El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Jesucristo Mismo
NO.
1388
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Jesucristo mismo”. Efesios 2: 20.
“Jesucristo mismo” va a
ocupar todos nuestros pensamientos esta mañana. ¡Qué
océano se abre ante mí! ¡Aquí hay superficie de maniobra para el barco más
grande! ¿En qué dirección he de orientar los pensamientos de ustedes? Tengo tal
sobreabundancia de riquezas que no sé por dónde comenzar, y una vez que
comience, ¿dónde voy a terminar? Definitivamente no tenemos que ir a ningún
lado esta mañana para buscar goces, pues tenemos un festín en casa. Las
palabras son exiguas, pero el significado es vasto: “Jesucristo mismo”.
Amados, la religión de
nuestro Señor Jesucristo no contiene nada tan maravilloso como Él mismo. Si
bien es un cúmulo de prodigios, Él es
EL milagro de ella; el portento de portentos es “El Admirable” mismo. Si se nos
pidiese alguna prueba de la verdad proclamada
por Él, señalaríamos a Jesucristo mismo. Su carácter es excepcional. Desafiamos
a los incrédulos a que imaginen a otro como Él. Es Dios y, con todo, es hombre,
y los retamos a componer una narración en la que esos dos elementos
aparentemente incongruentes, sean incorporados armoniosamente; una narración en
la que lo humano y lo divino sean portentosamente visibles sin que lo uno
opaque a lo otro. Los incrédulos cuestionan la autenticidad de los cuatro
Evangelios. ¿Querrían intentar escribir un quinto evangelio? ¿Querrían siquiera
intentar agregar unos cuantos incidentes a Su vida que fueran dignos de la
sagrada biografía y que fueran congruentes con los hechos que ya han sido
descritos? Si todo fuera una falsificación, ¿serían tan amables de mostrarnos
cómo realizarla? ¿Querrían encontrar a un novelista que escribiera otra
biografía de un hombre del siglo que escogieran, de cualquier nacionalidad, de
cualquier grado de experiencia, de cualquier rango o posición, para ver si
puede describir en esa vida imaginaria una devoción, una abnegación, una veracidad
y una integridad de carácter que fueran comparables a los de Jesucristo mismo?
¿Podrían inventar otro carácter perfecto aun si se dejara fuera al elemento
divino? Necesariamente fracasarían, pues no hay nadie semejante a Jesús mismo.
El carácter de Jesús se
ha labrado el respeto incluso de quienes han aborrecido su enseñanza. Ha sido
una piedra de tropiezo para todos los impugnadores que conserven alguna sombra
de franqueza. Ellos dicen que podrían refutar la doctrina de Jesús. Se jactan
de que podrían mejorar Sus preceptos. Aseveran que Su sistema es estrecho y
anticuado. Pero, en cuanto a Él mismo, ¿qué pueden hacer con Él? Tienen que
admirarlo aun si no lo adoraran, y al hacerlo, admiran a un personaje que o
bien es divino o bien permitió intencionalmente que Sus discípulos creyeran en
una mentira. ¿Cómo habrán de superar esta dificultad? No pueden hacerlo
recurriendo al vituperio contra Él, pues no tienen material con que lanzar una
acusación. Jesucristo mismo silencia sus frívolas objeciones. Esta es una lima
que llega ser mordida por esos áspides, pero cuando lo hacen se rompen sus
dientes. Más allá de todo argumento o milagro, Jesucristo mismo es la prueba de
Su propio Evangelio.
