El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Jesús
NO.
1434
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Y dará a luz
un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados”. Mateo 1: 21.
Bernardo ha dicho
encantadoramente que el ‘nombre de Jesús es miel en la boca, melodía en el oído
y júbilo en el corazón’ (1). Yo me regocijo a título personal en esa expresión
pues me proporciona mi porción del deleite y me conduce a esperar que, mientras
estoy hablando, la dulzura del nombre precioso de Jesús llene mi propia boca.
Aquí hay también una porción para ustedes que están escuchando: es melodía para
los oídos. Si mi voz resultara áspera y mis palabras discordantes, pese a ello ustedes
oirán música del orden más selecto, pues el nombre mismo es melodía esencial y
todo mi sermón va a resonar con su argentina nota. Que tanto el predicador como
el oyente se unan en la tercera palabra de la frase de Bernardo, y que todos
nosotros encontremos que es gozo en nuestros corazones y alborozo en el
interior de nuestras almas. Jesús es el camino a Dios, por tanto, le
predicaremos. Él es la verdad, por tanto, le oiremos. Él es la vida, por tanto,
nuestros corazones se regocijarán en Él.
Es tan indescriptiblemente
fragante el nombre de Jesús que imparte un delicioso perfume a todo lo que
entra en contacto con él. Nuestros pensamientos se van a dirigir esta mañana al
primer uso del nombre en conexión con nuestro Señor, cuando el niño que estaba
por nacer fue llamado Jesús. Aquí encontramos todo lo que es indicativo de
consuelo. La persona a quien ese nombre fue revelado inicialmente fue José, un
carpintero, un varón humilde, un obrero desconocido y sin distinción salvo por
la justicia de su carácter. Al artesano de Nazaret le fue comunicado
inicialmente este nombre. Por tanto, no es un título que deba ser monopolizado
por los oídos de príncipes, sabios, sacerdotes, guerreros o varones ricos; es
un nombre que ha de convertirse en una palabra familiar entre la gente común.
Él es el Cristo del pueblo pues desde la antigüedad se dijo de Él: “He exaltado
a un escogido de mi pueblo”. Que cada carpintero y cada obrero de todo tipo se
regocijen en el nombre de Jesús con todas las demás clases de hombres. Hay
consuelo en el mensajero que dio a conocer ese nombre a José, pues fue el ángel
del Señor quien, en las visiones de la noche, musitó a sus oídos ese nombre
encantador; y desde entonces los ángeles están aliados con los hombres y se
reúnen bajo un mismo estandarte movidos por la misma consigna igual que
nosotros: el nombre de Jesús. ¿Envió Dios el nombre mediante un ángel y se
deleitó el ángel al venir con él? Entonces hay un vínculo de simpatía entre
nosotros y los espíritus angélicos, y hemos venido en este día no únicamente “a
la congregación de los primogénitos”, sino “a la compañía de muchos millares de
ángeles” que consideran ese nombre con amor reverente.
La condición de José cuando
oyó este nombre no careció enteramente de instrucción. El ángel le habló en un
sueño: ese nombre es tan suave y dulce que no interrumpe el reposo de nadie,
sino que más bien produce una paz sin rival, la paz de Dios. Con un sueño así
el reposo nocturno de José fue más bendito que su vigilia. El nombre tiene por
siempre este poder, pues, para quienes lo conocen, revela una gloria más
resplandeciente que la que los sueños jamás imaginaron. Bajo su poder los jóvenes
ven visiones, y los ancianos sueñan sueños, y estos no se burlan de ellos, sino
que son profecías fieles y verdaderas. El nombre de Jesús trae ante nuestras
mentes una visión de gloria de los últimos días cuando Jesús reinará de polo a
polo e incluso otra visión de gloria indecible cuando Su pueblo esté con Él
donde Él está. El nombre de Jesús fue dulce al principio debido a las palabras
que lo acompañaron, pues tenían la intención de suprimir la perplejidad de la mente
de José, y algunas de esas palabras iban en este sentido: “No temas”.
Ciertamente ningún otro nombre puede desterrar el miedo como el nombre de
Jesús: es el comienzo de la esperanza y el fin de la desesperación. Basta con
que el pecador se entere del “Salvador”, y entonces olvida morir y espera
vivir; se levanta de la letargia mortal de su desesperanza, y, mirando hacia arriba,
ve a un Dios reconciliado y ya no teme más. Hermanos, este nombre está
especialmente lleno de raros deleites cuando meditamos sobre la infinita
preciosidad de la persona a quien le fue asignado. Ah, he aquí el bosque de
Jonatán donde la miel se escurre de cada rama, y quien la pruebe experimentará
que le son aclarados sus ojos. No tenemos un Salvador común pues ni la tierra
ni el cielo podrían producir a Su igual. En el momento cuando el nombre fue
dado, Su persona completa no había sido vista por ojos mortales pues aún permanecía
oculto; pero pronto hizo Su aparición habiendo nacido de María por el poder del
Espíritu Santo, un varón sin igual. Él lleva nuestra naturaleza, pero no
nuestra corrupción. Él fue hecho en semejanza de carne de pecado, pero en Su
carne no hubo ningún pecado. Este Ser santo es el Hijo de Dios y, con todo, es
el Hijo del hombre: esta excelencia suprema de la naturaleza hace que Su nombre
sea sumamente precioso.
