una señal igualmente clara de una vida espiritual pues el muerto no sabe qué es confiar; y la oración genuina es igualmente una señal cierta de una vida recibida de lo alto. Una punzada de dolor penitencial, un pensamiento de santa confianza y un anhelo de oración interior son mayores cosas que todo lo que pudieran lograr los no regenerados en la tierra, aunque fueran doctores en teología o cardenales de la iglesia.

 

Esta nueva vida, el nuevo nacimiento, es una cosa muy manifiesta por el poder que implanta en los hombres una vez que ha tenido tiempo para desarrollarse. Al principio los convertidos tiemblan y son débiles, pero si han recibido la nueva vida, cobran fuerzas y hay un poder en ella por el que pronto se regocija la iglesia y por el que tiembla el demonio. Este poder, por supuesto, puede mantenerse restringido por la incredulidad y por otras locuras, pero debe tener un pleno campo de acción y no debe ser reprimido nunca. Yo deseo a menudo que nuestro pueblo cristiano sea un poquito más natural en su expresión de lo que siente. Si algún hermano exclama: “Amén” de todo corazón después de la oración, muchos se quedan mirándolo, y no obstante, en la iglesia primitiva era una costumbre universal de quienes se unían en oración decir: “Amén”, a manera de endosarla y de apropiársela. Me pregunto por qué el pueblo cristiano ha renunciado a esa práctica en tan gran medida. Es muy apropiada y adecuada y debería ser restaurada. Leí el otro día acerca de un buen hermano, un cristiano bíblico, que algunas veces, cuando su corazón estaba alegre en su interior con gozo en el Espíritu Santo incluso saltaba de dicha cuando bajaba a la mina para trabajar. ¿Por qué no habría de hacerlo? Sin embargo, a ti no te gusta cómo se ve eso, ¿no es cierto? Yo preferiría grandemente que un hombre fuera tan ágil como David delante del arca en lugar de estar tan adormilado como algunos cristianos lo están, quienes, si sienten algún gozo, lo reprimen y nunca lo declaran; tienen miedo de expresar sus gozo por temor de ser juzgados mal. No debes ser así. Si permites que la nueva vida que hay en tu interior siga su propio curso podrías ser considerado excéntrico, pero en esas excentricidades estribará tu fuerza. ¿Quién es el que nos entorpecerá y nos retendrá si el Espíritu eterno nos vivifica? Si Dios ha borrado nuestro pecado nosotros alabaremos y engrandeceremos Su nombre; y si hemos sido librados de descender al abismo se lo diremos a los demás y no nos callaremos. Aun cuando nuestro testimonio no fuese comunicado en el estilo más clásico, y nuestro relato del amor del precioso Salvador no fuera todo lo que los educados desearían que fuera, con todo, si nos quedáramos callados las piedras clamarían, y por lo tanto, tenemos que hablar y lo haremos. Quien tiene un pozo burbujeante en su interior tiene que dejarlo manar y quien tiene la nueva vida en su interior, de alguna manera u otra se tornará en una fuerza en medio de sus semejantes, y se divulgará el secreto de que es un hombre que ha nacido dos veces.

 

No puedo demorarme más. La regeneración es un cambio completo y maravilloso; pero es un cambio manifiesto, y en algunas personas lo es especialmente. Debemos tener el objetivo de demostrar de manera concluyente que hemos nacido de lo alto.

 