Y como Él es su prueba,
entonces, amados, Él es su médula y
su esencia. Cuando el apóstol Pablo quiso decir que se predicaba el Evangelio,
comentó: “Cristo es anunciado”, pues el Evangelio es Cristo mismo. Si quieren
saber qué enseñó Jesús, conózcanlo a Él mismo. Él es la encarnación de esa
verdad que por Él y en Él es revelada a los hijos de los hombres. ¿Acaso no
dijo Él mismo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”? No tienen que
investigar incontables tomos, ni tienen que estudiar escrupulosamente algunas
misteriosas frases de doble significado para saber qué cosa ha revelado nuestro
grandioso Maestro; sólo tienen que voltearse y contemplar Su rostro, observar
Sus acciones y ver Su espíritu, y así pueden conocer Su enseñanza. Él vivió lo
que enseñó. Si deseamos conocerlo, podemos oír su suave voz que dice: “Ven y
ve”. Estudien Sus heridas y entenderán Su más recóndita filosofía. “Conocerle,
y el poder de su resurrección” es el grado más excelso del aprendizaje
espiritual. Él es el fin de la ley y es el alma del Evangelio, y cuando hemos
predicado de lleno Su palabra, podemos concluir diciendo: “Ahora bien, el punto
principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual
se sentó a la diestra del trono de
Y Él no es solo la
prueba y la sustancia de Su Evangelio, sino que es el poder y la fuerza a través de los cuales se propaga. Cuando un
corazón es verdaderamente quebrantado por el pecado, Él es quien lo venda. Es
Cristo, el poder de Dios, quien convierte al hombre. Si entramos en la paz y en
la salvación, es gracias a la misericordiosa manifestación del propio Jesús. Si
los hombres han amado entusiastamente el cristianismo, es porque antes que nada
amaron a Cristo. Por Él los apóstoles trabajaron arduamente y por Él fueron
valientes los confesores; por Él los santos han sufrido la pérdida de todas las
cosas y por Él han muerto los mártires. “Jesucristo mismo” es El poder que crea
una heroica consagración. Los recuerdos suscitados por Su nombre tienen una
mayor influencia en los corazones de los hombres que todas las demás cosas en
la tierra o en el cielo. El entusiasmo que es la vida misma de nuestra santa causa
proviene de Él mismo. Los que no conocen a Jesús no conocen la vida de verdad,
pero los que moran en Él están llenos de un poder que desborda de tal manera
que de su interior brotan ríos de agua viva.
Y no es sólo eso,
amados, pues el poder que propaga el Evangelio es Jesús mismo. En el cielo
intercede y gracias a eso viene Su reino. “La voluntad de Jehová será en su
mano prosperada”. Desde el cielo gobierna todas las cosas y promueve el avance
de la verdad. Todo poder le es dado en el cielo y en la tierra, y, por tanto,
tenemos que proclamar Su palabra que da vida teniendo la plena seguridad del
éxito. Él hace que la rueda de la providencia gire de tal manera que ayude a Su
causa. Él restringe el poder de los tiranos, sujeta el flagelo de la guerra,
establece la libertad en las naciones, abre los misterios de continentes por
largo tiempo ignotos, quebranta los sistemas del error y guía la corriente del
pensamiento humano. Él hace uso de miles de instrumentos para preparar el
camino del Señor. En breve vendrá del cielo y cuando venga, cuando Cristo mismo
ejerza toda Su fuerza, entonces el yermo se gozará y la soledad se alegrará. La
fuerza de reserva del Evangelio es Cristo Jesús mismo. El poder latente que al
final romperá todas las coyundas, y logrará un dominio universal, es la
energía, la vida y la omnipotencia de Jesús mismo. Él duerme en la barca ahora,
pero habrá una profunda calma una vez que se levante y reprenda a la tempestad.
Él se oculta por ahora en los palacios de marfil de la gloria, pero cuando sea
manifestado en aquel día, las ruedas
de Su carro traerán la victoria para Su iglesia militante.
Si estas cosas son así,
tengo ante mí un tema inasequible. Me abstengo de la imposible tarea de
captarlo, y sólo voy a notar brevemente unos cuantos asuntos evidentes que
están en la superficie del tema.
Hermanos, “Jesucristo
mismo” debe ser siempre el pensamiento prominente en nuestras mentes como cristianos.
