El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Jesús

NO. 1434

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 15 DE SEPTIEMBRE, 1878

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mateo 1: 21.

 

Bernardo ha dicho encantadoramente que el ‘nombre de Jesús es miel en la boca, melodía en el oído y júbilo en el corazón’ (1). Yo me regocijo a título personal en esa expresión pues me proporciona mi porción del deleite y me conduce a esperar que, mientras estoy hablando, la dulzura del nombre precioso de Jesús llene mi propia boca. Aquí hay también una porción para ustedes que están escuchando: es melodía para los oídos. Si mi voz resultara áspera y mis palabras discordantes, pese a ello ustedes oirán música del orden más selecto, pues el nombre mismo es melodía esencial y todo mi sermón va a resonar con su argentina nota. Que tanto el predicador como el oyente se unan en la tercera palabra de la frase de Bernardo, y que todos nosotros encontremos que es gozo en nuestros corazones y alborozo en el interior de nuestras almas. Jesús es el camino a Dios, por tanto, le predicaremos. Él es la verdad, por tanto, le oiremos. Él es la vida, por tanto, nuestros corazones se regocijarán en Él.

 

Es tan indescriptiblemente fragante el nombre de Jesús que imparte un delicioso perfume a todo lo que entra en contacto con él. Nuestros pensamientos se van a dirigir esta mañana al primer uso del nombre en conexión con nuestro Señor, cuando el niño que estaba por nacer fue llamado Jesús. Aquí encontramos todo lo que es indicativo de consuelo. La persona a quien ese nombre fue revelado inicialmente fue José, un carpintero, un varón humilde, un obrero desconocido y sin distinción salvo por la justicia de su carácter. Al artesano de Nazaret le fue comunicado inicialmente este nombre. Por tanto, no es un título que deba ser monopolizado por los oídos de príncipes, sabios, sacerdotes, guerreros o varones ricos; es un nombre que ha de convertirse en una palabra familiar entre la gente común. Él es el Cristo del pueblo pues desde la antigüedad se dijo de Él: “He exaltado a un escogido de mi pueblo”. Que cada carpintero y cada obrero de todo tipo se regocijen en el nombre de Jesús con todas las demás clases de hombres. Hay consuelo en el mensajero que dio a conocer ese nombre a José, pues fue el ángel del Señor quien, en las visiones de la noche, musitó a sus oídos ese nombre encantador; y desde entonces los ángeles están aliados con los hombres y se reúnen bajo un mismo estandarte movidos por la misma consigna igual que nosotros: el nombre de Jesús. ¿Envió Dios el nombre mediante un ángel y se deleitó el ángel al venir con él? Entonces hay un vínculo de simpatía entre nosotros y los espíritus angélicos, y hemos venido en este día no únicamente “a la congregación de los primogénitos”, sino “a la compañía de muchos millares de ángeles” que consideran ese nombre con amor reverente.  

 

La condición de José cuando oyó este nombre no careció enteramente de instrucción. El ángel le habló en un sueño: ese nombre es tan suave y dulce que no interrumpe el reposo de nadie, sino que más bien produce una paz sin rival, la paz de Dios. Con un sueño así el reposo nocturno de José fue más bendito que su vigilia. El nombre tiene por siempre este poder, pues, para quienes lo conocen, revela una gloria más resplandeciente que la que los sueños jamás imaginaron. Bajo su poder los jóvenes ven visiones, y los ancianos sueñan sueños, y estos no se burlan de ellos, sino que son profecías fieles y verdaderas. El nombre de Jesús trae ante nuestras mentes una visión de gloria de los últimos días cuando Jesús reinará de polo a polo e incluso otra visión de gloria indecible cuando Su pueblo esté con Él donde Él está. El nombre de Jesús fue dulce al principio debido a las palabras que lo acompañaron, pues tenían la intención de suprimir la perplejidad de la mente de José, y algunas de esas palabras iban en este sentido: “No temas”. Ciertamente ningún otro nombre puede desterrar el miedo como el nombre de Jesús: es el comienzo de la esperanza y el fin de la desesperación. Basta con que el pecador se entere del “Salvador”, y entonces olvida morir y espera vivir; se levanta de la letargia mortal de su desesperanza, y, mirando hacia arriba, ve a un Dios reconciliado y ya no teme más. Hermanos, este nombre está especialmente lleno de raros deleites cuando meditamos sobre la infinita preciosidad de la persona a quien le fue asignado. Ah, he aquí el bosque de Jonatán donde la miel se escurre de cada rama, y quien la pruebe experimentará que le son aclarados sus ojos. No tenemos un Salvador común pues ni la tierra ni el cielo podrían producir a Su igual. En el momento cuando el nombre fue dado, Su persona completa no había sido vista por ojos mortales pues aún permanecía oculto; pero pronto hizo Su aparición habiendo nacido de María por el poder del Espíritu Santo, un varón sin igual. Él lleva nuestra naturaleza, pero no nuestra corrupción. Él fue hecho en semejanza de carne de pecado, pero en Su carne no hubo ningún pecado. Este Ser santo es el Hijo de Dios y, con todo, es el Hijo del hombre: esta excelencia suprema de la naturaleza hace que Su nombre sea sumamente precioso.

