El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
No Afecta a
NO.
1453
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Si fuéremos
infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo”. 2 Timoteo 2: 13.
“Si no
creemos, él permanece fiel, no puede negarse a sí mismo”. 2 Timoteo 2:
13.
Biblia Americana San Jerónimo (primera versión de
Esta es una de las cinco
‘palabras fieles’ que menciona el apóstol. Todas esas ‘palabras fieles’ son valiosas
e importantes. Yo supongo que la iglesia las hizo suyas por haber sido
expresadas por algunos de aquellos profetas que fueron levantados para alimentar
a la iglesia en su infancia, tales como Agabo y las hijas de Felipe y otros. Éstos
pudieron haber sido algunos de sus más notables dichos que se grabaron en las
mentes de varones buenos, y que eran citados por los predicadores y los
maestros, y de esa manera cobraron vigencia en toda la iglesia. Esas frases de
oro fueron acuñadas en proverbios que pasaron de mano en mano enriqueciendo a
todos los que los recibían: para los santos se volvieron “familiares en sus
labios como palabras cotidianas”, y eran llamados especialmente: ‘palabras
verdaderas’ o ‘palabras fieles’. Sin duda el apóstol Pablo dio su aprobación a
muchos de esos santos proverbios, pero a cinco de ellos los revistió con el
ámbar de la inspiración y los transmitió para que tomemos debida nota. Tal vez
les interese identificarlos conforme a su orden de aparición. El primero, y
probablemente el mejor, se encuentra en
Y ahora llegamos a la
palabra fiel que vamos a considerar. Pudiera ser que no les cause esa impresión
de entrada, pero algunos varones eruditos han observado que los versículos
once, doce y trece asumen la forma de un himno. Los himnos hebreos se escribían
en paralelismos, y no en rimas; y se piensa que estos tres versículos eran uno
de los himnos cristianos más antiguos:
“Palabra
fiel es esta:
Si somos muertos con él, también
viviremos con él;
Si sufrimos, también reinaremos con él,
Si le negáremos, él también nos negará.
Si fuéremos infieles, él permanece fiel;
Él no puede negarse a sí mismo”.
Este es un salmo en
miniatura, uno de esos salmos e himnos y cánticos espirituales con los que los
santos de Dios solían edificarse los unos a los otros.
Tengo la seguridad de
que esta última parte de este breve himno es muy digna de ser considerada como
una palabra fiel entre nosotros. Hermanos, podemos mencionarla a menudo;
podemos citarla con frecuencia; podemos ponerla en nuestra lengua como un exquisito
bocadillo; podemos pasarla del uno al otro como un dicho clásico de sabiduría
cristiana, “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí
mismo”.
Para analizarlo en este
momento quisiera dividirlo en dos partes dobles. La primera doble porción es la triste posibilidad, con la seguridad
consoladora. “Si fuéremos infieles”: una triste posibilidad; “él permanece
fiel”: una seguridad consoladora. La segunda parte de nuestro tema es la gloriosa imposibilidad, y la dulce
inferencia que podemos extraer de ella. La gloriosa imposibilidad es: “Él
no puede negarse a sí mismo”; y la inferencia que extraemos de ella es el
anverso o lo contrario de nuestro texto: si fuéremos fieles, él permanece fiel;
él no puede negarse a sí mismo.
I. Comencemos,
entonces, con
Debo tomar primero la triste posibilidad: “si fuéremos infieles”,
y voy a leer esta expresión como si, antes que nada, concerniera al mundo en general, pues creo que se
puede leer así con justicia. Si no creemos, si la humanidad no cree, si la raza
humana fuere infiel, si las diversas clases de hombres no creen, Él permanece
fiel. Los gobernantes no creen, y hay
algunos que le dan mucha importancia a este punto. Decían con respecto de
Jesús: “¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes?” Si el noble Fulano
de Tal oye al predicador, debe de haber algo en lo que dice. Los ingleses se
quedan maravillosamente impresionados con el juicio de un duque o de un conde,
e incluso con el de las personas con título de nobleza de menor grado. Si
alguno de los gobernantes cree en él, ¿quién lo cuestionaría entre las personas
de rango que asisten al culto de adoración? ¿Está publicado bajo autoridad?
