El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

El Perdón Obtenido con Facilidad

NO. 1448

 

UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Efesios 4: 32.

 

“Y perdónense mutuamente, como Dios los ha perdonado por medio de Cristo”. Efesios 4: 32. Biblia de América.

 

Cuando los moralistas paganos deseaban enseñar la virtud no podían mostrar el ejemplo de sus dioses, pues, según sus mitólogos, los dioses estaban constituidos por una mezcla de cada vicio imaginable y, yo diría, inimaginable. Muchas de las deidades clásicas superaban a los peores individuos en sus crímenes. Eran tan grandes en la iniquidad como eran supuestamente superiores en poder. Es un día infausto para un pueblo cuando sus dioses son peores que su gente. La bendita pureza de nuestra santa fe es conspicua, no sólo en sus preceptos, sino en el carácter del Dios a quien revela. No hay ninguna excelencia que pudiéramos proponer que no veamos resplandeciendo con brillantez en el Señor nuestro Dios. No hay ninguna línea de conducta en la que un creyente deba sobresalir que no podamos identificar en Cristo Jesús nuestro Señor y Maestro como su norma. En los lugares más excelsos de la fe cristiana tienes las más excelsas virtudes y a Dios nuestro Padre y al Señor Jesús sea la más excelsa alabanza. Podemos exhortarlos al más tierno espíritu de perdón señalando a Dios que los ha perdonado en Cristo. ¿Qué motivo más noble podrían requerir para perdonarse unos a otros? Con ejemplos tan sublimes, hermanos, ¿qué tipo de personas deberíamos ser? Nos hemos enterado algunas veces de personas que eran mejores que su religión, pero eso es completamente imposible entre nosotros; nunca, en espíritu o en acto, podemos alzarnos a la sublime elevación de nuestra divina religión. Nosotros deberíamos estar elevándonos constantemente por encima de nosotros mismos y por encima de los más agraciados de nuestros hermanos cristianos, y sin embargo, sobre nosotros todavía contemplaremos a nuestro Dios y Salvador. Podemos ir de poder en poder en pensamientos de bondad y deberes de piedad, pero Jesús está todavía arriba y por siempre tenemos que estar alzando la mirada a Él cuando escalamos el sagrado monte de la gracia.

 

En este momento deseamos hablar un poco con referencia a los deberes de amor y de perdón, y aquí notamos de inmediato que el apóstol pone ante nosotros el ejemplo del propio Dios. Vamos a invertir la mayor parte de nuestro tiempo en ese refulgente ejemplo, pero espero que no sea tanto como para olvidar la parte práctica de la que están muy necesitados en estos días ciertos espíritus que no perdonan pero que, pese a ello, asumen el nombre de cristianos. El tema del amor perdonador de Dios es tan fascinante que nos podemos quedar un tiempo, y un largo tiempo por cierto, en ese brillante ejemplo de perdón que Dios ha puesto ante nosotros, pero de todo ello yo espero que acumulemos gracia por medio de la cual perdonemos a otros aun hasta setenta veces siete.

 

Vamos a tomar cada una de las palabras del texto y así obtendremos las más claras divisiones.

 