 

Voy a pedir que ejerciten su paciencia mientras considero siete cosas en referencia a este nombre arrobador. Es como ungüento derramado, y su perfume es variado como para contener la esencia de todas las fragancias. Ustedes verán estas siete cosas muy claramente si continúan considerando el texto y su contexto.

 

I.   Primero, vamos a observar que EL NOMBRE DE JESÚS ES UN NOMBRE ORDENADO Y EXPLICADO DIVINAMENTE. De acuerdo al texto, el ángel trajo un mensaje de Dios, y dijo: “Llamarás su nombre Jesús”. Es un nombre que, como quien lo lleva, ha descendido del cielo. Nuestro Señor tiene otros nombres de oficio y de relación, pero éste es especial y peculiarmente Su propio nombre personal, y es el Padre quien le ha llamado así. Por tanto, tengan la seguridad de que es el mejor nombre que pudiera tener. Dios no le habría dado un nombre de un valor secundario o acerca del cual hubiera una traza de deshonor. El nombre es el más excelso, el más brillante y el más noble de los nombres: ser un Salvador es la gloria de nuestro Señor. Al mejor ser nacido jamás de mujer Dios le ha dado el mejor nombre que algún hijo de hombre pudiera llevar. JESÚS es el nombre más apropiado que nuestro Señor pudiera recibir. De esto estamos muy seguros, pues el Padre sabía todo acerca de Él y podía llamarlo apropiadamente. Él sabe mucho más acerca del Señor Cristo que todos los santos y ángeles tomados en su conjunto, pues “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre”. El Padre le conocía a la perfección y le llama Jesús. Entonces podemos estar seguros de que nuestro Señor es más que nada un Salvador, y ese término es el que mejor le describe. Dios el Padre, que le conoce mejor, ve que esta es Su grandiosa característica, que Él es un Salvador y que el nombre de “Jesús” es el que mejor le representa. Puesto que la infinita sabiduría lo ha seleccionado, podemos estar seguros de que es un nombre que tiene que ser verdadero, y tiene que ser verificado por hechos de un orden que no son de poco valor. Dios, que no puede estar bajo un error le llama Jesús, un Salvador, y por tanto Jesús, un Salvador tiene que ser en una grandiosa escala, continuamente, abundantemente, y de una manera muy aparente. Dios no rehusará tampoco aceptar la obra que Él ha hecho ya que por el don de ese nombre le ha encargado salvar a pecadores. Cuando argumentamos el nombre de Jesús delante de Dios, le recordamos Su propia palabra y apelamos a Él con Su propio acto y obra. ¿Acaso cada uno de nosotros no debe ver el nombre de Jesús con deleite reverencial al recordar de dónde vino? Él no es un Salvador de nuestra propia fabricación, sino Dios el Padre eterno le ha dado a conocer como nuestro liberador y Salvador, diciendo: “Llamarás su nombre Jesús”.

 

Es un nombre que el Espíritu Santo explica, pues nos dice la razón para el nombre de Jesús: “Porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. “Salvador” es el significado del nombre, pero tiene oculto en su interior un sentido más pleno, pues en su forma hebrea quiere decir: “la salvación del Señor”, o “el Señor de salvación”, o “el Salvador”. El ángel lo interpreta así: “él salvará”, y la palabra que corresponde a “él” es muy enfática. De acuerdo a muchos eruditos, el nombre divino, el título incomunicable del Altísimo está contenido en “Josué”, la forma hebrea de Jesús, de tal manera que la palabra en su sentido pleno significa: “Jehová Salvador”, y en su forma resumida significa “Salvador”. Le es asignado a nuestro Señor porque “Él salva” de enemigos y de problemas, no de acuerdo a cualquier salvación temporal y común, sino que Él salva de enemigos espirituales y especialmente de los pecados. Josué en la antigüedad fue un salvador, Gedeón fue un salvador, David fue un salvador; pero el título es dado a nuestro Señor sobre todos los otros porque Él es un Salvador en un sentido en que nadie más lo es o puede serlo: Él salva a Su pueblo de sus pecados. Los judíos esperaban un Salvador; ellos esperaban a uno que rompería el yugo romano y que los salvaría de estar bajo servidumbre de un poder extranjero, pero nuestro divino Señor no vino para ese propósito. Él vino para ser un Salvador de un tipo más espiritual y para romper un yugo muy diferente salvando a Su pueblo de sus pecados. La palabra “salvar” es muy rica en significado. Su fuerza completa y exacta difícilmente puede expresarse en palabras en inglés. Jesús es salvación en el sentido de liberación y también en el de preservación. Él da salud, Él es todo lo que es salutífero para Su pueblo: Él salva a Su pueblo en el más pleno y más amplio sentido. La palabra original significa preservar, guardar, proteger del peligro y asegurar. Los más grandes significados generalmente se albergan en las palabras más breves, y en este caso la palabra “salvar” es un pozo donde la plomada tarda en encontrar fondo. Jesús trae una gran salvación o como dice Pablo: “una salvación tan grande”, como si sintiese que no podía estimar jamás su grandeza (Hebreos 2: 3). Habla también de ella como “eterna salvación” (Hebreos 5: 9), tal como dijo Isaías: “Israel será salvo en Jehová con salvación eterna”. Inmensurablemente glorioso es el nombre de “Jesús” según nos es explicado divinamente, pues por esa precisa exposición el eterno Dios garantiza el éxito del Salvador. Él declara que salvará a Su pueblo, y entonces tiene que salvar a Su pueblo. Dios mismo lo expone ante nosotros como:

 

“Jesús, Salvador, Hijo de Dios,

Portador de la carga del pecador”.