Nuestra teología debe estar enmarcada por el hecho de que Él es el Centro y
Otros hermanos nuestros
se deleitan sin medida en lo que ellos llaman: una predicación práctica, que
expone la vida interior del creyente, incluyendo la furia de la depravación y
el triunfo de la gracia; eso es bueno en su debida proporción, de acuerdo a la
analogía de la fe; pero aún así, Jesús mismo debería ser más conspicuo que
nuestros cuerpos y que nuestros sentimientos, que nuestras dudas y que nuestros
temores, que nuestras luchas y que nuestras victorias. Podríamos ponernos a
estudiar a tal grado la acción de nuestros propios corazones que hay peligro
que caigamos en el desaliento y en la desesperación. “Mirar a Jesús” es mejor
que mirar a nuestro propio progreso; el autoexamen tiene sus usos necesarios,
pero el mejor curso para un cristiano es acabar con el yo y vivir por la fe en
Jesucristo mismo.
Luego hay otros
individuos que admiran debidamente los preceptos del Evangelio, y nunca se
sienten tan felices como cuando se enteran de que reciben su debido cumplimiento,
como, en verdad, deberían recibirlo; pero, después de todo, los mandamientos de
nuestro Señor no son nuestro Señor mismo, y derivan su valor para nosotros y su
poder para que los obedezcamos del hecho de que son Sus palabras, y de que Él dijo: “Si me amáis, guardad mis
mandamientos”. Nosotros conocemos la verdad de Su declaración: “El que me ama,
mi palabra guardará”, pero tiene que haber un amor personal para comenzar.
Hermanos, todos los
beneficios de estas tres escuelas serán nuestros si vivimos en Jesús mismo.
Cada una recoge una flor, pero nuestra divina “planta de renombre” tiene toda
la belleza y toda la fragancia de todo lo que pudieran recoger, pero sin las
espinas que son tan dadas a crecer en su peculiares rosas. Jesucristo mismo es
para nosotros precepto, pues Él es el camino; Él es para nosotros doctrina,
pues Él es la verdad; Él es para nosotros experiencia, pues Él es la vida.
Convirtámoslo en la estrella polar de nuestra vida religiosa en todas las
cosas. Él ha de ser lo primero, lo último y ha de estar ubicado también en el
centro; sí, digamos: “Él es toda mi salvación y mi deseo”. Y, con todo, les
suplico que no desdeñen la doctrina, no vaya a ser que al viciar la doctrina resulten
culpables de insultar a Jesús mismo. Tratar con ligereza a la verdad es
despreciar a Jesús como nuestro Profeta. Ni por un momento subestimen la
experiencia, no vaya a ser que al descuidar al hombre interior desprecien
también a su propio Señor como su Sacerdote limpiador; y ni por un instante
olviden Sus mandamientos no vaya ser que si los quebrantan transgredan contra
Jesús mismo como su Rey. Debemos tratar con reverencia todas las cosas que
tienen que ver con Su reino por causa de Él mismo: Su libro, Su día, Su
iglesia, Sus ordenanzas, todo eso ha de ser precioso para nosotros, porque
tiene que ver con Él; pero al frente de todo tiene que estar siempre
“Jesucristo mismo”, el Jesús personal, viviente y amoroso; Cristo en nosotros,
la esperanza de gloria, Cristo, nuestra plena redención para nosotros, Cristo
con nosotros, nuestro guía y nuestro solaz, y Cristo sobre nosotros,
intercediendo y preparando nuestro lugar en el cielo. Jesucristo mismo es
nuestro capitán, nuestra armadura, nuestra fortaleza y nuestra victoria.
Nosotros inscribimos Su nombre en nuestro estandarte, pues es el terror del
infierno, el deleite del cielo y la esperanza de la tierra. Llevamos esto en
nuestros corazones en lo recio del conflicto pues es nuestra coraza y nuestra
cota de malla.
Esta mañana no me voy a
esforzar por decir nada que semeje un lenguaje hermoso, pues esforzarse por
adornar al Ser Todo Codiciable sería una blasfemia. Colgar flores sobre la cruz
es ridículo, y esforzarse por adornar a Aquel cuya cabeza es como el oro más
fino y cuya persona es como marfil reluciente recubierto de zafiros, sería
profano. Sólo les diré cosas sencillas en un sencillo lenguaje; con todo, estas
son las verdades de la revelación que se cuentan entre las más preciosas y las
más satisfactorias para el alma.