Voy a pedir que
ejerciten su paciencia mientras considero siete cosas en referencia a este
nombre arrobador. Es como ungüento derramado, y su perfume es variado como para
contener la esencia de todas las fragancias. Ustedes verán estas siete cosas
muy claramente si continúan considerando el texto y su contexto.
I. Primero,
vamos a observar que EL NOMBRE DE JESÚS ES UN NOMBRE ORDENADO Y EXPLICADO
DIVINAMENTE. De acuerdo al texto, el ángel trajo un mensaje de Dios, y dijo:
“Llamarás su nombre Jesús”. Es un nombre que, como quien lo lleva, ha
descendido del cielo. Nuestro Señor tiene otros nombres de oficio y de relación,
pero éste es especial y peculiarmente Su propio nombre personal, y es el Padre
quien le ha llamado así. Por tanto, tengan la seguridad de que es el mejor nombre que pudiera tener. Dios
no le habría dado un nombre de un valor secundario o acerca del cual hubiera
una traza de deshonor. El nombre es el más excelso, el más brillante y el más
noble de los nombres: ser un Salvador es la gloria de nuestro Señor. Al mejor ser
nacido jamás de mujer Dios le ha dado el mejor nombre que algún hijo de hombre
pudiera llevar. JESÚS es el nombre más
apropiado que nuestro Señor pudiera recibir. De esto estamos muy seguros,
pues el Padre sabía todo acerca de Él y podía llamarlo apropiadamente. Él sabe
mucho más acerca del Señor Cristo que todos los santos y ángeles tomados en su
conjunto, pues “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre”. El Padre le conocía a la
perfección y le llama Jesús. Entonces podemos estar seguros de que nuestro
Señor es más que nada un Salvador, y ese término es el que mejor le describe.
Dios el Padre, que le conoce mejor, ve que esta es Su grandiosa característica,
que Él es un Salvador y que el nombre de “Jesús” es el que mejor le representa.
Puesto que la infinita sabiduría lo ha seleccionado, podemos estar seguros de
que es un nombre que tiene que ser
verdadero, y tiene que ser verificado por hechos de un orden que no son de
poco valor. Dios, que no puede estar bajo un error le llama Jesús, un Salvador,
y por tanto Jesús, un Salvador tiene que ser en una grandiosa escala,
continuamente, abundantemente, y de una manera muy aparente. Dios no rehusará
tampoco aceptar la obra que Él ha hecho ya que por el don de ese nombre le ha
encargado salvar a pecadores. Cuando argumentamos el nombre de Jesús delante de
Dios, le recordamos Su propia palabra y apelamos a Él con Su propio acto y
obra. ¿Acaso cada uno de nosotros no debe ver el nombre de Jesús con deleite
reverencial al recordar de dónde vino? Él no es un Salvador de nuestra propia
fabricación, sino Dios el Padre eterno le ha dado a conocer como nuestro
liberador y Salvador, diciendo: “Llamarás su nombre Jesús”.
Es un nombre que el
Espíritu Santo explica, pues nos dice la razón para el nombre de Jesús: “Porque
él salvará a su pueblo de sus pecados”. “Salvador” es el significado del nombre,
pero tiene oculto en su interior un sentido más pleno, pues en su forma hebrea
quiere decir: “la salvación del Señor”, o “el Señor de salvación”, o “el Salvador”.
El ángel lo interpreta así: “él salvará”, y la palabra que corresponde a “él”
es muy enfática. De acuerdo a muchos eruditos, el nombre divino, el título
incomunicable del Altísimo está contenido en “Josué”, la forma hebrea de Jesús,
de tal manera que la palabra en su sentido pleno significa: “Jehová Salvador”,
y en su forma resumida significa “Salvador”. Le es asignado a nuestro Señor
porque “Él salva” de enemigos y de problemas, no de acuerdo a cualquier
salvación temporal y común, sino que Él salva de enemigos espirituales y
especialmente de los pecados. Josué
en la antigüedad fue un salvador, Gedeón fue un salvador, David fue un
salvador; pero el título es dado a nuestro Señor sobre todos los otros porque Él
es un Salvador en un sentido en que nadie más lo es o puede serlo: Él salva a
Su pueblo de sus pecados. Los judíos esperaban un Salvador; ellos esperaban a uno
que rompería el yugo romano y que los salvaría de estar bajo servidumbre de un
poder extranjero, pero nuestro divino Señor no vino para ese propósito. Él vino
para ser un Salvador de un tipo más espiritual y para romper un yugo muy
diferente salvando a Su pueblo de sus pecados. La palabra “salvar” es muy rica
en significado. Su fuerza completa y exacta difícilmente puede expresarse en
palabras en inglés. Jesús es salvación en el sentido de liberación y también en
el de preservación. Él da salud, Él es todo lo que es salutífero para Su
pueblo: Él salva a Su pueblo en el
más pleno y más amplio sentido. La palabra original significa preservar,
guardar, proteger del peligro y asegurar. Los más grandes significados generalmente
se albergan en las palabras más breves, y en este caso la palabra “salvar” es
un pozo donde la plomada tarda en encontrar fondo. Jesús trae una gran
salvación o como dice Pablo: “una salvación tan grande”, como si sintiese que
no podía estimar jamás su grandeza (Hebreos 2: 3). Habla también de ella como “eterna
salvación” (Hebreos 5: 9), tal como dijo Isaías: “Israel será salvo en Jehová
con salvación eterna”. Inmensurablemente glorioso es el nombre de “Jesús” según
nos es explicado divinamente, pues por esa precisa exposición el eterno Dios garantiza
el éxito del Salvador. Él declara que salvará a Su pueblo, y entonces tiene que
salvar a Su pueblo. Dios mismo lo expone ante nosotros como:
“Jesús, Salvador, Hijo de Dios,
Portador de la carga del pecador”.