¿Los grandes lo suscriben? “Oh, entonces”, dice alguien, “tiene que ser bueno,
y tiene que ser verdad”. Ahora, yo me aventuro a decir que toda la historia muestra
que los gobernantes de este mundo han aceptado muy pocas veces la verdad, y que
en su mayoría los más pobres de los pobres han sido más capaces de percibir la
verdad que los más grandes de los grandes. No habría habido ningún cristianismo
en el mundo en el presente si no hubiera encontrado un refugio en talleres y
casitas humildes. Ha florecido entre los pobres despreciados cuando ha sido
desdeñado por los grandes de la tierra. Bien, amigos, si no creemos -esto es,
si nuestros varones más grandes, si nuestros senadores y magistrados, príncipes
y potentados, no creen- eso no afecta la verdad de Dios en el más mínimo grado
concebible: “Él permanece fiel”.
Sin embargo, muchos
consideran que es más importante saber de qué lado están alistados los líderes del pensamiento, y hay
ciertos individuos que no son elegidos a ese puesto específico por voto
popular, y que sin embargo deciden por sí mismos ser dictadores en la república
de la opinión. Son varones de avanzada que le llevan la delantera a la antigua
escuela de teólogos. Algunos pensamos que están avanzando en la dirección
contraria, es decir, que van para atrás, y que están introduciendo ignorantes
conjeturas en el lugar de la comprobada doctrina y de la sólida y práctica enseñanza
de
Sí, y me aventuro a
desarrollar este pensamiento un poco más. Si los gobernantes no creen, y si las
mentes filosóficas no creen, y si en adición a esto la así llamada opinión pública lo rechaza, con todo,
el Evangelio sigue siendo la misma verdad eterna. La opinión pública no es la
prueba ni la medición de la verdad, pues ha cambiado continuamente y seguirá
cambiando. La suma total del pensamiento de hombres falibles es menos que nada
cuando se contrasta con la mente de Dios, que es una e infalible, revelada a
nosotros por medio del Espíritu Santo en las palabras de verdad de las Escrituras.
Pero algunos opinan que el viejo Evangelio no puede estar en lo correcto,
porque, vean, todos dicen que no está actualizado y que está equivocado. Esa es
una razón para estar más seguros de que está en lo correcto, pues el mundo
entero está bajo el maligno y su juicio está bajo su influencia. ¿Qué son las
multitudes cuando todas ellas están bajo la influencia del padre de las
mentiras? La mayoría más grande en el mundo es una minoría de uno cuando ese
varón está del lado de Dios. Cuenten cabezas, ¿quieren? Cuéntenlas por
millones, si les parece, pero yo prefiero pesar que contar; y si digo la verdad
de Dios, tengo más peso de mi lado del que se pueda encontrar en un millón de
seres que no cree. Yo desearía que todos compartiéramos el espíritu de Atanasio
cuando dijo en defensa de la deidad de su grandioso Maestro: “Si el mundo va
contra la verdad, entonces Atanasio va en contra del mundo”. Tienen que
aprender a estar solos. Cuando saben que están en posesión de la verdad
revelada no pueden comparar todos los juicios de los hombres con el eterno e
infalible juicio del Dios poderoso. No, aunque no creamos, esto es, la mayoría
de nosotros y de nuestras naciones, “él permanece fiel; él no puede negarse a
sí mismo”.
Quisiera pedirles aquí
su solícita atención a una consideración. ¿No han oído decir con frecuencia que
los ministros deberían estar al corriente de los tiempos, que la teología
debería ser siempre matizada y variada de manera que se adapte al pensamiento
avanzado del maravilloso período en el que vivimos? Y como este es un tiempo en
el que la infidelidad pareciera estar flotando en el aire, se nos dice que
hemos de simpatizar sincera y cordialmente con ella, pues es una forma de luchar
por la luz que nosotros deberíamos estimular. Ahora, esta es otra manera de
hablar muy diferente de la que oigo del apóstol Pablo. Él no simpatiza para
nada con esto. Le pone su pie encima. “Sea Dios veraz, y todo hombre
mentiroso”: ese es el estilo en el que habla. En cuanto a adentrarse en el
estudio de las filosofías con el objeto de poner al Evangelio en el tono justo
de ellas, dice: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a éste crucificado”. Cuando Pablo descubre que este estilo de
doctrina no agrada al judío, y que es para él tropezadero, y que no agrada al
griego, y que lo hace burlarse y lo llama locura, ¿acaso por eso el apóstol
dice: “Ven acá, querido amigo judío; tengo una manera de expresar esto que te
mostrará que no quiero decir lo que pensaste que dije; yo usé la palabra “cruz”
en un cierto sentido que no es para nada objetable para el judaísmo”? ¿Acaso susurra
cortésmente: “Ven acá, mi culto amigo griego, y yo te mostraré que tus
filósofos y yo queremos decir lo mismo”? Para nada; antes bien permanece firme
e inconmovible para con Cristo crucificado y la salvación por Su sangre, como,
por la gracia de Dios, yo confío que estamos resueltos a hacerlo nosotros.