I. Al
respecto de Jesucristo mismo comenzamos por decir, primero, que Jesús mismo es
Ahora, debido a eso, el Señor Jesucristo mismo es el objeto de
nuestra fe. ¿Acaso no es descrito así siempre en
II. “Jesucristo
mismo” es, como hemos dicho,
Esta también, amados, es la obra del Espíritu Santo. “El
me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”. El Espíritu Santo
nos revela a Cristo y lo revela en nosotros. El Espíritu Santo abre a la mente
y al entendimiento todas aquellas cosas que Cristo dijo mientras estuvo aquí, y
así, gracias a que habla de Cristo en nuestro interior, continúa la obra que
nuestro Señor comenzó cuando estuvo aquí. El Consolador es el instructor y
Jesús es la lección. Yo me atrevo a decir que ustedes anhelan conocer mil
cosas, pero el punto principal del conocimiento deseable es Jesús mismo. Esta fue
Su enseñanza y esta es la enseñanza del Espíritu Santo y este es el fin y el propósito de
Amados, debido a que
Jesús es el compendio del Evangelio, Él debe
ser nuestro tema constante. “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo”. “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino
a Jesucristo, y a éste crucificado”. Así hablaban los hombres de antes, y lo
mismo decimos nosotros. Cuando dejemos de predicar a Cristo sería mejor que
dejáramos de predicar del todo; cuando dejen de predicar a Jesucristo mismo en
sus clases, renuncien a la obra de la escuela dominical, pues ninguna otra cosa
es digna de sus esfuerzos. Si apagaran al sol, la luz se extinguiría, la vida
se extinguiría y todo se extinguiría. Cuando se empuja a Jesús hasta el fondo
de la escena o cuando se lo deja fuera de la enseñanza de un ministro, la
oscuridad es una oscuridad que se puede palpar, y la gente escapa de allí para
adentrarse en la luz del Evangelio tan pronto como puede. Un sermón que no
contenga el Evangelio es un sermón sin sabor y sin valor para los atribulados
santos de Dios, y pronto buscan otro alimento. Entre más contenga de Cristo
nuestro testimonio, más luz y vida y poder habrá para salvar. Algunos
predicadores son culpables de la más fastidiosa tautología, pero no pueden ser
acusados de eso cuando su tema es Jesús. He oído declarar a algunos oyentes que
su ministro parecía haber traído un organillo del que se podían extraer cinco o
seis tonadas y ninguna más, y que las hacía sonar por los siglos de los siglos,
amén. Están hartos, muy hartos, de esas vanas repeticiones; pero hasta este día
no me he enterado de nadie a quien se le acusara de predicar demasiado a Cristo,
o de hacerlo demasiado frecuentemente, o demasiado ardientemente, o demasiado
alegremente. No recuerdo haber visto a ningún cristiano salir de una
congregación con un rostro afligido diciendo: “exaltó demasiado sublimemente al
Redentor; exageró burdamente las alabanzas de nuestro Salvador”. No recuerdo
haberme encontrado jamás con un caso en el que los enfermos que languidecían en
sus lechos se hayan quejado de que los pensamientos de Jesús fueran agobiantes
para ellos. No recuerdo nunca que los cristianos sinceros hayan denunciado a un
solo libro porque hablaba demasiado exaltadamente del Señor o le daba demasiada
prominencia.
No, hermanos míos, Aquel
a quien los santos estudian debe ser el tema cotidiano de los ministros, si es
que quieren alimentar al rebaño de Dios. Ningún otro tema anima tanto al
corazón, despierta tanto a la conciencia, satisface tanto los deseos y calma
tanto los miedos. Nunca tal acontezca que dejemos de predicar a Jesucristo
mismo. No hay temor de agotar el tema ni de ahuyentar a nuestros oyentes, pues
Sus palabras siguen siendo válidas todavía: “Y yo, si fuere levantado de la
tierra, a todos atraeré a mí mismo”.