 

Queridos amigos, de esta manera tenemos un nombre que ni siquiera tenemos que explicárnoslo. Como nosotros no lo elegimos no nos corresponde a nosotros explicarlo: Dios, que dio el texto, nos ha predicado el sermón. El que asignó el nombre nos ha dado la razón para él, de manera que no nos quedamos en ignorancia o incertidumbre. Nosotros habríamos podido decir: “Sí, Su nombre es Jesús, pero se refiere a una salvación que fue obrada en la antigüedad”; pero no, la palabra del Señor nos dice: “Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”, y esto es para todo el tiempo ya que Él siempre tiene un pueblo y ese pueblo necesita ser salvado siempre de sus pecados. Alegrémonos porque tenemos un Salvador así, y porque el nombre de Jesús retiene toda la dulzura y poder que siempre tuvo, y los retendrá hasta que todo el pueblo escogido sea salvado, y entonces lo será por los siglos de los siglos.

 

Además, en adición a explicar este nombre, por medio del evangelista Mateo le ha agradado al Espíritu Santo referirnos su sinónimo y darnos así su significado por comparación. Permítanme leerles los siguientes versículos. “Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”. Y cuando nuestro Señor nació y fue llamado “Jesús” fue cumplida la antigua profecía que decía que debería ser llamado Emanuel. Se sigue que el nombre de “Jesús” tiene una significación equivalente a la de “Emanuel”, y que su significado virtual es “Dios con nosotros”. Verdaderamente, hermanos, Él es Jesús, el Salvador, porque Él es Emanuel, Dios con nosotros; y tan pronto como nació, convirtiéndose así en Emanuel, el Dios encarnado, se convirtió en Jesús, el Salvador, por ese mismo hecho. Al descender del cielo a esta tierra y tomar sobre Sí nuestra naturaleza, Él construyó un puente sobre el abismo entre Dios y el hombre que de otra manera no existiría: al sufrir en esa naturaleza humana e impartir por medio de Su naturaleza divina una eficacia infinita a esos sufrimientos, eliminó lo que nos habría destruido y nos trajo vida eterna y salvación. Oh Jesús, el más amado de todos los nombres en la tierra o en el cielo, yo amo Tu música mucho más porque está en tal dulce armonía con otro que resuena melodiosamente a mis oídos, el nombre de Emanuel, Dios con nosotros. Nuestro Salvador es Dios, y por tanto, es capaz; Él es Dios con nosotros, y por tanto, es compasivo; Él es divino, y por tanto, es infinitamente sabio; pero Él es humano, y por tanto, está lleno de compasión.

 

Este, entonces, es nuestro primer encabezado: este encantador nombre de Jesús es una joya del cofre del cielo. Nos llega como una manzana de oro y está acompañado por una exposición que lo coloca en una canasta de plata. El nombre es precioso como el propiciatorio de oro y sobre él arde la llama de la gloria divina de manera que no podemos tropezar con él sino que podemos regocijarnos en la gran luz. Nos hace conocer el propio corazón de Dios en referencia a Su Hijo: por qué le envió, lo que quería que fuera y que hiciera y en qué manera le iba a glorificar. Salvación es el jubiloso sonido que resuena proveniente de las campanillas del manto de nuestro Sumo Sacerdote cuando sale para bendecirnos. Dios, que habló a nuestros padres por Sus profetas, nos habla ahora por Su Hijo, cuyo nombre es Salvación. ¿No hay una fuente de gozo en esto?

 

II.   En segundo lugar, aunque este nombre fue escogido así por Dios, NUESTRO SEÑOR FUE REALMENTE LLAMADO POR EL NOMBRE DE JESÚS POR EL HOMBRE. Les pido que pongan especial atención a esto. “Ella (María) dará a luz un hijo, y tú (José) llamarás su nombre Jesús”. El Dios del cielo, por Su ángel, asigna el nombre del niño, pero su presunto padre tiene que anunciarlo. Tanto José como María, según el mandato divino, se unieron en llamar al niño por el nombre designado. Vean, entonces, que el nombre que es escogido por Dios es plenamente aceptado por seres humanos instruidos. Los que son enseñados por Dios reconocen jubilosamente que Cristo es salvación, y sin mediar pregunta le dan el nombre bienamado de Jesús, el Salvador.

 