Aunque no creamos –esto es, aunque el mundo entero no crea- el Evangelio de
Dios no debe ser alterado para que se adapte a los caprichos y a las fantasías
del hombre, sino que ha de ser proclamado aún en toda su angulosidad y singularidad,
en toda su autoridad divina, sin eliminar nada, sin cortes, forjado como un
todo, pues “Él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”.
Ahora, habiendo hablado
de nuestro texto en referencia al mundo en general, tal vez sea un asunto más
triste mirarlo en referencia a la iglesia visible en particular. El apóstol
dice: “Si nosotros no creemos”, y
seguramente quiso decir la iglesia
visible de Dios.
¿Y acaso la iglesia de
Dios cae alguna vez en un estado tal que se puede decir de ella: “No cree”? Sí,
la iglesia visible se ha desviado terriblemente muchísimas veces. Para un
ejemplo de eso regresen al desierto. Los hijos de Israel fueron sacados de
Egipto con una mano alzada y un brazo extendido, y fueron alimentados en el
desierto con alimento de ángeles, y se les dio a beber del agua de la roca;
pero ellos dudaban continuamente de su Dios.
“Ahora creen a Su palabra
Mientras las rocas fluyen con ríos.
Pronto con el pecado contristan al Señor,
Y los juicios los abaten”.
¿Pero qué pasó?
¿Abandonó Dios Su propósito de dar a la simiente de Abraham la tierra que fluía
leche y miel? ¿Quebrantó Él el pacto y se cansó de él? No, pues la simiente de
Abraham heredó la tierra, y cada uno se sentó allí debajo de su vid y debajo de
su higuera. Aunque el pueblo visible de Dios le rechazó con suma frecuencia de
manera que por su incredulidad murieron en el desierto, con todo, Él permaneció
fiel: Él no se negó a Sí mismo y no podía hacerlo. Bien, ahora, sucede algunas
veces, de acuerdo a este ejemplo, que la iglesia visible de Dios apostata de la
verdad de Dios. Las doctrinas de la gracia, las verdades del Evangelio, son
oscurecidas, entenebrecidas, raramente predicadas, predicadas con palabras
llamativas o son ocultadas detrás de ceremonias y ritos y de todo tipo de
cosas. ¿Y qué sucede? ¿Son eliminadas las verdades fundamentales? ¿Se invierte
la verdad eterna? ¿Ha retirado Dios Su promesa? Oh, no. “Él permanece fiel; él
no puede negarse a sí mismo”.
¡Ay!, la iglesia de Dios
pareciera perder algunas veces su fe en la oración. Sus asambleas de oración se
vuelven escasas. Raras veces se eleva su oración por la conversión de los
pecadores. Pocos se reúnen para suplicar al Señor y asediar al propiciatorio.