III. Jesucristo mismo es EL OBJETO DE NUESTRO AMOR, y cuán
valioso debería ser. Todos los que somos realmente salvos podemos declarar que
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. Sentimos un intenso
afecto por Su bendita persona, así como gratitud por Su salvación. La
personalidad de Cristo es algo que debe ser mantenido siempre de manera
prominente en nuestros pensamientos. El amor por una verdad está muy bien, pero
el amor por una persona contiene mucho más poder. Nos hemos enterado de seres
humanos que mueren por una idea, pero es infinitamente más fácil despertar el
entusiasmo por una persona. Cuando una idea se encarna en un hombre, tiene una
fuerza que nunca esgrimió en su forma abstracta. Nosotros amamos a Jesucristo
como la personificación de todo lo que es amable y verdadero y puro y de buen
testimonio. Él mismo es la perfección encarnada, inspirado por el amor. Amamos
Sus oficios, amamos los tipos que lo describen, amamos las ordenanzas por medio
de las cuales es expuesto, pero lo amamos a Él mismo más que a nada. Él mismo
es nuestro amado; nuestro corazón se apoya únicamente en Él.
Como lo amamos a Él, amamos a Su pueblo, y
a través de Él entramos en unión con sus miembros. Nuestro texto es tomado de
un versículo que dice: “Siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo
mismo”. Él es la trabazón esquinera que une a judíos y gentiles en un templo.
En Jesús esas antiguas diferencias cesan, pues “él es nuestra paz, que de ambos
pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su
carne las enemistades”. Tenemos paz con todo hombre que tenga paz con Cristo.
Basta que nuestro Señor diga: “Yo amo a ese hombre”, y nosotros lo amamos de
inmediato; y sólo esperamos que nuestro amigo diga: “amo a Jesús”, y nos
apresuramos a responderle: “y yo te amo a ti por causa de Jesús”. Tan ardiente
es el fuego de nuestro amor por Jesús que todos Sus amigos pueden sentarse en
torno a él y son bienvenidos. Nuestro círculo de afectos incluye a todos los
que de cualquier manera tienen que ver verdaderamente con Jesús mismo.
Debido a que lo amamos a Él mismo, nos deleitamos en servirle. Cualquiera
que sea el servicio que hagamos por Su iglesia y por Su verdad, lo prestamos
por causa de Él; incluso si sólo podemos rendirlo al más pequeño de Sus
hermanos, lo hacemos por Él. La mujer con el vaso de alabastro de perfume de
gran precio es un tipo que valoramos grandemente, pues ella sólo estaba
dispuesta a romper el precioso frasco para
Él, y cada gota de sus valiosos contenidos debía ser derramada sobre Su
cabeza. Los presentes se quejaron de desperdicio, pero no puede haber ningún
desperdicio en algo que se haga para Jesús. Si el mundo entero y los cielos y
el cielo de los cielos fueran un gran vaso de alabastro, y todas las dulzuras
que pudieran ser concebidas estuvieran contenidas en él, desearíamos ver que
todo fuera quebrado, para que cada gota de dulzura pudiera ser vertida en
Jesucristo mismo.
“Jesús es digno de recibir
Honor y poder divino;
Y mayores bendiciones de las que podamos dar,
Sean Señor, Tuyas para siempre”.
Oh, Amado nuestro, si
hay algo que pudiéramos hacer por Ti, nos encantaría tener el privilegio de
hacerlo. Si se nos permitiera lavar los pies de Tus discípulos, o cuidar de los
más pobres de Tus pobres o de la ovejita más pequeña de Tu rebaño, aceptamos el
oficio como un excelso honor, pues nosotros te amamos con todo nuestro corazón.
Nuestro amor por Jesús debería ser algo tan real como nuestro afecto por
nuestro esposo, esposa, o hijo, y debería influir mucho más en nuestras vidas.
El amor por nuestro Señor, así confío, los motiva a todos ustedes a rendir un
servicio personal. Tal vez hayan pagado una suscripción y hayan permitido que
otros trabajaran, pero no pueden hacerlo más en vista de que Jesús se entregó a
Sí mismo por ustedes. Jesús mismo exige que yo mismo sea consagrado a Su alabanza.