IV.   Pero ahora, muy brevemente, mencionaré que la regeneración es un cambio SUMAMENTE IMPERATIVO. Os es necesario, os es necesario, os es necesario nacer de nuevo. Pueden ser ricos o pueden ser pobres, pero “os es necesario nacer de nuevo”. Pueden ser inteligentes, pueden ser educados, pueden ser talentosos, pero “Os es necesario, os es necesario nacer de nuevo”. Muchas cosas son deseables, pero una cosa es necesaria, imperativamente necesaria: os es necesario, os es necesario, os es necesario nacer de nuevo. Esta necesidad imperativa puede verse desde muchos puntos de vista. No podemos mencionarlos todos, sino sólo mencionaremos uno o dos. Si no has nacido de nuevo, no tienes ninguna vida, ninguna vida espiritual. El primer nacimiento te dio vida corporal y vida mental, pero no te dio vida espiritual; no podía hacerlo, pues lo que es nacido de la carne, carne es, y nada más. Ahora bien, tienes que tener vida espiritual pues de lo contrario estás muerto en delitos y pecados, y también muerto a todo lo que tiene que ver con las bendiciones espirituales: a un Evangelio espiritual, a una salvación espiritual, a un cielo espiritual, a todas esas cosas estás muerto como los cadáveres en sus tumbas están muertos para los asuntos de hoy. Pudieran estarse dando grandes cambios en la política; el comercio pudiera ser muy próspero o pudiera estar deprimido, pero el que ha muerto no tiene ningún interés en la nación o en su comercio; ¿cómo podría tenerlo? Lo mismo sucede contigo; mientras no nazcas de nuevo, el mundo espiritual está cerrado para ti y eres indiferente a él. Los ángeles se regocijan y los creyentes también se regocijan por las almas que son salvadas, pero a ti no te importa nada de eso. El propio Señor Jesús está viendo el fruto de la aflicción de Su alma, pero eso no es nada para ti, y tiene que ser nada para ti porque estás muerto. Oh, si nuestros cuerpos pudieran tomar la forma de nuestras almas, habría muchos cadáveres sentados delante de mí en estos reclinatorios. ¡Ah, es un extraño y horripilante espectáculo! Damos gracias a Dios porque Él oculta de nuestros ojos lo espiritual, pues de lo contrario podríamos abandonar horrorizados los lugares donde nos sentamos porque nos encontraríamos en íntima compañía con los muertos. Qué horrible cosa debe de ser un alma muerta si nuestros espíritus pudieran percibirla ahora así como nuestros sentidos perciben un cadáver. Hagamos una pausa aquí para darnos cuenta de algunos hechos impactantes en ese sentido. Algunos de ustedes están vinculados en matrimonio con alguien que está muerto espiritualmente. Algunos de ustedes comparten su morada con los hijos bajo su cuidado que están muertos en vida. Se sentarán esta noche a la mesa de la cena con unos que están muertos espiritualmente. Considérenlos bajo esa luz y tal vez sus corazones serán impulsados a orar por ellos más intensamente de lo que lo han hecho hasta ahora. Yo quisiera que quienes asisten regularmente a este lugar recordaran este hecho cuando esta casa está llena. Piensen “En mi banca están sentados un inconverso y una inconversa y están muertos”. No esperamos que sientan por sí mismos, pero sí esperamos que los vivos sientan por ellos. Mis queridos oyentes que no son regenerados, ¿no ven que es necesario que nazcan de nuevo, pues si no lo hacen, permanecerán muertos para las cosas espirituales?

 

Además, recuerden que un hombre que no ha nacido de nuevo no tiene ninguna capacidad espiritual. En la vida espiritual primero tenemos que ser receptores y el pecador que aún sigue muerto no puede recibir nada mientras Dios no lo vivifique. Cuán a menudo los santos de Dios son consolados, instruidos y enriquecidos espiritualmente bajo la predicación y la escucha de la palabra; pero es su naturaleza espiritual la que recibe el enriquecimiento. Los seres humanos no regenerados no tienen ninguna naturaleza espiritual: son carnales, vendidos al pecado, y tanto sus poderes mentales como sus apetitos corporales están esclavizados; por esta razón no tienen ningún poder para recibir la bendición. El agraciado y siempre bendito rocío del Espíritu llega, pero ellos no son como el vellón de Gedeón que está listo para absorberlo, sino que son como una piedra dura sobre la que las gotas pueden descender pero que no puede saturarse con la humedad ni ablandarse por su causa. Los hombres no regenerados son cisternas rotas que no retienen agua. Aunque viniera a ellos la propia gracia de Dios no podrían retenerla pues no tienen la capacidad de hacerlo. Sólo los seres espirituales pueden recibir lo espiritual. Entonces, ‘Os es necesario nacer de nuevo’ para tener un espíritu por medio del cual se disciernen y se reciben las cosas espirituales. ¿No ven que tienen que nacer de nuevo?