Queridos amigos, de esta
manera tenemos un nombre que ni siquiera tenemos que explicárnoslo. Como
nosotros no lo elegimos no nos corresponde a nosotros explicarlo: Dios, que dio
el texto, nos ha predicado el sermón. El que asignó el nombre nos ha dado la
razón para él, de manera que no nos quedamos en ignorancia o incertidumbre.
Nosotros habríamos podido decir: “Sí, Su nombre es Jesús, pero se refiere a una
salvación que fue obrada en la antigüedad”; pero no, la palabra del Señor nos
dice: “Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”,
y esto es para todo el tiempo ya que Él siempre tiene un pueblo y ese pueblo
necesita ser salvado siempre de sus pecados. Alegrémonos porque tenemos un
Salvador así, y porque el nombre de Jesús retiene toda la dulzura y poder que
siempre tuvo, y los retendrá hasta que todo el pueblo escogido sea salvado, y
entonces lo será por los siglos de los siglos.
Además, en adición a
explicar este nombre, por medio del evangelista Mateo le ha agradado al
Espíritu Santo referirnos su sinónimo y darnos así su significado por
comparación. Permítanme leerles los siguientes versículos. “Todo esto aconteció
para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo:
He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre
Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”. Y cuando nuestro Señor nació y
fue llamado “Jesús” fue cumplida la antigua profecía que decía que debería ser
llamado Emanuel. Se sigue que el nombre de “Jesús” tiene una significación
equivalente a la de “Emanuel”, y que su significado virtual es “Dios con
nosotros”. Verdaderamente, hermanos, Él es Jesús, el Salvador, porque Él es
Emanuel, Dios con nosotros; y tan pronto como nació, convirtiéndose así en
Emanuel, el Dios encarnado, se convirtió en Jesús, el Salvador, por ese mismo
hecho. Al descender del cielo a esta tierra y tomar sobre Sí nuestra
naturaleza, Él construyó un puente sobre el abismo entre Dios y el hombre que
de otra manera no existiría: al sufrir en esa naturaleza humana e impartir por
medio de Su naturaleza divina una eficacia infinita a esos sufrimientos, eliminó
lo que nos habría destruido y nos trajo vida eterna y salvación. Oh Jesús, el
más amado de todos los nombres en la tierra o en el cielo, yo amo Tu música
mucho más porque está en tal dulce armonía con otro que resuena melodiosamente
a mis oídos, el nombre de Emanuel, Dios con nosotros. Nuestro Salvador es Dios, y por tanto, es capaz; Él es Dios con nosotros, y por tanto, es compasivo;
Él es divino, y por tanto, es infinitamente sabio; pero Él es humano, y por
tanto, está lleno de compasión.
Este, entonces, es
nuestro primer encabezado: este encantador nombre de Jesús es una joya del
cofre del cielo. Nos llega como una manzana de oro y está acompañado por una
exposición que lo coloca en una canasta de plata. El nombre es precioso como el
propiciatorio de oro y sobre él arde la llama de la gloria divina de manera que
no podemos tropezar con él sino que podemos regocijarnos en la gran luz. Nos
hace conocer el propio corazón de Dios en referencia a Su Hijo: por qué le
envió, lo que quería que fuera y que hiciera y en qué manera le iba a
glorificar. Salvación es el jubiloso sonido que resuena proveniente de las
campanillas del manto de nuestro Sumo Sacerdote cuando sale para bendecirnos.
Dios, que habló a nuestros padres por Sus profetas, nos habla ahora por Su
Hijo, cuyo nombre es Salvación. ¿No hay una fuente de gozo en esto?
II. En
segundo lugar, aunque este nombre fue escogido así por Dios, NUESTRO SEÑOR FUE
REALMENTE LLAMADO POR EL NOMBRE DE JESÚS POR EL HOMBRE. Les pido que pongan
especial atención a esto. “Ella (María) dará a luz un hijo, y tú (José)
llamarás su nombre Jesús”. El Dios del cielo, por Su ángel, asigna el nombre
del niño, pero su presunto padre tiene que anunciarlo. Tanto José como María,
según el mandato divino, se unieron en llamar al niño por el nombre designado.
Vean, entonces, que el nombre que es escogido por Dios es plenamente aceptado
por seres humanos instruidos. Los que son enseñados por Dios reconocen
jubilosamente que Cristo es salvación, y sin mediar pregunta le dan el nombre
bienamado de Jesús, el Salvador.