Se debe prestar un servicio a un Cristo personal, quien personalmente nos amó y
murió personalmente por nosotros. Cuando nada nos mueve a celo, cuando el
espíritu agotado no puede mantener su laboriosidad, basta que Jesús mismo aparezca
y de inmediato nuestras pasiones arden en llamas, y el espíritu de fuego obliga
a la carne a calentarse para hacer su obra de nuevo. Cuando Jesús está cerca nos
gloriamos incluso en la debilidad y nos aventuramos en obras que de otra manera
nos habrían parecido imposibles. Podemos hacer cualquier cosa y todas las cosas
por “Jesucristo mismo”.
IV. En
cuarto lugar, nuestro Señor Jesucristo mismo es
“Su camino fue mucho más escabroso y oscuro que el mío:
Sufrió Cristo, mi Señor, ¿y yo he de quejarme?
La oscuridad de
Getsemaní ha sido luz para muchas almas agonizantes, y la pasión hasta la
muerte ha hecho que los moribundos canten de gozo de corazón. Jesús mismo es el
solaz de nuestra alma afligida y cuando emergemos de la tormenta de la turbación
y nos adentramos en la profunda calma de la paz, como a menudo sucede, Él es
nuestra paz, bendito sea Su nombre. Nos dejó como legado la paz, y crea la paz
en persona. No conocemos nunca una paz profunda de corazón mientras no
conozcamos al Señor Jesús mismo. Ustedes recuerdan aquella dulce palabra cuando
los discípulos se encontraban reunidos y las puertas estaban cerradas por miedo
de los judíos: “Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros”.
Pueden ver que Jesús mismo trajo el mensaje; pues sólo Su presencia podía
hacerla eficaz. Cuando lo vemos a Él, nuestro espíritu tiene un grato olor de
reposo. ¿Dónde más puede encontrar una cabeza dolida otra almohada semejante a Su
pecho?
En días de celebración y
de fiesta nuestros espíritus se remontan sin dar lugar al descanso; ascendemos
al cielo de gozo y de exultación, pero es el gozo de nuestro Señor que está en
nosotros y que hace pleno nuestro gozo. “Los discípulos se regocijaron viendo
al Señor”, entonces nosotros nos alegramos también. Por fe vemos a Jesús mismo
entronizado, y esto nos llena de deleite, pues Su glorificación es nuestra
satisfacción. “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es
sobre todo nombre”. No me importa lo que me pase en tanto que Él sea
glorificado. El soldado muere feliz cuando el grito de victoria alegra su oído
y su débil visión ve a su príncipe triunfante. Qué gozo es pensar que Jesús
resucitó y que resucitó para no morir más. El gozo de la resurrección es superlativo.
Qué bienaventuranza es saber que Él ascendió llevando cautiva la cautividad, saber
que se sienta ahora entronizado en un bienaventurado estado y que vendrá en
toda la gloria del Padre para desmenuzar a Sus enemigos como con vara de
hierro. Ahí radica el más grande gozo de Su iglesia expectante. Ella tiene en
reserva un potente trueno de hosannas para aquel día auspicioso.
Si ha de experimentarse
algún gozo, oh cristiano, que sea a la vez seguro y dulce, un gozo del que
nadie podría saber demasiado, ha de encontrarse en Aquel a quien no ves
todavía, pero en quien te regocijas con gozo indecible y lleno de gloria por la
fe en Él.
Tenemos que
desprendernos de ese pensamiento para tomar otro, pero definitivamente es rico
en felices recuerdos y benditas expectativas.
V. En
quinto lugar, JESUCRISTO MISMO ES EL MODELO DE NUESTRA VIDA, y, por tanto, cuán bienaventurado es ser semejante a Él. En
cuanto a nuestra regla de vida, somos como los discípulos sobre el monte de la
transfiguración cuando Moisés y Elías desaparecieron, pues a nadie vemos “sino a
Jesús solo”. Encontramos en Él, en mayor perfección, cada virtud que
encontramos en otros seres humanos; admiramos la gracia de Dios en ellos, pero
Jesús es nuestro modelo. Hablando de Enrique VIII, un crítico dijo en una
ocasión que si las características de todos los tiranos que han vivido jamás
fueran olvidadas, podría verse a todas ellas en vivo en ese específico rey;
nosotros podemos decir más verazmente con respecto a Jesús que si todas las
gracias y todas las virtudes y todas las dulzuras que hayan sido vistas jamás
en hombres buenos fueran olvidadas, se podría encontrarlas a todas en Él, pues
en Él habita todo lo que es bueno y grandioso. Por tanto, nosotros deseamos
copiar Su carácter y poner nuestros pies sobre Sus huellas. Nos corresponde
seguir al Cordero dondequiera que vaya. ¿Qué dice nuestro propio Señor?