Noten aquí que el nombre de Jesús, Salvador, le fue dado a nuestro Señor por dos sencillos corazones tan pronto Él les fue revelado. Sólo necesitaron que se les dijera quién era, y para qué venía, y cómo iba a nacer y cuál era el propósito de Su encarnación, y ellos de inmediato aceptaron el mensaje divino y llamaron al bebé por el nombre de Jesús. Y, hermanos, todos nosotros a quienes Cristo es revelado le llamamos Jesús, el Salvador. Hay muchos que piensan que conocen a nuestro Señor, pero como sólo hablan de Él como un profeta, un maestro o un líder, y no les importa como un Salvador, nos queda claro que están en la ignorancia en cuanto a Su carácter fundamental. No conocen Su primer nombre, Su nombre personal. El Espíritu Santo no puede haberle revelado a Cristo a nadie que siga siendo ignorante de Su poder salvador. Quien no le conoce como Jesús, el Salvador, no le conoce del todo. Ciertos cristianos anticristianos están enalteciendo artificiosamente a Cristo para rebajar a Jesús: quiero decir que proclaman a Jesús como Mesías, enviado de Dios para exhibir un gran ejemplo y proporcionar un código puro de conducta, pero no pueden tolerar a Jesús como un Salvador que nos redime por Su sangre y nos libera del pecado por Su muerte. No estoy seguro de que sigan Su ejemplo de una santa vida, pero hacen mucho ruido ensalzándola, y todo con el propósito de apartar los pensamientos de los hombres del carácter principal y del propósito primordial de la permanencia de nuestro Señor entre nosotros, es decir, la liberación de Su pueblo del pecado. Si los hombres conocieran a nuestro Señor le llamarían Jesús el Salvador, y no le considerarían meramente como un buen hombre, un gran maestro y un noble ejemplo, sino como el Salvador de los pecadores.

 

Ahora, José y María no solamente creyeron como para darle al niñito ese nombre en sus propias mentes, sino que a su debido tiempo lo llevaron al templo y lo presentaron de acuerdo a la ley y allí Su nombre fue llamado públicamente Jesús. Todos los corazones a los que Dios confía Su Cristo deberían reconocerle públicamente de la más solemne manera de conformidad con Su ordenanza, y deberían desear confesarle como el Salvador en todos los lugares apropiados. El infante Cristo fue confiado al cuidado de José y María para que le criaran y le protegieran. ¡Maravilla de maravillas es que necesitara de un protector Aquel que es el Preservador de los hombres y el Pastor de Sus santos! En Su debilidad como un bebé necesitaba el cuidado de los padres; y al cuidar de Él, José y María no dudaron en confesar su fe dándole un nombre que indicaba Su destino, ni tampoco rehusaron publicar Su nombre en el templo ante los sacerdotes y la congregación. Ahora en un cierto sentido Cristo está comprometido a la guarda de todo Su pueblo. Hoy tenemos que cumplir con una responsabilidad: hemos de preservar Su Evangelio en el mundo, mantener Su verdad y publicar Su salvación y, por tanto, estamos obligados a dar este testimonio: que Él es Jesús, el Salvador de los pecadores. Tenemos que darle a esto mucha prominencia. Otros dirán lo que les plazca acerca de Él, y si hablan bien de Su carácter en cualquier sentido nos alegrará que lo hagan prescindiendo de cuán poco sepan; pero este es nuestro testimonio peculiar, que nuestro Señor salva del pecado. Nada es más prominente en un hombre que su nombre; difícilmente podemos mencionarlo sin pronunciar su nombre y así sentimos que no podemos mencionar a nuestro Señor sin hablar de salvación. Si Él es algo, Él es Jesús, el Salvador; le conocemos mejor por ese nombre. Nosotros predicamos a los hombres a Jesús; insistimos en el hecho de que primero que nada Él es el Salvador del pecador. Él es justo y ama la justicia, pero los hombres le conocen antes que nada como el amigo de los pecadores. Él es el testigo fiel y verdadero, el príncipe de los reyes de la tierra, pero Su primer oficio es salvar; después de eso, Él enseña y gobierna a Sus salvados. Hundidos en el pecado, los hombres necesitan ser redimidos de ese tremendo mal y de su ira consecuente y esta tremenda necesidad es suplida por Jesús, el Salvador.

 

Entonces, amados, noten que el nombre escogido por Dios es dado a Él por aquellos que le conocen, a quienes es confiado Su Evangelio y por quienes es proclamado de corazón, celosa y valientemente. Sí, si le conocemos todos nosotros le llamamos Jesús y estamos resueltos a publicar Su nombre en todas partes mientras vivamos. Si Él fue Jesús en la cuna, ¿qué es ahora que es exaltado en los cielos? Como Emanuel, Dios con nosotros, Su encarnación misma le hizo Jesús, el Salvador de los hombres; pero, ¿qué diré de Él ahora que además de Su encarnación tenemos Su expiación, y en adición a Su expiación tenemos Su resurrección, y más allá de eso Su ascensión, y, para coronarlo todo, Su perpetua intercesión? ¡Cuán grandiosamente el título le viene bien ahora que puede salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos! Si en los brazos de la Virgen Él es el Salvador, ¿qué es en el trono de Dios? Si envuelto en pañales Él es Jesús, ¿qué es ahora que los cielos le han recibido? Si en el taller de Nazaret y sentado en el templo entre los doctores Él era el niño Jesús, el Salvador, ¿qué es ahora que Su infancia y niñez han concluido y es exaltado sobre todos los principados y potestades? Si Él era Jesús cuando estuvo en la cruz presentándose como una ofrenda por Su pueblo, ¿qué es ahora que mediante un único sacrificio ha perfeccionado para siempre a los que han sido apartados? ¿Qué es Él ahora que se sienta a la diestra de Dios esperando hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies? Unámonos todos en llamar a nuestro Señor por este tierno nombre humano de Jesús. ¿No somos Su madre y hermana y hermano? ¿No llamó Él a todos los creyentes con esos títulos de cariño? Entonces nosotros también le llamaremos Jesús:

 

“Jesús, nombre sobre todos los nombres; Jesús, el mejor y más acertado,

Jesús, fuente de perfecto amor, el más santo, más tierno, más amado:

Jesús, fuente de gracia cumplida; Jesús, el más santo, más dulce,

Jesús, Salvador todo divino, Tuyo es el nombre, y sólo Tuyo”.