Noten aquí que el nombre
de Jesús, Salvador, le fue dado a nuestro Señor por dos sencillos corazones tan
pronto Él les fue revelado. Sólo necesitaron que se les dijera quién era, y
para qué venía, y cómo iba a nacer y cuál era el propósito de Su encarnación, y
ellos de inmediato aceptaron el mensaje divino y llamaron al bebé por el nombre
de Jesús. Y, hermanos, todos nosotros a quienes Cristo es revelado le llamamos
Jesús, el Salvador. Hay muchos que piensan que conocen a nuestro Señor, pero
como sólo hablan de Él como un profeta, un maestro o un líder, y no les importa
como un Salvador, nos queda claro que están en la ignorancia en cuanto a Su
carácter fundamental. No conocen Su primer nombre, Su nombre personal. El
Espíritu Santo no puede haberle revelado a Cristo a nadie que siga siendo
ignorante de Su poder salvador. Quien no le conoce como Jesús, el Salvador, no
le conoce del todo. Ciertos cristianos anticristianos están enalteciendo
artificiosamente a Cristo para rebajar a Jesús: quiero decir que proclaman a
Jesús como Mesías, enviado de Dios para exhibir un gran ejemplo y proporcionar
un código puro de conducta, pero no pueden tolerar a Jesús como un Salvador que
nos redime por Su sangre y nos libera del pecado por Su muerte. No estoy seguro
de que sigan Su ejemplo de una santa vida, pero hacen mucho ruido ensalzándola,
y todo con el propósito de apartar los pensamientos de los hombres del carácter
principal y del propósito primordial de la permanencia de nuestro Señor entre
nosotros, es decir, la liberación de Su pueblo del pecado. Si los hombres
conocieran a nuestro Señor le llamarían Jesús el Salvador, y no le
considerarían meramente como un buen hombre, un gran maestro y un noble ejemplo,
sino como el Salvador de los pecadores.
Ahora, José y María no
solamente creyeron como para darle al niñito ese nombre en sus propias mentes,
sino que a su debido tiempo lo llevaron al templo y lo presentaron de acuerdo a
la ley y allí Su nombre fue llamado públicamente Jesús. Todos los corazones a
los que Dios confía Su Cristo deberían reconocerle públicamente de la más
solemne manera de conformidad con Su ordenanza, y deberían desear confesarle
como el Salvador en todos los lugares apropiados. El infante Cristo fue confiado
al cuidado de José y María para que le criaran y le protegieran. ¡Maravilla de
maravillas es que necesitara de un protector Aquel que es el Preservador de los
hombres y el Pastor de Sus santos! En Su debilidad como un bebé necesitaba el
cuidado de los padres; y al cuidar de Él, José y María no dudaron en confesar
su fe dándole un nombre que indicaba Su destino, ni tampoco rehusaron publicar
Su nombre en el templo ante los sacerdotes y la congregación. Ahora en un
cierto sentido Cristo está comprometido a la guarda de todo Su pueblo. Hoy
tenemos que cumplir con una responsabilidad: hemos de preservar Su Evangelio en
el mundo, mantener Su verdad y publicar Su salvación y, por tanto, estamos
obligados a dar este testimonio: que Él es Jesús, el Salvador de los pecadores.
Tenemos que darle a esto mucha prominencia. Otros dirán lo que les plazca
acerca de Él, y si hablan bien de Su carácter en cualquier sentido nos alegrará
que lo hagan prescindiendo de cuán poco sepan; pero este es nuestro testimonio
peculiar, que nuestro Señor salva del pecado. Nada es más prominente en un
hombre que su nombre; difícilmente podemos mencionarlo sin pronunciar su nombre
y así sentimos que no podemos mencionar a nuestro Señor sin hablar de
salvación. Si Él es algo, Él es Jesús, el Salvador; le conocemos mejor por ese
nombre. Nosotros predicamos a los hombres a Jesús; insistimos en el hecho de
que primero que nada Él es el Salvador del pecador. Él es justo y ama la
justicia, pero los hombres le conocen antes que nada como el amigo de los
pecadores. Él es el testigo fiel y verdadero, el príncipe de los reyes de la
tierra, pero Su primer oficio es salvar; después de eso, Él enseña y gobierna a
Sus salvados. Hundidos en el pecado, los hombres necesitan ser redimidos de ese
tremendo mal y de su ira consecuente y esta tremenda necesidad es suplida por
Jesús, el Salvador.
Entonces, amados, noten
que el nombre escogido por Dios es dado a Él por aquellos que le conocen, a
quienes es confiado Su Evangelio y por quienes es proclamado de corazón, celosa
y valientemente. Sí, si le conocemos todos nosotros le llamamos Jesús y estamos
resueltos a publicar Su nombre en todas partes mientras vivamos. Si Él fue
Jesús en la cuna, ¿qué es ahora que es exaltado en los cielos? Como Emanuel,
Dios con nosotros, Su encarnación misma le hizo Jesús, el Salvador de los
hombres; pero, ¿qué diré de Él ahora que además de Su encarnación tenemos Su
expiación, y en adición a Su expiación tenemos Su resurrección, y más allá de
eso Su ascensión, y, para coronarlo todo, Su perpetua intercesión? ¡Cuán grandiosamente
el título le viene bien ahora que puede salvar perpetuamente a los que por Él
se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos! Si en los brazos
de
“Jesús,
nombre sobre todos los nombres; Jesús, el mejor y más acertado,
Jesús,
fuente de perfecto amor, el más santo, más tierno, más amado:
Jesús,
fuente de gracia cumplida; Jesús, el más santo, más dulce,
Jesús,
Salvador todo divino, Tuyo es el nombre, y sólo Tuyo”.