 

Además, os es necesario nacer de nuevo porque sin el Espíritu de Dios no son hijos de Dios y por consiguiente no tienen ninguna herencia espiritual. El Espíritu nos hace nacer; ese nacimiento nos hace hijos, y siendo hijos somos herederos. Si no nacemos de nuevo no somos hijos, por tanto, no somos herederos, nos quedamos fuera de la herencia, pues la herencia de la gloria de Dios es para los herederos de la gracia y para nadie más; y nadie entrará en la eterna porción salvo aquellos que son nacidos en Su casa y que son Sus hijos e hijas verdaderos. La paternidad universal, sea lo que sea, nos trae mercedes comunes; pero es la paternidad especial que Dios tiene para con los que viven en Sion la que nos da bendiciones especiales. Entonces tienen que nacer de nuevo o perderán toda participación en la herencia divina. Ninguna alma que no haya recibido la nueva vida puede traspasar jamás el umbral del cielo. Prescindiendo de cuán abundantes sean sus oraciones, de cuán repetidos sean sus actos de religiosidad, a menos que el alma nazca de nuevo, las puertas del paraíso están cerradas para ella para siempre. Desterrada de la presencia de la gloria de Jehová, sólo hay otro lugar donde puede morar, y ese tiene que ser donde su gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga. “Os es necesario nacer de nuevo”.

 

V.   Voy a concluir mi discurso diciendo que este nuevo nacimiento es EMINENTEMENTE PERSONAL. “Os necesario nacer de nuevo”. La idea de un apoderado es muy alejada de la figura del texto. Un hombre nace solo, in propria persona (en propia persona). Nadie más puede nacer por él; así también aquí, el cambio que tiene que obrarse en nosotros debe ser experimentado personalmente y debe ser conocido y sentido individualmente. Qué engaño es recurrir a la piedad de un padre o a las promesas de un padrino o imaginar que el ministro o el así llamado sacerdote pueden presentarse ante Dios por nosotros. “Os”, “Os es necesario nacer de nuevo”, y si no han nacido de nuevo no entrarán jamás en el reino.

 

Ahora, me parece que oigo un susurro que recorre la congregación en este momento proveniente de muchos corazones que están diciendo: “Esto es muy desalentador. Nos gusta oír ‘Crean únicamente, y serán salvos’. Nos alegra que se nos diga: ‘Todo aquel que crea en el Señor Jesucristo tiene vida eterna’, pero esto nos angustia, pues no abre la puerta tan ampliamente como nosotros desearíamos”. Créanme que me alegra mucho hablarles acerca del libre y amplio Evangelio de gracia. Es una dichosa tarea para mí llevarles ese mensaje de bienvenida, y yo estoy seguro de que lo presento cuantas veces subo a esta plataforma. Mi más frecuente nota es: “Mirad a Cristo y sed salvos todos los términos de la tierra”. Pero al mismo tiempo Dios no quiera que ustedes sean edificados sobre un falso cimiento, o que su fe y su confianza estén alejadas de la verdad que es en Jesús. Se descubrirá que es madera y heno y hojarasca si así fuera. Pero tú dices que mi sermón es desalentador; ¿no sería mejor que preguntaras: “Es cierto?” Un individuo ha estado construyendo una casa y lo vemos amontonando las piedras, pero nunca ha cavado el cimiento. Es ciertamente desalentador para él que se le diga que no es la manera correcta de construir una casa, pero sería una gran merced para él que se le desalentara en una tarea que es tan necia. A la larga sería un gran ahorro para él si se viniera al suelo de inmediato todo lo que ya ha construido y comenzara desde el principio una vez más, poniendo un buen cimiento y haciendo una obra sólida. Sería necio que clamaran diciendo: “No lo desanimen”, pues hay que desanimarlo. Sí, en verdad nosotros quisiéramos desalentar todo aquello que termine en frustración. El hecho es que tus esfuerzos, tus acciones y tus méritos, todas esas cosas, en su mejor expresión, tienen que ser un fracaso y es algo bueno que te lo digamos. “Pero, ¿qué he de hacer?”, dice alguien. Permíteme que te recuerde que esa no es la pregunta que debes hacer, pues si la obra de salvación dependiera de lo que debes hacer, ciertamente se quedaría sin hacer. Podrías hacer la pregunta: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” pero te indicaríamos que no hagas nada y te diríamos que creas en el Señor Jesucristo para que seas salvo. Si persistes en decir: “¿Qué debo hacer?”, te diremos que entre más pronto apartes tu mirada de todo lo que tú puedas hacer, será mejor, pues la obra de salvación del pecado es la obra del Espíritu de Dios en ti, y tienes que llegar a poner tu mirada en Él por medio de Jesucristo para que obre en ti todas esas gracias y dones que van a adornar tu vida futura. La fe mira a la sangre de Jesús para el perdón del pecado, y luego pone la mira en Él por Su Espíritu para vencer el poder del pecado dentro de tu corazón, y no mira en vano; pero si miras a cualquier otra parte, vas a buscar hasta que tus ojos se cansen, pero no verás nunca cumplido tu deseo. Ojalá que los pudiéramos llevar, no sólo al desaliento, sino a desesperar de ustedes mismos. Cuando sientan que son impotentes tendremos esperanzas por ustedes, pues entonces se abandonarán en las manos de Aquel que puede hacer todas las cosas. Cuando la fuerza del ego se haya disipado, intervendrá la fuerza de Dios.