I.   La primera frase sobre la que hay que reflexionar es “EN CRISTO”. Nosotros usamos estas palabras con mucha frecuencia pero probablemente nunca hayamos pensado en su fuerza y aun en este momento no podamos extraer todo su significado. Aludamos a ellas con mucha solicitud rogando al buen Espíritu que nos instruya. “En Cristo”; todas las buenas cosas que Dios nos ha concedido nos han llegado “en Cristo”, pero especialmente el perdón de nuestros pecados ha venido “en Cristo”. Esta es la clara afirmación del texto. ¿Qué significa? Quiere decir seguramente, primero, por causa de la grandiosa expiación que Cristo ha ofrecido. Cual justo Legislador y Rey, el gran Dios puede pasar por alto fácilmente nuestras ofensas debido a la expiación por el pecado que Cristo ha ofrecido. Si el pecado fuera meramente una afrenta personal  contra Dios, tenemos abundante evidencia de que estaría más que dispuesto a pasarlo por alto sin exigir venganza; pero es muchísimo más que eso. Quienes lo ven como una mera afrenta personal contra Dios sólo piensan superficialmente. El pecado es un ataque en contra del gobierno moral de Dios; socava los fundamentos de la sociedad, y si se le permitiese hacer lo que quisiera reduciría todo a la anarquía y aun destruiría el poder de gobernar e incluso al propio Gobernante. Dios tiene que gobernar un gran reino que no es meramente de hombres que moran sobre la faz de la tierra, sino que bajo Su dominio hay ángeles y principados y potestades y no sabemos cuántos mundos de seres inteligentes. Sería algo monstruoso suponer que Dios ha creado aquellas miríadas de mundos que vemos centellear en la noche en el cielo sin que haya colocado algunas criaturas vivientes en ellos; es mucho más razonable suponer que este mundo es una motita completamente insignificante en el dominio divino, una mera provincia en el ilimitado imperio del Rey de reyes. Ahora bien, habiéndose rebelado este mundo altaneramente contra Dios, como en efecto lo hizo, a menos que se exigiese una satisfacción por su rebelión eso sería tolerar un asalto contra el dominio del grandioso Juez de todo y una reducción de Su poderío real sobre todo Su reino. Si en el caso del hombre el pecado quedara sin castigo, pronto se sabría a lo largo de las miríadas de mundos; de hecho diez mil veces diez mil razas de criaturas sabrían que podrían pecar con impunidad; si una raza lo hubiera hecho, ¿por qué no podrían hacerlo todas las demás? Esto equivaldría a una proclamación de una licencia universal para rebelarse. Sería probablemente la peor calamidad que pudiera ocurrir que cualquier pecado se quedara sin que el Juez supremo lo castigara. En un estado, algunas veces, a menos que el legislador aplique la ley contra los asesinos, la vida correría peligro y todo se volvería inseguro, por lo que conviene que la misericordia escriba una sentencia de muerte. Lo mismo sucede con Dios en referencia a este mundo de pecadores. Es Su propio amor así como Su santidad y Su justicia los que, si puedo usar un término así, le compelen a la severidad del juicio de tal manera que el pecado no puede ser y no debe ser borrado hasta que la expiación haya sido presentada. Primero que nada tiene que haber un sacrificio por el pecado que, fíjense, para mostrar Su amor el propio grandioso Padre provee, pues es Su propio Hijo quien es entregado a la muerte y así el propio Padre provee el rescate por medio de Su Hijo, ese Hijo que es uno con Él mismo por lazos de una unidad esencial y misteriosa pero sumamente intensa. Si Dios exige el castigo en justicia, Él mismo lo provee en amor. Es un sorprendente misterio este misterio del camino de salvación mediante un sacrificio expiatorio; pero esto sí es claro: que ahora Dios nos ha perdonado en Cristo porque se ha satisfecho el honor lesionado del gobierno divino y la justicia ha quedado satisfecha. Quiero que consideren por un momento cuán fácilmente Dios puede borrar ahora el pecado debido a que Cristo ha muerto. Esta supresión del pecado parece difícil hasta que vemos la cruz y entonces se ve sumamente fácil. Yo he mirado al pecado hasta el punto que parecía dejarme ciego con su horror y me decía: “Esta maldita mancha no puede ser lavada jamás. Ningún jabón de lavador puede cambiar su tonalidad. Sería más fácil que el etíope mude su piel o el leopardo sus manchas. Oh pecado, tú, mal eterno y profundo, ¿qué es lo que podría quitarte?” Y luego he visto al Hijo de Dios muriendo en la cruz y he leído la angustia de Su alma y he oído los clamores que indicaban el tormento de Su espíritu cuando Dios Su Padre le hubo desamparado, y me ha parecido como si la limpieza del pecado fuera la cosa más fácil bajo el cielo. Al ver morir a Jesús no he sido capaz de comprender cómo pudiera ser difícil que cualquier pecado sea quitado. Si un hombre está en el Calvario y mira a Aquel a quien ha traspasado, y acepta y cree en la expiación realizada, entonces se convierte en la cosa más sencilla posible que su deuda sea saldada ahora que ya está pagada, que su libertad le sea otorgada ahora que el rescate se ha conseguido, y que él ya no esté más bajo condenación puesto que la culpa que le condenaba ha sido llevada lejos por Su grandioso Sustituto y Señor. Es entonces debido a que Jesucristo sufrió en lugar nuestro que Dios nos ha perdonado en Cristo.

 

La siguiente interpretación del texto es esta: que Dios nos ha perdonado debido al carácter de representante de Cristo. No debemos olvidar nunca que nosotros caímos originalmente por medio de un representante. Adán estuvo en lugar nuestro y él era nuestra cabeza federal. Nosotros no caímos personalmente al principio, sino que lo hicimos en nuestro representante. Si él hubiera guardado las condiciones del pacto nos habríamos sostenido por medio de él, pero en la medida que él cayó, nosotros caímos en él. Yo les ruego que no pongan reparos al arreglo porque ahí yacía la esperanza de nuestra raza. Los ángeles probablemente cayeron individualmente, uno por uno, y de aquí que cayeran irremisiblemente. No había restauración para ellos. Pero como nosotros caímos en un Adán, continuaba viva la posibilidad de que nos levantáramos en otro Adán, y por tanto, en la plenitud del tiempo Dios envió a Su Hijo Jesucristo, nacido de mujer y nacido bajo la ley para que se convirtiera en el segundo Adán. Él se comprometió a quitar nuestras cargas y a cumplir las condiciones de nuestra restauración. De acuerdo con el pacto tenía que venir en nuestra naturaleza y asumió esa naturaleza en la plenitud del tiempo. Tenía que sufrir el castigo. Eso lo hizo en Su sufrimiento y muerte personales. Tenía que obedecer la ley. Eso lo hizo a plenitud. Y ahora Cristo Jesús, habiendo sufrido el castigo y habiendo cumplido la ley, Él mismo es justificado delante de Dios y se muestra delante de Dios como el representante de todos los que están en Él. Dios, por medio de Cristo, nos ha aceptado en Él, nos ha perdonado en Él y nos ve en Él con un amor infinito e inmutable. Así es como nos llegan todas nuestras bendiciones: en y por medio de Cristo Jesús; y si en verdad estamos en Él, el Señor no únicamente nos perdona nuestro pecado sino que derrama en nosotros las ilimitadas riquezas de Su gracia por medio de Él; de hecho, nos trata como si tratara a Su Hijo. Él trata con nosotros como trataría a Jesús. Oh, cuán agradable es pensar que cuando el justo Dios nos mira es a través del medio reconciliador: Él nos ve a través del Mediador. Algunas veces cantamos un himno que dice:

 

“Le mira a Él y luego al pecador,

Me mira a través de las heridas de Jesús”,

 