III. OTRO
LLEVÓ ANTES ESE NOMBRE TÍPICAMENTE, PERO AHORA ESTÁ RESERVADO SÓLO PARA ÉL. Hubo
un Jesús antes de nuestro Jesús. Aludo a Josué y ustedes saben que en nuestra
versión (2) el nombre de Jesús es usado dos veces donde se pretendía decir
Josué. La primera ocasión es en Hechos 7: 45, donde leemos de los padres que
entraron con Jesús en la posesión de los gentiles, evidentemente queriendo
decir Josué; y la segunda ocasión es en Hebreos 4: 8, “Si Jesús les hubiera
dado el reposo”. Josué es la forma hebrea y Jesús es la forma griega, pero
Jesús y Josué son la misma palabra. Hubo uno, entonces, en la antigüedad, que
llevó este famoso nombre de Jesús, o Josué, y que era un tipo de nuestro Jesús.
¿Qué hizo Josué? Cuando Moisés no pudo introducir al pueblo en Canaán, Josué lo
hizo; y así nuestro Jesús realiza lo que la ley no habría podido hacer nunca.
Josué venció a los enemigos del pueblo de Dios; aunque eran muchísimos y muy
fuertes y tenían ciudades cuyas murallas llegaban al cielo y carros herrados,
con todo, en el nombre de Jehová, como capitán del ejército del Señor, Josué
los hirió. De igual manera nuestro glorioso Josué hiere a nuestros pecados y a
todos los poderes de las tinieblas y destruye por completo a nuestros enemigos
espirituales. Delante de Él Amalec es vencido, Jericó cae, y los cananeos son
puestos en fuga, mientras Él hace que triunfemos en todo lugar. Por otra parte,
Josué conquistó una herencia para Israel, los llevó a través del Jordán, los
estableció en una tierra que fluía leche y miel, y dio a cada tribu y a cada hombre
su propiedad donde vivir que Dios había ordenado para ellos. Esto es
precisamente lo que hace nuestro Jesús, sólo que nuestra herencia es más divina
y es transmitida a cada uno de nosotros de manera sumamente segura. Aunque
Josué no podía dar al pueblo los días de reposo celestiales o el reposo más
excelso, con todo él les dio un reposo sumamente placentero de manera que cada
quien se sentó bajo su propia vid y su propia higuera sin que nadie los
atemorizara; pero nuestro glorioso Josué nos ha dado un reposo infinito y
eterno pues Él es nuestra paz, y los que le conocen han entrado en el reposo.
Josué, hijo de Nun, hizo que el pueblo sirviera al Señor todos sus días, pero
no podía salvar a la nación de sus pecados pues después de su muerte se
descarriaron aflictivamente; nuestro Josué preserva para Sí un pueblo celoso de
buenas obras, pues vive para siempre y es capaz de guardarlos de caer. Josué ya
no blande más la espada o la lanza en favor de Israel, pero Jesús todavía sale
venciendo, y para vencer y todo Su
pueblo tiene victoria por medio de Su sangre. Bien es llamado Su nombre Jesús.
Leemos acerca de otro
Jesús en los libros de Esdras y Zacarías. La forma que toma allí la palabra es
Jesúa o Josué. Él era el sumo sacerdote que llegó a la cabeza del pueblo a su
retorno de Babilonia. El profeta Zacarías habla de él en términos que le hacen
un apto representativo de cada uno de nosotros. Pero, he aquí, Jesús de Nazaret
es ahora el único sumo sacerdote, y habiendo presentado Su único sacrificio
para siempre sigue siendo sacerdote de acuerdo al poder de una vida sin fin. Él
encabeza la marcha desde Babilonia y conduce a Su pueblo de regreso a
Jerusalén.
El nombre de Jesús no
era fuera de lo común entre los judíos. Josefo menciona no menos de doce personas
con el nombre de Jesús. La salvación de un cierto tipo era tan anhelada por los
judíos que su avidez era vista en los nombres de sus hijos. Por sus esperanzas,
sus pequeñitos eran llamados como salvadores, pero no eran salvadores. ¡Cuán
comunes son los salvadores nominales! “Mirad aquí” –dicen- “aquí hay un
salvador”; “mirad allá” –claman- “otro salvador”. Esos tienen el nombre pero no
el poder, y ahora, de acuerdo al texto, Jesucristo ha acaparado el título para
Sí mismo. Su nombre será llamado Jesús, pues sólo Él es un Príncipe y un
Salvador y salva verdaderamente a Su pueblo de sus pecados. Otros salvadores no
hacen sino burlarse de las esperanzas de la humanidad: prometen grandes cosas
pero engañan por completo; este santo niño, este bendito y glorioso Dios con nosotros
nos ha traído verdaderamente la salvación, y dice: “Mirad a mí, y sed salvos,
todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”. Este Jesús
de Nazaret, el Rey de reyes, es el único y exclusivo Salvador. Él, y nadie sino
Él, salvará a Su pueblo. Él salvará por Su propio acto y obra, Él y no otro.