 

“Oh, pero tú me dices que un poder divino tiene que obrar en mí”. Nosotros efectivamente te decimos eso; no podemos decirte nada menos, y si ese poder obra alguna vez en tu alma, su primer efecto será llevarte a confesarlo, y caerás postrado delante del escabel de la misericordia divina y dirás: “¡Señor, sálvame!” “Dios sé propicio a mí, pecador”. Seres que son inconversos, yo no quiero despertarlos a ustedes a la acción. Quiero despertarlos a la convicción de que están perdidos, y yo le ruego a Dios el Espíritu Santo que los convenza. No deseo hacerlos pensar: “nosotros mismos podemos curarnos”, sino ¡oh!, que más bien sintieran que están enfermos y que aunque ustedes mismos se han destruido, su remedio está en una mano superior, y que tienen que mirar únicamente a Jesús para su curación. Hacer que el elemento sobrenatural se introduzca en la materia es lo que quisiéramos esforzarnos por lograr, y que Dios el Espíritu Santo nos ayude en ello. Quisiéramos que apartaran la mirada de lo que está en ustedes o que pudiera venir de ustedes, y confíen en lo que Cristo hizo en la cruz, en lo que el Padre clemente espera hacer todavía, y en lo que el Espíritu Santo es enviado a hacer específicamente en ustedes para que sean salvos. ¡Oh, que comenzaran a orar pidiendo el poder divino! Que no confiaran nunca en nada que no sea la obra divina en su espíritu. Es a eso a lo que quisiéramos llevarlos.

 

Ahora bien, ustedes ya saben todo esto y la mayoría lo ha sabido durante años. Saberlo, ¡ah, cuán grande privilegio es si no se abusa de él! ¡Qué gran responsabilidad es si el conocimiento termina ahí! Sin embargo, saberlo, ¡oh cuán triste es, a menos que lo sientan! Sentir que “debo nacer de nuevo”, y ser infeliz mientras no sea renovado en el corazón es un buen comienzo. Oro pidiendo que regresen a casa y sientan “No hay almohada en este mundo que se adecue a mi cabeza mientras no la ponga en el pecho del Salvador; no hay bienaventuranza que pueda proporcionarme solaz mientras no haya encontrado perdón en las heridas de mi Redentor”. Que Dios les conceda que suspiren y anhelen ardientemente de esta manera, y entonces creeremos que son regenerados. Reciban al Señor Jesús, y Él les dará poder para convertirse en hijos de Dios, pues quienes creen en Él nacieron, no de sangre ni de voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios. Entonces conocerán el secreto de la regeneración y el Señor mismo será revelado en ustedes. Entonces sabrán que son bendecidos por el Señor, pues carne y sangre no les podrían haber revelado eso. Que el Espíritu Santo esté en el interior de ustedes perpetuamente. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Juan 3: 1-21.

                 

Traductor: Allan Román

11/Noviembre/2013

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