Eso es precisamente lo que hace el Señor. Él nos considera justos debido a la expiación de nuestro Salvador y debido a Su carácter de representante. Ahora vayamos un poco más adelante. Cuando leemos “en Cristo”, con seguridad quiere decir por el profundo amor que el Padre le tiene. Hermanos míos, ¿pueden adivinar un poco el amor que el Padre le tiene al Unigénito? Nosotros no podemos entrometernos en el prodigioso misterio de la eterna filiación del Hijo de Dios, no sea que quedemos ciegos por exceso de luz; pero esto sabemos, que son un Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que la unión que existe entre ellos es intensa más allá de toda concepción. “El Padre ama al Hijo”, fue cierto siempre y es cierto ahora; pero cuán profundamente, cuán intensamente Él ama al Hijo, ninguna mente puede concebirlo. Ahora, hermanos, el Señor hará grandes cosas por medio de un Hijo a quien ama como Él ama a Jesús, pues en adición al hecho de Su eterno amor por Él, ya que es uno con Él por naturaleza y esencia, está ahora la causa sobreañadida del amor que surge de lo que el Señor Jesús ha hecho como el siervo del Padre. Recuerden que nuestro Señor ha sido obediente a la voluntad de Su Padre: obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo que Dios le exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre que es sobre todo nombre. Uno de los pensamientos más dulces para mí, que algunas veces libo cuando estoy solo, es este: que Dios el Padre hará cualquier cosa por medio de Cristo. Aquí hay también otro trozo de un panal: cuando yo puedo argumentar el nombre de Cristo estoy seguro de ganar mi caso por medio de Él. “Por medio de Cristo” es un argumento que siempre conmueve el corazón del grandioso Dios. Si muestras que si recibes tal y tal gracia eso glorificará a Cristo, entonces el Padre no puede retenerla pues es Su deleite honrar a Jesús. Hablamos a la manera de los hombres, por supuesto, y en un tema como éste tenemos que ser cuidadosos, pero aun así sólo podemos hablar como hombres, siendo sólo hombres. El Padre goza expresando Su amor por Su Hijo. A través de todas las edades han tenido comunión el uno con el otro; siempre han sido uno en todos Sus designios; nunca han diferido sobre algún punto y no pueden diferir; y ustedes notan que cuando nuestro Señor dice: “Padre, glorifica a tu Hijo”, está tan ligado con el Padre que agrega: “para que también tu Hijo te glorifique a ti”. Su amor mutuo es inconcebiblemente grande y, por tanto, hermanos, Dios hará cualquier cosa por medio de Jesús. Dios nos perdonará en Cristo; sí, eso ha hecho en el caso de miles de personas a mi alrededor. Y tú, grande y negro pecador, si vas a Dios en este instante y le dices: “Señor, yo no puedo pedirte que me perdones por mí mismo, pero hazlo por amor de Tu amado Hijo”, Él lo hará, pues Él hará cualquier cosa si se trata de Jesús. Si en este momento tú estás consciente de pecado al punto de perder la esperanza en ti mismo, es bueno que la pierdas pues la desesperación con respecto a uno mismo es sólo sentido común ya que no hay nada en ti mismo en lo que puedas confiar. Pero aférrate a esta esperanza –no es una paja, es un buen salvavidas sustancial- que si puedes pedir perdón en Jesús, Dios hará cualquier cosa por Jesús y Él hará cualquier cosa por ti por medio de Él.

 

Entonces leemos nuestro texto una vez más a la luz de una verdad que brota del amor de Dios, es decir, que Dios en verdad perdona el pecado con el objeto de glorificar a Cristo. Cristo aceptó la vergüenza para poder magnificar a Su Padre y ahora Su Padre se deleita magnificándolo a Él, borrando el pecado. Si tú pudieras demostrar que cualquier don que recibas reflejará gloria en Cristo, puedes estar seguro de que lo recibirás. Si hubiera algo bajo el cielo que hiciera que Cristo sea más ilustre, el Padre lo utilizará de inmediato. Si tú ves que obtener el perdón de tu pecado elevará la fama del Salvador, anda y blande ese argumento ante Dios y prevalecerás con seguridad. ¿No llenaría de júbilo a Cristo salvar a un pecador de tu calaña? Entonces anda con este argumento en tu boca: “Padre, glorifica a Tu Hijo exaltándole como un glorioso Salvador por salvarme a mí”. Yo encuentro a menudo que esto es una gran palanca para un peso muerto y es decirle al Señor: “Señor, Tú conoces las estrecheces en que me encuentro; Tú sabes cuán desmerecedor soy. Tú sabes cuán pobre y arruinada criatura soy delante de Ti; pero si Tu amado Hijo ayuda y me salva, los propios ángeles se pondrán de pie y se sorprenderán ante Su poderosa gracia, y eso acarreará gloria para Él; por tanto te imploro que seas clemente conmigo”. Ten la seguridad de que tienes la certeza de prevalecer si puedes argumentar que eso glorificará a Cristo, y seguramente no querrías recibir algo que no fuera a glorificarle. Tu oración será siempre prevalente si tu corazón estuviera en tal estado que estás dispuesto a tener o a no tener de acuerdo a cómo honrará a tu Señor: si no glorifica a Cristo, has de estar más que contento de pasarte sin los bienes terrenales más selectos; pero has de estar doblemente agradecido cuando la bendición que es concedida tiende a proporcionar honra al siempre amado y reverenciado nombre de Jesús. “En Cristo”. Es una palabra preciosa; manténganla en su mente y guarden esta frase en los archivos de su memoria: el Padre hará cualquier cosa por medio de Jesucristo Su Hijo.