¿Qué, pues? ¿Cambia Dios? ¿Abandona Su causa? Oh, no, “Él permanece fiel; él no
puede negarse a sí mismo”. En tales momentos la iglesia casi pierde su fe en el
Espíritu Santo y considera la predicación, tal vez, como un mal necesario que
debe tolerarse, mas no como el vehículo por medio del cual el Espíritu Santo
salva a los hombres. Tienen poca confianza en la palabra de Dios que dice que
“agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”. No
esperan que el reino de Cristo tenga predominio, sino que dicen: “Desde que los
padres durmieron cuántas largas edades han transcurrido, y cuán lento ha sido
el progreso del cristianismo. Es una causa perdida. Contentémonos con dejar en
paz al mundo pagano. En tales momentos pierden el ánimo y toda fe en Dios. ¿No
hemos visto caer en un estado como este a grandes segmentos de la iglesia
visible de Dios al punto que hemos estado dispuestos a preguntar con nuestro
Maestro: “Cuando venga el Hijo del Hombre, hallará fe en la tierra?” ¿Qué,
pues, hermanos míos? Supongan que viviéramos para ver por todas partes una
iglesia degenerada. Supongan que se volviera como Laodicea, al punto que el
Señor pareciera escupir a la iglesia visible fuera de Su boca, porque no se ha
vuelto ni caliente ni fría. Supongan que dijera de la iglesia profesante de hoy
lo que dijo de Silo en la antigüedad: “Andad ahora a mi lugar en Silo, donde
hice morar mi nombre al principio, y vean si quedó allí piedra sobre piedra,
que no haya sido derribada”. Él quitó el candelero de Roma, y pudiera quitar
también ese candelero de otras iglesias. Pero, ¿demostraría eso que Dios fue
infiel, o que se negó a Sí mismo? No, amados; no. Su fidelidad sería vista
entonces en el juicio con el que visitaría a una iglesia infiel. Sí, y es vista
hoy. Ustedes verán que una iglesia que no cree en el Evangelio sencillo se
vuelve pequeña y débil. Conforme las iglesias cesan de ser evangélicas se
reducen y son abatidas. Una iglesia que descuida la oración se vuelve desunida,
desperdigada, letárgica, casi muerta. Una iglesia que no tiene fe en el
Espíritu Santo puede continuar cumpliendo con sus ordenanzas, pero lo hace con
una estéril formalidad y sin el poder de lo alto, todo lo cual demuestra la
fidelidad de Aquel que dijo: “Si anduviereis conmigo en oposición, yo procederé
en contra de vosotros”. Si se despojan de lo que es su fuerza, no es sino
fidelidad de parte de Dios que se debiliten. Si leen la historia de la iglesia desde
los días de Cristo hasta ahora, toda ella servirá para mostrar que Él trata con
Su iglesia de tal manera como para hacerla ver que Él es fiel prescindiendo de
lo que ella sea. Él le ayudará cuando se vuelva a Él, la bendecirá cuando
confíe en Él, la coronará cuando le exalte, pero la abatirá y la disciplinará
cuando se aparte de la sencillez de su fe en cualquier medida. Él demuestra así
que sigue siendo fiel.
Una vez más, hermanos
míos, voy a leer el texto en un círculo un poco más estrecho. “Si no creemos”,
es decir, si los más selectos maestros, y
los predicadores, y los escritores no creen, Él permanece fiel.
Una de las pruebas más
duras para los jóvenes cristianos es la caída de un eminente maestro. He
conocido a algunos que han estado casi a punto de renunciar a su fe cuando alguien
que parecía muy sincero y fiel ha apostatado de pronto. Recordamos que tales cosas
han ocurrido, para nuestro intenso dolor; por tanto, quiero expresarlo muy, muy
claramente. Si llegara a suceder que cualquiera a quien tú le rindes reverencia
porque ha sido de bendición para tu alma -a quien amas porque has recibido de
él la palabra de vida- si esa persona sobre quien, tal vez, te has apoyado
demasiado, resultara en el futuro no ser veraz y fiel, y no creyera, no sigas
su incredulidad, pues “si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede
negarse a sí mismo”. Pedro niega a su Maestro: no sigas a Pedro cuando esté
haciendo eso, pues tendrá que regresar llorando y le oirás predicando a su
Maestro de nuevo. Peor aún, Judas vende a su Maestro: no sigas a Judas, pues
Judas morirá de una muerte terrible, y su destrucción será una advertencia para
otros para que se aferren más estrechamente a la fe. Pudieran ver que el hombre
que estuvo como un cedro del Líbano cae por un golpe del hacha del diablo, pero
no por eso piensen que los árboles del Señor, que están llenos de savia, caerán
también. Él guardará a los Suyos, pues conoce a los que son Suyos. No prendan
su fe con alfileres a la manga de ningún hombre. Su confianza no ha de apoyarse
en ningún brazo de carne, ni deben decir: “Yo creo gracias al testimonio de tal
y tal, y retengo la forma de las sanas palabras porque mi ministro la ha
retenido”, pues todos esos apoyos pueden desaparecer y pueden fallarte de
pronto. Permítanme expresar esto muy, muy claramente: si nosotros no creemos o si
quienes parecieran ser los más distinguidos maestros de la época, si quienes
han sido los más exitosos evangelistas del período, si quienes ocupan un alto
lugar en la estima del pueblo de Dios, en una mala hora, abandonaran las
verdades eternas y comenzaran a predicarles algún otro evangelio que no sea el
evangelio de Jesucristo, yo les suplico que no nos sigan sin importar quiénes
pudiéramos ser, o qué pudiéramos ser. No permitan que ningún maestro, por
grande que pudiera ser, los conduzca a la duda, pues Dios permanece fiel. Apéguense
a la voluntad y a la mente reveladas por Dios, pues “Él no puede negarse a sí
mismo”.