 

III.   OTRO LLEVÓ ANTES ESE NOMBRE TÍPICAMENTE, PERO AHORA ESTÁ RESERVADO SÓLO PARA ÉL. Hubo un Jesús antes de nuestro Jesús. Aludo a Josué y ustedes saben que en nuestra versión (2) el nombre de Jesús es usado dos veces donde se pretendía decir Josué. La primera ocasión es en Hechos 7: 45, donde leemos de los padres que entraron con Jesús en la posesión de los gentiles, evidentemente queriendo decir Josué; y la segunda ocasión es en Hebreos 4: 8, “Si Jesús les hubiera dado el reposo”. Josué es la forma hebrea y Jesús es la forma griega, pero Jesús y Josué son la misma palabra. Hubo uno, entonces, en la antigüedad, que llevó este famoso nombre de Jesús, o Josué, y que era un tipo de nuestro Jesús. ¿Qué hizo Josué? Cuando Moisés no pudo introducir al pueblo en Canaán, Josué lo hizo; y así nuestro Jesús realiza lo que la ley no habría podido hacer nunca. Josué venció a los enemigos del pueblo de Dios; aunque eran muchísimos y muy fuertes y tenían ciudades cuyas murallas llegaban al cielo y carros herrados, con todo, en el nombre de Jehová, como capitán del ejército del Señor, Josué los hirió. De igual manera nuestro glorioso Josué hiere a nuestros pecados y a todos los poderes de las tinieblas y destruye por completo a nuestros enemigos espirituales. Delante de Él Amalec es vencido, Jericó cae, y los cananeos son puestos en fuga, mientras Él hace que triunfemos en todo lugar. Por otra parte, Josué conquistó una herencia para Israel, los llevó a través del Jordán, los estableció en una tierra que fluía leche y miel, y dio a cada tribu y a cada hombre su propiedad donde vivir que Dios había ordenado para ellos. Esto es precisamente lo que hace nuestro Jesús, sólo que nuestra herencia es más divina y es transmitida a cada uno de nosotros de manera sumamente segura. Aunque Josué no podía dar al pueblo los días de reposo celestiales o el reposo más excelso, con todo él les dio un reposo sumamente placentero de manera que cada quien se sentó bajo su propia vid y su propia higuera sin que nadie los atemorizara; pero nuestro glorioso Josué nos ha dado un reposo infinito y eterno pues Él es nuestra paz, y los que le conocen han entrado en el reposo. Josué, hijo de Nun, hizo que el pueblo sirviera al Señor todos sus días, pero no podía salvar a la nación de sus pecados pues después de su muerte se descarriaron aflictivamente; nuestro Josué preserva para Sí un pueblo celoso de buenas obras, pues vive para siempre y es capaz de guardarlos de caer. Josué ya no blande más la espada o la lanza en favor de Israel, pero Jesús todavía sale venciendo, y para vencer y  todo Su pueblo tiene victoria por medio de Su sangre. Bien es llamado Su nombre Jesús.

 

Leemos acerca de otro Jesús en los libros de Esdras y Zacarías. La forma que toma allí la palabra es Jesúa o Josué. Él era el sumo sacerdote que llegó a la cabeza del pueblo a su retorno de Babilonia. El profeta Zacarías habla de él en términos que le hacen un apto representativo de cada uno de nosotros. Pero, he aquí, Jesús de Nazaret es ahora el único sumo sacerdote, y habiendo presentado Su único sacrificio para siempre sigue siendo sacerdote de acuerdo al poder de una vida sin fin. Él encabeza la marcha desde Babilonia y conduce a Su pueblo de regreso a Jerusalén.

 

El nombre de Jesús no era fuera de lo común entre los judíos. Josefo menciona no menos de doce personas con el nombre de Jesús. La salvación de un cierto tipo era tan anhelada por los judíos que su avidez era vista en los nombres de sus hijos. Por sus esperanzas, sus pequeñitos eran llamados como salvadores, pero no eran salvadores. ¡Cuán comunes son los salvadores nominales! “Mirad aquí” –dicen- “aquí hay un salvador”; “mirad allá” –claman- “otro salvador”. Esos tienen el nombre pero no el poder, y ahora, de acuerdo al texto, Jesucristo ha acaparado el título para Sí mismo. Su nombre será llamado Jesús, pues sólo Él es un Príncipe y un Salvador y salva verdaderamente a Su pueblo de sus pecados. Otros salvadores no hacen sino burlarse de las esperanzas de la humanidad: prometen grandes cosas pero engañan por completo; este santo niño, este bendito y glorioso Dios con nosotros nos ha traído verdaderamente la salvación, y dice: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”. Este Jesús de Nazaret, el Rey de reyes, es el único y exclusivo Salvador. Él, y nadie sino Él, salvará a Su pueblo. Él salvará por Su propio acto y obra, Él y no otro. Solo e individualmente salvará a Su pueblo. Personalmente, y no por medio de otro, en Su nombre y por cuenta propia, solo Él purificará del pecado. Él hará toda la obra y no dejará nada sin hacer. Él la comenzará, la continuará y la completará, y por tanto Su nombre es llamado Jesús, porque Él salvará completa y perfectamente a Su pueblo de sus pecados. En un sentido menor el nombre ha sido aplicado a otros en otros tiempos, pero ahora nadie más puede llevarlo puesto que no hay otro Salvador, y ningún otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.