 

II.   Ahora, en segundo lugar, proseguimos a observar qué es lo que se nos dice en el texto que ha sido hecho por nosotros y a nosotros, en Cristo. “Dios TAMBIÉN OS PERDONÓ A VOSOTROS en Cristo”.

 

Noten, primero, que Él ha hecho esto ciertamente. El apóstol no dice que así lo espera, sino que dice: “Dios también os perdonó en Cristo”. ¿Estás tú en el número de los perdonados, mi querido oyente? ¿Has creído tú en el Señor Jesucristo? Entonces, tan ciertamente como has creído, Dios te ha perdonado en Cristo. ¿Has puesto tu confianza en el sacrificio expiatorio? Entonces Dios te ha perdonado en Cristo. Yo espero que no hayas comenzado a ser un cristiano con la idea de que un día, en algún período futuro, puedas obtener perdón. No. “Dios también te perdonó a ti en Cristo”. El perdón no es un premio que hay que perseguir sino una bendición recibida al dar el primer paso de la carrera. Si tú has creído en Jesús, tu pecado ha desaparecido, ha desaparecido íntegramente; todo tu pecado ha sido borrado de los registros del pasado para no ser mencionado en tu contra nunca jamás. En el instante en que un pecador mira a Cristo la carga de su pecado se suelta y rueda fuera de sus hombros para no regresar jamás. Si Cristo te ha lavado, (y lo hizo si tú has creído en Él), entonces tú estás totalmente limpio y delante del Señor quedas liberado de todo rastro de culpa. El perdón no es un asunto de esperanza, sino un hecho. La expectación busca muchas bendiciones, pero el perdón es un favor realizado que la fe sostiene en su mano aun ahora. Si Cristo tomó tu carga, tu carga no puede permanecer sobre tu propia espalda; si Cristo pagó tus deudas, entonces no siguen figurando en los libros de Dios en tu contra. ¿Cómo podrían hacerlo? Es lógico que si tu Sustituto ha tomado tu pecado y lo ha quitado, tu pecado ya no está más en ti. Dios te ha perdonado en Cristo. Sujeta esa grandiosa verdad y sostenla aunque todos los diablos en el infierno te rujan. Apriétala con una mano de acero; sujétala como para salvar tu vida: “Dios también me ha perdonado a en Cristo”. Que cada uno de nosotros sea capaz de decirlo. No sentiremos la divina dulzura y fuerza del texto a menos que podamos convertirlo en algo personal por medio del Espíritu Santo.

 

Luego noten que Dios nos ha perdonado continuamente. Él no sólo nos perdonó todos nuestros pecados al principio sino que continúa perdonándonos diariamente pues el acto del perdón es continuo. He oído decir algunas veces que fuimos perdonados de tal manera cuando creímos inicialmente que no hay ninguna necesidad de un perdón adicional para nosotros; a lo cual yo replico: Fuimos perdonados tan completamente cuando creímos inicialmente que necesitamos pedir continuamente la perpetuidad de ese acto de largo alcance, para que el Señor pueda continuar ejerciendo esa plenitud de gracia perdonadora que nos absolvió perfectamente al principio, para que podamos continuar caminando delante de Él con un sentido de ese completo perdón, claro e incuestionable. Yo sé que fui perdonado cuando creí en Cristo inicialmente y estoy igualmente seguro de eso ahora; la única absolución continúa resonando en mis oídos como campanas de gozo que nunca cesan. El perdón una vez otorgado continúa siendo otorgado. Cuando debido a la duda y a la ansiedad yo no estaba seguro de mi perdón, pese a ello seguía siendo cierto pues el que cree en Él no es condenado aun cuando podría escribir amargas cosas contra sí mismo. Querido amigo, sujétate de eso y no lo dejes ir. El perdón divino es un acto continuo.

 

Y este perdón de parte de Dios fue sobremanera gratuito. Nosotros no hicimos nada para obtenerlo por mérito ni trajimos nada con qué comprarlo. Él nos perdonó en Cristo sin que hubiéramos hecho algo. Es cierto que nos arrepentimos y creímos pero Él nos dio el arrepentimiento y la fe, de manera que no nos perdonó por causa de ellos sino exclusivamente por su propio bendito amor, porque Él se deleita en misericordia y nunca es más Él mismo que cuando olvida la transgresión, la iniquidad y el pecado.

 

Recuerden también que Él nos perdonó íntegramente. No borró un pecado por aquí y uno por allá, sino que destruyó de una vez toda la horrible lista y el catálogo de nuestras ofensas. La sustitución de nuestro Señor ha finiquitado ese asunto a la perfección:

 

“Debido a que el Salvador inmaculado murió,

Mi alma pecadora es considerada libre;

Pues a Dios, el Justo, le basta

Mirarlo a Él y perdonarme a mí”.