Solo e individualmente salvará a Su pueblo. Personalmente, y no por medio de
otro, en Su nombre y por cuenta propia, solo Él purificará del pecado. Él hará
toda la obra y no dejará nada sin hacer. Él la comenzará, la continuará y la
completará, y por tanto Su nombre es llamado Jesús, porque Él salvará completa
y perfectamente a Su pueblo de sus pecados. En un sentido menor el nombre ha
sido aplicado a otros en otros tiempos, pero ahora nadie más puede llevarlo
puesto que no hay otro Salvador, y ningún otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos.
IV. El
cuarto punto surge de las palabras del texto. ESTE NOMBRE DE JESÚS IDENTIFICA A
NUESTRO SEÑOR CON SU PUEBLO. “Llamarás su nombre JESÚS”, porque ese nombre
declara Su relación para con Su pueblo. Es para ellos que Él es un Salvador. No
sería Jesús si no tuviese un pueblo; no podría serlo, pues no podría haber
ningún Salvador si no hubiese nadie que deba ser salvado, y no podría haber
ningún Salvador del pecado si no hubiese pecadores. Noten, queridos amigos, la
conexión de suprema importancia revelada aquí entre nuestro Señor y Su pueblo
puesto que Su nombre mismo pende de allí: Su nombre propio, personal, no tiene
ningún significado aparte de Su pueblo.
“Él salvará a Su pueblo”. No dice el pueblo de Dios,
pues entonces se habría entendido que se refería únicamente a los judíos: o se
habría supuesto que se refería a algunas personas buenas y santas que
pertenecían a Dios, aparte del Mediador; pero “él salvará a Su pueblo”, los que son Suyos y le
pertenecen personalmente. Estos son evidentemente un pueblo muy peculiar, un
pueblo apartado como el propio tesoro de Cristo; son un pueblo que pertenece al
Dios encarnado: el pueblo de Emanuel. Él los salva a ellos. ¿Quiénes son ellos
sino Sus elegidos, a quienes Su Padre le dio antes de
la tierra? ¿Quiénes son ellos sino esos cuyos nombres están grabados en las
palmas de Sus manos y escritos en Su corazón? ¿Quiénes son ellos sino esos
seres por quienes contó el precio de la redención? ¿Quiénes son ellos sino esos
seres por quienes se convirtió en fianza, cuyo dolor padeció? ¿Quiénes son sino
las ovejas contadas que serán requeridas de Sus manos por el grandioso Padre y que
debe devolver por cómputo y número, diciendo: “A los que me diste, yo los
guardé, tuyos eran”? Sí, el Señor conoce a los que son Suyos y los preserva
para Su reino y gloria eternos. “Él salvará a su pueblo”. ¿No ven que este
nombre de Jesús es un nombre de elección después de todo? Es un nombre amplio y
de largo alcance, dado a los pecadores y para ellos muy querido; pero en las
profundidades de su significado tiene que ver especialmente con el pueblo
escogido; contiene un timbre de soberanía, y es más dulce todavía debido a esto
para quienes ven en su propia salvación una exhibición de la gracia que
distingue.
Ahora surge la pregunta,
¿quiénes son Su pueblo? Estamos ávidos de saber quiénes son, y nos alegra
descubrir que Su pueblo, sea quien sea, necesita ser salvado y que será
salvado, pues está escrito: “Él salvará a
su pueblo”. No dice: “Él recompensará a su pueblo por su justicia”, ni se
promete que “los salvará de volverse pecadores”, sino que “él salvará a su pueblo de sus pecados”.
¿Necesitan salvación, hermanos? ¿Les ha enseñado el Espíritu Santo que necesitan salvación? Sus corazones deben cobrar ánimo. Este
es el carácter de todo Su pueblo; nunca tuvo a un escogido que pudiera
prescindir de ser lavado en la sangre del Salvador. Si tú eres justo en ti
mismo no eres uno de Su pueblo. Si nunca estuviste enfermo en el alma no eres
de las personas que el Grandioso Médico ha venido a sanar: si nunca fuiste
culpable de pecado no eres parte de esos que Él ha venido a librar del pecado.
Jesús viene en una encomienda que no es innecesaria y no asume una obra
superflua: si ustedes sienten que necesitan salvación entonces apóyense en Él pues
Él vino para salvar a quienes son como ustedes.
Una vez más noten el
hecho muy agraciado pero sorprendente de que la conexión de nuestro Señor con
Su pueblo va en la dirección de sus pecados. Esta es una condescendencia
sorprendente. Él es llamado Salvador en conexión con Su pueblo, pero es en
referencia a sus pecados porque es de sus pecados que ellos necesitan ser
salvados. Si nunca hubieran pecado no habrían requerido nunca un Salvador y no
se habría conocido ningún nombre de Jesús en la tierra. Este es un texto
maravilloso -¿meditaron alguna vez en él?- “Murió por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras”. Como dice Martín Lutero, Él nunca se entregó por
nuestra justicia, pero se entregó por nuestros pecados. El pecado es un
horrible mal, un veneno mortal, sin embargo, cuando lo vence, es esto lo que le
da a Jesús Su título. ¡Qué maravilla es reflexionar en esto! El primer vínculo
entre mi alma y Cristo no es mi bondad, sino mi maldad; no es mi mérito, sino
mi miseria; no es mi sostenimiento, sino mi caída; no son mis riquezas, sino mi
necesidad. Él viene a visitar a Su pueblo, no para admirar sus bellezas, sino
para quitar sus deformidades; no para recompensar sus virtudes, sino para
perdonar sus pecados. Oh, ustedes pecadores, no me refiero a ustedes que se
llaman así porque se les dice que lo son, sino a ustedes que se sienten
culpables delante de Dios, aquí hay buenas noticias para ustedes. Oh, ustedes,
pecadores autocondenados, ustedes que sienten que si alguna vez obtienen la
salvación, Jesús tiene que dárselas y tiene que ser su comienzo y su fin, yo
ruego que se regocijen en este nombre amado, precioso y bendito, pues Jesús ha
venido para salvarlos, incluso a ustedes. Vayan a Él como pecadores, llámenle
“Jesús”, y clamen diciendo: “Oh, Señor Jesús, sé Jesús para mí, pues yo
necesito Tu salvación”. No duden de que Él cumpla con Su propio nombre y exhiba
Su poder en ustedes. Confiésenle su pecado, y Él los salvará de su pecado.