 

IV.   El cuarto punto surge de las palabras del texto. ESTE NOMBRE DE JESÚS IDENTIFICA A NUESTRO SEÑOR CON SU PUEBLO. “Llamarás su nombre JESÚS”, porque ese nombre declara Su relación para con Su pueblo. Es para ellos que Él es un Salvador. No sería Jesús si no tuviese un pueblo; no podría serlo, pues no podría haber ningún Salvador si no hubiese nadie que deba ser salvado, y no podría haber ningún Salvador del pecado si no hubiese pecadores. Noten, queridos amigos, la conexión de suprema importancia revelada aquí entre nuestro Señor y Su pueblo puesto que Su nombre mismo pende de allí: Su nombre propio, personal, no tiene ningún significado aparte de Su pueblo.

 

“Él salvará a Su pueblo”. No dice el pueblo de Dios, pues entonces se habría entendido que se refería únicamente a los judíos: o se habría supuesto que se refería a algunas personas buenas y santas que pertenecían a Dios, aparte del Mediador; pero “él salvará a Su pueblo”, los que son Suyos y le pertenecen personalmente. Estos son evidentemente un pueblo muy peculiar, un pueblo apartado como el propio tesoro de Cristo; son un pueblo que pertenece al Dios encarnado: el pueblo de Emanuel. Él los salva a ellos. ¿Quiénes son ellos sino Sus elegidos, a quienes Su Padre le dio antes de la tierra? ¿Quiénes son ellos sino esos cuyos nombres están grabados en las palmas de Sus manos y escritos en Su corazón? ¿Quiénes son ellos sino esos seres por quienes contó el precio de la redención? ¿Quiénes son ellos sino esos seres por quienes se convirtió en fianza, cuyo dolor padeció? ¿Quiénes son sino las ovejas contadas que serán requeridas de Sus manos por el grandioso Padre y que debe devolver por cómputo y número, diciendo: “A los que me diste, yo los guardé, tuyos eran”? Sí, el Señor conoce a los que son Suyos y los preserva para Su reino y gloria eternos. “Él salvará a su pueblo”. ¿No ven que este nombre de Jesús es un nombre de elección después de todo? Es un nombre amplio y de largo alcance, dado a los pecadores y para ellos muy querido; pero en las profundidades de su significado tiene que ver especialmente con el pueblo escogido; contiene un timbre de soberanía, y es más dulce todavía debido a esto para quienes ven en su propia salvación una exhibición de la gracia que distingue.

 

Ahora surge la pregunta, ¿quiénes son Su pueblo? Estamos ávidos de saber quiénes son, y nos alegra descubrir que Su pueblo, sea quien sea, necesita ser salvado y que será salvado, pues está escrito: “Él salvará a su pueblo”. No dice: “Él recompensará a su pueblo por su justicia”, ni se promete que “los salvará de volverse pecadores”, sino que “él salvará a su pueblo de sus pecados”. ¿Necesitan salvación, hermanos? ¿Les ha enseñado el Espíritu Santo que necesitan salvación? Sus corazones deben cobrar ánimo. Este es el carácter de todo Su pueblo; nunca tuvo a un escogido que pudiera prescindir de ser lavado en la sangre del Salvador. Si tú eres justo en ti mismo no eres uno de Su pueblo. Si nunca estuviste enfermo en el alma no eres de las personas que el Grandioso Médico ha venido a sanar: si nunca fuiste culpable de pecado no eres parte de esos que Él ha venido a librar del pecado. Jesús viene en una encomienda que no es innecesaria y no asume una obra superflua: si ustedes sienten que necesitan salvación entonces apóyense en Él pues Él vino para salvar a quienes son como ustedes.

 

Una vez más noten el hecho muy agraciado pero sorprendente de que la conexión de nuestro Señor con Su pueblo va en la dirección de sus pecados. Esta es una condescendencia sorprendente. Él es llamado Salvador en conexión con Su pueblo, pero es en referencia a sus pecados porque es de sus pecados que ellos necesitan ser salvados. Si nunca hubieran pecado no habrían requerido nunca un Salvador y no se habría conocido ningún nombre de Jesús en la tierra. Este es un texto maravilloso -¿meditaron alguna vez en él?- “Murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras”. Como dice Martín Lutero, Él nunca se entregó por nuestra justicia, pero se entregó por nuestros pecados. El pecado es un horrible mal, un veneno mortal, sin embargo, cuando lo vence, es esto lo que le da a Jesús Su título. ¡Qué maravilla es reflexionar en esto! El primer vínculo entre mi alma y Cristo no es mi bondad, sino mi maldad; no es mi mérito, sino mi miseria; no es mi sostenimiento, sino mi caída; no son mis riquezas, sino mi necesidad. Él viene a visitar a Su pueblo, no para admirar sus bellezas, sino para quitar sus deformidades; no para recompensar sus virtudes, sino para perdonar sus pecados. Oh, ustedes pecadores, no me refiero a ustedes que se llaman así porque se les dice que lo son, sino a ustedes que se sienten culpables delante de Dios, aquí hay buenas noticias para ustedes. Oh, ustedes, pecadores autocondenados, ustedes que sienten que si alguna vez obtienen la salvación, Jesús tiene que dárselas y tiene que ser su comienzo y su fin, yo ruego que se regocijen en este nombre amado, precioso y bendito, pues Jesús ha venido para salvarlos, incluso a ustedes. Vayan a Él como pecadores, llámenle “Jesús”, y clamen diciendo: “Oh, Señor Jesús, sé Jesús para mí, pues yo necesito Tu salvación”. No duden de que Él cumpla con Su propio nombre y exhiba Su poder en ustedes. Confiésenle su pecado, y Él los salvará de su pecado. Crean en Él, y Él será su salvación.