 

Todas nuestras transgresiones son suprimidas de una vez; son llevadas lejos como por una fuerte corriente y quitadas de nosotros tan completamente que no permanece ningún rastro culpable de ellas. ¡Todas han sido quitadas! Oh, ustedes, creyentes, piensen en esto pues el conjunto total no es algo insignificante: pecados en contra de un Dios santo, pecados en contra de Su amante Hijo, pecados en contra del Evangelio así como también en contra de la ley, pecados contra el hombre así como también contra Dios, pecados del cuerpo y pecados de la mente, pecados tan numerosos como las arenas de la playa y tan grandes como el mar mismo: todos son alejados de nosotros cuanto está lejos el oriente del occidente. Todo este mal fue enrollado en un gran bulto que fue puesto sobre Jesús, y habiendo Él cargado con todo ha terminado con él para siempre. Cuando el Señor nos perdonó, nos perdonó toda la deuda. Él no tomó la cuenta y dijo: “Borro este inciso y aquél”, sino que la pluma escribió a lo largo de toda ella: PAGADA. Fue un recibo por el total de todas las demandas. Jesús tomó el acta que había contra nosotros y la clavó en Su cruz para mostrar delante del universo entero que Su poder de condenarnos había cesado para siempre. Nosotros obtenemos un pleno perdón en Él.

 

Y debe recordarse que este perdón que Dios nos ha otorgado por medio de Cristo es un perdón eterno. Él nunca sacará a relucir nuestras pasadas ofensas para imputarlas una segunda vez. Él no nos encontrará en un día malo y dirá: “Yo he tenido gran paciencia contigo pero ahora voy a tratarte según tus pecados”. Todo lo contrario, el que cree en Jesús tiene vida eterna y nunca vendrá a condenación. El perdón del cielo es irreversible. “Irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”. El nunca se arrepiente de lo que ha dado o ha perdonado. ‘Está hecho, está hecho para siempre. Jehová absuelve y la sentencia permanece firme para siempre. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?” ¡Bendito sea Dios por el perdón eterno!

 

Y como no podía encontrar una palabra para terminar sino ésta, voy a utilizarla: Él nos ha perdonado divinamente. Hay tal verdad, realidad y énfasis en el perdón de Dios que no podrían encontrarse en el perdón del hombre, pues aunque un hombre debería perdonar todo lo que has hecho contra él, aunque le hayas tratado muy mal, con todo, es más de lo que podrías esperar que él lo perdonara completamente, pero el Señor dice: “Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”. Si un hombre te ha jugado falsamente, aunque le hayas perdonado no es probable que confíes en él de nuevo. Un viejo proverbio reza: “Nunca montes un caballo perniquebrado”, y no es un mal proverbio. Pero mira cómo trata el Señor con Su pueblo. Cuando Pedro se levantó de nuevo él era un caballo perniquebrado, y sin embargo vean cuán gloriosamente el Señor montó ese corcel de guerra en el día de Pentecostés. ¿No salió venciendo y para vencer? El Señor hace que las cosas pasadas sean tan completamente cosas pasadas que Él confía Sus secretos a las almas perdonadas, pues “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen”; y Él confía a algunos de nosotros Sus más preciados tesoros pues Pablo dice: “Poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo”. Él pone a nuestro cuidado ese estuche inapreciable que encierra la óptima esperanza de los hombres, es decir, el Evangelio de Jesús. “Tenemos este tesoro en vasos de barro”. Esto muestra cuán perfecto es nuestro perdón; es más, debo expresarlo así: cuán divino es el perdón que hemos recibido. Regocijémonos en esa grandiosa promesa que nos llega por boca de Jeremías desde la antigüedad, “En aquellos días y en aquel tiempo, dice Jehová, la maldad de Israel será buscada, y no aparecerá; y los pecados de Judá, y no se hallarán; porque perdonaré a los que yo hubiere dejado”. He aquí la aniquilación –la única aniquilación que conozco- la absoluta aniquilación del pecado por medio del perdón que el Señor otorga a Su pueblo. Cantemos esta frase como si se tratase de un himno selecto: “La maldad de Israel será buscada, y no aparecerá”.

 

III.   Ahora, si han abrevado del espíritu de nuestro tema estarán fortalecidos para soportar lo que tengo que decirles sobre un punto práctico. “PERDONÁNDOOS UNOS A OTROS, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Permítanme decir, de entrada, que no me he enterado de ninguna persona aquí presente que haya tenido diferencias con alguien más y por tanto no voy a hacer alusiones personales en absoluto. Si yo supiera de altercados y dimes y diretes es muy probable que dijera lo mismo, pero sucede que no conozco ninguno; por tanto, si mis comentarios les llegaran al alma a algunos, pediría de todo corazón al que se vea afectado por esto que crea que lo que digo está dirigido a él y que lo reciba como un mensaje directo y personal de Dios.

 

Perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Observen ahora cómo lo expresa el apóstol. ¿Acaso dice: “Perdonando a otro”? No, así no va el texto, si lo miran bien. Es “perdonándoos unos a otros”. ¡Unos a otros! Ah, entonces eso quiere decir que si tienes que perdonar hoy, es muy probable que tú mismo necesites ser perdonado mañana, pues es “perdonándoos unos a otros”. Es de ida y regreso, es una operación mutua, es un servicio cooperativo. De hecho, es una sociedad por acciones mancomunadas de mutuo perdón, y los miembros de las iglesias cristianas deberían comprar muchas acciones en este negocio. “Perdonándoos unos a otros”. Tú me perdonas, y yo te perdono, y nosotros los perdonamos a ellos, y ellos nos perdonan, y así un círculo de ilimitada indulgencia y amor va girando por el mundo. Hay algo malo en mí que necesita ser perdonado por mi hermano, pero hay también algo malo acerca de mi hermano que yo necesito perdonar y esto es lo que quiere decir el apóstol: que todos nosotros hemos de estar ejercitando mutuamente el arte y misterio sagrados de perdonarnos unos a otros. Si hiciésemos esto siempre no soportaríamos a quienes tienen la especial facultad de andar descubriendo faltas. Hay algunos que, sin importar en qué iglesia estén, siempre transmiten un mal informe de ella. Yo he oído de muchas personas este tipo de comentario: “No hay nada de amor entre los cristianos en absoluto”. Yo les describiré el carácter del caballero que hace esa observación: él no tiene amor y no es amado, y por tanto, está fuera del camino de los peregrinos del amor. Otro da voces diciendo: “No hay sinceridad en el mundo ahora”. Ese hombre es un hipócrita, puedes estar muy seguro de ello. Juzga a un ave por su trino y a un hombre por lo que dice. Los criticones miden nuestro grano pero usan sus propias medidas de capacidad (bushels). Pueden saber muy bien lo que una persona es por lo que dice de otros. Esta es una medida del carácter que muy raras veces te engañará: juzgar a otras personas por su propio juicio sobre sus semejantes. Su lenguaje traiciona su corazón. ¡Muéstrame tu lengua, amigo! Ahora sabré si estás enfermo o sano. El que habla de su vecino con una lengua viperina tiene un corazón enfermo, ten la seguridad de ello. Comencemos nuestra carrera cristiana con la plena seguridad de que tendremos muchísimo que perdonar en otras personas, pero habrá muchísimo más que perdonar en nosotros mismos, y estemos convencidos de que hay que ejercitar la benevolencia y que necesitaremos que otros la ejerciten, “Perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

 

Noten nuevamente que cuando nosotros perdonamos se trata de un asunto humilde y pobre comparado con el perdón que recibimos de Dios, porque nosotros sólo estamos perdonándonos unos a otros, esto es, perdonando a nuestros consiervos, mientras que cuando Dios nos perdona es el Juez de toda la tierra el que está perdonando, no a Sus semejantes sino a Sus súbditos rebeldes, culpables de traición en contra de Su majestad. Que Dios perdone es algo grandioso; que nosotros perdonemos, si bien algunos piensan que es algo grande, debe ser considerado como un asunto muy insignificante.

 

Luego reflexionen sobre el asunto de ser perdonados. Nuestro Señor en Su palabra nos dice que el consiervo debía unos cuantos centavos, pero el siervo mismo era deudor de muchos talentos a su amo. Lo que nosotros debemos a Dios es infinito pero lo que nuestro prójimo nos debe es una suma muy pequeña. ¿Qué fue lo que hizo que te ha ofendido tanto? “Dijo algo muy vergonzoso sobre mí”. Hizo algo muy malo, sin duda. “Luego me hizo una trampa muy sucia y actuó de manera muy ruda; de hecho, se comportó escandalosamente y si oyes la historia estarás muy indignado”. Bien, estoy indignado. Él es un mal sujeto, no hay ninguna duda al respecto; pero tú también lo eres. Así eras tú ciertamente cuando viniste a Dios al principio; sin importar cuán malo sea tu prójimo contigo, tú has sido bastante más malo con el Señor. Yo te garantizo que sus negras acciones contra ti son blancas comparadas con tus negras acciones en la presencia de Dios. “Oh, pero no podrías creer cuán vilmente actuó”. No, y me atrevo a decir que difícilmente lo creería si oyera cuán vil has sido tú con el Señor; de cualquier manera, deberían llenarse de lágrimas nuestros ojos cuando pensamos en cómo hemos contristado a nuestro Dios y cómo hemos vejado Su Espíritu. Algunos de nosotros hemos recibido un perdón tan manifiesto y nos han sido perdonados tantos pecados visibles que perdonar para nosotros debería ser tan natural como abrir nuestras manos. Después de tanto perdón como el que el Señor nos ha otorgado seríamos siervos malos en verdad si fuéramos a asir a nuestro hermano por la garganta para decirle: “Págame lo que me debes”. Mereceríamos que nuestro airado Señor nos entregara a los verdugos si no consideráramos que es un gozo pasar por alto la falta de un hermano.

 

Si alguien aquí que sea un cristiano encuentra que es difícil perdonar, yo voy a darle tres palabras que van a ayudarle maravillosamente. Las pondría dentro de la boca del buen hombre. Acabo de dárselas a ustedes rogándoles que libaran su dulzura; ¡helas aquí de nuevo! “En Cristo”. ¿No puedes perdonar a un ofensor sobre esa base? Ah, la muchacha ha actuado muy vergonzosamente, y tú, su padre, has dicho cosas muy duras pero yo te ruego que la perdones en Cristo. ¿No puedes hacerlo por ese motivo? Es cierto que tu hijo se ha portado muy mal y que nada hiere más el corazón de un padre que la perversa conducta de un hijo. En un arranque de ira dijiste algo muy severo y le negaste tu casa para siempre. Yo te imploro que te tragues tus palabras en Cristo. Algunas veces cuando he estado argumentando un caso como ese, la persona a la que he estado persuadiendo ha dicho amablemente: “Lo haré por usted, señor”. Yo he replicado: “Yo le agradeceré que simplemente lo haga, pero hubiera preferido que hubiera dicho que lo haría por mi Señor, pues ¡cuán bendito Señor ha sido para usted! Hágalo por Él”. Pudiera estar hablando muy claramente con algunos de ustedes. Espero estar haciéndolo. Si hubiera alguien entre ustedes que ha entrado en un mal estado de corazón y ha dicho que nunca perdonará a un hijo rebelde, que no vuelva a decirlo de nuevo hasta que haya considerado el asunto en Cristo. No por causa del muchacho, no por causa de tu vecino que te ha ofendido, ni por ninguna otra razón te exhorto a la misericordia, sino por Cristo. Vamos, ustedes dos que son hermanos, que se han distanciado, ámense el uno al otro en Cristo; vamos, ustedes dos que son hermanas; vamos, ustedes dos que son amigos que han estado enemistados, reúnanse directamente y acaben con sus malos sentimientos por medio de Cristo. No han de guardar una gota de malicia en su alma por causa de Cristo. Oh, cuán encantadora palabra, cómo nos derrite y al tiempo que se derrite pareciera no dejar ningún rastro de ira tras de sí: En Cristo nuestro amor soporta mucho y nunca falla.