Entonces, he aquí la
terrible posibilidad; y con ella corre parejas esta seguridad sumamente bendita y consoladora: “Él permanece
fiel”. Jesucristo permanece: no hay
variaciones ni cambios en Él. Él es una roca, y no arena movediza. Él es el
Salvador ya sea que los gobernantes o los filósofos crean en Él o lo rechacen,
ya sea que la iglesia y sus ministros sean fieles a Él o lo abandonen. Él es el
mismo Salvador, Dios-hombre, sentado en el trono supremo. “¿Por qué se amotinan
las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la
tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido… El que
mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Pero yo” –dice Él-
“he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte”. No pueden afectar el trono
imperial de nuestro inmortal Señor. Él sigue siendo “el bendito y único
Potentado”, y así debe ser, sin importar lo que digan.
Y como Cristo sigue
siendo el mismo Salvador, nosotros tenemos el mismo Evangelio. ¡Nos dicen que
ellos lo han mejorado! Bien, bien, yo me siento tan satisfecho con el Evangelio
tal como lo he recibido de Pablo y de los inspirados apóstoles que yo
preferiría no tener este evangelio mejorado si me permiten retener el viejo
original. Pero así sucede que, como bebés encantados con nuevos juguetes,
proclaman su “pensamiento moderno”, y su cultura y sus avanzadas ideas. Aquel
que ha gustado alguna vez el viejo vino no desea el nuevo, porque dice: “el
añejo es mejor”. Nuestro Salvador y Su Evangelio siguen siendo los mismos. El
Evangelio de Pablo, el Evangelio de Agustín, el Evangelio de Calvino, el
Evangelio de Whitfield, el Evangelio de cualquier sucesión de varones fieles
que ustedes quisieran mencionar, nos basta con creces. “Él permanece fiel”.
Y así como el Evangelio
es el mismo, así también Cristo permanece fiel a Sus compromisos para con Su
Padre. Él ha prometido guardar a aquellos que el Padre le dio, y los guardará
hasta el fin; y cuando las ovejas pasen bajo la mano de Aquel que las cuenta
dirá: “De los que me diste, no perdí ninguno”. “Él permanece fiel”. Él les dice
a los pecadores en todo el mundo que si vienen a Él no los echará fuera, y Él
es fiel a eso. Él promete clemente que “todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo”; y será fiel a eso. Él es también fiel a Sus santos. Él ha
prometido preservarlos para Su reino y gloria eternos, y los preservará. Él
dice: “Yo les doy a mis ovejas vida
eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”, y las ha retenido
en Su amoroso abrazo y las retendrá hasta el fin; y todo esto hace, aunque toda
la incredulidad en el mundo se levante en contra Suya. Él cumplirá cada palabra
que ha dicho, y hará efectiva cada promesa que ha hecho, aunque todos
desconfíen y nieguen. “Sí, y Amén en Cristo Jesús” son todas las promesas, a
partir de ahora y por siempre, y veremos que así es.
II. Y
ahora sólo nos queda poco tiempo que dedicar a la segunda parte de nuestro
texto, que es muy importante, y es UNA GLORIOSA IMPOSIBILIDAD CON UNA DULCE
INFERENCIA QUE SE PUEDE EXTRAER DE ELLA. “Él no puede negarse a sí mismo”.
Hay tres cosas que Dios
no puede hacer. Él no puede morir, Él no puede mentir, y Él no puede ser
engañado. Estas tres imposibilidades no limitan Su poder, y más bien magnifican
Su majestad, pues estas cosas serían debilidades, y la debilidad no puede tener
ningún lugar en el infinito y siempre bendito Dios.
He aquí una de las cosas
imposibles para Dios, “Él no puede negarse a sí mismo”. ¿Qué significa eso? Quiere
decir, primero, que el Señor Jesucristo
no puede cambiar en cuanto a Su naturaleza y carácter para con nosotros,
los hijos de los hombres, pues si cambiara, sólo podría cambiar de un estado a
otro: de uno mejor a uno peor o de uno peor a uno mejor. Si cambiara de uno
mejor a uno peor, eso sería en efecto negarse a Sí mismo dejando de ser tan
bueno como es por naturaleza; y si cambiara de uno peor a uno mejor, eso sería
negarse a Sí mismo demostrando que no era antes tan bueno como pudiera haberlo
sido. Jesucristo no puede cambiar en ningún punto pues Él es “Jesucristo, el
mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Si cambiara en cualquier punto, en ese
punto se negaría a Sí mismo; pero Él no puede hacer eso, pues siendo Dios no
cambia.