 

V.   El quinto punto es muy claro, y muy digno de nota. EL NOMBRE DE “JESÚS” ES UNO QUE INDICA SU PRINCIPAL OBRA. “Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará”. Él salvará del pecado.

 

¿Por qué algunos hombres que no saben nada de Su principal actividad y propósito escriben vidas de Cristo? ¿Por qué algunos que no conocen la propia esencia y el corazón de Cristo predican sobre Él? ¡Piensen en lo que sería conocer a Milton, pero no como a un poeta, y a Bacon, pero no como a un filósofo! No se puede conocer a nuestro Señor si no es conocido como un Salvador, pues Él es eso o no es nada. Los que no alcanzan Su salvación ni siquiera conocen Su nombre, ¿cómo, entonces, habrían de conocer Su persona? Su nombre no es llamado Jesús porque Él sea nuestro ejemplo -aunque Él es la perfección misma y anhelamos hollar Sus pisadas- pero Su nombre es llamado Jesús porque ha venido para salvar lo que está perdido. Él es Cristo, también, o el ungido, pero entonces es Cristo Jesús; es decir, es como un Salvador que Él es ungido. Él no es nada si no es un Salvador. Él es ungido con este preciso fin. Su propio nombre sería un engaño si no salvara a Su pueblo de sus pecados.

 

Ahora, Jesús salva efectivamente a Su pueblo del pecado, pues, primero, lo hace tomando sobre Sí  mismo todos los pecados de Su pueblo. ¿Piensan que esa es una expresión fuerte? Está fundamentada en las Escrituras. “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Los hombros de Cristo cargaron con la culpa de Su pueblo y debido a que Él asumió su carga Su pueblo está libre y no tiene a partir de entonces ninguna carga de pecado que lo doble. Él salva a Su pueblo por medio de Su sustitución personal al estar en su posición y sufrir en su lugar. No hay ninguna otra manera de salvación sino por Sus sufrimientos y muerte vicarios.

 

Luego los salva llevando el castigo debido por su pecado. Donde está el pecado cae el castigo. “El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. “Fue hecho por nosotros maldición”. “Cristo ha padecido por nosotros”. Él murió, “el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”. Él soportó la ira de Dios que nos correspondía a nosotros. Él ha quitado el pecado y pagado el castigo, y ahora los objetadores entran y dicen falsamente que nosotros enseñamos que un hombre tiene que creer el dogma de la expiación y entonces es salvo y puede vivir como él quiera. Ellos saben que no es así; ellos saben que nos tergiversan, pues siempre enseñamos que esta grandiosa obra de sustitución y de asumir el castigo por parte de Cristo genera en la persona que participa de sus beneficios, amor a Dios, gratitud a Cristo, y odio consecuente de todo pecado; y este cambio de corazón es la propia esencia y sustancia de la salvación. Así es como Cristo salva a Su pueblo de su pecado: rescatándolos, por la fuerza de Su amor, del poder, la tiranía y el dominio de los pecados que hasta entonces tenían el señorío sobre ellos. Yo sabía lo que era esforzarme contra el pecado como una persona moral, buscando vencerlo, pero me encontré dominado por el pecado, como Sansón cuando perdió su cabello y los filisteos lo ataron; pero desde que creí en Jesús, encuentro motivos para ser santo que son más influyentes en mí que cualquiera de los que conocía antes; encuentro armas con las que combatir contra mi pecado que nunca antes supe cómo manejar, y una nueva fuerza me ha sido dada por el Espíritu Santo. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”; este el poder que echa fuera del alma a las víboras del pecado: la sangre preciosa de Jesús. Quien ha creído en Jesús como su expiación, queda renovado en su corazón por medio del poder del Espíritu Santo; tiene nuevos propósitos que lo mueven, motivos renovados que le influencian, y Jesús salva así a Su pueblo de sus pecados.