Crean en Él, y Él será su salvación.
V. El
quinto punto es muy claro, y muy digno de nota. EL NOMBRE DE “JESÚS” ES UNO QUE
INDICA SU PRINCIPAL OBRA. “Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará”. Él salvará del pecado.
¿Por qué algunos hombres
que no saben nada de Su principal actividad y propósito escriben vidas de
Cristo? ¿Por qué algunos que no conocen la propia esencia y el corazón de
Cristo predican sobre Él? ¡Piensen en lo que sería conocer a Milton, pero no
como a un poeta, y a Bacon, pero no como a un filósofo! No se puede conocer a
nuestro Señor si no es conocido como un Salvador, pues Él es eso o no es nada.
Los que no alcanzan Su salvación ni siquiera conocen Su nombre, ¿cómo,
entonces, habrían de conocer Su persona? Su nombre no es llamado Jesús porque
Él sea nuestro ejemplo -aunque Él es la perfección misma y anhelamos hollar Sus
pisadas- pero Su nombre es llamado Jesús porque ha venido para salvar lo que está
perdido. Él es Cristo, también, o el ungido, pero entonces es Cristo Jesús; es
decir, es como un Salvador que Él es ungido. Él no es nada si no es un
Salvador. Él es ungido con este preciso fin. Su propio nombre sería un engaño
si no salvara a Su pueblo de sus pecados.
Ahora, Jesús salva
efectivamente a Su pueblo del pecado, pues, primero, lo hace tomando sobre
Sí mismo todos los pecados de Su pueblo.
¿Piensan que esa es una expresión fuerte? Está fundamentada en las Escrituras.
“Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Los hombros de Cristo
cargaron con la culpa de Su pueblo y debido a que Él asumió su carga Su pueblo
está libre y no tiene a partir de entonces ninguna carga de pecado que lo doble.
Él salva a Su pueblo por medio de Su sustitución personal al estar en su
posición y sufrir en su lugar. No hay ninguna otra manera de salvación sino por
Sus sufrimientos y muerte vicarios.
Luego los salva llevando
el castigo debido por su pecado. Donde está el pecado cae el castigo. “El
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. “Fue
hecho por nosotros maldición”. “Cristo ha padecido por nosotros”. Él murió, “el
justo por los injustos, para llevarnos a Dios”. Él soportó la ira de Dios que
nos correspondía a nosotros. Él ha quitado el pecado y pagado el castigo, y
ahora los objetadores entran y dicen falsamente que nosotros enseñamos que un
hombre tiene que creer el dogma de la expiación y entonces es salvo y puede
vivir como él quiera. Ellos saben que no es así; ellos saben que nos
tergiversan, pues siempre enseñamos que esta grandiosa obra de sustitución y de
asumir el castigo por parte de Cristo genera en la persona que participa de sus
beneficios, amor a Dios, gratitud a Cristo, y odio consecuente de todo pecado; y este cambio de corazón es la propia
esencia y sustancia de la salvación. Así es como Cristo salva a Su pueblo
de su pecado: rescatándolos, por la fuerza de Su amor, del poder, la tiranía y
el dominio de los pecados que hasta entonces tenían el señorío sobre ellos. Yo
sabía lo que era esforzarme contra el pecado como una persona moral, buscando
vencerlo, pero me encontré dominado por el pecado, como Sansón cuando perdió su
cabello y los filisteos lo ataron; pero desde que creí en Jesús, encuentro
motivos para ser santo que son más influyentes en mí que cualquiera de los que
conocía antes; encuentro armas con las que combatir contra mi pecado que nunca
antes supe cómo manejar, y una nueva fuerza me ha sido dada por el Espíritu
Santo. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”; este el poder
que echa fuera del alma a las víboras del pecado: la sangre preciosa de Jesús.
Quien ha creído en Jesús como su expiación, queda renovado en su corazón por
medio del poder del Espíritu Santo; tiene nuevos propósitos que lo mueven, motivos
renovados que le influencian, y Jesús salva así a Su pueblo de sus pecados.