“Sígueme”, y otra vez “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Nuestro
guía no es el apóstol de Cristo, sino Cristo mismo; no debemos tomar un modelo
secundario, sino que debemos imitar a Jesús mismo. Por la morada interior del
Espíritu Santo y por Sus misericordiosas operaciones, nos estamos convirtiendo
en la imagen de Cristo hasta que Cristo sea formado en nosotros; y nos
desarrollamos porque la vida celestial que hay en nosotros es Su propia vida. “Yo
en ellos” dijo Él, y también “Yo soy la vida”. Pues “hemos muerto, y nuestra
vida está escondida con Cristo en Dios”. “El que tiene al Hijo, tiene la vida;
el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Lo que nos hace cristianos
no es recibir el bautismo, ni es llevar el nombre de Cristo, sino que es tener
a Jesús mismo en nuestros corazones, y en la proporción en que sea formado en
nosotros y en que crezca la nueva vida, nos hacemos más y más semejantes a Él.
Y esta es nuestra visión para la eternidad: que vamos a estar con Él y que
vamos a ser semejantes a Él, pues “cuando él se manifieste, seremos semejantes
a él, porque le veremos tal como él es”. Quienes hoy lamentan sus
imperfecciones, piensen en Él; piensen en Jesús mismo, y tengan la seguridad
luego de que han de ser como Él. ¡Qué cuadro! Vamos, amigo artista, trae tu
mejor habilidad aquí. ¿Qué puedes hacer? Todos los lápices fallan al dibujarlo a Él. Se necesita el ojo de un poeta así
como la mano de un artista para dibujar al Ser Codiciable. Pero, ¿qué puede
hacer el poeta? Ah, tú fallas también; tú no puedes cantar respecto a Él como
tampoco tu amigo puede dibujarlo. Una fructífera concepción y una imaginación
desbordada podrían acudir en tu ayuda, pero no podrían impedir tu fracaso. Él
es demasiado hermoso para ser descrito; tiene que ser visto. Con todo, aquí
viene lo maravilloso: “Seremos semejantes a él”, semejantes a Jesucristo mismo.
¡Oh, santo, cuando tú resucites de los muertos, cuán hermoso serás! ¿Te
conocerás a ti mismo? Hoy estás lleno de arrugas por la vejez, lleno de
cicatrices con las marcas de la enfermedad y del dolor, y tal vez estés deforme
por un accidente o estés consumido por la tisis, pero
nada de esto te desdorará entonces. Tú no tendrás ni mancha ni arruga; serás
sin tacha delante del trono.
“¡Oh, gloriosa hora! ¡Oh,
bendita morada!
Estaré cerca de Dios y seré semejante a Él.
Y no sólo en forma corporal
seremos semejantes a Aquel cuyos ojos son como ojos de palomas, y cuyas
mejillas son como las eras de las especias; también en espíritu y en alma
seremos perfectamente conformados al Bienamado. Seremos santos tal como Él es
santo, y felices como Él es feliz. Entraremos en el gozo de nuestro Señor: el
gozo de Jesús mismo. No digo que vayamos a ser divinos, pues eso no puede ser;
pero, con todo, como hermanos de Aquel que es el Hijo de Dios, estaremos muy
cerca del trono. Oh, qué embeleso es saber que mi pariente más cercano vive, y
que cuando esté en el último día sobre la tierra no solamente he de ver a Dios
en mi carne, sino que seré semejante a Él, porque le veré tal como Él es.
Cristo mismo se vuelve entonces para nosotros indeciblemente precioso, como el
modelo de nuestra vida presente y la imagen de la perfección hacia la cual el
Espíritu Santo nos está llevando a través de Su obra.