Su palabra no puede cambiar. Quiero que noten esto,
porque Su palabra es muy conspicuamente Él mismo. Su nombre es:
Queridos amigos, Él no puede retirar la salvación que ha
ofrecido a los hijos de los hombres, pues esa salvación es ciertamente Él
mismo. Jesús es la salvación de Israel. Si un pecador quiere saber dónde está
la salvación, le señalamos al Cristo de Dios. No sólo es un Salvador, sino que
Él es la salvación misma y Su salvación no puede ser cambiada, pues si cambiara,
Él mismo sería cambiado o negado, y Él no puede negarse a Sí mismo. Existe aún
el mismo perdón para el primero de los pecadores, la misma regeneración para los
corazones más duros, la misma respuesta generosa para aquellos que se han
descarriado más, la misma adopción en la familia para forasteros y extranjeros.
Su salvación, tal como Pedro la predicó en Pentecostés, es la salvación que
nosotros predicamos ahora a los pecadores. “Él no puede negarse a sí mismo”.
Y luego, la expiación es aún la misma, pues
también la expiación es Él mismo: Él por Sí mismo ha purgado nuestros pecados.
Él mismo es el sacrificio. Bien dijo el poeta:
“Amado Cordero moribundo, Tu sangre preciosa
No perderá nunca su poder”.
Como es Su sangre, tiene
que ser inmutable en eficacia. Él limpia nuestros pecados por Sí mismo. Su
sangre es Su vida, y Él vive para siempre, y como Él vive para siempre, “puede
salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios”. Bendito sea Su nombre
porque el sacrificio expiatorio no ha perdido su eficacia ni en el más mínimo
grado. Es tan poderoso como cuando lavó al ladrón moribundo de la podredumbre
del infierno para llevarlo a la pureza del cielo, transportándolo de un
patíbulo a un trono. Oh, cuán bendito debe de ser su poder ya que lavó a un infeliz
tan corrompido y lo colocó con el propio Maestro en el paraíso aquel mismo día.
La expiación no puede cambiar, pues eso implicaría que Jesús se habría negado a
Sí mismo.
Y el propiciatorio, el lugar de oración, aún permanece; pues si eso
cambiara, Él se habría negado a Sí mismo, pues, ¿qué era el asiento de la misericordia o el propiciatorio,
esa tapa de oro sobre el arca del pacto? ¿Qué era sino Cristo mismo, que es
nuestro propiciatorio, el verdadero asiento de la misericordia? Ustedes pueden
orar siempre, hermanos, pues si se le negara su eficacia a la oración, Dios se
habría negado a Sí mismo. Este es Su memorial: “El Dios que oye la oración”; y
si no oyera la oración, se habría negado a Sí mismo y habría dejado de ser lo
que era. Jehová nunca se negará a Sí mismo como para volverse como Baal, un
dios sordo; imaginar eso sería una blasfemia.
Y he aquí otro dulce
pensamiento: el amor de Cristo por Su
iglesia, y Su propósito para con ella, no pueden cambiar, porque Él no se
puede negar a Sí mismo, y Su iglesia es Él mismo. No me refiero a esa iglesia
visible de la cual acabo de hablar, que es una multitud mixta, sino que me
refiero a esa iglesia invisible, a ese pueblo espiritual, a esa esposa de
Cristo que nadie ve pues es preparada en la oscuridad, y forjada curiosamente
en la partes inferiores de la tierra; y su propio Señor no la verá nunca en
realidad hasta que sea perfeccionada, así como tampoco Adán nunca vio a Eva,
sino que durmió hasta que el gran Dios hubo formado a su esposa, y la hubo
presentado en toda su belleza incomparable para que fuera su hermana y su
esposa. Llega el día cuando el Señor Jesucristo recibirá así a Su esposa
perfeccionada, y mientras tanto Él no puede cambiar para con ella sino que Sus
esponsales serán confirmados. Ella fue tomada de Su costado cuando permanecía
en el sueño profundo de la muerte, y ella es formada para ser semejante a Él,
de manera que cuando en gozo la contemple, Su gozo y el gozo de ella serán
plenos. No, Él nunca, nunca la negará, pues no se puede negar a Sí mismo. Su
plan de amor será implementado y todos Sus pensamientos de gracia serán
cumplidos.