Amados, si tuviéramos
espacio en este momento me gustaría hablar acerca de cuán completamente Cristo
salva a Su pueblo de sus pecados, cómo cuando entra saca al hombre fuerte
armado con poderosa fuerza, cómo ese hombre fuerte armado busca regresar de
nuevo y hasta donde puede entra otra vez parcialmente, pero Jesús lo echa fuera
de nuevo; cómo todo el daño y las cosas horribles que quedaron dentro de la
casa por el antiguo ocupante son limpiadas gradualmente por Jesús, hasta que al
fin Su pueblo es santificado plenamente como templos del Dios viviente. Sus
santos estarán sin mancha ni arruga ni cosa parecida, y no permanecerá en ellos
ninguna señal de que alguna vez el demonio moró en su interior. Viendo cada uno
de sus cuerpos resucitados como un templo de Dios, revisarán esos cuerpos
exhaustivamente y no encontrarán ni una traza del dominio del pecado; mirarán
dentro del corazón, dentro de la mente, dentro del entendimiento, pero cuando
Jesús haya hecho Su obra de purificación no habrá ninguna cicatriz o partícula
que muestren que alguna vez hubo pecado. Salvará a Su pueblo de sus pecados tan
completamente que serán aptos para morar con los ángeles; mejor aún, será aptos
para morar con Dios; mejor aún que eso, serán uno con Jesús, uno con Él a lo
largo de toda la eternidad, la plenitud de Aquel que llena todo en todo. ¡Cuán
gloriosa, cuán transcendente es la salvación que Jehová Jesús nos ha traído!
VI. ESTE
NOMBRE DE JESÚS ESTÁ COMPLETAMENTE JUSTIFICADO POR LOS HECHOS. Le fue dado
antes de que hubiese hecho algo: cuando todavía era un bebé, o antes de que Su
trémulo pie hubiese aprendido a pisar el suelo de la casita en Nazaret, Él era
Jesús el Salvador. ¿Pero es bien merecido el nombre? Muchos niños han tenido
nombres grandiosos pero sus vidas los han negado. Yo recuerdo una tumba sobre
la que está escrito el nombre de un niño: “Reservada para la memoria de
Matusalén Coney, que murió a los seis meses de edad”. Sus padres estaban
terriblemente equivocados cuando le pusieron por nombre Matusalén. Muchos otros
nombres son igualmente inapropiados, y se demuestra que lo son en el curso de
los años. Pero este Jesús es un
Salvador, un verdadero Jesús. Él lleva un nombre que merece con creces. Vengan
al Cristo y vean allí a muchos que una vez se desbocaron en el pecado y se
revolcaron en el cieno, pero han sido lavados, están siendo santificados, y
ahora se regocijan en la santidad. ¿Quién los purificó? ¿Quién sino Jesús?
Aquel que salva a Su pueblo de sus pecados, los ha salvado. Vayan a los lechos
de los moribundos y oigan a los santos contando de Su amor y hablando del cielo
que ya está amaneciendo en sus almas. Algunos de ellos se podían sentar antes a
la mesa de una cantina y ser maldicientes, pero Jesús los ha limpiado. Suban al
cielo y contemplen al ejército blanco como la nieve, resplandeciente como el
sol en una pureza inmaculada. Yo les pregunto de dónde vinieron. Su respuesta
es que han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.
Es sumamente cierto que Jesús salva a Su pueblo de sus pecados; la tierra lo
sabe, el infierno aúlla ante ello, y el cielo lo canta; el tiempo lo ha visto,
y la eternidad lo revelará. No hay nadie como Jesús en el poder de salvar. ¡Que
Él reciba toda la gloria! Cuando venga del cielo con voz de mando y todas Sus
huestes estén con Él, cuando llegue el día de la cena del Cordero y la novia se
haya preparado y quien es la reina toda gloriosa en su morada, con vestidos
bordados de oro se siente a la mesa de Dios con su glorioso esposo, entonces se
verá que Él ha salvado a Su iglesia, a Su pueblo, de sus pecados.
VII. Por
último, ESTE NOMBRE ES EL NOMBRE PERSONAL DE CRISTO PARA SIEMPRE.
Es un nombre familiar.
Es el nombre que su padre le dio, es el nombre que su madre le dio, Jesús, el
niño Jesús. Nosotros pertenecemos también a su familia; pues quien cree en Él
es Su padre, y madre, y hermana, y hermano, y ese nombre sumamente amado y
familiar por el que era conocido en el hogar está siempre en nuestras bocas. Él
es el Señor, y nosotros le adoramos; pero Él es Jesús, y le amamos. Jesús es
también el nombre del corazón, y está lleno de la música del amor. Aquellos que
más le amaban le dieron el nombre, especialmente su madre, que ponderaba en su
corazón todo lo relacionado con Él. Es el nombre que mueve nuestros afectos y
enciende el fuego en nuestras almas.
“Jesús, el simple pensamiento de Ti
Llena mi pecho de dulzura”.
Que sus corazones se
identifiquen con Él en tierna unión. Jesús es el nombre de Su muerte; estaba
escrito sobre cruz: Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos. Ese es el nombre de Su
resurrección. Ese es el nombre de Su Evangelio que nosotros predicamos. Es el
nombre que Pedro predicó a los gentiles cuando dijo: “Este es Jesús de Nazaret
por quien es predicada a ustedes la remisión de los pecados”. Y este, amados,
es Su nombre del cielo. Allá le cantan como Jesús. Vean cómo concluye
Porción de
Nota del traductor:
(1)
Nomen Jesu est mel in ore, melos in aure, et jubilum
in corde.
(2) Se refiere a la versión King James de
1611.
(3) Argentina: que suena como la plata o
de manera semejante. (RAE).
Traductor: Allan Román
26/Junio/2014
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