VI. Por
último, ÉL ES EL SEÑOR DE NUESTRA ALMA. Cuán
bueno será estar con Él. Encontramos hoy que Su amada compañía hace que
todo suceda gratamente, ya sea que corramos en el camino de Sus mandamientos o
que atravesemos el valle de sombra de muerte. Los santos han permanecido
encerrados en calabozos, y no obstante, han caminado libremente cuando Él ha
estado allí; han sido torturados en el potro, y lo han considerado incluso un
lecho de rosas cuando Él ha estado junto a ellos. Uno fue colocado sobre una
parrilla hirviente, con los fuegos encendidos debajo de Él; pero en medio de
las llamas retó a sus atormentadores a que incrementaran al máximo sus
torturas, y se burlaba de ellos, pues su Señor estaba allí. Se ha visto a
algunos mártires aplaudir cuando cada dedo suyo ardía como una vela encendida,
y se les ha oído clamar: “Cristo es todo, Cristo es todo”. Cuando el Cuarto,
semejante al Hijo de Dios, camina en el horno, lo único que el fuego puede
hacer es romper sus ataduras y dejar libres a los que sufren.
Oh, hermanos, yo estoy
seguro de que la única felicidad que ha valido la pena que disfrutaran fue encontrada
en saber que Él los amaba y que estaba cerca de ustedes. Si se han regocijado
alguna vez en la abundancia de su grano, de su vino y de su aceite, ha sido un
triste gozo; pronto perdió sabor en su paladar, y nunca tocó las grandes profundidades
de su espíritu, y pronto ha desaparecido y los ha dejado agudamente
desfallecidos de corazón. Si se han regocijado en sus hijos y en sus parientes
y en su salud corporal, cuán pronto Dios ha enviado un infortunio sobre todos
ellos. Pero cuando se han regocijado en Jesús ustedes han oído una voz que les
pide que procedan a experimentar más deleites. Esa voz ha exclamado: “Comed,
amigos; bebed en abundancia, oh amados”; pues quedar ebrio de un gozo como este
es alcanzar la mejor condición mental e instalar al alma donde debe estar.
Nunca estaremos bien mientras no salgamos de nosotros mismos y entremos en
Jesús; pero cuando se presenta el estado de éxtasis, y estamos fuera del yo, y
estamos en Él, de tal manera que si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo
sabemos, Dios lo sabe, entonces regresamos adonde Dios quería que el hombre
estuviera cuando caminaba con él en Edén, y nos acercamos adonde Dios quiere
que estemos cuando lo veamos cara a cara.
¡Hermanos cómo será la
visión sin el velo! ¡Si la visión de Él aquí es tan dulce, qué será verlo a Él
en el más allá! Pudiera ser que no vivamos hasta que Él venga, pues el Señor
podría demorarse, pero si no viniera, y fuéramos llamados a atravesar las
puertas de la muerte, no debemos temer. No me sorprendería que cuando pasemos a
través del velo y salgamos en el estado incorpóreo, uno de nuestros asombros
sea encontrar a Jesús mismo esperando allí para recibirnos. El alma esperaba
que una escolta de ángeles ministradores estaría cerca del lecho y nos escoltaría
al atravesar el río y al subir por los montes rumbo a
“Millones de años mis ojos asombrados,
Recorrerán Tus bellezas;
Y por edades sin fin adoraré
Las glorias de Tu amor”.
Pudiera ser que en el
término de una semana tenga lugar nuestra reunión con Jesús mismo; tal vez
ocurra dentro de una hora. A una pobre chica que estaba recluida en el hospital
el doctor o la enfermera le dijeron que sólo podía vivir otra hora; ella esperó
pacientemente, y cuando sólo faltaba un cuarto de hora, exclamó: “Un cuarto de
hora más, y luego________” no pudo decir qué, ni yo tampoco; solo Jesús mismo
ha dicho: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también
ellos estén conmigo, para que vean mi gloria”. Y así como Él oró, así será, y
así ha de ser. Amén y Amén.
Porción de
Nota del traductor:
Tautología: repetición
de un mismo pensamiento expresado de distintas maneras. Repetición inútil y
viciosa.
Traductor: Allan Román
20/Enero/2012
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