 

Yo no sé cómo expresar esta palabra que voy a decir a continuación. Es una paradoja. Ustedes tienen que perdonar o no pueden ser salvados; al mismo tiempo no han de hacerlo por compulsión; tienen que hacerlo libremente. Hay una manera de llevar esto a la práctica aunque no puedo explicarlo en palabras. Tienen que perdonar no por verse forzados a hacerlo sino porque lo hacen de todo corazón. Recuerden que no les sirve de nada poner su dinero en esa caja de ofrendas al momento de salir a menos que primero recuerden perdonar a su hermano. Dios no aceptará las ofrendas, oraciones o alabanzas de un corazón implacable. Aunque dejaras toda tu riqueza para Su causa, Él no aceptará ni un solo centavo de eso si mueres en un temperamento inflexible. Aunque dieras toda tu riqueza para Su causa, Él no aceptará ni un centavo de ella si mueres con una disposición a no perdonar. No hay nada de gracia allí donde no hay ninguna disposición a pasar por alto las faltas. Juan dice: “El que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” La propia oración que te enseña a pedir la misericordia te indica decir: “perdónanos, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. A menos que hubieran perdonado a otros, ustedes estarían leyendo su propia sentencia de muerte  cuando repiten la oración del Señor.

 

Finalmente quiero decirles a todos ustedes, hermanos, que como hermanos y hermanas en Cristo Jesús, si hemos de perdonarnos unos a otros tiene que haber algunas otras cosas que debamos hacer. Y la primera es que no nos provoquemos unos a otros a ofender. Si yo sé que a alguien no le gusta una cierta cosa, no voy a arrojarla en su camino. No digas: “Bien, pero si tiene mal carácter, yo no puedo evitarlo; no debería ser propenso a ofenderse. No siempre podría estar rindiendo deferencia a su absurda sensibilidad”. No; pero, hermano, tu amigo es muy propenso a ofenderse y tú sabes que lo es; ten respeto, entonces, a su debilidad de temperamento tal como lo tendrías si estuviera afectado en su cuerpo. Si tú tienes reumatismo o gota, tus amigos no van pisando con firmeza por el cuarto diciendo: “No debería importarle eso; no debería sentirlo”. La gente de buen corazón camina por la habitación con un leve paso por miedo a molestar a la pobre extremidad sufriente. Si un hombre tiene una mente enferma y es muy irritable, trátalo con benevolencia, apiádate de su debilidad y no lo irrites. Un amigo me escribió una carta hace corto tiempo quejándose seriamente de un hermano que había estado muy enojado con él y que había hablado muy hirientemente en su contra mientras ardía por la pasión. Yo me sentí obligado a oír el otro lado de la historia y me vi forzado a decir, “Vamos, ustedes dos, hermanos, están mal los dos. Tú, hermano mío, te enojaste; pero tú, mi otro hermano, le irritaste de tal manera que no me sorprende que estallara en ira. Y cuando tú viste que se había enojado ¿por qué no te fuiste o no hiciste algo para apaciguarlo? No, sino que te quedaste para atizar su ira y luego escribiste para ponerlo al descubierto”. Yo culpo a la madera por arder, pero ¿qué diré de los fuelles? Estaba mal que ardiera, ¿pero estaba bien atizar el fuego? Muy a menudo cuando un hombre está enojado pudiera ser que no sea el único al que se deba inculpar. Por tanto, hermanos y hermanas, si hemos de perdonarnos unos a otros no nos provoquemos a ofender unos a otros.

 

Luego, no ofendan. Muchas veces un hombre está ofendido con otro sin mediar ninguna razón de ningún tipo. Alguien ha dicho de otra persona cuando pasaba junto a él en la calle, “Ni siquiera me hizo una venia. Es demasiado altivo para reconocerme porque yo soy un hombre pobre”. Ahora bien, ese amado hermano que se ha quejado así no podía ver más allá de su mano, pues era miope. Otro ha sido censurado por no oír, aunque era sordo, y otro, por no dar la mano cuando su brazo estaba paralizado. No imagines ofensas allí donde no se ha tenido la intención de ofender.

 

A continuación, no te sientas ofendido aun cuando se haya tenido la intención de ofenderte. Es algo espléndido si no te sientes ofendido. Nada hace que un hombre se sienta más pequeño que cuando tú aceptas lo que pretendía ser un insulto como si fuera un cumplido y le agradeces por ello. ¿Puedes controlarte hasta ese punto? Recuerda que cuando te has conquistado a ti mismo has conquistado el mundo. Has vencido a todos cuando has vencido tan plenamente a tu propio espíritu que sigues estando contento con aquello que naturalmente te induciría a la ira.