Ni tampoco fallará jamás
ninguno de Sus oficios para con Su
iglesia y Su pueblo. El Profeta será profeta para siempre, “Él no puede
negarse a sí mismo”. El Sacerdote será un sacerdote para siempre según el orden
de Melquisedec, y nunca rehusará ofrecer nuestras oraciones y loas, ni limpiar
nuestras almas, pues Él no puede negarse a Sí mismo. El Rey no cesará nunca de
reinar, ni se quitará su corona, ni depondrá su cetro, pues no puede negarse a
Sí mismo. El Pastor guardará por siempre al rebaño. El Amigo seguirá
eternamente más unido que un hermano. El Esposo amará aún a su esposa. Todo lo
que Él es en relación a Su pueblo continuará y permanecerá, pues Él permanece
fiel. “Él no puede negarse a sí mismo”.
Ahora, mi última palabra
es acerca de una inferencia. El texto
dice, “Si no creemos, él permanece fiel”. La declaración se basa en esa suposición.
Ahora, hermanos, tomen la otra suposición: supongan que en efecto creemos. ¿No
será Él fiel en ese caso? ¿Y no será verdad que no se puede negar a Sí mismo?
Voy a suponer que un
pecador está diciendo en este momento: “Yo creo que Cristo puede salvarme: iré
y le pediré, iré y confiaré en Él”. Ah, Él no se negará a Sí mismo rechazando
tu clamor. Yo te digo, alma querida, quienquiera que seas, que si acudes a Él y
te dejara afuera, se negaría a Sí mismo. Él aún no se ha negado a Sí mismo.
Siempre que un pecador viene a Él, se convierte en su Salvador. Siempre que
encuentra a un alma enferma, actúa como su médico. Ahora, he oído acerca de
individuos que siendo médicos, se han enfermado, o han estado agotados y han
necesitado un descanso; cuando ha ocurrido un accidente en esas condiciones, se
han sentido inclinados a hacerse a un lado, si fuese factible, por sentirse
agotados y desgastados. Le han pedido a su ayudante que diga: “¡Mi señor no se
encuentra en casa!” Pero mi Señor nunca se negó a Sí mismo. Nunca se apartará
de un pecador. Si acudes a Él lo encontrarás en casa y esperándote; estará más
contento de recibirte que tú de ser recibido, pues Él “espera para tener
piedad”. Así como Mateo estaba sentado en el banco de los tributos, esperando
que la gente pagara lo que debía, así Cristo se sienta en el lugar de recepción
de los pecadores, esperando que mencionen sus necesidades. Él está
vigilándolos. Les repito que no puede rechazarlos; eso sería alterar Su
carácter íntegro. Dejaría de ser Cristo. Si despreciara a un pecador que se
acercara, eso haría que dejara de ser Jesús y lo convertiría en alguien más, y
no en Él mismo. “Él no puede negarse a sí mismo”. Anda y pruébalo; anda y
pruébalo. Yo desearía que alguna alma trémula fuera en este momento y se
arrojara en Cristo, y que luego nos reportara el resultado. Anden, pobres
buscadores trémulos, canten en su corazón, incrédulos como son, este himno
nuestro:
Sólo puedo perecer si voy,
Pero estoy resuelto a probar;
Pues si permanezco alejado, yo sé
Que voy a morir para siempre”.
Oh, pero si fueras a
perecer a Sus pies, serías el primero que pereciera jamás de entre todos los
que se han acercado alguna vez a Él; y no se ha visto jamás a ese primer hombre.
Vayan y prueben a mi Señor y comprueben por ustedes mismos.
Bien, ahora, pueblo
cristiano, quiero que también ustedes vengan. Si le creen a su Señor, Él será
fiel para con ustedes. Supongan que es un tiempo de tribulación para ustedes;
Él les será fiel; vayan y echen sobre Él su carga. Supón que en este momento estás
muy inquieto por alguna zozobra espiritual; acude a tu Señor como lo hiciste al
principio, como un pobre pecador, culpable y rebelde, y arrójate sobre Él, y
encontrarás que es fiel. “Él no puede negarse a sí mismo”. Si mi Señor no fuere
benévolo conmigo esta noche cuando acuda a Él con mi carga, pensaría que me
equivoqué de puerta, porque el Señor ha sido tan bueno y tan fiel conmigo hasta
ahora que me dejaría sin aliento descubrir que ha cambiado. ¡Oh, cuán bueno,
cuán extraordinariamente bueno es mi Señor! ¿No acabamos de cantar ahora?:
“Él a mi lado siempre ha estado,
¡Oh, cuán buena es Su
misericordia!”