 

Amados, si tuviéramos espacio en este momento me gustaría hablar acerca de cuán completamente Cristo salva a Su pueblo de sus pecados, cómo cuando entra saca al hombre fuerte armado con poderosa fuerza, cómo ese hombre fuerte armado busca regresar de nuevo y hasta donde puede entra otra vez parcialmente, pero Jesús lo echa fuera de nuevo; cómo todo el daño y las cosas horribles que quedaron dentro de la casa por el antiguo ocupante son limpiadas gradualmente por Jesús, hasta que al fin Su pueblo es santificado plenamente como templos del Dios viviente. Sus santos estarán sin mancha ni arruga ni cosa parecida, y no permanecerá en ellos ninguna señal de que alguna vez el demonio moró en su interior. Viendo cada uno de sus cuerpos resucitados como un templo de Dios, revisarán esos cuerpos exhaustivamente y no encontrarán ni una traza del dominio del pecado; mirarán dentro del corazón, dentro de la mente, dentro del entendimiento, pero cuando Jesús haya hecho Su obra de purificación no habrá ninguna cicatriz o partícula que muestren que alguna vez hubo pecado. Salvará a Su pueblo de sus pecados tan completamente que serán aptos para morar con los ángeles; mejor aún, será aptos para morar con Dios; mejor aún que eso, serán uno con Jesús, uno con Él a lo largo de toda la eternidad, la plenitud de Aquel que llena todo en todo. ¡Cuán gloriosa, cuán transcendente es la salvación que Jehová Jesús nos ha traído!

 

VI.   ESTE NOMBRE DE JESÚS ESTÁ COMPLETAMENTE JUSTIFICADO POR LOS HECHOS. Le fue dado antes de que hubiese hecho algo: cuando todavía era un bebé, o antes de que Su trémulo pie hubiese aprendido a pisar el suelo de la casita en Nazaret, Él era Jesús el Salvador. ¿Pero es bien merecido el nombre? Muchos niños han tenido nombres grandiosos pero sus vidas los han negado. Yo recuerdo una tumba sobre la que está escrito el nombre de un niño: “Reservada para la memoria de Matusalén Coney, que murió a los seis meses de edad”. Sus padres estaban terriblemente equivocados cuando le pusieron por nombre Matusalén. Muchos otros nombres son igualmente inapropiados, y se demuestra que lo son en el curso de los años. Pero este Jesús es un Salvador, un verdadero Jesús. Él lleva un nombre que merece con creces. Vengan al Cristo y vean allí a muchos que una vez se desbocaron en el pecado y se revolcaron en el cieno, pero han sido lavados, están siendo santificados, y ahora se regocijan en la santidad. ¿Quién los purificó? ¿Quién sino Jesús? Aquel que salva a Su pueblo de sus pecados, los ha salvado. Vayan a los lechos de los moribundos y oigan a los santos contando de Su amor y hablando del cielo que ya está amaneciendo en sus almas. Algunos de ellos se podían sentar antes a la mesa de una cantina y ser maldicientes, pero Jesús los ha limpiado. Suban al cielo y contemplen al ejército blanco como la nieve, resplandeciente como el sol en una pureza inmaculada. Yo les pregunto de dónde vinieron. Su respuesta es que han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Es sumamente cierto que Jesús salva a Su pueblo de sus pecados; la tierra lo sabe, el infierno aúlla ante ello, y el cielo lo canta; el tiempo lo ha visto, y la eternidad lo revelará. No hay nadie como Jesús en el poder de salvar. ¡Que Él reciba toda la gloria! Cuando venga del cielo con voz de mando y todas Sus huestes estén con Él, cuando llegue el día de la cena del Cordero y la novia se haya preparado y quien es la reina toda gloriosa en su morada, con vestidos bordados de oro se siente a la mesa de Dios con su glorioso esposo, entonces se verá que Él ha salvado a Su iglesia, a Su pueblo, de sus pecados.

 

VII.   Por último, ESTE NOMBRE ES EL NOMBRE PERSONAL DE CRISTO PARA SIEMPRE.

 

Es un nombre familiar. Es el nombre que su padre le dio, es el nombre que su madre le dio, Jesús, el niño Jesús. Nosotros pertenecemos también a su familia; pues quien cree en Él es Su padre, y madre, y hermana, y hermano, y ese nombre sumamente amado y familiar por el que era conocido en el hogar está siempre en nuestras bocas. Él es el Señor, y nosotros le adoramos; pero Él es Jesús, y le amamos. Jesús es también el nombre del corazón, y está lleno de la música del amor. Aquellos que más le amaban le dieron el nombre, especialmente su madre, que ponderaba en su corazón todo lo relacionado con Él. Es el nombre que mueve nuestros afectos y enciende el fuego en nuestras almas.

 

“Jesús, el simple pensamiento de Ti

Llena mi pecho de dulzura”.

 

Que sus corazones se identifiquen con Él en tierna unión. Jesús es el nombre de Su muerte; estaba escrito sobre cruz: Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos. Ese es el nombre de Su resurrección. Ese es el nombre de Su Evangelio que nosotros predicamos. Es el nombre que Pedro predicó a los gentiles cuando dijo: “Este es Jesús de Nazaret por quien es predicada a ustedes la remisión de los pecados”. Y este, amados, es Su nombre del cielo. Allá le cantan como Jesús. Vean cómo concluye la Biblia. Lean el Apocalipsis, y lean sus cánticos y vean cómo adoran a Jesús, el Cordero de Dios. Vayamos y proclamemos Su nombre; meditemos continuamente en él; amémoslo a partir de ahora y para siempre. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Hebreos 1 y 2.

 

Nota del traductor:

 

(1) Nomen Jesu est mel in ore, melos in aure, et jubilum in corde.

 

(2) Se refiere a la versión King James de 1611.

 

(3) Argentina: que suena como la plata o de manera semejante. (RAE).

 

 

 

Traductor: Allan Román

26/Junio/2014

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