 

Luego, si has de sentirte ofendido, querido hermano, no exageres una ofensa. Algunas buenas mujeres, -estaba a punto de decir que hombres también- cuando vienen como correveidiles con una acusación le agregan muchos adornos y adiciones. Dan grandes rodeos y traen innumerables creencias, y sugerencias e insinuaciones y rumores en el asunto, hasta que el huevo de un mosquito se vuelve tan grande como si hubiese sido puesto por un avestruz. Yo comienzo con calma a quitar las plumas y la pintura, y digo: “Vamos, no veo qué tenía que ver ese punto con el caso, o qué contiene ese comentario; todo lo que puedo ver cuando llego a considerar el hecho desnudo es esto y esto, y eso no fue mucho, ¿no es cierto?” “Oh, pero se tenía la intención de más”. No creas eso, querido hermano, querida hermana. Si ha de haber algo malo, haz que sea tan poco como puedas. Si tú tienes un telescopio, mira a través del lente grande, y minimiza en vez de magnificar, o, mejor aún, no lo veas del todo. Un ojo ciego es a menudo el mejor ojo que un hombre puede tener, y un oído sordo es mucho mejor que uno que oye demasiado. “Tampoco apliques tu corazón a todas las cosas que se hablan, para que no oigas a tu siervo cuando dice mal de ti”, dice Salomón. Algo que hayas hecho pudiera irritar a un siervo y pudiera hacer observaciones que son impropias e impertinentes. No oigas lo que está murmurando. Mantente a la distancia para no oír. Él lo lamentará mañana, y si piensa que no le oíste continuará a tu servicio y te será fiel. ¿Qué harías si tu jefe te citara por cada palabra, y si captara cada frase que tú dijeras? ¿Cómo vivirías del todo si hiciera cuentas contigo severamente? No, queridos amigos, como tienen que perdonar a otro, no se ofendan, y cuando la ofensa sea infligida, no la exageren, y, si pueden, ni siquiera la observen.

 

Luego, no publiquen las ofensas. Se ha dicho algo muy ofensivo. ¿Qué pues? No lo repitan. No vayan primero a uno, y luego a otro, diciendo: “Esto es muy confidencial y tienes que guardarlo como un secreto: Fulano de Tal ha hablado vergonzosamente”. Es mejor que permitas que tu corazón se quebrante que ir de arriba a abajo con un tizón encendido de esta manera. Si un hermano ha actuado mal, ¿por qué habrías tú de actuar mal? Estarías haciendo mal si publicas su falta. Recuerda cómo vino la maldición sobre el hijo de Noé por descubrir a su padre; y cuánto mejor es que cuando haya algo malo, todos nosotros andemos hacia atrás y lo cubramos sin siquiera mirarlo, si podemos evitarlo. Cúbranlo; cúbranlo. El amor cubre una multitud de pecados. El amor no solamente cubre uno, dos o tres pecados sino que lleva consigo un manto que cubre un ejército entero de faltas.

 

Sobre todo, hermanos míos, y con esto concluyo, nunca, de ninguna manera, directa o indirectamente, han de vengarse. Por cualquier falta que sea cometida en contra de ustedes, el Maestro les dice: ‘no resistáis al que es malo’. En todas las cosas, dobléguense, inclínense, cedan, sométanse. “Si pisas un gusano se defenderá”, dice alguien. ¿Y tu ejemplo es un gusano? Cristo será el mío. Es una cosa chocante cuando un varón cristiano olvida a su Señor para encontrar una excusa para sí mismo entre las pobres criaturas que están bajo sus pies. Pero si ha de ser así, ¿qué hace un gusano cuando se defiende? Cuando has pisado un gusano, ¿muerde? ¿El gusano le hace daño a alguien? Ah, no. Se ha volteado, pero se ha volteado en su agonía y se ha retorcido delante de ti, eso es todo. Tú puedes hacer eso si tienes que hacerlo. Hermano, la más espléndida venganza que puedas ejecutar jamás es hacer bien a los que te hacen mal y hablar bien de aquellos que hablan mal de ti. Se avergonzarán al mirarte; nunca te volverán a hacer daño si ven que tú no puedes ser provocado excepto a un mayor amor y a una mayor benevolencia. Esta debería ser la marca de los cristianos; no debería ser: “yo voy a ser la ley para ti”, o “yo me voy a vengar”, sino “voy a resistir y a contenerme hasta el fin”. “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. No tomes en tus manos lo que Dios dice que le pertenece a Él, pero así como Él te ha perdonado en Cristo, así también perdona tú a todos aquellos que te hacen mal. “¿Cuántas veces he de hacer eso?”, pregunta alguien. “A mí no me importaría hacerlo tres o cuatro veces”. Hubo alguien en la antigüedad que estaba dispuesto a llegar hasta seis o siete veces, pero Jesucristo dijo: “hasta setenta veces siete”. Ese es un número muy considerable. Puedes contar para ver si ya has llegado a esa cantidad, y si lo has hecho, estarás alegre de comenzar de nuevo perdonando todavía así como Dios te ha perdonado en Cristo. Que Dios nos ayude a ser pacientes hasta el fin. Aunque no he estado predicando ahora a Cristo Jesús como el objeto de la confianza del pecador, a pesar de ello, recuerden que Él tiene también que ser el objeto de nuestra imitación. Este es el tipo de doctrina que Cristo mismo predicaba, y por tanto, como Él predicaba continuamente este amor a nuestro prójimo y el perdón de nuestros enemigos, deberíamos predicarlos y practicarlos. Vayan y crean en Él, y sean imitadores de Él, recordando que Él perdonó a sus asesinos en la cruz donde llevó a cabo nuestra redención. Que Su Espíritu repose en ustedes por siempre. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Efesios 4.

 

Traductor: Allan Román

17/Julio/2014

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