Yo podría cantar eso de
todo corazón, y esperaría que muchos de ustedes se unieran sinceramente a mí.
Ustedes tienen una madre amada, o una esposa cariñosa, o un amigo íntimo, y
ninguno de ellos les ha dicho otra cosa que cosas amables; y, por tanto, si en
alguna hora oscura acudieran a ellos, y en vez de mostrarles simpatía les
dijeran palabra duras, y pudieran ver evidentemente que nos los aman, ¡cuán sorprendidos
se quedarían! Así me quedaría yo si me fuera a encontrar con algo que no fuera
amor de parte de mi amado Señor después de todos estos años de ternura. No hay
temor de ello, pues “Él no puede negarse a sí mismo”.
Entonces concluyo
diciendo que encontraremos que es así en conexión con las cosas de Su reino y
los temas de Su verdad. Hay una gran algazara en este momento acerca del Dios
de la providencia, y me llaman no sé por qué nombres por decir la verdad a
nombre de mi Señor. Bien, ¿qué resulta de eso? ¿Estaremos, por tanto,
temerosos? No; pero si creemos, encontraremos que Él es fiel. Él no se negará a
Sí mismo. ¿Está la buena y antigua causa realmente en peligro por parte del escepticismo
y de la superstición? Hablando a la manera de los hombres, pudiera parecer que
sí; pero no es realmente así nunca. Aun si vaciláramos no debemos poner nuestra
mano sobre el arca del Señor para estabilizarla. La causa de Dios es siempre
segura. Yo no sé si podamos vivir para verlo, pero tan ciertamente como el
Señor vive, la verdad triunfará en Inglaterra. Pueden decirnos que el
puritanismo está colocado contra la pared, pero todavía recogerá la corona en
la acera. La vieja causa retrocede un poco para tomar aire, pero dará tal salto
en esta tierra que sorprenderá completamente a los adivinos, pues el Señor
enloquecerá a los adivinos, y aquellos que cuentan las torres y dicen que Sion
está totalmente caída no sabrán dónde esconder sus cabezas. El diablo voló una
vez sobre Europa y dijo: “es toda mía. Aquí están vendiendo indulgencias, y el
Papa y yo somos señores de toda ella”. Pero un pobre monje acababa de ver luz
hacía poco tiempo, clavó sus tesis en la puerta de una iglesia y partir de esa
hora la luz comenzó a extenderse por toda Europa. ¿Y creen ustedes que el Señor
está sin Luteros? ¿Imaginan que no le queda ninguna espada o lanza en Su
armería? Yo les digo que tiene a Su alcance tantos instrumentos como hay
estrellas en el cielo. Cuando la influencia del Evangelio parece retroceder es
como la marea cuando está comenzado a bajar. Consistentemente va para atrás, y
si no supiéramos que no es así, comenzaríamos a pensar que las olas de plata
darían lugar al cieno y al guijarro; con todo, cuando llega la hora, en el
minuto preciso, las aguas hacen una pausa y permanecen un rato en un punto. Luego
se levanta la primera ola del flujo, y luego otra, y otra, y otra, y otra, y se
levantan, avanzan y conquistan la costa hasta que el mar alcanza su plenitud de
nuevo. Así tiene que ser, y así será con el océano de la verdad; sólo hemos de
tener fe, y veremos al Evangelio en plenitud de nuevo, y a la vieja Inglaterra
cubierta con él. Duden lo que quieran, hermanos, pero no duden de la verdad
divina, ni duden de Dios. Apéguense al lado que está más desacreditado y
deshonrado, y que recibe los peores comentarios de los hombres, pues Cristo y
Su iglesia usualmente ocupan el lado sombrío del monte. Conténtense con hacer
frente a la corriente con el valor aprendido de su Redentor y Señor, pues viene
el día cuando haber estado con la verdad y con el Hijo de Dios será el más grande
honor que una criatura pueda ostentar.
Que sea nuestro ese honor,
por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
26/Noviembre/2013
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